Ginny pasó la página.
—“El
hombre con dos caras” —leyó.
—Que título más extraño —comentó
Andrómeda.
Ginny empezó a leer.
Era Quirrell.
—¡¿Qué?! —exclamaron todos, claro,
menos los que venían del futuro, Snape y los Malfoy.
—No puedo creerlo, no era Quijicus
—dijo Sirius.
—Les dije que no juzgaran a las
personas antes de tiempo —dijo Harry.
—Quirrell —dijo Moody—, con razón ese
tipo nunca me dio buena espina.
—Yo siempre sospeche de que ocultaba
algo —aportó Lily.
—¡Usted! —exclamó Harry.
Quirrell sonrió. Su rostro no tenía ni sombra del
tic.
—Yo —dijo con calma— me preguntaba si me iba a
encontrar contigo aquí, Potter.
—Pero yo pensé… Snape…
—Todos lo pensamos —volvió a
interrumpir Sirius.
—Oh, Severus —a Harry se le hizo raro
escuchar a su madre llamar por su nombre a su ex profesor—, te debo una
disculpa —a Lily se le notaba apenada.
—No importa, Lily —dijo Snape, pero
sin ese típico tono de amenaza que siempre solía usar con todos.
—Pero eso no quiere decir que hayas
tratado mal a Harry —recordó James.
—James tiene razón, y todavía sigo
enojado contigo por ese motivo —dijo Lily.
—¿Severus? —Quirrell rió, y no fue con su habitual
sonido tembloroso y entrecortado, sino con una risa fría y aguda—. Sí, Severus
parecía ser el indicado, ¿no? Fue muy útil tenerlo dando vueltas como un
murciélago enorme (Los merodeadores, los gemelos
Weasley y los gemelos Prewett no pudieron evitar reírse). Al lado de él
¿quién iba a sospechar del po-pobre tar-tamudo p-profesor Quirrell?
—Es un hijo de perra —dijo Ted.
—¡Oye! No metan a los pobres perros
en esto —dijo Sirius.
Y todos los que sabían que Sirius era
un animago —y que se convertía en un perro— sonrieron.
Harry no podía aceptarlo. Aquello no podía ser
verdad, no podía ser.
—¡Pero Snape trató de matarme!
—¡Exacto! —gritaron los merodeadores.
—No, no, no. Yo traté de matarte. Tú amiga, la
señorita Granger, accidentalmente me atropelló cuando corría a prenderle fuego
a Snape, en ese partido de quidditch. Y rompió el contacto visual que yo
tenía contigo. Unos segundos más y te habría hecho caer de esa escoba. Y ya lo
habría conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando un contramaleficio,
tratando de salvarte.
—¡¿Qué Quijicus, qué? —gritaron los
merodeadores.
En verdad no podían creer que Snape
tratara de salvar de una muerte segura al hijo de James.
Dumbledore sonrió ante ese hecho.
Lily se levantó, para ir hacia
Severus y abrazarlo.
—Muchas gracias, Severus —le dijo
Lily en su oído, el futuro profesor de pociones suavizó su expresión. Y James
estaba tan impresionado que ni siquiera tuvo tiempo de ponerse celoso.
—Es raro ver a tu madre, abrazando a
Snape —susurró Ron a Harry.
—Eso no tienes que decírmelo, creo
que nunca lo podre borrar de mi memoria —dijo Harry.
Lily dejo de abrazar a Snape.
James también se paró y caminó hacia
donde estaba su novia con Snape.
—Tú no me agradas —empezó James y
Severus hizo una mueco de molestia—, y lo sabes, pero salvaste la vida de mi
hijo y eso significa que siempre te estaré agradecido, así que ya no te
molestaré más —prometió James.
Severus estaba sorprendido. Y Lily
muy complacida con su novio.
—Yo también quiero agradecerte que
salvaras la vida de mi ahijado —dijo Sirius sorprendiendo a casi todos, pero
más a Harry—, y también prometo no molestarte.
Si Severus estaba sorprendido por lo que le
dijo James, se quedó como petrificado cuando escucho a Sirius agradecerle y
prometerle que no lo molestaría.
—Yo también te agradezco por salvar a
Harry, y yo tampoco te molestaré más —dijo Remus.
—Tú no me molestas tanto, Lupin, los
peores son ellos —dijo Severus señalando a James y Sirius—. Y por cuanto tiempo
no me molestaran —preguntó después.
—Bueno, no sabemos cuánto tiempo sea
—dijo Sirius.
—Pero haremos todo lo posible para
que se mucho tiempo —concluyó James.
Lily los miró un poco seria a su
novia y a Sirius, pero luego se dio cuenta de que no podía pedir más, porque
cambiara ese par, era una tarea muy dura y cansada.
Luego de que todos regresaran a sus
lugares y se quedaran callados, Ginny continúo leyendo.
—¿Snape trataba de salvarme a mí?
—Por supuesto —dijo fríamente Quirrell—. ¿Por qué
crees que quiso ser árbitro en el siguiente partido? Estaba tratando de
asegurarse de que yo no pudiera hacerlo otra vez (Y
yo que creía que Severus había querido ser árbitro para hacer perder a
Gryffindor y era porque quería salvar la vida de Potter, pensaba Draco).
Gracioso, en realidad… no necesitaba molestarse. No podía hacer nada con
Dumbledore mirando. Todos los otros profesores creyeron que Snape trataba de
impedir que Gryffindor ganase, se ha hecho muy impopular… Y qué pérdida de
tiempo cuando, después de todo eso, voy a matarte esta noche.
Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del
aire y se enroscaron en el cuerpo de Harry, sujetándolo con fuerza.
—¡Oh, por Merlín! —exclamaron Lily y
Molly, muy nerviosas.
—Eres demasiado molesto para vivir, Potter.
Deslizándote por el colegio, como en Halloween, porque me descubriste cuando
iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.
—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?
—¿Pero, cómo lo hizo? —preguntó
Alice.
—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos
(Claro, entre monstruos se entienden, dijo Ted).
¿No viste lo que le hice al que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente,
cuando todos andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba
de mí, fue directamente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que
mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la
pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho…
—Pero si tenía una herida muy
profunda, parecía que casi le arranca la pierna —dijo Harry, recordó el día en
que vio a Snape curándose la mordida de Fluffy.
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar
este interesante espejo.
De pronto, Harry vio lo que estaba detrás de
Quirrell. Era el espejo de Oesed.
—Este espejo es la llave para poder encontrar la
Piedra —murmuró Quirrell, dando golpecitos alrededor del marco—. Era de esperar
que Dumbledore hiciera algo así… pero él está en Londres… Cuando pueda volver,
yo ya estaré muy lejos.
Lo único que se le ocurrió a Harry fue tratar de
que Quirrell siguiera hablando y dejara de concentrarse en el espejo.
—Una buena táctica —felicitó Ojoloco.
—Lo vi a usted y a Snape en el bosque… —dijo de
golpe.
