Al día siguiente muy temprano,
algunas personas ya se encontraban levantadas y sentadas en sus respectivos
lugares, mientras que otras como James y Sirius aun dormían plácidamente, y
Remus como siempre trataba de despertarlos. Después de un Aguamenti a cada uno logro despertarlos. Luego de que James y
Sirius ya estuvieran presentables, se reunieron con Remus y se empezaban a
dirigir al centro de la sala, pero antes se encontraron frente a frente con un
rubio de ojos grises. Los merodeadores miraban al rubio como esperando algún
insulto o comentario sarcástico. Pero no fue así.
—¡Vaya! —exclamó sorprendido Draco—.
Es como estar frente al Potter de mi época, pero con distinto color de ojos y
sin cicatriz —dijo mirando cada rasgo de James—. Y también la compañía ha
cambiado —ahora miró a Sirius y Remus—, porque en vez de estar acompañado de la
comadreja y la sabelotodo, tienes la compañía de Lupin y de mi tío Sirius —el
aludido se sorprendido al escuchar que lo llamaban tío.
James sonrió ligeramente y Remus solo
miró al rubio.
—Yo no soy tu tío —rebatió el
animago.
—Pues según lo que yo sé, es que eres
el primo de mi madre, así que eso te hace mi tío —dicho esto último el rubio
siguió con su camino, pero antes les sonrió un poco divertido a los
merodeadores. Acto que no era muy común en él.
Pasaron unos minutos y los
merodeadores aún seguían parados en el mismo lugar donde los había dejado
Draco.
—¿Qué les pasa? —dijo Lily
acercándose a los tres chicos.
James al ver a su novia la abrazo por
la cintura y le di un casto beso en los labios, Lily le sonrió a su novio, pero
aún espera la respuesta.
—Nada —contestó Sirius, extrañamente
serio.
—¿Nada? —preguntó la pelirroja—, pues
para no tener nada, estás muy serio, y eso no es común en ti Sirius.
—En realidad todo es por… —empezó
Remus, pero fue interrumpido por el chico de anteojos.
—… Draco Malfoy, el sobrino de…
—James no terminó lo que iba a decir porque Sirius le dirigió una mirada nada
amigable.
—¿Malfoy te estuvo molestando?
—preguntó Lily a Sirius.
Sirius demoro unos segundos en
contestar.
—No lo sé —fue la respuesta del
animago, que luego se empezó a dirigir a su respectivo lugar.
Lily miró a los otros dos
merodeadores esperando una respuesta satisfactoria, pero estos solo se
encogieron de hombros.
Luego los tres también se fueron a
sus lugares habituales.
Cuando ya todos estaban reunidos, el
desayuno fue servido. Demoraron unos veinte minutos desayunando, y al parecer
Sirius al sentir su estómago lleno se puso de mejor humor, que hasta reía de
las ocurrencias de los gemelos Weasley.
Los rastros del desayuno
desaparecieron, y Dumbledore se aclaró la garganta, llamando la atención de
todos los presentes.
—¿Quién quiere empezar a leer hoy
día? —preguntó amablemente el director.
—Yo leeré —dijo Arthur Weasley.
El libro llego a sus manos, y Arthur
demoro un par de segundos buscando la página en donde se habían quedado la
noche anterior.
—“El
espejo de Oesed” —leyó el pelirrojo mayor.
—¿Oesed? —preguntó Sirius.
—Deseo —dijo Remus, y sus amigos y
algunas personas más miraron al licántropo—, Oesed, significa Deseo, solo que
esta al revés, o sea que es “El espejo de Deseo” —explicó.
Todos asintieron ante la explicación
de Lupin.
Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de
diciembre Hogwarts se descubrió cubierto por dos metros de nieve. El lago
estaba sólidamente congelado y los gemelos Weasley fueron castigados por
hechizar varias bolas de nieve para que siguieran a Quirrell y lo golpearan en
la parte de atrás de su turbante (Molly miró seria
a sus dos hijos, mientras que los merodeadores, los gemelos Prewett, Frank, Ted
y hasta Neville reían de la broma de los gemelos). Las pocas lechuzas
que habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el correo
tuvieron que quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra
vez.
Todos estaban impacientes de que empezaran las
vacaciones. Mientras que la sala común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían
las chimeneas encendidas, los pasillos, llenos de corrientes de aire, se habían
vuelto helados, y un viento cruel golpeaba las ventanas de las aulas. Lo peor
de todo eran las clases del profesor Snape, abajo en las mazmorras, en donde la
respiración subía como niebla y los hacía mantenerse lo más cerca posible de
sus calderos calientes.
—Y ese es otro de los motivos por lo
que agradezco a Merlín no haberme enviado a Slytherin —susurró Sirius a sus
amigos.
—Además no te hubiera quedado bien el
verde —dijo un divertido James, a lo que los otros dos merodeadores sonrieron.
—Me da mucha lástima —dijo Draco Malfoy, en una de
las clases de Pociones— toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la
Navidad en Hogwarts, porque no los quieren en sus casas.
Lucius sonrió con arrogancia y
orgullo por el comentario acido de su futuro hijo.
—El hurón siempre con sus comentarios
tontos —dijo Fred, a lo que Draco solo hizo un gesto de incomodidad.
Mientras hablaba, miraba en dirección a Harry (Los merodeadores y Lily miraron con ira al rubio).
Crabbe y Goyle lanzaron risitas burlonas. Harry, que estaba pesando polvo de
espinas de pez león, no les hizo caso. Después del partido de quidditch,
Malfoy se había vuelto más desagradable que nunca. Disgustado por la derrota de
Slytherin, había tratado de hacer que todos se rieran diciendo que un sapo con
una gran boca podía reemplazar a Harry como buscador. Pero entonces se dio
cuenta de que nadie lo encontraba gracioso, porque estaban muy impresionados
por la forma en que Harry se había mantenido en su escoba. Así que Malfoy;
celoso y enfadado, había vuelto a fastidiar a Harry por no tener una familia
apropiada.
—Es mejor tener unos padres que
murieron para protegerlo que tener unos padres que son unos mortífagos —dijo
Sirius.
James y Lily sonrieron agradecidos a
Sirius.
Draco solo miró serió a Sirius porque
sabía que en parte era cierto lo que había dicho el animago.
—No somos mortífagos —dijo Narcisa
Malfoy a su primo.
—Quizás tú no, pero tu marido si que
lo es —rebatió el animago, a lo que la rubia se quedó callada.
Era verdad que Harry no iría a Privet Drive para
las fiestas. La profesora McGonagall había pasado la semana antes, haciendo una
lista de los alumnos que iban a quedarse allí para Navidad, y Harry puso su
nombre de inmediato (Igual que yo, dijo Sirius).
Y no se sentía triste, ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su
vida. Ron y sus hermanos también se quedaban, porque el señor y la señora
Weasley se marchaban a Rumania, a visitar a Charles.
Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la
clase de Pociones, encontraron un gran abeto que ocupaba el extremo del
pasillo. Dos enormes pies aparecían por debajo del árbol y un gran resoplido
les indicó que Hagrid estaba detrás de él.
—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Ron,
metiendo la cabeza entre las ramas.
—No, va todo bien. Gracias, Ron.
—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría
y gangosa de Malfoy llegó desde atrás (Mi voz no es
gangosa, aclaró el rubio)—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra,
Weasley? Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts… Esa
choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparada con la casa de tu
familia.
El señor Weasley dejo de leer, para
mirar a chico rubio, este solo miró para otro lado.
—No podría estar más de acuerdo
contigo, Draco —dijo Lucius dirigiendo una sonrisa burlona a Arthur.
Los chicos Weasley iban a responderle
al rubio mayor, pero su madre solo negó con la cabeza, y les susurro que no le
hicieran caso. Luego le dirigió una mirada a su esposa para que continuara
leyendo.
Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía
Snape en lo alto de las escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.
—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid,
sacando su gran cabeza peluda por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a
su familia.
—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de
Hogwarts, Hagrid —dijo Snape con voz amable—. Cinco puntos menos para
Gryffindor; Weasley, y agradece que no sean más. Y ahora marchaos todos.
—Y al rubio porque no le bajaste
puntos también, Quijicus —exclamó James, a lo que el aludido futuro profesor no
respondió.
Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente,
sonriendo con presunción.
—Voy a atraparlo —dijo Ron, sacando los dientes
ante la espalda de Malfoy—. Uno de estos días lo atraparé…
—Los detesto a los dos —añadió Harry—. A Malfoy y a
Snape.
—No eres el único —dijo James—, me
refiero a Quijicus —aclaro—, del rubio aún no sé qué pensar de él.
Draco dirigió una mirada extraña a
James.
—Como que no sabes que pensar de él,
está claro que es igual al padre —dijo Sirius.
—Yo no estaría muy seguro —susurró
Remus, aunque sus dos amigos no lograron escucharlo.
