Luego de almorzar, Susan Bones se ofreció para
leer el siguiente capítulo.
—“La
Cámara de los Secretos” —leyó Susan.
Ginny tembló al oír el título del capítulo,
ella sentía que era como si volviera a vivir lo mismo que paso en su primer
curso, y no le gustaba nada.
No pasara nada, Ginny, tienes que relajarte,
tú no tienes la culpa, respira profundo, de decía la pelirroja para darse
valor.
—Tranquila, tú no tienes la culpa de nada —le
susurró Harry a Ginny en el oído, a la vez que la atraía hacia él.
—¿La Cámara de los Secretos? —repitió Molly
tan blanco como la cal.
—Espero que no hayan entrado a esa Cámara
—dijo Lily a su hijo y a Ron, igual de pálida que Molly—, pero que digo —dijo
negando con la cabeza—, si ustedes ni siquiera saben dónde está esa Cámara.
Harry y Ron se miraron, pero no contestaron a
sus madres.
Los merodeadores miraban a Harry y Ron, no
podían que creer que ellos supieran donde estaba la Cámara de los Secretos.
Aunque con ellos tres o en este caso dos eran capaces de todo, hasta de
descubrir donde estaba la famosa Cámara de los Secretos, que nadie había podido
encontrar.
Y antes de que Molly o Lily volvieran a
hablar, Susan empezó a leer.
—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en
los aseos —dijo Ron con amargura durante el desayuno del día siguiente—, y no
se nos ocurrió preguntarle, y ahora ya ves…
—¿Pero cómo podían saber que se trataba
precisamente de ella? —dijo Molly con suavidad.
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura (¿Aventura? Misión suicida diría yo, dijo Lily con el
ceño fruncido). Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse
en un lavabo de chicas, pero no uno cualquiera, sino el que estaba junto al
lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía prácticamente
imposible.
Claro que es imposible, pero de seguro el
señor Potter y el señor Weasley lograron burlar la vigilancia otra vez, pensaba
McGonagall sin dejar de mirar a Harry y Ron.
En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin
embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la
Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora
McGonagall les dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba
una semana.
—¿Exámenes? —dijo Sirius con incredulidad—,
quien piensa en exámenes cuando hay un monstruo suelto merodeando por todo
Hogwarts.
—Los exámenes son necesarios, señor Black —lo
regañó McGonagall.
—Pero… —Sirius iba a refutar, pero Lily hablo
antes.
—Ya deja de quejarte, Sirius, que además los
exámenes no los ibas a rendir tú.
—Deberías decirle algo, Cornamenta —le susurró
Sirius a James.
—Mejor no, ya sabes cómo se pone después
—contestó James en el mismo tono que Sirius.
—La pelirroja lo tiene domesticado —susurró
Sirius a Remus.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes
a pesar de todo?
—¿Ya ven? No soy el único que piensa que tener
exámenes en ese momento no es una buena idea —dijo Sirius infantilmente.
Sonó un fuerte golpe detrás de Harry. A Neville Longbottom
se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del
pupitre (Alice miró a su hijo con comprensión).
La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su
varita y se volvió hacia Seamus con el entrecejo fruncido.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento
en estas circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los
exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis
todos estudiando duro.
—La única que en verdad hubiera estudiado duro
seria Hermione, pero lastimosamente ella no podía en esos momentos —dijo Dean.
Y todos los del futuro asintieron estando de
acuerdo con Dean.
Hermione frunció el ceño ligeramente.
¡Estudiando duro! Nunca se le ocurrió a Harry que pudiera
haber exámenes con el castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de
disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall
frunciera el entrecejo aún más.
—Eso no es bueno —dijeron los gemelos Prewett.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el
colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y
eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto habéis aprendido este
curso.
Dumbledore asintió estando de acuerdo con la
profesora de Transformaciones. A Dumbledore le importaba mucho la educación de
sus alumnos, porque de eso dependía que el Mundo Mágico fuera mejor.
Harry contempló el par de conejos blancos que tenía que
convertir en zapatillas. ¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía
a la cabeza ni una sola cosa que pudiera resultar útil en un examen.
—Todos estábamos en las mismas —dijo Seamus.
En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que
tenía que irse a vivir al bosque prohibido.
Ron se estremeció al recordar que en esa época
vivía Aragog en el bosque prohibido.
—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó
a Harry, levantando su varita, que se había puesto a pitar.
—No lo creo —dijo Charlie.
Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la
profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.
—Suspendieron los exámenes, sí, de seguro es
eso —dijo Sirius.
James y Remus rieron.
—Nunca cambiaras, Canuto —dijo Remus
sonriendo.
—¿Por qué he de cambiar? —preguntó el animago.
Lily negó con la cabeza.
—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de
quedar en silencio, estalló en alborozo.
—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.
—No creo que sea eso —dijo Ted.
—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica
desde la mesa de Ravenclaw.
—No creo que sea tan fácil —gruñó Moody.
—¡Vuelven los partidos de quidditch!
—rugió Wood emocionado.
—¿Por qué no me sorprende? —preguntó George a
su gemelo.
Fred se puso una mano en su barbilla fingiendo
pensar.
—Tal vez sea porque está loco de remate por el
quidditch. Hasta creo que si pudiera pedirle la mano al quidditch lo haría
—respondió Fred, para luego reír, lo mismo hizo George y Lee.
Oliver frunció el ceño.
—Los estoy escuchando, Weasley —gruñó Oliver.
—Pues que bueno… —dijo George.
—… porque eso indica que no eres sordo
—terminó Fred.
Sus tíos, los Prewett y los merodeadores
rieron.
Cuando cesaron las risas, Susan continúo
leyendo.
Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:
—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras
ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas
petrificadas. Creo que no hace falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda
decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso
curso acabe con la captura del culpable.
—Entonces fueron los que estaban petrificados
los que contaron todo sobre el monstruo que se esconde en la cámara cuando
despertaron —dijo Moody.
Todos miraron a Hermione y Justin
interrogativamente, pero ellos no dijeron nada.
—Las cosas no pasaron exactamente como dice
Moody —respondió Harry, y antes de que empezaron a bombardearlo de preguntas
Harry dijo—: pero para saber lo que realmente pasó, deberían terminar de leer
el libro —y luego hizo una seña con la mano para que Susan siga leyendo.
Hubo una explosión de alegría. Harry miró a la mesa de
Slytherin y no le sorprendió ver que Draco Malfoy no participaba de ella. Ron,
sin embargo, parecía más feliz que en ningún otro momento de los últimos días.
—Oh, el pequeño Ronnie estaba feliz… —empezó
Fred.
—… porque su amiga Hermione despertaría, y ya
tendría con quien pelear nuevamente —terminó George, y luego los gemelos
soltaron risas.
Ron se sonrojó y Hermione negó con la cabeza.
