Al otro día todos se
levantaron muy temprano, porque estaban ansiosos por comenzar a leer el segundo
libro.
La puerta de la
habitación que llevaba el nombre grabado de ‘Ron Weasley’ se abrió dejando ver
a un pelirrojo con cara de sueño. Este se acercó distraídamente a su mejor
amigo —futuro cuñado— o mejor dicho al que creía su mejor amigo.
—Hola, Harry —dio un gran
bostezo—, podrías decirle a… —el pelirrojo se interrumpió viendo a quien tenía
frente a él, parpadeó muchas veces—, ¡Por las barbas de Merlín! Tú no eres
Harry —exclamó abriendo muchos los ojos.
Era James Potter, muy
sonriente, quien estaba frente a Ron.
—Claro que no es Harry,
él es Cornamenta —corrigió un divertido Sirius.
—Sí, ya me di cuenta, pero
es que estaba más dormido que despierto —se justificó Ron.
—¿Qué sucede? —preguntó
un pelinegro de ojos verdes con gafas.
—Pues que tu mejor amigo
confundió a Cornamenta contigo —contestó Sirius.
Harry camino hasta
ponerse junto a su padre.
—Aunque no hay que negar
que el parecido es asombroso —comentó Remus, mirando a su amigo y luego a
Harry.
—Lo único que los
diferencia es color de ojos y la cicatriz —dijo Sirius.
—Buenos días —dijeron al
unisonó Ginny y Luna.
Ambas se acercaron a sus
novios y le dieron un beso en la mejilla.
Los merodeadores
sonrieron ante este hecho.
—Bueno, el cachorro ya
está con su pelirroja, pero y tu pelirroja, Cornamenta —preguntó Sirius a su
amigo.
—Se quedó platicando un
momento con Alice —contestó James.
Luego de esta pequeña
charla, todos se dirigieron a su mesa correspondiente. Desayunaron amenamente
—lo bueno era que Lucius no soltó ninguno de sus comentarios desagradables,
porque aún estaba sorprendido del comportamiento de su hijo—. Dumbledore tomo
el segundo libro entre sus manos.
—El segundo libro se
titula: Harry Potter y la Cámara Secreta
—leyó Dumbledore.
Ginny se tensó apenas
escucho el título del libro. Harry al advertir que el estado de ánimo de su
novia había cambiado, paso su brazo por los hombros de Ginny, y la atrajo
contra sí, para reconfortarla.
Los hermanos de Ginny, la
miraban, una mirada que decía: tú no
tienes la culpa de nada.
—¿La Cámara Secreta?
—preguntaron los merodeadores.
—Esa no es una leyenda
—dijo Lily.
—¿Existe? —preguntaron
los gemelos Prewett.
—Claro que existe
—respondió Lucius, con una sonrisa maligna—, asustados —agregó viéndolos a cada
uno.
—Por favor, si no te
tememos a ti, con tu cabellera de muñeca muggle, ¿Cómo piensas que le vamos a
temer a la Cámara de los Secretos? —dijo Sirius, muy calmadamente, pero con una
gran sonrisa en sus labios.
James, Remus, Harry, Ron,
Ginny, Luna, los Weasley, los Longbottom, los Tonks rieron y hasta Draco rió
disimuladamente.
—¿Qué me dijiste, Black?
—siseó Lucius.
—Lo que oíste, Malfoy
—dijo Sirius, aun sonriendo.
—Por favor señores —dijo
McGonagall, antes de que Lucius sacara su varita y comenzara un duelo—, no
estamos aquí para discutir, sino para leer los libros —todos se quedaron
callados, pero los merodeadores aun sonreían mientras miraban a Lucius.
Y antes de que Dumbledore
preguntara que quien leería el primer capítulo, Bill Weasley habló.
—Me gustaría leer el
primer capítulo.
—Muy bien, señor Weasley
—dijo Dumbledore amablemente, pasándole el libro.
—“El peor cumpleaños” —leyó Bill.
Lily al escuchar el
título del primer capítulo, frunció el ceño.
Oh, Petunia, espero por
tu bien que no le hayas hecho nada que lamentar a mi hijo, pensaba Lily.
Harry se dio cuenta de
que todos los del pasado lo miraban.
No es nada bonito que
todos se enteren de mis pensamientos y de mis sentimientos, pensaba Harry.
Pero no podía hacer nada
para detenerlos, si todo era para mejorar los futuros de algunas personas.
