martes, 2 de diciembre de 2014

Primer Libro: Harry Potter y la Piedra Filosofal - Capítulo 12: El espejo de Oesed



Al día siguiente muy temprano, algunas personas ya se encontraban levantadas y sentadas en sus respectivos lugares, mientras que otras como James y Sirius aun dormían plácidamente, y Remus como siempre trataba de despertarlos. Después de un Aguamenti a cada uno logro despertarlos. Luego de que James y Sirius ya estuvieran presentables, se reunieron con Remus y se empezaban a dirigir al centro de la sala, pero antes se encontraron frente a frente con un rubio de ojos grises. Los merodeadores miraban al rubio como esperando algún insulto o comentario sarcástico. Pero no fue así.
—¡Vaya! —exclamó sorprendido Draco—. Es como estar frente al Potter de mi época, pero con distinto color de ojos y sin cicatriz —dijo mirando cada rasgo de James—. Y también la compañía ha cambiado —ahora miró a Sirius y Remus—, porque en vez de estar acompañado de la comadreja y la sabelotodo, tienes la compañía de Lupin y de mi tío Sirius —el aludido se sorprendido al escuchar que lo llamaban tío.
James sonrió ligeramente y Remus solo miró al rubio.
—Yo no soy tu tío —rebatió el animago.
—Pues según lo que yo sé, es que eres el primo de mi madre, así que eso te hace mi tío —dicho esto último el rubio siguió con su camino, pero antes les sonrió un poco divertido a los merodeadores. Acto que no era muy común en él.
Pasaron unos minutos y los merodeadores aún seguían parados en el mismo lugar donde los había dejado Draco.
—¿Qué les pasa? —dijo Lily acercándose a los tres chicos.
James al ver a su novia la abrazo por la cintura y le di un casto beso en los labios, Lily le sonrió a su novio, pero aún espera la respuesta.
—Nada —contestó Sirius, extrañamente serio.
—¿Nada? —preguntó la pelirroja—, pues para no tener nada, estás muy serio, y eso no es común en ti Sirius.
—En realidad todo es por… —empezó Remus, pero fue interrumpido por el chico de anteojos.
—… Draco Malfoy, el sobrino de… —James no terminó lo que iba a decir porque Sirius le dirigió una mirada nada amigable.
—¿Malfoy te estuvo molestando? —preguntó Lily a Sirius.
Sirius demoro unos segundos en contestar.
—No lo sé —fue la respuesta del animago, que luego se empezó a dirigir a su respectivo lugar.
Lily miró a los otros dos merodeadores esperando una respuesta satisfactoria, pero estos solo se encogieron de hombros.
Luego los tres también se fueron a sus lugares habituales.
Cuando ya todos estaban reunidos, el desayuno fue servido. Demoraron unos veinte minutos desayunando, y al parecer Sirius al sentir su estómago lleno se puso de mejor humor, que hasta reía de las ocurrencias de los gemelos Weasley.
Los rastros del desayuno desaparecieron, y Dumbledore se aclaró la garganta, llamando la atención de todos los presentes.
—¿Quién quiere empezar a leer hoy día? —preguntó amablemente el director.
—Yo leeré —dijo Arthur Weasley.
El libro llego a sus manos, y Arthur demoro un par de segundos buscando la página en donde se habían quedado la noche anterior.
“El espejo de Oesed” —leyó el pelirrojo mayor.
—¿Oesed? —preguntó Sirius.
—Deseo —dijo Remus, y sus amigos y algunas personas más miraron al licántropo—, Oesed, significa Deseo, solo que esta al revés, o sea que es “El espejo de Deseo” —explicó.
Todos asintieron ante la explicación de Lupin.
Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts se descubrió cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente congelado y los gemelos Weasley fueron castigados por hechizar varias bolas de nieve para que siguieran a Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su turbante (Molly miró seria a sus dos hijos, mientras que los merodeadores, los gemelos Prewett, Frank, Ted y hasta Neville reían de la broma de los gemelos). Las pocas lechuzas que habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el correo tuvieron que quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra vez.
Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras que la sala común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían las chimeneas encendidas, los pasillos, llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados, y un viento cruel golpeaba las ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las clases del profesor Snape, abajo en las mazmorras, en donde la respiración subía como niebla y los hacía mantenerse lo más cerca posible de sus calderos calientes.
—Y ese es otro de los motivos por lo que agradezco a Merlín no haberme enviado a Slytherin —susurró Sirius a sus amigos.
—Además no te hubiera quedado bien el verde —dijo un divertido James, a lo que los otros dos merodeadores sonrieron.
—Me da mucha lástima —dijo Draco Malfoy, en una de las clases de Pociones— toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en Hogwarts, porque no los quieren en sus casas.
Lucius sonrió con arrogancia y orgullo por el comentario acido de su futuro hijo.
—El hurón siempre con sus comentarios tontos —dijo Fred, a lo que Draco solo hizo un gesto de incomodidad.
Mientras hablaba, miraba en dirección a Harry (Los merodeadores y Lily miraron con ira al rubio). Crabbe y Goyle lanzaron risitas burlonas. Harry, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no les hizo caso. Después del partido de quidditch, Malfoy se había vuelto más desagradable que nunca. Disgustado por la derrota de Slytherin, había tratado de hacer que todos se rieran diciendo que un sapo con una gran boca podía reemplazar a Harry como buscador. Pero entonces se dio cuenta de que nadie lo encontraba gracioso, porque estaban muy impresionados por la forma en que Harry se había mantenido en su escoba. Así que Malfoy; celoso y enfadado, había vuelto a fastidiar a Harry por no tener una familia apropiada.
—Es mejor tener unos padres que murieron para protegerlo que tener unos padres que son unos mortífagos —dijo Sirius.
James y Lily sonrieron agradecidos a Sirius.
Draco solo miró serió a Sirius porque sabía que en parte era cierto lo que había dicho el animago.
—No somos mortífagos —dijo Narcisa Malfoy a su primo.
—Quizás tú no, pero tu marido si que lo es —rebatió el animago, a lo que la rubia se quedó callada.
Era verdad que Harry no iría a Privet Drive para las fiestas. La profesora McGonagall había pasado la semana antes, haciendo una lista de los alumnos que iban a quedarse allí para Navidad, y Harry puso su nombre de inmediato (Igual que yo, dijo Sirius). Y no se sentía triste, ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su vida. Ron y sus hermanos también se quedaban, porque el señor y la señora Weasley se marchaban a Rumania, a visitar a Charles.
Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones, encontraron un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies aparecían por debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba detrás de él.
—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Ron, metiendo la cabeza entre las ramas.
—No, va todo bien. Gracias, Ron.
—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de Malfoy llegó desde atrás (Mi voz no es gangosa, aclaró el rubio)—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Weasley? Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts… Esa choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.
El señor Weasley dejo de leer, para mirar a chico rubio, este solo miró para otro lado.
—No podría estar más de acuerdo contigo, Draco —dijo Lucius dirigiendo una sonrisa burlona a Arthur.
Los chicos Weasley iban a responderle al rubio mayor, pero su madre solo negó con la cabeza, y les susurro que no le hicieran caso. Luego le dirigió una mirada a su esposa para que continuara leyendo.
Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de las escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.
—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran cabeza peluda por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia.
—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid —dijo Snape con voz amable—. Cinco puntos menos para Gryffindor; Weasley, y agradece que no sean más. Y ahora marchaos todos.
—Y al rubio porque no le bajaste puntos también, Quijicus —exclamó James, a lo que el aludido futuro profesor no respondió.
Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.
—Voy a atraparlo —dijo Ron, sacando los dientes ante la espalda de Malfoy—. Uno de estos días lo atraparé…
—Los detesto a los dos —añadió Harry—. A Malfoy y a Snape.
—No eres el único —dijo James—, me refiero a Quijicus —aclaro—, del rubio aún no sé qué pensar de él.
Draco dirigió una mirada extraña a James.
—Como que no sabes que pensar de él, está claro que es igual al padre —dijo Sirius.
—Yo no estaría muy seguro —susurró Remus, aunque sus dos amigos no lograron escucharlo.
—Vamos, arriba el ánimo, ya es casi Navidad —dijo Hagrid—. Os voy a decir qué haremos: venid conmigo al Gran Comedor; está precioso.
Así que los tres siguieron a Hagrid y su abeto hasta el Gran Comedor, donde la profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo colgaban de las paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos por el lugar, algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de velas.