—Sí —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando
alrededor del espejo para ver la parte posterior—. Me estaba siguiendo,
tratando de averiguar hasta dónde había llegado. Siempre había sospechado de
mí. Trató de asustarme… Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi
lado…
Algunos no pudieron evitar
estremecerse al escuchar ese nombre.
—Es uno de sus aliados —dijo Lily,
que estaba ya muy pálida.
James pasó un brazo por los hombros
de Lily.
—Deberíamos haberlo sospechado —dijo
Remus, tan preocupado como todos.
Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él
con enfado.
—Veo la Piedra… se la presento a mi maestro… pero
¿dónde está?
Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se
aflojaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su atención en el
espejo.
—Muy astuto —murmuró Ojoloco para sí.
—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.
—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual— claro que
sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca
quiso que estuvieras muerto.
Por primera vez en su vida James no
se sentía orgulloso de sus bromas a Snape, porque ahora sabía que todo lo que
él hizo, lo pagaría su hijo.
Pero por otro lado siempre le estaría
agradecido a Snape por salvar la vida de hijo.
—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando…
Pensé que Snape lo estaba amenazando…
Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el
rostro de Quirrell.
—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las
instrucciones de mi maestro… Él es un gran mago y yo soy débil…
—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted?
—preguntó Harry.
—Él está conmigo dondequiera que vaya (Entonces, Voldemort estaba ahí también, preguntó
Neville. Harry solo dijo, que siguieran leyendo. Y otros sorprendidos igual que
Neville eran Draco y Pansy, ellos nunca creyeron que Harry se tuvo que
enfrentar al señor Oscuro en su primer curso) —dijo con calma Quirrell—.
Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de
ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo
equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas
demasiado débiles para buscarlo… Desde entonces le he servido fielmente, aunque
muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se
estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores. Cuando fracasé en
robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó… decidió que tenía
que vigilarme muy de cerca…
La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje
al callejón Diagon… ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell
aquel mismo día y se habían estrechado las manos en el Caldero Chorreante.
—No te preocupes, Harry. Uno no puede
ir desconfiando de cada persona que nos saluda —dijo Arthur, tratando de
hacerlo sentir bien.
Quirrell maldijo entre dientes.
—No comprendo… ¿La Piedra está dentro del espejo?
¿Tengo que romperlo?
—Es un idiota —dijeron los
merodeadores.
La mente de Harry funcionaba a toda máquina.
«Lo que más deseo en el mundo en este momento
—pensó— es encontrar la Piedra antes de que lo haga Quirrell. Entonces, si miro
en el espejo, podría verme encontrándola… ¡Lo que quiere decir que veré dónde
está escondida! Pero ¿cómo puedo mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que
quiero hacer?
—Ese hombre es tan estúpido que ni
siquiera se dará cuenta de lo que intentas hacer, cachorro —dijo Sirius.
Harry, Ron y los gemelos Weasley
sonrieron.
—Cuide su vocabulario, señor Black
—lo regañó Mcgonagall.
Trató de torcerse hacia la izquierda, para ponerse
frente al espejo sin que Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor
de los tobillos estaban tan tensas que lo hicieron caer. Quirrell no le prestó
atención. Seguía hablando para sí mismo.
—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame,
Maestro!
Lily y Molly empalidecieron aún más.
Y para el horror de Harry, una voz le respondió,
una voz que parecía salir del mismo Quirrell.
—Utiliza al muchacho… Utiliza al muchacho…
—Es tan terrorífico —dijo Alice,
retorciéndose las manos.
Lily miraba a su hijo con pesar por
todo lo que tuvo que pasar.
Quirrell se volvió hacia Harry.
—Sí… Potter… ven aquí.
Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron.
Harry se puso lentamente de pie.
—¡Oh, Merlín! —exclamó Lily.
—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y
dime lo que ves.
Harry se aproximó.
«Tengo que mentir —pensó, desesperado—, tengo que
mirar y mentir sobre lo que veo, eso es todo.»
—Si Voldemort sabe Legeremancia, entonces no creo que
funcione —comentó Remus.
Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el
extraño olor que parecía salir del turbante de Quirrell. Cerró los ojos, se
detuvo frente al espejo y los volvió a abrir.
Se vio reflejado, muy pálido y con cara de
asustado. Pero un momento más tarde, su reflejo le sonrió. Puso la mano en el
bolsillo y sacó una piedra de color sangre. Le guiñó un ojo y volvió a guardar
la Piedra en el bolsillo y, cuando lo hacía, Harry sintió que algo pesado caía
en su bolsillo real. De alguna manera (era algo increíble) había conseguido la
Piedra.
—¿Cómo puede ser eso posible? —preguntaron
muchos a la vez.
—Es magia —se escuchó la voz de
Dumbledore responder.
—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo
que ves?
Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:
—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos
—inventó—. Yo… he ganado la copa de la casa para Gryffindor (No era del todo una mentira, susurró Ron, y Harry sonrió
ligeramente). Quirrell maldijo otra vez.
—Quítate de ahí —dijo. Cuando Harry se hizo a un
lado, sintió la Piedra Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar?
—La pregunta correcta sería, ¿podrías
escapar? —dijo Andrómeda.
Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda
habló, aunque Quirrell no movía los labios.
—Él miente… él miente…
—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la
verdad! ¿Qué es lo que has visto?
La voz aguda se oyó otra vez.
—Déjame hablar con él… cara a cara…
—¿Lo viste? Voldemort estaba ahí
—preguntó Lily, visiblemente asustada.
—Si lo vi y hable con él, pero se
podría decir que no era Voldemort completo —respondió Harry.
Remus se quedó como absorto unos
segundos.
—Estaba en el turbante —exclamó.
—¿Quién estaba en el turbante,
Lunático? —preguntó James.
—Voldemort —respondió Lupin, llamando
la atención de todos.
Harry se quedó sorprendido, Remus lo
había adivinado.
—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!
—Tengo fuerza suficiente… para esto.
Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera
clavado en el suelo. No podía mover ni un músculo. Petrificado, observó a
Quirrell, que empezaba a desenvolver su turbante. ¿Qué iba a suceder? El
turbante cayó. La cabeza de Quirrell parecía extrañamente pequeña sin él.
Entonces, Quirrell se dio la vuelta lentamente.
—Lunático tenías razón —dijeron James
y Sirius al unisonó.
Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar
salir ningún sonido. Donde tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había
un rostro, la cara más terrible que Harry hubiera visto en su vida. Era de
color blanco tiza, con brillantes ojos rojos y ranuras en vez de fosas nasales,
como las serpientes.
—No puede ser
posible —murmuraron las mujeres atemorizadas.
—Que horrible —dijeron
los merodeadores.
—Harry Potter… —susurró.
Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le
respondían.
—¿Ves en lo que me he convertido? —dijo la cara—.