—Vamos, arriba el ánimo, ya es casi Navidad —dijo
Hagrid—. Os voy a decir qué haremos: venid conmigo al Gran Comedor; está
precioso.
Así que los tres siguieron a Hagrid y su abeto
hasta el Gran Comedor, donde la profesora McGonagall y el profesor Flitwick
estaban ocupados en la decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de
muérdago y acebo colgaban de las paredes, y no menos de doce árboles de Navidad
estaban distribuidos por el lugar, algunos brillando con pequeños carámbanos,
otros con cientos de velas.
—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones?
—preguntó Hagrid.
—Sólo uno —respondió Hermione—. Y eso me recuerda…
Harry, Ron, nos queda media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la
biblioteca.
—«Ir a la biblioteca», esa es la
clásica frase de Hermione —comentó George.
—También es frase favorita de mí
amigo Lunático —contó Sirius—, y también de la pelirroja —agregó, al ver la
cara de su amigo.
—Sí, claro, tienes razón —dijo Ron, obligándose a
apartar la vista del profesor Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su
varita, para ponerlas en las ramas del árbol nuevo.
—¿La biblioteca? —preguntó Hagrid, acompañándolos
hasta la puerta—. ¿Justo antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis?
Los gemelos Prewett asintieron estado
de acuerdo.
—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Harry—.
Desde que mencionaste a Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.
McGonagall parecía impresionada.
Esos tres chicos parecían muy curiosos,
insistentes y sobre todo muy tercos, pensaba la profesora de Transformaciones.
—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme…
Ya os lo dije… No os metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia
ese perro.
—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel,
eso es todo —dijo Hermione.
—Es un poco obstinada, ¿no? —dijo
Remus.
—Uff. Y tú eres el que mejor sabe
acerca de la obstinación de Hermione —dijo Fred, sonriendo.
Lupin lo miró confundido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Pues que en el futuro ustedes dos
son muy amigos —trato de arreglar George—, por eso mi gemelo dijo que tú
conocías muy bien la obstinación de Hermione.
Remus asintió, mientras que Sirius
sonreía por la explicación del pelirrojo, pero no le creí ni una sola palabra.
—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió
Harry—. Ya hemos buscado en miles de libros y no hemos podido encontrar nada…
Si nos das una pista… Yo sé que leí su nombre en algún lado.
—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza.
McGonagall sonrió al saber que Hagrid
no apoyaba la curiosidad de los chicos.
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo
Ron. Dejaron a Hagrid malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca.
Habían estado buscando el nombre de Flamel desde
que a Hagrid se le escapó, porque ¿de qué otra manera podían averiguar lo que
quería robar Snape? (Severus no creía que él quería
robarse ese paquete que escondía el perro de tres cabezas, por muy valioso que
fuera) El problema era la dificultad de buscar; sin saber qué podía
haber hecho Flamel para figurar en un libro. No estaba en Grandes magos del
siglo XX, ni en Notables nombres de la magia de nuestro tiempo;
tampoco figuraba en Importantes descubrimientos en la magia moderna ni
en Un estudio del reciente desarrollo de la hechicería (Es lógico que Nicolás no
apareciera en uno de esos libros, comentó Dumbledore, sorprendiendo a todos los
presentes del pasado). Y además, por supuesto, estaba el tamaño de la
biblioteca, miles y miles de libros, miles de estantes, cientos de estrechas
filas…
—Parece un trabajo muy difícil y
cansado —comentó Ted, a lo que los demás asintieron estando de acuerdo.
Hermione sacó una lista de títulos y temas que
había decidido investigar; mientras Ron se paseaba entre una fila de libros y
los sacaba al azar. Harry se acercó a la Sección Prohibida (McGonagall puso mala cara al escuchar eso último).
Se había preguntado si Flamel no estaría allí. Pero por desgracia, hacía falta
un permiso especial, firmado por un profesor, para mirar alguno de los libros
de aquella sección, y sabía que no iba a conseguirlo. Allí estaban los libros
con la poderosa Magia del Lado Oscuro, que nunca se enseñaba en Hogwarts y que
sólo leían los alumnos mayores, que estudiaban cursos avanzados de Defensa
Contra las Artes Oscuras.
—¿Qué estás buscando, muchacho?
—Nada —respondió Harry.
—Mala respuesta —dijeron los
merodeadores—, sospechara de inmediato —agregó Sirius.
—Y lo echaran —terminó James.
—¿Y ustedes como saben eso? —preguntó
Lily.
—Tenemos experiencia —contestó Sirius
sonriendo.
La señora Pince, la bibliotecaria, empuñó un
plumero ante su cara.
—Entonces, mejor que te vayas. ¡Vamos, fuera!
—Lo que dije. Lo echo —dijo James.
Harry salió de la biblioteca, deseando haber sido
más rápido en inventarse algo. Él, Ron y Hermione se habían puesto de acuerdo
en que era mejor no consultar a la señora Pince sobre Flamel. Estaban seguros
de que ella podría decírselo, pero no podían arriesgarse a que Snape se
enterara de lo que estaban buscando.
—Yo tampoco me arriesgaría —dijo
Frank.
Harry los esperó en el pasillo, para ver si los
otros habían encontrado algo, pero no tenía muchas esperanzas. Después de todo,
buscaban sólo desde hacía quince días y en los pocos momentos libres, así que
no era raro que no encontraran nada. Lo que realmente necesitaban era una buena
investigación, sin la señora Pince pegada a sus nucas.
Cinco minutos más tarde, Ron y Hermione aparecieron
negando con la cabeza. Se marcharon a almorzar.
—Vais a seguir buscando cuando yo no esté, ¿verdad?
—dijo Hermione—. Si encontráis algo, enviadme una lechuza.
—Esa castaña no tiene remedio —dijo
Sirius, medio en broma.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Remus.
—Pues porque los quiere tener en las
vacaciones buscando cosas en vez de dejarlos divertirse —contestó el animago.
Remus y Lily solo negaron con la
cabeza.
—Y tú podrás preguntarle a tus padres si saben
quién es Flamel —dijo Ron—. Preguntarle a ellos no tendrá riesgos.
—Ningún riesgo, ya que ambos son dentistas
—respondió Hermione.
—Como que Ron se olvidó de ese
pequeño detalle —dijo Charlie bromeando.
—Ron a veces es muy despistado
—comentó Bill.
Cuando comenzaron las vacaciones, Ron y Harry
tuvieron mucho tiempo para pensar en Flamel. Tenían el dormitorio para ellos y
la sala común estaba mucho más vacía que de costumbre, así que podían elegir
los mejores sillones frente al fuego. Se quedaban comiendo todo lo que podían
pinchar en un tenedor de tostar (pan, buñuelos, melcochas) y planeaban formas
de hacer que expulsaran a Malfoy, muy divertidas, pero imposibles de llevar a
cabo.
—No si nosotros estamos de su lado
—dijo Sirius.
James y Remus rieron.
—Bien dicho, Canuto —lo felicitó
James.
Ron también comenzó a enseñar a Harry a jugar al
ajedrez mágico. Era igual que el de los muggles, salvo que las piezas
estaban vivas, lo que lo hacía muy parecido a dirigir un ejército en una
batalla. El juego de Ron era muy antiguo y estaba gastado. Como todo lo que
tenía, había pertenecido a alguien de su familia, en este caso a su abuelo. Sin
embargo, las piezas de ajedrez viejas no eran una desventaja. Ron las conocía
tan bien que nunca tenía problemas en hacerles hacer lo que quería.
—Ron siempre ha sido el mejor jugando
ajedrez —comentó Percy.
Molly y Arthur sonrieron orgullosos
de su hijo.
Harry jugó con el ajedrez que Seamus Finnigan le había
prestado, y las piezas no confiaron en él. Él todavía no era muy buen jugador,
y las piezas le daban distintos consejos y lo confundían, diciendo, por
ejemplo: «No me envíes a mí. ¿No ves el caballo? Muévelo a él, podemos
permitirnos perderlo».
En la víspera de Navidad, Harry se fue a la cama,
deseoso de que llegara el día siguiente, pensando en toda la diversión y comida
que lo aguardaban, pero sin esperar ningún regalo (No
te preocupes, en el futuro lo llenaremos de regalos, le susurró James a Lily, a
lo que ella le besó la mejilla). Cuando al día siguiente se despertó
temprano, lo primero que vio fue unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
—¡Feliz Navidad! —lo saludó medio dormido Ron,
mientras Harry saltaba de la cama y se ponía la bata.
—Para ti también —contestó Harry—. ¡Mira esto! ¡Me
han enviado regalos!
—¿Qué esperabas, nabos? —dijo Ron, volviéndose
hacia sus propios paquetes, que eran más numerosos que los de Harry.
—Ron siempre y su tacto al hablar
—comentó Bill.
