domingo, 14 de diciembre de 2014

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 5: El sauce boxeador





“El sauce boxeador” —leyó la pelinegra.
Los merodeadores tenían una cara de sorpresa al escuchar el título.
Y Snape se puso serio al escuchar sobre el sauce boxeador, porque recordó cuando casi muere por una broma de Sirius.
—¿El sauce boxeador? —preguntó Lily—. ¿Qué tiene que ver ese sauce contigo, hijo?
—Eh…, pues… al terminar de leer el capítulo entenderás —respondió Harry.
Lily asintió no muy convencida.
El final del verano llegó más rápido de lo que Harry habría querido. Estaba deseando volver a Hogwarts, pero por otro lado, el mes que había pasado en La Madriguera había sido el más feliz de su vida (Los Weasley sonrieron complacidos). Le resultaba difícil no sentir envidia de Ron cuando pensaba en los Dursley y en la bienvenida que le darían cuando volviera a Privet Drive.
La cara de Ron era de sorpresa total.
—Lo lamento, Ron —se disculpó Harry.
—No te disculpes, yo también hubiera estado igual que tú, si tuviera que regresar a casa de unos tíos como los tuyos —dijo Ron.
La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena suntuosa que incluía todos los manjares favoritos de Harry y que terminó con un suculento pudín de melaza. Fred y George redondearon la noche con una exhibición de las bengalas del doctor Filibuster, y llenaron la cocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora (Lastima que en nuestra época todavía no vendan de esas bengalas, se lamentó Sirius). Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama.
—No hablen de chocolate o a nuestro amigo Lunático le puede dar una crisis chocolatina por no tener chocolates en este momento —bromeó Sirius, haciendo sonrojar a Remus.
Hermione miró con ternura a su esposo.
—No seas exagerado —murmuró Remus.
—Yo creo que eres un adicto —dijo James, sonriendo.
Remus ya no dijo nada, porque sabía que si seguía negándolo, sus amigos seguirían molestándolo.
A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá como una exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma (Y paso también nos regañaba, se quejaron los gemelos Weasley). Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozo de tostada, y el señor Weasley, al llevar el baúl de Ginny al coche a través del patio, casi se rompe el cuello cuando tropezó con una gallina despistada.
Los chicos rieron —menos Hermione, puesto que notaba lo gracioso en que alguien casi se rompiera el cuello— hasta Arthur rió, pero todas se pararon de reír al ver la mirada severa de Molly.
A Harry no le entraba en la cabeza que ocho personas, seis baúles grandes, dos lechuzas y una rata pudieran caber en un pequeño Ford Anglia. Claro que no había contado con las prestaciones especiales que le había añadido el señor Weasley.
—¡Arthur! —lo regañó Molly—, otra vez hechizaste el coche.
Arthur no respondió, solo atino a sonreír.
—No le digas a Molly ni media palabra —susurró a Harry al abrir el maletero y enseñarle cómo lo había ensanchado mágicamente para que pudieran caber los baúles con toda facilidad.
Molly no dejaba de mirar seriamente a su esposo.
James y Sirius, reían del pobre Arthur.
—Si siguen así, Molly los regañará a ustedes también —les previno Remus, y James y Sirius simularon estar serios.
Cuando por fin estuvieron todos en el coche, la señora Weasley echó un vistazo al asiento trasero, en el que Harry, Ron, Fred, George y Percy estaban confortablemente sentados, unos al lado de otros, y dijo:
—Los muggles saben más de lo que parece, ¿verdad? —ella y Ginny iban en el asiento delantero, que había sido alargado hasta tal punto que parecía un banco del parque—. Quiero decir que desde fuera uno nunca diría que el coche es tan espacioso, ¿verdad?
—Sí, quién lo diría, ¿verdad, Arthur? —dijo Molly, echando humo por las orejas.
El señor Weasley arrancó el coche y salieron del patio. Harry se volvió para echar una última mirada a la casa. Apenas le había dado tiempo a preguntarse cuándo volvería a verla, cuando tuvieron que dar la vuelta (¿Qué se olvidaron?, preguntó Ted. A lo que George contestó: “mi caja de bengalas”, ganándose una mirada seria de su madre), porque a George se le había olvidado su caja de bengalas del doctor Filibuster. Cinco minutos después, el coche tuvo que detenerse en el corral para que Fred pudiera entrar a coger su escoba (Todos rieron divertidos, menos Molly, y los Malfoy que no veían nada de gracioso en eso). Y cuando ya estaban en la autopista, Ginny gritó que se había olvidado su diario y tuvieron que retroceder otra vez (Ginny se estremeció al recordar ese “diario”, y Molly negó con la cabeza). Cuando Ginny subió al coche, después de recoger el diario, llevaban muchísimo retraso y los ánimos estaban alterados.
El señor Weasley miró primero su reloj y luego a su mujer.
—Molly, querida…
—No, Arthur.
—Nadie nos vería. Este botón de aquí es un accionador de invisibilidad que he instalado (¡Genial!, exclamaron los merodeadores, los gemelos Prewett, Frank y Ted). Ascenderíamos en el aire, luego volaríamos por encima de las nubes y llegaríamos en diez minutos. Nadie se daría cuenta…
—He dicho que no, Arthur, no a plena luz del día.
—Como si de noche, lo aceptarías, mamá —bromeó Bill.
Molly suspiró con pesar.
Llegaron a Kings Cross a las once menos cuarto. El señor Weasley cruzó la calle a toda pastilla para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación. Harry ya había cogido el expreso de Hogwarts el año anterior. La dificultad estaba en llegar al andén nueve y tres cuartos, que no era visible para los ojos de los muggles. Lo que había que hacer era atravesar caminando la gruesa barrera que separaba el andén nueve del diez. No era doloroso, pero había que hacerlo con cuidado para que ningún muggle notara la desaparición.
—Si los ven pensaran que es producto de su imaginación —dijo Ted.
—Y si lo llegaran intentar, se llevarían un fiasco —dijo Charlie.
—Y un buen golpe —terminaron los gemelos Weasley.
—Percy primero —dijo la señora Weasley, mirando con inquietud el reloj que había en lo alto, que indicaba que sólo tenían cinco minutos para desaparecer disimuladamente a través de la barrera.
—Entonces deben apurarse —dijo Andrómeda.
Percy avanzó deprisa y desapareció. A continuación fue el señor Weasley. Lo siguieron Fred y George.
—Yo pasaré con Ginny, y vosotros dos nos seguís —dijo la señora Weasley a Harry y Ron, cogiendo a Ginny de la mano y empezando a caminar. En un abrir y cerrar de ojos ya no estaban.
—Vamos juntos, sólo nos queda un minuto —dijo Ron a Harry.
Harry y Ron sonrieron.
—Menos mal que fuimos juntos, porque si no te hubieras quedado solo en el andén —comentó Ron.
—¿Qué quieres decir con qué “te hubieras quedado solo en el andén”? —preguntó Lily.
—Ahora lo sabrán —dijo Hermione, quien también sonreía ligeramente.
Harry se aseguró de que la jaula de Hedwig estuviera bien sujeta encima del baúl, y empujó el carrito contra la barrera. No le daba miedo; era mucho más seguro que usar los polvos flu. Se inclinaron sobre la barra de sus carritos y se encaminaron con determinación hacia la barrera, cogiendo velocidad. A un metro de la barrera, empezaron a correr y…
¡PATAPUM!
—¿Qué significa ese “¡PATAPUM!”? ¿Qué se chocaron? —preguntó Lily.
—Eso parece —murmuró Remus.
—Imposible —dijeron James y Sirius.
—Pues si es posible —murmuraron Harry y Ron.
Los dos carritos chocaron contra la barrera y rebotaron (¿Por qué?, preguntaron los gemelos Prewett). El baúl de Ron saltó y se estrelló contra el suelo con gran estruendo, Harry se cayó y la jaula de Hedwig, al dar en el suelo, rebotó y salió rodando, con la lechuza dentro dando unos terribles chillidos (Pobre, susurró Alice). Todo el mundo los miraba, y un guardia que había allí cerca les gritó:
—¿Qué demonios estáis haciendo?
—He perdido el control del carrito (Buena excusa, alabo Sirius) —dijo Harry entre jadeos, sujetándose las costillas mientras se levantaba. Ron salió corriendo detrás de la jaula de Hedwig, que estaba provocando tal escena que la multitud hacía comentarios sobre la crueldad con los animales.
—¿Por qué no hemos podido pasar? —preguntó Harry a Ron.
—Eso mismo nos preguntamos todos —dijo Moody.
—Ni idea.
Ron miró furioso a su alrededor. Una docena de curiosos todavía los estaban mirando.
—Que chismosos —dijo Andrómeda.
—Vamos a perder el tren —se quejó—. No comprendo por qué se nos ha cerrado el paso.