Ese par nunca cambiara, pensaba Hermione.
—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo a
Harry—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá
loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes.
No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está
hasta que hubieran terminado.
—¡Ron! —reprochó Hermione a su amigo
pelirrojo.
—Pero era cierto, tú te hubieras vuelto loca
en ese momento —admitió el chico.
—Creo que Weasley tiene razón, Granger —dijo
Draco con una sonrisa ladeada.
Hermione miró al rubio.
—Ese comentario no me ayuda, Malfoy —dijo
Hermione.
Draco de encogió de hombros.
—¿Vas a negarlo? —preguntó Draco.
Harry sonrió un poco, pero borro su sonrisa
cuando Hermione lo miró.
Hermione no contesto, admitía que si se
hubiera vuelto loca al saber que tenía solo tres días para estudiar, Ron y
Draco tenían razón.
En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó
junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en
el regazo.
Todos miraron con curiosidad a la pelirroja
—que estaba pálida— pero Molly y Arthur la miraban con preocupación, presentían
que algo malo pasaría.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de
avena.
Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un
lado a otro con una expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien,
aunque no sabía a quién.
—Me recordabas a Dobby —susurró Harry a su
novia para tratar de distraerla, y funciono porque Ginny lo miró con
confusión—. Por lo temerosa.
La chica asintió.
—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.
Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny. Se
balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente
igual que lo hacía Dobby cuando estaba a punto de revelar información
prohibida.
Moody miró con más insistencia a Ginny.
—Ahí hay algo raro —murmuró. Recién reparando
en la palidez de la chica.
—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar
directamente a Harry.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras
adecuadas.
—¿Qué? —apremió Ron.
—Que insensible eres Ron —dijo Parvati.
—Así es él —dijo Luna con naturalidad.
Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido.
Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran
oír Ron y Ginny.
—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto
algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?
Los merodeadores miraron a Ginny, estaba más
pálida aun.
Esta igual de pálida que Lunático cuando la
luna llena de acerca, pensaban James y Sirius.
—¿Tenía alguna pista sobre la Cámara de los
Secretos, señorita Weasley? —preguntó Moody.
—Todas las respuestas están en el libro —Harry
respondió por Ginny.
Luego Harry indico a Susan que siguiera
leyendo.
Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy
Weasley, pálido y fatigado.
—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny.
Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.
Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la
corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo.
Percy se sentó y cogió una jarra del centro de la mesa.
—Un mal momento para aparecer querido sobrino
—dijeron los gemelos Prewett.
Pero Percy no respondió nada, solo pudo
enrojecer, recordando lo que diría a continuación.
—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos
algo importante!
Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.
—Oh, Percy no nos días que estuviste haciendo
algo indebido —dijo Fred fingiendo inocencia.
—La pregunta es con quien estuviste haciendo
cosas indebidas —continuó George.
Percy los miró serio.
—¡Ya cállense ustedes dos! —les gritó Percy.
Lo que causo más risa a sus hermanos.
¡Ay, porque a mí! ¿Por qué no pueden omitir
estas partes tan vergonzosas?, se lamentaba internamente Percy.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.
—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella
se disponía a decir…
—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los
Secretos —dijo Percy.
—¿Cómo podía estar tan seguro de que no se
trataba de la Cámara de los Secretos? —le preguntó Moody a Percy.
Los gemelos Weasley rieron al ver la cara
sonrojada de Percy y que por primera vez veían a su hermano sin dar una
respuesta a la pregunta formulada.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.
—Bueno, si es imprescindible que te lo diga… Ginny, esto…,
me encontró el otro día cuando yo estaba… Bueno, no importa, el caso es que…
ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía
que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría…
Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.
—¿Qué estabas haciendo, Percy? —preguntó
Charlie, también riendo al verlo sonrojado.
Percy nuevamente no contesto.
—Al parecer alguien ha hecho algo malo
—dijeron los merodeadores.
—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos,
dínoslo, no nos reiremos.
Percy no devolvió la sonrisa.
—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.
—¡Qué aguafiestas eres sobrinito! —se
lamentaron los gemelos Prewett.
—¡Ya déjenlo en paz! —les gritó Molly.
Los Prewett pusieron cara de inocentes y
sonrieron a su hermana.
Harry sabía que todo el misterio podría resolverse al día
siguiente sin la ayuda de Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la
oportunidad de hablar con ella (Harry es tan
obstinado como Lily, pensaba Alice). Y afortunadamente se presentó, a
media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía al aula de Historia de la
Magia.
—¡Tenía que ser ese incompetente! —bufó Remus.
Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el
peligro ya había pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba
equivocado, estaba ahora plenamente convencido de que no valía la pena
acompañar a los alumnos por los pasillos (Escoria,
gruñía Snape por lo bajo). No llevaba el pelo tan acicalado como de
costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche,
haciendo guardia en el cuarto piso.
McGonagall negó con la cabeza.
—Recordad mis palabras —dijo, doblando con ellos una
esquina—: lo primero que dirán las bocas de esos pobres petrificados será: «Fue
Hagrid.» (¡No fue Hagrid!, dijeron los chicos del
futuro, haciendo sonreír al semi-gigante) Francamente, me asombra que la
profesora McGonagall juzgue necesarias todas estas medidas de seguridad.
—No soporto a ese hombre —casi gruñó
McGonagall.
—No eres la única Minnie —dijeron los
merodeadores.
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, y a Ron se le cayeron
los libros, de la sorpresa.
—¡¿Qué?! —exclamaron los merodeadores.
McGonagall miró sorprendida a Harry.
—Señor Potter —dijo la profesora visiblemente
ofendida.
—Descuide profesora —dijo Harry sonriendo un
poco—, ya se dará cuenta del porque dije eso a Lockhart.
McGonagall asintió lentamente.
—Gracias, Harry —dijo Lockhart cortésmente, mientras
esperaban que acabara de pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—.
Nosotros los profesores tenemos cosas mucho más importantes que hacer que
acompañar a los alumnos por los pasillos y quedarnos de guardia toda la noche…
—Sí, como por ejemplo ponerse ruleros —dijo
Ron, causando la risa de los bromistas.
—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja
aquí, señor? Sólo nos queda este pasillo.
—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió
Lockhart—. La verdad es que debería ir a preparar mi próxima clase.
Y salió apresuradamente.
—Esto es inaudito —dijo Molly—, dejar solos a
dos niños de doce años, sabiendo que el monstruo está rondando por los
pasillos.
—Merodeando —corrigieron los merodeadores.
—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A
ondularse el cabello, más bien.
—Buena esa, sobrino —dijeron los Prewett.
Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego
enfilaron por un pasillo lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle la
Llorona. Pero cuando ya se felicitaban uno al otro por su brillante
idea…
—¡Potter! ¡Weasley! ¿Qué estáis haciendo?
