domingo, 3 de mayo de 2015

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 16: La Cámara de los Secretos





Luego de almorzar, Susan Bones se ofreció para leer el siguiente capítulo.
“La Cámara de los Secretos” —leyó Susan.
Ginny tembló al oír el título del capítulo, ella sentía que era como si volviera a vivir lo mismo que paso en su primer curso, y no le gustaba nada.
No pasara nada, Ginny, tienes que relajarte, tú no tienes la culpa, respira profundo, de decía la pelirroja para darse valor.
—Tranquila, tú no tienes la culpa de nada —le susurró Harry a Ginny en el oído, a la vez que la atraía hacia él.
—¿La Cámara de los Secretos? —repitió Molly tan blanco como la cal.
—Espero que no hayan entrado a esa Cámara —dijo Lily a su hijo y a Ron, igual de pálida que Molly—, pero que digo —dijo negando con la cabeza—, si ustedes ni siquiera saben dónde está esa Cámara.
Harry y Ron se miraron, pero no contestaron a sus madres.
Los merodeadores miraban a Harry y Ron, no podían que creer que ellos supieran donde estaba la Cámara de los Secretos. Aunque con ellos tres o en este caso dos eran capaces de todo, hasta de descubrir donde estaba la famosa Cámara de los Secretos, que nadie había podido encontrar.
Y antes de que Molly o Lily volvieran a hablar, Susan empezó a leer.
—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en los aseos —dijo Ron con amargura durante el desayuno del día siguiente—, y no se nos ocurrió preguntarle, y ahora ya ves…
—¿Pero cómo podían saber que se trataba precisamente de ella? —dijo Molly con suavidad.
La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura (¿Aventura? Misión suicida diría yo, dijo Lily con el ceño fruncido). Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse en un lavabo de chicas, pero no uno cualquiera, sino el que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía prácticamente imposible.
Claro que es imposible, pero de seguro el señor Potter y el señor Weasley lograron burlar la vigilancia otra vez, pensaba McGonagall sin dejar de mirar a Harry y Ron.
En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall les dijo que los exámenes comenzarían el 1 de junio, y sólo faltaba una semana.
—¿Exámenes? —dijo Sirius con incredulidad—, quien piensa en exámenes cuando hay un monstruo suelto merodeando por todo Hogwarts.
—Los exámenes son necesarios, señor Black —lo regañó McGonagall.
—Pero… —Sirius iba a refutar, pero Lily hablo antes.
—Ya deja de quejarte, Sirius, que además los exámenes no los ibas a rendir tú.
—Deberías decirle algo, Cornamenta —le susurró Sirius a James.
—Mejor no, ya sabes cómo se pone después —contestó James en el mismo tono que Sirius.
—La pelirroja lo tiene domesticado —susurró Sirius a Remus.
—¿Exámenes? —aulló Seamus Finnigan—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?
—¿Ya ven? No soy el único que piensa que tener exámenes en ese momento no es una buena idea —dijo Sirius infantilmente.
Sonó un fuerte golpe detrás de Harry. A Neville Longbottom se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre (Alice miró a su hijo con comprensión). La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Seamus con el entrecejo fruncido.
—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de daros una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estéis todos estudiando duro.
—La única que en verdad hubiera estudiado duro seria Hermione, pero lastimosamente ella no podía en esos momentos —dijo Dean.
Y todos los del futuro asintieron estando de acuerdo con Dean.
Hermione frunció el ceño ligeramente.
¡Estudiando duro! Nunca se le ocurrió a Harry que pudiera haber exámenes con el castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.
—Eso no es bueno —dijeron los gemelos Prewett.
—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto habéis aprendido este curso.
Dumbledore asintió estando de acuerdo con la profesora de Transformaciones. A Dumbledore le importaba mucho la educación de sus alumnos, porque de eso dependía que el Mundo Mágico fuera mejor.
Harry contempló el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas. ¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía a la cabeza ni una sola cosa que pudiera resultar útil en un examen.
—Todos estábamos en las mismas —dijo Seamus.
En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al bosque prohibido.
Ron se estremeció al recordar que en esa época vivía Aragog en el bosque prohibido.
—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó a Harry, levantando su varita, que se había puesto a pitar.
—No lo creo —dijo Charlie.

Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.
—Suspendieron los exámenes, sí, de seguro es eso —dijo Sirius.
James y Remus rieron.
—Nunca cambiaras, Canuto —dijo Remus sonriendo.
—¿Por qué he de cambiar? —preguntó el animago.
Lily negó con la cabeza.
—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en alborozo.
—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.
—No creo que sea eso —dijo Ted.
—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de Ravenclaw.
—No creo que sea tan fácil —gruñó Moody.
—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood emocionado.
—¿Por qué no me sorprende? —preguntó George a su gemelo.
Fred se puso una mano en su barbilla fingiendo pensar.
—Tal vez sea porque está loco de remate por el quidditch. Hasta creo que si pudiera pedirle la mano al quidditch lo haría —respondió Fred, para luego reír, lo mismo hizo George y Lee.
Oliver frunció el ceño.
—Los estoy escuchando, Weasley —gruñó Oliver.
—Pues que bueno… —dijo George.
—… porque eso indica que no eres sordo —terminó Fred.
Sus tíos, los Prewett y los merodeadores rieron.
Cuando cesaron las risas, Susan continúo leyendo.
Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:
—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordaros que alguno de ellos quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.
—Entonces fueron los que estaban petrificados los que contaron todo sobre el monstruo que se esconde en la cámara cuando despertaron —dijo Moody.
Todos miraron a Hermione y Justin interrogativamente, pero ellos no dijeron nada.
—Las cosas no pasaron exactamente como dice Moody —respondió Harry, y antes de que empezaron a bombardearlo de preguntas Harry dijo—: pero para saber lo que realmente pasó, deberían terminar de leer el libro —y luego hizo una seña con la mano para que Susan siga leyendo.
Hubo una explosión de alegría. Harry miró a la mesa de Slytherin y no le sorprendió ver que Draco Malfoy no participaba de ella. Ron, sin embargo, parecía más feliz que en ningún otro momento de los últimos días.
—Oh, el pequeño Ronnie estaba feliz… —empezó Fred.
—… porque su amiga Hermione despertaría, y ya tendría con quien pelear nuevamente —terminó George, y luego los gemelos soltaron risas.
Ron se sonrojó y Hermione negó con la cabeza.
Ese par nunca cambiara, pensaba Hermione.
—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo a Harry—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran terminado.
—¡Ron! —reprochó Hermione a su amigo pelirrojo.
—Pero era cierto, tú te hubieras vuelto loca en ese momento —admitió el chico.
—Creo que Weasley tiene razón, Granger —dijo Draco con una sonrisa ladeada.
Hermione miró al rubio.
—Ese comentario no me ayuda, Malfoy —dijo Hermione.
Draco de encogió de hombros.
—¿Vas a negarlo? —preguntó Draco.
Harry sonrió un poco, pero borro su sonrisa cuando Hermione lo miró.
Hermione no contesto, admitía que si se hubiera vuelto loca al saber que tenía solo tres días para estudiar, Ron y Draco tenían razón.
En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en el regazo.
Todos miraron con curiosidad a la pelirroja —que estaba pálida— pero Molly y Arthur la miraban con preocupación, presentían que algo malo pasaría.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.
Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.
—Me recordabas a Dobby —susurró Harry a su novia para tratar de distraerla, y funciono porque Ginny lo miró con confusión—. Por lo temerosa.
La chica asintió.
—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.
Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny. Se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igual que lo hacía Dobby cuando estaba a punto de revelar información prohibida.
Moody miró con más insistencia a Ginny.
—Ahí hay algo raro —murmuró. Recién reparando en la palidez de la chica.
—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué? —apremió Ron.
—Que insensible eres Ron —dijo Parvati.
—Así es él —dijo Luna con naturalidad.
Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oír Ron y Ginny.
—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?
Los merodeadores miraron a Ginny, estaba más pálida aun.
Esta igual de pálida que Lunático cuando la luna llena de acerca, pensaban James y Sirius.
—¿Tenía alguna pista sobre la Cámara de los Secretos, señorita Weasley? —preguntó Moody.
—Todas las respuestas están en el libro —Harry respondió por Ginny.
Luego Harry indico a Susan que siguiera leyendo.
Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.
—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.
Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y cogió una jarra del centro de la mesa.
—Un mal momento para aparecer querido sobrino —dijeron los gemelos Prewett.
Pero Percy no respondió nada, solo pudo enrojecer, recordando lo que diría a continuación.
—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!
Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.
—Oh, Percy no nos días que estuviste haciendo algo indebido —dijo Fred fingiendo inocencia.
—La pregunta es con quien estuviste haciendo cosas indebidas —continuó George.
Percy los miró serio.
—¡Ya cállense ustedes dos! —les gritó Percy. Lo que causo más risa a sus hermanos.
¡Ay, porque a mí! ¿Por qué no pueden omitir estas partes tan vergonzosas?, se lamentaba internamente Percy.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.
—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir…
—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy.
—¿Cómo podía estar tan seguro de que no se trataba de la Cámara de los Secretos? —le preguntó Moody a Percy.
Los gemelos Weasley rieron al ver la cara sonrojada de Percy y que por primera vez veían a su hermano sin dar una respuesta a la pregunta formulada.
—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.
—Bueno, si es imprescindible que te lo diga… Ginny, esto…, me encontró el otro día cuando yo estaba… Bueno, no importa, el caso es que… ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría…
Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.
—¿Qué estabas haciendo, Percy? —preguntó Charlie, también riendo al verlo sonrojado.
Percy nuevamente no contesto.
—Al parecer alguien ha hecho algo malo —dijeron los merodeadores.
—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.
Percy no devolvió la sonrisa.
—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.
—¡Qué aguafiestas eres sobrinito! —se lamentaron los gemelos Prewett.
—¡Ya déjenlo en paz! —les gritó Molly.
Los Prewett pusieron cara de inocentes y sonrieron a su hermana.

