sábado, 11 de julio de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 3: El autobús noctámbulo








Draco se aclaró la garganta para empezar a leer.
“El autobús noctámbulo—leyó el rubio.
Y sin que el rubio se diera cuenta Astoria vio claramente cuando le roso la mano a Hermione, pero ella no se sentía celosa de aquel acto, puesto que conocía muy bien a su futuro esposa, todo lo que hizo solo fue para molestar.
—Ese viaje fue algo incómodo —murmuró Harry.
—No lo dudo, no creo que a alguien le agrade viajar en ese autobús —dijo Ron estando de acuerdo con su mejor amigo.
Draco empezó a leer cuando los murmullos se detuvieron.
Después de alejarse varias calles, se dejó caer sobre un muro bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los latidos acelerados del corazón (Harry suspiró, esa sensación no era para nada agradable). Pero después de estar diez minutos solo en la oscura calle, le sobrecogió una nueva emoción: el pánico (Era de esperarse, comentaron Lily y Molly a la vez). De cualquier manera que lo mirara, nunca se había encontrado en peor apuro (Yo no estaría tan segura de eso, dijo Hermione). Estaba abandonado a su suerte y totalmente solo en el sombrío mundo muggle, sin ningún lugar al que ir (Podrías a ver ido a La Madriguera, dijeron los gemelos Weasley). Y lo peor de todo era que acababa de utilizar la magia de forma seria, lo que implicaba, con toda seguridad, que sería expulsado de Hogwarts. Había infringido tan gravemente el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad que estaba sorprendido de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran presentado ya para llevárselo.
—Parece muy extraño que ni siquiera recibiera una notificación del Ministerio —comentó Arthur pensativo.
Le dio un escalofrío. Miró a ambos lados de la calle Magnolia. ¿Qué le sucedería? ¿Lo detendrían o lo expulsarían del mundo mágico? (Siempre tan optimista, amigo, ironizó Ron) Pensó en Ron y Hermione, y aún se entristeció más. Harry estaba seguro de que, delincuente o no, Ron y Hermione querrían ayudarlo (Los aludidos asintieron), pero ambos estaban en el extranjero, y como Hedwig se había ido, no tenía forma de comunicarse con ellos.´
—No te ofendas… —empezó a decir Gideon al ojiverde.
—… pero eres muy melodramático —acabo Fabian.
—Tenía 13 años —se justificó Harry.
Tampoco tenía dinero muggle (Siempre deberías cambiar el dinero mágico por el muggle, aconsejó Lily a su futuro hijo). Le quedaba algo de oro mágico en el monedero, en el fondo del baúl, pero el resto de la fortuna que le habían dejado sus padres estaba en una cámara acorazada del banco mágico Gringotts, en Londres. Nunca podría llevar el baúl a rastras hasta Londres. A menos que…
—No pensabas hacer más magia, ¿verdad? —preguntó Frank.
Harry negó con la cabeza.
Miró la varita mágica, que todavía tenía en la mano. Si ya lo habían expulsado (el corazón le latía con dolorosa rapidez), un poco más de magia no empeoraría las cosas (Eres muy pesimista, comentó Ted). Tenía la capa invisible que había heredado de su padre. ¿Qué pasaría si hechizaba el baúl para hacerlo ligero como una pluma, lo ataba a la escoba, se cubría con la capa y se iba a Londres volando? Podría sacar el resto del dinero de la cámara y… comenzar su vida de marginado (Se escuchó varias risitas por toda la sala, pero las risas más escandalosas eran de los gemelos Weasley y los gemelos Prewett. Harry se sonrojó al escuchar que se reían de él. ¿Quién mando estos libros? ¿Quién los escribió? Porque ponen a la perfección cada uno de mis pensamientos, ¿habré sido mi yo del futuro? No lo creo, pensaba Harry. “Ay, Harry, tienes unas ideas tan pesimista como Cornamenta”, comentó Sirius aun sonriendo. Ganándose una mirada ofendida de su amigo). Era un horrible panorama, pero no podía quedarse allí sentado o tendría que explicarle a la policía muggle por qué se hallaba allí a las tantas de la noche con una escoba y un baúl lleno de libros de encantamientos.
—Sin duda alguna, hubieras tenido más problemas sin un policía, te llegara a encontrar —dijo Lily.
Harry asintió.
Harry volvió a abrir el baúl y lo fue vaciando en busca de la capa para hacerse invisible. Pero antes de que la encontrara se incorporó y volvió a mirar a su alrededor.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó James.
Un extraño cosquilleo en la nuca le provocaba la sensación de que lo estaban vigilando, pero la calle parecía desierta y no brillaba luz en ninguna casa.
—¿Pero quién lo podría vigilar, si dice que la calle estaba desierta? —preguntó Sirius.
—Dice que parecía desierta —lo corrigió Lily.
—Es lo mismo —alegó el animago encogiéndose de hombros.
—No, no es lo mismo porque un delincuente lo podría estar vigilando y el pobre de mi hijo solo en las calles y sobre todo a tan altas horas de la noche —argumentó histéricamente la pelirroja de ojos verdes.
No era un delincuente, mamá. Era Sirius, pensaba Harry, mirando de reojo a su futuro padrino.
Volvió a inclinarse sobre el baúl y casi inmediatamente se incorporó de nuevo, todavía con la varita en la mano (Eso es muchacho, recuerda, alerta permanente, aconsejó Alastor). Más que oírlo, lo intuyó: había alguien detrás de él, en el estrecho hueco que se abría entre el garaje y la valla. Harry entornó los ojos mientras miraba el oscuro callejón. Si se moviera, sabría si se trataba de un simple gato callejero o de otra cosa.
—¡Es un delincuente! —exclamó Lily.
—Calme, señora Potter —dijo Ron—, tal solo se trate de un perro, si tal vez solo se trate de una gran perro negro —dijo concierta diversión el pelirrojo, a lo que su amigo de anteojos sonrió.
—O puede que sea el Grim —bromeó Hermione, pero lo dijo en un tono tan bajo que solo Harry pudo escucharla.
Harry volvió a sonreír.
¡Lumos! —susurró Harry (Y sigues usando magia, comentó Alice). Una luz apareció en el extremo de la varita, casi deslumbrándole. La mantuvo en alto, por encima de la cabeza, y las paredes del nº 2, recubiertas de guijarros, brillaron de repente. La puerta del garaje se iluminó y Harry vio allí, nítidamente, la silueta descomunal de algo que tenía ojos grandes y brillantes.
—Ron dijo que podría tratarse de un perro —murmuró James.
—Y también dijo que el perro podría ser negro —murmuró Remus.
—Y ahora dice que vio unos ojos grandes y brillantes —dijeron los dos a la vez.
—Esperen —susurró Sirius—, ¿creen que se trate de mí? —preguntó.
Los tres miraron a Harry, el cual estaba atento a su cuchicheo. Pero antes de que los merodeadores formularan la pregunta, Harry asintió.
Los merodeadores sonrieron.
—Bueno, ya era hora de que hiciera algo por mi futuro ahijado —susurró Sirius con orgullo.
Se echó hacia atrás. Tropezó con el baúl. Alargó el brazo para impedir la caída, la varita salió despedida de la mano y él aterrizó junto al bordillo de la acera.
—La mala suerte no te abandona —dijo Seamus.
Sonó un estruendo y Harry se tapó los ojos con las manos, para protegerlos de una repentina luz cegadora…
—¿Por qué te pasa todo lo raro y malo a ti? —le preguntó Hannah.