Harry miró el reloj gigante de la estación y sintió náuseas en el estómago. Diez segundos…, nueve segundos… Avanzó con el carrito, con cuidado, hasta que llegó a la barrera, y empujó a continuación con todas sus fuerzas. La barrera permaneció allí, infranqueable.
—Profesor Dumbledore, ¿tiene alguna idea de a qué se debe esto? —preguntó Lily.
Dumbledore que había estado callado y pensativo, miró a la chica pelirroja.
—Yo creo que todo esto tiene que ver con Dobby —contestó el director.
—¿Dobby? —preguntaron los merodeadores.
Harry, Ron y Hermione se miraban.
—Sí, con Dobby, puesto que ese elfo no quería que Harry fuera a Hogwarts, entonces él tuvo que usar sus poderes para impedírselo.
Muchos asintieron estando de acuerdo con el director.
—¿Eso es cierto? —preguntó James a su hijo.
—Pues… porque mejor no siguen leyendo el libro, así podrán descubrir lo que realmente paso —contestó Harry.
Pansy continuó leyendo al ver que todos se quedaron callados.
Tres segundos…, dos segundos…, un segundo…
—Ha partido —dijo Ron, atónito—. El tren ya ha partido. ¿Qué pasará si mis padres no pueden volver a recogernos? ¿Tienes algo de dinero muggle?
Harry soltó una risa irónica.
—Hace seis años que los Dursley no me dan la paga semanal.
—Lo realmente sorprendente es que alguna vez te hayan dado la paga semanal —dijo Lily a su hijo.
Ron pegó la cabeza a la fría barrera.
—No oigo nada —dijo preocupado—. ¿Qué vamos a hacer? No sé cuánto tardarán mis padres en volver por nosotros.
Echaron un vistazo a la estación. La gente todavía los miraba, principalmente a causa de los alaridos incesantes de Hedwig.
—¿Acaso esa gente no tenía nada importante que hacer? —murmuró Ginny.
Harry y Ron se encogieron de hombros.
—A lo mejor tendríamos que ir al coche y esperar allí —dijo Harry—. Estamos llamando demasiado la aten…
—¡Harry! —dijo Ron, con los ojos refulgentes—. ¡El coche!
Los merodeadores miraban a Harry y a Ron muy emocionados.
—¿Acaso es lo que estamos pensando? —preguntaron los merodeadores.
—Porque si es así, déjenme decirle que es una gran idea —siguieron los gemelos Prewett.
Lily y Molly no creían que se atrevieran a usar el coche como transporte.
Sería muy peligroso, pensaban ambas pelirrojas.
—¿Qué pasa con él?
—¡Podemos llegar a Hogwarts volando!
—¡Ronald Weasley! —le gritó Molly a Ron—. ¡Eres un irresponsable! No sabes que puedes meter a tu padre en problemas.
El pelirrojo se sonrojó.
Mientras que los gemelos murmuraban orgullosos por lo bajo «sabíamos que había sido idea tuya, hermanito».
—Pero yo creía…
—Estamos en un apuro, ¿verdad? Y tenemos que llegar al colegio, ¿verdad? E incluso a los magos menores de edad se les permite hacer uso de la magia si se trata de una verdadera emergencia, sección decimonovena o algo así de la Restricción sobre Chismes…
—Es sorprendente que sepas de leyes —murmuró Arthur. Y Ron sonrió.
—¡Arthur! —advirtió Molly.
—Yo creo que si deberían usar, parece ser una emergencia en verdad —dijo Remus, y la profesora McGonagall, se le quedo mirando con los ojos muy abiertos.
—Señor Lupin, me sorprende, realmente me ha dejado muy sorprendida, y yo que creía que era el sensato del grupo —dijo McGonagall sin dejar de mirarlo.
James y Sirius soltaron unas carcajadas fuertes, haciendo que Crookshanks saltara espantado de las piernas de Remus.
El gato miró enojado a James y Sirius, para luego volverse a acomodar en el regazo del licántropo.
—Lunático el más sensato, sí, claro —dijo sarcásticamente James.
—No se deje llevar por esa cara de niña bueno, Minnie —continuó Sirius.
Para ese entonces Remus ya estaba muy sonrojado, porque ahora no solo sus amigos reían; los gemelos Weasley, los gemelos Prewett, Neville, Ginny, Harry, Ron, Luna también reían, hasta Hermione tenía una sonrisa en sus labios.
—Entonces Remus es tan sensata como Hermione —comentó Ron entre risas.
A Hermione se le borró la sonrisa. Porque ahora todos la miraban con curiosidad.
—Así que en lo sensata te pareces mucho a Lunático —dijo Sirius, mirando maliciosamente a Hermione y luego a su amigo.
Ambos son estudiosos, ambos son lo igual de “sensatos”, ya van dos cosas en que se parecen, pensaba Sirius.
Aun no se le quitaba de la cabeza que Hermione era la hija del futuro de su amigo, y hasta que no comprobara lo contrario no se iba a quedar tranquilo.
El pánico que sentía Harry se convirtió de repente en emoción.
—Eso es la sangre de merodeador —dijeron los merodeadores.
Snape rodo los ojos con aburrimiento.
—¿Sabes hacerlo volar?
—Por supuesto —dijo Ron, dirigiendo su carrito hacia la salida—. Venga, vamos, si nos damos prisa podremos seguir al expreso de Hogwarts.
Y abriéndose paso a través de la multitud de muggles curiosos, salieron de la estación y regresaron a la calle lateral donde habían aparcado el viejo Ford Anglia. Ron abrió el gran maletero con unos golpes de varita mágica. Metieron dentro los baúles, dejaron a Hedwig en el asiento de atrás y se acomodaron delante.
—¡Ronald! —lo regañó Molly.
—Estamos tan orgullos de ti, sobrinito —dijeron a coro Fabian y Gideon.
—¡Ustedes dos cierren la boca! —gritó Molly, y los dos se callaron, pero aun sonreían.
—Comprueba que no nos ve nadie —le pidió Ron, arrancando el coche con otro golpe de varita. Harry sacó la cabeza por la ventanilla; el tráfico retumbaba por la avenida que tenían delante, pero su calle estaba despejada.
—Vía libre —dijo Harry.
Ron pulsó un diminuto botón plateado que había en el salpicadero y el coche desapareció con ellos. Harry notaba el asiento vibrar debajo de él, oía el motor, sentía sus propias manos en las rodillas y las gafas en la nariz, pero, a juzgar por lo que veía, se había convertido en un par de ojos que flotaban a un metro del suelo en una lúgubre calle llena de coches aparcados.
Ambas madres —Lily y Molly— miraban con severidad a sus hijos respectivos, mientras que los padres —James y Arthur— estaban emocionados.
—¡En marcha! —dijo a su lado la voz de Ron.
Fue como si el pavimento y los sucios edificios que había a cada lado empezaran a caer y se perdieran de vista al ascender el coche; al cabo de unos segundos, tenían todo Londres bajo sus pies, impresionante y neblinoso.
—Debe haber sido un paisaje hermoso —comentó Luna soñadoramente, lo que causo que Ron sonriera.
Entonces se oyó un ligero estallido y reaparecieron el coche, Ron y Harry.
—Esa no es buena señal —dijo Andrómeda, mirando a Harry y a Ron.
—Lo sabemos —contestaron ambos, recordando que la gente los había visto y luego habían salido en el periódico para desgracia de ellos y alegría de Snape.
—¡Vaya! —dijo Ron, pulsando el botón del accionador de invisibilidad—. Se ha estropeado.
Los dos se pusieron a darle golpes. El coche desapareció, pero luego empezó a aparecer y desaparecer de forma intermitente.
—Darle de golpes al botón no lo arreglara —comentó Frank.
—¡Agárrate! —gritó Ron, y apretó el acelerador. Como una bala, penetraron en las nubes algodonosas y todo se volvió neblinoso y gris.
Hermione con el ceño ligeramente fruncido escuchaba cada detalle de la aventura de sus amigos en el coche volador.
—¿Y ahora qué? —preguntó Harry, pestañeando ante la masa compacta de nubes que los rodeaba por todos lados.
—Tendríamos que ver el tren para saber qué dirección seguir —dijo Ron.
—Vuelve a descender, rápido.
Descendieron por debajo de las nubes, y se asomaron mirando hacia abajo con los ojos entornados.
—¡Ya lo veo! —gritó Harry—. ¡Todo recto, por allí!
El expreso de Hogwarts corría debajo de ellos, parecido a una serpiente roja.
—¿Serpiente roja? —dijeron los merodeadores.
—No me agrada la descripción —agregó Sirius con desdén—. Serpiente y rojo combinan.
Andrómeda negó con la cabeza.
—Por primera vez estoy de acuerdo contigo Black —dijo Snape, con voz pausada.
Sirius hizo un gesto raro, y Remus sonrió.