—¿Y ahora qué? —preguntó James.
—¡Qué mala suerte! —se lamento Frank.
Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más
apretados que nunca.
—Estábamos… estábamos… —balbució Ron—. Íbamos a ver…
—A Hermione —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora
McGonagall lo miraron (Y en ese momento también
miraban al pelinegro)—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó
Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos colarnos en
la enfermería, ya sabe, y decirle que las mandrágoras ya están casi listas y,
bueno, que no se preocupara.
—Esa mentira fue cruel —lo reprendió Lily.
—Lo siento —se disculpó Harry—, pero no tenía
opción.
Pero a pesar de todo eso a Hermione no parecía
molestarle la mentira, puesto que tenía una sonrisita en el rostro.
La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento,
Harry pensó que iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz
ronca, poco habitual en ella.
—Naturalmente —dijo, y Harry vio, sorprendido, que brillaba
una lágrima en uno de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que
todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están… Lo comprendo
perfectamente. Sí, Potter, claro que podéis ver a la señorita Granger.
Informaré al profesor Binns de dónde habéis ido. Decidle a la señora Pomfrey
que os he dado permiso.
Los merodeadores miraban sorprendidos a Harry,
Ron y luego a la profesora McGonagall; no era posible que salieran de los
problemas tan fácilmente.
—No puedo creerlo —dijo Sirius.
—¿Cómo es que salen de los problemas sin
recibir un solo castigo? —preguntó James.
Harry y Ron solo se encogieron de hombros.
Harry y Ron se alejaron, sin atreverse a creer que se
hubieran librado del castigo. Al doblar la esquina, oyeron claramente a la
profesora McGonagall sonarse la nariz.
—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que has
inventado nunca.
Muchos asintieron estando de acuerdo.
No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la
señora Pomfrey que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar
a Hermione.
La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.
—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y
ellos, al sentarse al lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón.
Era evidente que Hermione no tenía la más remota idea de que tenía visitas, y
que lo mismo daría que lo de que no se preocupara se lo dijeran a la mesilla de
noche.
Hermione asintió, puesto que ella no se dio
cuenta de la visita que le hicieron sus amigos.
—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el
rostro rígido de Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera
a nadie…
—Solo vi sus fríos ojos —respondió Hermione.
Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había
fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el
puño un trozo de papel estrujado.
—La hoja del libro que arrancaste —Remus
recordó lo que Hermione había relatado hace unas horas.
Hermione asintió.
Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo
señaló a Ron.
—Intenta sacárselo —susurró Ron, corriendo su silla para
ocultar a Harry de la vista de la señora Pomfrey.
No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal
fuerza el papel que Harry creía que al tirar se rompería. Mientras Ron lo
cubría, él tiraba y forcejeaba, y, al fin, después de varios minutos de
tensión, el papel salió.
—Me preguntó que contendrá ese papel —dijo
Sirius, interrumpiendo a Susan.
—Pues si dejaras de interrumpir, Sirius, te
enterarías —lo regañó Lily.
Sirius solo hizo un mueca de molestia.
Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la
alisó con emoción y Ron se inclinó para leerla también.
De las muchas bestias pavorosas
y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más
sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las
serpientes (¿Un
basilisco?, preguntaron la mayoría con sorpresa. Mientras por su parte los
merodeadores ahora entendían que ese sería el verdadero monstruo que Slytherin
pudo esconder en su Cámara). Esta serpiente, que puede
alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo
de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más
extraordinario, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el
basilisco mata con la mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de
sus ojos han de sufrir instantánea muerte (Hermione y Justin se estremecieron al recordar cuando
vieron los ojos del basilisco). Las arañas huyen del
basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto
del gallo, que para él es mortal.
—Claro, ahora todo tiene sentido —empezó
Moody—, las arañar huyendo al bosque prohibido, los gallos de Hagrid
asesinados. Ahora la pregunta es: ¿Quién asesinaba los gallos?
Ginny tembló, bajo la mirada y se pegó más a
Harry.
Moody miró con más insistencia a Ginny.
—Pues ya te enteraras de la respuesta luego,
Moody —respondió Harry.
Moody entrecerró los ojos, mirando a Harry y a
una Ginny muy pegada al pelinegro.
—Fabian, ¿qué crees que le pase a la pequeña
Ginny? —preguntó en un susurró Gideon.
—No lo sé, solo espero que nuestra pequeña
sobrina no le haya pasado nada malo en su primer curso —respondió Fabian en
susurros.
Y debajo de esto, había escrita una sola palabra, con una
letra que Harry reconoció como la de Hermione: «Cañerías.»
—¿Cañerías? —repitieron los del pasado.
Pero luego Remus comprendió lo que significada
esa palabra.
—Espero que no sea lo que estoy pensando
—murmuró Remus mirando a Hermione.
—¿Dijiste algo, Lunático? —preguntó James, y
Remus negó con la cabeza.
Fue como si alguien hubiera encendido la luz de repente en
su cerebro.
—Ron —musitó—. ¡Esto es! Aquí está la respuesta. El monstruo
de la cámara es un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces
esa voz por todo el colegio, y nadie más la ha oído: porque yo comprendo la
lengua pársel…
Todos miraban sorprendidos al trío de amigos.
—¡No es posible! —exclamó McGonagall—, ¿cómo
es posible que tres niños de doce años hayan descubierto la Cámara de los
Secretos y al monstruo que lo habitaba, y los magos más brillantes y los
aurores más experimentados no hayan podido? —la profesora parecía ligeramente
indignada.
Dumbledore tenía una sonrisa en sus labios.
—Tal vez sea que esos magos brillantes y
aurores experimentados no tenían a estos tres chicos como aliados —respondió
Dumbledore.
—Son increíbles —dijeron los merodeares, pero
Remus interiormente pensaba: Y Hermione
es maravillosa.
Harry miró las camas que había a su alrededor.
—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha
muerto nadie. Porque ninguno de ellos lo miró directo a los ojos. Colin lo vio
a través de su cámara de fotos. El basilisco quemó toda la película que había
dentro, pero a Colin sólo lo petrificó. Justin… ¡Justin debe de haber visto al
basilisco a través de Nick Casi Decapitado! (Justin
asintió) Nick lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez… Y a
Hermione y la prefecta de Ravenclaw las hallaron con aquel espejo al lado.
Hermione acababa de enterarse de que el monstruo era un basilisco. ¡Me
apostaría algo a que ella le advirtió a la primera persona a la que encontró
que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y entonces sacó el
espejo y…
—Eso fue exactamente lo que paso —dijo
Hermione—. Cuando mencionaste que escuchaste nuevamente esa voz, empecé a
pensar, que solo tú podías escucharla, los demás no, entonces lo relacione con
el nuevo descubrimiento de que hablabas pársel,
así que por lo tanto el monstruo que habitaba la Cámara de los Secretos debía
de ser una serpiente, nada mejor que represente a la casa de Slytherin.