Harry solo se encogió de hombros, al no encontrar una respuesta concreta. Ni él mismo sabía porque le pasaba todo a él. Pero en el fondo Harry sabía que no lo que le pasaba era malo, puesto que encontró a sus dos mejores amigos, a los Weasley que se convirtió en su familia y a muchos otros magos que estaban de su lado.
Dando un grito, se apartó rodando de la calzada justo a tiempo. Un segundo más tarde, un vehículo de ruedas enormes y grandes faros delanteros frenó con un chirrido exactamente en el lugar en que había caído Harry. Era un autobús de dos plantas, pintado de rojo vivo, que había salido de la nada (El autobús noctámbulo. Claro, ahora entiendo porque el capítulo tiene su nombre, comentó Sirius). En el parabrisas llevaba la siguiente inscripción con letras doradas: AUTOBÚS NOCTÁMBULO. Durante una fracción de segundo, Harry pensó si no lo habría aturdido la caída (No estabas aturdido es tu salvación, no es una gran salvación, pero por lo menos no dormirás en la calle, dijo Dean). El cobrador, de uniforme rojo salto del autobús y dijo en voz alta sin mirar a nadie:
—Bienvenido al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para el brujo abandonado a su suerte. Alargue la varita, suba a bordo y lo llevaremos a donde quiera. Me llamo Stan Shunpike. Estaré a su disposición esta no…
Harry sintió un poco de lastima al recordar que Stan fue manipulado por los mortífagos.
—¿Shumpike? —dijo Charlie Weasley—, claro, ahora lo recuerdo, el asistió a Hogwarts el mismo año que yo, pero él era de Hufflepuff igual que Nimphadora.
Hermione hizo una mueca al escuchar ese nombre, puesto que la chica no se había portado muy bien con ella.
—¿Nimphadora? —preguntaron Andrómeda y Ted a la vez.
Charlie asintió.
—¿Se trata de nuestra hija? —preguntó Andrómeda.
—Claro que se trata de tu hija, querida primita, porque no creo que haya otra mujer que se atreva a ponerle ese nombre tan poco bonito a su hija —respondió Sirius antes que el pelirrojo.
Andrómeda lo fulminó con la mirada, y fijo su vista en Charlie.
—Sí se trata de ella —respondió Charlie.
Los esposos Tonks se abrazaron al imaginar a su hija asistiendo a Hogwarts.
—Y es una Hufflepuff igual que yo —comentó un orgulloso Ted.
Lucius a lo lejos hacia una mueca de asco.
Draco continuó con la lectura antes de que alguien hiciera un comentario más.
El cobrador se interrumpió. Acababa de ver a Harry que seguía sentado en el suelo. Harry cogió de nuevo la varita y se levantó de un brinco. Al verlo de cerca, se dio cuenta de que Stan Shunpike era tan sólo unos años mayor que él: no tendría más de dieciocho o diecinueve. Tenía las orejas grandes y salidas, y un montón de granos.
—¿Qué hacías ahí? —dijo Stan, abandonando los buenos modales.
—Me caí —contestó Harry.
—¿Para qué? —preguntó Stan, con risa burlona.
—Es que Harry vio a su amiga hormiga… —empezó Fred.
—… y como la vio tan sola… —siguió George.
—Se lanzó al suelo para darle un abrazo —dijeron los dos a coro.
Los gemelos empezaron a reír de su broma.
—Silencio, eso no es gracioso —los regañó Molly.
Y ellos al instante se callaron, no querían hacer enojar a su madre, porque si no les iría peor.
—No me caí a propósito —contestó Harry enfadado.
Se había hecho un agujero en la rodillera de los vaqueros y le sangraba la mano con que había amortiguado la caída (Lily suspiró). De pronto recordó por qué se había caído y se volvió para mirar en el callejón, entre el garaje y la valla. Los faros delanteros del autobús noctámbulo lo iluminaban y era evidente que estaba vacío.
—Qué extraño —comentó Terry.
—¿Qué miras? —preguntó Stan.
—Había algo grande y negro —explicó Harry, señalando dubitativo—. Como un perro enorme…
Los merodeadores sonrieron.
Se volvió hacia Stan, que tenía la boca ligeramente abierta. No le hizo gracia que se fijara en la cicatriz de su frente.
—¿Qué es lo que tienes en la frente? —preguntó Stan.
—Siempre la misma pregunta —dijo Bill.
Harry asintió.
James y Lily miraron a su hijo, no les gustaba esa cicatriz temían que esa marca conllevara a algo mucho más peligroso, aunque en su momento le salvara la vida, no les gustaba.
—Nada —contestó Harry, tapándose la cicatriz con el pelo. Si el Ministerio de Magia lo buscaba, no quería ponerles las cosas demasiado fáciles.
James y Sirius sonrieron.
—¿Cómo te llamas? —insistió Stan.
—Neville Longbottom —respondió Harry (Harry al instante dio una mirada de disculpa a su amigo. A lo que Neville parpadeó varias veces para luego hablar: “¿Usaste mi nombre para escapar del Ministerio? ¡Genial!”. Esa exclamación sorprendió a muchos, pero nadie comento nada), dando el primer nombre que le vino a la cabeza—. Así que… así que este autobús… —dijo con rapidez, esperando desviar la atención de Stan—. ¿Has dicho que va a donde yo quiera?
—Sí —dijo Stan con orgullo—. A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua. Nos has dado el alto, ¿verdad? —dijo, volviendo a ponerse suspicaz—. Sacaste la varita y… ¿verdad?
—Pues aunque no lo haya hecho, será mejor que suba, digo es mejor que quedarse en la calle —comentó Ted, aun emocionado por enterarse que su hija pertenecía a la misma casa que él.
—Sí —respondió Harry con prontitud—. Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres?
—Once sickles —dijo Stan—. Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas.
—Aunque con la velocidad que va, es recomendable no tomar el chocolate caliente —dijo Harry.
Harry rebuscó otra vez en el baúl, sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata. Entre los dos cogieron el baúl, con la jaula de Hedwig encima, y lo subieron al autobús.
No había asientos; en su lugar; al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro. A los lados de cada una había velas encendidas que iluminaban las paredes revestidas de madera.
Un brujo pequeño con gorro de dormir murmuró en la parte trasera:
—Ahora no, gracias: estoy escabechando babosas. —Y se dio la vuelta, sin dejar de dormir.
—Adorable —dijo James con burla—. Aún recuerdo que hace ya varias noches Canuto dijo entre sueños: Seré tu esclavo, Marlene, pero se mi novia.
—¡Cállate, Cornamenta! —gritó Sirius.
El trío de oro, miró al aludido con sorpresa.
—¿Marlene? ¿Quién es Marlene? —preguntó Harry, acomodándose sus lente.
—La única chica que se le resiste a Sirius —respondió Remus, con una sonrisita en sus labios.
—Tú también cállate, Lunático —volvió gritar Sirius, pero esta vez estaba un poco sonrojado, algo raro en él definitivamente.
—Y yo que creí que eras un alma libre, Sirius —se burló Ron.
James y Remus rieron, pero luego de unos minutos los demás se le unieron.
—Así —dijo Sirius un poco avergonzado de que se rían de él—, porque mejor no hablamos de Emmeline Vance, la NOVIA de Lunático —gritó recalcando la palabra “novia”.
El aludido dejo de reír y se sonrojo, los demás también dejaron de reír para escuchar bien el chisme.
Mientras que Hermione tenía ligeramente el ceño fruncido.
Cálmate, Hermione, cálmate. Recuerda que Remus te dijo que él nunca había tenido una relación con Emmeline, se decía la castaña.