—Derecho hacia el norte —dijo Ron, comprobando el indicador del salpicadero—. Bueno, tendremos que comprobarlo cada media hora más o menos. Agárrate —y volvieron a internarse en las nubes. Un minuto después, salían al resplandor de la luz solar.
Aquél era un mundo diferente. Las ruedas del coche rozaban el océano de esponjosas nubes y el cielo era una extensión inacabable de color azul intenso bajo un cegador sol blanco.
—Debió haber sido hermoso ese paisaje —dijo Hermione, quien ya no tenía el ceño fruncido.
—Lo era —respondieron Harry y Ron.
—Ahora sólo tenemos que preocuparnos de los aviones —dijo Ron.
—¿Aviones? ¿Qué es eso? —preguntaron los gemelos Prewett, antes que Arthur.
—Son un medio de transporte volador, que está hecho de hierro, los muggles lo usan para hacer viajes largos —explicó Hermione.
Todos los sangre pura, quedaron sorprendidos por la explicación.
Se miraron el uno al otro y rieron. Tardaron mucho en poder parar de reír.
Era como si hubieran entrado en un sueño maravilloso. Aquélla, pensó Harry, era seguramente la manera ideal de viajar: pasando copos de nubes que parecían de nieve, en un coche inundado de luz solar cálida y luminosa, con una gran bolsa de caramelos en la guantera e imaginando las caras de envidia que pondrían Fred y George cuando aterrizaran con suavidad en la amplia explanada de césped delante del castillo de Hogwarts.
—¡Oye! —se quejaron los gemelos.
—Nosotros no somos envidiosos —dijo Fred.
—Nos ofendes —continuó George.
—Lo lamento —se disculpó Harry.
—Además —habló Neville—, creo que su aterrizaje no especialmente con suavidad.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntaron Lily y Molly.
—Gracias Neville —dijeron irónicamente Harry y Ron.
—Bueno, lo que Neville quiso decir es que, el aterrizaje fue un poco difícil —contestó Hermione, pero al ver la cara de las pelirrojas, agregó—: pero Harry y Ron estuvieron a salvo.
Comprobaban regularmente el rumbo del tren a medida que avanzaban hacia el norte, y cada vez que bajaban por debajo de las nubes veían un paisaje diferente. Londres quedó atrás enseguida y fue reemplazado por campos verdes que dieron paso a brezales de color púrpura, a aldeas con diminutas iglesias en miniatura y a una gran ciudad animada por coches que parecían hormigas de variados colores.
Por ese paisaje tan bonito, me arrepiento de no haber ido con ellos ese día, pensaba Hermione.
Sin embargo, después de varias horas sin sobresaltos, Harry tenía que admitir que parte de la diversión se había esfumado. Los caramelos les habían dado una sed tremenda y no tenían nada que beber.
—Pues un Aguamenti les hubiera sido muy útil —dijo James.
—No podíamos usar magia fuera de Hogwarts —explicó Harry.
Sirius no pudo evitar reír.
—Viajar en un coche volador hasta Hogwarts está rompiendo como más de 50 reglas y aun les preocupaba usar un simple hechizo —dijo Remus, y por segunda vez McGonagall se sorprendió de la respuesta del chico, al igual que Hermione, que lo miró fijamente.
Remus se sonrojó al descubrir la mirada de la chica.
Harry y Ron se habían despojado de sus jerséis, pero al primero se le pegaba la camiseta al respaldo del asiento y a cada momento las gafas le resbalaban hasta la punta de la nariz empapada de sudor. Había dejado de maravillarse con las sorprendentes formas de las nubes y se acordaba todo el tiempo del tren que circulaba miles de metros más abajo, donde se podía comprar zumo de calabaza muy frío del carrito que llevaba una bruja gordita. ¿Por qué motivo no habrían podido entrar en el andén nueve y tres cuartos?
—Eso me parece muy extraño, pero como dijo Dumbledore, tal vez tenga vez con ese elfo, Dobby —dijo toscamente Moody.
—No puede quedar muy lejos ya, ¿verdad? —dijo Ron, con la voz ronca, horas más tarde, cuando el sol se hundía en el lecho de nubes, tiñéndolas de un rosa intenso—. ¿Listo para otra comprobación del tren?
Éste continuaba debajo de ellos, abriéndose camino por una montaña coronada de nieve. Se veía mucho más oscuro bajo el dosel de nubes.
—¿Sobrino a qué hora empezara la parte interesante? —preguntó Gideon a Ron. Pero este no tuvo tiempo de contestar porque Fabian hablo antes.
—Sí, ¿a qué hora comienza la acción?
Ron no respondió. Y Pansy siguió leyendo.
Ron apretó el acelerador y volvieron a ascender, pero al hacerlo, el motor empezó a chirriar.
Lily y Molly palidecieron.
—¡Oh, por Merlín! —susurraron.
Harry y Ron se intercambiaron miradas nerviosas.
—Seguramente es porque está cansado —dijo Ron—, nunca había hecho un viaje tan largo…
—Estoy confundido, ¿era un coche o un hipogrifo? —preguntó Sirius.
—Bueno, básicamente cuando un mago hechiza un objeto, le traspasa un poco de su energía, o sea un poco de vida, muy poca, claro, lo que se puede considerar que si se cansa —explicó Hermione.
Todos quedaron muy sorprendidos por su explicación. Harry, Ron, Dumbledore, McGonagall y Remus sonreían a la chica.
—Eres… —empezó Sirius, pero mejor se quedó callado.
—… una sabelotodo —completó Draco. El rubio tenía una sonrisa de suficiencia en los labios.
—Sí, ese es el término correcto —aceptó Sirius.
Hermione miró seria a Sirius y a Draco.
Y ambos hicieron como que no se daban cuenta de que el chirrido se hacía más intenso al tiempo que el cielo se oscurecía (Ese comportamiento fue muy inmaduro, dijo Percy). Las estrellas iban apareciendo en el firmamento. Se hacía de noche. Harry volvió a ponerse el jersey, tratando de no dar importancia al hecho de que los limpiaparabrisas se movían despacio, como en protesta.
—Ya queda poco —dijo Ron, dirigiéndose más al coche que a Harry—, ya queda muy poco —repitió, dando unas palmadas en el salpicadero con aire preocupado. Cuando, un poco más adelante, volvieron a descender por debajo de las nubes, tuvieron que aguzar la vista en busca de algo que pudieran reconocer.
Lily y Molly tenían un mal presentimiento.
—Creo que si Hermione hubiera ido con nosotros, todo hubiera sido más fácil —reconoció Harry, y Ron asintió.
Ese comentario causo el sonrojo de la castaña.
Remus veía a una Hermione ruborizada.
Se le ve hermosa sonrojada, pensaba el licántropo.
Pero la voz de Sirius lo saco de sus pensamientos.
—… que tiene que ver el sauce boxeador con todo esto.
Claro, seguramente chocaron con el sauce boxeador, pensaba Remus a la vez que miraba fijamente a un pelinegro y a un pelirrojo.
—¡Allí! —gritó Harry de forma que Ron y Hedwig dieron un bote—. ¡Allí delante mismo!
En lo alto del acantilado que se elevaba sobre el lago, las numerosas torres y atalayas del castillo de Hogwarts se recortaban contra el oscuro horizonte.
—¡Gracias a Merlín! —dijo Molly.
Mientras que Lily suspiraba con alivio.
Pero el coche había empezado a dar sacudidas y a perder velocidad.
—Eso no es bueno —comentó Ted.
—¡Vamos! —dijo Ron para animar al coche, dando una ligera sacudida al volante—. ¡Venga, que ya llegamos!
El motor chirriaba. Del capó empezaron a salir delgados chorros de vapor. Harry se agarró muy fuerte al asiento cuando se orientaron hacia el lago.
El coche osciló de manera preocupante. Mirando por la ventanilla, Harry vio la superficie calma, negra y cristalina del agua, un par de kilómetros por debajo de ellos. Ron aferraba con tanta fuerza el volante, que se le ponían blancos los nudillos de las manos. El coche volvió a tambalearse.
Para ese entonces todos estaban muy preocupados por Harry y Ron. Claro, Lucius y Snape.
Los rostros de Lily y Molly estaban tan pálidos que parecían cera.
—¡Vamos! —dijo Ron.
Sobrevolaban el lago. El castillo estaba justo delante de ellos. Ron apretó el pedal a fondo.
—No debiste hacer eso —dijo Arthur también muy preocupado.
Oyeron un estruendo metálico, seguido de un chisporroteo, y el motor se paró completamente.
—¡Oh! —exclamó Ron, en medio del silencio.
El morro del coche se inclinó irremediablemente hacia abajo. Caían, cada vez más rápido, directos contra el sólido muro del castillo.
—¡NO! —exclamaron Lily, Molly y McGonagall.
—¡Noooooo! —gritó Ron, girando el volante; esquivaron el muro por unos centímetros cuando el coche viró describiendo un pronunciado arco y planeó sobre los invernaderos y luego sobre la huerta y el oscuro césped, perdiendo altura sin cesar.