—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones? —preguntó Hagrid.
—Sólo uno —respondió Hermione—. Y eso me recuerda… Harry, Ron, nos queda media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca.
—«Ir a la biblioteca», esa es la clásica frase de Hermione —comentó George.
—También es frase favorita de mí amigo Lunático —contó Sirius—, y también de la pelirroja —agregó, al ver la cara de su amigo.
—Sí, claro, tienes razón —dijo Ron, obligándose a apartar la vista del profesor Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su varita, para ponerlas en las ramas del árbol nuevo.
—¿La biblioteca? —preguntó Hagrid, acompañándolos hasta la puerta—. ¿Justo antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis?
Los gemelos Prewett asintieron estado de acuerdo.
—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Harry—. Desde que mencionaste a Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.
McGonagall parecía impresionada.
Esos tres chicos parecían muy curiosos, insistentes y sobre todo muy tercos, pensaba la profesora de Transformaciones.
—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme… Ya os lo dije… No os metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro.
—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel, eso es todo —dijo Hermione.
—Es un poco obstinada, ¿no? —dijo Remus.
—Uff. Y tú eres el que mejor sabe acerca de la obstinación de Hermione —dijo Fred, sonriendo.
Lupin lo miró confundido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Pues que en el futuro ustedes dos son muy amigos —trato de arreglar George—, por eso mi gemelo dijo que tú conocías muy bien la obstinación de Hermione.
Remus asintió, mientras que Sirius sonreía por la explicación del pelirrojo, pero no le creí ni una sola palabra.
—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió Harry—. Ya hemos buscado en miles de libros y no hemos podido encontrar nada… Si nos das una pista… Yo sé que leí su nombre en algún lado.
—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza.
McGonagall sonrió al saber que Hagrid no apoyaba la curiosidad de los chicos.
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo Ron. Dejaron a Hagrid malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca.
Habían estado buscando el nombre de Flamel desde que a Hagrid se le escapó, porque ¿de qué otra manera podían averiguar lo que quería robar Snape? (Severus no creía que él quería robarse ese paquete que escondía el perro de tres cabezas, por muy valioso que fuera) El problema era la dificultad de buscar; sin saber qué podía haber hecho Flamel para figurar en un libro. No estaba en Grandes magos del siglo XX, ni en Notables nombres de la magia de nuestro tiempo; tampoco figuraba en Importantes descubrimientos en la magia moderna ni en Un estudio del reciente desarrollo de la hechicería (Es lógico que Nicolás no apareciera en uno de esos libros, comentó Dumbledore, sorprendiendo a todos los presentes del pasado). Y además, por supuesto, estaba el tamaño de la biblioteca, miles y miles de libros, miles de estantes, cientos de estrechas filas…
—Parece un trabajo muy difícil y cansado —comentó Ted, a lo que los demás asintieron estando de acuerdo.
Hermione sacó una lista de títulos y temas que había decidido investigar; mientras Ron se paseaba entre una fila de libros y los sacaba al azar. Harry se acercó a la Sección Prohibida (McGonagall puso mala cara al escuchar eso último). Se había preguntado si Flamel no estaría allí. Pero por desgracia, hacía falta un permiso especial, firmado por un profesor, para mirar alguno de los libros de aquella sección, y sabía que no iba a conseguirlo. Allí estaban los libros con la poderosa Magia del Lado Oscuro, que nunca se enseñaba en Hogwarts y que sólo leían los alumnos mayores, que estudiaban cursos avanzados de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Qué estás buscando, muchacho?
—Nada —respondió Harry.
—Mala respuesta —dijeron los merodeadores—, sospechara de inmediato —agregó Sirius.
—Y lo echaran —terminó James.
—¿Y ustedes como saben eso? —preguntó Lily.
—Tenemos experiencia —contestó Sirius sonriendo.
La señora Pince, la bibliotecaria, empuñó un plumero ante su cara.
—Entonces, mejor que te vayas. ¡Vamos, fuera!
—Lo que dije. Lo echo —dijo James.
Harry salió de la biblioteca, deseando haber sido más rápido en inventarse algo. Él, Ron y Hermione se habían puesto de acuerdo en que era mejor no consultar a la señora Pince sobre Flamel. Estaban seguros de que ella podría decírselo, pero no podían arriesgarse a que Snape se enterara de lo que estaban buscando.
—Yo tampoco me arriesgaría —dijo Frank.
Harry los esperó en el pasillo, para ver si los otros habían encontrado algo, pero no tenía muchas esperanzas. Después de todo, buscaban sólo desde hacía quince días y en los pocos momentos libres, así que no era raro que no encontraran nada. Lo que realmente necesitaban era una buena investigación, sin la señora Pince pegada a sus nucas.
Cinco minutos más tarde, Ron y Hermione aparecieron negando con la cabeza. Se marcharon a almorzar.
—Vais a seguir buscando cuando yo no esté, ¿verdad? —dijo Hermione—. Si encontráis algo, enviadme una lechuza.
—Esa castaña no tiene remedio —dijo Sirius, medio en broma.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Remus.
—Pues porque los quiere tener en las vacaciones buscando cosas en vez de dejarlos divertirse —contestó el animago.
Remus y Lily solo negaron con la cabeza.
—Y tú podrás preguntarle a tus padres si saben quién es Flamel —dijo Ron—. Preguntarle a ellos no tendrá riesgos.
—Ningún riesgo, ya que ambos son dentistas —respondió Hermione.
—Como que Ron se olvidó de ese pequeño detalle —dijo Charlie bromeando.
—Ron a veces es muy despistado —comentó Bill.

Cuando comenzaron las vacaciones, Ron y Harry tuvieron mucho tiempo para pensar en Flamel. Tenían el dormitorio para ellos y la sala común estaba mucho más vacía que de costumbre, así que podían elegir los mejores sillones frente al fuego. Se quedaban comiendo todo lo que podían pinchar en un tenedor de tostar (pan, buñuelos, melcochas) y planeaban formas de hacer que expulsaran a Malfoy, muy divertidas, pero imposibles de llevar a cabo.
—No si nosotros estamos de su lado —dijo Sirius.
James y Remus rieron.
—Bien dicho, Canuto —lo felicitó James.
Ron también comenzó a enseñar a Harry a jugar al ajedrez mágico. Era igual que el de los muggles, salvo que las piezas estaban vivas, lo que lo hacía muy parecido a dirigir un ejército en una batalla. El juego de Ron era muy antiguo y estaba gastado. Como todo lo que tenía, había pertenecido a alguien de su familia, en este caso a su abuelo. Sin embargo, las piezas de ajedrez viejas no eran una desventaja. Ron las conocía tan bien que nunca tenía problemas en hacerles hacer lo que quería.
—Ron siempre ha sido el mejor jugando ajedrez —comentó Percy.
Molly y Arthur sonrieron orgullosos de su hijo.
Harry jugó con el ajedrez que Seamus Finnigan le había prestado, y las piezas no confiaron en él. Él todavía no era muy buen jugador, y las piezas le daban distintos consejos y lo confundían, diciendo, por ejemplo: «No me envíes a mí. ¿No ves el caballo? Muévelo a él, podemos permitirnos perderlo».
En la víspera de Navidad, Harry se fue a la cama, deseoso de que llegara el día siguiente, pensando en toda la diversión y comida que lo aguardaban, pero sin esperar ningún regalo (No te preocupes, en el futuro lo llenaremos de regalos, le susurró James a Lily, a lo que ella le besó la mejilla). Cuando al día siguiente se despertó temprano, lo primero que vio fue unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
—¡Feliz Navidad! —lo saludó medio dormido Ron, mientras Harry saltaba de la cama y se ponía la bata.
—Para ti también —contestó Harry—. ¡Mira esto! ¡Me han enviado regalos!
—¿Qué esperabas, nabos? —dijo Ron, volviéndose hacia sus propios paquetes, que eran más numerosos que los de Harry.
—Ron siempre y su tacto al hablar —comentó Bill.
Harry cogió el paquete que estaba más arriba. Estaba envuelto en papel de embalar y tenía escrito: «Para Harry de Hagrid». Contenía una flauta de madera, toscamente trabajada. Era evidente que Hagrid la había hecho. Harry sopló y la flauta emitió un sonido parecido al canto de la lechuza.
El segundo, muy pequeño, contenía una nota.
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De tío Vernon y tía Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de cincuenta peniques.