Flashback
Hermione y Remus se encontraban en La Madriguera, solo faltaba unos par de días para regresar a Hogwarts —donde Hermione cursaría su sexto curso—. El ambiente se sentía lleno de incomodidad desde que Hermione beso por primera vez a su ex profesor.
La castaña se acercó a Remus cuando vio que este se encontraba solo.
—Remus… —empezó Hermione, pero Remus la interrumpió.
—Hermione, por favor ahora no, no insistas con lo mismo, entiende que no soy bueno para ti —la miró seriamente—, soy un licántropo.
—Que seas un licántropo, no significa que seas indigno de ser amado —Remus sintió como su corazón se aceleraba al escuchar esas palabras—, y yo te amo.
—No sabes lo que dices —alegó Remus, obligando a su corazón dejar de sentir ese pequeño cosquilleo.
—Claro que lo sé, no soy tonta —la chica hizo una pausa—, ¿es que acaso tú no me quieres? —preguntó con timidez.
Remus la miró a los ojos. Las orbes miel de Remus se encontraron con las orbes chocolates de Hermione por varios segundos.
—Claro que te quiero, pero no de la forma que tú deseas, Hermione.
Hermione sintió que su corazón sufría una fractura por las palabras de Remus.
—¿Estás enamorado de Nimphadora, cierto? —le preguntó en un susurró.
—No, de donde sacas tal cosa —respondió Remus. Aunque claro, él tenía con Nimphadora el mismo problema que con Hermione. Pero la diferencia era que por la pelirrosa no sentía absolutamente nada, solo amistad, pero por Hermione, aun no sabía definir que sentía por ella, o solo trataba de negarse a sí mismo sobre sus verdaderos sentimientos.
—¿Entonces estás enamorado de Emmeline Vance? —volvió a preguntar.
—Emmeline es solo una compañera en la Orden, así como lo fue cuando iba a Hogwarts. Y nunca tendría nada ver con ella, ni con Nimphadora —luego de aclarar eso, dio media vuelta y salió de la casa.
Hermione no lo siguió, pero una esperanza creció dentro de ella, al escuchar que había descartado tener una relación con Emmeline y con Nimphadora.
Pero sobre tener una relación con ella no dijo nada.
Fin de Flashback