Entonces ahí fue cuando salí disparada a la biblioteca y comprobé mis sospechas
y lo demás ya lo saben.
Moody miraba con mucha más sorpresa a Harry y
a Hermione.
Potter será un gran auror, pensaba Moody con
satisfacción. Y si la señora Granger quisiera ser una aurora también sería una
muy buena.
Remus veía con ojos brillantes a Hermione.
Es más que maravillosa, pensaba.
—Deja de mirar a la castaña, la vas a gastar
—susurró Sirius a Remus—, ya sé que estas orgulloso de tu futura hija, pero no
seas tan evidente.
Remus dejo de mirar a Hermione.
—No es mi hija —le respondió entre dientes.
Ron se había quedado con la boca abierta.
—¿Y la Señora Norris?
—susurró con interés.
Harry hizo un gran esfuerzo para concentrarse, recordando la
imagen de la noche de Halloween.
—El agua…, la inundación que venía de los aseos de Myrtle la
Llorona. Seguro que la Señora Norris sólo
vio el reflejo…
—Son un gran equipo —susurró Sirius a los
otros dos merodeadores.
James asintió orgulloso de su futuro hijo, y
Remus asintió orgulloso de Hermione, esa chica castaña que en tan pocos días
había logrado ganarse su admiración y su… amor.
Con impaciencia, examinó la hoja que tenía en la mano.
Cuanto más la miraba más sentido le hallaba.
—¡El canto del gallo para él es
mortal! —leyó en voz alta—. ¡Mató a los gallos de Hagrid! El
heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la Cámara
de los Secretos. ¡Las arañas huyen de él! ¡Todo
encaja!
Moody asintió.
—Sí, todo encaja —dijo Andrómeda—, ¿pero quién
mataba a los gallos? —preguntó.
Pero nadie contesto. Pero Ginny empalideció
más.
Snape que también había notado el cambio de
ánimo de Ginny, estaba seguro que ella tenía que ver en todo ese asunto.
—Seguro fue poseída —murmuró.
—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —dijo
Ron—. Una serpiente asquerosa… alguien tendría que verla…
Harry, sin embargo, le señaló la palabra que Hermione había
garabateado al pie de la página.
—Cañerías —leyó—. Cañerías… Ha estado usando las cañerías,
Ron. Y yo he oído esa voz dentro de las paredes…
De pronto, Ron cogió a Harry del brazo.
—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo con la voz
quebrada—. ¿Y si es uno de los aseos? ¿Y si estuviera en…?
—En los aseos de Myrtle la Llorona —dijo James.
Harry sonrió, porque el había respondido lo
mismo.
—… los aseos de Myrtle la Llorona —terminó
Harry.
Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la
emoción, sin poder creérselo apenas.
—Esto quiere decir —añadió Harry— que no debo de ser el
único que habla pársel en el colegio. El heredero de
Slytherin también lo hace. De esa forma domina al basilisco.
No es tan idiota como el padre, seguramente
esa inteligencia la heredo de Lily, pensaba Snape.
—¿Qué hacemos? ¿Vamos directamente a hablar con McGonagall?
—Vamos a la sala de profesores —dijo Harry, levantándose de
un salto—. Irá allí dentro de diez minutos, ya es casi el recreo.
Bajaron las escaleras corriendo. Como no querían que los
volvieran a encontrar merodeando por otro pasillo, fueron directamente a la
sala de profesores, que estaba desierta. Era una sala amplia con una gran mesa
y muchas sillas alrededor. Harry y Ron caminaron por ella, pero estaban
demasiado nerviosos para sentarse.
—Tienen que estar en alerta permanente —volvió
a aconsejar Moody.
Pero la campana que señalaba el comienzo del recreo no sonó.
En su lugar se oyó la voz de la profesora McGonagall, amplificada por medios
mágicos.
—Todos los alumnos volverán inmediatamente a los dormitorios
de sus respectivas casas. Los profesores deben dirigirse a la sala de
profesores. Les ruego que se den prisa.
—¿Qué paso ahora? —preguntó Alice.
Todos los chicos Weasley miraron ligeramente a
su hermana pequeña, pero nadie contestó. Por su parte Harry tranquilizaba a
Ginny, esa parte de su vida que quería olvidar saldría a la luz de nuevo.
Harry se dio la vuelta hacia Ron.
—¿Habrá habido otro ataque? ¿Precisamente ahora?
—¿Qué hacemos? —dijo Ron, aterrorizado—. ¿Regresamos al
dormitorio?
—Eso sería lo más razonable —dijo Molly.
—No —dijo Harry, mirando alrededor. Había una especie de
ropero a su izquierda, lleno de capas de profesores—. Si nos escondemos aquí,
podremos enterarnos de qué ha pasado. Luego les diremos lo que hemos
averiguado.
—Esa manía de los Potter de esconderse en
todas partes —dijo Lily mirando de tanto en tanto a James y a su hijo—, y no
solo eso, también tienen la costumbre de meterse en problemas siempre.
—¡Los problemas me buscan a mí! —replicaron
padre e hijo.
Se ocultaron dentro del ropero. Oían el ruido de cientos de
personas que pasaban por el corredor. La puerta de la sala de profesores se
abrió de golpe. Por entre los pliegues de las capas, que olían a humedad,
vieron a los profesores que iban entrando en la sala. Algunos parecían
desconcertados, otros claramente preocupados. Al final llegó la profesora
McGonagall.
—Ha sucedido —dijo a la sala, que la escuchaba en silencio—.
Una alumna ha sido raptada por el monstruo. Se la ha llevado a la cámara.
—¡Oh, por Merlín! —fue la exclamación en
general.
Ginny se estremeció de pies a cabeza.
—¿Quién fue la alumna que raptaron? —preguntó
Arthur.
—Ahora lo sabrán —respondió Bill con seriedad.
El profesor Flitwick dejó escapar un grito. La profesora
Sprout se tapó la boca con las manos. Snape se cogió con fuerza al respaldo de
una silla y preguntó:
—¿Está usted segura?
—El heredero de Slytherin —dijo la profesora McGonagall, que
estaba pálida— ha dejado un nuevo mensaje, debajo del primero: «Sus
huesos reposarán en la cámara por siempre.»
—Esto es horrible —dijo Lily con ojos
brillantes por las lágrimas no derramadas—, pobre niña.
—Que bastardos, como se pueden meter con una
niña —dijeron los Prewett.
Y Molly no sabía porque, pero se sentía
temerosa, como si algo malo fuera a pasar.
El profesor Flitwick derramó unas cuantas lágrimas.
—¿Quién ha sido? —preguntó la señora Hooch, que se había
sentado en una silla porque las rodillas no la sostenían—. ¿Qué alumna?
—Ginny Weasley —dijo la profesora McGonagall.