Ron soltó el volante y se sacó del bolsillo de atrás la varita mágica.
—¡ALTO! ¡ALTO! —gritó, dando unos golpes en el salpicadero y el parabrisas, pero todavía estaban cayendo en picado, y el suelo se precipitaba contra ellos…
—¿En serio, Weasley? ¿Creíste que con solo decir «¡ALTO!» frenarías la caída? —preguntó Draco.
—Solo tenía doce años, hurón —contestó Ron, con las mejillas ruborizadas.
—¡CUIDADO CON EL ÁRBOL! —gritó Harry, cogiendo el volante, pero era demasiado tarde.
¡¡PAF!!
—No me gusta esos “¡¡PAF!!” —dijo Lily.
—Ni a nosotros —dijeron los merodeadores.
—Ahora comprendo el título del capítulo —dijo Frank—. Díganme que el sauce boxeador no les hizo nada.
Eso puso mucho más nervioso a todos.
—Bueno, no mucho —respondieron Harry y Ron a la vez.
Con gran estruendo, chocaron contra el grueso tronco del árbol y se dieron un gran batacazo en el suelo. Del abollado capó salió más humo; Hedwig daba chillidos de terror; a Harry le había salido un doloroso chichón del tamaño de una bola de golf en la cabeza, al golpearse contra el parabrisas; y, a su lado, Ron emitía un gemido ahogado de desesperación.
Lily se sentía muy mal, porque se decía que si ella hubiera estado viva, nada de eso le hubiera ocurrido a su hijo.
—A parte de los golpes que se dieron, ¿Qué más les paso? —preguntó James.
—Nada… más —respondió Harry, no muy convincente.
—Creo que viajar en un coche volador ya no parece tan divertido —murmuró Sirius.
—Estoy de acuerdo contigo —apoyó Remus.
—¿Estás bien? —le preguntó Harry inmediatamente.
—¡Mi varita mágica! —dijo Ron con voz temblorosa—. ¡Mira mi varita!
Se había partido prácticamente en dos pedazos, y la punta oscilaba, sujeta sólo por unas pocas astillas.
—Vaya suerte que tenían —dijo Charlie.
—Que se haya roto mi varita tuvo sus beneficios —susurró Ron a Harry y Hermione, al recordar lo que le paso a Lockhart.
Harry abrió la boca para decir que estaba seguro de que podrían recomponerla en el colegio, pero no llegó a decir nada. En aquel mismo momento, algo golpeó contra su lado del coche con la fuerza de un toro que les embistiera y arrojó a Harry sobre Ron, al mismo tiempo que el techo del coche recibía otro golpe igualmente fuerte.
—El sauce —murmuraron Lily y Molly, la segunda dando suaves masajes a su vientre porque sentía que sus bebés se movían.
—¿Qué ha pasado?
Ron ahogó un grito al mirar por el parabrisas, y Harry sacó la cabeza por la ventanilla en el preciso momento en que una rama, gruesa como una serpiente pitón, golpeaba en el coche destrozándolo. El árbol contra el que habían chocado les atacaba. El tronco se había inclinado casi el doble de lo que estaba antes, y azotaba con sus nudosas ramas pesadas como el plomo cada centímetro del coche que tenía a su alcance.
Remus se sintió culpable, porque sabía que si no fuera por él, entonces ese sauce no estaría plantado allí.
—Si tantos problemas le causaba ese árbol, no me explico porque aun lo tienen ahí, que beneficios trae —dijo Lucius con malicia.
Ese comentario no ayudo a que Remus se sintiera mejor, es más lo llevo contra el suelo.
James y Sirius iban a responder cuando una voz decida habló.
—Ese árbol tiene muchos beneficios, señor Malfoy —respondió Hermione, al ver que la mirada de Remus se llenó de culpa. Y ella no permitiría que su esposo se sintiera culpable de algo que él no pidió ser.
Remus la miró con agradecimiento. Pero luego se preguntó cuales serian los beneficios que le proporcionaba el sauce a Hermione.
—Estamos de acuerdo con la castaña —apoyaron James y Sirius.
—Así, ¿y cuáles serían esos beneficios? —preguntó Lucius.
—Padre, en serio quieres escuchar la respuesta de Granger —dijo Draco fingiendo molestia—. Porque te prevengo que hasta que Granger te explique todos los beneficios nos podría llevar días.
Harry, Hermione y Ron sabían que Draco no lo dijo por molestar, sino por proteger el secreto de Remus, puesto que los únicos que sabían de ese pequeño problema  a parte de ellos, eran James y Sirius.
Hermione en agradecimiento le sonrió ligeramente al rubio, este solo asintió.
—¡Aaaaag! —gritó Ron, cuando una rama retorcida golpeó en su puerta produciendo otra gran abolladura; el parabrisas tembló entonces bajo una lluvia de golpes de ramitas, y una rama gruesa como un ariete aporreó con tal furia el techo, que pareció que éste se hundía.
—Tienen que escapar —murmuraba Molly.
—¡Escapemos! —gritó Ron, empujando la puerta con toda su fuerza, pero inmediatamente el salvaje latigazo de otra rama lo arrojó hacia atrás, contra el regazo de Harry.
—¡Estamos perdidos! —gimió, viendo combarse el techo.
—No deberían ser tan pesimistas —dijo Bill.
De repente el suelo del coche comenzó a vibrar: el motor se ponía de nuevo en funcionamiento.
—No lo puedo creer que el coche está funcionando por si solo —comentó Percy.
Lily y Molly casi se ponían a llorar de emoción.
—¡Marcha atrás! —gritó Harry, y el coche salió disparado. El árbol aún trataba de golpearles, y pudieron oír crujir sus raíces cuando, en un intento de arremeter contra el coche que escapaba, casi se arranca del suelo.
—Por poco —dijo Ron jadeando—. ¡Así se hace, coche!
Varios suspiraron aliviados.
El coche, sin embargo, había agotado sus fuerzas. Con dos golpes secos, las puertas se abrieron y Harry sintió que su asiento se inclinaba hacia un lado y de pronto se encontró sentado en el húmedo césped (Increíble, el coche los echo, dijo muy sorprendido Neville). Unos ruidos sordos le indicaron que el coche estaba expulsando el equipaje del maletero; la jaula de Hedwig salió volando por los aires y se abrió de golpe, y la lechuza salió emitiendo un fuerte chillido de enojo y voló apresuradamente y sin parar en dirección al castillo. A continuación, el coche, abollado y echando humo, se perdió en la oscuridad, emitiendo un ruido sordo y con las luces de atrás encendidas como en un gesto de enfado.
—¡Vuelve! —le gritó Ron, blandiendo la varita rota—. ¡Mi padre me matará!
—Yo que tú, ron me preocuparía más por mamá —dijo Charlie.
—No te preocupes Ron no lo haré —dijo Arthur, y Ron le sonrió a su padre.
—¡Arthur! —lo regañó Molly—. Pues si tú no lo regañas, entonces lo haré yo.
—De eso estoy muy seguro —dijo por lo bajo el pelirrojo.
Pero el coche desapareció de la vista con un último bufido del tubo de escape.
—¿Es posible que tengamos esta suerte? —preguntó Ron embargado por la tristeza (Sí, créeme, llevo mucho tiempo preguntándome lo mismo, dijo Hermione) mientras se inclinaba para recoger a Scabbers, la rata (Ojala y el sauce hubiera matado a la traidora rata, murmuró Ron)—. De todos los árboles con los que podíamos haber chocado, tuvimos que dar contra el único que devuelve los golpes.
—En verdad tienen  mala suerte —dijeron los gemelos Prewett.
—Y eso que recién es su segundo curso —dijeron los gemelos Weasley mirando al trío de oro.
Se volvió para mirar el viejo árbol, que todavía agitaba sus ramas pavorosamente.
—Vamos —dijo Harry, cansado—. Lo mejor que podemos hacer es ir al colegio.
No era la llegada triunfal que habían imaginado. Con el cuerpo agarrotado, frío y magullado, cada uno cogió su baúl por la anilla del extremo, y los arrastraron por la ladera cubierta de césped, hacia arriba, donde les esperaban las inmensas puertas de roble de la entrada principal.
Lily y Molly suspiraron con alivio.
—Lo bueno es que ya están a salvo —susurró Lily.
—Me parece que ya ha comenzado el banquete —dijo Ron (Se nota que es un Weasley, dijeron los gemelos Prewett), dejando su baúl al principio de los escalones y acercándose sigilosamente para echar un vistazo a través de una ventana iluminada—. ¡Eh, Harry, ven a ver esto… es la Selección!
—Lo único malo es que no pudimos ver la selección de Ginny —comentó Ron y Harry asintió.
—Sí, pude darme cuenta de eso —ironizó Ginny.
Harry se acercó a toda prisa, y juntos contemplaron el Gran Comedor.