—Emmeline no es mi novia, Sirius, ella solo es mi amiga —aclaró el licántropo, sacando de sus recuerdos a Hermione.
—Pero ella está enamorada de ti —contraatacó el animago.
Remus ya no dijo nada más. Miró al frente y se encontró con la mirada de Hermione, quien le sonreía, él también le sonrió.
—La tuya es ésta —susurró Stan, metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor; que estaba sentado ante el volante—. Éste es nuestro conductor; Ernie Prang. Éste es Neville Longbottom, Ernie.
—¿Ernie Prang? ¿Aún seguía vivo en esa época? —preguntó con sorpresa James—, pero si ya debería de tener como unos mil años.
—No seas exagerado, James —lo reprendió Lily.
Ernie Prang, un brujo anciano que llevaba unas gafas muy gruesas, le hizo un ademán con la cabeza. Harry volvió a taparse la cicatriz con el flequillo y se sentó en la cama.
—Vámonos, Ernie —dijo Stan, sentándose en su asiento, al lado del conductor.
—Y ahí empieza lo bueno —dijo Charlie.
Se oyó otro estruendo y al momento Harry se encontró estirado en la cama, impelido hacia atrás por la aceleración del autobús noctámbulo. Al incorporarse miró por la ventana y vio, en medio de la oscuridad, que pasaban a velocidad tremenda por una calle irreconocible. Stan observaba con gozo la cara de sorpresa de Harry.
—Aquí estábamos antes de que nos dieras el alto —explicó—. ¿Dónde estamos, Ernie? ¿En Gales?
—Sí —respondió Ernie.
—¿Cómo es que los muggles no oyen el autobús? —preguntó Harry.
—¿Ésos? —respondió Stan con desdén—. No saben escuchar; ¿a qué no? Tampoco saben mirar. Nunca ven nada.
—Ese chico debería cuidar su forma de hablar —dijo Lily, visiblemente ofendida por la manera de hablar de los muggles—, o de lo contrario podría meterse en muchos problemas.
—Y sí que se metió en problemas susurró Harry.
—Vete a despertar a la señora Marsh —ordenó Ernie a Stan—. Llegaremos a Abergavenny en un minuto.
Stan pasó al lado de la cama de Harry y subió por una escalera estrecha de madera. Harry seguía mirando por la ventana, cada vez más nervioso. Ernie no parecía dominar el volante. El autobús noctámbulo invadía continuamente la acera, pero no chocaba contra nada. Cuando se aproximaba a ellos, los buzones, las farolas y las papeleras se apartaban y volvían a su sitio en cuanto pasaba.
—Vaya, parece sencillo conducir ese autobús —comentó George.
—Sí, tal vez algún día nosotros también podríamos conducirlo —dijo Fred.
A Molly casi se le salen los ojos de las orbitas al escuchar a sus hijos.
—Ni se les ocurra —los amenazó apuntándoles con el dedo.
Stan reapareció, seguido por una bruja ligeramente verde arropada en una capa de viaje.
—Hemos llegado, señora Marsh —dijo Stan con alegría, al mismo tiempo que Ernie pisaba a fondo el freno, haciendo que las camas se deslizaran medio metro hacia delante. La señora Marsh se tapó la boca con un pañuelo y se bajó del autobús tambaleándose. Stan le arrojó el equipaje y cerró las portezuelas con fuerza (Que grosero, comentó Katie). Hubo otro estruendo y volvieron a encontrarse viajando a la velocidad del rayo, por un camino rural, entre árboles que se apartaban.
Harry no habría podido dormir aunque viajara en un autobús que no hiciera aquellos ruidos ni fuera a tal velocidad (En realidad nadie hubiera podido dormir, dijo Hermione). Se le revolvía el estómago al pensar en lo que podía ocurrirle, y en si los Dursley habrían conseguido bajar del techo a tía Marge.
—No creo que tus tíos hayan podido bajarla —dijo Arthur.
Stan había abierto un ejemplar de El Profeta y lo leía con la lengua entre los dientes. En la primera página, una gran fotografía de un hombre con rostro triste y pelo largo y enmarañado le guiñaba a Harry un ojo, lentamente. A Harry le resultaba extrañamente familiar.
—¿Quién era ese hombre? —le preguntó Lily a su futuro hijo.
—Sirius Black —susurró Seamus a Dean, recordando su tercer curso.
—Ah, pues… —murmuró Harry.
—Ahora lo dirán —dijo Ron.
Draco al notar la incomodad del ojiverde continuó leyendo.
—¡Ese hombre! —dijo Harry, olvidando por unos momentos sus problemas—. ¡Salió en el telediario de los muggles!
Stan volvió a la primera página y rió entre dientes.
—Es Sirius Black —asintió—. Por supuesto que ha salido en el telediario muggle, Neville. ¿Dónde has estado este tiempo?
Sirius se quedó en shock, no movía ni un musculo. James, Remus, Lily, Andrómeda, Ted, Frank, Alice, los Prewett, los esposos Weasley y todos los del pasado quedaron muy sorprendidos por lo que se acababan de enterar.
Lily y Andrómeda miraban al animago con lastima por su futuro.
—¿Yo? —murmuró Sirius, cuando recobró nuevamente el habla—, ¿yo soy el peligroso prófugo? —preguntó mirando a Harry.
—Esa es una estupidez —gruñó James—, Canuto no puede ser ese tipo que buscan… él no… —el pelinegro se cortó, no siguió hablando, todo eso le parecía tan imposible.
—Claro que no, James —dijo Remus—, Sirius no pudo hacer nada para que lo metan a Azkaban.
Snape miró despectivamente a Sirius.
Es un estúpido, arrogante de lo peor y lo odio, pero muy en el fondo reconozco que ese no haría nada malo, pensaba Snape con el ceño fruncido.
—Yo tampoco creo que Sirius haya hecho algo malo —dijo Lily.
—Ni yo —dijeron a la ver Andrómeda y Alice.
—¿Qué fue lo que hice para que me encerraran? —preguntó Sirius a Harry, ya dando por hecho que en un futuro estaría refundido en Azkaban.
Harry le devolvió la mirada a su padrino, y se debatía entre contarle todo o no.
Hermione que sabía las intenciones de su amigo lo detuvo.
—No podemos decirle nada, Harry. Aun no es el momento.
—Tengo derecho a saber —dijo seriamente Sirius.
—Lo siento, Sirius, pero aun no debes saberlo —le dijo Hermione—. No ahora.
Sirius apretó los puños con ira. Pero luego respiró profundo tratando de tranquilizarse y pensando en que delito pudo cometer para que lo metan a Azkaban.
Los demás aún estaban tan enojados como sorprendidos por la noticia. El único que sonreía con cierta maldad era Lucius.
—Tal vez te volviste un mortífago —se mofó el rubio.
—¡CIERRA LA BOCA, MALFOY! —gritó James.
Pero Lucius ni se inmuto por el grito del Gryffindor, es más sonrió con arrogancia.
Por otra parte Narcissa no sabía que pensar ante todo el tema de su primo y su encierro en prisión. Pero definitivamente no le causaba alegría.
Dumbledore le hizo una seña a Draco para que continuara con la lectura, ya que todos se encontraban callados.
Volvió a sonreír con aire de superioridad al ver la perplejidad de Harry. Desprendió la primera página del diario y se la entregó a Harry.
—Deberías leer más el periódico, Neville.
Harry acercó la página a la vela y leyó:

BLACK SIGUE SUELTO

El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado.

Sirius se estremeció al escuchar hablar de él como un delincuente. Siempre habían hablado de él, pero se referían como el hijo rebelde de Orión y Walburga, como el mujeriego, el bromista, el merodeador, pero nunca creyó algún día que hablaran de él como el prisionero de Azkaban.

«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle (Loco sí, pero ¿peligroso?, definitivamente no, pensaba James). He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»
Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo.

