—Muchas gracias, señor
Weasley —dijo Dumbledore—. Ahora, ¿quién quiere leer el siguiente capítulo?
—preguntó.
—Ahora me toca leer a mí
—dijo Sirius, alegremente.
Dumbledore levito el
libro hasta que llego al sitio del animago. Esta cambió la página.
—“La advertencia de Dobby” —leyó el ojigris.
—¿Quién es Dobby?
—preguntó Ted.
—Dobby —susurró Draco, recordando
al elfo.
—Un muy buen amigo
—respondieron Harry, Ron, Ginny y Luna a la vez.
Harry no gritó, pero estuvo a punto. La
pequeña criatura que yacía en la cama tenía unas grandes orejas, parecidas a
las de un murciélago, y unos ojos verdes y saltones del tamaño de pelotas de
tenis. En aquel mismo instante, Harry tuvo la certeza de que aquella cosa era
lo que le había estado vigilando por la mañana desde el seto del jardín.
—¿Pequeña criatura?
¿Grandes orejas? ¿Ojos verdes y saltones? —enumeró James—, se trata de un elfo
doméstico, ¿Qué hace un elfo doméstico en una casa de muggles?
—No era un elfo
doméstico, Dobby era un buen amigo —Harry corrigió a su padre.
—Que conmovedor —se burló
Lucius.
Harry iba a contestar,
pero otra voz se le adelantó.
—Padre, deja que mi tío
Sirius siga leyendo —dijo Draco seriamente.
Sirius cada vez que
escuchaba a Draco llamarlo tío, lo hacía sentir raro.
Lucius abrió los ojos
sorprendido.
—¿Acaso escuche que
llamabas tío a ese? —dijo
despectivamente Lucius.
—Pues si es el primo de
mi madre, entonces es mi tío —contestó tajantemente Draco.
—Siga leyendo por favor,
Sirius —pidió Dumbledore, quien sonreía por la respuesta de Draco.
Sirius asintió y siguió
leyendo.
La criatura y él se quedaron mirando
uno al otro, y Harry oyó la voz de Dudley proveniente del recibidor.
—¿Me permiten sus abrigos, señor y
señora Mason?
—¡Oh, por Merlín! No creí
que lo hiciera —dijo Andrómeda, negando con la cabeza.
Aquel pequeño ser se levantó de la cama
e hizo una reverencia tan profunda que tocó la alfombra con la punta de su
larga y afilada nariz. Harry se dio cuenta de que iba vestido con lo que
parecía un almohadón viejo con agujeros para sacar los brazos y las piernas.
—Es indignante que traten
de esa manera a los elfos —dijo Lily.
—Tu madre y Hermione se
van a llevar muy bien —dijo Ron a Harry por lo bajo—, ambas piensan igual sobre
los elfos.
—Esto…, hola —saludó Harry, azorado.
—Harry Potter —dijo la criatura con una
voz tan aguda que Harry estaba seguro de que se había oído en el piso de abajo—,
hace mucho tiempo que Dobby quería conocerle, señor… Es un gran honor…
—Otro admirador —dijeron
los gemelos Prewett.
—Gra-gracias —respondió Harry, que
avanzando pegado a la pared alcanzó la silla del escritorio y se sentó. A su
lado estaba Hedwig,
dormida en su gran jaula. Quiso preguntarle «¿Qué es usted?», pero pensó que
sonaría demasiado grosero, así que dijo:
—¿Quién es usted?
—Buena elección de
palabras —felicitó Lily—. Así no lo harás sentir mal.
—Dobby, señor. Dobby a secas. Dobby, el
elfo doméstico —contestó la criatura.
—¿De verdad? —dijo Harry—. Bueno, no
quisiera ser descortés, pero no me conviene precisamente ahora recibir en mi
dormitorio a un elfo doméstico.
—Eso no fue nada educado,
Harry —Lily regañó a su futuro hijo.
—Lo siento —se disculpó
el ojiverde—, pero en ese momento no podía hacer ruido porque tenía que fingir
que no existía.
Lily frunció el ceño al
recordar ese detalle.
De la sala de estar llegaban las
risitas falsas de tía Petunia. El elfo bajó la cabeza.
—Estoy encantado de conocerlo —se
apresuró a añadir Harry—. Pero, en fin, ¿ha venido por algún motivo en
especial?
—Sí, señor —contestó Dobby con
franqueza—. Dobby ha venido a decirle, señor…, no es fácil, señor… Dobby se
pregunta por dónde empezar…
—Pues por el principio sería
lo ideal —dijo Alice.