No más que en sombra y quimera… Tengo forma sólo cuando puedo compartir el
cuerpo de otro… Pero siempre ha habido seres deseosos de dejarme entrar en sus
corazones y en sus mentes… La sangre de unicornio me ha dado fuerza en estas
semanas pasadas… tú viste al leal Quirrell bebiéndola para mí en el bosque… (Era Quirrell el que bebía la sangre de unicornio,
dijeron los gemelos Prewett, y en sus rostros se mostraba el asco que sentían)
y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré capaz de crear un cuerpo para mí…
Ahora… ¿por qué no me entregas la Piedra que tienes en el bolsillo?
—¡NO! —gritaron
los merodeadores.
—Tranquilos —dijo
Harry—, claro, que no lo hice.
Entonces él lo sabía. La idea hizo que de pronto
las piernas de Harry se tambalearan.
—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que
salves tu propia vida y te unas a mí… o tendrás el mismo final que tus padres…
Murieron pidiéndome misericordia…
—¡Maldito
desgraciado! —rugieron Remus y Sirius.
Escuchar hablar
de la muerte de sus amigos, los hacía sentir tristeza, ira, y sobre todo un
profundo odio hacia Voldemort.
James estaba
pálido y Lily lloraba en el pecho de su novio. Mientras Harry miraba esa escena
de sus padres con pesar, Ron le puso una mano sobre el hombro, dándole su
apoyo, como siempre y Ginny lo tomaba de la mano.
La profesora
McGonagall, tenía los ojos brillantes de lágrimas al ver a sus alumnos así.
—Podremos
cambiar el futuro, Minerva —dijo Dumbledore—, y las vidas de James y de Lily se
salvaran.
La profesora
asintió.
—¡MENTIRA! —gritó de pronto Harry.
Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort
pudiera mirarlo. La cara maligna sonreía.
—Qué conmovedor —dijo—. Siempre consideré la
valentía… Sí, muchacho, tus padres eran valientes… Maté primero a tu padre y
luchó con valor… Pero tu madre no tenía que morir… ella trataba de protegerte…
Ahora, dame esa Piedra, a menos que quieras que tu madre haya muerto en vano.
—¡Que
desgraciado! —dijo Sirius.
—¡NUNCA!
Harry se movió hacia la puerta en llamas, pero
Voldemort gritó: ¡ATRÁPALO! y, al momento siguiente, Harry sintió la mano de
Quirrell sujetando su muñeca. De inmediato, un dolor agudo atravesó su cicatriz
y sintió como si la cabeza fuera a partírsele en dos. Gritó, luchando con todas
sus fuerzas y, para su sorpresa, Quirrell lo soltó. El dolor en la cabeza
amainó…
Miró alrededor para ver dónde estaba Quirrell y lo
vio doblado de dolor, mirándose los dedos, que se ampollaban ante sus ojos.
—Pero… —susurró
Alice.
—¿Qué fue lo que
ocurrió? —preguntó Molly.
Pero nadie
respondió. Y ante eso Ginny continuo leyendo.
—¡ATRÁPALO! ¡Atrápalo! —rugía otra vez Voldemort, y
Quirrell arremetió contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el
cuello con las dos manos… La cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y,
sin embargo, pudo ver a Quirrell chillando desesperado.
—Es una
conexión, tu cicatriz tiene una conexión con Voldemort —dedujo James, y su hijo
asintió.
—No puedo
creerlo —dijo Lily, sollozando.
—Maestro, no puedo sujetarlo… ¡Mis manos… mis
manos!
Y Quirrell, aunque mantenía sujeto a Harry
aplastándolo con las rodillas, le soltó el cuello y contempló, aterrorizado,
sus manos. Harry vio que estaban quemadas, en carne viva, con ampollas rojas y
brillantes.
—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez!
—exclamó Voldemort.
Lily soltó un chillido de horror al
escuchar esa terrible frase.
—¡Oh, Dios mío! —susurró.
—No logro
hacerme nada, estoy aquí, mírame —dijo Harry, tratando de tranquilizar a su
madre, Lily lo miró con ojos brillosos, se soltó de James para abrazar a su
hijo.
Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio
mortal, pero Harry, instintivamente, se incorporó y se aferró a la cara de
Quirrell.
—¡AAAAAAH!
Quirrell se apartó, con el rostro también quemado,
y entonces Harry se dio cuenta: Quirrell no podía tocar su piel sin sufrir un
dolor terrible (Es un arma muy beneficiosa, así que
úsala a tu favor, muchacho, aconsejó Moody). Su única oportunidad era
sujetar a Quirrell, que sintiera tanto dolor como para impedir que hiciera el
maleficio…
Harry se puso de pie de un salto, cogió a Quirrell
de un brazo y lo apretó con fuerza. Quirrell gritó y trató de empujar a Harry.
El dolor de cabeza de éste aumentaba y el muchacho no podía ver, solamente
podía oír los terribles gemidos de Quirrell y los aullidos de Voldemort:
¡MÁTALO! ¡MÁ TALO!, y otras voces, tal vez sólo en su cabeza, gritando:
«¡Harry! ¡Harry!».
Sintió que el brazo de Quirrell se iba soltando,
supo que estaba perdido, sintió que todo se oscurecía y que caía… caía… caía…
—¡Oh, por
Merlín! Te desmayaste —dijo Lily, mirando a su hijo, él también la miró.
Verde con verde
hicieron conexión.
—¿Y Quirrell? ¿Y
Voldemort? —preguntó Lily.
—Ya no
molestaran más, por el momento —concluyó. Esa respuesta no tranquilizo a Lily.
Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La snitch!
(¿Qué? Acabas de pasar casi por la muerte, y ya
estás pensando en quidditch, dijo Frank, vaya, no cabe duda que eres hijo de
James, agregó) Trató de atraparla, pero sus brazos eran muy pesados.
Pestañeé. No era la snitch. Eran un par de
gafas. Qué raro.
Pestañeó otra vez. El rostro sonriente de Albus
Dumbledore se agitaba ante él.
Lily suspiró.
Y los merodeadores, los Weasley —que
tampoco sabían lo que tuvo que afrontar Harry en su primer año— y todos los
demás, claro, excluyendo a los padres de Draco, se tranquilizaron al saber que
Dumbledore estaba con Harry, porque eso era señal de que estaba a salvo.
—Buenas tardes, Harry —dijo Dumbledore.
Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.
—¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la
Piedra! Señor, rápido…
—Cálmate, querido muchacho, estás un poco atrasado
—dijo Dumbledore—. Quirrell no tiene la Piedra.
—¿Entonces quién la tiene? Señor, yo…
—Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey me
echará de aquí.
James y Sirius asintieron recordando
cuando Remus iba ahí después de la luna llena y ellos querían estar ahí, pero
la señora Pomfrey los sacaba de la enfermería alegando que Remus necesitaba
descansar y recuperar fuerzas.
Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que
debía de estar en la enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas
de hilo, y cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que
parecían la mitad de la tienda de golosinas.
—Es una suerte despertar con
golosinas alrededor, en cambio a mí, Lunático me despierta lanzándome un Aguamenti —comentó Sirius, casando la
risa de todos.
—Se ríen porque no es a ustedes a
quien despiertan de esa manera —dijo James.