Sobre cuatro mesas abarrotadas de gente, se mantenían en el aire innumerables velas, haciendo brillar los platos y las copas. Encima de las cabezas, el techo encantado que siempre reflejaba el cielo exterior estaba cuajado de estrellas.
A través de la confusión de los sombreros negros y puntiagudos de Hogwarts, Harry vio una larga hilera de alumnos de primer curso que, con caras asustadas, iban entrando en el comedor (Yo no estaba asustada, alegó Ginny). Ginny estaba entre ellos; era fácil de distinguir por el color intenso de su pelo, que revelaba su pertenencia a la familia Weasley (Ya le tenías echado el ojo desde entonces, dijo Sirius, sonriendo con burla. Harry y Ginny se sonrojaron). Mientras tanto, la profesora McGonagall, una bruja con gafas y con el pelo recogido en un apretado moño, ponía el famoso Sombrero Seleccionador de Hogwarts sobre un taburete, delante de los recién llegados.
Cada año, este sombrero viejo, remendado, raído y sucio, distribuía a los nuevos estudiantes en cada una de las cuatro casas de Hogwarts: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Harry se acordaba bien de cuando se lo había puesto, un año antes, y había esperado muy quieto la decisión que el sombrero pronunció en voz alta en su oído. Durante unos escasos y horribles segundos, había temido que lo fuera a destinar a Slytherin, la casa que había dado más magos y brujas tenebrosos que ninguna otra (No todos los Slytherin son magos y brujas tenebrosas, defendió Andrómeda), pero había acabado en Gryffindor, con Ron, Hermione y el resto de los Weasley. En el último trimestre, Harry y Ron habían contribuido a que Gryffindor ganara el campeonato de las casas, venciendo a Slytherin por primera vez en siete años.
—Porque tienen que recordarnos que las serpientes ganaron durante siete años —dijo Sirius, borrando toda expresión de alegría de su rostro.
Habían llamado a un chaval muy pequeño, de pelo castaño, para que se pusiera el sombrero (Era Colin, ¿verdad?, dijo Hermione y Harry asintió). Harry desvió la mirada hacia el profesor Dumbledore, el director, que se hallaba contemplando la Selección desde la mesa de los profesores, con su larga barba plateada y sus gafas de media luna brillando a la luz de las velas. Varios asientos más allá, Harry vio a Gilderoy Lockhart, vestido con una túnica color aguamarina (Los merodeadores, los gemelos Prewett, y todos los que recibieron clases de Lockhart pusieron mala cara). Y al final estaba Hagrid, grande y peludo, apurando su copa.
El guardabosques se sonrojó al escuchar eso último.
—Espera… —dijo Harry a Ron en voz baja—. Hay una silla vacía en la mesa de los profesores. ¿Dónde está Snape?
—Detrás de nosotros —susurró Ron a su amigo pelinegro.
Severus Snape era el profesor que menos le gustaba a Harry. Y Harry resultó ser el alumno que menos le gustaba a Snape, que daba clase de Pociones y era cruel, sarcástico y sentía aversión por todos los alumnos que no fueran de Slytherin, la casa a la que pertenecía.
—Lo describen tal y como es —susurró Sirius a sus amigos, los cuales asintieron.
—¡A lo mejor está enfermo! —dijo Ron, esperanzado.
—¡Ronald! Nunca se le desea mal a nadie —lo regañó Molly.
—¡Quizá se haya ido —dijo Harry—, porque tampoco esta vez ha conseguido el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras!
James y Sirius tenían ganas de decir algo para molestar a Snape, pero no podían porque le habían prometido no molestarlo porque en el primer libro había ayudado a Harry.
—O quizá lo han echado —dijo Ron con entusiasmo—. Como todo el mundo lo odia…
—O tal vez —dijo una voz glacial detrás de ellos— quiera averiguar por qué no habéis llegado vosotros dos en el tren escolar.
—No volteen tienen al diablo detrás de ustedes —dijeron los gemelos Prewett.
Fred y George rieron quedamente.
Harry se dio media vuelta. Allí estaba Severus Snape, con su túnica negra ondeando a la fría brisa. Era un hombre delgado de piel cetrina, nariz ganchuda y pelo negro y grasiento que le llegaba hasta los hombros, y en aquel momento sonreía de tal modo que Ron y Harry comprendieron inmediatamente que se habían metido en un buen lío.
—Sí que se habían metido en un buen lio —dijo Charlie, recordando cuando Snape le daba clases, el profesor nunca trataba bien a un Gryffindor.
—Seguidme —dijo Snape.
Sin atreverse a mirarse el uno al otro, Harry y Ron siguieron a Snape escaleras arriba hasta el gran vestíbulo iluminado con antorchas, donde las palabras producían eco. Un delicioso olor de comida flotaba en el Gran Comedor, pero Snape los alejó de la calidez y la luz y los condujo abajo por la estrecha escalera de piedra que llevaba a las mazmorras.
—¡Adentro! —dijo, abriendo una puerta que se encontraba a mitad del frío corredor, y señalando su interior.
—Me imagino que sería como entrar a la boca del lobo —dijo Ted.
Ese comentario incomodo un poco a Remus. Hermione y los otros dos merodeadores miraron con aprensión a Ted.
—Querrás decir a la boca de la serpiente —corrigió Ron, tratando de cambiar el tema acerca del lobo, puesto que tanto él como Hermione, James, Sirius, Harry, Luna, Neville y sus hermanos se habían dado cuenta de la incomodidad de Lupin.
Entraron temblando en el despacho de Snape. Los sombríos muros estaban cubiertos por estantes con grandes tarros de cristal, dentro de los cuales flotaban cosas verdaderamente asquerosas, cuyo nombre en aquel momento a Harry no le interesaba en absoluto. La chimenea estaba apagada y vacía (Que acogedor, murmuró Fred). Snape cerró la puerta y se volvió hacia ellos.
—Así que —dijo con voz melosa— el tren no es un medio de transporte digno para el famoso Harry Potter y su fiel compañero Weasley. Queríais hacer una llegada a lo grande, ¿eh, muchachos?
—No lo hicieron por eso —replicaron James y Arthur a la vez, a lo que Snape solo rodó los ojos.
—No, señor, fue la barrera en la estación de Kings Cross lo que…
—¡Silencio! —dijo Snape con frialdad—. ¿Qué habéis hecho con el coche?
Ron tragó saliva. No era la primera vez que a Harry le daba la impresión de que Snape era capaz de leer el pensamiento (Y podía hacerlo, murmuró Hermione). Pero enseguida comprendió, cuando Snape desplegó un ejemplar de El Profeta Vespertino de aquel mismo día.
—Os han visto —les dijo enfadado, enseñándoles el titular:

«MUGGLES» DESCONCERTADOS
POR UN FORD ANGLIA VOLADOR

Lily y Molly miraron con seriedad a sus respectivos hijos, los cuales hacían todo lo posible por evitar chocar con sus miradas.
Y comenzó a leer en voz alta:
—«En Londres, dos muggles están convencidos de haber visto un coche viejo sobrevolando la torre del edificio de Correos (...) al mediodía en Norfolk, la señora Hetty Bayliss, al tender la ropa (...) y el señor Angus Fleet, de Peebles, informaron a la policía, etcétera.» En total, seis o siete muggles. Tengo entendido que tu padre trabaja en el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles —dijo, mirando a Ron y sonriendo de manera aún más desagradable—. Vaya, vaya…, su propio hijo…
—Ese es un golpe bajo —dijo Lily, parecía un poco seria.
—Mi hijo no lo hizo a propósito, solo requería de un medio de transporte —defendió Arthur a su hijo. Y esas palabras hicieron sentir bien a Ron.
Harry sintió como si una de las ramas más grandes del árbol furioso le acabara de golpear en el estómago. Si alguien averiguara que el señor Weasley había encantado el coche… No se le había ocurrido pensar en eso…
—Pues antes de hacer algo indebido deberían pensar bien las consecuencias —dijo McGonagall.
Los dos chicos asintieron.
—He percibido, en mi examen del parque, que un ejemplar muy valioso de sauce boxeador parece haber sufrido daños considerables —prosiguió Snape.
—Como si en verdad le importara el sauce —dijo Charlie.
—Ese árbol nos ha hecho más daño a nosotros que nosotros a… —se le escapó a Ron.
—Buena respuesta, Ronnie —felicitaron Fred y George.
—Sí, porque se tiene que ser lo suficientemente valiente para contestarle así al profesor Snape —comentó Luna, con una sonrisa dibujada en sus labios.
—¡Silencio! —interrumpió de nuevo Snape—. Por desgracia, vosotros no pertenecéis a mi casa, y la decisión de expulsaros no me corresponde a mí. Voy a buscar a las personas a quienes compete esa grata decisión. Esperad aquí.
—A veces te comportas como un idiota, Severus —dijo Lily—. Como profesor te correspondía escuchar la versión de la historia de los chicos.