—Vaya, que detalle, que considerados —murmuró Lily sarcásticamente.
James abrazo a su novia para calmarla, al verla tan seria.
—Qué detalle —comentó Harry.
Ron estaba fascinado con los cincuenta peniques.
—¡Qué raro! —dijo— ¡Qué forma! ¿Esto es dinero?
—Ese comentario me recuerda a ti querido —dijo Molly a su esposo, quien se sonrojó.
—Puedes quedarte con ella —dijo Harry, riendo ante el placer de Ron—. Hagrid, mis tíos… ¿Quién me ha enviado éste?
—Creo que sé de quién es ése —dijo Ron, algo rojo y señalando un paquete deforme—. Mi madre. Le dije que creías que nadie te regalaría nada y… oh, no —gruñó—, te ha hecho un jersey Weasley.
Harry abrió el paquete y encontró un jersey tejido a mano, grueso y color verde esmeralda, y una gran caja de pastel de chocolate casero.
—Muchas gracias, Molly —dijeron al unisonó James y Lily.
—De nada —contestó una apenada Molly, sonriendo a la pareja.
—También tenemos que agradecerle a Hagrid por ser tan amable con Harry —recordó Lily.
James asintió.
—Cada año nos teje un jersey —dijo Ron, desenvolviendo su paquete— y el mío siempre es rojo oscuro.
—Es muy amable de parte de tu madre —dijo Harry probando el pastel, que era delicioso.
—Pues si es mamá quien lo hizo, claro que tenía que estar delicioso —dijeron Fred y George.
El siguiente regalo también tenía golosinas, una gran caja de ranas de chocolate, de parte de Hermione.
Le quedaba el último. Harry lo cogió y notó que era muy ligero. Lo desenvolvió.
Algo fluido y de color gris plateado se deslizó hacia el suelo y se quedó brillando.
—No puede ser. Tiene la capa —exclamó James.
—La pregunta sería quien se la dio —dijo Remus.
—Oh, la capa, cuantas buenas bromas hicimos gracias a esa capa —recordó Sirius.
—Lo que nosotros hubiéramos podido hacer con una capa como esa —se lamentaron los gemelos Prewett.
Ron bufó.
—Había oído hablar de esto —dijo con voz ronca, dejando caer la caja de grageas de todos los sabores, regalo de Hermione—. Si es lo que pienso, es algo verdaderamente raro y valioso.
—¿Qué es?
Harry cogió el género brillante y plateado. El tocarlo producía una sensación extraña, como si fuera agua convertida en tejido.
—Es una capa invisible —dijo Ron, con una expresión de temor reverencial—. Estoy seguro… Pruébatela.
Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó un grito.
—¡Lo es! ¡Mira abajo!
Harry se miró los pies, pero ya no estaban. Se dirigió al espejo. Efectivamente: su reflejo lo miraba, pero sólo su cabeza suspendida en el aire, porque su cuerpo era totalmente invisible. Se puso la capa sobre la cabeza y su imagen desapareció por completo.
—Ahora podrá hacer lo que quiera en Hogwarts —dijo Sirius.
—Podría hacer grandes bromas —James estaba muy emocionado de que su hijo tuviera su capa.
—Lo único que le haría falta para ser libre, sería el mapa del merodeador —dijo Remus por lo bajo, pero los gemelos Weasley lo lograron oír y sonrieron al recordar que ellos le dieron el mapa a Harry.
—¡Hay una nota! —dijo de pronto Ron—. ¡Ha caído una nota!
Harry se quitó la capa y cogió la nota. La caligrafía, fina y llena de curvas, era desconocida para él. Decía:

Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te sea devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.

No tenía firma. Harry contempló la nota. Ron admiraba la capa.
—Es obvio que fue el profesor Dumbledore quien le dio la capa —dijo Lily.
—¿Por qué tenía mi capa, Dumbledore? —preguntó James.
—No lo sé, señor Potter, aún no ha pasado. Pero tal vez en algún momento me la presto —contestó amablemente el director.
—Yo daría cualquier cosa por tener una —dijo— Lo que sea. ¿Qué te sucede?
—Nada —dijo Harry. Se sentía muy extraño. ¿Quién le había enviado la capa? ¿Realmente había pertenecido a su padre?
—Claro que me pertenece —dijo James—, y le perteneció a mi papá, a mi abuelo, a mi bisabuelo, y así a estado pasando de generación en generación —aclaró.
—Hay algo que no entiendo —dijo Moody mirando a James.
—¿Qué? —preguntó McGonagall.
—Ese tipo de capas no suelen durar mucho años, pero al parecer su capa si —dijo Moody al pelinegro.
—Es que mi capa es especial —fue la simple respuesta de James.
A Moody no le satisfació esa respuesta, pero ya no objeto nada más.
Antes de que pudiera decir o pensar algo, la puerta del dormitorio se abrió de golpe y Fred y George Weasley entraron. Harry escondió rápidamente la capa. No se sentía con ganas de compartirla con nadie más.
Los gemelos pusieron cara de ofendidos, pero luego se meraron y sonrieron.
—¡Feliz Navidad!
—¡Eh, mira! ¡A Harry también le han regalado un jersey Weasley!
Fred y George llevaban jerséis azules, uno con una gran letra F y el otro con la G.
—El de Harry es mejor que el nuestro —dijo Fred cogiendo el jersey de Harry—. Es evidente que se esmera más cuando no es para la familia.
—Eso es mentira —exclamó Molly.
—Solo era una broma, mamá —dijeron los gemelos, sonriendo al ver la cara ligeramente sonrojada de su madre.
—No les hagas caso, madre —aconsejó Percy.
—¿Por qué no te has puesto el tuyo, Ron? —quiso saber George—. Vamos, pruébatelo, son bonitos y abrigan.
—Detesto el rojo oscuro —se quejó Ron, mientras se lo pasaba por la cabeza.
—No tenéis la inicial en los vuestros —observó George—. Supongo que ella piensa que no os vais a olvidar de vuestros nombres. Pero nosotros no somos estúpidos… Sabemos muy bien que nos llamamos Gred y Feorge.
Fred y George rieron seguidos de sus hermanos, los merodeadores, Lily, los gemelos Prewett, Neville y sus padres, junto con los Tonks. Dumbledore también reía de las ocurrencias de los gemelos, y McGongll sonreía ligeramente.
—¿Qué es todo ese ruido?
Percy Weasley asomó la cabeza a través de la puerta, con aire de desaprobación. Era evidente que había ido desenvolviendo sus regalos por el camino, porque también tenía un jersey bajo el brazo, que Fred vio.
—¡P de prefecto! Pruébatelo, Percy, vamos, todos nos lo hemos puesto, hasta Harry tiene uno.
—Yo… no… quiero —dijo Percy, con firmeza, mientras los gemelos le metían el jersey por la cabeza, tirándole las gafas al suelo.
Percy se sonrojo.
—Y hoy no te sentarás con los prefectos —dijo George—. La Navidad es para pasarla en familia.
—George tiene razón la Navidad es para pasarla en familia; aunque la mía no era muy amorosa, por eso ya la pasaba con la familia de Cornamenta —contó Sirius.
Cogieron a Percy y se lo llevaron de la habitación, con los brazos sujetos por el jersey.
Bill y Charlie se rieron de Percy por la forma en que los gemelos se lo llevaron.

Harry no había celebrado en su vida una comida de Navidad como aquélla. Un centenar de pavos asados, montañas de patatas cocidas y asadas, soperas llenas de guisantes con mantequilla, recipientes de plata con una grasa riquísima y salsa de moras, y muchos huevos sorpresa esparcidos por todas las mesas. Estos fantásticos huevos no tenían nada que ver con los flojos artículos de los muggles, que Dudley habitualmente compraba, ni con juguetitos de plástico ni gorritos de papel. Harry tiró uno al suelo y no sólo hizo ¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y los envolvió en una nube azul, mientras del interior salían una gorra de contraalmirante y varios ratones blancos, vivos. En la Mesa Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero cónico de mago por un bonete floreado, y se reía de un chiste del profesor Flitwick.
—Fue uno de las Navidades más divertidas, ¿te acuerdas, Freddie? —preguntó George.
—Por supuesto que sí, fue cuando le hicimos una broma a… —Fred paro de hablar porque su gemelo le hacía señas de que su madre estaba atenta a todo lo que ellos decían. Y si no querían meterse en problemas era mejor no contar detalles acerca de sus bromas.