No era la primera vez que en el número
4 de Privet Drive estallaba una discusión durante el desayuno. A primera hora
de la mañana, había despertado al señor Vernon Dursley un sonoro ulular
procedente del dormitorio de su sobrino Harry.
—Vaya, hasta que recordó
que eras su sobrino —le dijo Ron a su amigo.
Harry solo negó con la
cabeza.
—¡Es la tercera vez esta semana! —se
quejó, sentado a la mesa—. ¡Si no puedes dominar a esa lechuza, tendrá que irse
a otra parte!
Harry intentó explicarse una vez más.
—No se puede dominar a
las lechuzas —comentó Remus.
—Intenta explicarle eso
al tío Vernon, Remus —dijo el ojiverde.
—Es que se aburre. Está acostumbrada a
dar una vuelta por ahí. Si pudiera dejarla salir aunque sólo fuera de noche…
—¿Acaso tengo cara de idiota? —gruñó
tío Vernon, con restos de huevo frito en el poblado bigote (Narcisa y Pansy hicieron una mueca de asco)—. Ya
sé lo que ocurriría si saliera la lechuza.
Cambió una mirada sombría con su
esposa, Petunia.
Harry quería seguir discutiendo, pero
un eructo estruendoso y prolongado de Dudley, el hijo de los Dursley, ahogó sus
palabras.
—Que mal educado tienen a
ese niño —dijo Molly.
—Esos muggle parecen unos
cerdos —dijo Lucius.
Lily miró seria al rubio,
porque aunque no se comportaran bien con su hijo, eso no quería decir que iba a
permitir que hablaran mal de su familia.
Lucius le sonrió con
arrogancia a Lily al descubrir su mirada seria.
—¡Quiero más beicon!
—Queda más en la sartén, ricura —dijo
tía Petunia, volviendo los ojos a su robusto hijo—. Tenemos que alimentarte
bien mientras podamos… No me gusta la pinta que tiene la comida del colegio…
—No digas tonterías, Petunia, yo nunca
pasé hambre en Smeltings —dijo con énfasis tío Vernon—. Dudley come lo
suficiente, ¿verdad que sí, hijo?
—Lily, cariño —dijo James
a Lily—, no te vayas a enojar, pero estás completamente segura que ellos son
parientes tuyos —preguntó con temor a la reacción de su novia.
Pero para su sorpresa
Lily sonrió.
—Lamentablemente sí
—contestó la pelirroja.
Dudley, que estaba tan gordo que el
trasero le colgaba por los lados de la silla, hizo una mueca y se volvió hacia
Harry.
—Pásame la sartén.
—Se te han olvidado las palabras
mágicas —repuso Harry de mal talante.
—Una mala elección de
palabras —dijeron los merodeadores.
—Lo sé —dijo Harry.
El efecto que esta simple frase produjo
en la familia fue increíble: Dudley ahogó un grito y se cayó de la silla con un
batacazo que sacudió la cocina entera; la señora Dursley profirió un débil
alarido y se tapó la boca con las manos, y el señor Dursley se puso de pie de
un salto, con las venas de las sienes palpitándole.
—Vaya, y yo que pensé que
mi mamá a veces era dramática —comentó James.
—¡Me refería a «por favor»! —dijo Harry
inmediatamente—. No me refería a…
—¿QUÉ TE TENGO DICHO —bramó el tío,
rociando saliva por toda la mesa— ACERCA DE PRONUNCIAR LA PALABRA CON «M» EN
ESTA CASA?
—¿La palabra con «M»?
—dijo la profesora McGonagall indignada.
—Pero yo…
—¡CÓMO TE ATREVES A ASUSTAR A DUDLEY!
—dijo furioso tío Vernon, golpeando la mesa con el puño.
—Yo sólo…
—¡TE LO ADVERTÍ! ¡BAJO ESTE TECHO NO
TOLERARÉ NINGUNA MENCIÓN A TU ANORMALIDAD!
—¿Anormalidad? Pero si
los anormales son ellos —dijo Alice.
—Ser un mago no significa
ser anormal —dijo Lily con rencor—, cuando van a entender eso.
Harry miró el rostro encarnado de su
tío y la cara pálida de su tía, que trataba de levantar a Dudley del suelo.
—De acuerdo —dijo Harry—, de acuerdo…
Tío Vernon volvió a sentarse,
resoplando como un rinoceronte al que le faltara el aire y vigilando
estrechamente a Harry por el rabillo de sus ojos pequeños y penetrantes. Desde
que Harry había vuelto a casa para pasar las vacaciones de verano, tío Vernon
lo había tratado como si fuera una bomba que pudiera estallar en cualquier
momento; porque Harry no era un muchacho normal. De hecho, no podía ser menos
normal de lo que era.