—Eso les pasa por ser tan dormilones,
además peor es que los castiguen por llegar tarde a clases —dijo Remus, con una
sonrisa en sus labios.
—Regalos de tus amigos y admiradores —dijo
Dumbledore, radiante—. Lo que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor
Quirrell es completamente secreto, así que, naturalmente, todo el colegio lo
sabe. Creo que tus amigos, los señores Fred y George Weasley, son responsables
de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que pensaron que eso te divertiría.
Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo
confiscó.
—Fred, George, ustedes son geniales
—dijeron los merodeadores.
—Sí, son dignos sucesores nuestros
—agregó Sirius.
—Y nosotros no somos dignos de
ustedes —dijeron los gemelos Prewett, orgullosos de sus sobrinos.
Fred y George sonreían de oreja a
oreja, pero la sonrisa se le borró cuando se dieron cuenta de la mirada seria
que les dirigía su madre.
—Pobre de mí, con esos niños
—murmuraba Molly.
Pero no era la única que se lamentaba
de la manera de ser de los gemelos. McGonagall negaba con la cabeza, mientras
mentalmente se iba preparando por lo que le esperaba con los gemelos Weasley.
—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?
—Tres días. El señor Ronald Weasley y la señorita
Granger estarán muy aliviados al saber que has recuperado el conocimiento. Han
estado sumamente preocupados.
—¿Preocupados? ¿Solo preocupados?
—dijo Fred.
—Más bien parecían histéricos —agregó
George.
—Pero señor, la Piedra…
—Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la
Piedra. El profesor Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para
evitarlo, aunque debo decir que lo estabas haciendo muy bien.
—¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió
Hermione?
—Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a
Londres, me di cuenta de que el lugar en donde debía estar era el que había
dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte a Quirrell de encima…
—Gracias a Merlín —dijo Lily, con
alivio.
—Fue usted.
—Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.
—Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más
sin que me quitara la Piedra…
—No creo haber estado preocupado por
la Piedra, sino por usted señor Potter —dijo Dumbledore.
Harry sonrió al director, porque
fueron casi las mismas palabras que le dijo en ese tiempo.
—No por la Piedra, muchacho, por ti… El esfuerzo
casi te mata. Durante un terrible momento tuve miedo de que fuera así. En lo
que se refiere a la Piedra, fue destruida.
—¿Destruida? —se escucharon muchas
voces que preguntaron, pero las voces que más prevalecía era la de los
merodeadores.
—Tanto protegieron la Piedra, para
que al final la destruya —dijo Sirius.
—Señor Black, silencio —dijo
McGonagall—, y por favor señorita Weasley, continué —Ginny asintió y empezó a
leer.
—¿Destruida? —dijo Harry sin entender—. Pero su
amigo… Nicolás Flamel…
—¡Oh, sabes lo de Nicolás! —dijo contento
Dumbledore—. Hiciste bien los deberes, ¿no es cierto? Bien, Nicolás y yo
tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.
—Pero eso significa que él y su mujer van a morir,
¿no?
—Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus
asuntos en orden y luego, sí, van a morir.
Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto
que se veía en el rostro de Harry.
—Para alguien tan joven como tú, estoy seguro de
que parecerá increíble, pero para Nicolás y Perenela será realmente como irse a
la cama, después de un día muy, muy largo (Oh, sí,
claro, un día que duro como seiscientos años, dijo Sirius, pero con una mirada
de McGonagall, se calló). Después de todo, para una mente bien
organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura. Sabes, la
Piedra no era realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el dinero y la vida que uno
pueda desear! Las dos cosas que la mayor parte de los seres humanos elegirían…
El problema es que los humanos tienen el don de elegir precisamente las cosas
que son peores para ellos.
Harry yacía allí, sin saber qué decir. Dumbledore
canturreó durante un minuto y después sonrió hacia el techo.
—¿Señor? —dijo Harry—. Estuve pensando… Señor,
aunque la Piedra ya no esté, Vol… quiero decir Quién-usted-sabe…
—Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el
nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa
que se nombra.
Casi todos asintieron estando de
acuerdo con Dumbledore.
No tenían por qué temerle a un
nombre.
—Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de
nuevo, ¿no? Quiero decir… No se ha ido, ¿verdad?
—No, Harry, no se ha ido. Está por ahí, en algún
lugar, tal vez buscando otro cuerpo para compartir… Como no está realmente
vivo, no se le puede matar. Él dejó morir a Quirrell, muestra tan poca
misericordia con sus seguidores como con sus enemigos (Lucius
y Narcisa Malfoy se estremecieron, pero el único que se dio cuenta de eso, fue
Draco. Pero luego Lucius se quedó pensando en si su Lord lo dejaría solo cuando
él lo necesite). De todos modos, Harry, tú tal vez has retrasado su
regreso al poder. La próxima vez hará falta algún otro preparado para luchar y,
si lo detienen otra vez y otra vez, bueno, puede ser que nunca vuelva al poder.
Harry asintió, pero se detuvo rápidamente, porque
eso hacía que le doliera más la cabeza. Luego dijo:
—Señor, hay algunas cosas más que me gustaría
saber, si me las puede decir… cosas sobre las que quiero saber la verdad…
—Yo también quiero saber… —murmuró
Sirius.
Como por ejemplo quisiera saber dónde
estaba Lunático y yo en ese momento tratando de ayudando al hijo de sus amigos,
pensaba Sirius.
—La verdad —Dumbledore suspiró—. Es una cosa
terrible y hermosa, y por lo tanto debe ser tratada con gran cuidado. Sin
embargo, contestaré tus preguntas a menos que tenga una muy buena razón para no
hacerlo. Y en ese caso te pido que me perdones. Por supuesto, no voy a mentirte.
—Claro, el profesor Dumbledore no
miente, solo omite la verdad —dijo Luna, causando la risa de Ron.
—Así es Luna, tienes toda la razón
—contestó el pelirrojo.
—Bien… Voldemort dijo que sólo mató a mi madre
porque ella trató de evitar que me matara. Pero ¿por qué iba a querer matarme a
mí en primer lugar?
—Eso es algo que yo también quisiera
saber —dijo Lily.
Aquella vez, Dumbledore suspiró profundamente.
—Vaya, la primera cosa que me preguntas y no puedo
contestarte. No hoy. No ahora. Lo sabrás, un día… Quítatelo de la cabeza por
ahora, Harry. Cuando seas mayor… ya sé que eso es odioso… bueno, cuando estés
listo, lo sabrás.
—Y ahí está omitiendo la verdad —dijo
Ginny, auto-interrumpiéndose.
—Aunque debo reconocer, que en ese
momento no estaba preparado para enterarme de la verdad —confesó Harry.
Y Harry supo que no sería bueno discutir.
—¿Y por qué Quirrell no podía tocarme?
—Tu madre murió para salvarte. Si hay algo que
Voldemort no puede entender es el amor. No se dio cuenta de que un amor tan
poderoso como el de tu madre hacia ti deja marcas poderosas. No una cicatriz,
no un signo visible… Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que
nos amó no esté, nos deja para siempre una protección. Eso está en tu piel.