A los pavos les siguieron los pudines de Navidad, flameantes. Percy casi se rompió un diente al morder un sickle de plata que estaba en el trozo que le tocó. Harry observaba a Hagrid, que cada vez se ponía más rojo y bebía más vino, hasta que finalmente besó a la profesora McGonagall en la mejilla y, para sorpresa de Harry, ella se ruborizó y rió, con el sombrero medio torcido.
—¿En serio? ¡Cómo nos hubiera gustado ver esa escena! —dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett.
La profesora se sonrojó levemente.
Cuando Harry finalmente se levantó de la mesa, estaba cargado de cosas de las sorpresas navideñas, y que incluían globos luminosos que no estallaban, un juego de Haga Crecer Sus Propias Verrugas y piezas nuevas de ajedrez. Los ratones blancos habían desaparecido, y Harry tuvo el horrible presentimiento de que iban a terminar siendo la cena de Navidad de la Señora Norris.
Muchos asintieron estando de acuerdo con Harry.
Harry y los Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla de bolas de nieve en el parque. Más tarde, helados, húmedos y jadeantes, regresaron a la sala común de Gryffindor para sentarse al lado del fuego. Allí Harry estrenó su nuevo ajedrez y perdió espectacularmente con Ron (Todos perdemos cuando jugamos con Ron, dijeron los gemelos Weasley). Pero sospechaba que no habría perdido de aquella manera si Percy no hubiera tratado de ayudarlo tanto.
—Ojala y le hubiéramos advertido antes a Harry de que Percy es el peor jugador de ajedrez —dijeron los gemelos Weasley, dirigiéndole una mirada burlona a su hermano mayor.
Percy se sonrojó.
Después de un té con bocadillos de pavo, buñuelos, bizcocho borracho y pastel de Navidad, todos se sintieron tan hartos y soñolientos que no podían hacer otra cosa que irse a la cama; no obstante, permanecieron sentados y observaron a Percy, que perseguía a Fred y George por toda la torre Gryffindor porque le habían robado su insignia de prefecto.
—Que hermosos recuerdos —exclamaron Fred y George.
—Nosotros también le escondimos su insignia de Prefecto a Lunático —contó Sirius, señalando a su amigo James y luego señalándose él.
Remus bufo.
—Y luego yo les escondí su preciado álbum —contraatacó Remus.
—Nos tomó tres días encontrar nuestro álbum de las más hermosas chic… —Sirius se interrumpió al ver la mirada que le dirigía James.
—¿Qué ibas a decir, Sirius? El álbum era de las más hermosas, ¿Qué? —preguntó Lily con el rostro levemente fruncido.
—El álbum de las más hermosas escobas —mintió James—. Ya sabes, de las más antiguas a las más modernas, de las más veloces a las más lentas, de las más caras a las más baratas —explicó. Lily asintió lentamente.
A lo que James suspiró aliviado. Mientras que Sirius y Remus se reían disimuladamente de él.
Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo, algo daba vueltas en un rincón de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo pensar libremente en ello: la capa invisible y quién se la había enviado.
Ron, ahíto de pavo y pastel y sin ningún misterio que lo preocupara, se quedó dormido en cuanto corrió las cortinas de su cama. Harry se inclinó a un lado de la cama y sacó la capa.
De su padre… Aquello había sido de su padre. Dejó que el género corriera por sus manos, más suave que la seda, ligero como el aire. «Utilízalo bien», decía la nota.
Tenía que probarla (Llego la hora de merodear, dijeron al unisonó los merodeadores). Se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la capa. Miró hacia abajo y vio sólo la luz de la luna y las sombras. Era una sensación muy curiosa.
«Utilízalo bien.»
De pronto, Harry se sintió muy despierto. Con aquella capa, todo Hogwarts estaba abierto para él.
—Podría ir a las cocinas —dijo Sirius.
—Ir a los baños de los prefectos —dijo James.
—Ir a la sección prohibida de la biblioteca —susurró Remus.
—Hacer bromas a los Slytherin —dijeron los merodeadores a la vez.
—Ustedes solo piensan en hacer bromas —regañó Lily.
—No es cierto, también pensamos en las chicas, ¿verdad, Lunático? —preguntó Sirius a su amigo.
—Bueno… —comenzó Remus, pero James interrumpió.
—También podrías vigilar a la chica que te gusta —dijo sin pensar.
Lily miró sorprendida a su novio.
—ahora entiendo, es así como sabías muchas cosas de mí —dijo la pelirroja, y su novio solo la miró inocentemente.
Mientras estaba allí, en la oscuridad y el silencio, la excitación se apoderó de él. Podía ir a cualquier lado con ella, a cualquier lado, y Filch nunca lo sabría.
Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Algo lo detuvo. La capa de su padre… Sintió que aquella vez (la primera vez) quería utilizarla solo.
—Es entendible —apoyó Bill.
Salió cautelosamente del dormitorio, bajó la escalera, cruzó la sala común y pasó por el agujero del retrato.
—¿Quién está ahí? —chilló la Dama Gorda. Harry no dijo nada. Anduvo rápidamente por el pasillo.
¿Adónde iría? De pronto se detuvo, con el corazón palpitante, y pensó. Y entonces lo supo. La Sección Prohibida de la biblioteca. Iba a poder leer todo lo que quisiera, para descubrir quién era Flamel. Se ajustó la capa y se dirigió hacia allí.
—¿Creen de que encuentre algo sobre ese tal Flamel en la sección prohibida? —preguntó Sirius.
—Tal vez —dijo James, pero no estaba muy seguro.
—Tengo el presentimiento que no encontrara nada sobre Flamel en la sección prohibida —al ver la expresión confusa de sus amigos siguió hablando—, no creo que Flamel esté relacionado con magia oscura —explicó.
La biblioteca estaba oscura y fantasmal. Harry encendió una lámpara para ver la fila de libros. La lámpara parecía flotar sola en el aire y hasta el mismo Harry, que sentía su brazo llevándola, tenía miedo.
La Sección Prohibida estaba justo en el fondo de la biblioteca. Pasando con cuidado sobre la soga que separaba aquellos libros de los demás, Harry levantó la lámpara para leer los títulos.
No le decían mucho. Las letras doradas formaban palabras en lenguajes que Harry no conocía. Algunos no tenían títulos. Un libro tenía una mancha negra que parecía sangre (Tal vez es sangre de verdad, dijo Ted). A Harry se le erizaron los pelos de la nuca. Tal vez se lo estaba imaginando, tal vez no, pero le pareció que un murmullo salía de los libros, como si supieran que había alguien que no debía estar allí.
Tenía que empezar por algún lado. Dejó la lámpara con cuidado en el suelo y miró en una estantería buscando un libro de aspecto interesante. Le llamó la atención un volumen grande, negro y plateado. Lo sacó con dificultad, porque era muy pesado y, balanceándolo sobre sus rodillas, lo abrió.
Arthur paro de leer.
—¿Qué paso? —preguntó Andrómeda.
—Sigue leyendo, cuñado —exigieron los gemelos Prewett.
Un grito desgarrador; espantoso, cortó el silencio… ¡El libro gritaba! (Odio esos libros, dijeron al unisonó Remus y Sirius. Los del futuro asintieron con comprensión, puesto que ellos por ser un perro y un lobo tenían los oídos más sensibles, sobretodo Remus) Harry lo cerró de golpe, pero el aullido continuaba, en una nota aguda, ininterrumpida. Retrocedió y chocó con la lámpara, que se apagó de inmediato. Aterrado, oyó pasos que se acercaban por el pasillo, metió el volumen en el estante y salió corriendo. Pasó al lado de Filch casi en la puerta, y los ojos del celador; muy abiertos, miraron a través de Harry. El chico se agachó, pasó por debajo del brazo de Filch y siguió por el pasillo, con los aullidos del libro resonando en sus oídos.
—Qué suerte —dijeron Alice y Frank Longbottom.
—Como nos hubiera gustado tener una capa como esa cuando asistíamos a Hogwarts —se lamentaron Fabian y Gideon.
Se detuvo de pronto frente a unas armaduras. Había estado tan ocupado en escapar de la biblioteca que no había prestado atención al camino. Tal vez era porque estaba oscuro, pero no reconoció el lugar donde estaba. Había armaduras cerca de la cocina, eso lo sabía, pero debía de estar cinco pisos más arriba.