—Pero, ¿por qué parece
tan nervioso? —preguntó James.
—Parece como si estuviera
desobedeciendo a sus amos —apuntó Remus.
—Siéntese —dijo Harry educadamente,
señalando la cama.
Narcisa y Pansy estaban
sorprendidas al escuchar que Harry había invitado a un elfo doméstico a
sentarse en su cama, mientras que Lucius miraba con asco a Harry.
Para consternación suya, el elfo rompió
a llorar, y además, ruidosamente.
—¡Sen-sentarme! —gimió—. Nunca, nunca
en mi vida…
A Harry le pareció oír que en el piso
de abajo hablaban entrecortadamente.
—Lo siento —murmuró—, no quise
ofenderle.
—No lo ofendes, Harry, es
solo que nadie trata a un elfo con tanto respeto como tú lo haces —dijo
Dumbledore, mirando fijamente a Harry.
—¡Ofender a Dobby! —repuso el elfo con
voz disgustada—. A Dobby ningún mago le había pedido nunca que se sentara…,
como si fuera un igual.
Harry, procurando hacer «¡chss!» sin
dejar de parecer hospitalario, indicó a Dobby un lugar en la cama, y el elfo se
sentó hipando. Parecía un muñeco grande y muy feo (Solo
tenía doce años, se justificó Harry al ver la mirada de seriedad que le
dedicaba su madre). Por fin consiguió reprimirse y se quedó con los ojos
fijos en Harry, mirándole con devoción.
—Se ve que no ha conocido a muchos
magos educados —dijo Harry, intentando animarle.
—Y menos con los amos que
tenía —comentó Ron, mirando de soslayo a Lucius Malfoy.
Dobby negó con la cabeza. A
continuación, sin previo aviso, se levantó y se puso a darse golpes con la
cabeza contra la ventana, gritando: «¡Dobby malo! ¡Dobby malo!»
—Es enfermizo —susurró
Lily.
—No…, ¿qué está haciendo? —Harry dio un
bufido, se acercó al elfo de un salto y tiró de él hasta devolverlo a la cama. Hedwig
se acababa de despertar dando un fortísimo chillido y se
puso a batir las alas furiosamente contra las barras de la jaula.
—El ruido que hacía Hedwig, te traerá problemas —dijo Luna,
y Harry asintió.
—Dobby tenía que castigarse, señor
—explicó el elfo, que se había quedado un poco bizco—. Dobby ha estado a punto
de hablar mal de su familia, señor.
—A mí no me habría
importado escucharlo hablar mal de su familia —comentó Ron.
—¿Su familia?
—La familia de magos a la que sirve
Dobby, señor. Dobby es un elfo doméstico, destinado a servir en una casa y a
una familia para siempre.
—Sí, eso suena deprimente
—dijo Sirius interrumpiéndose, además empezaba asentir lastima por Dobby.
James y Remus asintieron.
Y Sirius continuó
leyendo, al ver el ademan que McGonagall le hacía para que siguiera leyendo.
—¿Y saben que está aquí? —preguntó
Harry con curiosidad.
Dobby se estremeció.
—No, no, señor, no… Dobby tendría que
castigarse muy severamente por haber venido a verle, señor. Tendría que
pillarse las orejas en la puerta del horno, si llegaran a enterarse.
—Pero ¿no advertirán que se ha pillado
las orejas en la puerta del horno?
—Dobby lo duda, señor. Dobby siempre se
está castigando por algún motivo, señor. Lo dejan de mi cuenta, señor. A veces
me recuerdan que tengo que someterme a algún castigo adicional.
—Eso ya es demasiado
cruel —dijo James—, en mi casa mis padres ni yo tratamos de esa manera a los
elfos domésticos, y mucho menos los obligamos a castigarse.
Lily le sonrió a su
novio, y este le devolvió la sonrisa.
—Pero ¿por qué no los abandona? ¿Por
qué no huye?
—Un elfo doméstico sólo puede ser
libertado por su familia, señor. Y la familia nunca pondrá en libertad a Dobby…
Dobby servirá a la familia hasta el día que muera, señor.
—Sí, es verdaderamente
deprimente —dijo Molly.
—Pobrecillo —comentó
Luna, con tristeza.
Harry lo miró fijamente.
—Y yo que me consideraba desgraciado
por tener que pasar otras cuatro semanas aquí —dijo—. Lo que me cuenta hace que
los Dursley parezcan incluso humanos. ¿Y nadie puede ayudarle? ¿Puedo hacer
algo?
—Siempre tratando de
ayudar a todos —dijo Neville.
—Siempre que puedo hacer
algo, sí —respondió Harry.