—Siendo hijo de James y
de Lily, y ahijado de Sirius, no creo que sea muy normal que digamos —dijo
Remus tratando de aligerar el ambiente de tensión.
Lily le sonrió a su
amigo, mientras que James y Sirius ponían cara de ofendidos, pero al final
también sonrieron.
—Si piensa que tú no eres
normal —dijo Ron a Harry—, entonces su hijo como será, con esos padres tan
inteligentes que le toco.
—Sshhh…, no te vaya oír
—susurró Harry.
Ambos miraron a Lupin,
pero este se encontraba con el semblante tranquilo, lo que suponía que no había
escuchado nada, afortunadamente.
Harry Potter era un mago…, un mago que
acababa de terminar el primer curso en el Colegio Hogwarts de Magia. Y si a los
Dursley no les gustaba que Harry pasara con ellos las vacaciones, su desagrado
no era nada comparado con el de su sobrino.
—No te preocupes, hijo
—dijo James—, ahora que cambiemos el futuro, pasaras todas las vacaciones con
nosotros y serán muy divertidas.
—Sí, podrás hacer magia
cuando se te dé la gana —dijo Sirius, pero al notar la mirada de McGonagall se
corrigió—, digo, nos divertiremos mucho haciendo bromas, ¿verdad, Lunático?
Remus sonrió y asintió.
Añoraba tanto Hogwarts que estar lejos
de allí era como tener un dolor de estómago permanente (Se
lo que se siente, dijo Sirius. Y Severus también estaba de acuerdo con Sirius
aunque nunca lo admitiera). Añoraba el castillo, con sus pasadizos
secretos y sus fantasmas; las clases (aunque quizá no a Snape, el profesor de
Pociones) (Los merodeadores sonrieron ligeramente,
puesto que no podían decir nada porque habían prometido no molestar a Snape);
las lechuzas que llevaban el correo; los banquetes en el Gran Comedor; dormir
en su cama con dosel en el dormitorio de la torre; visitar a Hagrid, el
guardabosques, que vivía en una cabaña en las inmediaciones del bosque
prohibido; y, sobre todo, añoraba el quidditch,
el deporte más popular en el mundo mágico, que se jugaba con seis altos postes
que hacían de porterías, cuatro balones voladores y catorce jugadores montados
en escobas.
—El quiddicth es lo mejor —dijeron James, Sirius, Harry, Ron, Ginny, los
gemelos Weasley y Prewett al mismo tiempo.
En cuanto Harry llegó a la casa, tío
Vernon le guardó en un baúl bajo llave, en la alacena que había bajo la
escalera, todos sus libros de hechizos, la varita mágica, las túnicas, el
caldero y la escoba de primerísima calidad, la Nimbus 2.000 (¿Qué hicieron, qué?, exclamaron Lily, Molly y
McGonagall). ¿Qué les importaba a los Dursley si Harry perdía su puesto
en el equipo de quidditch de
Gryffindor por no haber practicado en todo el verano? ¿Qué más les daba a los
Dursley si Harry volvía al colegio sin haber hecho los deberes? (McGongall frunció el ceño) Los Dursley eran lo
que los magos llamaban muggles,
es decir, que no tenían ni una gota de sangre mágica en las venas, y para ellos
tener un mago en la familia era algo completamente vergonzoso. Tío Vernon había
incluso cerrado con candado la jaula de Hedwig,
la lechuza de Harry, para que no pudiera llevar mensajes a nadie del mundo
mágico.
—¡Eso es ilegal! ¡Están
privando de su libertad a mi hijo! —gritó Lily.
—Cariño, cálmate —trato
de apaciguarle James.
—¡Voy a matar a mi
hermana y al estúpido de su esposo! —siguió gritando Lily, sin hacer caso a
James.
—Mamá —dijo Harry, se le
hacía tan raro pronunciar esa palabra, pero a la vez lo llenaba de una
felicidad infinita—, ya paso, además algunas personas me rescataron de esa casa
—Harry miró a su amigo y a los gemelos Weasley, y estos le sonrieron.
—¿A qué te refieres con
eso? —preguntó James.
—Ya lo sabrán —contestó
el ojiverde.