—Eso tiene que ser un error —dijeron a coro James y Remus.
—¿Qué? ¿Cómo puede ser que yo matará a trece personas? ¿En verdad me volví tan malvado? —preguntó Sirius a nadie en particular.
Harry noto que su padrino se veía tan deprimido, como cuando lo vio por primera vez.
—Claro que no —se apresuró a contestar Harry.
—Vaya, así que eres un asesino —dijo Lucius.
Asesino. Esa palabra tensó al ojigris.
—¡CÁLLATE, PADRE! —gruñó Draco.
—No eres un asesino —dijeron los gemelos Weasley.
—Claro que no —dijeron los demás chicos del futuro.
—Tú eres incapaz de ser un asesino —le dijo Remus.
Draco decidió volver a leer.
Harry observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida. Harry no había visto nunca a un vampiro, pero había visto fotos en sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Black, con su piel blanca como la cera, parecía uno.
—¡Merlín! Tanto desmejoro mi hermoso rostro —dijo Sirius, con una sonrisa extraña.
Todos lo miraron con sorpresa.
—¿Sirius te encuentras bien? —le preguntó Lily.
—Él está bien, Lily —le respondió James.
—Solo que cuando Sirius está nervioso o preocupado suele hacer bromas sin sentido —secundó Remus.
—Da miedo mirarlo, ¿verdad? —dijo Stan, que mientras leía el artículo se había estado fijando en Harry.
—¿Mató a trece personas —preguntó Harry, devolviéndole a Stan la página— con un hechizo?
—Sí —respondió Stan—. Delante de testigos y a plena luz del día. Causó conmoción, ¿no es verdad, Ernie?
Muchos de los chicos de futuro, entre ellos Ron, Seamus y Dean asintieron, puesto que en verdad parecía muy peligroso.
—Sí —confirmó Ernie sombríamente.
Para ver mejor a Harry, Stan se volvió en el asiento, con las manos en el respaldo.
—Black era un gran partidario de Quien Tú Sabes —dijo.
—¡¿Qué?! —exclamó Sirius—, ¡eso sí que no!, ¡primero muerto que ser un mortífago!
—No eras un mortífago —aseguraron el trío de oro.
—¿Quién? ¿Voldemort? —dijo Harry sin pensar.
Stan palideció hasta los granos. Ernie dio un giro tan brusco con el volante que tuvo que quitarse del camino una granja entera para esquivar el autobús.
—¿Te has vuelto loco? —gritó Stan—. ¿Por qué has mencionado su nombre?
—Lo siento —dijo Harry con prontitud—. Lo siento, se… se me olvidó.
—Es absurdo temerle a un nombre —dijo Hermione rodando los ojos.
—¡Que se te olvidó! —exclamó Stan con voz exánime—. ¡Caramba, el corazón me late a cien por hora!
—Entonces… entonces, ¿Black era seguidor de Quien Tú Sabes? —soltó Harry como disculpa.
—Sí —confirmó Stan, frotándose todavía el pecho—. Sí, exactamente. Muy próximo a Quien Tú Sabes, según dicen… De cualquier manera, cuando el pequeño Harry Potter acabó con Quien Tú Sabes (Harry volvió a aplastarse el pelo contra la cicatriz), todos los seguidores de Quien Tú Sabes fueron descubiertos (No todos, dijo Moody mirando con recelo a Lucius), ¿verdad, Ernie? Casi todos sabían que la historia había terminado una vez vencido Quien Tú Sabes, y se volvieron muy prudentes. Pero no Sirius Black. Según he oído, pensaba ser el lugarteniente de Quien Tú Sabes cuando llegara al poder (¿Qué clase de idiota podría creer eso?, resopló James. Sirius estaba serio). El caso es que arrinconaron a Black en una calle llena de muggles, Black sacó la varita y de esa manera hizo saltar por los aires la mitad de la calle. Pilló a un mago y a doce muggles que pasaban por allí (Eso más suena a lo que haría la loca de Bellatrix, dijo Sirius. A lo que Andrómeda y Narcissa asintieron, puesto que conocían perfectamente el actuar de su hermana mayor). Horrible, ¿no? ¿Y sabes lo que hizo Black entonces? —prosiguió Stan con un susurro teatral.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Reírse —explicó Stan—. Se quedó allí riéndose. Y cuando llegaron los refuerzos del Ministerio de Magia, dejó que se lo llevaran como si tal cosa, sin parar de reír a mandíbula batiente. Porque está loco, ¿verdad, Ernie? ¿Verdad que está loco?
Harry comprendía a su padrino. ¿Cómo esperaban que actuase Sirius? Cuando uno de sus mejores amigos resulta ser un traicionero, que no solo mato a todas esas personas, sino que por su culpa sus otros mejores amigos habían muerto y luego al verse solo hay al medio de la calle con todas esas personas muertas y los aurores que ya habían llegado a su encuentro. Pues entro en shock.
—¿Un mago? ¿Quién era ese mago? —preguntó Moody, pero nadie respondió.
—Si no lo estaba cuando lo llevaron a Azkaban, lo estará ahora —dijo Ernie con voz pausada—. Yo me maldeciría a mí mismo si tuviera que pisar ese lugar, pero después de lo que hizo le estuvo bien empleado.
—Les dio mucho trabajo encubrirlo todo, ¿verdad, Ernie? —dijo Stan—. Toda la calle destruida y todos aquellos muggles muertos. ¿Cuál fue la versión oficial, Ernie?
—Una explosión de gas —gruñó Ernie.
—Sí lo encubrieron todo —dijo Ron—, pero como el ministro es maldito bastardo no hicieron las averiguaciones necesarias, solo…
—Ya, Ron —lo calló Hermione, antes de que siga hablando de más.
—¿Qué querías decir, Ron? —preguntó Remus.
—Que el ministerio hace cualquier cosa, menos cumplir con su trabajo —respondió Harry.
—Y ahora está libre —dijo Stan volviendo a examinar la cara demacrada de Black, en la fotografía del periódico—. Es la primera vez que alguien se fuga de Azkaban, ¿verdad, Ernie? No entiendo cómo lo ha hecho. Da miedo, ¿no? No creo que los guardias de Azkaban se lo pusieran fácil, ¿verdad, Ernie?
Ernie se estremeció de repente.
—Vaya, eres famoso, Sirius —comentó Gideon.
Sirius frunció el ceño, no entendía porque era famoso.
—Claro, eres el único prisionero que logró escapar de Azkaban, burlando a los dementores —dijo Fabian.
Sirius parpadeó.
—Es cierto —dijo Sirius, mejorando un poco su ánimo.
James y Remus ya imaginaban como había logrado escapar Sirius de Azkaban, pero se preguntaban porque no lo había hecho antes.
Sirius se hacia la misma pregunta, y sobre todo cual fue el motivo para tomar la decisión de escapar, aparte de no soportar el lugar, claro está.
—Sé buen chico y cambia de conversación. Los guardias de Azkaban me ponen los pelos de punta.
Stan retiró el periódico a regañadientes, y Harry se reclinó contra la ventana del autobús noctámbulo, sintiéndose peor que nunca. No podía dejar de imaginarse lo que Stan contaría a los pasajeros noches más tarde: «¿Has oído lo de ese Harry Potter? Hinchó a su tía como si fuera un globo. Lo tuvimos aquí, en el autobús noctámbulo, ¿verdad, Ernie? Trataba de huir…»
—Eres un poquito exagerado —comentó Luna.
Harry había infringido las leyes mágicas, exactamente igual que Sirius Black. ¿Inflar a tía Marge sería considerado lo bastante grave para ir a Azkaban? (No, es imposible que te llevaran a Azkaban solo por eso, aparte eras menor de edad, dijo Lee) Harry no sabía nada acerca de la prisión de los magos, aunque todos a cuantos había oído hablar sobre ella empleaban el mismo tono aterrador. Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, había pasado allí dos meses el curso anterior (Mi peor época, dijo Hagrid recordando esos días encerrado). Tardaría en olvidar la expresión de terror que puso cuando le dijeron adónde lo llevaban, y Hagrid era una de las personas más valientes que conocía.
—Muchas gracias, Harry —dijo Hagrid con los ojos negros brillantes.
Harry asintió.
El autobús noctámbulo circulaba en la oscuridad echando a un lado los arbustos, las balizas, las cabinas de teléfono, los árboles, mientras Harry permanecía acostado en el colchón de plumas, deprimido. Después de un rato, Stan recordó que Harry había pagado una taza de chocolate caliente, pero lo derramó todo sobre la almohada de Harry con el brusco movimiento del autobús entre Anglesea y Aberdeen (Definitivamente no es buena idea tomar vender chocolate caliente en ese autobús, comentó Susan). Brujos y brujas en camisón y zapatillas descendieron uno por uno del piso superior; para abandonar el autobús. Todos parecían encantados de bajarse.