Quirrell, lleno de odio, codicia y ambición, compartiendo su alma con
Voldemort, no podía tocarte por esa razón. Era una agonía el tocar a una
persona marcada por algo tan bueno.
Muchos se conmovieron ante tan
respuesta, sobre todo las mujeres.
James en el fondo se sentía culpable,
porque pensaba que él solo debería de haber muerto y no Lily. Y así su hijo por
lo menos se hubiera criado con su madre, y no hubiera sido maltratado en la
casa de la hermana de su novia.
Entonces Dumbledore se mostró muy interesado en un
pájaro que estaba cerca de la cortina, lo que le dio tiempo a Harry para
secarse los ojos con la sábana (Oh, pequeño, dijo
Lily a Harry a la vez que lo abrazaba. Pero era extraño porque Harry ya tenía
18 años, lo que significa que en esa época era una año mayor que su madre).
Cuando pudo hablar de nuevo, Harry dijo:
—¿Y la capa invisible… sabe quién me la mandó?
—Ah… Resulta que tu padre me la había dejado y
pensé que te gustaría tenerla. —Los ojos de Dumbledore brillaron—. Cosas
útiles… Tu padre la utilizaba sobre todo para robar comida en la cocina, cuando
estaba aquí.
—Y también para hacer grandiosas
bromas —agregaron los merodeadores.
McGonagall negó con la cabeza y
Dumbledore sonrió.
—También para merodear —agregó Sirius
por lo bajo.
—Y para acompañarme a mí en mis lunas
llenas —dijo Remus en el mismo tono que Sirius.
—Y hay algo más…
—Dispara.
—Quirrell dijo que Snape…
—El profesor Snape, Harry.
—Sí, él… Quirrell dijo que me odia, porque odiaba a
mi padre. ¿Es verdad?
—Bueno, ellos se detestaban uno al otro. Como tú y
el señor Malfoy (Ya maduramos, ya no nos detestamos
así como antes, dijo Harry, y Draco asintió). Y entonces, tu padre hizo
algo que Snape nunca pudo perdonarle.
Severus se puso pálido, Dumbledore lo
iba a decir.
—¿Qué?
—Le salvó la vida.
—¿Qué?
—Sí… —dijo Dumbledore, con aire soñador—. Es
curiosa la forma en que funciona la mente de la gente, ¿no es cierto? El
profesor Snape no podía soportar estar en deuda con tu padre… Creo que se
esforzó tanto para protegerte este año porque sentía que así estaría en paz con
él. Así podría seguir odiando la memoria de tu padre, en paz…
Severus suspiró. No quería que nadie
supiera que James Potter lo salvo.
Por otro lado, Remus miró con
remordimiento a sus amigos, porque sabía que si no fuera por James, él podría
haber matado esa noche a Snape.
—Siento haberle dijo a Qui… a Snape
—Sirius se tuvo que controlar en no insultarlo, porque lo había prometido—, que
fuera esa noche.
Remus asintió.
Harry trató de entenderlo, pero le hacía doler la
cabeza, así que lo dejó.
—Y señor, hay una cosa más…
—¿Sólo una?
—¿Cómo pude hacer que la Piedra saliera del espejo?
—Yo también quisiera entender bien
como sucedió eso —dijo Andrómeda.
—Ah, bueno, me alegro de que me preguntes eso. Fue
una de mis más brillantes ideas y, entre tú y yo, eso es decir mucho. Sabes,
sólo alguien que quisiera encontrar la Piedra, encontrarla, pero no utilizarla,
sería capaz de conseguirla. De otra forma, se verían haciendo oro o bebiendo el
Elixir de la Vida. Mi mente me sorprende hasta a mí mismo… (Y eso me sorprende más a mí, dijo Sirius, pero se calló
ahora al ver la mirada que le dedicaba Lily) Bueno, suficientes
preguntas. Te sugiero que comiences a comer esas golosinas. Ah, las grageas de
todos los sabores. En mi juventud tuve la mala suerte de encontrar una con gusto
a vómito y, desde entonces, me temo que dejaron de gustarme. Pero creo que no
tendré problema con esta bonita gragea, ¿no te parece?
Sonrió y se metió en la boca una gragea de color dorado.
—No, la de colores raros son los
peores —dijo Remus, recordando la grajea que le arrebato Sirius.
Luego se atragantó y dijo:
—¡Ay de mí! ¡Cera del oído!
Algunos hicieron un gesto de asco y
otros rieron por la mala fortuna de Dumbledore.
La señora Pomfrey era una mujer buena, pero muy
estricta.
—Sólo cinco minutos —suplicó Harry.
—Ni hablar.
—Usted dejó entrar al profesor Dumbledore…
—Bueno, por supuesto, es el director, es muy
diferente. Necesitas descansar.
—Estoy descansando, mire, acostado y todo lo demás (Eso no servirá de nada, dijo Charlie Weasley).
Oh, vamos, señora Pomfrey…
—Oh, está bien —dijo—. Pero sólo cinco minutos.
—¿Qué? A ti si te dejo que tengas más
visitas —volvió a hablar Charlie.
Harry sonrió, sonrojado.
Y dejó entrar a Ron y Hermione.
—¡Harry!
Hermione parecía lista para lanzarse en sus brazos,
pero Harry se alegró de que se contuviera, porque le dolía la cabeza.
—Oh, Harry; estábamos seguros de que te… Dumbledore
estaba tan preocupado…
—Todo el colegio habla de ello —dijo Ron—. ¿Qué es
lo que realmente pasó?
—Y ahora Harry les contara todo lo que
paso —dijo Neville.
—Como siempre —agregaron los gemelos
Weasley.
Fue una de esas raras ocasiones en que la verdadera
historia era aún más extraña y apasionante que los más extraños rumores. Harry
les contó todo: Quirrell, el espejo, la Piedra y Voldemort. Ron y Hermione eran
muy buen público, jadeaban en los momentos apropiados y, cuando Harry les dijo
lo que había debajo del turbante de Quirrell, Hermione gritó muy fuerte.
—¿Entonces la Piedra no existe? —dijo por ultimo
Ron—. ¿Flamel morirá?
—Eso es lo que yo dije, pero Dumbledore piensa que…
¿cómo era? Ah, sí: «Para las mentes bien organizadas, la muerte es la siguiente
gran aventura».
—No se moleste, profesor Dumbledore,
pero usted es la persona más chiflada que conozco…, aparte de mi prima
Bellatrix —dijo Sirius.
James y Remus rieron por lo bajo.
—Señor Black, más respeto con el
director —lo regañó McGonagall.
—No, no me molesta —contestó
Dumbledore, riendo.
Y todos al ver a Dumbledore reír,
entonces ellos también rieron.
—Siempre dije que era un chiflado —dijo Ron, muy
impresionado por lo loco que estaba su héroe.
—¡Ronald Weasley! —lo regañó Molly.
—Lo siento —se disculpó el pelirrojo.
—¿Y qué os pasó a vosotros dos? —preguntó Harry.