—Y es por eso que te
ganaste el apodo de San Potter —le
recordó Draco, quien sonreía con burla.
Lily miró seriamente al
rubio.
—Sí, ese apodo me lo gane
por tratar de ayudar, ¿y los otros por qué fue? —preguntó Harry.
—Porque era divertido
molestarte —confesó Draco.
Casi al instante, Harry deseó no haber
dicho nada. Dobby se deshizo de nuevo en gemidos de gratitud.
—Por favor —susurró Harry desesperado—,
por favor, no haga ruido. Si los Dursley le oyen, si se enteran de que está
usted aquí…
—Harry Potter pregunta si puede ayudar
a Dobby… Dobby estaba al tanto de su grandeza, señor, pero no conocía su
bondad…
Lily y James se sentían
muy orgullosos de su hijo.
Harry, consciente de que se estaba
ruborizando, dijo:
—Sea lo que fuere lo que ha oído sobre
mi grandeza, no son más que mentiras (Esa frase
sonó tan a Lily, dijeron al unisonó James y Remus). Ni siquiera soy el
primero de la clase en Hogwarts, es Hermione, ella…
Pero se detuvo enseguida, porque le
dolía pensar en Hermione.
—Hermione nunca te
abandonaría —le dijo Ginny a su novio.
—Lo sé —contestó este.
—Harry Potter es humilde y modesto (Igual que su madre, dijo James y Lily le besó la
mejilla) —dijo Dobby, respetuoso. Le resplandecían los ojos grandes y
redondos—. Harry Potter no habla de su triunfo sobre
El-que-no-debe-ser-nombrado.
—No comprendo, acaso la
gente piensa que tengo que ir contándole a todo el mundo sobre como derrote a
Voldemort, es ilógico —dijo Harry.
Y muchos asintieron
estando de acuerdo con él.
—¿Voldemort? —preguntó Harry.
Dobby se tapó los oídos con las manos y
gimió:
—¡Señor, no pronuncie ese nombre! ¡No
pronuncie ese nombre!
—¡Perdón! —se apresuró a decir—. Sé de
muchísima gente a la que no le gusta que se diga…, mi amigo Ron…
Se detuvo. También era doloroso pensar
en Ron.
—Ya te lo dije, ni
Hermione ni yo te olvidamos —dijo Ron.
—Lo sé, pero en ese
momento creí todo lo contrario —dijo Harry.
Dobby se inclinó hacia Harry, con los
ojos tan abiertos como faros.
—Dobby ha oído —dijo con voz quebrada—
que Harry Potter tuvo un segundo encuentro con el Señor Tenebroso, hace sólo
unas semanas…, y que Harry Potter escapó nuevamente.
Harry asintió con la cabeza, y a Dobby
se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Pobre Dobby —murmuró
Luna.
—¡Ay, señor! —exclamó, frotándose la
cara con una punta del sucio almohadón que llevaba puesto—. ¡Harry Potter es
valiente y arrojado! ¡Ha afrontado ya muchos peligros! Pero Dobby ha venido a
proteger a Harry Potter, a advertirle, aunque más tarde tenga que pillarse las
orejas en la puerta del horno, de que Harry Potter no debe regresar a Hogwarts.
—¡¿Qué?! —gritaron todos
los del pasado, menos los chicos del futuro, los Malfoy y Snape.
—Esto huele mal —gruñó
Moody.
—¿Por qué Dobby no quería
que regresaras a Hogwarts? —preguntó Lily a su hijo.
Pero antes de que Harry
contestara Alice hablo.
—Un momento —dijo y todos
le prestaron atención—, el título menciona la Cámara Secreta, y si Dobby no
quería que vayas a Hogwarts, es porque la Cámara ha sido abierta —Alice terminó
murmurando.
—¿Es eso cierto? —le
preguntó James a Harry.
—Eh… Sirius sigue leyendo
por favor —pidió el chico.
—No —dijo el animago—,
respóndele a tu padre, además yo también quiero saber si se abrió la Cámara o
no.
—Pues lo sabrás si
continuas leyendo —dijo el ojiverde.
—Pero… —Sirius iba a
replicar, pero Dumbledore hablo.
—Por favor, Sirius,
continua —pidió el director, y animago no tuvo más remedio que hacerle caso.
Hubo un silencio, sólo roto por el
tintineo de tenedores y cuchillos que venía del piso inferior, y el distante
rumor de la voz de tío Vernon.