Harry no se parecía en nada al resto de
la familia. Tío Vernon era corpulento, carecía de cuello y llevaba un gran
bigote negro; tía Petunia tenía cara de caballo y era huesuda (Mi mujer soñada, creo que se la quitare al gordo de
Vernon, dijo Sirius, causando la risa de todos); Dudley era rubio,
sonrosado y gordo. Harry, en cambio, era pequeño y flacucho, con ojos de un
verde brillante (Son tan lindos, dijeron James y
Ginny al unisonó, pero James miraba a
Lily y Ginny a Harry, lo cual provoco que madre e hijo se sonrojaran) y
un pelo negro azabache siempre alborotado (Eso es
tan Cornamenta, dijeron Sirius y Remus). Llevaba gafas redondas (Oh, James, mis ojos con tu ceguera, comentó Lily, y
James besó la mejilla de su novia) y en la frente tenía una delgada
cicatriz en forma de rayo.
—Oh, esa cicatriz —se
lamentó Lily, mirando a su hijo.
Era esta cicatriz lo que convertía a
Harry en alguien muy especial, incluso entre los magos. La cicatriz era el
único vestigio del misterioso pasado de Harry y del motivo por el que lo habían
dejado, hacia once años, en la puerta de los Dursley.
A la edad de un año, Harry había
sobrevivido milagrosamente a la maldición del hechicero tenebroso más
importante de todos los tiempos, lord Voldemort, cuyo nombre muchos magos y
brujas aún temían pronunciar. Los padres de Harry habían muerto (Lily se estremeció al escuchar nuevamente que James y
ella morirían y dejarían solo a su único hijo) en el ataque de
Voldemort, pero Harry se había librado, quedándole la cicatriz en forma de
rayo. Por alguna razón desconocida, Voldemort había perdido sus poderes en el
mismo instante en que había fracasado en su intento de matar a Harry.
—Gracia a Merlín y no
logro matarte —dijo Lily, mirando a su hijo.
De forma que Harry se había criado con
sus tíos maternos. Había pasado diez años con ellos sin comprender por qué
motivo sucedían cosas raras a su alrededor, sin que él hiciera nada, y creyendo
la versión de los Dursley, que le habían dicho que la cicatriz era consecuencia
del accidente de automóvil que se había llevado la vida de sus padres.
—Es la peor mentira que
se haya podido inventar, Petunia —gruñó Lily.
Pero más adelante, hacía exactamente un
año, Harry había recibido una carta de Hogwarts y así se había enterado de toda
la verdad. Ocupó su plaza en el colegio de magia, donde tanto él como su
cicatriz se hicieron famosos… (Una fama que yo
nunca quise, susurró Harry); pero el curso escolar había acabado y él se
encontraba otra vez pasando el verano con los Dursley, quienes lo trataban como
a un perro que se hubiera revolcado en estiércol.
Severus miraba al hijo de
la única mujer que amaba, sintiéndose igual que Harry, cada vez que empezaban
las vacaciones, eran un suplicio para él, su padre nunca lo trato muy bien que
digamos, la única que lo quería era su madre.
Los Dursley ni siquiera se habían
acordado de que aquel día Harry cumplía doce años (¿Cómo
te pudo hacer eso Petunia?, dijo Lily, con tristeza y enojo. Harry se encogió
de hombros quitándole importancia). No es que él tuviera muchas
esperanzas, porque nunca le habían hecho un regalo como Dios manda, y no
digamos una tarta… Pero de ahí a olvidarse completamente…
Ginny abrazo a su novio
para que no se sintiera mal. Mientras tanto Draco y Pansy no podían creer que
el gran Harry Potter hubiera pasado un cumpleaños tan deprimente. Puesto que
ellos siempre creyeron lo contrario.
En aquel instante, tío Vernon se aclaró
la garganta con afectación y dijo:
—Bueno, como todos sabemos, hoy es un
día muy importante.
—Se acordaron, no puedo
creerlo —dijo Lily incrédula.
Los merodeadores también
estaban sorprendidos.
—No tan rápido —susurró
Harry.
Harry levantó la mirada, incrédulo.
—Puede que hoy sea el día en que cierre
el trato más importante de toda mi vida profesional —dijo tío Vernon.
—Demasiado bueno para ser
verdad —dijeron los merodeadores, saliendo de su asombro.