Snape abrió la boca para responder, pero luego cerro la boca sin decir ni media palabra.
—No te enojes, Lily —dijo James, llamando la atención de muchos, puesto que todos esperaban que el pelinegro insultara a Snape—. Tal vez luego te podría enseñar la manera de vengarte de él —susurró, y la pelirroja asintió y le dio un ligero beso en los labios a su novio.
Ron y Harry se miraron, palideciendo. Harry ya no sentía hambre, sino un tremendo mareo. Trató de no mirar hacia el estante que había detrás del escritorio de Snape, donde en un gran tarro con líquido verde flotaba una cosa muy larga y delgada. Si Snape había ido en busca de la profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, su situación no iba a mejorar mucho. Ella podía ser mejor que Snape, pero era muy estricta.
—Yo que ustedes preferiría una acromántula —dijo Sirius y James y Remus sonrieron.
La profesora McGonagall lo miró con severidad, a Ron le provoco un escalofrío, y Hagrid sintió tristeza al recordar a Aragog.
Diez minutos después, Snape volvió, y se confirmó que era la profesora McGonagall quien lo acompañaba. Harry había visto en varias ocasiones a la profesora McGonagall enfadada, pero, o bien había olvidado lo tensos que podía poner los labios, o es que nunca la había visto tan enfadada. Ella levantó su varita al entrar. Harry y Ron se estremecieron (No los lastimaría, dijo McGonagall), pero ella simplemente apuntaba hacia la chimenea, donde las llamas empezaron a brotar al instante.
—Sentaos —dijo ella, y los dos se retiraron a dos sillas que había al lado del fuego—. Explicaos —añadió. Sus gafas brillaban inquietantemente.
—Minnie si les dará la oportunidad de explicarse —dijeron los merodeadores.
—Dejen de llamarme “Minnie” —los regañó la profesora.
—Pero nosotros la llamamos así de cariño —rebatió James, con cara de niño bueno. La profesora solo negó con la cabeza.
Ron comenzó a narrar toda la historia, empezando por la barrera de la estación, que no les había dejado pasar.
—… así que no teníamos otra opción, profesora, no pudimos coger el tren.
—¿Y por qué no enviasteis una carta por medio de una lechuza? Imagino que tenéis alguna lechuza —dijo fríamente la profesora McGonagall a Harry.
—Esa hubiera sido la mejor solución —dijo Molly.
—Y no se hubieran metido en problemas —continuó Lily.
—Sí, pero no se nos ocurrió —contestaron Harry y Ron al unisonó.
Harry se quedó mirándola con la boca abierta. Ahora que la profesora lo mencionaba, parecía obvio que aquello era lo que tenían que haber hecho.
—No-no lo pensé…
—Eso —observó la profesora McGonagall— es evidente.
Llamaron a la puerta del despacho y Snape la abrió, más contento que unas pascuas (Una mala señal, murmuró Hermione). Era el director, el profesor Dumbledore.
—Entonces no creo que les haya ido tan mal —puntualizó James, pero Lily le dedico una mirada de seriedad, indicándole que se callara.
Harry tenía todo el cuerpo agarrotado. La expresión de Dumbledore era de una severidad inusitada. Miró de tal forma a los dos alumnos que tenía debajo de su gran nariz aguileña, que en aquel momento Harry habría preferido estar con Ron recibiendo los golpes del sauce boxeador.
—Yo también pensaba lo mismo —confesó Ron.
Hubo un prolongado silencio, tras el cual Dumbledore dijo:
—Por favor, explicadme por qué lo habéis hecho.
Habría sido preferible que hubiera gritado. A Harry le pareció horrible el tono decepcionado que había en su voz (Sabemos lo que se siente, dijeron los gemelos Prewett). No sabía por qué, pero no podía mirar a Dumbledore a los ojos, y habló con la mirada clavada en sus rodillas. Se lo contó todo a Dumbledore, salvo lo de que el señor Weasley era el propietario del coche encantado (Arthur miró con agradecimiento a Harry), simulando que Ron y él se habían encontrado un coche volador a la salida de la estación. Supuso que Dumbledore les interrogaría inmediatamente al respecto, pero Dumbledore no preguntó nada sobre el coche (Yo creo que Dumbledore ya sabía a quién le pertenecía el coche, susurró Sirius y sus amigos asintieron). Cuando Harry acabó, el director simplemente siguió mirándolos a través de sus gafas.
—Iremos a recoger nuestras cosas —dijo Ron en un tono de voz desesperado.
—¿Qué quieres decir, Weasley? —bramó la profesora McGonagall.
—Bueno, nos van a expulsar, ¿no? —dijo Ron.
—No creo que Minnie ni Dumbledore los expulse —apuntó James.
—Señor Potter —ambos Potter miraron a la profesora—, Potter padre —recalcó—, a usted también se lo advierto no me llame “Minnie”, o si no me veré obligada a bajarle puntos a Gryffindor.
—Pero se los décimos de cariño, ¿verdad? —James busco el apoyo de sus amigos, los cuales asintieron.
McGonagall se sacó los lentes y se apretó el puente de la nariz cansinamente.
Harry miró a Dumbledore.
—Hoy no, señor Weasley —dijo Dumbledore—. Pero quiero dejar claro que lo que habéis hecho es muy grave. Esta noche escribiré a vuestras familias. He de advertiros también que si volvéis a hacer algo parecido, no tendré más remedio que expulsaros.
—¡¿Qué?! —exclamaron los merodeadores y los gemelos Prewett.
—Oye, tú, Parkinson, ¿verdad? —preguntó Sirius, la pelinegra asintió con seriedad—, ¿estás segura que has leído bien?
—Por supuesto que sí —contestó Pansy, con ira contenida—. Y si no estás seguro, porque mejor no le preguntas a Potter o a Weasley, ellos deben de saberlo mejor que nosotros.
—Todos miraban a Harry y a Ron.
—Parkinson ha leído bien, esas fueron exactamente las palabras del profesor Dumbledore —afirmó Harry.
—Y por eso durante todo el curso nos comportamos muy bien —agregó Ron. Harry, Hermione, Ginny, Luna, Fred, George y Percy miraron al pelirrojo.
—Sí, claro, se portaron muy bien —ironizaron los gemelos Weasley.
Después de unos segundos de silencio, Parkinson siguió leyendo.
Por la expresión de Snape, parecía como si sólo se hubieran suprimido las Navidades. Se aclaró la garganta y dijo:
—Profesor Dumbledore, estos muchachos han transgredido el decreto para la restricción de la magia en menores de edad, han causado daños graves a un árbol muy antiguo y valioso… Creo que actos de esta naturaleza…
—A ti no te corresponde ponerles un castigo, Severus —dijo una enojada Lily—, la única que puede hacerlo es la profesora McGonagall.
—Estamos de acuerdo contigo, pelirroja —apoyó Sirius.
—Por supuesto —concluyeron James y Remus.
—Corresponderá a la profesora McGonagall imponer el castigo a estos muchachos, Severus (Los merodeadores sonrieron, mientras Snape solo ponía cara de aburrimiento) —dijo Dumbledore con tranquilidad—. Pertenecen a su casa y están por tanto bajo su responsabilidad —se volvió hacia la profesora McGonagall—. Tengo que regresar al banquete, Minerva, he de comunicarles unas cuantas cosas. Vamos, Severus, hay una tarta de crema que tiene muy buena pinta y quiero probarla.
Algunos soltaron unas risitas antes las ocurrencias del director.
Al salir del despacho, Snape dirigió a Ron y Harry una mirada envenenada. Se quedaron con la profesora McGonagall, que todavía los miraba como un águila enfurecida.
—Lo mejor será que vayas a la enfermería, Weasley, estás sangrando.
—¡¿Qué?! —exclamó Molly, y se puso repentinamente pálida.
—No fue nada —tranquilizó el pelirrojo.
—No es nada —dijo Ron, frotándose enseguida con la manga la herida que tenía en la ceja—. Profesora, quisiera ver la selección de mi hermana.
—Oh, que tierno, Ron, aunque eso no te quita lo idiota —dijo Ginny, sonriendo a su hermano.
—Gracias… oye, yo no soy idiota —le reclamó cuando se dio cuenta del insulto, Ginny rió.
—La Ceremonia de Selección ya ha concluido —dijo la profesora McGonagall—. Tu hermana está también en Gryffindor.
—Eso era de esperarse, todos los Weasley van a Gryffindor —comentó Bill.
—¡Bien! —dijo Ron.
—Y hablando de Gryffindor… —empezó a decir severamente la profesora McGonagall.
Pero Harry la interrumpió.
—¿Qué tú qué? —preguntó James.
—No cabe duda que tiene sangre merodeadora —dijeron Sirius y Remus.
—Ya lo creo —murmuró Hermione.