—Usted me pidió que le avisara directamente, profesor, si alguien andaba dando vueltas durante la noche, y alguien estuvo en la biblioteca, en la Sección Prohibida.
Harry sintió que se le iba la sangre de la cara. Filch debía de conocer un atajo para llegar a donde él estaba, porque el murmullo de su voz se acercaba cada vez más y, para su horror, el que le contestaba era Snape.
—Siempre tiene que aparecer Quijicus en donde no lo llaman —exclamaron los merodeadores.
Snape los ignoró olímpicamente.
—¿La Sección Prohibida? Bueno, no pueden estar lejos, ya los atraparemos.
—No creo que puedas contra una capa de invisibilidad, Quijicus —dijo James, a lo que Severus le dirigió una mirada envenenada.
Harry se quedó petrificado, mientras Filch y Snape se acercaban. No podían verlo, por supuesto, pero el pasillo era estrecho y, si se acercaban mucho, iban a chocar contra él. La capa no ocultaba su materialidad.
Retrocedió lo más silenciosamente que pudo. A la izquierda había una puerta entreabierta. Era su única esperanza. Se deslizó, conteniendo la respiración y tratando de no hacer ruido. Para su alivio, entró en la habitación sin que lo notaran. Pasaron por delante de él y Harry se apoyó contra la pared, respirando profundamente, mientras escuchaba los pasos que se alejaban. Habían estado cerca, muy cerca. Transcurrieron unos pocos segundos antes de que se fijara en la habitación que lo había ocultado.
Parecía un aula en desuso. Las sombras de sillas y pupitres amontonados contra las paredes, una papelera invertida y apoyada contra la pared de enfrente… Había algo que parecía no pertenecer allí, como si lo hubieran dejado para quitarlo de en medio.
—¿Qué es ese algo? —preguntó Alice a Arthur.
 A lo que el pelirrojo continuó leyendo.
Era un espejo magnífico, alto hasta el techo, con un marco dorado muy trabajado, apoyado en unos soportes que eran como garras. Tenía una inscripción grabada en la parte superior: Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse.
Esto no es tu cara sino de tu corazón el deseo —dijo Lily.
—¿Cómo sabes qué significa eso? —preguntó Sirius.
—Esta al revés —contestaron Lily y Remus.
Ya no oía ni a Filch ni a Snape, y Harry no tenía tanto miedo. Se acercó al espejo, deseando mirar para no encontrar su imagen reflejada. Se detuvo frente a él.
Tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. Giró en redondo. El corazón le latía más furiosamente que cuando el libro había gritado… Porque no sólo se había visto en el espejo, sino que había mucha gente detrás de él.
—¿Cómo? ¿Acaso había más personas dentro de esa habitación? —preguntó James.
—No hay nadie más —contestó Remus.
—¿Cómo estás tan seguro, Lunático? —preguntaron a la vez James y Sirius.
Remus no logró responder porque Lily hablo antes.
—El espejo muestra el deseo de tu corazón —susurró un poco apenada, sabiendo lo que podría ver su hijo reflejado en el espejo.
—Así es, señorita Evans, esta usted en lo cierto —aceptó Dumbledore.
Pero la habitación estaba vacía. Respirando agitadamente, volvió a mirar el espejo.
Allí estaba él, reflejado, blanco y con mirada de miedo y allí, reflejados detrás de él, había al menos otros diez. Harry miró por encima del hombro, pero no había nadie allí. ¿O también eran todos invisibles? ¿Estaba en una habitación llena de gente invisible y la trampa del espejo era que los reflejaba, invisibles o no?
—Por supuesto que no —susurró Molly que también había entendido perfectamente como funcionaba ese extraño espejo, y se sentía un poco apenada por Harry.
Miró otra vez al espejo. Una mujer, justo detrás de su reflejo, le sonreía y agitaba la mano. Harry levantó una mano y sintió el aire que pasaba. Si ella estaba realmente allí, debía de poder tocarla, sus reflejos estaban tan cerca… Pero sólo sintió aire: ella y los otros existían sólo en el espejo.
Era una mujer muy guapa. Tenía el cabello rojo oscuro y sus ojos… «Sus ojos son como los míos», pensó Harry, acercándose un poco más al espejo. Verde brillante, exactamente la misma forma, pero entonces notó que ella estaba llorando, sonriendo y llorando al mismo tiempo (Esa soy yo, ¿cierto?, preguntó Lily, abrazando a su novio. Los demás asintieron). El hombre alto, delgado y de pelo negro que estaba al lado de ella le pasó el brazo por los hombros. Llevaba gafas y el pelo muy desordenado. Y se le ponía tieso en la nuca, igual que a Harry.
—Y ese soy yo —dijo James.
Harry estaba tan cerca del espejo que su nariz casi tocaba su reflejo.
—¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?
Lily ya n pudo más y escondiendo su cabeza en el pecho de James, lloro con verdadero dolor, le dolía haber dejado solo a su hijo.
—Calma, Lily —consolaba James, haciendo círculos en la espalda de la pelirroja.
Neville comprendía a Harry, puesto que él también se crio sin sus padres, y los extrañaba mucho. La única diferencia es que Neville tenía a sus padres vivos, pero ellos ni siquiera sabían que tenían un hijo.
Mientras que en la otra mesa, Draco y Pansy estaban sorprendidos, nunca imaginaron que Potter sufriera tanto al no tener a sus padres junto a él. Sobre todo Draco pensaba que ya estaba acostumbrado a ser un huérfano, y por eso siempre que él podía se burlaba de Harry.
Entonces lo miraron, sonriendo. Y lentamente, Harry fue observando los rostros de las otras personas, y vio otro par de ojos verdes como los suyos (ese es mi padre, susurró Lily aun con la cabeza en el pecho de James), otras narices como la suya, incluso un hombre pequeño que parecía tener las mismas rodillas nudosas de Harry (Y ese es mi padre, dijo James). Estaba mirando a su familia por primera vez en su vida.
Los Potter sonrieron y agitaron las manos, y Harry permaneció mirándolos anhelante, con las manos apretadas contra el espejo, como si esperara poder pasar al otro lado y alcanzarlos. En su interior sentía un poderoso dolor, mitad alegría y mitad tristeza terrible.
—Lo comprendo —susurró Neville. Esa era la misma sensación que él sentía cuando iba a visitar a sus padres.
No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no se desvanecían y Harry miraba y miraba, hasta que un ruido lejano lo hizo volver a la realidad. No podía quedarse allí, tenía que encontrar el camino hacia el dormitorio. Apartó los ojos de los de su madre y susurró: «Volveré». Salió apresuradamente de la habitación.
—Lo mejor sería que no volviera —dijo Lily.
—Pero sabes que de todas formas lo hará, pelirroja —dijo Sirius, después de haber permanecido callado un buen rato al igual que Remus, puesto que ambos entendían a sus amigos, sabían que no se sentían nada bien, aunque James quisiera aparentar estar sereno por Lily.

—Podías haberme despertado —dijo malhumorado Ron.
—Puedes venir esta noche. Yo voy a volver; quiero enseñarte el espejo.
—Me gustaría ver a tu madre y a tu padre —dijo Ron con interés.
—Y yo quiero ver a toda tu familia, todos los Weasley. Podrás enseñarme a tus otros hermanos y a todos.
—Aunque claro, que Harry solo quería conocer muy bien a nuestra hermanita —dijo George a Fred, recordando haberlos encontrado besándose antes de la boda de Billy Fleur.
—Oh, por supuesto que sí, como me pude haber olvidado de ese pequeño detalle —ironizó Fred.
—¿Qué quieren decir? —preguntó Sirius, imaginado la respuesta.
—En, nada, nada. Ya se enteraran —contestaron los gemelos.
—Puedes verlos cuando quieras —dijo Ron—. Ven a mi casa este verano. De todos modos, a lo mejor sólo muestra gente muerta (A veces ron tiene una manera de decir las cosas, dijo Charlie en desaprobación). Pero qué lástima que no encontraste a Flamel. ¿No quieres tocino o alguna otra cosa? ¿Por qué no comes nada?
Harry no podía comer. Había visto a sus padres y los vería otra vez aquella noche. Casi se había olvidado de Flamel. Ya no le parecía tan importante. ¿A quién le importaba lo que custodiaba el perro de tres cabezas? ¿Y qué más daba si Snape lo robaba?
—Pues a nosotros si nos importa —dijeron al unisonó los merodeadores y los gemelos Prewett.
—¿Estás bien? —preguntó Ron—. Te veo raro.