Harry cogió el paquete que estaba más arriba.
Estaba envuelto en papel de embalar y tenía escrito: «Para Harry de Hagrid».
Contenía una flauta de madera, toscamente trabajada. Era evidente que Hagrid la
había hecho. Harry sopló y la flauta emitió un sonido parecido al canto de la lechuza.
El segundo, muy pequeño, contenía una nota.
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de
Navidad. De tío Vernon y tía Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de
cincuenta peniques.
—Vaya, que detalle, que considerados
—murmuró Lily sarcásticamente.
James abrazo a su novia para
calmarla, al verla tan seria.
—Qué detalle —comentó Harry.
Ron estaba fascinado con los cincuenta peniques.
—¡Qué raro! —dijo— ¡Qué forma! ¿Esto es dinero?
—Ese comentario me recuerda a ti
querido —dijo Molly a su esposo, quien se sonrojó.
—Puedes quedarte con ella —dijo Harry, riendo ante
el placer de Ron—. Hagrid, mis tíos… ¿Quién me ha enviado éste?
—Creo que sé de quién es ése —dijo Ron, algo rojo y
señalando un paquete deforme—. Mi madre. Le dije que creías que nadie te
regalaría nada y… oh, no —gruñó—, te ha hecho un jersey Weasley.
Harry abrió el paquete y encontró un jersey tejido
a mano, grueso y color verde esmeralda, y una gran caja de pastel de chocolate
casero.
—Muchas gracias, Molly —dijeron al
unisonó James y Lily.
—De nada —contestó una apenada Molly,
sonriendo a la pareja.
—También tenemos que agradecerle a
Hagrid por ser tan amable con Harry —recordó Lily.
James asintió.
—Cada año nos teje un jersey —dijo Ron,
desenvolviendo su paquete— y el mío siempre es rojo oscuro.
—Es muy amable de parte de tu madre —dijo Harry
probando el pastel, que era delicioso.
—Pues si es mamá quien lo hizo, claro
que tenía que estar delicioso —dijeron Fred y George.
El siguiente regalo también tenía golosinas, una
gran caja de ranas de chocolate, de parte de Hermione.
Le quedaba el último. Harry lo cogió y notó que era
muy ligero. Lo desenvolvió.
Algo fluido y de color gris plateado se deslizó
hacia el suelo y se quedó brillando.
—No puede ser. Tiene la capa —exclamó
James.
—La pregunta sería quien se la dio
—dijo Remus.
—Oh, la capa, cuantas buenas bromas
hicimos gracias a esa capa —recordó Sirius.
—Lo que nosotros hubiéramos podido
hacer con una capa como esa —se lamentaron los gemelos Prewett.
Ron bufó.
—Había oído hablar de esto —dijo con voz ronca,
dejando caer la caja de grageas de todos los sabores, regalo de Hermione—. Si
es lo que pienso, es algo verdaderamente raro y valioso.
—¿Qué es?
Harry cogió el género brillante y plateado. El
tocarlo producía una sensación extraña, como si fuera agua convertida en
tejido.
—Es una capa invisible —dijo Ron, con una expresión
de temor reverencial—. Estoy seguro… Pruébatela.
Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó
un grito.
—¡Lo es! ¡Mira abajo!
Harry se miró los pies, pero ya no estaban. Se
dirigió al espejo. Efectivamente: su reflejo lo miraba, pero sólo su cabeza
suspendida en el aire, porque su cuerpo era totalmente invisible. Se puso la
capa sobre la cabeza y su imagen desapareció por completo.
—Ahora podrá hacer lo que quiera en
Hogwarts —dijo Sirius.
—Podría hacer grandes bromas —James
estaba muy emocionado de que su hijo tuviera su capa.
—Lo único que le haría falta para ser
libre, sería el mapa del merodeador —dijo Remus por lo bajo, pero los gemelos
Weasley lo lograron oír y sonrieron al recordar que ellos le dieron el mapa a
Harry.
—¡Hay una nota! —dijo de pronto Ron—. ¡Ha caído una
nota!
Harry se quitó la capa y cogió la nota. La
caligrafía, fina y llena de curvas, era desconocida para él. Decía:
Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya
es tiempo de que te sea devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.
No tenía firma. Harry contempló la nota. Ron
admiraba la capa.
—Es obvio que fue el profesor
Dumbledore quien le dio la capa —dijo Lily.
—¿Por qué tenía mi capa, Dumbledore?
—preguntó James.
—No lo sé, señor Potter, aún no ha
pasado. Pero tal vez en algún momento me la presto —contestó amablemente el
director.
—Yo daría cualquier cosa por tener una —dijo— Lo
que sea. ¿Qué te sucede?
—Nada —dijo Harry. Se sentía muy extraño. ¿Quién le
había enviado la capa? ¿Realmente había pertenecido a su padre?
—Claro que me pertenece —dijo James—,
y le perteneció a mi papá, a mi abuelo, a mi bisabuelo, y así a estado pasando
de generación en generación —aclaró.
—Hay algo que no entiendo —dijo Moody
mirando a James.
—¿Qué? —preguntó McGonagall.
—Ese tipo de capas no suelen durar
mucho años, pero al parecer su capa si —dijo Moody al pelinegro.
—Es que mi capa es especial —fue la
simple respuesta de James.
A Moody no le satisfació esa
respuesta, pero ya no objeto nada más.
Antes de que pudiera decir o pensar algo, la puerta
del dormitorio se abrió de golpe y Fred y George Weasley entraron. Harry
escondió rápidamente la capa. No se sentía con ganas de compartirla con nadie
más.
Los gemelos pusieron cara de
ofendidos, pero luego se meraron y sonrieron.
—¡Feliz Navidad!
—¡Eh, mira! ¡A Harry también le han regalado un
jersey Weasley!
Fred y George llevaban jerséis azules, uno con una
gran letra F y el otro con la G.
—El de Harry es mejor que el nuestro —dijo Fred
cogiendo el jersey de Harry—. Es evidente que se esmera más cuando no es para
la familia.
—Eso es mentira —exclamó Molly.
—Solo era una broma, mamá —dijeron
los gemelos, sonriendo al ver la cara ligeramente sonrojada de su madre.
—No les hagas caso, madre —aconsejó
Percy.
—¿Por qué no te has puesto el tuyo, Ron? —quiso
saber George—. Vamos, pruébatelo, son bonitos y abrigan.
—Detesto el rojo oscuro —se quejó Ron, mientras se
lo pasaba por la cabeza.
—No tenéis la inicial en los vuestros —observó
George—. Supongo que ella piensa que no os vais a olvidar de vuestros nombres.
Pero nosotros no somos estúpidos… Sabemos muy bien que nos llamamos Gred y
Feorge.
Fred y George rieron seguidos de sus
hermanos, los merodeadores, Lily, los gemelos Prewett, Neville y sus padres,
junto con los Tonks. Dumbledore también reía de las ocurrencias de los gemelos,
y McGongll sonreía ligeramente.
—¿Qué es todo ese ruido?
Percy Weasley asomó la cabeza a través de la
puerta, con aire de desaprobación. Era evidente que había ido desenvolviendo
sus regalos por el camino, porque también tenía un jersey bajo el brazo, que
Fred vio.
—¡P de prefecto! Pruébatelo, Percy, vamos, todos
nos lo hemos puesto, hasta Harry tiene uno.
—Yo… no… quiero —dijo Percy, con firmeza, mientras
los gemelos le metían el jersey por la cabeza, tirándole las gafas al suelo.
Percy se sonrojo.
—Y hoy no te sentarás con los prefectos —dijo
George—. La Navidad es para pasarla en familia.
—George tiene razón la Navidad es
para pasarla en familia; aunque la mía no era muy amorosa, por eso ya la pasaba
con la familia de Cornamenta —contó Sirius.
Cogieron a Percy y se lo llevaron de la habitación,
con los brazos sujetos por el jersey.
Bill y Charlie se rieron de Percy por
la forma en que los gemelos se lo llevaron.
Harry no había celebrado en su vida una comida de
Navidad como aquélla. Un centenar de pavos asados, montañas de patatas cocidas
y asadas, soperas llenas de guisantes con mantequilla, recipientes de plata con
una grasa riquísima y salsa de moras, y muchos huevos sorpresa esparcidos por
todas las mesas. Estos fantásticos huevos no tenían nada que ver con los flojos
artículos de los muggles, que Dudley habitualmente compraba, ni con
juguetitos de plástico ni gorritos de papel. Harry tiró uno al suelo y no sólo
hizo ¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y los envolvió en una nube azul,
mientras del interior salían una gorra de contraalmirante y varios ratones
blancos, vivos. En la Mesa Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero
cónico de mago por un bonete floreado, y se reía de un chiste del profesor
Flitwick.
—Fue uno de las Navidades más
divertidas, ¿te acuerdas, Freddie? —preguntó George.