—Bueno, yo volví —dijo Hermione—, desperté a Ron
(tardé un rato largo) y, cuando íbamos a la lechucería para comunicarnos con
Dumbledore, lo encontramos en el vestíbulo de entrada, y él ya lo sabía, porque
nos dijo: «Harry se fue a buscarlo, ¿no?», y subió al tercer piso.
—¡Usted, lo sabía! —explotó Lily.
Dumbledore no respondió.
—Lily, cálmate —le susurró James al
oído y la chica de suerte le hizo caso.
—¿Crees que él quería que lo hicieras? —dijo Ron—.
¿Enviándote la capa de tu padre y todo eso?
—Bueno —estalló Hermione—. Si lo hizo… eso es
terrible… te podían haber matado.
—No, no fue así —dijo Harry con aire pensativo—.
Dumbledore es un hombre muy especial (Ya lo creo,
susurró Lily). Yo creo que quería darme una oportunidad. Creo que él
sabe, más o menos, todo lo que sucede aquí. Acepto que debía de saber lo que
íbamos a intentar y, en lugar de detenernos, nos enseñó lo suficiente para
ayudarnos. No creo que fuera por accidente que me dejó encontrar el espejo y
ver cómo funcionaba. Es casi como si él pensara que yo tenía derecho a
enfrentarme a Voldemort, si podía…
—Lo lamento tanto, director —dijo
Lily, tan roja como su cabello.
—No se preocupe, señorita Evans, es
lógico su comportamiento —contestó Dumbledore, quitándole importancia, el hecho
de que una alumna le haya gritado.
—Bueno, sí, está bien —dijo Ron—. Escucha, debes
estar levantado para mañana, es la fiesta de fin de curso. Ya están todos los
puntos y Slytherin ganó, por supuesto. Te perdiste el último partido de quidditch.
Sin ti, nos ganó Ravenclaw, pero la comida será buena.
—¡Ay! Ron siempre pensando en comer
—dijeron sus hermanos, y al aludido se le pusieron rojas las orejas.
—No es cierto —dijo Ron—, también
pienso en quidditch, el ajedrez, en mi familia, en mis amigos, en Luna —iba
contando con los dedos, pero cuando dijo lo último se sonrojo, y la rubia le
sonrió.
Fred y George empezaron a burlarse de
él, pero pararon cuando su madre los hizo callar.
En aquel momento, entró la señora Pomfrey.
—Ya habéis estado quince minutos, ahora FUERA—dijo
con severidad.
Después de una buena noche de sueño, Harry se sintió
casi bien.
—Quiero ir a la fiesta —dijo a la señora Pomfrey,
mientras ella le ordenaba todas las cajas de golosinas—. Podré ir, ¿verdad?
—No creo que te dejen —dijo Ted.
Harry sonrió, porque si había logrado
ir a la fiesta.
—El profesor Dumbledore dice que tienes permiso
para ir —dijo con desdén, como si considerara que el profesor Dumbledore no se
daba cuenta de lo peligrosas que eran las fiestas—. Y tienes otra visita.
—Oh, bien —dijo Harry—. ¿Quién es?
Mientras hablaba, entró Hagrid. Como siempre que
estaba dentro de un lugar, Hagrid parecía demasiado grande. Se sentó cerca de
Harry, lo miró y se puso a llorar.
—Oh, pobre de Hagrid, seguramente se
debe haber sentido culpable —dijo Lily.
—¡Todo… fue… por mi maldita culpa! —gimió, con la
cara entre las manos—. Yo le dije al malvado cómo pasar ante Fluffy. ¡Se
lo dije! ¡Podías haber muerto! ¡Todo por un huevo de dragón! ¡Nunca volveré a
beber! ¡Deberían echarme y obligarme a vivir como un muggle!
—No creo que deje de beber —dijo
Sirius por lo bajo.
—¡Hagrid! —dijo Harry, impresionado al ver la pena
y el remordimiento de Hagrid, y las lágrimas que mojaban su barba—. Hagrid, lo
habría descubierto igual, estamos hablando de Voldemort, lo habría sabido igual
aunque no le dijeras nada.
—¡Podrías haber muerto! —sollozó Hagrid—. ¡Y no
digas ese nombre!
—Hagrid es otro de los que temen
decir ese nombre —dijo Alice.
—¡VOLDEMORT! —gritó Harry, y Hagrid se impresionó
tanto que dejó de llorar—. Me encontré con él y lo llamo por su nombre. Por
favor, alégrate, Hagrid, salvamos la Piedra, ya no está, no la podrá usar. Toma
una rana de chocolate, tengo muchísimas…
Hagrid se secó la nariz con el dorso de la mano y
dijo:
—Eso me hace recordar… Te he traído un regalo.
—Vaya, me preguntó que te querrá
regalar —dijo James.
—Pues espero que no sea ninguna de
sus galletas rompe muelas que suele invitarnos —dijo Sirius, causando la risa
en los más bromistas.
—No será un bocadillo de comadreja, ¿verdad? (Eso fue grosero, le dijo Lily a su hijo) —dijo
preocupado Harry, y finalmente Hagrid se rió.
—No. Dumbledore me dio libre el día de ayer para
hacerlo. Por supuesto tendría que haberme echado… Bueno, aquí tienes…
Parecía un libro con una hermosa cubierta de cuero.
Harry lo abrió con curiosidad… Estaba lleno de fotos mágicas. Sonriéndole y
saludándolo desde cada página, estaban su madre y su padre…
—Fue el mejor regalo que me pudo dar
—confesó Harry.
—Tenemos que agradecerle eso también,
James —dijo Lily, muy conmovida.
—Claro que sí, Lily —respondió James.
—Y como recompensa lo haremos el
quinto integrante de los merodeadores —agregó Sirius.
Harry y Ron los miraron sorprendidos,
y los gemelos Weasley se quedaron con la boca abierta.
—Envié lechuzas a todos los compañeros de colegio
de tus padres, pidiéndoles fotos… Sabía que tú no tenías… ¿Te gusta?
Harry no podía hablar, pero Hagrid entendió.
Y hablando de compañeros de colegio,
Sirius se volvió a preguntar, sonde estaría él en ese momento, en vez de estar
junto a su ahijado.
***
Harry bajó solo a la fiesta de fin de curso de
aquella noche. Lo había ayudado a levantarse la señora Pomfrey, insistiendo en
examinarlo una vez más, así que, cuando llegó, el Gran Comedor ya estaba lleno.
Estaba decorado con los colores de Slytherin, verde y plata, para celebrar el
triunfo de aquella casa al ganar la copa durante siete años seguidos (Severus sonrió al saber que Slytherin ganó la copa).
Un gran estandarte, que cubría la pared detrás de la Mesa Alta, mostraba la
serpiente de Slytherin.
Eso no le gustaba nada a los
merodeadores.
Cuando Harry entró se produjo un súbito murmullo y
todos comenzaron a hablar al mismo tiempo. Se deslizó en una silla, entre Ron y
Hermione, en la mesa de Gryffindor, y trató de hacer caso omiso del hecho de
que todos se ponían de pie para mirarlo.