—Quien no —susurró Ron.
Al final sólo quedó Harry.
—Bien, Neville —dijo Stan, dando palmadas—, ¿a qué parte de Londres?
—Al callejón Diagon —respondió Harry.
—De acuerdo —dijo Stan—, agárrate fuerte…
PRUMMMMBBB.
Lily hizo una mueca, no le gustaba esas exclamaciones.
Circularon por Charing Cross como un rayo. Harry se incorporó en la cama, y vio edificios y bancos apretujándose para evitar al autobús. El cielo aclaraba. Reposaría un par de horas, llegaría a Gringotts a la hora de abrir y se iría, no sabía dónde.
Ernie pisó el freno, y el autobús noctámbulo derrapó hasta detenerse delante de una taberna vieja y algo sucia, el Caldero Chorreante, tras la cual estaba la entrada mágica al callejón Diagon.
—Gracias —le dijo a Ernie. Bajó de un salto y con la ayuda de Stan dejó en la acera el baúl y la jaula de Hedwig—. Bueno —dijo Harry—, entonces, ¡adiós!
—Sí, por fin te bajaste de ese endemoniado autobús —comentó Alice.
Pero Stan no le prestaba atención. Todavía en la puerta del autobús, miraba con los ojos abiertos de par en par la entrada enigmática del Caldero Chorreante.
—¿A quién miraba? —preguntó Ted.
—Es el inútil —respondió Ron, y Harry no pudo evitar reír.
—¡Ronald! —lo regañó Molly.
—Con que estás aquí, Harry —dijo una voz.
Antes de que Harry se pudiera dar la vuelta, notó una mano en el hombro. Al mismo tiempo, Stan gritó:
—¡Caray! ¡Ernie, ven aquí! ¡Ven aquí!
—Podría ser menos indiscreto —dijo Lily.
—Lo dudo —respondió Charlie.
Harry miró hacia arriba para ver quién le había puesto la mano en el hombro y sintió como si le echaran un caldero de agua helada en el estómago. Estaba delante del mismísimo Cornelius Fudge, el ministro de Magia.
—Ya ven, era el inútil —volvió a decir Ron, y Molly solo negaba con la cabeza.
—¿Pero que hace allí? —preguntó Frank.
—Pues fingir cumplir con su trabajo —dijeron los gemelos Weasley.
Stan saltó a la acera, tras ellos.
—¿Cómo ha llamado a Neville, señor ministro? —dijo nervioso.
Fudge, un hombre pequeño y corpulento vestido con una capa larga de rayas, parecía distante y cansado.
—¿Neville? —repitió frunciendo el entrecejo—. Es Harry Potter.
—¡Lo sabía! —gritó Stan con alegría—. ¡Ernie! ¡Ernie! ¡Adivina quién es Neville! ¡Es Harry Potter! ¡Veo su cicatriz!
—Sí —dijo Fudge irritado—. Bien, estoy muy orgulloso de que el autobús noctámbulo haya transportado a Harry Potter; pero ahora él y yo tenemos que entrar en el Caldero Chorreante…
Harry suspiró, siempre era lo mismo, lugar por donde pasaba llamaba la atención y ni siquiera fingir ser otra persona le sirvió.
—Demasiado alboroto por nada —susurró Harry.
Fudge apretó más fuerte el hombro de Harry, y Harry se vio conducido al interior de la taberna. Una figura encorvada, que portaba un farol, apareció por la puerta de detrás de la barra. Era Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas.
—¡Lo ha atrapado, señor ministro! —dijo Tom—. ¿Querrá tomar algo? ¿Cerveza? ¿Brandy?
—Tal vez un té —contestó Fudge, que aún no había soltado a Harry.
Detrás de ellos se oyó un ruido de arrastre y un jadeo, y aparecieron Stan y Ernie acarreando el baúl de Harry y la jaula de Hedwig, y mirando emocionados a su alrededor.
Los gemelos Wesley sonrieron.
—Solo faltaba que te pidieran un autógrafo —dijo Fred.
—O una foto para colgarlo dentro del autobús —siguió George.
Harry rodó los ojos.
—¿Por qué no nos has dicho quién eras, Neville? —le preguntó Stan sonriendo, mientras Ernie, con su cara de búho, miraba por encima del hombro de Stan con mucho interés.
—Y un salón privado, Tom, por favor —pidió Fudge lanzándoles una clara indirecta.
—Adiós —dijo Harry con tristeza a Stan y Ernie, mientras Tom indicaba a Fudge un pasadizo que salía del bar.
—¡Adiós, Neville! —dijo Stan.
—Ese chico es idiota —comentó Sirius, su ánimo iba mejorando—. Ya sabe que eres Harry y te sigue llamando Neville.
Fudge llevó a Harry por el estrecho pasadizo, tras el farol de Tom, hasta que llegaron a una pequeña estancia. Tom chascó los dedos, y se encendió un fuego en la chimenea. Tras hacer una reverencia, se fue.
—Siéntate, Harry —dijo Fudge, señalando una silla que había al lado del fuego.
—¿Aquí es donde empieza esa productiva y maravillosa platica? —ironizó George.
Harry asintió con una sonrisa irónica.
Harry se sentó. Se le había puesto carne de gallina en los brazos, a pesar del fuego. Fudge se quitó la capa de rayas y la dejó a un lado. Luego se subió un poco los pantalones del traje verde botella y se sentó enfrente de Harry.
—Soy Cornelius Fudge, ministro de Magia.
—Le queda mejor “el inútil” que ministro de magia —susurró Ron.
Por supuesto, Harry ya lo sabía. Había visto a Fudge en una ocasión anterior, pero como entonces llevaba la capa invisible que le había dejado su padre en herencia, Fudge no podía saberlo.
Tom, el propietario, volvió con un delantal puesto sobre el camisón y llevando una bandeja con té y bollos. Colocó la bandeja sobre la mesa que había entre Fudge y Harry, y salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí.
—Bueno, Harry —dijo Fudge, sirviendo el té—, no me importa confesarte que nos has traído a todos de cabeza. ¡Huir de esa manera de casa de tus tíos! Había empezado a pensar… (Harry rodó los ojos) Pero estás a salvo y eso es lo importante.
—¿A salvo? ¿De qué? —preguntó Remus.
—No deberían prestar mucha atención a Fudge, es un inútil, ya lo dije —recalcó el pelirrojo.
—Estamos de acuerdo contigo, pequeño Ronnie —dijeron los gemelos.
Ron frunció el ceño, odia cuando sus hermanos lo llamaban “pequeño Ronnie”.
Fudge se untó un bollo con mantequilla y le acercó el plato a Harry.
—Come, Harry, pareces desfallecido. Ahora… te agradará oír que hemos solucionado la hinchazón de la señorita Marjorie Dursley. Hace unas horas que enviamos a Privet Drive a dos miembros del departamento encargado de deshacer magia accidental. Han desinflado a la señorita Dursley y le han modificado la memoria. No guarda ningún recuerdo del incidente. Así que asunto concluido y no hay que lamentar daños.
—Me preguntó, ¿si era algo tan sencillo, que hace el ministro allí? —preguntó Arthur.
Los demás también se hacían la misma pregunta, pero nadie respondió así que la lectura continuó.
Fudge sonrió a Harry por encima del borde de la taza. Parecía un tío contemplando a su sobrino favorito (Que extraño, dijeron los merodeadores). Harry, que no podía creer lo que oía, abrió la boca para hablar; pero no se le ocurrió nada que decir; así que la volvió a cerrar.
—¡Ah! ¿Te preocupas por la reacción de tus tíos? —añadió Fudge—. Bueno, no te negaré que están muy enfadados, Harry, pero están dispuestos a volver a recibirte el próximo verano, con tal de que te quedes en Hogwarts durante las vacaciones de Navidad y de Semana Santa.
—Es lo que siempre hace —dijeron los Weasley.
Harry carraspeó.
—Siempre me quedo en Hogwarts durante la Navidad y la Semana Santa —observó—. Y no quiero volver nunca a Privet Drive.
—Sí yo tuviera unos tíos como ellos, tampoco quisiera volver nunca —comentó Oliver Wood, sintiendo compasión por Harry.
—Vamos, vamos. Estoy seguro de que no pensarás así cuando te hayas tranquilizado —dijo Fudge en tono de preocupación—. Después de todo, son tu familia, y estoy seguro de que sentís un aprecio mutuo… eh… muy en el fondo.
—Definitivamente muy en el fondo —dijo Luna.