—¿Qué-qué? —tartamudeó Harry—. Pero si
tengo que regresar; el curso empieza el 1 de septiembre. Eso es lo único que me
ilusiona. Usted no sabe lo que es vivir aquí. Yo no pertenezco a esta casa,
pertenezco al mundo de Hogwarts.
—No, no, no —chilló Dobby, sacudiendo
la cabeza con tanta fuerza que se daba golpes con las orejas—. Harry Potter
debe estar donde no peligre su seguridad. Es demasiado importante, demasiado
bueno, para que lo perdamos. Si Harry Potter vuelve a Hogwarts, estará en
peligro mortal.
—¿Pe-peli-peligro…
mortal? —tartamudeó Lily.
—¿Cómo cuantas veces has
estado en peligro mortal? —preguntó Remus, que parecía estar más pálido de
normal.
—No solo Harry, sino
también Ron y Hermione —dijeron Fred y George al unisonó.
—¿Qué? —exclamó Molly,
mirando a Ron.
—No ayudan —dijeron Harry
y Ron a los gemelos, al ver las miradas que le dedicaban los padres de ambos.
—Porque mejor no
continuas leyendo, Sirius —dijo Ginny, a lo cual el animago iba a replicar,
pero no dijo nada al ver la mirada que le dedicaba la menor de los Weasley.
—¿Por qué? —preguntó Harry sorprendido.
—Hay una conspiración, Harry Potter.
Una conspiración para hacer que este año sucedan las cosas más terribles en el
Colegio Hogwarts de Magia —susurró Dobby, sintiendo un temblor repentino por
todo el cuerpo—. Hace meses que Dobby lo sabe, señor. Harry Potter no debe
exponerse al peligro: ¡es demasiado importante, señor!
—Demasiado importante un
simple mestizo —dijo Lucius, con asco.
—¿Un simple mestizo?
—dijo Ron, con ira—. Pues que yo sepa Voldemort también era un simple mestizo,
porque su madre era un bruja y su padre un muggle, y los sangre puras como tú
—señaló a Lucius—, lo seguían sin importarle el status de su sangre.
Harry, Luna y los chicos
Weasley estaban orgullosos de la forma de hablar de Ron. Por otro lado los
merodeadores tenían una sonrisa de satisfacción al ver la cara consternada de
Lucius.
—¿Cómo te atreves? —rugió
a los segundos.
Y antes de que se armara
una discusión, Dumbledore los calmo.
—Por favor, señores,
estamos aquí para leer los libros, no para discutir entre nosotros, así que les
pido muy amablemente que controlemos nuestro carácter.
Luego de las palabras de
Dumbledore todos se quedaron callados.
—Gracias —susurró Harry a
su mejor amigo, el cual asintió.
Y Sirius siguió leyendo.
—¿Qué cosas terribles? —preguntó
inmediatamente Harry—. ¿Quién las está tramando?
Dobby hizo un extraño ruido ahogado y
acto seguido se empezó a golpear la cabeza furiosamente contra la pared.
—¡Está bien! —gritó Harry, sujetando al
elfo del brazo para detenerlo—. No puede decirlo, lo comprendo. Pero ¿por qué
ha venido usted a avisarme? —un pensamiento repentino y desagradable lo
sacudió—. ¡Un momento! Esto no tiene nada que ver con Vol…, perdón, con
Quien-usted-sabe, ¿verdad? Basta con que asiente o niegue con la cabeza —añadió
apresuradamente, porque Dobby ya se disponía a golpearse de nuevo contra la
pared.
Dobby movió lentamente la cabeza de
lado a lado.
—No, no se trata de
Aquel-que-no-debe-ser-nombrado, señor.
—Es por la Cámara
Secreta, dicen que hay cosas terribles ahí dentro —dijo Ted, mientras que Lily
lo miraba horrorizada.
—¡Ted! —lo regañó
Andrómeda, dándole un ligero golpe en las costillas, al descubrir la mirada de
Lily.
Pero Dobby tenía los ojos muy abiertos
y parecía que trataba de darle una pista. Harry, sin embargo, estaba
completamente desorientado.
—Él no tiene hermanos, ¿verdad?
Dobby negó con la cabeza, con los ojos
más abiertos que nunca.
—Bueno, siendo así, no puedo imaginar
quién más podría provocar que en Hogwarts sucedieran cosas terribles —dijo
Harry—. Quiero decir que, además, allí está Dumbledore. ¿Sabe usted quién es
Dumbledore?
—Quien no conocería a
Dumbledore —dijeron los gemelos Prewett al unisonó.
Dumbledore sonrió
amablemente.
Dobby hizo una inclinación con la
cabeza.