Harry suspiró.
—Nunca me acostumbraré a eso
—susurró, puesto que ahora era un héroe de guerra, la gente lo miraba más.
Por suerte, Dumbledore llegó unos momentos después.
Las conversaciones cesaron.
—¡Otro año se va! —dijo alegremente Dumbledore—. Y
voy a fastidiaros con la charla de un viejo, antes de que podáis empezar con
los deliciosos manjares. ¡Qué año hemos tenido! Esperamos que vuestras cabezas
estén un poquito más llenas que cuando llegasteis… Ahora tenéis todo el verano
para dejarlas bonitas y vacías antes de que comience el próximo año… (Se escucharon un par de risas por la sala) Bien, tengo entendido que hay que entregar la copa
de la casa y los puntos ganados son: en cuarto lugar, Gryffindor, con
trescientos doce puntos; en tercer lugar, Hufflepuff, con trescientos cincuenta
y dos; Ravenclaw tiene cuatrocientos veintiséis, y Slytherin, cuatrocientos
setenta y dos.
Sirius vio como Lucius sonreí con
arrogancia, cosa que le reventó el hígado.
Una tormenta de vivas y aplausos estalló en la mesa
de Slytherin. Harry pudo ver a Draco Malfoy golpeando la mesa con su copa. Era
una visión repugnante.
—Bellos pensamientos, Potter —ironizó
Draco.
Y Harry solo se encogió de hombros.
—Sí, sí, bien hecho, Slytherin —dijo Dumbledore—.
Sin embargo, los acontecimientos recientes deben ser tenidos en cuenta.
Todos se quedaron inmóviles. Las sonrisas de los
Slytherin se apagaron un poco.
—Espero que le suban los puntos a
Gryffindor por todo lo que hizo, Harry, Ron y la castaña —dijo Sirius.
—Sí yo también lo espero —dijo James.
—Así que —dijo Dumbledore— tengo algunos puntos de
última hora para agregar. Dejadme ver. Sí… Primero, para el señor Ronald
Weasley…
Ron se puso tan colorado que parecía un rábano con
insolación.
Los hermanos de Ron rieron por la
comparación.
—… por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts
haya visto en muchos años, premio a la casa Gryffindor con cincuenta puntos.
Molly y Arthur sonrieron orgullosos a
Ron, el cual se sonrojó.
Las hurras de Gryffindor llegaron hasta el techo
encantado, y las estrellas parecieron estremecerse. Se oyó que Percy le decía a
los otros prefectos: «Es mi hermano, ¿sabéis? ¡Mi hermano menor! ¡Consiguió
pasar en el juego de ajedrez gigante de McGonagall!».
—¡Que pomposo, Percito! —se burlaron
los gemelos.
Y Percy se sonrojó.
Por fin se hizo el silencio otra vez.
—Segundo… a la señorita Hermione Granger… por el
uso de la fría lógica al enfrentarse con el fuego, premio a la casa Gryffindor
con cincuenta puntos.
Hermione enterró la cara entre los brazos. Harry
tuvo la casi seguridad de que estaba llorando. Los cambios en la tabla de
puntuaciones pasaban ante ellos: Gryffindor estaba cien puntos más arriba.
Los merodeadores estaban ansiosos, ya
querían que diga que ahora Gryffindor era el ganador de la copa de la casa.
—Tercero… al señor Harry Potter… —continuó
Dumbledore. La sala estaba mortalmente silenciosa—… por todo su temple y
sobresaliente valor, premio a la casa Gryffindor con sesenta puntos.
—¡Sí, ese es mi hijo! —gritó James, y
Harry sonrió con las mejillas sonrojadas.
El estrépito fue total. Los que pudieron sumar,
además de gritar y aplaudir, se dieron cuenta de que Gryffindor tenía los
mismos puntos que Slytherin, cuatrocientos setenta y dos. Si Dumbledore le
hubiera dado un punto más a Harry… Pero así no llegaban a ganar.
—¿Por qué no le dio otro punto más a
Harry, Dumbledore? —reclamó Sirius.
—Sirius —dijo Ginny—, si quieres
saber lo que realmente sucedió, deja de interrumpir —lo regañó.
—No es justo, todas las pelirrojas me
regañan —se quejó como niño.
Remus y James rieron.
—Pues entonces compórtate —le dijo
Remus.
Dumbledore levantó el brazo. La sala fue
recuperando la calma.
—Hay muchos tipos de valentía —dijo sonriendo
Dumbledore—. Hay que tener un gran coraje para oponerse a nuestros enemigos,
pero hace falta el mismo valor para hacerlo con los amigos. Por lo tanto,
premio con diez puntos al señor Neville Longbottom.
Neville se sonrojó.
—Oh, Neville, hijo, estamos tan
orgullosos de ti —dijeron Alice y Frank, a la vez que abrazaban a un sonrojado
Neville.
Alguien que hubiera estado en la puerta del Gran
Comedor habría creído que se había producido una explosión, tan fuertes eran
los gritos que salieron de la mesa de Gryffindor. Harry, Ron y Hermione se
pusieron de pie y vitorearon a Neville, que, blanco de la impresión,
desapareció bajo la gente que lo abrazaba. Nunca había ganado más de un punto
para Gryffindor. Harry, sin dejar de vitorear, dio un codazo a Ron y señaló a
Malfoy, que no podía haber estado más atónito y horrorizado si le hubieran
echado el maleficio de la Inmovilidad Total.
Lucius Malfoy ya no sonreía, ahora
estaba completamente serio. En cambio Draco estaba con un semblante relajado.
—¡Gryffindor gano! ¡Gryffindor gano!
—gritaban los merodeadores, los gemelos Prewett y los gemelos Weasley, como si
no hubieran podido celebrar en su época.
—Lo que significa —gritó Dumbledore sobre la salva
de aplausos, porque Ravenclaw y Hufflepuff estaban celebrando la derrota de
Slytherin—, que hay que hacer un cambio en la decoración.
Dio una palmada. En un instante, los adornos verdes
se volvieron escarlata; los de plata, dorados, y la gran serpiente se
desvaneció para dar paso al león de Gryffindor. Snape estrechaba la mano de la
profesora McGonagall, con una horrible sonrisa forzada en su cara (Ya que los merodeadores habían prometido no molestar más
a Snape, lo único que hicieron fue reír). Captó la mirada de Harry y el
muchacho supo de inmediato que los sentimientos de Snape hacia él no habían
cambiado en absoluto. Aquello no lo preocupaba. Parecía que la vida iba a
volver a la normalidad en el año próximo, o a la normalidad típica de Hogwarts.
Aquélla fue la mejor noche de la vida de Harry,
mejor que ganar un partido de quidditch, o que la Navidad, o que hacer
que se desmayara el monstruo gigante… Nunca, jamás, olvidaría aquella noche.
—Ni yo —dijeron al unisonó Ron y
Neville.