Harry sabía que todo el misterio podría resolverse al día siguiente sin la ayuda de Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la oportunidad de hablar con ella (Harry es tan obstinado como Lily, pensaba Alice). Y afortunadamente se presentó, a media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía al aula de Historia de la Magia.
—¡Tenía que ser ese incompetente! —bufó Remus.
Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el peligro ya había pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba equivocado, estaba ahora plenamente convencido de que no valía la pena acompañar a los alumnos por los pasillos (Escoria, gruñía Snape por lo bajo). No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.
McGonagall negó con la cabeza.
—Recordad mis palabras —dijo, doblando con ellos una esquina—: lo primero que dirán las bocas de esos pobres petrificados será: «Fue Hagrid.» (¡No fue Hagrid!, dijeron los chicos del futuro, haciendo sonreír al semi-gigante) Francamente, me asombra que la profesora McGonagall juzgue necesarias todas estas medidas de seguridad.
—No soporto a ese hombre —casi gruñó McGonagall.
—No eres la única Minnie —dijeron los merodeadores.
—Estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, y a Ron se le cayeron los libros, de la sorpresa.
—¡¿Qué?! —exclamaron los merodeadores.
McGonagall miró sorprendida a Harry.
—Señor Potter —dijo la profesora visiblemente ofendida.
—Descuide profesora —dijo Harry sonriendo un poco—, ya se dará cuenta del porque dije eso a Lockhart.
McGonagall asintió lentamente.
—Gracias, Harry —dijo Lockhart cortésmente, mientras esperaban que acabara de pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—. Nosotros los profesores tenemos cosas mucho más importantes que hacer que acompañar a los alumnos por los pasillos y quedarnos de guardia toda la noche…
—Sí, como por ejemplo ponerse ruleros —dijo Ron, causando la risa de los bromistas.
—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja aquí, señor? Sólo nos queda este pasillo.
—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió Lockhart—. La verdad es que debería ir a preparar mi próxima clase.
Y salió apresuradamente.
—Esto es inaudito —dijo Molly—, dejar solos a dos niños de doce años, sabiendo que el monstruo está rondando por los pasillos.
—Merodeando —corrigieron los merodeadores.
—A preparar su próxima clase —dijo Ron con sorna—. A ondularse el cabello, más bien.
—Buena esa, sobrino —dijeron los Prewett.
Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un pasillo lateral y corrieron hacia los aseos de Myrtle la Llorona. Pero cuando ya se felicitaban uno al otro por su brillante idea…
—¡Potter! ¡Weasley! ¿Qué estáis haciendo?
—¿Y ahora qué? —preguntó James.
—¡Qué mala suerte! —se lamento Frank.
Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.
—Estábamos… estábamos… —balbució Ron—. Íbamos a ver…
—A Hermione —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora McGonagall lo miraron (Y en ese momento también miraban al pelinegro)—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie—, y pretendíamos colarnos en la enfermería, ya sabe, y decirle que las mandrágoras ya están casi listas y, bueno, que no se preocupara.
—Esa mentira fue cruel —lo reprendió Lily.
—Lo siento —se disculpó Harry—, pero no tenía opción.
Pero a pesar de todo eso a Hermione no parecía molestarle la mentira, puesto que tenía una sonrisita en el rostro.
La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento, Harry pensó que iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz ronca, poco habitual en ella.
—Naturalmente —dijo, y Harry vio, sorprendido, que brillaba una lágrima en uno de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están… Lo comprendo perfectamente. Sí, Potter, claro que podéis ver a la señorita Granger. Informaré al profesor Binns de dónde habéis ido. Decidle a la señora Pomfrey que os he dado permiso.
Los merodeadores miraban sorprendidos a Harry, Ron y luego a la profesora McGonagall; no era posible que salieran de los problemas tan fácilmente.
—No puedo creerlo —dijo Sirius.
—¿Cómo es que salen de los problemas sin recibir un solo castigo? —preguntó James.
Harry y Ron solo se encogieron de hombros.
Harry y Ron se alejaron, sin atreverse a creer que se hubieran librado del castigo. Al doblar la esquina, oyeron claramente a la profesora McGonagall sonarse la nariz.
—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que has inventado nunca.
Muchos asintieron estando de acuerdo.
No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a Hermione.
La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.
—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al sentarse al lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón. Era evidente que Hermione no tenía la más remota idea de que tenía visitas, y que lo mismo daría que lo de que no se preocupara se lo dijeran a la mesilla de noche.
Hermione asintió, puesto que ella no se dio cuenta de la visita que le hicieron sus amigos.
—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie…
—Solo vi sus fríos ojos —respondió Hermione.
Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel estrujado.
—La hoja del libro que arrancaste —Remus recordó lo que Hermione había relatado hace unas horas.
Hermione asintió.
Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo señaló a Ron.
—Intenta sacárselo —susurró Ron, corriendo su silla para ocultar a Harry de la vista de la señora Pomfrey.
No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal fuerza el papel que Harry creía que al tirar se rompería. Mientras Ron lo cubría, él tiraba y forcejeaba, y, al fin, después de varios minutos de tensión, el papel salió.
—Me preguntó que contendrá ese papel —dijo Sirius, interrumpiendo a Susan.
—Pues si dejaras de interrumpir, Sirius, te enterarías —lo regañó Lily.
Sirius solo hizo un mueca de molestia.
Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la alisó con emoción y Ron se inclinó para leerla también.

De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las serpientes (¿Un basilisco?, preguntaron la mayoría con sorpresa. Mientras por su parte los merodeadores ahora entendían que ese sería el verdadero monstruo que Slytherin pudo esconder en su Cámara). Esta serpiente, que puede alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir instantánea muerte (Hermione y Justin se estremecieron al recordar cuando vieron los ojos del basilisco). Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.