Lo que Harry más temía era no poder encontrar la habitación del espejo. Aquella noche, con Ron también cubierto por la capa, tuvieron que andar con más lentitud. Trataron de repetir el camino de Harry desde la biblioteca, vagando por oscuros pasillos durante casi una hora.
—Estoy congelado —se quejó Ron—. Olvidemos esto y volvamos.
—¡No! —susurró Harry—. Sé que está por aquí.
—Ojala y no logré encontrar la habitación —rogaba Lily.
Pasaron al lado del fantasma de una bruja alta, que se deslizaba en dirección opuesta, pero no vieron a nadie más.
—Helena Ravenclaw —susurró Neville.
Justo cuando Ron se quejaba de que tenía los pies helados, Harry divisó la pareja de armaduras.
—Es allí… justo allí… ¡sí!
Abrieron la puerta. Harry dejó caer la capa de sus hombros y corrió al espejo.
Allí estaban. Su madre y su padre sonrieron felices al verlo.
Alice y Andrómeda sonrieron ligeramente ante este hecho.
—¿Ves? —murmuró Harry.
—No puedo ver nada.
—¡Mira! Míralos a todos… Son muchos…
—Sólo puedo verte a ti.
—Está claro que no verá lo mismo que Harry, porque ambos tienen deseos diferentes —dijo Ted Tonks.
—Tiene razón, señor Tonks —dijo Dumbledore.
—Pero mira bien, vamos, ponte donde estoy yo.
Harry dio un paso a un lado, pero con Ron frente al espejo ya no podía ver a su familia, sólo a Ron con su pijama de colores.
Sin embargo, Ron parecía fascinado con su imagen.
—Me preguntó qué es lo que verá el pequeño Ronnie —canturrearon los gemelos, en un tono bromista.
—¡Mírame! —dijo.
—¿Puedes ver a toda tu familia contigo?
—No… estoy solo… pero soy diferente… mayor… ¡y soy delegado!
—¿Delegado? —preguntaron todos los hermanos Weasley a la vez.
—¿Cómo?
—Tengo… tengo un distintivo como el de Bill y estoy levantando la copa de la casa y la copa de quidditch… ¡Y también soy capitán de quidditch!
—En lo último se equivocó —dijo Neville.
—Sí, porque el capitán fue… —Fred y George se quedaron callados al ver las miradas que le dirigían sus hermanos, indicándoles que estaban por hablar de más.
Ron apartó los ojos de aquella espléndida visión y miró excitado a Harry.
—¿Crees que este espejo muestra el futuro?
—¿Cómo puede ser? Si toda mi familia está muerta… déjame mirar de nuevo…
—Lo has tenido toda la noche, déjame un ratito más.
—Pero si estás sosteniendo la copa de quidditch, ¿qué tiene eso de interesante? Quiero ver a mis padres.
—No me empujes.
—Discuten igual que este par —dijo Remus mirando a sus dos amigos.
—Sí, pero su siguen discutiendo de esa manera llamaran la atención de Filch —dijeron los gemelos Prewett.
Un súbito ruido en el pasillo puso fin a la discusión. No se habían dado cuenta de que hablaban en voz alta.
—Teníamos razón —volvieron a interrumpir los Prewett.
—¡Rápido!
Ron tiró la capa sobre ellos justo cuando los luminosos ojos de la Señora Norris aparecieron en la puerta. Ron y Harry permanecieron inmóviles, los dos pensando lo mismo: ¿la capa funcionaba con los gatos? Después de lo que pareció una eternidad, la gata dio la vuelta y se marchó.
—No estamos seguros… Puede haber ido a buscar a Filch, seguro que nos ha oído. Vamos.
Y Ron empujó a Harry para que salieran de la habitación.

La nieve todavía no se había derretido a la mañana siguiente.
—¿Quieres jugar al ajedrez, Harry? —preguntó Ron.
—No.
—¿Por qué no vamos a visitar a Hagrid?
—No… ve tú…
—Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No vuelvas esta noche.
—Bien dicho. Y Harry le debería hacer caso —dijo Lily.
—Pero no creo que le haga caso —susurró Sirius.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pero tengo un mal presentimiento y, de todos modos, ya has tenido muchos encuentros. Filch, Snape y la Señora Norris andan vigilando por ahí ¿Qué importa si no te ven? ¿Y si tropiezan contigo? ¿Y si chocas con algo?
—Pareces Hermione.
—Pues si Hermione hubiera estado con allí, si lo detendría —dijo Fred.
—O tal vez lo acompañaría, ya vez lo que sucedió cuando Malfoy cita a Harry para el duelo —dijo George.
—Te lo digo en serio, Harry, no vayas
Pero Harry sólo tenía un pensamiento en su mente, volver a mirar en el espejo. Y Ron no lo detendría.
—Esa terquedad la heredo de parte de los dos —comentó Sirius mirando a su amigo y a Lily.

La tercera noche encontró el camino más rápidamente que las veces anteriores. Andaba más rápido de lo que habría sido prudente, porque sabía que estaba haciendo ruido, pero no se encontró con nadie.
Y allí estaban su madre y su padre, sonriéndole otra vez, y uno de sus abuelos lo saludaba muy contento. Harry se dejó caer al suelo para sentarse frente al espejo. Nadie iba a impedir que pasara la noche con su familia. Nadie.
Excepto…
—Lo atraparon —dijeron los merodeadores.
—Ojala y no sea Quijicus —dijo Sirius mirando fríamente a Snape.
—Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry?
Harry sintió como si se le helaran las entrañas. Miró para atrás. Sentado en un pupitre, contra la pared, estaba nada menos que Albus Dumbledore (Eso si es tener suerte, dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett. Dumbledore sonrió). Harry debió de haber pasado justo por su lado, y estaba tan desesperado por llegar hasta el espejo que no había notado su presencia.
—No… no lo había visto, señor.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible —dijo Dumbledore, y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—. Entonces —continuó Dumbledore, bajando del pupitre para sentarse en el suelo con Harry—, tú, como cientos antes que tú, has descubierto las delicias del espejo de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no?
—Bueno… me mostró a mi familia y…
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe…?
—Porque es Dumbledore, y Dumbledore siempre lo sabe todo —dijo Frank, a lo que Lucius hizo una mueca de disgusto.
—No necesito una capa para ser invisible —dijo amablemente Dumbledore—. Y ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo de Oesed a todos nosotros?
Harry negó con la cabeza.
—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el espejo de Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá exactamente como es. ¿Eso te ayuda?
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
—Nos muestra lo que queremos… lo que sea que queramos…
—Sí y no —dijo con calma Dumbledore (¿Cómo es eso?, preguntaron algunos)—. Nos muestra ni más ni menos que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que nunca conociste a tu familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre ha sido sobrepasado por sus hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos (No lo sobrepasamos, Ron ha hecho más cosas que nosotros no hemos hecho, dijeron a la vez todos los hermanos Weasley). Sin embargo, este espejo no nos dará conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto, fascinados por lo que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra es real o siquiera posible.
Continuó:
—El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido que no lo busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar preparado (Yo preferiría que nunca se volviera a encontrar con ese espejo, susurró Lily, aun abrazada a James). No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo. Ahora ¿por qué no te pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?
Harry se puso de pie.
—Señor… profesor Dumbledore… ¿Puedo preguntarle algo?
—Es evidente que ya lo has hecho —sonrió Dumbledore—. Sin embargo, puedes hacerme una pregunta más.
—¿Qué es lo que ve, cuando se mira en el espejo?
Casi todos miraron a Dumbledore haciéndole la misma pregunta silenciosamente. Dumbledore solo sonrió.
—¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesos calcetines de lana.
—¡¿Qué?! —las exclamaciones de los merodeadores, los gemelos Weasley y Prewett se escucharon por toda la sala.
Harry lo miró asombrado.
—Uno nunca tiene suficientes calcetines —explicó Dumbledore—. Ha pasado otra Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue insistiendo en regalarme libros.
En cuanto Harry estuvo de nuevo en su cama, se le ocurrió pensar que tal vez Dumbledore no había sido sincero (Yo también creo lo mismo, susurró Sirius a sus amigos). Pero es que, pensó mientras sacaba a Scabbers de su almohada, había sido una pregunta muy personal.
—¡Como se atreve esa maldita rata estar en la almohada de Harry! —exclamaron con indignación Fred y George, llamando la atención de todos, puesto que los demás estaban más concentrados en lo último que había leído Arthur.