Harry volvió a concentrar su atención
en la tostada. Por supuesto, pensó con amargura, tío Vernon se refería a su
estúpida cena. No había hablado de otra cosa en los últimos quince días (Pero esa sería una excelente oportunidad para arruinarle
la dichosa cenita, cachorro, dijo Sirius. Y Harry solo sonrió, porque aun sin
proponérselo le arruino la cena a su tío). Un rico constructor y su
esposa irían a cenar, y tío Vernon esperaba obtener un pedido descomunal. La
empresa de tío Vernon fabricaba taladros.
—Esa palabra es graciosa
—dijo Luna, con voz soñadora.
—¿Cuál palabra, Lunita?
—preguntó Ron.
—Taladros —dijo la rubia,
y luego sonrió. Ron también sonrió, sin saber exactamente porque.
—Creo que deberíamos repasarlo todo
otra vez —dijo tío Vernon—. Tendremos que estar en nuestros puestos a las ocho
en punto. Petunia, ¿tú estarás…?
—No puede ser cierto
—dijo McGonagall.
—Ellos no son normales
—dijo Sirius, mirando a sus amigos, que también asintieron.
—En el salón —respondió enseguida tía
Petunia—, esperando para darles la bienvenida a nuestra casa.
Lily estaba consternada
por la forma de actuar de su hermana.
—Bien, bien. ¿Y Dudley?
—Estaré esperando para abrir la puerta.
—Dudley esbozó una sonrisa idiota—. ¿Me permiten sus abrigos, señor y señora
Mason?
—¡Les va a parecer adorable! —exclamó
embelesada tía Petunia.
—Les va a parecer
patético —dijo Sirius, y Harry, Ron y los gemelos Weasley rieron.
—Y eso que no lo tuviste
que escuchar —dijo Harry.
—Excelente, Dudley —dijo tío Vernon. A
continuación, se volvió hacia Harry—. ¿Y tú?
—Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer
ruido para que no se note que estoy —dijo Harry, con voz inexpresiva.
—¡¿Qué?! —exclamaron Lily
y los merodeadores.
—Te encerraron en tu
habitación —preguntó Lily a su hijo.
—No exactamente —contestó
el chico.
—Exacto —corroboró con crueldad tío
Vernon—. Yo los haré pasar al salón, te los presentaré, Petunia, y les serviré
algo de beber. A las ocho quince…
—Es enfermizo su manera
de actuar —dijo Andrómeda.
Los Malfoy muy a su
pesar, estaba de acuerdo con Andrómeda, porque ni siquiera ellos actuaban de
esa forma.
—Anunciaré que está lista la cena —dijo
tía Petunia—. Y tú, Dudley, dirás…
—¿Me permite acompañarla al comedor,
señora Mason? —dijo Dudley, ofreciendo su grueso brazo a una mujer invisible.
—¡Mi caballerito ideal! —suspiró tía
Petunia.
—¿Caballerito ideal, ese
chico? —dijo Molly incrédula, de haber escuchado esa frase.
—¿Y tú? —preguntó tío Vernon a Harry
con brutalidad.
—Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer
ruido para que no se note que estoy —recitó Harry.
—Creo que los mataré
—dijo James.
—Y yo te ayudo, cariño
—dijo Lily.
—Exacto. Bien, tendríamos que tener
preparados algunos cumplidos para la cena. Petunia, ¿sugieres alguno?
—Vernon me ha asegurado que es usted un
jugador de golf excelente, señor Mason… Dígame dónde ha comprado ese vestido,
señora Mason…
—Esto es gracioso, Harry,
¿Por qué no me habías contado esto? —preguntó Ron a su amigo.
—No le vi el caso
contarte eso —se justificó el chico.
—Perfecto… ¿Dudley?
—¿Qué tal: «En el colegio nos han
mandado escribir una redacción sobre nuestro héroe preferido, señor Mason, y yo
la he hecho sobre usted»?
Todos estaban anonadados,
hasta incluso los Malfoy y Snape.
Esto fue más de lo que tía Petunia y
Harry podían soportar. Tía Petunia rompió a llorar de la emoción y abrazó a su
hijo, mientras Harry escondía la cabeza debajo de la mesa para que no lo vieran
reírse.
—Te comprendemos,
cachorro —dijo paternalmente Sirius—, yo no habría aguantado tanto tiempo sin
reír.
—¿Y tú, niño?
Al enderezarse, Harry hizo un esfuerzo
por mantener serio el semblante.
—Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer
ruido para que no se note que estoy —repitió.
Cada vez que Lily
escuchaba esa frase se enojaba más, tanto así que su cara ya estaba tan roja
como su cabello.