—Claro, ahora todo tiene sentido —empezó Moody—, las arañar huyendo al bosque prohibido, los gallos de Hagrid asesinados. Ahora la pregunta es: ¿Quién asesinaba los gallos?
Ginny tembló, bajo la mirada y se pegó más a Harry.
Moody miró con más insistencia a Ginny.
—Pues ya te enteraras de la respuesta luego, Moody —respondió Harry.
Moody entrecerró los ojos, mirando a Harry y a una Ginny muy pegada al pelinegro.
—Fabian, ¿qué crees que le pase a la pequeña Ginny? —preguntó en un susurró Gideon.
—No lo sé, solo espero que nuestra pequeña sobrina no le haya pasado nada malo en su primer curso —respondió Fabian en susurros.
Y debajo de esto, había escrita una sola palabra, con una letra que Harry reconoció como la de Hermione: «Cañerías.»
—¿Cañerías? —repitieron los del pasado.
Pero luego Remus comprendió lo que significada esa palabra.
—Espero que no sea lo que estoy pensando —murmuró Remus mirando a Hermione.
—¿Dijiste algo, Lunático? —preguntó James, y Remus negó con la cabeza.
Fue como si alguien hubiera encendido la luz de repente en su cerebro.
—Ron —musitó—. ¡Esto es! Aquí está la respuesta. El monstruo de la cámara es un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces esa voz por todo el colegio, y nadie más la ha oído: porque yo comprendo la lengua pársel
Todos miraban sorprendidos al trío de amigos.
—¡No es posible! —exclamó McGonagall—, ¿cómo es posible que tres niños de doce años hayan descubierto la Cámara de los Secretos y al monstruo que lo habitaba, y los magos más brillantes y los aurores más experimentados no hayan podido? —la profesora parecía ligeramente indignada.
Dumbledore tenía una sonrisa en sus labios.
—Tal vez sea que esos magos brillantes y aurores experimentados no tenían a estos tres chicos como aliados —respondió Dumbledore.
—Son increíbles —dijeron los merodeares, pero Remus interiormente pensaba: Y Hermione es maravillosa.
Harry miró las camas que había a su alrededor.
—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha muerto nadie. Porque ninguno de ellos lo miró directo a los ojos. Colin lo vio a través de su cámara de fotos. El basilisco quemó toda la película que había dentro, pero a Colin sólo lo petrificó. Justin… ¡Justin debe de haber visto al basilisco a través de Nick Casi Decapitado! (Justin asintió) Nick lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez… Y a Hermione y la prefecta de Ravenclaw las hallaron con aquel espejo al lado. Hermione acababa de enterarse de que el monstruo era un basilisco. ¡Me apostaría algo a que ella le advirtió a la primera persona a la que encontró que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y entonces sacó el espejo y…
—Eso fue exactamente lo que paso —dijo Hermione—. Cuando mencionaste que escuchaste nuevamente esa voz, empecé a pensar, que solo tú podías escucharla, los demás no, entonces lo relacione con el nuevo descubrimiento de que hablabas pársel, así que por lo tanto el monstruo que habitaba la Cámara de los Secretos debía de ser una serpiente, nada mejor que represente a la casa de Slytherin. Entonces ahí fue cuando salí disparada a la biblioteca y comprobé mis sospechas y lo demás ya lo saben.
Moody miraba con mucha más sorpresa a Harry y a Hermione.
Potter será un gran auror, pensaba Moody con satisfacción. Y si la señora Granger quisiera ser una aurora también sería una muy buena.
Remus veía con ojos brillantes a Hermione.
Es más que maravillosa, pensaba.
—Deja de mirar a la castaña, la vas a gastar —susurró Sirius a Remus—, ya sé que estas orgulloso de tu futura hija, pero no seas tan evidente.
Remus dejo de mirar a Hermione.
—No es mi hija —le respondió entre dientes.
Ron se había quedado con la boca abierta.
—¿Y la Señora Norris? —susurró con interés.
Harry hizo un gran esfuerzo para concentrarse, recordando la imagen de la noche de Halloween.
—El agua…, la inundación que venía de los aseos de Myrtle la Llorona. Seguro que la Señora Norris sólo vio el reflejo…
—Son un gran equipo —susurró Sirius a los otros dos merodeadores.
James asintió orgulloso de su futuro hijo, y Remus asintió orgulloso de Hermione, esa chica castaña que en tan pocos días había logrado ganarse su admiración y su… amor.
Con impaciencia, examinó la hoja que tenía en la mano. Cuanto más la miraba más sentido le hallaba.
—¡El canto del gallo para él es mortal! —leyó en voz alta—. ¡Mató a los gallos de Hagrid! El heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la Cámara de los Secretos. ¡Las arañas huyen de él! ¡Todo encaja!
Moody asintió.
—Sí, todo encaja —dijo Andrómeda—, ¿pero quién mataba a los gallos? —preguntó.
Pero nadie contesto. Pero Ginny empalideció más.
Snape que también había notado el cambio de ánimo de Ginny, estaba seguro que ella tenía que ver en todo ese asunto.
—Seguro fue poseída —murmuró.
—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —dijo Ron—. Una serpiente asquerosa… alguien tendría que verla…
Harry, sin embargo, le señaló la palabra que Hermione había garabateado al pie de la página.
—Cañerías —leyó—. Cañerías… Ha estado usando las cañerías, Ron. Y yo he oído esa voz dentro de las paredes…
De pronto, Ron cogió a Harry del brazo.
—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo con la voz quebrada—. ¿Y si es uno de los aseos? ¿Y si estuviera en…?
—En los aseos de Myrtle la Llorona —dijo James.
Harry sonrió, porque el había respondido lo mismo.
—… los aseos de Myrtle la Llorona —terminó Harry.
Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la emoción, sin poder creérselo apenas.
—Esto quiere decir —añadió Harry— que no debo de ser el único que habla pársel en el colegio. El heredero de Slytherin también lo hace. De esa forma domina al basilisco.
No es tan idiota como el padre, seguramente esa inteligencia la heredo de Lily, pensaba Snape.
—¿Qué hacemos? ¿Vamos directamente a hablar con McGonagall?
—Vamos a la sala de profesores —dijo Harry, levantándose de un salto—. Irá allí dentro de diez minutos, ya es casi el recreo.
Bajaron las escaleras corriendo. Como no querían que los volvieran a encontrar merodeando por otro pasillo, fueron directamente a la sala de profesores, que estaba desierta. Era una sala amplia con una gran mesa y muchas sillas alrededor. Harry y Ron caminaron por ella, pero estaban demasiado nerviosos para sentarse.
—Tienen que estar en alerta permanente —volvió a aconsejar Moody.
Pero la campana que señalaba el comienzo del recreo no sonó. En su lugar se oyó la voz de la profesora McGonagall, amplificada por medios mágicos.
—Todos los alumnos volverán inmediatamente a los dormitorios de sus respectivas casas. Los profesores deben dirigirse a la sala de profesores. Les ruego que se den prisa.
—¿Qué paso ahora? —preguntó Alice.
Todos los chicos Weasley miraron ligeramente a su hermana pequeña, pero nadie contestó. Por su parte Harry tranquilizaba a Ginny, esa parte de su vida que quería olvidar saldría a la luz de nuevo.
Harry se dio la vuelta hacia Ron.
—¿Habrá habido otro ataque? ¿Precisamente ahora?
—¿Qué hacemos? —dijo Ron, aterrorizado—. ¿Regresamos al dormitorio?
—Eso sería lo más razonable —dijo Molly.
—No —dijo Harry, mirando alrededor. Había una especie de ropero a su izquierda, lleno de capas de profesores—. Si nos escondemos aquí, podremos enterarnos de qué ha pasado. Luego les diremos lo que hemos averiguado.