—Albus Dumbledore es el mejor director
que ha tenido Hogwarts (Lucius sonrió
sarcásticamente, al oír eso). Dobby lo sabe, señor. Dobby ha oído que
los poderes de Dumbledore rivalizan con los de Aquel-que-no-debe-ser-nombrado.
Pero, señor —la voz de Dobby se transformó en un apresurado susurro—, hay
poderes que Dumbledore no…, poderes que ningún mago honesto…
Y antes de que Harry pudiera detenerlo,
Dobby saltó de la cama, cogió la lámpara de la mesa de Harry y empezó a
golpearse con ella en la cabeza lanzando unos alaridos que destrozaban los
tímpanos.
—Los Dursley —murmuró
Remus.
En el piso inferior se hizo un silencio
repentino. Dos segundos después, Harry, con el corazón palpitándole
frenéticamente, oyó que tío Vernon se acercaba, explicando en voz alta:
—¡Dudley debe de haberse dejado otra
vez el televisor encendido, el muy tunante!
—Oh, debes esconderlo en
el ropero, ese lugar nunca falla —dijo Ted.
—¡Rápido! ¡En el ropero! (Ted sonrió orgulloso) —dijo Harry, empujando a
Dobby, cerrando la puerta y echándose en la cama en el preciso instante en que
giraba el pomo de la puerta.
—Tienes que fingir
inocencia —aconsejaron James y Sirius, este se había interrumpido nuevamente.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—preguntó tío Vernon rechinando los dientes, su cara espantosamente cerca de la
de Harry—. Acabas de arruinar el final de mi chiste sobre el jugador japonés de
golf… ¡Un ruido más, y desearás no haber nacido, mocoso!
—¡Mataré a Vernon
Dursley! —gruñó James, al escuchar como gritaban a su hijo.
—Lo mataremos, cariño
—apoyó Lily.
Tío Vernon salió de la habitación
pisando fuerte con sus pies planos.
Harry, temblando, abrió la puerta del
armario y dejó salir a Dobby.
—¿Se da cuenta de lo que es vivir aquí?
—le dijo—. ¿Ve por qué debo volver a Hogwarts? Es el único lugar donde tengo…,
bueno, donde creo que tengo amigos.
—Claro que los tienes
—exclamaron los Weasley, Neville y Luna.
Harry sonrió a sus
amigos, mientras que Ginny lo abrazaba.
—¿Amigos que ni siquiera escriben a
Harry Potter? —preguntó maliciosamente.
—¿Cómo lo sabe? Ese elfo
oculta algo —volvió a gruñir Moody.
—No es tan buen elfo,
como parecía —dijo Frank.
—Claro que lo es
—defendieron Harry, Ron, Ginny, Luna y Neville.
—Supongo que habrán estado… ¡Un
momento! —dijo Harry, frunciendo el entrecejo—. ¿Cómo sabe usted que mis amigos
no me han escrito?
Dobby cambió los pies de posición.
—Harry Potter no debe enfadarse con
Dobby. Dobby pensó que era lo mejor…
—¿Qué era lo mejor?
—preguntó Alice.
—Interceptar mis cartas
—respondió Harry.
—¿Ha interceptado usted mis cartas?
—Dobby las tiene aquí, señor —dijo el
elfo, y escapando ágilmente del alcance de Harry, extrajo un grueso fajo de
sobres del almohadón que llevaba puesto. Harry pudo distinguir la esmerada
caligrafía de Hermione, los irregulares trazos de Ron, y hasta un garabato que
parecía salido de la mano de Hagrid, el guardabosques de Hogwarts.
—Ya se me hacía raro que
ni Ron ni Hermione te escribieran —dijo Lily—. Todo lo hizo para que creyeras
que tus amigos se habían olvidado de ti, así desistieras de ir a Hogwarts
—explicó.
—Todo lo hizo por tratar
de ayudarme —dijo Harry, defendiendo a Dobby.
Dobby, inquieto, miró a Harry y
parpadeó.
—Harry Potter no debe enfadarse… Dobby
pensaba… que si Harry Potter creía que sus amigos lo habían olvidado… Harry
Potter no querría volver al colegio, señor.
Harry no escuchaba. Se abalanzó sobre
las cartas, pero Dobby lo esquivó.
—Nunca lograras atrapar a
un elfo, son muy rápidos —dijo James.
—Lo dices por
experiencia, ¿verdad? —dijo Lupin, sonriendo.
James se sonrojó.
—Cuando era pequeño una
vez trate de atrapar a un elfo —confesó.
—¿Una vez? —ironizó
Sirius.
—Bueno, muchas veces
—dijo, causando la risa de sus amigos.