—¿Por qué hablan así de su rata, que acaso no era su mascota? —preguntó Frank.
—Ya te enteraras porque hablan así de esa rata, papá —contestó Neville.
—Aquí termina el capítulo —anunció Arthur.
—Bien, muchas gracias, Arthur —dijo Dumbledore.
Pero antes de que Dumbledore preguntara quien sería el voluntario para que continuara con la lectura. Otra vez la misma luz cegadora apareció en la sala, todos cerraron los ojos al instante cegados por la luz.
—Vienen más personas del futuro —afirmó Andrómeda, parpadeando para acostumbrarse a la luz igual que los demás.
—Sí, pero quien podrá ser. ¿No te lo dijeron, Neville? —preguntó Alice a su hijo.
—No —contestó el chico—, la profesora McGonagall era la que decidía a quien mandaría al pasado.
Cuando la luz se disipo todos pudieron ver bien a los chicos que habían aparecido. Una chica de cabellos largos y rubios, delgada, no tan alta, piel clara, ojos entre celestes y grises claros, vestía el uniforme de Ravenclaw, la cual estaba de la mano de un chico pelirrojo —Fred no paso de desapercibido ese detalle y miró a su gemelo, para luego sonreír ambos—, alto, de piel clara, ojos azules y pecas, vestía el uniforme de Gryffindor, la chica que estaba a su costado también era pelirroja, lacia, delgada, un poco más alta que la rubia, piel clara con pecas, ojos color castaños, que al igual que el otro pelirrojo vestía el uniforme de Gryffindor. Y por último al lado de la pelirroja estaba un chico de pelinegro, delgado, un poco más bajo que el pelirrojo, piel clara, ojos verdes con gafas redondas y se le podía ver un poco de su cicatriz en forma de rayo porque su flequillo no llegaba a taparlo por completo, este también vestía el uniforme de Gryffindor.
Todos en la Sala de los Menesteres, se quedaron asombrados con el parecido que tenía el chico pelinegro con James Potter.
Los gemelos Weasley sonreían muy abiertamente a los recién llegados.
—¿Dónde está Hermione? —preguntó Neville, notando que faltaba la chica castaña, los gemelos se encogieron de hombros.
Mientras tanto Lily y James miraban cada detalle de su hijo. Su hijo que ya era un hombre y casi de su misma edad.
Sirius y Remus también miraban atentamente a la copia de su mejor amigo, pero con los ojos de Lily.
—El pequeño Cornamenta, por fin vino —susurró Sirius, muy emocionado a su amigo Remus.
—Sí, por fin vino, pero como que ya no es muy pequeño —comentó el licántropo con una sonrisa en sus labios.
Dumbledore sonreía a los recién llegados, McGonagall, miraba con una pequeña sonrisita a James para luego mirar a Harry. Mientras tanto Severus miraba al pelinegro con el ceño fruncido.
Mi vida ya era terrible con un Potter en mi vida, ahora con dos Potter, mi vida apesta, pensaba Severus, sin quitar su vista del chico recién llegado.
—Buenos días —saludó Dumbledore sonriendo, los chicos quedaron mirando fijamente al director—, podrían presentarse para luego seguir con la lectura —pidió el director, los cuatro chicos asintieron.
—Primero ustedes chicas —dijo un Ron un poco sonrojado al tener muchos pares de ojos sobre él.
—¿Por qué primero nosotras? —preguntó la pelirroja.
—Porque… porque primero son las damas —contestó Ron.
—Que caballero —ironizó Ginny.
—Primero voy yo —dijo una sonriente Luna.
Ron también sonrió.
—Aprende —le susurró a su hermana, Ginny lo miró seria y Harry sonrió ligeramente.
La chica rubia dio unos cuantos pasos más a delante.
—Buenos días —empezó la chica—, mi nombre es Luna Lovegood —su voz y mirada era soñadora—. Soy hija de Xenophillius y Pandora Lovegood. Soy una Ravenclaw y estoy cursando mi sexto año —la rubia termino de hablar con una sonrisa en sus labios.
La chica pelirroja dio unos pasos adelante y Luna volvió a su sitio anterior, al lado de Ron.
—Hola, a todos —saludó la pelirroja—, mi nombre es Ginny…
—Di tu nombre en verdad —gritaron los gemelos, Ginny miró a sus hermanos, y le sonrió a Fred, pero después cambio su expresión y los miró seria, dejando muy a la vista una miraba casi igual a la de Molly Weasley.
—Mi nombre es Ginevra Weasley —Molly y Arthur sonrieron a su hija, esta les devolvió la sonrisa—, pero todos me llaman Ginny. Soy la única Weasley después de muchas generaciones —informó—. Mis padres son Arthur y Molly Weasley. Soy una Gryffindor y estoy cursando mi sexto año —con eso se retiró a su antiguo lugar, o sea al lado del pelinegro, este le sonrió ligeramente.
El pelirrojo dio un par de pasos lentamente. Se aclaró la garganta y se dispuso a hablar.
—Hola… pasado —dijo, haciendo reír a casi todos—, soy Ronald Weasley, pero todos me dicen Ron —se presentó, sus padres miraban atentos al último de sus hijos varones—. Como pueden ver soy un Gryffindor —dijo mostrando al león de su túnica—, estoy cursando el último año, o sea séptimo —sonrió nerviosamente y se situó al lado de Luna.
—Excelente presentación, hermanito —dijeron los gemelos con burla, a lo que Ron se puso rojo.
El momento por fin había llegado, era hora de que se presentara el pelinegro. Todos esperaban ansiosos escuchar la voz del chico, en especial Lily —su madre— los minutos se le hacían eternos. James también estaba muy ansioso esperando la presentación de su futuro hijo.
El chico pelinegro dio unos cuantos pasos. Miró todo el alrededor, se dio cuenta que algunos le sonreían, hasta Draco tenía una sonrisita de suficiencia, mientras que Snape y Lucius Malfoy lo miraban como si fuera una escoria. No les prestó atención y volvió a centrar su mirada en sus padres.
—Hola —habló y sus padres y los merodeadores lo miraron con más insistencia—, soy Harry Potter —los gemelos susurraron algo como: «como si no nadie lo hubiera adivinado», para luego soltar una risita—, mis padres son James y Lily Potter —todo eso lo dijo sin quitar la mirada de sus padres, los cuales le sonrieron, Harry les devolvió la sonrisa nerviosamente. Se sentía que flotaba, eso era lo que había deseado toda su vida, ver a sus padres y aunque cuando estaba en primer año los vio a través del espejo de Oesed, verlos ahí de carne y hueso igual que él, era simplemente fascinante, sus ojos verdes brillaban de felicidad—. Soy un Gryffindor, y estoy cursando el último año en Hogwarts —terminó de hablar. De pronto Sirius comenzó a aplaudir emocionado y todos lo siguieron, claro menos Snape, Lucius, Narcisa, Pansy y Draco, pero este seguía con su sonrisa de suficiencia. Harry se sintió avergonzado, recordaba su primera noche en el Gran Comedor cuando lo seleccionaron para Gryffindor.
—Bien, sean bienvenidos —dijo Dumbledore cuando los aplausos cesaron, cosa que Harry agradeció—. Pueden tomar asiento —dijo el director y los chicos obedecieron.
Cada quien se fue con su respectiva familia. Luna fue arrastrada por Ron con su familia.

Con los Potter
—¿Harry? ¿Hijo? —dijo Lily cuando Harry se acercó a sus padres.
—¿Ma… má? ¿Pa… pá? —dijo entrecortadamente Harry. Eran sus padres, siempre anhelo haber estado con ellos, y por fin lo tenía cerca a él, aunque estos fueran un año menor que él. Su madre era tan hermosa como la había visto en el espejo de Oesed, y su padre tenía una sonrisa idéntica a la suya.
Lily inmediatamente abrazo a su hijo, y Harry también le correspondió el abrazo. Lily no podía creer tener a su hijo ahí, el cual era casi de su misma edad, lágrimas silenciosas resbalaban por sus mejillas, pero aun lo siguió abrazando muy fuerte. Harry también lloro.
Luego de que Lily lo dejara de abrazar, fue el turno de James, el cual también abrazo a su hijo. El abrazo duró muchos minutos, Sirius y Remus estaban sorprendidos, puesto que era como ver a su amigo abrazarse con algún gemelo perdido.