—Esa manía de los Potter de esconderse en todas partes —dijo Lily mirando de tanto en tanto a James y a su hijo—, y no solo eso, también tienen la costumbre de meterse en problemas siempre.
—¡Los problemas me buscan a mí! —replicaron padre e hijo.
Se ocultaron dentro del ropero. Oían el ruido de cientos de personas que pasaban por el corredor. La puerta de la sala de profesores se abrió de golpe. Por entre los pliegues de las capas, que olían a humedad, vieron a los profesores que iban entrando en la sala. Algunos parecían desconcertados, otros claramente preocupados. Al final llegó la profesora McGonagall.
—Ha sucedido —dijo a la sala, que la escuchaba en silencio—. Una alumna ha sido raptada por el monstruo. Se la ha llevado a la cámara.
—¡Oh, por Merlín! —fue la exclamación en general.
Ginny se estremeció de pies a cabeza.
—¿Quién fue la alumna que raptaron? —preguntó Arthur.
—Ahora lo sabrán —respondió Bill con seriedad.
El profesor Flitwick dejó escapar un grito. La profesora Sprout se tapó la boca con las manos. Snape se cogió con fuerza al respaldo de una silla y preguntó:
—¿Está usted segura?
—El heredero de Slytherin —dijo la profesora McGonagall, que estaba pálida— ha dejado un nuevo mensaje, debajo del primero: «Sus huesos reposarán en la cámara por siempre.»
—Esto es horrible —dijo Lily con ojos brillantes por las lágrimas no derramadas—, pobre niña.
—Que bastardos, como se pueden meter con una niña —dijeron los Prewett.
Y Molly no sabía porque, pero se sentía temerosa, como si algo malo fuera a pasar.
El profesor Flitwick derramó unas cuantas lágrimas.
—¿Quién ha sido? —preguntó la señora Hooch, que se había sentado en una silla porque las rodillas no la sostenían—. ¿Qué alumna?
—Ginny Weasley —dijo la profesora McGonagall.
—¡NO! —Susan dejo de leer, al oír la exclamación de Molly—. Mi pobre niña —sollozó.
Todos miraban a Ginny, pero los gemelos Prewett miraban con más insistencia a su sobrina.
—Era por eso que estaba tan pálida —dijo Gideon y Fabian asintió.
—¿Estás bien, hija? —preguntó Arthur viendo la palidez de su hija, y a su vez abrazaba Molly tranquilizándola.
—S-sí —respondió la pelirroja—, estoy bien —mintió.
—Ya todo va pasar —le susurró Harry, pegándola aún más a él.
—Pobre de la pelirroja —dijo Sirius.
—Por favor señores, cálmense la señorita Weasley está bien, está aquí con nosotros, eso quiere decir que salió ilesa de todo —tranquilizó Dumbledore a los familiares de Ginny.
Luego que todos se tranquilizaran un poco, Susan siguió leyendo.
Harry notó que Ron se dejaba caer en silencio y se quedaba agachado sobre el suelo del ropero.
—Tendremos que enviar a todos los estudiantes a casa mañana —dijo la profesora McGonagall—. Éste es el fin de Hogwarts. Dumbledore siempre dijo…
—… que lo principal es el bienestar y la seguridad de los niños —completo Dumbledore.
La puerta de la sala de profesores se abrió bruscamente. Por un momento, Harry estuvo convencido de que era Dumbledore. Pero era Lockhart, y llegaba sonriendo.
—¡Es un maldito estúpido! Mi hija fue raptada y él llega sonriendo —rugió Molly.
—Calma Molly —le decía Arthur—, te puede hacer mal —y puso una mano sobre el vientre de su esposa, recordándole que no solo a ella le haría mal sino también a los gemelos que llevaba dentro.
Molly asintió.
—Lo lamento…, me quedé dormido… ¿Me he perdido algo importante?
No parecía darse cuenta de que los demás profesores lo miraban con una expresión bastante cercana al odio. Snape dio un paso hacia delante.
—He aquí el hombre —dijo—. El hombre adecuado. El monstruo ha raptado a una chica, Lockhart. Se la ha llevado a la Cámara de los Secretos. Por fin ha llegado tu oportunidad.
Remus sonrió, pero Sirius y James fruncieron el ceño.
—¿Qué les pasa? —preguntó un sonriente Remus al ver la cara de sus amigos, pero ellos no respondieron—. Ya sé, no les gusta estar de parte de Snape, ¿verdad?
—¡Oh, cállate, Lunático! —dijo James.
—Odio decir esto Qu… Snape, pero escupiste tu veneno en escogiste a la persona perfecta —dijo Sirius con cara pesar.
Snape miró fijamente a Sirius, pero aparentemente no hizo ni un gesto, pero por dentro sonrió.
—Pero eso no quiere decir que caigas bien —dijo Sirius.
—Igual no me agradas, Black —dijo Snape.
Todos miraban a ese par, puesto que era la primera vez que veían que se decían que no se agradaban, pero sin pelear.
Lockhart palideció.
—Así es, Gilderoy —intervino la profesora Sprout—. ¿No decías anoche que sabías dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos?
—Yo…, bueno, yo… —resopló Lockhart.
—Es evidente que no lo sabe —dijo Frank, con fastidio.
—Sí, ¿y no me dijiste que sabías con seguridad qué era lo que había dentro? —añadió el profesor Flitwick.
—¿Yo…? No recuerdo…
—Ciertamente, yo sí recuerdo que lamentabas no haber tenido una oportunidad de enfrentarte al monstruo antes de que arrestaran a Hagrid —dijo Snape—. ¿No decías que el asunto se había llevado mal, y que deberíamos haberlo dejado todo en tus manos desde el principio?
—Ese idiota solo empeorara todo —dijo Remus, sobándose la sien.
—Es un cobarde —dijo James.
Lockhart miró los rostros pétreos de sus colegas.
—Yo…, yo nunca realmente… Debéis de haberme interpretado mal…
—Lo dejaremos todo en tus manos, Gilderoy —dijo la profesora McGonagall—. Esta noche será una ocasión excelente para llevarlo a cabo. Nos aseguraremos de que nadie te moleste. Podrás enfrentarte al monstruo tú mismo. Por fin está en tus manos.
—Ese idiota s habrá estado orinando en los pantalones con las palabras de la profesora McGonagall —dijo Lee.
—Pero… no creo que en verdad haya dejado todo en manos de ese inepto, ¿o sí? —preguntó Lily.
Como toda respuesta Dumbledore le indico a Susan que siguiera leyendo.
Lockhart miró en torno, desesperado, pero nadie acudió en su auxilio. Ya no resultaba tan atractivo. Le temblaba el labio, y en ausencia de su sonrisa radiante, parecía flojo y debilucho.
—Mu-muy bien —dijo—. Estaré en mi despacho, pre-preparándome.
Y salió de la sala.
—¿Preparándose? Más bien tratando de huir como el cobarde que es —rugió Ron.
—¿Eso hizo? —preguntó Arthur.
Harry y Ron asintieron.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Remus.
—Bien —dijo la profesora McGonagall, resoplando—, eso nos lo quitará de delante. Los Jefes de las Casas deberían ir ahora a informar a los alumnos de lo ocurrido. Decidles que el expreso de Hogwarts los conducirá a sus hogares mañana a primera hora de la mañana. A los demás os ruego que os encarguéis de aseguraros de que no haya ningún alumno fuera de los dormitorios.
—Aunque no todos se quedaron en sus dormit… —empezó a hablar Luna, pero de pronto Ron besó en los labios a la rubia para que dejara de hablar.
Todos miraban a la pareja besarse, y eso fue bueno porque si no Luna habría hablado de más, poniendo de los nervios a Lily y Molly.
—¡Oigan! ¡Ya no! ¡Paren! —dijo Sirius.
—Déjalos —lo regañó Lily.
—Pero es que eso no es justo, yo tengo con quien besarme —se quejó el animago.
James rió y Remus negó con la cabeza.
La pareja dejo de besarse al oír la risa de James, ambos se sonrojaron al notar que tenían las miradas de todos sobre ellos.
—Vaya, el pequeño Ronnie no pierde el tiempo —dijeron los gemelos Weasley, sonriendo.
—Cállense —medio gritó Ron, con la cara completamente roja.
—Esa fue una bonita forma de decir que dejara de hablar, Ron —dijo la rubia sonriendo a su novio.
Todos rieron del comentario de Luna, hasta Ginny.
Los profesores se levantaron y fueron saliendo de uno en uno.

Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry (Sí, ya me imagino, tener que regresar antes de tiempo con los Dursley debe ser horrible, murmuró Sirius). Él, Ron, Fred y George se sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor, incapaces de pronunciar palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una lechuza a sus padres y luego se había encerrado en su dormitorio.
—Percy eras el hermano mayor en ese momento, no debiste dejar solos a nuestros hermanos menores —le recriminó Bill.
—Lo siento —se disculpó Percy sonrojado.
Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez. Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama, incapaces de permanecer allí sentados más tiempo.
—La sala común se sentía tan extraña, en realidad nadie quería permanecer mucho rato ahí —dijo Parvati.
—Ella sabía algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez desde que entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos (Moody se preguntaba que era lo Ginny podía saber sobre la Cámara de los Secretos). Debe de ser por eso, porque ella era… —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón.
Moody miró a Ginny esperando una explicación de su parte, pero Ginny no abrió la boca, ella solo seguía aferrada en los brazos de Harry.
Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo…, cualquier cosa…
—Fue muy valiente lo que hiciste por mí, Harry —susurró Ginny al ojiverde.
—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de que ella no esté…? Ya sabes a lo que me refiero. —Harry no supo qué contestar. No creía que pudiera seguir viva (Harry negó con la cabeza de solo imaginar su vida sin Ginny)—. ¿Sabes qué? —añadió Ron—. Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo que sabemos. Va a intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.
—¿En serio? ¿En verdad creían que entraría a la Cámara de los Secretos a salvar a Ginny? —preguntó un incrédulo Remus.
—En ese momento lo creíamos —respondió Harry.
—Pero fuimos unos ilusos al creer eso —continuo Ron.
Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato.
McGonagall miró con seriedad a los Gryffindors.
—En realidad ninguno de nosotros sabía en concreto lo que pensaban hacer —defendió Neville al resto de su casa.
Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces, golpes y pasos apresurados.
Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.
—¡Ah…! Señor Potter, señor Weasley… —dijo, abriendo la puerta un poco más—. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa…
—¿Qué estaba haciendo? —preguntó Padma.
—Preparando su equipaje, el muy cobarde —respondió Ron.
—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será útil.
—Ah…, bueno…, no es muy… —Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.
Abrió la puerta y entraron.
El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente.
Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas encima de la mesa.
—Ese incompetente pensaba huir mientras mi hija estaba raptada —dijo Molly con furia.
—Tampoco hubiera sido de gran ayuda, madre —dijo Percy.
Y todos asintieron estando de acuerdo con el pelirrojo.
—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.
—Esto…, bueno, sí… —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí mismo de tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente…, insoslayable…, tengo que marchar…
—Sí, claro, una llamada urgente —bufó Sirius.
—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.
—Bueno, en cuanto a eso… es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una bolsa—. Nadie lo lamenta más que yo…
—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —dijo Harry—. ¡No puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están pasando!
—Dudo mucho que todas las cosas que pasaban le importe —dijo Remus.
—Lo único que pretendía ese idiota era salvar su pellejo —dijeron los gemelos Prewett.
—Es un malnacido —sollozó Molly.
—Bueno, he de decir que… cuando acepté el empleo… —murmuró Lockhart, amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el contrato… Yo no esperaba…
—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin poder creérselo—. ¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?
—Lo que cuenta en esos libros no lo hizo él. Es un impostor —susurró Ron.
—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.
—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.
—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a la banshee que presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero decir…, vamos, que…
—¡Merlín! —exclamó McGonagall sobándose la sien—. No era suficiente con ser un cobarde, sino también que es un ladrón. Robo todos los logros de otros magos e escribió libros, donde él era el autor.
—Es peor de lo que imaginaba —dijo Remus.
—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente? —dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.
—Exactamente —respondió Ron.
—Harry, Harry —dijo Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple. Tuve que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas, preguntarles cómo lo habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos desmemorizantes. Ah…, me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.
—¿Llama trabajar duro a robar y borrarle la memoria a magos y brujas? —preguntó un desconcertado Moody.
—Y tú castaña admirabas a ese ratero —bufó Sirius.
Hermione se sonrojó.
—Yo no lo sabía —se defendió Hermione.
—Sirius no la molestes —lo regañó Remus.
Sirius rodó los ojos.
Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.
—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle.
Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos.
—Les borrara la memoria —se horrorizo Lily.
—No te preocupes, mamá, no lo logro —dijo Harry.
—Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora os tengo que echar uno de mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo el mundo mis secretos. No volvería a vender ni un solo libro…
Harry sacó su varita justo a tiempo. Lockhart apenas había alzado la suya cuando Harry gritó:
¡Expelliarmus!
Lockhart salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita voló por el aire. Ron la cogió y la tiró por la ventana.
—Excelente, Harry —felicitaron los merodeadores.
—Aunque no debiste hacer eso, Ron, tal vez podrían necesitar esa varita —dijo Ted.
—No, la mía fue de gran ayuda —respondió Ron sonriendo.
—No entiendo, si tu varita no funcionaba bien —dijo Frank.
—Por eso —dijo Harry. E hizo una seña a Susan para que vuelva a leer, antes de que alguien siga haciendo preguntas.
—No debería haber permitido que el profesor Snape nos enseñara esto —dijo Harry furioso, apartando el baúl a un lado de una patada. Lockhart lo miraba, otra vez con aspecto desvalido. Harry lo apuntaba con la varita.
Snape miraba con ojos entrecerrados a Harry.
Después de todo Potter si prestaba atención a mis futuras clases, pensaba Snape.
—¿Qué queréis que haga yo? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está la Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.
—Lo sabemos, idiota —rugieron los gemelos Prewett.
—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—. Creo que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.
Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por las escaleras más cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona.
—No entiendo para que lo llevaron, solo es un estorbo —dijo Charlie.
Ron se encogió de hombros.
Hicieron pasar a Lockhart delante. A Harry le hizo gracia que temblara.
—Me hubiera gustado verlos —dijeron los merodeadores.
Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.
—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Harry—. ¿Qué quieres esta vez?
—Preguntarte cómo moriste —dijo Harry.
—Que directo —dijo James.
—Esa pregunta no fue muy amable —dijo Lily.
—Era necesario —se justificó Harry.
El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.
—Está loca, como esa pregunta la podría alagar —dijo Sirius.
—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas (No tiene nada de malo usar gafas, dijo un ofendido James. A lo que Lily dijo mirándolo: Claro que no tiene nada de malo, es hermoso. James sonrió). La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña (Pársel, susurró la mayoría). De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces… —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.
—¿Así de sencillo? ¿Solo se murió, y ya? —dijo Pansy, hablando por primera vez.
—Esperabas que la torturase o algo así —dijo Astoria.
—No, claro que no —respondió la pelinegra.
—¿Cómo? —preguntó Harry.
—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos (Hermione se estremeció al recordar esos ojos). Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando… —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.
—Sentía culpa —murmuró Alice.
—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó Harry.
—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.
Harry y Ron se acercaron a toda prisa. Lockhart se quedó atrás, con una mirada de profundo terror en el rostro.
—Imbécil —dijo Ron.
Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Harry lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.
La entrada a la cámara, y nadie pudo dar con ella, ni siquiera nosotros los aurores, pero tres chicos si encontraron la entrada, pensaba Moody.
—Nunca pensé que Salazar Slytherin escondiera la cámara en un baño, por eso nunca lo encontramos —admitió Dumbledore.
—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron accionarlo.
—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua pársel.
—Pero… —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que había logrado hablar en lengua pársel estaba delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.
—Ábrete —dijo.
—¿Se abrió? —preguntó Ted.
—No —respondió Harry, todos lo miraron—. Es que no hable en pársel —explicó.