—¡NO! —Susan dejo de leer, al oír la
exclamación de Molly—. Mi pobre niña —sollozó.
Todos miraban a Ginny, pero los gemelos
Prewett miraban con más insistencia a su sobrina.
—Era por eso que estaba tan pálida —dijo Gideon
y Fabian asintió.
—¿Estás bien, hija? —preguntó Arthur viendo la
palidez de su hija, y a su vez abrazaba Molly tranquilizándola.
—S-sí —respondió la pelirroja—, estoy bien
—mintió.
—Ya todo va pasar —le susurró Harry, pegándola
aún más a él.
—Pobre de la pelirroja —dijo Sirius.
—Por favor señores, cálmense la señorita
Weasley está bien, está aquí con nosotros, eso quiere decir que salió ilesa de
todo —tranquilizó Dumbledore a los familiares de Ginny.
Luego que todos se tranquilizaran un poco,
Susan siguió leyendo.
Harry notó que Ron se dejaba caer en silencio y se quedaba
agachado sobre el suelo del ropero.
—Tendremos que enviar a todos los estudiantes a casa mañana
—dijo la profesora McGonagall—. Éste es el fin de Hogwarts. Dumbledore siempre
dijo…
—… que lo principal es el bienestar y la
seguridad de los niños —completo Dumbledore.
La puerta de la sala de profesores se abrió bruscamente. Por
un momento, Harry estuvo convencido de que era Dumbledore. Pero era Lockhart, y
llegaba sonriendo.
—¡Es un maldito estúpido! Mi hija fue raptada
y él llega sonriendo —rugió Molly.
—Calma Molly —le decía Arthur—, te puede hacer
mal —y puso una mano sobre el vientre de su esposa, recordándole que no solo a
ella le haría mal sino también a los gemelos que llevaba dentro.
Molly asintió.
—Lo lamento…, me quedé dormido… ¿Me he perdido algo
importante?
No parecía darse cuenta de que los demás profesores lo
miraban con una expresión bastante cercana al odio. Snape dio un paso hacia
delante.
—He aquí el hombre —dijo—. El hombre adecuado. El monstruo
ha raptado a una chica, Lockhart. Se la ha llevado a la Cámara de los Secretos.
Por fin ha llegado tu oportunidad.
Remus sonrió, pero Sirius y James fruncieron
el ceño.
—¿Qué les pasa? —preguntó un sonriente Remus
al ver la cara de sus amigos, pero ellos no respondieron—. Ya sé, no les gusta
estar de parte de Snape, ¿verdad?
—¡Oh, cállate, Lunático! —dijo James.
—Odio decir esto Qu… Snape, pero escupiste tu
veneno en escogiste a la persona perfecta —dijo Sirius con cara pesar.
Snape miró fijamente a Sirius, pero
aparentemente no hizo ni un gesto, pero por dentro sonrió.
—Pero eso no quiere decir que caigas bien
—dijo Sirius.
—Igual no me agradas, Black —dijo Snape.
Todos miraban a ese par, puesto que era la
primera vez que veían que se decían que no se agradaban, pero sin pelear.
Lockhart palideció.
—Así es, Gilderoy —intervino la profesora Sprout—. ¿No
decías anoche que sabías dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos?
—Yo…, bueno, yo… —resopló Lockhart.
—Es evidente que no lo sabe —dijo Frank, con
fastidio.
—Sí, ¿y no me dijiste que sabías con seguridad qué era lo
que había dentro? —añadió el profesor Flitwick.
—¿Yo…? No recuerdo…
—Ciertamente, yo sí recuerdo que lamentabas no haber tenido
una oportunidad de enfrentarte al monstruo antes de que arrestaran a Hagrid
—dijo Snape—. ¿No decías que el asunto se había llevado mal, y que deberíamos
haberlo dejado todo en tus manos desde el principio?
—Ese idiota solo empeorara todo —dijo Remus,
sobándose la sien.
—Es un cobarde —dijo James.
Lockhart miró los rostros pétreos de sus colegas.
—Yo…, yo nunca realmente… Debéis de haberme interpretado
mal…
—Lo dejaremos todo en tus manos, Gilderoy —dijo la profesora
McGonagall—. Esta noche será una ocasión excelente para llevarlo a cabo. Nos
aseguraremos de que nadie te moleste. Podrás enfrentarte al monstruo tú mismo.
Por fin está en tus manos.
—Ese idiota s habrá estado orinando en los
pantalones con las palabras de la profesora McGonagall —dijo Lee.
—Pero… no creo que en verdad haya dejado todo
en manos de ese inepto, ¿o sí? —preguntó Lily.
Como toda respuesta Dumbledore le indico a
Susan que siguiera leyendo.
Lockhart miró en torno, desesperado, pero nadie acudió en su
auxilio. Ya no resultaba tan atractivo. Le temblaba el labio, y en ausencia de
su sonrisa radiante, parecía flojo y debilucho.
—Mu-muy bien —dijo—. Estaré en mi despacho,
pre-preparándome.
Y salió de la sala.
—¿Preparándose? Más bien tratando de huir como
el cobarde que es —rugió Ron.
—¿Eso hizo? —preguntó Arthur.
Harry y Ron asintieron.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Remus.
—Bien —dijo la profesora McGonagall, resoplando—, eso nos lo
quitará de delante. Los Jefes de las Casas deberían ir ahora a informar a los
alumnos de lo ocurrido. Decidles que el expreso de Hogwarts los conducirá a sus
hogares mañana a primera hora de la mañana. A los demás os ruego que os
encarguéis de aseguraros de que no haya ningún alumno fuera de los dormitorios.
—Aunque no todos se quedaron en sus dormit…
—empezó a hablar Luna, pero de pronto Ron besó en los labios a la rubia para
que dejara de hablar.
Todos miraban a la pareja besarse, y eso fue
bueno porque si no Luna habría hablado de más, poniendo de los nervios a Lily y
Molly.
—¡Oigan! ¡Ya no! ¡Paren! —dijo Sirius.
—Déjalos —lo regañó Lily.
—Pero es que eso no es justo, yo tengo con
quien besarme —se quejó el animago.
James rió y Remus negó con la cabeza.
La pareja dejo de besarse al oír la risa de
James, ambos se sonrojaron al notar que tenían las miradas de todos sobre
ellos.
—Vaya, el pequeño Ronnie no pierde el tiempo
—dijeron los gemelos Weasley, sonriendo.
—Cállense —medio gritó Ron, con la cara
completamente roja.
—Esa fue una bonita forma de decir que dejara
de hablar, Ron —dijo la rubia sonriendo a su novio.
Todos rieron del comentario de Luna, hasta
Ginny.
Los profesores se levantaron y fueron saliendo de uno en
uno.
Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry (Sí, ya me imagino, tener que regresar antes de tiempo
con los Dursley debe ser horrible, murmuró Sirius). Él, Ron, Fred y
George se sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor,
incapaces de pronunciar palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una
lechuza a sus padres y luego se había encerrado en su dormitorio.
—Percy eras el hermano mayor en ese momento, no
debiste dejar solos a nuestros hermanos menores —le recriminó Bill.
—Lo siento —se disculpó Percy sonrojado.
Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la
torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez.
Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama,
incapaces de permanecer allí sentados más tiempo.
—La sala común se sentía tan extraña, en
realidad nadie quería permanecer mucho rato ahí —dijo Parvati.
—Ella sabía algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez
desde que entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han
raptado. No se trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo
sobre la Cámara de los Secretos (Moody se
preguntaba que era lo Ginny podía saber sobre la Cámara de los Secretos).
Debe de ser por eso, porque ella era… —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero
decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón.
Moody miró a Ginny esperando una explicación
de su parte, pero Ginny no abrió la boca, ella solo seguía aferrada en los
brazos de Harry.
Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el
horizonte. Nunca se había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo…, cualquier
cosa…
—Fue muy valiente lo que hiciste por mí, Harry
—susurró Ginny al ojiverde.
—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de
que ella no esté…? Ya sabes a lo que me refiero. —Harry no supo qué contestar.
No creía que pudiera seguir viva (Harry negó con la
cabeza de solo imaginar su vida sin Ginny)—. ¿Sabes qué? —añadió Ron—.
Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo que sabemos. Va a intentar
entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y
explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.
—¿En serio? ¿En verdad creían que entraría a
la Cámara de los Secretos a salvar a Ginny? —preguntó un incrédulo Remus.
—En ese momento lo creíamos —respondió Harry.
—Pero fuimos unos ilusos al creer eso
—continuo Ron.
Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor
y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y
sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se
levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato.
McGonagall miró con seriedad a los
Gryffindors.
—En realidad ninguno de nosotros sabía en
concreto lo que pensaban hacer —defendió Neville al resto de su casa.
Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les
dio la impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de
roces, golpes y pasos apresurados.
Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la
puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.
—¡Ah…! Señor Potter, señor Weasley… —dijo, abriendo la
puerta un poco más—. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa…
—¿Qué estaba haciendo? —preguntó Padma.
—Preparando su equipaje, el muy cobarde
—respondió Ron.
—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—.
Creemos que le será útil.
—Ah…, bueno…, no es muy… —Lockhart parecía encontrarse muy
incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.
Abrió la puerta y entraron.
El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo
había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade,
lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados
desordenadamente.
Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban
ahora guardadas en cajas encima de la mesa.
—Ese incompetente pensaba huir mientras mi
hija estaba raptada —dijo Molly con furia.
—Tampoco hubiera sido de gran ayuda, madre
—dijo Percy.
Y todos asintieron estando de acuerdo con el
pelirrojo.
—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.
—Esto…, bueno, sí… —admitió Lockhart, arrancando un póster
de sí mismo de tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente…,
insoslayable…, tengo que marchar…
—Sí, claro, una llamada urgente —bufó Sirius.
—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.
—Bueno, en cuanto a eso… es ciertamente lamentable —dijo Lockhart,
evitando mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el
contenido en una bolsa—. Nadie lo lamenta más que yo…
—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras!
—dijo Harry—. ¡No puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están
pasando!
—Dudo mucho que todas las cosas que pasaban le
importe —dijo Remus.
—Lo único que pretendía ese idiota era salvar
su pellejo —dijeron los gemelos Prewett.
—Es un malnacido —sollozó Molly.
—Bueno, he de decir que… cuando acepté el empleo… —murmuró
Lockhart, amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el
contrato… Yo no esperaba…
—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin
poder creérselo—. ¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?
—Lo que cuenta en esos libros no lo hizo él.
Es un impostor —susurró Ron.
—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart
con sutileza.
—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.
—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con
el entrecejo fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni
la mitad de bien si la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas.
A nadie le interesa la historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara
de los hombres lobo a un pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No
tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a la banshee
que
presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero decir…, vamos, que…
—¡Merlín! —exclamó McGonagall sobándose la
sien—. No era suficiente con ser un cobarde, sino también que es un ladrón.
Robo todos los logros de otros magos e escribió libros, donde él era el autor.
—Es peor de lo que imaginaba —dijo Remus.
—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha
hecho otra gente? —dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.
—Exactamente —respondió Ron.
—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es
tan simple. Tuve que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas,
preguntarles cómo lo habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo
desmemorizante para que no pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de
orgullo son mis embrujos desmemorizantes. Ah…, me ha llevado mucho esfuerzo,
Harry. No todo consiste en firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser
famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.
—¿Llama trabajar duro a robar y borrarle la
memoria a magos y brujas? —preguntó un desconcertado Moody.
—Y tú castaña admirabas a ese ratero —bufó
Sirius.
Hermione se sonrojó.
—Yo no lo sabía —se defendió Hermione.
—Sirius no la molestes —lo regañó Remus.
Sirius rodó los ojos.
Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.
—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un
detalle.
Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos.
—Les borrara la memoria —se horrorizo Lily.
—No te preocupes, mamá, no lo logro —dijo
Harry.
—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo
que echar uno de mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a
todo el mundo mis secretos. No volvería a vender ni un solo libro…
Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había
alzado la suya cuando Harry gritó:
—¡Expelliarmus!
Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los
baúles. La varita voló por
el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.
—Excelente, Harry —felicitaron los
merodeadores.
—Aunque no debiste hacer eso, Ron, tal vez
podrían necesitar esa varita —dijo Ted.
—No, la mía fue de gran ayuda —respondió Ron
sonriendo.
—No entiendo, si tu varita no funcionaba bien
—dijo Frank.
—Por eso —dijo Harry. E hizo una seña a Susan
para que vuelva a leer, antes de que alguien siga haciendo preguntas.
—No debería haber permitido que el profesor Snape nos
enseñara esto —dijo Harry
furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo miraba, otra
vez con aspecto desvalido. Harry lo
apuntaba con la varita.
Snape miraba con ojos entrecerrados a Harry.
Después de todo Potter si prestaba atención a
mis futuras clases, pensaba Snape.
—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No
sé dónde está la Cámara de los Secretos. No puedo hacer
nada.
—Lo sabemos, idiota —rugieron los gemelos
Prewett.
—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta
de varita—. Creo que nosotros sí sabemos dónde está. Y
qué es lo que hay dentro. Vamos.
Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por
las escaleras más cercanas
y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de los aseos de Myrtle la
Llorona.
—No entiendo para que lo llevaron, solo es un
estorbo —dijo Charlie.
Ron se encogió de hombros.
Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia
que temblara.
—Me hubiera gustado verlos —dijeron los
merodeadores.
Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del
último retrete.
—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres
esta vez?
—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.
—Que directo —dijo James.
—Esa pregunta no fue muy amable —dijo Lily.
—Era necesario —se justificó Harry.
El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si
nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.
—Está loca, como esa pregunta la podría alagar
—dijo Sirius.
—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí
mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había
escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas (No
tiene nada de malo usar gafas, dijo un ofendido James. A lo que Lily dijo
mirándolo: Claro que no tiene nada de malo, es hermoso. James sonrió).
La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían
algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña (Pársel,
susurró la mayoría). De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la
atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para
decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces… —Myrtle estaba
henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.
—¿Así de sencillo? ¿Solo se murió, y ya? —dijo
Pansy, hablando por primera vez.
—Esperabas que la torturase o algo así —dijo
Astoria.
—No, claro que no —respondió la pelinegra.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber
visto unos grandes ojos amarillos (Hermione se
estremeció al recordar esos ojos). Todo mi cuerpo quedó como paralizado,
y luego me fui flotando… —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego
regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella
estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.
—Sentía culpa —murmuró Alice.
—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry.
—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el
lavabo que había enfrente de su retrete.
Harry y Ron se acercaron a toda prisa. Lockhart se quedó
atrás, con una mirada de profundo terror en el rostro.
—Imbécil —dijo Ron.
Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su
superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y
entonces Harry lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno
de los grifos de cobre.
La entrada a la cámara, y nadie pudo dar con
ella, ni siquiera nosotros los aurores, pero tres chicos si encontraron la
entrada, pensaba Moody.
—Nunca pensé que Salazar Slytherin escondiera
la cámara en un baño, por eso nunca lo encontramos —admitió Dumbledore.
—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría,
cuando intentaron accionarlo.
—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua pársel.
—Pero… —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que
había logrado hablar en lengua pársel estaba
delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la diminuta figura,
intentando imaginar que era una serpiente de verdad.
—Ábrete —dijo.
—¿Se abrió? —preguntó Ted.
—No —respondió Harry, todos lo miraron—. Es
que no hable en pársel —explicó.
Miró a Ron, que negaba con la cabeza.
—Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.
Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse
que estaba viva. Al mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de
que la serpiente se movía.
—Ábrete —repitió.
Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido
de él un extraño silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y
comenzó a girar (Todos estaban completamente
asombrados. “¡Por todos los dioses!”, exclamó Andrómeda). Al cabo de un
segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió,
desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para
meter un hombre dentro.
Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la
vista. Estaba planeando qué era lo que había que hacer.
—Bajaré por él —dijo.
Que Harry bajara por las tuberías y se
enfrentara al basilisco ponía muy nerviosa a Lily.
¡Merlín, que mi hijo no haya salido
lastimado!, rogaba Lily internamente.
No podía echarse atrás, ahora que habían encontrado la
entrada de la cámara. No podía desistir si existía la más ligera, la más remota
posibilidad de que Ginny estuviera viva.
—Yo también —dijo Ron.
Molly se tensó más, no solo su hija estaba en
peligro, sino ahora también su hijo.
Hubo una pausa.
—Bien, creo que no os hago falta —dijo Lockhart, con una
reminiscencia de su antigua sonrisa—. Así que me…
—Deberían empujarlo por la cañería —dijo
Sirius.
Harry y Ron sonrieron.
Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como
Harry lo apuntaron con sus varitas.
—Usted bajará delante —gruñó Ron.
Con la cara completamente blanca y desprovisto de varita,
Lockhart se acercó a la abertura.
—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a
servir?
—Mejor él que nosotros —dijo Ron.
Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió
las piernas en la tubería.
—No creo realmente… —empezó a decir, pero Ron le dio un
empujón, y se hundió tubería abajo (Bien hecho,
Ron, felicitaron los merodeadores y los gemelos Prewett). Harry se
apresuró a seguirlo. Se metió en la tubería y se dejó caer.
Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y
oscuro. Podía ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las
direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se
curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente. Calculaba que ya estaban por debajo
incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de él podía oír a Ron, que hacía
un ruido sordo al doblar las curvas.
—Vaya, todo eso está debajo de nosotros —dijo
un sorprendido Frank.
Harry y Ron asintieron.
Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería
cuando llegara al final, la tubería tomó una dirección horizontal, y él cayó
del extremo del tubo al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, lo bastante
alto para poder estar de pie. Lockhart se estaba incorporando un poco más allá,
cubierto de barro y blanco como un fantasma. Harry se hizo a un lado y Ron
salió también del tubo como una bala.
—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio
—dijo Harry, y su voz resonaba en el negro túnel.
Molly y Lily suspiraron, no les gustaba que
sus hijos estuvieran dentro de la cámara con ese hombre tan cobarde y
traicionero.
—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para
vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro.
Los tres intentaron ver en la oscuridad lo que había delante.
—¡Lumos! —ordenó
Harry a su varita, y la lucecita se encendió de nuevo—. Vamos —dijo a Ron y a
Lockhart, y comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el húmedo suelo.
El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta
distancia. Sus sombras, proyectadas en las húmedas paredes por la luz de la
varita, parecían figuras monstruosas.
Todos los del pasado y futuro estaban
asombrados, nunca pensaron que Harry y Ron llegaran hasta ese punto.
Yo no abría podido, con razón no pertenecí a
la casa de los valientes, pensaba Padma.
—Recordad —dijo Harry en voz baja, mientras caminaban con
cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.
—Eso será tan bueno como malo —dijo Lily—, se
protegerán los ojos del basilisco, pero no podrán hacer mucho para defenderse
sino ven.
—Tranquila, Lily, estoy seguro que todo saldrá
bien —dijo James tranquilizando a su futura esposa—, míralo, Harry esta aquí
con nosotros.
Lily asintió más calmada.
Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer
sonido inesperado que oyeron fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry
bajó la varita para alumbrar el suelo y vio que estaba repleto de huesos de
pequeños animales. Haciendo un esfuerzo para no imaginarse el aspecto que
podría presentar Ginny si la encontraban, Harry fue marcándoles el camino.
Doblaron una oscura curva.
Ginny sintió como el cuerpo de Harry se tenso
de repente a su alrededor.
—Harry, ahí hay algo… —dijo Ron con la voz ronca, cogiendo a
Harry por el hombro.
Se quedaron quietos, mirando. Harry podía ver tan sólo la
silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel.
No se movía.
—¿Qué era? —preguntó Ted.
—El basilisco —tanteó Andrómeda.
Harry negó con la cabeza.
—Quizás esté dormido —musitó, volviéndose a mirar a los
otros dos. Lockhart se tapaba los ojos con las manos. Harry volvió a mirar
aquello; el corazón le palpitaba con tanta rapidez que le dolía.
Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver,
Harry avanzó con la varita en alto.