Luego de dejar de reír,
Sirius siguió leyendo.
—Harry Potter las tendrá, señor, si le
da a Dobby su palabra de que no volverá a Hogwarts. ¡Señor, es un riesgo que no
debe afrontar! ¡Dígame que no irá, señor!
—¡Iré! —dijo Harry enojado—. ¡Deme las
cartas de mis amigos!
—Entonces, Harry Potter no le deja a
Dobby otra opción —dijo apenado el elfo.
Antes de que Harry pudiera hacer algún
movimiento, Dobby se había lanzado como una flecha hacia la puerta del
dormitorio, la había abierto y había bajado las escaleras corriendo.
—¡Oh, no! —exclamó
Alice—, te metiste en problemas, ¿cierto?
—Con la suerte de Harry,
la respuesta es afirmativa —contestaron los gemelos Weasley al unisonó.
—Gracias —ironizó Harry.
—Es verdad —replicaron
los gemelos.
Con la boca seca y el corazón en un
puño, Harry salió detrás de él, intentando no hacer ruido. Saltó los últimos
seis escalones, cayó como un gato sobre la alfombra del recibidor y buscó a
Dobby. Del comedor venía la voz de tío Vernon que decía:
—… señor Mason, cuéntele a Petunia
aquella divertida anécdota de los fontaneros americanos, se muere de ganas de
oírla…
—Que ridículos —dijeron
los gemelos Prewett, negando con la cabeza.
Harry cruzó el vestíbulo, y al llegar a
la cocina, sintió que se le venía el mundo encima.
El pudín magistral de tía Petunia, el
montículo de nata y violetas de azúcar, flotaba cerca del techo. Dobby estaba
en cuclillas sobre el armario que había en un rincón.
—¿Dime que no lo hizo?
—preguntó Remus a Harry.
Harry asintió con la
cabeza.
—No —rogó Harry con voz ronca—. Se lo
ruego…, me matarán…
—Harry Potter debe prometer que no irá
al colegio.
—Dobby…, por favor…
—Dígalo, señor…
—¡No puedo!
—Entonces Dobby tendrá que hacerlo,
señor, por el bien de Harry Potter.
—¡Merlín! —exclamó
Andrómeda.
—Dobby no debió haber hecho
eso —dijo Molly.
—Solo lo hacía para
ayudarlo, mamá —dijo Ron.
—Qué manera de ayudar
—dijeron los gemelos Prewett.
—Lo más sencillo de
hacer, hubiera sido engañar al elfo prometiendo que no irías a Hogwarts
falsamente y así el elfo hubiera deja el pudín en su lugar y te hubiera
entregado tus cartas y luego se hubiera marchado —dijo Sirius, y James y Remus
asintieron.
Harry se encogió de
hombros.
El pudín cayó al suelo con un estrépito
capaz de provocar un infarto. El plato se hizo añicos y la nata salpicó
ventanas y paredes. Dando un chasquido como el de un látigo, Dobby desapareció.
Del comedor llegaron unos alaridos y
tío Vernon entró de sopetón en la cocina y halló a Harry paralizado por el
susto y cubierto de la cabeza a los pies con los restos del pudín de tía
Petunia.
—Que ni se le ocurra a
Vernon Dursley tocarte un pelo —dijo Lily furiosa.
—Teniendo visitas, no
creo que se atreva, cariño —consoló James, con el ceño ligeramente fruncido.
—Bueno, básicamente no me
golpeo —dijo Harry.
Al principio le pareció que tío Vernon
aún podría disimular el desastre («nuestro sobrino, ya ven…, está muy mal…, se
altera al ver a desconocidos, así que lo tenemos en el piso de arriba…»). Llevó
a los impresionados Mason de nuevo al comedor, prometió a Harry que, en cuanto
se fueran, lo desollaría vivo, y le puso una fregona en las manos. Tía Petunia
sacó helado del congelador y Harry, todavía temblando, se puso a fregar la
cocina.
—Eso es demasiado para un
niño —dijo Molly maternalmente, Lily le sonrió a la otra pelirroja.
Tío Vernon podría haberlo solucionado
de esta manera, si no hubiera sido por la lechuza.
En el preciso instante en que tía
Petunia estaba ofreciendo a sus invitados unos bombones de menta, una lechuza
penetró por la ventana del comedor, dejó caer una carta sobre la cabeza de la
señora Mason y volvió a salir. La señora Mason gritó como una histérica y huyó
de la casa exclamando algo sobre los locos. El señor Mason se quedó sólo lo
suficiente para explicarles a los Dursley que su mujer tenía pánico a los
pájaros de cualquier tipo y tamaño, y para preguntarles si aquélla era su forma
de gastar bromas.