—Eso espero —dijo el tío duramente—.
Los Mason no saben nada de tu existencia y seguirán sin saber nada. Al terminar
la cena, tú, Petunia, volverás al salón con la señora Mason para tomar el café
y yo abordaré el tema de los taladros. Con un poco de suerte, cerraremos el
trato, y el contrato estará firmado antes del telediario de las diez. Y mañana
mismo nos iremos a comprar un apartamento en Mallorca.
—Es un imbécil —dijeron
al unisonó los gemelos Prewett.
—Señores Prewett, por
favor, no hablen de esa manera —los regañó McGonagall.
A Harry aquello no le emocionaba mucho.
No creía que los Dursley fueran a quererlo más en Mallorca que en Privet Drive.
—No te preocupes, hijo,
no tendrás que verles ni siquiera la cara cuando cambiemos el futuro —prometió
James.
—Bien…, voy a ir a la ciudad a recoger
los esmóquines para Dudley y para mí. Y tú —gruñó a Harry—, mantente fuera de
la vista de tu tía mientras limpia.
Harry salió por la puerta de atrás. Era
un día radiante, soleado. Cruzó el césped, se dejó caer en el banco del jardín
y canturreó entre dientes: «Cumpleaños feliz…, cumpleaños feliz…, me deseo yo
mismo…»
—¡Oh, mi pequeño, Harry!
—dijo Lily sollozando y abrazando a su hijo—. Siento no haber estado en esos
momentos contigo.
—No te preocupes —dijo
Harry, tratando de consolar a su madre.
No había recibido postales ni regalos,
y tendría que pasarse la noche fingiendo que no existía. Abatido, fijó la vista
en el seto. Nunca se había sentido tan solo. Antes que ninguna otra cosa de
Hogwarts, antes incluso que jugar al quidditch,
lo que de verdad echaba de menos era a sus mejores amigos, Ron Weasley y
Hermione Granger (Nosotros también te echábamos de
menos, dijo Ron, dándole una palmada en la espalda a su amigo). Pero ellos no
parecían acordarse de él (Si nos acordábamos de ti, volvió a hablar Ron).
Ninguno de los dos le había escrito en todo el verano, a pesar de que Ron le
había dicho que lo invitaría a pasar unos días en su casa.
—Algo no encaja ahí
—dijeron los merodeadores.
—Claro, si se comportaron
tan bien contigo en Hogwarts es imposible que se olvidaran de ti tan pronto
—agregó Remus.
—Ya enteraran que fue lo
que realmente paso —dijo Harry.
Un montón de veces había estado a punto
de emplear la magia para abrir la jaula de Hedwig y
enviarla a Ron y a Hermione con una carta, pero no valía la pena correr el
riesgo. A los magos menores de edad no les estaba permitido emplear la magia
fuera del colegio (Odiamos esa regla, dijeron los
merodeadores, los gemelos Weasley, los gemelos Prewett, Frank, Ted, Harry, Ron
y Ginny). Harry no se lo había dicho a los Dursley; sabía que la única
razón por la que no lo encerraban en la alacena debajo de la escalera junto con
su varita mágica y su escoba voladora era porque temían que él pudiera convertirlos
en escarabajos (Convertirlo en escarabajos, seria
genial, pero te recomendaría mejor que los convirtieras en gorilas, dijo
Sirius, pero Lily lo miró seria, y él ya no comento nada más). Durante
las dos primeras semanas, Harry se había divertido murmurando entre dientes
palabras sin sentido y viendo cómo Dudley escapaba de la habitación todo lo
deprisa que le permitían sus gordas piernas (Harry
sonrió al recordar eso). Pero el prolongado silencio de Ron y Hermione
le había hecho sentirse tan apartado del mundo mágico, que incluso el burlarse
de Dudley había perdido la gracia…, y ahora Ron y Hermione se habían olvidado
de su cumpleaños.
—¡No lo olvidamos! —le
reprochó el pelirrojo.
—Pues eso no lo sabía
—contestó Harry.
¡Lo que habría dado en aquel momento
por recibir un mensaje de Hogwarts, de un mago o una bruja! Casi le habría
alegrado ver a su mortal enemigo, Draco Malfoy, para convencerse de que aquello
no había sido solamente un sueño…
Draco sonrió ligeramente.
—Sí, que estabas muy
deprimido —comentó Neville.