Harry sonrió levemente.
No se le ocurrió a Harry desmentir a Fudge. Quería oír cuál sería su destino.
—Así que todo cuanto queda por hacer —añadió Fudge untando de mantequilla otro bollo— es decidir dónde vas a pasar las dos últimas semanas de vacaciones. Sugiero que cojas una habitación aquí, en el Caldero Chorreante, y…
—Un momento —interrumpió Harry—. ¿Y mi castigo?
—¿Castigo? —preguntaron unos perplejos gemelos Prewett.
—Prácticamente estás a salvo, ¿y tú pides un castigo? —preguntó Sirius con una sonrisita—. Pero si esa mujer se merecía lo que le hiciste.
Esa moralidad lo heredo de la pelirroja, pensó Sirius.
Fudge parpadeó.
—¿Castigo?
—¡He infringido la ley! ¡El Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad!
—No puedo creerlo —dijo Blaise Zabini hablando por primera vez en lo que llevaba del capítulo—. ¿En verdad pedías un castigo? —el Slytherin miró perplejo a Harry—. Creo que eres un tonto, Potter.
Los merodeadores y Lily miraron mal al chico.
—Solo quería que me pasaría, además un dicho muggle dice: “al mal paso darle prisa” —se trató de defender el ojiverde.
—¡No te vamos a castigar por una tontería como ésa! —gritó Fudge, agitando con impaciencia la mano que sostenía el bollo—. ¡Fue un accidente! ¡No se envía a nadie a Azkaban sólo por inflar a su tía!
Pero aquello no cuadraba del todo con el trato que el Ministerio de Magia había dispensado a Harry anteriormente.
—Ni con lo que paso un par de años después —comentó Neville.
—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó Lily.
—Nada que tenga solución —respondió Luna.
—¡El año pasado me enviaron una amonestación oficial sólo porque un elfo doméstico tiró un pastel en la casa de mi tío! —exclamó Harry arrugando el entrecejo—. ¡El Ministerio de Magia me comunicó que me expulsarían de Hogwarts si volvía a utilizarse magia en aquella casa!
Si a Harry no le engañaban los ojos, Fudge parecía embarazado.
Los gemelos Weasley soltaron una risa sarcástica.
—Las circunstancias cambian, Harry… Tenemos que tener en cuenta… Tal como están las cosas actualmente… No querrás que te expulsemos, ¿verdad?
—¿Quién querría eso? —dijo Hermione.
—Por supuesto que no —dijo Harry.
—Bueno, entonces, ¿por qué protestas? —dijo Fudge riéndose, sin darle importancia—. Ahora cómete un bollo, Harry, mientras voy a ver si Tom tiene una habitación libre para ti.
Fudge salió de la estancia con paso firme, y Harry lo siguió con la mirada. Estaba sucediendo algo muy raro. ¿Por qué lo había esperado Fudge en el Caldero Chorreante si no era para castigarlo por lo que había hecho? (Ahora ya lo sabemos, susurró Ron) Y pensando en ello, seguro que no era normal que el mismísimo ministro de Magia se encargara de problemas como la utilización de la magia por menores de edad.
—Ese es un buen punto —dijo Moody pensativamente.
Fudge regresó acompañado por Tom, el tabernero.
—La habitación 11 está libre, Harry —le comunicó Fudge—. Creo que te encontrarás muy cómodo. Sólo una petición (y estoy seguro de que lo entenderás): no quiero que vayas al Londres muggle, ¿de acuerdo? No salgas del callejón Diagon. Y tienes que estar de vuelta cada tarde antes de que oscurezca. Supongo que lo entiendes. Tom te vigilará en mi nombre.
—Demasiadas indicaciones, ¿no? —dijo Lily.
—Pero ¿por qué? —preguntó Alice.
—Por el supuesto prisionero que escapo —dijo Ron, sin nada de tacto como era su costumbre.
—¡Ron! —lo regañó Hermione.
—¿Qué? ¿Todas esas indicaciones y que ese Tom vigilara a Harry es porque temen que yo le haga daño? —preguntó un Sirius sumamente enfadado—. Yo nunca lo lastimaría, es el hijo de Cornamenta y la pelirroja —agregó.
—Sabemos que no le harías daño, pero ellos pensaban que si lo harías —respondió Ginny.
—¿Pero por qué piensan que le haré daño? No tiene sentido —volvió a preguntar Sirius.
Nadie respondió, pero ese silencio le daba muy mala espina a James y a Remus, puesto que no sabían que más ocultaban acerca del encierro de Sirius.
—De acuerdo —respondió Harry—. Pero ¿por qué…?
—No queremos que te vuelvas a perder —explicó Fudge, riéndose con ganas—. No, no… mejor saber dónde estás… Lo que quiero decir…
Fudge se aclaró ruidosamente la garganta y recogió su capa.
—Me voy. Ya sabes, tengo mucho que hacer.
—Sí, claro —ironizaron los gemelos Weasley.
—¿Han atrapado a Black? —preguntó Harry.
Sirius frunció el ceño.
—Lo siento, pero en ese tiempo ni siquiera sabía quién eras tú en verdad —se disculpó Harry.
—Comprendo —dijo el ojigris.
Los dedos de Fudge resbalaron por los broches de plata de la capa.
—¿Qué? ¿Has oído algo? Bueno, no. Aún no, pero es cuestión de tiempo. Los guardias de Azkaban no han fallado nunca, hasta ahora… Y están más irritados que nunca. —Fudge se estremeció ligeramente—. Bueno, adiós.
Alargó la mano y Harry, al estrecharla, tuvo una idea repentina.
—¿Qué idea? —preguntó Andrómeda.
—Solo diré que no funciono —respondió el pelinegro, mirando de reojo a Andrómeda y aun sorprendiéndose por el parecido que tenía con su desquiciada hermana Bellatrix.
—¡Señor ministro! ¿Puedo pedirle algo?
—Por supuesto —sonrió Fudge.
—Los de tercer curso, en Hogwarts, tienen permiso para visitar Hogsmeade, pero mis tíos no han firmado la autorización. ¿Podría hacerlo usted?
Lily y James se sintieron apenados por su futuro hijo.
—Ya veo porque no funciono —dijo Percy—, podría ser el ministro, pero no era tu tutor.
Fudge parecía incómodo.
—Ah —exclamó—. No, no, lo siento mucho, Harry. Pero como no soy ni tu padre ni tu tutor…
—Pero usted es el ministro de Magia —repuso Harry—. Si me diera permiso…
—No. Lo siento, Harry, pero las normas son las normas —dijo Fudge rotundamente—. Quizá puedas visitar Hogsmeade el próximo curso. De hecho, creo que es mejor que no… Sí. Bueno, me voy. Espero que tengas una estancia agradable aquí, Harry.
—Se nota claramente que está ocultando algo —dijo Ted.
Por su parte Dumbledore estaba pensativo; él también sospechaba que Fudge ocultaba algo, y sabía que una parte era por Sirius Black.
Y con una última sonrisa, salió de la estancia. Tom se acercó a Harry sonriendo.
—Si quiere seguirme, señor Potter… Ya he subido sus cosas…
Harry siguió a Tom por una escalera de madera muy elegante hasta una puerta con un número 11 de metal colgado en ella. Tom la abrió con la llave para que Harry pasara.
Dentro había una cama de aspecto muy cómodo, algunos muebles de roble con mucho barniz, un fuego que crepitaba alegremente y, encaramada sobre el armario…
¡Hedwig! —exclamó Harry.
—La lechuza regreso —comentó Gideon.
La blanca lechuza dio un picotazo al aire y se fue volando hasta el brazo de Harry.
—Tiene una lechuza muy lista —dijo Tom con una risita—. Ha llegado unos cinco minutos después de usted. Si necesita algo, señor Potter; no dude en pedirlo.
Harry sonrió con nostalgia al recordar a su amada lechuza.
Volvió a hacer una inclinación, y abandonó la habitación.
Harry se sentó en su cama durante un rato, acariciando a Hedwig y pensando en otras cosas. El cielo que veía por la ventana cambió rápidamente del azul intenso y aterciopelado a un gris frío y metálico, y luego, lentamente, a un rosa con franjas doradas. Apenas podía creer que acabara de abandonar Privet Drive hacía sólo unas horas, que no hubiera sido expulsado y que tuviera por delante la perspectiva de pasar dos semanas sin los Dursley.
—Eso si es bueno —dijeron los gemelos Prewett.
—Ha sido una noche muy rara, Hedwig —dijo bostezando.
Y sin siquiera quitarse las gafas, se desplomó sobre la almohada y se quedó dormido.
—Fin del capítulo —anunció Draco, con su característica voz aristócrata y varonil.
—Muchas gracias, señor Malfoy —dijo Dumbledore.