—Piensan que eso es una
broma —dijeron los gemelos Weasley.
—Para ser un buen
bromista se necesita inteligencia —dijo Remus, y McGonagall, lo quedo mirando
fijamente, pero Remus no se percató de esa mirada.
—Astucia —continuó James.
—Habilidad —siguió
Sirius.
—¡Y mucho sentido del
humor! —terminaron los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett.
Molly solo negó con la
cabeza al ver a sus hijos gemelos.
Harry estaba en la cocina, agarrado a
la fregona para no caerse, cuando tío Vernon avanzó hacia él con un destello
demoníaco en sus ojos diminutos.
—¡Léela! —dijo hecho una furia y
blandiendo la carta que había dejado la lechuza—. ¡Vamos, léela!
Harry la cogió. No se trataba de
ninguna felicitación por su cumpleaños.
Estimado Señor Potter:
Hemos
recibido la información de que un hechizo levitatorio ha sido usado en su lugar
de residencia esta misma noche a las nueve y doce minutos.
Como
usted sabe, a los magos menores de edad no se les permite realizar conjuros
fuera del recinto escolar y reincidir en el uso de la magia podría acarrearle
la expulsión del colegio (Decreto para la moderada limitación de la brujería en
menores de edad, 1875, artículo tercero).
Asimismo
le recordamos que se considera falta grave realizar cualquier actividad mágica
que entrañe un riesgo de ser advertida por miembros de la comunidad no mágica o
muggles (Sección decimotercera de la Confederación Internacional del Estatuto
del Secreto de los Brujos).
¡Que
disfrute de unas buenas vacaciones!
Afectuosamente,
Mafalda
Hopkirk
Departamento
Contra el Uso Indebido de la Magia
Ministerio
de Magia
—¡Pero él no fue!
—exclamaron los merodeadores.
—Pero eso no es lo peor,
lo peor es que ahora mi hermana y su esposa ya saben que Harry no puede hacer
magia fuera del colegio —dijo Lily.
Harry levantó la vista de la carta y
tragó saliva.
—No nos habías dicho que no se te
permitía hacer magia fuera del colegio —dijo tío Vernon, con una chispa de
rabia en los ojos—. Olvidaste mencionarlo… Un grave descuido, me atrevería a
decir…
Se echaba por momentos encima de Harry
como un gran buldog, enseñando los dientes.
—Porque comparan a los
perros con ese Dursley —dijo Sirius, interrumpiendo la lectura, pero parecía
visiblemente ofendido.
—Continué por favor,
señor Black —pidió la profesora de Transformaciones.
—Bueno, muchacho, ¿sabes qué te digo?
Te voy a encerrar… (¡¿Qué?!, exclamaron Lily y
James) Nunca regresarás a ese colegio… Nunca… Y si utilizas la magia
para escaparte, ¡te expulsarán!
Y, riéndose como un loco, lo arrastró
escaleras arriba.
Tío Vernon fue tan duro con Harry como
había prometido. A la mañana siguiente, mandó poner una reja en la ventana de
su dormitorio e hizo una gatera en la puerta para pasarle tres veces al día una
mísera cantidad de comida.
—Eso es inhumano —dijo
Arthur, muy indignado.
—¡Voy a asesinarlos!
—exclamó Lily, tan roja como su cabello, y tratando de levantarse de su
asiento, pero James la sujeto por la cintura.
—No puedes hacer eso
—dijo James, y todos los miraron como si fuera un bicho raro.
—¿Qué has dicho,
Cornamenta? —preguntó un perplejo Sirius.
—Lo que oyeron —confirmó
James.
—¿Por qué? —preguntó
Lily, que miraba fijamente a su novio.
—Porque aún no terminamos
de leer los libros, así que tenemos que esperar para vengarnos —aclaró el
pelinegro.
—Ah —dijo Sirius con
alivio—, ya me habías asustado.
Sólo lo dejaban salir por la mañana y
por la noche para ir al baño. Aparte de eso, permanecía encerrado en su habitación
las veinticuatro horas del día.
—Como se atreven a
privarlo de su libertad —susurró Molly.
Snape cada vez estaba más
sorprendido del trato que le daban sus tíos a Harry. Casi podía sentir la misma
indignación y coraje que sintió Harry en su momento.
Al cabo de tres días, no había indicios
de que los Dursley se hubieran apiadado de él, y Harry no encontraba la manera
de escapar de su situación. Pasaba el tiempo tumbado en la cama, viendo ponerse
el sol tras la reja de la ventana y preguntándose entristecido qué sería de él.