—Por supuesto que sí, fue cuando le
hicimos una broma a… —Fred paro de hablar porque su gemelo le hacía señas de
que su madre estaba atenta a todo lo que ellos decían. Y si no querían meterse
en problemas era mejor no contar detalles acerca de sus bromas.
A los pavos les siguieron los pudines de Navidad,
flameantes. Percy casi se rompió un diente al morder un sickle de plata
que estaba en el trozo que le tocó. Harry observaba a Hagrid, que cada vez se
ponía más rojo y bebía más vino, hasta que finalmente besó a la profesora
McGonagall en la mejilla y, para sorpresa de Harry, ella se ruborizó y rió, con
el sombrero medio torcido.
—¿En serio? ¡Cómo nos hubiera gustado
ver esa escena! —dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett.
La profesora se sonrojó levemente.
Cuando Harry finalmente se levantó de la mesa,
estaba cargado de cosas de las sorpresas navideñas, y que incluían globos
luminosos que no estallaban, un juego de Haga Crecer Sus Propias Verrugas y
piezas nuevas de ajedrez. Los ratones blancos habían desaparecido, y Harry tuvo
el horrible presentimiento de que iban a terminar siendo la cena de Navidad de
la Señora Norris.
Muchos asintieron estando de acuerdo
con Harry.
Harry y los Weasley pasaron una velada muy
divertida, con una batalla de bolas de nieve en el parque. Más tarde, helados,
húmedos y jadeantes, regresaron a la sala común de Gryffindor para sentarse al
lado del fuego. Allí Harry estrenó su nuevo ajedrez y perdió espectacularmente
con Ron (Todos perdemos cuando jugamos con Ron,
dijeron los gemelos Weasley). Pero sospechaba que no habría perdido de
aquella manera si Percy no hubiera tratado de ayudarlo tanto.
—Ojala y le hubiéramos advertido
antes a Harry de que Percy es el peor jugador de ajedrez —dijeron los gemelos
Weasley, dirigiéndole una mirada burlona a su hermano mayor.
Percy se sonrojó.
Después de un té con bocadillos de pavo, buñuelos,
bizcocho borracho y pastel de Navidad, todos se sintieron tan hartos y
soñolientos que no podían hacer otra cosa que irse a la cama; no obstante,
permanecieron sentados y observaron a Percy, que perseguía a Fred y George por
toda la torre Gryffindor porque le habían robado su insignia de prefecto.
—Que hermosos recuerdos —exclamaron
Fred y George.
—Nosotros también le escondimos su
insignia de Prefecto a Lunático —contó Sirius, señalando a su amigo James y
luego señalándose él.
Remus bufo.
—Y luego yo les escondí su preciado
álbum —contraatacó Remus.
—Nos tomó tres días encontrar nuestro
álbum de las más hermosas chic… —Sirius se interrumpió al ver la mirada que le
dirigía James.
—¿Qué ibas a decir, Sirius? El álbum
era de las más hermosas, ¿Qué? —preguntó Lily con el rostro levemente fruncido.
—El álbum de las más hermosas escobas
—mintió James—. Ya sabes, de las más antiguas a las más modernas, de las más
veloces a las más lentas, de las más caras a las más baratas —explicó. Lily
asintió lentamente.
A lo que James suspiró aliviado.
Mientras que Sirius y Remus se reían disimuladamente de él.
Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo,
algo daba vueltas en un rincón de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo
pensar libremente en ello: la capa invisible y quién se la había enviado.
Ron, ahíto de pavo y pastel y sin ningún misterio
que lo preocupara, se quedó dormido en cuanto corrió las cortinas de su cama.
Harry se inclinó a un lado de la cama y sacó la capa.
De su padre… Aquello había sido de su padre. Dejó
que el género corriera por sus manos, más suave que la seda, ligero como el
aire. «Utilízalo bien», decía la nota.
Tenía que probarla (Llego
la hora de merodear, dijeron al unisonó los merodeadores). Se deslizó
fuera de la cama y se envolvió en la capa. Miró hacia abajo y vio sólo la luz
de la luna y las sombras. Era una sensación muy curiosa.
«Utilízalo bien.»
De pronto, Harry se sintió muy despierto. Con
aquella capa, todo Hogwarts estaba abierto para él.
—Podría ir a las cocinas —dijo
Sirius.
—Ir a los baños de los prefectos
—dijo James.
—Ir a la sección prohibida de la
biblioteca —susurró Remus.
—Hacer bromas a los Slytherin
—dijeron los merodeadores a la vez.
—Ustedes solo piensan en hacer bromas
—regañó Lily.
—No es cierto, también pensamos en
las chicas, ¿verdad, Lunático? —preguntó Sirius a su amigo.
—Bueno… —comenzó Remus, pero James
interrumpió.
—También podrías vigilar a la chica
que te gusta —dijo sin pensar.
Lily miró sorprendida a su novio.
—ahora entiendo, es así como sabías
muchas cosas de mí —dijo la pelirroja, y su novio solo la miró inocentemente.
Mientras estaba allí, en la oscuridad y el
silencio, la excitación se apoderó de él. Podía ir a cualquier lado con ella, a
cualquier lado, y Filch nunca lo sabría.
Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Algo lo
detuvo. La capa de su padre… Sintió que aquella vez (la primera vez) quería
utilizarla solo.
—Es entendible —apoyó Bill.
Salió cautelosamente del dormitorio, bajó la
escalera, cruzó la sala común y pasó por el agujero del retrato.
—¿Quién está ahí? —chilló la Dama Gorda. Harry no
dijo nada. Anduvo rápidamente por el pasillo.
¿Adónde iría? De pronto se detuvo, con el corazón
palpitante, y pensó. Y entonces lo supo. La Sección Prohibida de la biblioteca.
Iba a poder leer todo lo que quisiera, para descubrir quién era Flamel. Se
ajustó la capa y se dirigió hacia allí.
—¿Creen de que encuentre algo sobre
ese tal Flamel en la sección prohibida? —preguntó Sirius.
—Tal vez —dijo James, pero no estaba
muy seguro.
—Tengo el presentimiento que no
encontrara nada sobre Flamel en la sección prohibida —al ver la expresión
confusa de sus amigos siguió hablando—, no creo que Flamel esté relacionado con
magia oscura —explicó.
La biblioteca estaba oscura y fantasmal. Harry
encendió una lámpara para ver la fila de libros. La lámpara parecía flotar sola
en el aire y hasta el mismo Harry, que sentía su brazo llevándola, tenía miedo.
La Sección Prohibida estaba justo en el fondo de la
biblioteca. Pasando con cuidado sobre la soga que separaba aquellos libros de
los demás, Harry levantó la lámpara para leer los títulos.
No le decían mucho. Las letras doradas formaban
palabras en lenguajes que Harry no conocía. Algunos no tenían títulos. Un libro
tenía una mancha negra que parecía sangre (Tal vez
es sangre de verdad, dijo Ted). A Harry se le erizaron los pelos de la
nuca. Tal vez se lo estaba imaginando, tal vez no, pero le pareció que un
murmullo salía de los libros, como si supieran que había alguien que no debía
estar allí.
Tenía que empezar por algún lado. Dejó la lámpara
con cuidado en el suelo y miró en una estantería buscando un libro de aspecto
interesante. Le llamó la atención un volumen grande, negro y plateado. Lo sacó
con dificultad, porque era muy pesado y, balanceándolo sobre sus rodillas, lo
abrió.
Arthur paro de leer.
—¿Qué paso? —preguntó Andrómeda.
—Sigue leyendo, cuñado —exigieron los
gemelos Prewett.
Un grito desgarrador; espantoso, cortó el silencio…
¡El libro gritaba! (Odio esos libros, dijeron al unisonó
Remus y Sirius. Los del futuro asintieron con comprensión, puesto que ellos por
ser un perro y un lobo tenían los oídos más sensibles, sobretodo Remus) Harry lo cerró de golpe, pero el aullido continuaba,
en una nota aguda, ininterrumpida. Retrocedió y chocó con la lámpara, que se
apagó de inmediato. Aterrado, oyó pasos que se acercaban por el pasillo, metió
el volumen en el estante y salió corriendo. Pasó al lado de Filch casi en la
puerta, y los ojos del celador; muy abiertos, miraron a través de Harry. El
chico se agachó, pasó por debajo del brazo de Filch y siguió por el pasillo,
con los aullidos del libro resonando en sus oídos.
—Qué suerte —dijeron Alice y Frank
Longbottom.
—Como nos hubiera gustado tener una
capa como esa cuando asistíamos a Hogwarts —se lamentaron Fabian y Gideon.
Se detuvo de pronto frente a unas armaduras. Había
estado tan ocupado en escapar de la biblioteca que no había prestado atención
al camino. Tal vez era porque estaba oscuro, pero no reconoció el lugar donde
estaba. Había armaduras cerca de la cocina, eso lo sabía, pero debía de estar
cinco pisos más arriba.