La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel
de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel,
retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al
menos siete metros.
—¡Merlín! —exclamaron Lily y Molly.
—Impresionante —susurraron los gemelos Prewett
y los gemelos Weasley.
—¡Caray! —exclamó Ron con voz débil.
Algo se movió de pronto detrás de ellos. Gilderoy Lockhart
se había caído de rodillas.
—Torpe —dijo entre dientes Snape.
—Levántese —le dijo Ron con brusquedad, apuntando a Lockhart
con su varita.
Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo
derribó al suelo de un golpe.
Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde.
Lockhart se incorporaba, jadeando, con la varita de Ron en la mano y su sonrisa
esplendorosa de nuevo en la cara.
—Ese malnacido, voy a asesinarlo lentamente
—dijo Molly.
—¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo—. Cogeré un
trozo de esta piel y volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para
salvar a la niña y que vosotros dos perdisteis el conocimiento al ver su cuerpo
destrozado. ¡Despedíos de vuestras memorias!
—Es un maldito bastardo —dijeron los
merodeadores.
—Pego
el muy idiota se hizo de una vagita gota
y defectuosa —dijo Fleur—, y tal vez esos defectos puedan gesultarles útiles en esta ocasión.
Ron sonrió.
—Si que fue útil —susurró el pelirrojo.
—Es cierto —dijo Frank—, lo había olvidado.
Levantó en el aire la varita mágica de Ron, recompuesta con
celo, y gritó:
—¡Obliviate!
La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Harry
se cubrió la cabeza con las manos y echó a correr hacia la piel de serpiente,
escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo.
Enseguida vio que se había quedado aislado y tenía ante sí una sólida pared
formada por las piedras desprendidas.
—¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!
Que este bien mi hijo, rogó Molly internamente.
—¡Estoy aquí! —la voz de Ron llegaba apagada, desde el otro
lado de las piedras caídas—. Estoy bien. Pero este idiota no. La varita se
volvió contra él.
—El idiota tuvo de su propia medicina —dijo Sirius
riendo.
—Sí, su mejor hechizo se volvió contra él —dijo
Remus, también riendo. Hermione lo escuchó reír y ella no pudo evitar reír
también.
—Tuvo su merecido —concluyó James.
Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como si Ron le
acabara de dar una patada en la espinilla a Lockhart.
—Eso fue exactamente lo que hice —admitió Ron.
—Bien hecho —felicitaron sus tíos los Prewett.
—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No
podemos pasar. Nos llevaría una eternidad…
Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas
grietas considerables. Nunca había intentado mover por medio de la magia algo
tan pesado como todo aquel montón de piedras, y no parecía aquél un buen
momento para intentarlo. ¿Y si se derrumbaba todo el túnel?
—Sí, seria demasiado peligroso intentarlo —dijo
Moody frunciendo el ceño.
Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado
de la pared (Todos miraron a Ron, a lo que él
decidió explicar: Luego le pateé la rodilla, es que me desesperaba verlo con su
cara de idiota). Estaban malgastando el tiempo. Ginny ya llevaba horas
en la Cámara de los Secretos. Harry sabía que sólo se podía hacer una cosa.
—Va a ir solo —susurró Lily mirando a su hijo.
—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo.
Si dentro de una hora no he vuelto…
—No debes pensar en eso —lo atajó Lily con
nerviosismo.
Hubo una pausa muy elocuente.
—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía
hacer esfuerzos para que su voz sonara segura—. Para que puedas… para que
puedas cruzar al volver. Y…
—… Ginny contigo —completó Ron.
Ginny miró a su hermano con ojos brillantes, parecía
que quería llorar, pero se aguantaba.
—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su
voz temblorosa un tono de confianza.
Y partió él solo cruzando la piel de la serpiente gigante.
Enseguida dejó de oír el distante jadeo de Ron al esforzarse para quitar las
piedras. El túnel serpenteaba continuamente. Harry sentía la incomodidad de
cada uno de sus músculos en tensión. Quería llegar al final del túnel y al
mismo tiempo le aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al
fin, al doblar sigilosamente otra curva, vio delante de él una gruesa pared en
la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y
brillantes esmeraldas en los ojos.
—La entrada —susurró Neville.
Harry se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca. No
tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de
verdad, porque sus ojos parecían extrañamente vivos.
Lily miraba a su hijo con preocupación.
Mi pobre niño, todo lo que tuvo que pasar,
pero de que es valiente, si es muy valiente, pensaba Lily.
Por otra parte Ginny cada vez se sentía peor,
sabía que muy pronto descubrirían que ella fue poseída por el diario de
Voldemort, y eso no le gustaba nada.
Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta,
y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban.
—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado.
Los Slytherin estaban sorprendidos, se suponía
que solo uno de ellos tenía el poder de abrir la cámara.
Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos
mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y Harry,
temblando de la cabeza a los pies, entró.
—Aquí es el final del capítulo —dijo Susan
también sorprendida por todo de lo que se habían enterado en ese capítulo.
—Muy bien, señorita Bones —dijo Dumbledore—. ¿Quién
desea leer el siguiente capítulo? —preguntó.
—Yo —dijo el ex capitán de Gryffindor, Oliver Wood.
Gracias por publicar tan.pronto, el capitulo esta genial, me gusto mucho la cercanía que va tomando remus con Hermione, me encanta modo y y su comentario de siempre alerta jaja es lo mejor, gracias por actualizar ojala puedas seguir con un ritmo parecido a este ya que se acerca el final y va a comenzar mi libro favorito jiji, bueno gracias y adiós, nos leemos pronto
ResponderEliminarHola, Denisse, muchas gracias por comentar =)
EliminarMe alegra que te haya gustado el capítulo, y estoy actualizando rápido porque no he tenido muchos trabajos, espero que el próximo capítulo te guste
Besos
Hola! Wow! Actualizaste rápido, me alegro mucho c: Y como lo dijo Denisse, unos dos capítulos(creo :p) mas y chan... el tercer libro x'3. Bueno nos vemos en la próxima actualización c:
ResponderEliminarBesos
Hola, Midori
EliminarGracias por comentar, y si ya faltan solo dos capítulos para terminar el segundo libro, es más, en la tarde voy a publicar el próximo capítulo, por que yo también ya me muero por empezar con el tercer libro
Besos
Oh, me encanta el capítulo! Aunque lo siento por Ginny, parece que lo está pasando bastante mal, habrá que ver qué pasa cuando sus compañeros descubran la verdad =)
ResponderEliminarHasta pronto, un beso.
AuLingWood.
Hola, Alwoodsnap1
EliminarMuchas gracias por dejar tu comentario. Y si pobre Ginny en estos últimos capítulos la esta pasando muy mal, pero lo bueno es que tiene a su amado Harry de apoyo. Buenos leemos más tarde
Besos
Bien largo no∆€₡
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