—Lo lamento tanto,
pequeño —dijo Lily abrazando a su hijo, la pelirroja tenía los ojos brillantes
anegados de lágrimas.
¿De qué le serviría utilizar sus
poderes mágicos para escapar de la habitación, si luego lo expulsaban de Hogwarts
por hacerlo? Por otro lado, la vida en Privet Drive nunca había sido tan
penosa. Ahora que los Dursley sabían que no se iban a despertar por la mañana
convertidos en murciélagos, había perdido su única defensa. Tal vez Dobby lo
había salvado de los horribles sucesos que tendrían lugar en Hogwarts, pero tal
como estaban las cosas lo más probable era que muriese de inanición
Molly soltó una
exclamación horrorizada.
Se abrió la gatera y apareció la mano
de tía Petunia, que introdujo en la habitación un cuenco de sopa de lata.
Harry, a quien las tripas le dolían de hambre, saltó de la cama y se abalanzó
sobre el cuenco (Lo tratan peor que a un prisionero
de Azkaban. Que horrible debe ser eso, dijo Sirius, interrumpiéndose
nuevamente. Los chicos del futuro que sabían el destino que correría el
animago, se miraron entre ellos, pero no comentaron nada). La sopa
estaba completamente fría, pero se bebió la mitad de un trago. Luego se fue
hasta la jaula de Hedwig y
le puso en el comedero vacío los trozos de verdura embebidos del caldo que
quedaban en el fondo del cuenco. La lechuza erizó las plumas y lo miró con
expresión de asco intenso.
—No debes despreciarlo, es todo lo que
tenemos —dijo Harry con tristeza.
Lily miró entristecida a
su futuro hijo. Y se propuso con todas su fuerzas no morir, para así poder
cuidar de su hijo como se debe.
Volvió a dejar el cuenco vacío en el
suelo, junto a la gatera, y se echó otra vez en la cama, casi con más hambre
que la que tenía antes de tomarse la sopa.
Suponiendo que siguiera vivo cuatro
semanas más tarde, ¿qué sucedería si no se presentaba en Hogwarts? ¿Enviarían a
alguien a averiguar por qué no había vuelto? ¿Podrían conseguir que los Dursley
lo dejaran ir?
—Por supuesto que alguien
iría a buscarte, o hasta yo mismo iría, Harry, y enfrentaría a tus tíos para
llevarte de regreso a Hogwarts —aseguró Dumbledore.
La habitación estaba cada vez más
oscura. Exhausto, con las tripas rugiéndole y el cerebro dando vueltas a
aquellas preguntas sin respuesta, Harry concilió un sueño agitado.
Soñó que lo exhibían en un zoo, dentro
de una jaula con un letrero que decía «Mago menor de edad» (Por lo menos no decía: «El niño que vivió» o «El
Elegido», trato de bromear Ron, Harry rió quedamente). Por entre los
barrotes, la gente lo miraba con ojos asombrados mientras él yacía, débil y
hambriento, sobre un jergón. Entre la multitud veía el rostro de Dobby y le
pedía ayuda a voces, pero Dobby se excusaba diciendo: «Harry Potter está seguro
en este lugar, señor», y desaparecía. Luego llegaban los Dursley, y Dudley
repiqueteaba los barrotes de la jaula, riéndose de él.
—¡Para! —dijo Harry, sintiendo el
golpeteo en su dolorida cabeza—. Déjame en paz… Basta ya…, estoy intentando
dormir…
Abrió los ojos. La luz de la luna
brillaba por entre los barrotes de la ventana. Y alguien, con los ojos muy
abiertos, lo miraba tras la reja: alguien con la cara llena de pecas, el pelo
cobrizo y la nariz larga.
Ron Weasley estaba afuera en la
ventana.
Molly miró a su hijo.
—¿Cómo es que llegaste a
la casa de Harry a tan altas horas de la noche? —le preguntó Molly a Ron.
—Bueno… —empezó Ron.
—Todo se sabrá mamá, no
te apresures —se adelantaron los gemelos Weasley, mirándose con complicidad.
Sirius al ver que Molly
iba a regañar a sus hijos, se apresura a hablar.
—Aquí termina el capítulo
—dijo.
—Muchas gracias, Sirius
—dijo Dumbledore.
—Profesor Dumbledore —dijo Frank Longbottom—, me
gustaría leer el siguiente capítulo —el director asintió y Sirius que aún tenía
el libro en sus manos se lo alcanzo a Frank.
espero que actualices pronto
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