—Usted me pidió que le avisara directamente,
profesor, si alguien andaba dando vueltas durante la noche, y alguien estuvo en
la biblioteca, en la Sección Prohibida.
Harry sintió que se le iba la sangre de la cara.
Filch debía de conocer un atajo para llegar a donde él estaba, porque el
murmullo de su voz se acercaba cada vez más y, para su horror, el que le
contestaba era Snape.
—Siempre tiene que aparecer Quijicus
en donde no lo llaman —exclamaron los merodeadores.
Snape los ignoró olímpicamente.
—¿La Sección Prohibida? Bueno, no pueden estar
lejos, ya los atraparemos.
—No creo que puedas contra una capa
de invisibilidad, Quijicus —dijo James, a lo que Severus le dirigió una mirada
envenenada.
Harry se quedó petrificado, mientras Filch y Snape
se acercaban. No podían verlo, por supuesto, pero el pasillo era estrecho y, si
se acercaban mucho, iban a chocar contra él. La capa no ocultaba su
materialidad.
Retrocedió lo más silenciosamente que pudo. A la
izquierda había una puerta entreabierta. Era su única esperanza. Se deslizó,
conteniendo la respiración y tratando de no hacer ruido. Para su alivio, entró
en la habitación sin que lo notaran. Pasaron por delante de él y Harry se apoyó
contra la pared, respirando profundamente, mientras escuchaba los pasos que se
alejaban. Habían estado cerca, muy cerca. Transcurrieron unos pocos segundos
antes de que se fijara en la habitación que lo había ocultado.
Parecía un aula en desuso. Las sombras de sillas y
pupitres amontonados contra las paredes, una papelera invertida y apoyada
contra la pared de enfrente… Había algo que parecía no pertenecer allí, como si
lo hubieran dejado para quitarlo de en medio.
—¿Qué es ese algo? —preguntó Alice a
Arthur.
A lo que el pelirrojo continuó leyendo.
Era un espejo magnífico, alto hasta el techo, con
un marco dorado muy trabajado, apoyado en unos soportes que eran como garras.
Tenía una inscripción grabada en la parte superior: Oesed lenoz aro cut edon
isara cut se onotse.
—Esto
no es tu cara sino de tu corazón el deseo —dijo Lily.
—¿Cómo sabes qué significa eso?
—preguntó Sirius.
—Esta al revés —contestaron Lily y
Remus.
Ya no oía ni a Filch ni a Snape, y Harry no tenía
tanto miedo. Se acercó al espejo, deseando mirar para no encontrar su imagen
reflejada. Se detuvo frente a él.
Tuvo que llevarse las manos a la boca para no
gritar. Giró en redondo. El corazón le latía más furiosamente que cuando el
libro había gritado… Porque no sólo se había visto en el espejo, sino que había
mucha gente detrás de él.
—¿Cómo? ¿Acaso había más personas
dentro de esa habitación? —preguntó James.
—No hay nadie más —contestó Remus.
—¿Cómo estás tan seguro, Lunático?
—preguntaron a la vez James y Sirius.
Remus no logró responder porque Lily
hablo antes.
—El espejo muestra el deseo de tu
corazón —susurró un poco apenada, sabiendo lo que podría ver su hijo reflejado
en el espejo.
—Así es, señorita Evans, esta usted
en lo cierto —aceptó Dumbledore.
Pero la habitación estaba vacía. Respirando
agitadamente, volvió a mirar el espejo.
Allí estaba él, reflejado, blanco y con mirada de
miedo y allí, reflejados detrás de él, había al menos otros diez. Harry miró
por encima del hombro, pero no había nadie allí. ¿O también eran todos
invisibles? ¿Estaba en una habitación llena de gente invisible y la trampa del
espejo era que los reflejaba, invisibles o no?
—Por supuesto que no —susurró Molly
que también había entendido perfectamente como funcionaba ese extraño espejo, y
se sentía un poco apenada por Harry.
Miró otra vez al espejo. Una mujer, justo detrás de
su reflejo, le sonreía y agitaba la mano. Harry levantó una mano y sintió el
aire que pasaba. Si ella estaba realmente allí, debía de poder tocarla, sus
reflejos estaban tan cerca… Pero sólo sintió aire: ella y los otros existían
sólo en el espejo.
Era una mujer muy guapa. Tenía el cabello rojo
oscuro y sus ojos… «Sus ojos son como los míos», pensó Harry, acercándose un
poco más al espejo. Verde brillante, exactamente la misma forma, pero entonces
notó que ella estaba llorando, sonriendo y llorando al mismo tiempo (Esa soy yo, ¿cierto?, preguntó Lily, abrazando a su
novio. Los demás asintieron). El hombre alto, delgado y de pelo negro
que estaba al lado de ella le pasó el brazo por los hombros. Llevaba gafas y el
pelo muy desordenado. Y se le ponía tieso en la nuca, igual que a Harry.
—Y ese soy yo —dijo James.
Harry estaba tan cerca del espejo que su nariz casi
tocaba su reflejo.
—¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?
Lily ya n pudo más y escondiendo su
cabeza en el pecho de James, lloro con verdadero dolor, le dolía haber dejado
solo a su hijo.
—Calma, Lily —consolaba James,
haciendo círculos en la espalda de la pelirroja.
Neville comprendía a Harry, puesto
que él también se crio sin sus padres, y los extrañaba mucho. La única
diferencia es que Neville tenía a sus padres vivos, pero ellos ni siquiera
sabían que tenían un hijo.
Mientras que en la otra mesa, Draco y
Pansy estaban sorprendidos, nunca imaginaron que Potter sufriera tanto al no
tener a sus padres junto a él. Sobre todo Draco pensaba que ya estaba
acostumbrado a ser un huérfano, y por eso siempre que él podía se burlaba de
Harry.
Entonces lo miraron, sonriendo. Y lentamente, Harry
fue observando los rostros de las otras personas, y vio otro par de ojos verdes
como los suyos (ese es mi padre, susurró Lily aun
con la cabeza en el pecho de James), otras narices como la suya, incluso
un hombre pequeño que parecía tener las mismas rodillas nudosas de Harry (Y ese es mi padre, dijo James). Estaba mirando a
su familia por primera vez en su vida.
Los Potter sonrieron y agitaron las manos, y Harry
permaneció mirándolos anhelante, con las manos apretadas contra el espejo, como
si esperara poder pasar al otro lado y alcanzarlos. En su interior sentía un
poderoso dolor, mitad alegría y mitad tristeza terrible.
—Lo comprendo —susurró Neville. Esa
era la misma sensación que él sentía cuando iba a visitar a sus padres.
No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no
se desvanecían y Harry miraba y miraba, hasta que un ruido lejano lo hizo
volver a la realidad. No podía quedarse allí, tenía que encontrar el camino
hacia el dormitorio. Apartó los ojos de los de su madre y susurró: «Volveré».
Salió apresuradamente de la habitación.
—Lo mejor sería que no volviera —dijo
Lily.
—Pero sabes que de todas formas lo
hará, pelirroja —dijo Sirius, después de haber permanecido callado un buen rato
al igual que Remus, puesto que ambos entendían a sus amigos, sabían que no se
sentían nada bien, aunque James quisiera aparentar estar sereno por Lily.
—Podías haberme despertado —dijo malhumorado Ron.
—Puedes venir esta noche. Yo voy a volver; quiero
enseñarte el espejo.
—Me gustaría ver a tu madre y a tu padre —dijo Ron
con interés.
—Y yo quiero ver a toda tu familia, todos los
Weasley. Podrás enseñarme a tus otros hermanos y a todos.
—Aunque claro, que Harry solo quería
conocer muy bien a nuestra hermanita —dijo George a Fred, recordando haberlos
encontrado besándose antes de la boda de Billy Fleur.
—Oh, por supuesto que sí, como me
pude haber olvidado de ese pequeño detalle —ironizó Fred.
—¿Qué quieren decir? —preguntó
Sirius, imaginado la respuesta.
—En, nada, nada. Ya se enteraran
—contestaron los gemelos.
—Puedes verlos cuando quieras —dijo Ron—. Ven a mi
casa este verano. De todos modos, a lo mejor sólo muestra gente muerta (A veces ron tiene una manera de decir las cosas, dijo
Charlie en desaprobación). Pero qué lástima que no encontraste a Flamel.
¿No quieres tocino o alguna otra cosa? ¿Por qué no comes nada?
Harry no podía comer. Había visto a sus padres y
los vería otra vez aquella noche. Casi se había olvidado de Flamel. Ya no le
parecía tan importante. ¿A quién le importaba lo que custodiaba el perro de
tres cabezas? ¿Y qué más daba si Snape lo robaba?
—Pues a nosotros si nos importa
—dijeron al unisonó los merodeadores y los gemelos Prewett.