Aunque no todo el curso en Hogwarts
resultó divertido. Al final del último trimestre, Harry se había enfrentado
cara a cara nada menos que con el mismísimo lord Voldemort (Y lo venció una vez más, dijeron los merodeadores). Aun cuando no fuera más que
una sombra de lo que había sido en otro tiempo, Voldemort seguía resultando
terrorífico, era astuto y estaba decidido a recuperar el poder perdido. Por
segunda vez, Harry había logrado escapar de las garras de Voldemort, pero por
los pelos, y aún ahora, semanas más tarde, continuaba despertándose en mitad de
la noche, empapado en un sudor frío, preguntándose dónde estaría Voldemort,
recordando su rostro lívido, sus ojos muy abiertos, furiosos…
Lily, Molly y a Alice
sintieron como se le erizaban los vellos, al escuchar que Voldemort podría
estar en cualquier parte.
De pronto, Harry se irguió en el banco
del jardín. Se había quedado ensimismado mirando el seto… y el seto le devolvía
la mirada. Entre las hojas habían aparecido dos grandes ojos verdes.
—No comprendo, ¿Acaso los
setos tienen ojos en el mundo muggle? —preguntó Arthur, muy confundido.
—Claro que los setos no
tienen ojos —respondieron Harry y Lily al unisonó.
Una voz burlona resonó detrás de él en
el jardín y Harry se puso de pie de un salto.
—Sé qué día es hoy —canturreó Dudley,
acercándosele con andares de pato.
Los ojos grandes se cerraron y
desaparecieron.
—Qué extraño —dijo Remus.
—¿Qué? —preguntó Harry, sin apartar la
vista del lugar por donde habían desaparecido.
—Sé qué día es hoy —repitió Dudley a su
lado.
—Enhorabuena —dijo James.
—¡Milagro! ¡Se aprendido
los días de las semana! —exclamó Sirius, con burla.
—Enhorabuena —respondió Harry—. ¡Por
fin has aprendido los días de la semana!
—Estamos muy orgullosos
de ti, Harry, serás un excelente merodeador —dijeron James y Sirius al unisonó.
Mientras Remus negaba con la cabeza.
—Hoy es tu cumpleaños —dijo con sorna—.
¿Cómo es que no has recibido postales de felicitación? ¿Ni siquiera en aquel
monstruoso lugar has hecho amigos?
—¿Monstruoso lugar? Oh,
voy a matar a tu primo —dijo Ron.
—No creo que haga falta
ya, él ha cambiado —dijo Harry.
—¿Cambiado, de qué? ¿De
calcetines? —ironizó Sirius.
—Es en serio —aseguró
Harry.
—Pues hasta que no lo
vea, o mejor dicho hasta que no lo escuche no lo creeré —dijo James.
—Procura que tu mamá no te oiga hablar
sobre mi colegio —contestó Harry con frialdad.
Dudley se subió los pantalones, que no
se le sostenían en la ancha cintura.
—¿Por qué miras el seto? —preguntó con
recelo.
—Estoy pensando cuál sería el mejor
conjuro para prenderle fuego —dijo Harry.
—Eso hará que se haga
pipi en los pantalones —dijeron los gemelos Prewett y los merodeadores rieron.
—¿Y en verdad le
prendiste fuego al seto? —preguntaron James y Sirius como niños.
—No, no lo hice —contestó
Harry.
—Pues hubiera sido muy
divertido que lo hubieras hecho —dijo Sirius.
Lily y Remus negaron con
la cabeza.
Al oírlo, Dudley trastabilló hacia
atrás y el pánico se reflejó en su cara gordita.
—No…, no puedes… Papá dijo que no
harías ma-magia… Ha dicho que te echará de casa…, y no tienes otro sitio donde
ir…, no tienes amigos con los que quedarte…
—Claro que los tiene
—dijeron al unisonó los Weasley y Neville.
—¡Abracadabra! —dijo Harry con voz
enérgica—. ¡Pata de cabra! ¡Patatum, patatam!
Harry rió, mientras los
merodeadores, Lily, Ron, Luna, Neville y Ginny lo miraban curiosos.
—¡Mamaaaaaaá! —vociferó Dudley, dando
traspiés al salir a toda pastilla hacia la casa—, ¡mamaaaaaaá! ¡Harry está
haciendo lo que tú sabes!
—Que cobarde es ese
cerdito, porque eso ni siquiera es un hechizo en verdad —dijo Sirius.