Miró a Ron, que negaba con la cabeza.
—Lo has dicho en nuestra lengua —explicó.
Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía.
—Ábrete —repitió.
Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar (Todos estaban completamente asombrados. “¡Por todos los dioses!”, exclamó Andrómeda). Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro.
Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba planeando qué era lo que había que hacer.
—Bajaré por él —dijo.
Que Harry bajara por las tuberías y se enfrentara al basilisco ponía muy nerviosa a Lily.
¡Merlín, que mi hijo no haya salido lastimado!, rogaba Lily internamente.
No podía echarse atrás, ahora que habían encontrado la entrada de la cámara. No podía desistir si existía la más ligera, la más remota posibilidad de que Ginny estuviera viva.
—Yo también —dijo Ron.
Molly se tensó más, no solo su hija estaba en peligro, sino ahora también su hijo.
Hubo una pausa.
—Bien, creo que no os hago falta —dijo Lockhart, con una reminiscencia de su antigua sonrisa—. Así que me…
—Deberían empujarlo por la cañería —dijo Sirius.
Harry y Ron sonrieron.
Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como Harry lo apuntaron con sus varitas.
—Usted bajará delante —gruñó Ron.
Con la cara completamente blanca y desprovisto de varita, Lockhart se acercó a la abertura.
—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a servir?
—Mejor él que nosotros —dijo Ron.
Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió las piernas en la tubería.
—No creo realmente… —empezó a decir, pero Ron le dio un empujón, y se hundió tubería abajo (Bien hecho, Ron, felicitaron los merodeadores y los gemelos Prewett). Harry se apresuró a seguirlo. Se metió en la tubería y se dejó caer.
Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podía ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente. Calculaba que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Detrás de él podía oír a Ron, que hacía un ruido sordo al doblar las curvas.
—Vaya, todo eso está debajo de nosotros —dijo un sorprendido Frank.
Harry y Ron asintieron.
Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegara al final, la tubería tomó una dirección horizontal, y él cayó del extremo del tubo al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, lo bastante alto para poder estar de pie. Lockhart se estaba incorporando un poco más allá, cubierto de barro y blanco como un fantasma. Harry se hizo a un lado y Ron salió también del tubo como una bala.
—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Harry, y su voz resonaba en el negro túnel.
Molly y Lily suspiraron, no les gustaba que sus hijos estuvieran dentro de la cámara con ese hombre tan cobarde y traicionero.
—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro.
Los tres intentaron ver en la oscuridad lo que había delante.
—¡Lumos! —ordenó Harry a su varita, y la lucecita se encendió de nuevo—. Vamos —dijo a Ron y a Lockhart, y comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el húmedo suelo.
El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Sus sombras, proyectadas en las húmedas paredes por la luz de la varita, parecían figuras monstruosas.
Todos los del pasado y futuro estaban asombrados, nunca pensaron que Harry y Ron llegaran hasta ese punto.
Yo no abría podido, con razón no pertenecí a la casa de los valientes, pensaba Padma.
—Recordad —dijo Harry en voz baja, mientras caminaban con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.
—Eso será tan bueno como malo —dijo Lily—, se protegerán los ojos del basilisco, pero no podrán hacer mucho para defenderse sino ven.
—Tranquila, Lily, estoy seguro que todo saldrá bien —dijo James tranquilizando a su futura esposa—, míralo, Harry esta aquí con nosotros.
Lily asintió más calmada.
Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que oyeron fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry bajó la varita para alumbrar el suelo y vio que estaba repleto de huesos de pequeños animales. Haciendo un esfuerzo para no imaginarse el aspecto que podría presentar Ginny si la encontraban, Harry fue marcándoles el camino. Doblaron una oscura curva.
Ginny sintió como el cuerpo de Harry se tenso de repente a su alrededor.
—Harry, ahí hay algo… —dijo Ron con la voz ronca, cogiendo a Harry por el hombro.
Se quedaron quietos, mirando. Harry podía ver tan sólo la silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.
—¿Qué era? —preguntó Ted.
—El basilisco —tanteó Andrómeda.
Harry negó con la cabeza.
—Quizás esté dormido —musitó, volviéndose a mirar a los otros dos. Lockhart se tapaba los ojos con las manos. Harry volvió a mirar aquello; el corazón le palpitaba con tanta rapidez que le dolía.
Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver, Harry avanzó con la varita en alto.
La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros.
—¡Merlín! —exclamaron Lily y Molly.
—Impresionante —susurraron los gemelos Prewett y los gemelos Weasley.
—¡Caray! —exclamó Ron con voz débil.
Algo se movió de pronto detrás de ellos. Gilderoy Lockhart se había caído de rodillas.
—Torpe —dijo entre dientes Snape.
—Levántese —le dijo Ron con brusquedad, apuntando a Lockhart con su varita.
Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo derribó al suelo de un golpe.
Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde. Lockhart se incorporaba, jadeando, con la varita de Ron en la mano y su sonrisa esplendorosa de nuevo en la cara.
—Ese malnacido, voy a asesinarlo lentamente —dijo Molly.
—¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo—. Cogeré un trozo de esta piel y volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para salvar a la niña y que vosotros dos perdisteis el conocimiento al ver su cuerpo destrozado. ¡Despedíos de vuestras memorias!
—Es un maldito bastardo —dijeron los merodeadores.
Pego el muy idiota se hizo de una vagita gota y defectuosa —dijo Fleur—, y tal vez esos defectos puedan gesultarles útiles en esta ocasión.
Ron sonrió.
—Si que fue útil —susurró el pelirrojo.
—Es cierto —dijo Frank—, lo había olvidado.
Levantó en el aire la varita mágica de Ron, recompuesta con celo, y gritó:
¡Obliviate!
La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Harry se cubrió la cabeza con las manos y echó a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo. Enseguida vio que se había quedado aislado y tenía ante sí una sólida pared formada por las piedras desprendidas.
—¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!
Que este bien mi hijo, rogó Molly internamente.
—¡Estoy aquí! —la voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas—. Estoy bien. Pero este idiota no. La varita se volvió contra él.
—El idiota tuvo de su propia medicina —dijo Sirius riendo.
—Sí, su mejor hechizo se volvió contra él —dijo Remus, también riendo. Hermione lo escuchó reír y ella no pudo evitar reír también.
—Tuvo su merecido —concluyó James.
Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como si Ron le acabara de dar una patada en la espinilla a Lockhart.
—Eso fue exactamente lo que hice —admitió Ron.
—Bien hecho —felicitaron sus tíos los Prewett.
—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad…
Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables. Nunca había intentado mover por medio de la magia algo tan pesado como todo aquel montón de piedras, y no parecía aquél un buen momento para intentarlo. ¿Y si se derrumbaba todo el túnel?
—Sí, seria demasiado peligroso intentarlo —dijo Moody frunciendo el ceño.
Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado de la pared (Todos miraron a Ron, a lo que él decidió explicar: Luego le pateé la rodilla, es que me desesperaba verlo con su cara de idiota). Estaban malgastando el tiempo. Ginny ya llevaba horas en la Cámara de los Secretos. Harry sabía que sólo se podía hacer una cosa.
—Va a ir solo —susurró Lily mirando a su hijo.
—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro de una hora no he vuelto…
—No debes pensar en eso —lo atajó Lily con nerviosismo.
Hubo una pausa muy elocuente.
—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos para que su voz sonara segura—. Para que puedas… para que puedas cruzar al volver. Y…
—… Ginny contigo —completó Ron.
Ginny miró a su hermano con ojos brillantes, parecía que quería llorar, pero se aguantaba.
—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza.
Y partió él solo cruzando la piel de la serpiente gigante. Enseguida dejó de oír el distante jadeo de Ron al esforzarse para quitar las piedras. El túnel serpenteaba continuamente. Harry sentía la incomodidad de cada uno de sus músculos en tensión. Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo le aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vio delante de él una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos.
—La entrada —susurró Neville.
Harry se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca. No tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad, porque sus ojos parecían extrañamente vivos.
Lily miraba a su hijo con preocupación.
Mi pobre niño, todo lo que tuvo que pasar, pero de que es valiente, si es muy valiente, pensaba Lily.
Por otra parte Ginny cada vez se sentía peor, sabía que muy pronto descubrirían que ella fue poseída por el diario de Voldemort, y eso no le gustaba nada.
Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban.
—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado.
Los Slytherin estaban sorprendidos, se suponía que solo uno de ellos tenía el poder de abrir la cámara.
Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y Harry, temblando de la cabeza a los pies, entró.
—Aquí es el final del capítulo —dijo Susan también sorprendida por todo de lo que se habían enterado en ese capítulo.
—Muy bien, señorita Bones —dijo Dumbledore—. ¿Quién desea leer el siguiente capítulo? —preguntó.
—Yo —dijo el ex capitán de Gryffindor, Oliver Wood.