—¿Estás bien? —preguntó Ron—. Te veo raro.
Lo que Harry más temía era no poder encontrar la
habitación del espejo. Aquella noche, con Ron también cubierto por la capa,
tuvieron que andar con más lentitud. Trataron de repetir el camino de Harry
desde la biblioteca, vagando por oscuros pasillos durante casi una hora.
—Estoy congelado —se quejó Ron—. Olvidemos esto y
volvamos.
—¡No! —susurró Harry—. Sé que está por aquí.
—Ojala y no logré encontrar la
habitación —rogaba Lily.
Pasaron al lado del fantasma de una bruja alta, que
se deslizaba en dirección opuesta, pero no vieron a nadie más.
—Helena Ravenclaw —susurró Neville.
Justo cuando Ron se quejaba de que tenía los pies
helados, Harry divisó la pareja de armaduras.
—Es allí… justo allí… ¡sí!
Abrieron la puerta. Harry dejó caer la capa de sus
hombros y corrió al espejo.
Allí estaban. Su madre y su padre sonrieron felices
al verlo.
Alice y Andrómeda sonrieron
ligeramente ante este hecho.
—¿Ves? —murmuró Harry.
—No puedo ver nada.
—¡Mira! Míralos a todos… Son muchos…
—Sólo puedo verte a ti.
—Está claro que no verá lo mismo que
Harry, porque ambos tienen deseos diferentes —dijo Ted Tonks.
—Tiene razón, señor Tonks —dijo
Dumbledore.
—Pero mira bien, vamos, ponte donde estoy yo.
Harry dio un paso a un lado, pero con Ron frente al
espejo ya no podía ver a su familia, sólo a Ron con su pijama de colores.
Sin embargo, Ron parecía fascinado con su imagen.
—Me preguntó qué es lo que verá el pequeño
Ronnie —canturrearon los gemelos, en un tono bromista.
—¡Mírame! —dijo.
—¿Puedes ver a toda tu familia contigo?
—No… estoy solo… pero soy diferente… mayor… ¡y soy
delegado!
—¿Delegado? —preguntaron todos los
hermanos Weasley a la vez.
—¿Cómo?
—Tengo… tengo un distintivo como el de Bill y estoy
levantando la copa de la casa y la copa de quidditch… ¡Y también soy
capitán de quidditch!
—En lo último se equivocó —dijo
Neville.
—Sí, porque el capitán fue… —Fred y
George se quedaron callados al ver las miradas que le dirigían sus hermanos,
indicándoles que estaban por hablar de más.
Ron apartó los ojos de aquella espléndida visión y
miró excitado a Harry.
—¿Crees que este espejo muestra el futuro?
—¿Cómo puede ser? Si toda mi familia está muerta…
déjame mirar de nuevo…
—Lo has tenido toda la noche, déjame un ratito más.
—Pero si estás sosteniendo la copa de quidditch,
¿qué tiene eso de interesante? Quiero ver a mis padres.
—No me empujes.
—Discuten igual que este par —dijo
Remus mirando a sus dos amigos.
—Sí, pero su siguen discutiendo de
esa manera llamaran la atención de Filch —dijeron los gemelos Prewett.
Un súbito ruido en el pasillo puso fin a la
discusión. No se habían dado cuenta de que hablaban en voz alta.
—Teníamos razón —volvieron a
interrumpir los Prewett.
—¡Rápido!
Ron tiró la capa sobre ellos justo cuando los
luminosos ojos de la Señora Norris aparecieron en la puerta. Ron
y Harry permanecieron inmóviles, los dos pensando lo mismo: ¿la capa funcionaba
con los gatos? Después de lo que pareció una eternidad, la gata dio la vuelta y
se marchó.
—No estamos seguros… Puede haber ido a buscar a
Filch, seguro que nos ha oído. Vamos.
Y Ron empujó a Harry para que salieran de la
habitación.
La nieve todavía no se había derretido a la mañana
siguiente.
—¿Quieres jugar al ajedrez, Harry? —preguntó Ron.
—No.
—¿Por qué no vamos a visitar a Hagrid?
—No… ve tú…
—Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No
vuelvas esta noche.
—Bien dicho. Y Harry le debería hacer
caso —dijo Lily.
—Pero no creo que le haga caso
—susurró Sirius.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pero tengo un mal presentimiento y, de
todos modos, ya has tenido muchos encuentros. Filch, Snape y la Señora
Norris andan vigilando por ahí ¿Qué importa si no te ven? ¿Y si tropiezan
contigo? ¿Y si chocas con algo?
—Pareces Hermione.
—Pues si Hermione hubiera estado con
allí, si lo detendría —dijo Fred.
—O tal vez lo acompañaría, ya vez lo
que sucedió cuando Malfoy cita a Harry para el duelo —dijo George.
—Te lo digo en serio, Harry, no vayas
Pero Harry sólo tenía un pensamiento en su mente,
volver a mirar en el espejo. Y Ron no lo detendría.
—Esa terquedad la heredo de parte de
los dos —comentó Sirius mirando a su amigo y a Lily.
La tercera noche encontró el camino más rápidamente
que las veces anteriores. Andaba más rápido de lo que habría sido prudente,
porque sabía que estaba haciendo ruido, pero no se encontró con nadie.
Y allí estaban su madre y su padre, sonriéndole
otra vez, y uno de sus abuelos lo saludaba muy contento. Harry se dejó caer al
suelo para sentarse frente al espejo. Nadie iba a impedir que pasara la noche
con su familia. Nadie.
Excepto…
—Lo atraparon —dijeron los
merodeadores.
—Ojala y no sea Quijicus —dijo Sirius
mirando fríamente a Snape.
—Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry?
Harry sintió como si se le helaran las entrañas.
Miró para atrás. Sentado en un pupitre, contra la pared, estaba nada menos que
Albus Dumbledore (Eso si es tener suerte, dijeron
los merodeadores y los gemelos Prewett. Dumbledore sonrió). Harry debió
de haber pasado justo por su lado, y estaba tan desesperado por llegar hasta el
espejo que no había notado su presencia.
—No… no lo había visto, señor.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser
invisible —dijo Dumbledore, y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—.
Entonces —continuó Dumbledore, bajando del pupitre para sentarse en el suelo
con Harry—, tú, como cientos antes que tú, has descubierto las delicias del
espejo de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que
hace, ¿no?
—Bueno… me mostró a mi familia y…
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe…?
—Porque es Dumbledore, y Dumbledore
siempre lo sabe todo —dijo Frank, a lo que Lucius hizo una mueca de disgusto.
—No necesito una capa para ser invisible —dijo
amablemente Dumbledore—. Y ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el
espejo de Oesed a todos nosotros?
Harry negó con la cabeza.
—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la
tierra puede utilizar el espejo de Oesed como un espejo normal, es decir, se
mirará y se verá exactamente como es. ¿Eso te ayuda?
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
—Nos muestra lo que queremos… lo que sea que
queramos…
—Sí y no —dijo con calma Dumbledore (¿Cómo es eso?, preguntaron algunos)—. Nos muestra
ni más ni menos que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón.
Para ti, que nunca conociste a tu familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley,
que siempre ha sido sobrepasado por sus hermanos, se ve solo y el mejor de
todos ellos (No lo sobrepasamos, Ron ha hecho más
cosas que nosotros no hemos hecho, dijeron a la vez todos los hermanos Weasley).
Sin embargo, este espejo no nos dará conocimiento o verdad. Hay hombres que se
han consumido ante esto, fascinados por lo que han visto. O han enloquecido, al
no saber si lo que muestra es real o siquiera posible.
Continuó:
—El espejo será llevado a una nueva casa mañana,
Harry, y te pido que no lo busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él,
deberás estar preparado (Yo preferiría que nunca se
volviera a encontrar con ese espejo, susurró Lily, aun abrazada a James).
No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo.
Ahora ¿por qué no te pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?
Harry se puso de pie.
—Señor… profesor Dumbledore… ¿Puedo preguntarle
algo?
—Es evidente que ya lo has hecho —sonrió
Dumbledore—. Sin embargo, puedes hacerme una pregunta más.
—¿Qué es lo que ve, cuando se mira en el espejo?
Casi todos miraron a Dumbledore
haciéndole la misma pregunta silenciosamente. Dumbledore solo sonrió.
—¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesos
calcetines de lana.
—¡¿Qué?! —las exclamaciones de los
merodeadores, los gemelos Weasley y Prewett se escucharon por toda la sala.
Harry lo miró asombrado.
—Uno nunca tiene suficientes calcetines —explicó
Dumbledore—. Ha pasado otra Navidad y no me han regalado ni un solo par. La
gente sigue insistiendo en regalarme libros.
En cuanto Harry estuvo de nuevo en su cama, se le
ocurrió pensar que tal vez Dumbledore no había sido sincero (Yo también creo lo mismo, susurró Sirius a sus amigos).