—Profesora, cuando nosotros cogimos el coche, el curso aún no había comenzado, así que, en realidad, a Gryffindor no habría que quitarle puntos, ¿no? —dijo, mirándola con temor.
—Sabias palabras —felicitaron los merodeadores y los gemelos Prewett.
—Escorias —murmuró Lucius, mirando con asco a los leones.
La profesora McGonagall le dirigió una mirada penetrante, pero Harry estaba seguro de que había estado a punto de sonreír. Tenía los labios menos tensos, eso era evidente.
—No quitaremos puntos a Gryffindor —dijo ella, y Harry se sintió muy aliviado—. Pero vosotros dos seréis castigados.
—Eso es justo —dijeron Lily y Molly.
Eso era menos malo de lo que Harry se había temido. En cuanto a que Dumbledore escribiera a los Dursley, le daba lo mismo. Harry sabía perfectamente que los Dursley lamentarían que el sauce boxeador no lo hubiera aplastado.
—Aunque me duela reconocerlo, que Harry sea aplastado por el sauce, les encantaría a Petunia y su flamante esposo —dijo una Lily apenada.
La profesora McGonagall volvió a levantar su varita y apuntó con ella al escritorio de Snape. Sonó un ¡plop! y apareció un gran plato de emparedados, dos copas de plata y una jarra de zumo frío de calabaza.
—Comeréis aquí y luego os iréis directamente al dormitorio —indicó—. Yo también tengo que volver al banquete.
Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Ron profirió un silbido bajo y prolongado.
—Creí que no nos salvábamos —dijo, cogiendo un emparedado.
—Y yo también —contestó Harry, haciendo lo mismo.
—Pero ¿cómo es posible que tengamos tan mala suerte? (Ustedes tres siempre tienen mala suerte, dijeron los gemelos Weasley, incluyendo a Hermione, quien se sonrojó) —dijo Ron con la boca llena de jamón y pollo—. Fred y George deben de haber volado en ese coche cinco o seis veces y nunca los ha visto ningún muggle (¿Han volado ese coche, cinco o seis veces?, preguntó una enojada Molly. A lo que los gemelos dijeron: «Ron miente») —tragó y volvió a dar otro bocado—. ¿Y por qué no pudimos atravesar la barrera?
Harry se encogió de hombros.
—Tendremos que andarnos con mucho cuidado de ahora en adelante —dijo, tomando un refrescante trago de zumo de calabaza—. Si al menos hubiéramos podido subir al banquete…
—Pues seguramente Minnie no quería que hicieran ningún alarde de su entrada triunfal —dijo Sirius, con burla.
—Ella no quería que hiciéramos ningún alarde (Sirius sonrió ante las respuesta casi similares) —dijo Ron inteligentemente—. No quiere que nadie llegue a pensar que está bien eso de llegar volando en un coche.
—Exacto —dijo McGonagall, porque lo que hicieron fue muy peligroso.
—Ya lo sabemos —contestaron Harry y Ron.
Cuando hubieron comido todos los emparedados que podían (en el plato iban apareciendo más, conforme los engullían), se levantaron y salieron del despacho, y tomaron el camino que llevaba a la torre de Gryffindor. El castillo estaba en calma, parecía que el banquete había concluido. Pasaron por delante de retratos parlantes y armaduras que chirriaban, y subieron por las escaleras de piedra hasta que llegaron finalmente al corredor donde, oculta detrás de una pintura al óleo que representaba a una mujer gorda vestida con un vestido de seda rosa, estaba la entrada secreta a la torre de Gryffindor.
—Ya no tan secreta —dijo Charlie.
—Pero no importa aún les falta la contraseña —dijo Percy.
—La contraseña —exigió ella, al verlos acercarse.
—Esto… —dijo Harry.
No conocían la contraseña del nuevo curso, porque aún no habían visto a ningún prefecto, pero casi al instante les llegó la ayuda; detrás de ellos oyeron unos pasos veloces y al volverse vieron a Hermione que corría a ayudarles.
—O más bien a regañarnos —dijo Ron, y Harry asintió.
Hermione los miró enojada.
—Les dije la contraseña —dijo la castaña, un poco ofendida.
—¡Estáis aquí! ¿Dónde os habíais metido? Corren los rumores más absurdos… Alguien decía que os habían expulsado por haber tenido un accidente con un coche volador.
—Bueno, no los han expulsado —dijo James.
—Bueno, no nos han expulsado —le garantizó Harry.
—Iguales, se nota que son padre e hijo —comentó Ted. Y Harry y James se miraron y sonrieron.
—¿Quieres decir que habéis venido hasta aquí volando? —preguntó Hermione, en un tono de voz casi tan duro como el de la profesora McGonagall.
—Ahórrate el sermón —dijo Ron impaciente— y dinos cuál es la nueva contraseña.
—Es «somormujo» —dijo Hermione deprisa—, pero ésa no es la cuestión…
No pudo terminar lo que estaba diciendo, sin embargo, porque el retrato de la señora gorda se abrió y se oyó una repentina salva de aplausos (Creo que deberías de aprender algo, Hermione —dijo Remus, y la chica lo miró como hipnotizada—, primero debes darles el sermón y luego la contraseña. Te lo digo por experiencia propia. Hermione le sonrió y contestó: «Lo tendré en cuenta»). Al parecer, en la casa de Gryffindor todos estaban despiertos y abarrotaban la sala circular común, de pie sobre las mesas revueltas y las mullidas butacas, esperando a que ellos llegaran. Unos cuantos brazos aparecieron por el hueco de la puerta secreta para tirar de Ron y Harry hacia dentro, y Hermione entró detrás de ellos.
—¡Formidable! —gritó Lee Jordan—. ¡Soberbio! ¡Qué llegada! Habéis volado en un coche hasta el sauce boxeador. ¡La gente hablará de esta proeza durante años!
—Ese chico me cae bien —comentó Sirius.
—¡Bravo! —dijo un estudiante de quinto curso con quien Harry no había hablado nunca.
Alguien le daba palmadas en la espalda como si acabara de ganar una maratón. Fred y George se abrieron camino hasta la primera fila de la multitud y dijeron al mismo tiempo:
—¿Por qué no nos llamasteis?
—Nunca entenderé como hacen para hablar al mismo tiempo —comentó una sorprendida Alice.
—Sí, pero lo importante es que parece que los gemelos parecen estar celosos de su hermano menor —dijo Frank, mirando a los gemelos con una sonrisita de suficiencia.
—No estábamos celosos —se defendieron Fred y George, hablando a la mismo tiempo.
Ron estaba azorado y sonreía sin saber qué decir. Harry se fijó en alguien que no estaba en absoluto contento. Al otro lado de la multitud de emocionados estudiantes de primero, vio a Percy que trataba de acercarse para reñirles (Deben de escapar cuanto antes, porque sino será el cuento de nunca acabar con los regaños de Percito, dijeron los gemelos Weasley. Percy puso mala cara al escuchar como lo llamaban sus hermanos). Harry le dio a Ron con el codo en las costillas y señaló a Percy con la cabeza. Inmediatamente, Ron entendió lo que le quería decir.
—Tenemos que subir…, estamos algo cansados —dijo, y los dos se abrieron paso hacia la puerta que había al otro lado de la estancia, que daba a una escalera de caracol y a los dormitorios.
—Buenas noches —dijo Harry a Hermione, volviéndose. Ella tenía la misma cara de enojo que Percy.
—Porque Percy y Hermione son los únicos sensatos en Gryffindor —alegó Molly.
—Percy tal vez sea sensato, pero Hermione —dijo Ron—, si recuerdan que ella siempre para con nosotros y eso la hace romper las reglas.
Hermione miró muy asombrada a Ron.
—Pues las pocas veces que rompí las reglas fue por una causa noble —se defendió la castaña.
—Sí, igual que Lunático, porque cuando él rompe las reglas también son por “causas nobles” —ironizó Sirius.
Remus se sonrojó.
Consiguieron alcanzar el otro extremo de la sala común, recibiendo palmadas en la espalda, y al fin llegaron a la tranquilidad de la escalera. La subieron deprisa, derechos hasta el final, hasta la puerta de su antiguo dormitorio, que ahora lucía un letrero que indicaba «Segundo curso». Penetraron en la estancia que ya conocían; tenía forma circular, con sus cinco camas adoseladas con terciopelo rojo y sus ventanas elevadas y estrechas. Les habían subido los baúles y los habían dejado a los pies de sus camas respectivas.
Ron sonrió a Harry con una expresión de culpabilidad.
—Sé que no tendría que haber disfrutado de este recibimiento, pero la verdad es que…
—Vamos, Ron —dijo Harry—, ambos disfrutamos de ese recibimiento.
El pelirrojo sonrió.
Es igual que el padre, pensaba Snape de Harry.
La puerta del dormitorio se abrió y entraron los demás chicos del segundo curso de la casa Gryffindor: Seamus Finnigan, Dean Thomas y Neville Longbottom.