8 comentarios:

  1. Gracias por actualizar, me gusto el capitulo, quería saber como reaccionaba sirius con toda la noticia, me gusto, por e de sirius durante todo el libro lo tildan de asesino, me encantó esa parte del recuerdo de Hermione, de a poco se va formando la historia de ellos, ya quiero saber que más va a pasar, ya quiero que aparezca remus y saber cómo será el contacto entre ellos, quiero saber si cambiarás algo del libro en el momento en que se conozcan, bueno eso, nos leemos pronto, me gusto bastante el capitulo, ojala no demores tanto en actualizar y que te vaya muy bien en tus estudios

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  2. Eres increible sigue actualizandola
    !!Spy tu fan¡¡

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  3. Hola! Vaya no pudiste responder mi pregunta mas directamente , XDDD .
    Bueno, estaba esperando este capitulo, en la parte que Sirius se entera de la "verdad", lo hiciste como lo espere; me gusto mucho como lo manejaste en esa parte.
    Nos vemos en la próxima actualización.
    Besos c:

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  4. ¡Por Merlín! me fascino este capitulo, sobre todo el recuerdo de Hermione y Remus
    espero la pronta actualizacion
    besos

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  5. Estoy deseando leer más este libro es mi favorito

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  6. me dejastes sin palabras, por favor actualiza pronto
    besos

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