Pero es que, pensó mientras sacaba a Scabbers de su almohada, había sido
una pregunta muy personal.
—¡Como se atreve esa maldita rata
estar en la almohada de Harry! —exclamaron con indignación Fred y George,
llamando la atención de todos, puesto que los demás estaban más concentrados en
lo último que había leído Arthur.
—¿Por qué hablan así de su rata, que
acaso no era su mascota? —preguntó Frank.
—Ya te enteraras porque hablan así de
esa rata, papá —contestó Neville.
—Aquí termina el capítulo —anunció
Arthur.
—Bien, muchas gracias, Arthur —dijo
Dumbledore.
Pero antes de que Dumbledore
preguntara quien sería el voluntario para que continuara con la lectura. Otra
vez la misma luz cegadora apareció en la sala, todos cerraron los ojos al
instante cegados por la luz.
—Vienen más personas del futuro
—afirmó Andrómeda, parpadeando para acostumbrarse a la luz igual que los demás.
—Sí, pero quien podrá ser. ¿No te lo
dijeron, Neville? —preguntó Alice a su hijo.
—No —contestó el chico—, la profesora
McGonagall era la que decidía a quien mandaría al pasado.
Cuando la luz se disipo todos
pudieron ver bien a los chicos que habían aparecido. Una chica de cabellos
largos y rubios, delgada, no tan alta, piel clara, ojos entre celestes y grises
claros, vestía el uniforme de Ravenclaw, la cual estaba de la mano de un chico
pelirrojo —Fred no paso de desapercibido ese detalle y miró a su gemelo, para
luego sonreír ambos—, alto, de piel clara, ojos azules y pecas, vestía el
uniforme de Gryffindor, la chica que estaba a su costado también era pelirroja,
lacia, delgada, un poco más alta que la rubia, piel clara con pecas, ojos color
castaños, que al igual que el otro pelirrojo vestía el uniforme de Gryffindor.
Y por último al lado de la pelirroja estaba un chico de pelinegro, delgado, un
poco más bajo que el pelirrojo, piel clara, ojos verdes con gafas redondas y se
le podía ver un poco de su cicatriz en forma de rayo porque su flequillo no
llegaba a taparlo por completo, este también vestía el uniforme de Gryffindor.
Todos en la Sala de los Menesteres,
se quedaron asombrados con el parecido que tenía el chico pelinegro con James
Potter.
Los gemelos Weasley sonreían muy
abiertamente a los recién llegados.
—¿Dónde está Hermione? —preguntó
Neville, notando que faltaba la chica castaña, los gemelos se encogieron de
hombros.
Mientras
tanto Lily y James miraban cada detalle de su hijo. Su hijo que ya era un
hombre y casi de su misma edad.
Sirius
y Remus también miraban atentamente a la copia de su mejor amigo, pero con los
ojos de Lily.
—El
pequeño Cornamenta, por fin vino —susurró Sirius, muy emocionado a su amigo
Remus.
—Sí,
por fin vino, pero como que ya no es muy pequeño —comentó el licántropo con una
sonrisa en sus labios.
Dumbledore sonreía a los recién
llegados, McGonagall, miraba con una pequeña sonrisita a James para luego mirar
a Harry. Mientras tanto Severus miraba al pelinegro con el ceño fruncido.
Mi vida ya era terrible con un Potter
en mi vida, ahora con dos Potter, mi vida apesta, pensaba Severus, sin quitar
su vista del chico recién llegado.
—Buenos días —saludó Dumbledore
sonriendo, los chicos quedaron mirando fijamente al director—, podrían
presentarse para luego seguir con la lectura —pidió el director, los cuatro
chicos asintieron.
—Primero ustedes chicas —dijo un Ron
un poco sonrojado al tener muchos pares de ojos sobre él.
—¿Por qué primero nosotras? —preguntó
la pelirroja.
—Porque… porque primero son las damas
—contestó Ron.
—Que caballero —ironizó Ginny.
—Primero voy yo —dijo una sonriente
Luna.
Ron también sonrió.
—Aprende —le susurró a su hermana,
Ginny lo miró seria y Harry sonrió ligeramente.
La chica rubia dio unos cuantos pasos
más a delante.
—Buenos días —empezó la chica—, mi
nombre es Luna Lovegood —su voz y mirada era soñadora—. Soy hija de
Xenophillius y Pandora Lovegood. Soy una Ravenclaw y estoy cursando mi sexto
año —la rubia termino de hablar con una sonrisa en sus labios.
La chica pelirroja dio unos pasos
adelante y Luna volvió a su sitio anterior, al lado de Ron.
—Hola, a todos —saludó la pelirroja—,
mi nombre es Ginny…
—Di tu nombre en verdad —gritaron los
gemelos, Ginny miró a sus hermanos, y le sonrió a Fred, pero después cambio su
expresión y los miró seria, dejando muy a la vista una miraba casi igual a la
de Molly Weasley.
—Mi nombre es Ginevra Weasley —Molly
y Arthur sonrieron a su hija, esta les devolvió la sonrisa—, pero todos me
llaman Ginny. Soy la única Weasley después de muchas generaciones —informó—.
Mis padres son Arthur y Molly Weasley. Soy una Gryffindor y estoy cursando mi
sexto año —con eso se retiró a su antiguo lugar, o sea al lado del pelinegro,
este le sonrió ligeramente.
El pelirrojo dio un par de pasos
lentamente. Se aclaró la garganta y se dispuso a hablar.
—Hola… pasado —dijo, haciendo reír a
casi todos—, soy Ronald Weasley, pero todos me dicen Ron —se presentó, sus
padres miraban atentos al último de sus hijos varones—. Como pueden ver soy un
Gryffindor —dijo mostrando al león de su túnica—, estoy cursando el último año,
o sea séptimo —sonrió nerviosamente y se situó al lado de Luna.
—Excelente presentación, hermanito
—dijeron los gemelos con burla, a lo que Ron se puso rojo.
El momento por fin había llegado, era
hora de que se presentara el pelinegro. Todos esperaban ansiosos escuchar la
voz del chico, en especial Lily —su madre— los minutos se le hacían eternos.
James también estaba muy ansioso esperando la presentación de su futuro hijo.
El chico pelinegro dio unos cuantos
pasos. Miró todo el alrededor, se dio cuenta que algunos le sonreían, hasta
Draco tenía una sonrisita de suficiencia, mientras que Snape y Lucius Malfoy lo
miraban como si fuera una escoria. No les prestó atención y volvió a centrar su
mirada en sus padres.
—Hola —habló y sus padres y los
merodeadores lo miraron con más insistencia—, soy Harry Potter —los gemelos
susurraron algo como: «como si no nadie lo hubiera adivinado», para luego
soltar una risita—, mis padres son James y Lily Potter —todo eso lo dijo sin
quitar la mirada de sus padres, los cuales le sonrieron, Harry les devolvió la
sonrisa nerviosamente. Se sentía que flotaba, eso era lo que había deseado toda
su vida, ver a sus padres y aunque cuando estaba en primer año los vio a través
del espejo de Oesed, verlos ahí de carne y hueso igual que él, era simplemente
fascinante, sus ojos verdes brillaban de felicidad—. Soy un Gryffindor, y estoy
cursando el último año en Hogwarts —terminó de hablar. De pronto Sirius comenzó
a aplaudir emocionado y todos lo siguieron, claro menos Snape, Lucius, Narcisa,
Pansy y Draco, pero este seguía con su sonrisa de suficiencia. Harry se sintió
avergonzado, recordaba su primera noche en el Gran Comedor cuando lo
seleccionaron para Gryffindor.
—Bien, sean bienvenidos —dijo
Dumbledore cuando los aplausos cesaron, cosa que Harry agradeció—. Pueden tomar
asiento —dijo el director y los chicos obedecieron.
Cada quien se fue con su respectiva
familia. Luna fue arrastrada por Ron con su familia.
Con
los Potter
—¿Harry? ¿Hijo? —dijo Lily cuando
Harry se acercó a sus padres.
—¿Ma… má? ¿Pa… pá? —dijo
entrecortadamente Harry. Eran sus padres, siempre anhelo haber estado con
ellos, y por fin lo tenía cerca a él, aunque estos fueran un año menor que él.
Su madre era tan hermosa como la había visto en el espejo de Oesed, y su padre
tenía una sonrisa idéntica a la suya.
Lily inmediatamente abrazo a su hijo,
y Harry también le correspondió el abrazo. Lily no podía creer tener a su hijo
ahí, el cual era casi de su misma edad, lágrimas silenciosas resbalaban por sus
mejillas, pero aun lo siguió abrazando muy fuerte. Harry también lloro.