Harry pagó caro aquel instante de
diversión. Como Dudley y el seto estaban intactos, tía Petunia sabía que Harry
no había hecho magia en realidad, pero aun así intentó pegarle en la cabeza con
la sartén que tenía a medio enjabonar y Harry tuvo que esquivar el golpe (Voy a asesinar a mi hermana muy lenta y dolorosamente,
prometió Lily). Luego le dio tareas que hacer, asegurándole que no
comería hasta que hubiera acabado.
—Esa mujer está
verdaderamente loca, como va dejar sin comer a un niño —dijo Molly, que parecía
muy horrorizada.
Lily no dijo nada, pero
ya estaba pensando lo que le iba a hacer a Petunia cuando fuera a su casa para
navidad.
Mientras Dudley no hacia otra cosa que
mirarlo y comer helados, Harry limpió las ventanas, lavó el coche, cortó el
césped, recortó los arriates, podó y regó los rosales y dio una capa de pintura
al banco del jardín.
—Un niño de doce años no
debe hacer todo ese trabajo duro —dijo una indignada McGonagall.
Draco estaba sorprendido
de que Harry supiera hacer todo eso, y sin magia, así que no pudo evitar
preguntar.
—¿Sabes a hacer todo eso
Potter?
—Sí —contestó Harry,
mirando al rubio, como esperando una burla, pero esta burla no llego, parecía
en que en verdad estaba sorprendido.
Y no era el único, Pansy
Parkinson también estaba muy sorprendida.
—¿Quién te enseño?
—preguntó la pelinegra.
Harry solo se encogió de
hombros.
El sol ardiente le abrasaba la nuca.
Harry sabía que no tenía que haber picado el anzuelo de Dudley, pero éste le
había dicho exactamente lo mismo que él estaba pensando…, que quizá tampoco en
Hogwarts tuviera amigos.
—Eso es mentira —dijeron
los chicos del futuro. Claro menos Draco y Pansy, porque aunque ya se andarán
peleando o insultando, eso no quería decir que fueran amigos, aun.
«Tendrían que ver ahora al famoso Harry
Potter», pensaba sin compasión, echando abono a los arriates, con la espalda
dolorida y el sudor goteándole por la cara.
Los merodeadores ya
estaban planeando una buena venganza para los Dursley por todo lo que le hacían
a Harry.
Eran las siete de la tarde cuando
finalmente, exhausto, oyó que lo llamaba tía Petunia.
—¡Entra! ¡Y pisa sobre los periódicos!
Fue un alivio para Harry entrar en la
sombra de la reluciente cocina. Encima del frigorífico estaba el pudín de la
cena: un montículo de nata montada con violetas de azúcar. Una pieza de cerdo
asado chisporroteaba en el horno.
—¡Come deprisa! ¡Los Mason no tardarán!
—le dijo con brusquedad tía Petunia, señalando dos rebanadas de pan y un pedazo
de queso que había en la mesa. Ella ya llevaba puesto el vestido de noche de
color salmón.
—¡¿Qué?! —gritó Lily—.
Ellos comerán cerdo asado y postre y a ti solo ten dan pan y queso —siguió
gritando Lily, muy indignada.
—Eso es mejor que nada
—dijo Harry, mientras trataba de calmar a su madre.
—Pero un niño, no puede
alimentarse bien, tan solo con eso —dijo Molly.
Harry se lavó las manos y engulló su
miserable cena. No bien hubo terminado, tía Petunia le quitó el plato.
—¡Arriba! ¡Deprisa!
Al cruzar la puerta de la sala de
estar, Harry vio a su tío Vernon y a Dudley con esmoquin y pajarita (Se ha de haber visto como dos cerdos con ropa, se burló
Sirius, y James y Remus no pudieron evitar reír). Acababa de llegar al
rellano superior cuando sonó el timbre de la puerta y al pie de la escalera
apareció la cara furiosa de tío Vernon.
—Recuerda, muchacho: un solo ruido y…
—¿Cómo se atreve a
amenazarte? —rugió James.
Harry entró de puntillas en su
dormitorio, cerró la puerta y se echó en la cama.
El problema era que ya había alguien
sentado en ella.
—¿Alguien? ¿Quién estaba
en tu cama, hijo? —preguntó una alarmada Lily.
—Tranquila, no es nada
malo —calmó Harry.
—Era Dobby —susurró Ron y
Harry asintió.
—Bien, aquí termina el
primer capítulo —anunció Bill.
—Muchas gracias, señor Weasley —dijo Dumbledore—. Ahora, ¿quién quiere
leer el siguiente capítulo? —preguntó.
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