Cuando termino el abrazo, James fue el primero en hablar.
—Hola, Harry. ¿Tu viaje fue muy cansado? —preguntó.
—En realidad no —contestó el pelinegro—, solo fue cuestión de minutos traspasar el portal que nos trajo aquí.
—Oh, Harry, he esperado tanto tu llegada —confesó Lily a su hijo.
—Nosotros también hemos estado esperando tu llegada —dijo una voz que Harry reconoció como la voz de su padrino.
Harry giró la mirada para encontrarse con unos ojos grises que lo miraban, muy sonriente.
—Sirius, padrino —dijo Harry con una gran sonrisa, y volviendo a llorar sin querer al ver a su padrino, con esa mirada de picardía y no con esa mirada de tristeza oculta como lo vio la última vez.
El animago se sorprendió al escuchar que lo llamaba padrino.
—¿Soy tu padrino? —preguntó y Harry asintió—, cumpliste tu promesa, Cornamenta, me hiciste el padrino de tu primogénito.
James le sonrió a su amigo.
Harry dio unos pasos y abrazo a su padrino. Luego de abrazar al animago vio que a su costado estaba su antiguo profesor de DCAO y amigo, Remus Lupin.
—Remus —dijo Harry a la vez que también abrazaba, el licántropo se sorprendió al principio, pero luego devolvió el abrazo al hijo de uno de sus mejores amigos—. Que gusto me da volver a verlo —confesó.
—Y a nosotros nos da mucho gusto poderte conocer —dieron al unisonó Sirius y Remus.

Con los Weasley
Dos pelirrojos y una rubia se acercaron al matrimonio Weasley, ahí también estaba los hermanos mayores de los dos pelirrojos.
—¿Ron? ¿Ginny? —susurró Molly.
—Hola, mamá —dijo Ron, sorprendido de ver a su madre y a su padre tan jóvenes.
Molly abrazo a su hijo y beso su mejilla, el pelirrojo sonrió tímidamente.
—Papá —dijo Ginny a su padre, quien la abrazo.
—Oh, Molly, mírala —dijo Arthur cuando dejo de abrazar a su única hija—, nuestra hija es hermosa —a lo que Ginny le sonrió cálidamente a su padre.
—Por supuesto que lo es —dijo Molly, para luego abrazar a su hija. Y Arthur abrazo a Ron.
Después de que padres e hijos se saludaran. Ron se dio cuenta de que su madre miraba con insistencia a Luna.
—Oh, lo siento. Mamá, papá, ella es Luna… mi novia —presentó ron un poco sonrojado.
Molly y Arthur sonrieron.
—Mucho gusto en conocerte, Luna —dijo Molly maternalmente.
—Y a mí me da gusto volver a verla señora —respondió Luna.
—Luna, bienvenida —dijo Arthur.
—Señor Weasley, me agrada volver a verlo —volvió a hablar la rubia.
—Mira, Freddie, el pequeño Ronnie vino con su novia —dijo George.
Ron ni siquiera le tomo importancia la broma de George, porque su mirada al instante se dirigió al otro gemelo, al igual que Ginny.
—¡Fred! —exclamaron Ron y Ginny a la vez que lo abrazaban.
—Insisto, me extrañan más que a ti George —dijo Fred en tono bromista para que nadie supiera aun que él estaba muerto en el futuro.
A Molly y a Arthur les pareció raro el comportamiento de sus hijos, pero decidieron dejarlo pasar por el momento, ya luego lo averiguarían.
—Hola, Fred, George —saludó Luna.
—Hola, Luna Lunera —contestaron los gemelos.
Ginny, Ron y Luna siguieron saludando a los otros chicos Weasley. Para luego pasar a saludar a los demás.

Ginny, Ron y Luna se acercaron a Harry luego de que este le hiciera gesto con la mano.
—Mamá, papá —Harry pronunciaba esas palabras con verdadera alegría—, él es Ron, mi mejor amigo, ella es Luna, novia de Ron y una gran amiga, y ella es Ginny…
—Ella es tu novia o tu amiga —preguntó Sirius. Ginny y Harry se sonrojaron.
—Black —lo regañó Lily—, te lo advierto —amenazó, a Harry le causo gracia ver a su madre amenazando a su padrino.
—Solo era una pregunta, pelirroja —contestó el animago.
—Eh, como decía ella es Ginny… mi novia —admitió.
Los merodeadores sonrieron.
—Muy bien cachorro, siguiendo con la tradición Potter —dijo Sirius.
Lily miró seria a Sirius, y este se calló, pero seguía sonriendo igual que James y Remus.
—Me alegra mucho poder conocerlos —dijo Lily a los tres.
—A nosotros también nos da mucho gusto conocerla, señora Potter —dijeron los tres chicos a la vez, causando la risa de todos.
—Oh, Harry, sí que eres idéntico a tu padre —dijo Ron sorprendido—. Señor Potter —saludó luego.
—Hola, Ron —saludó James jovialmente.
—Mucho gusto, señor Potter —dijo Ginny tímidamente.
—¿Señor? Casi tenemos la misma edad —dijo James.
—Hola —saludó Luna—, entonces eso quiere decir que te podemos llamar por tu nombre —preguntó Luna a James. El cual asintió sonriendo.
Esa chica es extraña, pensaba James.
—Entonces, hola, James —dijo la rubia.
—Hola, Luna —saludó Cornamenta.
Segundos después Luna enfoco su vista en los otros dos merodeadores.
—Hola, Sirius Black —dijo Luna, llamado la atención de los demás—, y hola, profesor Lupin.
—¡¿Profesor?! —preguntaron los merodeadores.
—Luna, no te adelantes —dijo Ginny.
—Lo siento.
—No diremos nada —advirtieron Harry y Ron al ver la cara de interrogación de los merodeadores.
Luego de que los pelirrojos y Luna saludaran a los Potter, Harry también saludo a los Weasley.
Desde la otra mesa Snape miraba todo con cara de aburrimiento. Y Harry sintió esta mirada, giró y se encontró con unos profundos ojos negros sobre él.
—Buenos días, profesor Snape —saludó Harry, ese acto llamo la atención de todos, puesto que lo poco que sabían era que no se llevaban nada bien, mejor dicho que Snape no lo soportaba—. Malfoy, Parkinson —siguió saludando el pelinegro.
—Potter —respondieron Draco y Pansy al unisonó.
Pero Snape no salía de su asombro, se preguntaba porque el hijo de Potter lo saludaba con tanto respeto, si se supone que él no lo trataba bien, ¿acaso será una especie de broma?, pensaba el futuro profesor.
—¿Por qué los saludas? —preguntó Sirius, con un poco de enojo.
—Porque es un profesor —respondió Harry.
—Sí, pero también saludaste a Malfoy y a la chica.
—A los enemigos también se le saluda —contestó en tono burlesco Ron.
—Hola, profesor Snape —también saludaron Luna y Ginny.
—Profesor Snape —saludó Ron, pero él más lo hizo porque nunca había visto la cara de Severus tan sorprendida.
—Bien, señores, creo que es hora de continuar con la lectura —dijo al cabo de unos minutos Dumbledore.
—Es cierto, ¿Sobre qué son los libros? Según la profesora McGonagall, gracias a esos libros podríamos cambiar el futuro —dijo Ron.
—Oh, no lo sabes, Ron —dijo George.
—Si lo supiera no lo hubiera preguntado —rebatió el pelirrojo.
—Pues los libros tratan de las aventuras de Harry Potter y sus amiguitos —contestó Fred, para luego soltar una risotada con su gemelo.
Harry y Ron se miraron.
—Ya déjense de bromas, eso no es verdad… ¿o, sí? —preguntó Harry.
—Sí es verdad, antes de que ustedes vinieran Arthur acababa de leer “El espejo de Oesed” —comunicó Remus.
Harry y Ron palidecieron al escuchar eso.
—Entonces eso quiere decir… —dijo Harry.
—Eso quiere decir, Potter, que ahora todos nos enteraremos de todos los misterios del Trío de Oro —dijo Draco, con un toque se satisfacción.
—Nos vamos a meter en problemas —le susurró Ron a Harry.
—Quien desea continuar con la lectura —dijo Dumbledore, y miró a una de las pelirrojas—. Que me dices Molly, podrías continuar con la lectura.
—Claro —contestó Molly.
Arthur que aún tenía el libro con él, se lo paso a su esposa.
Molly abrió el libro y busco la página en donde se había quedado su esposo.

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