Luego de que Lily lo dejara de
abrazar, fue el turno de James, el cual también abrazo a su hijo. El abrazo
duró muchos minutos, Sirius y Remus estaban sorprendidos, puesto que era como
ver a su amigo abrazarse con algún gemelo perdido.
Cuando termino el abrazo, James fue
el primero en hablar.
—Hola, Harry. ¿Tu viaje fue muy
cansado? —preguntó.
—En realidad no —contestó el
pelinegro—, solo fue cuestión de minutos traspasar el portal que nos trajo
aquí.
—Oh, Harry, he esperado tanto tu
llegada —confesó Lily a su hijo.
—Nosotros también hemos estado
esperando tu llegada —dijo una voz que Harry reconoció como la voz de su
padrino.
Harry giró la mirada para encontrarse
con unos ojos grises que lo miraban, muy sonriente.
—Sirius, padrino —dijo Harry con una
gran sonrisa, y volviendo a llorar sin querer al ver a su padrino, con esa
mirada de picardía y no con esa mirada de tristeza oculta como lo vio la última
vez.
El animago se sorprendió al escuchar
que lo llamaba padrino.
—¿Soy tu padrino? —preguntó y Harry
asintió—, cumpliste tu promesa, Cornamenta, me hiciste el padrino de tu
primogénito.
James le sonrió a su amigo.
Harry dio unos pasos y abrazo a su
padrino. Luego de abrazar al animago vio que a su costado estaba su antiguo
profesor de DCAO y amigo, Remus Lupin.
—Remus —dijo Harry a la vez que
también abrazaba, el licántropo se sorprendió al principio, pero luego devolvió
el abrazo al hijo de uno de sus mejores amigos—. Que gusto me da volver a verlo
—confesó.
—Y a nosotros nos da mucho gusto
poderte conocer —dieron al unisonó Sirius y Remus.
Con
los Weasley
Dos pelirrojos y una rubia se
acercaron al matrimonio Weasley, ahí también estaba los hermanos mayores de los
dos pelirrojos.
—¿Ron? ¿Ginny? —susurró Molly.
—Hola, mamá —dijo Ron, sorprendido de
ver a su madre y a su padre tan jóvenes.
Molly abrazo a su hijo y beso su
mejilla, el pelirrojo sonrió tímidamente.
—Papá —dijo Ginny a su padre, quien
la abrazo.
—Oh, Molly, mírala —dijo Arthur
cuando dejo de abrazar a su única hija—, nuestra hija es hermosa —a lo que
Ginny le sonrió cálidamente a su padre.
—Por supuesto que lo es —dijo Molly,
para luego abrazar a su hija. Y Arthur abrazo a Ron.
Después de que padres e hijos se
saludaran. Ron se dio cuenta de que su madre miraba con insistencia a Luna.
—Oh, lo siento. Mamá, papá, ella es
Luna… mi novia —presentó ron un poco sonrojado.
Molly y Arthur sonrieron.
—Mucho gusto en conocerte, Luna —dijo
Molly maternalmente.
—Y a mí me da gusto volver a verla
señora —respondió Luna.
—Luna, bienvenida —dijo Arthur.
—Señor Weasley, me agrada volver a
verlo —volvió a hablar la rubia.
—Mira, Freddie, el pequeño Ronnie
vino con su novia —dijo George.
Ron ni siquiera le tomo importancia
la broma de George, porque su mirada al instante se dirigió al otro gemelo, al
igual que Ginny.
—¡Fred! —exclamaron Ron y Ginny a la
vez que lo abrazaban.
—Insisto, me extrañan más que a ti
George —dijo Fred en tono bromista para que nadie supiera aun que él estaba
muerto en el futuro.
A Molly y a Arthur les pareció raro
el comportamiento de sus hijos, pero decidieron dejarlo pasar por el momento,
ya luego lo averiguarían.
—Hola, Fred,
George —saludó Luna.
—Hola, Luna
Lunera —contestaron los gemelos.
Ginny, Ron y
Luna siguieron saludando a los otros chicos Weasley. Para luego pasar a saludar
a los demás.
Ginny, Ron y
Luna se acercaron a Harry luego de que este le hiciera gesto con la mano.
—Mamá, papá
—Harry pronunciaba esas palabras con verdadera alegría—, él es Ron, mi mejor
amigo, ella es Luna, novia de Ron y una gran amiga, y ella es Ginny…
—Ella es tu
novia o tu amiga —preguntó Sirius. Ginny y Harry se sonrojaron.
—Black —lo
regañó Lily—, te lo advierto —amenazó, a Harry le causo gracia ver a su madre
amenazando a su padrino.
—Solo era una pregunta,
pelirroja —contestó el animago.
—Eh, como decía
ella es Ginny… mi novia —admitió.
Los merodeadores
sonrieron.
—Muy bien
cachorro, siguiendo con la tradición Potter —dijo Sirius.
Lily miró seria
a Sirius, y este se calló, pero seguía sonriendo igual que James y Remus.
—Me alegra mucho
poder conocerlos —dijo Lily a los tres.
—A nosotros
también nos da mucho gusto conocerla, señora Potter —dijeron los tres chicos a
la vez, causando la risa de todos.
—Oh, Harry, sí
que eres idéntico a tu padre —dijo Ron sorprendido—. Señor Potter —saludó
luego.
—Hola, Ron
—saludó James jovialmente.
—Mucho gusto,
señor Potter —dijo Ginny tímidamente.
—¿Señor? Casi
tenemos la misma edad —dijo James.
—Hola —saludó
Luna—, entonces eso quiere decir que te podemos llamar por tu nombre —preguntó
Luna a James. El cual asintió sonriendo.
Esa chica es
extraña, pensaba James.
—Entonces, hola,
James —dijo la rubia.
—Hola, Luna
—saludó Cornamenta.
Segundos después
Luna enfoco su vista en los otros dos merodeadores.
—Hola, Sirius
Black —dijo Luna, llamado la atención de los demás—, y hola, profesor Lupin.
—¡¿Profesor?!
—preguntaron los merodeadores.
—Luna, no te
adelantes —dijo Ginny.
—Lo siento.
—No diremos nada
—advirtieron Harry y Ron al ver la cara de interrogación de los merodeadores.
Luego de que los
pelirrojos y Luna saludaran a los Potter, Harry también saludo a los Weasley.
Desde la otra
mesa Snape miraba todo con cara de aburrimiento. Y Harry sintió esta mirada,
giró y se encontró con unos profundos ojos negros sobre él.
—Buenos días,
profesor Snape —saludó Harry, ese acto llamo la atención de todos, puesto que
lo poco que sabían era que no se llevaban nada bien, mejor dicho que Snape no
lo soportaba—. Malfoy, Parkinson —siguió saludando el pelinegro.
—Potter
—respondieron Draco y Pansy al unisonó.
Pero Snape no
salía de su asombro, se preguntaba porque el hijo de Potter lo saludaba con
tanto respeto, si se supone que él no lo trataba bien, ¿acaso será una especie
de broma?, pensaba el futuro profesor.
—¿Por qué los
saludas? —preguntó Sirius, con un poco de enojo.
—Porque es un
profesor —respondió Harry.
—Sí, pero
también saludaste a Malfoy y a la chica.
—A los enemigos
también se le saluda —contestó en tono burlesco Ron.
—Hola, profesor
Snape —también saludaron Luna y Ginny.
—Profesor Snape
—saludó Ron, pero él más lo hizo porque nunca había visto la cara de Severus
tan sorprendida.
—Bien, señores,
creo que es hora de continuar con la lectura —dijo al cabo de unos minutos
Dumbledore.
—Es cierto,
¿Sobre qué son los libros? Según la profesora McGonagall, gracias a esos libros
podríamos cambiar el futuro —dijo Ron.
—Oh, no lo
sabes, Ron —dijo George.
—Si lo supiera
no lo hubiera preguntado —rebatió el pelirrojo.
—Pues los libros
tratan de las aventuras de Harry Potter y sus amiguitos —contestó Fred, para
luego soltar una risotada con su gemelo.
Harry y Ron se
miraron.
—Ya déjense de bromas, eso no es
verdad… ¿o, sí? —preguntó Harry.
—Sí es verdad, antes de que ustedes
vinieran Arthur acababa de leer “El espejo de Oesed” —comunicó Remus.
Harry y Ron palidecieron al escuchar
eso.
—Entonces eso quiere decir… —dijo
Harry.
—Eso quiere decir, Potter, que ahora
todos nos enteraremos de todos los misterios del Trío de Oro —dijo Draco, con un toque se satisfacción.
—Nos vamos a meter en problemas —le
susurró Ron a Harry.
—Quien desea continuar con la lectura
—dijo Dumbledore, y miró a una de las pelirrojas—. Que me dices Molly, podrías
continuar con la lectura.
—Claro —contestó Molly.
Arthur que aún tenía el libro con él,
se lo paso a su esposa.
Molly abrió el libro y busco la página en donde se había quedado su
esposo.
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