7 comentarios:

  1. Gracias por publicar tan.pronto, el capitulo esta genial, me gusto mucho la cercanía que va tomando remus con Hermione, me encanta modo y y su comentario de siempre alerta jaja es lo mejor, gracias por actualizar ojala puedas seguir con un ritmo parecido a este ya que se acerca el final y va a comenzar mi libro favorito jiji, bueno gracias y adiós, nos leemos pronto

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    1. Hola, Denisse, muchas gracias por comentar =)
      Me alegra que te haya gustado el capítulo, y estoy actualizando rápido porque no he tenido muchos trabajos, espero que el próximo capítulo te guste
      Besos

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  2. Hola! Wow! Actualizaste rápido, me alegro mucho c: Y como lo dijo Denisse, unos dos capítulos(creo :p) mas y chan... el tercer libro x'3. Bueno nos vemos en la próxima actualización c:
    Besos

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    1. Hola, Midori
      Gracias por comentar, y si ya faltan solo dos capítulos para terminar el segundo libro, es más, en la tarde voy a publicar el próximo capítulo, por que yo también ya me muero por empezar con el tercer libro
      Besos

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  3. Oh, me encanta el capítulo! Aunque lo siento por Ginny, parece que lo está pasando bastante mal, habrá que ver qué pasa cuando sus compañeros descubran la verdad =)
    Hasta pronto, un beso.
    AuLingWood.

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    1. Hola, Alwoodsnap1
      Muchas gracias por dejar tu comentario. Y si pobre Ginny en estos últimos capítulos la esta pasando muy mal, pero lo bueno es que tiene a su amado Harry de apoyo. Buenos leemos más tarde
      Besos

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