—¡Increíble! —dijo Seamus sonriendo.
—¡Formidable! —dijo Dean.
—¡Alucinante! —dijo Neville, sobrecogido.
Harry no pudo evitarlo. Él también sonrió.
—Cómo evitarlo —dijo James a su hijo.
—Aquí termina el capítulo —comunicó Pansy.
—Bien, muchas gracias, señorita Parkinson —dijo Dumbledore—. Este es el último capítulo por hoy. Ahora cenaremos y luego nos iremos cada uno a descansar.
Al instante apareció Kreacher con la cena para todos.
—Buenas noches, señora —saludó Kreacher, cuando vio a la castaña.
La chica le sonrió.
—Hola, Kreacher —dijo amablemente.
Sirius quedo totalmente sorprendido al escuchar que Kreacher trataba con respeto a Hermione —que es una hija de muggles—. Sirius miró a sus amigos.
—¿Escucharon que Kreacher le hablo con respeto a la castaña? —preguntó el animago.
James y Remus asintieron.
—Es extraño —comentó Remus.
Kreacher hizo aparecer la cena, que fue colocando sobre las mesas. Crookshanks bajo del regazo de Remus y siguió al elfo. Y el elfo al darse cuenta de que el gato lo seguía, hizo aparecer comida también para él.
Los merodeadores miraban aún más sorprendidos al elfo.
La cena fue amena para todos, Lily y Molly conversaban con Hermione, preguntándoles cosas de sus hijos, y esta respondía, pero de vez en cuando miraba de reojo a Remus, cosa que paso de desapercibido para Sirius y James.
Por otro lado Remus también miraba a Hermione. No sabía que era lo que le sucedía con la castaña, porque por más que intentara concentrarse en las bromas de sus amigos, siempre terminaba mirando a Hermione —ambos se miraban, pero cada quien miraba cuando el otro estaba entretenido en sus pensamientos— pero una vez sus miradas se encontraron, se sonrieron, y un sonrojo les tiñó las mejillas.

Luego de cenar, la castaña abrió su bolsa de cuentas y de ahí saco unos libros.
Los merodeadores la quedaron mirando fijamente.
—Hermione, no me digas que piensas estudiar ahora, digo, se supone que ahora nos iríamos a descansar… —dijo Ron mirando los libros con aprensión.
—Sí, Hermione, ¿Por qué has traído tus libros aquí? —preguntó Harry.
La castaña hizo una mueca de disgusto.
—Estos no son mis libros —contestó, pero sus amigos la miraron confundidos—, son sus libros, me tome el trabajo de traérselos, para que así pudieran estudiar, yo ya sabía que lo olvidarían, o se harían lo que se olvidaban —corrigió.
Ron estaba con la boca abierta y Harry abría y cerraba la boca queriendo responder, pero no le salían las palabras.
—Pero Hermione, no podremos estudiar y a la vez leer los libros del futuro o del presente para nosotros —se quejó Ron.
—Ron tiene razón, Hermi —apoyó Harry.
Ginny y Luna reían de la expresión de sus novios.
—¿Estudiar? —susurró James.
—Esa castaña está loca, a qué hora quieren que estudien —también susurró Sirius.
—No está loca —la defendió Remus—, ustedes también deberían estudiar —les dijo.
—Yo igual creo que está loca —dijo Sirius.
Hermione los miró seria a James y a Sirius.
—Saben que los estoy escuchando, ¿verdad? —preguntó, pero no les dio tiempo a responder—, y no estoy loca Sirius, que tú seas un irresponsable eso no quiere decir que yo permita que Harry y Ron lo sean. Ah, muchas gracias por defenderme, Remus —agregó con voz amable la castaña mirando a su esposo, después le dedico una sonrisa.
Remus se sonrojó.
—No tienes por qué agradecerme solo estaba diciendo la verdad —contestó el licántropo.
Hermione le volvió a sonreír.
Luego se volvió a sus amigos y le dijo:
—Pueden estudiar después de cada cena, recuerden que estamos en nuestro último año… y que hayamos participado en una guerra, no significa que lo sepamos todo —respondió en un susurró, adivinando la réplica de sus amigos.
—Pero… —comenzaron un pelinegro y un pelirrojo.
—No discutan —les regañaron Lily y Molly al unisonó a sus hijos.
—Hermione tiene razón están en su último año, y deberían estudiar —dijo Lily.
—Por supuesto, deberían agradecerle a Hermione por preocuparse tanto por ustedes dos —agregó Molly, mientras los gemelos se reían.
—De acuerdo —dijeron Harry y Ron resignados.
Lily y Molly empezaron a hacerle plática nuevamente a Hermione, preguntándole si sus hijos siempre eran así de flojillos.
—¿Ella siempre es así de mandona? —preguntó Sirius.
Harry y Ron voltearon a mirarla y suspiraron.
—Siempre —respondieron al unisonó.
—Creo que es más estudiosa que Lily y Remus juntos —dijo pensativo James.
—Sí, y yo nunca creí conocer a alguien más estudiosos que ese par —dijo el ojigris—, ¿en serio como la aguantan? —preguntó.
—¡Sirius! —lo regañó Remus.
Harry y Ron compartieron una mirada cómplice al notar como Remus defendía a su amiga.
—No ha sido fácil, al principio a mí me desesperaba, hasta que me di cuenta… —paró de golpe al saber lo que iba a confesar—, digo, pero luego de casi ocho años, te acostumbras a su carácter, ¿verdad? —el pelirrojo busco el apoyo de su amigo.
Harry asintió.
—¿Qué ibas a decir antes, Ron? —preguntó Sirius.
—¿Yo? Nada —contestó este, un poco nervioso.
—¿Nada? Si ibas a decir algo, ¿verdad, Lunático? —dijo James.
—Sí, parecía que ibas a decir algo antes de parar de hablar de golpe —dijo Remus.
—No, en verdad no iba a decir nada —dijo Ron.
Remus no se puede enterrar de lo tan enamorado que estaba antes de Hermione, pensaba Ron.

Después de unos minutos más la sala se fue vaciando, porque todos se iban a sus respectivas habitaciones a descansar.
Los Weasley, los Longbottom, los Tonks y los gemelos Prewett ya se habían retirado, y ahora los Malfoy, Snape, y Parkinson también se retiraban. Draco y Pansy con asentimiento de cabeza dieron las buenas noches a los Gryffindor, y ellos correspondieron con el mismo gesto.
—Creo que ya me voy a dormir, me siento un poco cansada —dijo Hermione, Harry, Ron, Ginny y Luna la miraron con preocupación.
—¿Te sientes mal? —preguntó Harry.
La chica negó con la cabeza.
—Solo estoy cansada —contestó—. Buenas noches —se despidió de todos, y al momento de pasar por el lado de los merodeadores, Remus pudo sentir nuevamente ese olor a vainilla de Hermione, un olor que lo incitaba a acercarse más a ella, pero se controló.
Harry y Ron quisieron seguirla, pero Ginny, Luna y Hagrid se le adelantaron.
—Nosotras iremos con ella —dijeron la pelirroja y la rubia.
—Y yo también, recuerden que vine para cuidarla —dijo el semi-gigante, alcanzando a las chicas.
Crookshanks también fue tras ellos, pero antes de irse paso por el lado de Remus y Sirius ronroneando y dando cabezazos por las piernas de ambos.
—Ese gato me adora —dijo Sirius con arrogancia—, como todos.
James, Remus, Lily, Harry y Ron rieron.
—Pues también adora a Remus, porque si no lo recuerdas se la pasó casi todo el día en su regazo.
Sirius frunció el ceño, y todos volvieron a reír.

5 comentarios:

  1. me encanto, estaba esperando la actualizacion, me encanta que Remus defienda tanto a Hermione, son tan linda pareja, espero que puedas actualizar pronto, esta muy buena la historia.

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  2. Te seguía en Potterfics y me llevé un señor disgusto cuando la quitaron de ahí. Pero ahora te sigo aquí y dejame decirte que esta historia es genial porque se desmarca de todas las de su género. No solo leen los libros, sino que nos deleitas con la personalidad de cada uno, sus relaciones, etc. Y además me encantan Remus y Hermy juntos. Gracias por actualizar y seguirla, esperaré el siguiente con ansias.
    Que tengas un bonito día

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  3. Hola, me alegró mucho ver que actualizaste. Gran capítulo, me gusta muchísimo la forma en la que estás llevando la relación de Remus y Hermione, esos sonrojos, miradas y sonrisas que se dan... los dos son muy tiernos. En fin, gracias por una nueva actualización y estaré pendiente de alguna próxima.
    Saludos, AuLingWood.

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  4. Porfis actualiza pronto, estoy muy ansiosa por saber que pasara en el siguiente capitulo, me encanta esta historia

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    1. Sorry, que aun no haya podido actualizar, pero mañana o a más tardar pasado mañana subo el próximo capítulo
      Saludos

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