Harry casi no recordaba ya que tenían que recibir
los resultados de los exámenes, pero éstos llegaron. Para su gran sorpresa,
tanto él como Ron pasaron con buenas notas. Hermione, por supuesto, fue la
mejor del año (Era de esperarse, dijeron al unisonó
James y Sirius). Hasta Neville pasó a duras penas, pues sus buenas notas
en Herbología compensaron los desastres en Pociones. Ellos confiaban en que
suspendieran a Goyle, que era casi tan estúpido como malo, pero él también
aprobó. Era una lástima, pero como dijo Ron, no se puede tener todo en la vida.
Algunos soltaron unas risitas.
Y de pronto, sus armarios se vaciaron, sus
equipajes estuvieron listos, el sapo de Neville apareció en un rincón del
cuarto de baño… Todos los alumnos recibieron notas en las que los prevenían
para que no utilizaran la magia durante las vacaciones («Siempre espero que se
olviden de darnos esas notas», dijo con tristeza Fred Weasley).
—Y nosotros también —dijeron James y
Sirius.
McGonagall los miró con severidad.
Hagrid estaba allí para llevarlos en los botes que
cruzaban el lago. Subieron al expreso de Hogwarts, charlando y riendo, mientras
el paisaje campestre se volvía más verde y menos agreste. Comieron las grageas
de todos los sabores, pasaron a toda velocidad por las ciudades de los muggles,
se quitaron la ropa de magos y se pusieron camisas y abrigos… Y bajaron en el
andén nueve y tres cuartos de la estación King Cross.
—Sí, por fin de vacaciones —dijo
Sirius.
—Pero no te olvides que también nos
dejan deberes —recordó James, con pesar.
—Sí, pero para eso está nuestro amigo
lunático, para que nos ayude con los deberes —dijo Sirius.
—Saben que siempre les ayudo —les
recordó Remus.
—Y este es el momento en que me
alegra que haya un estudioso en el grupo —concluyó Sirius.
Se escucharon una risita después de
la plática de los merodeadores, pero luego hicieron silencio para que Ginny
pudiera seguir leyendo.
Tardaron un poco en salir del andén. Un viejo y
enjuto guarda estaba al otro lado de la taquilla, dejándolos pasar de dos en
dos o de tres en tres, para que no llamaran la atención saliendo de golpe de
una pared sólida, pues alarmarían a los muggles.
—Tenéis que venir y pasar el verano conmigo —dijo
Ron—, los dos. Os enviaré una lechuza.
Lily miró con agradecimiento a Ron.
—Gracias —dijo Harry—. Voy a necesitar alguna
perspectiva agradable.
La gente los empujaba mientras se movían hacia la
estación, volviendo al mundo muggle. Algunos le decían.
—¡Adiós, Harry!
—¡Nos vemos, Potter!
—Sigues siendo famoso —dijo Ron, con sonrisa
burlona.
—No allí adónde voy, eso te lo aseguro —respondió
Harry.
—Oh, pobre de Petunia Evans, si se le
ocurre hacerte algo —dijo Lily, con el ceño fruncido.
—Ya paso —la calmó Harry.
Él, Ron y Hermione pasaron juntos a la estación.
Ginny leyó la siguiente línea en
silencio. Lo cual causo que se sonroje. Así que suspiró, y leyó en vos alta sus
propias palabras.
—¡Allí está él, mamá, allí está, míralo!
—Eso no lo sabía —dijo Harry.
—Oh, nuestra pequeña Ginny enamorada
desde siempre de Harry —se burlaron los gemelos.
—Cállense, o si no les lanzare un mocomurciélagos —los amenazó Ginny, sus
hermanos al instante se callaron.
Era Ginny Weasley, la hermanita de Ron, pero no
señalaba a su hermano.
—¡Harry Potter! —chilló—.
¡Mira, mamá! Puedo ver…
Ginny se volvió a sonrojar y Harry le
sonrió.
—Tranquila, Ginny. Es de mala educación señalar con
el dedo.
La señora Weasley les sonrió.
—¿Un año movido? —les preguntó.
—Mucho —dijo Harry—. Muchas gracias por el jersey y
el pastel, señora Weasley.
Lily le
agradeció con la mirada a Molly, por haberse acordado de su hijo en ese
momento. Y Molly le sonrió como respuesta.
—Oh, no fue nada.
—¿Ya estás listo?
Era tío Vernon, todavía con el rostro púrpura,
todavía con bigotes y todavía con aire furioso
ante la audacia de Harry, llevando una lechuza en una jaula, en una estación llena de gente común. Detrás, estaban tía Petunia y Dudley,
con aire aterrorizado ante la sola presencia de Harry.
—¡Usted debe de ser de la familia de Harry! —dijo
la señora Weasley.
—Por decirlo así (Desgraciadamente,
dijeron los merodeadores y Lily) —dijo tío Vernon—. Date prisa,
muchacho, no tenemos todo el día.
—Dio la vuelta para ir hacia la puerta.
Harry esperó para despedirse de Ron y Hermione.
—Nos veremos durante el verano, entonces.
—Espero que… que tengas unas buenas vacaciones
—dijo Hermione, mirando insegura a tío Vernon, impresionada de que
alguien pudiera ser tan desagradable.
—Y eso que no ha tenido que convivir
con Petunia —dijo Lily, causando la risa de Harry, los merodeadores, los
Weasley, Luna y los gemelos Prewett.
—Oh, lo serán —dijo Harry, y sus amigos vieron, con
sorpresa, la sonrisa burlona que
se extendía por su cara—. Ellos no saben que no nos permiten utilizar magia en casa. Voy a divertirme mucho este verano con Dudley…
—Sí, Harry, ahora es momento de
gastarles unas grandiosas bromas —dijeron al unisonó James y Sirius.
Ginny cerró el libro.
—Y aquí termina el primer libro
—anunció Ginny.
—Por lo menos todo salió bien
—comentó Arthur.
—Sí —contestaron todos.
—Bien, ya es tarde. Ahora cenaremos y
luego nos iremos a nuestras habitaciones a descansar —dijo Dumbledore.
—Qué bueno, porque la verdad es que
ya tengo mucha hambre y sueño —dijo Ron acomodándose en su asiento.
Y como de costumbre Kreacher hizo
aparecer la comida en las mesas. Al instante todos empezaron a comer, sobre
todo Ron y Sirius, que parecía ser, ellos eran los más hambrientos. La cena
pasó entre pláticas del libro leído, y de lo ansiosos que estaban por empezar a
leer el segundo libro. Eso no les hizo mucha gracia ni a Harry ni a Ron ni a
Ginny, porque sabía lo que vendría, la cámara de los secretos.
Luego de la cena, algunos se iban
retirando. Molly y Arthur fueron unos de los primeros en irse a su habitación,
porque Molly por el embarazo se sentía agotada.
Ahora solo quedaban los merodeadores,
Lily, Harry, Ron, Ginny y Luna.
—Estoy ansioso para empezar a leer el
segundo libro —dijo James.
—Estamos iguales, Cornamenta —apoyó
Sirius.
Harry y Ron se miraron, porque sabía
lo que vendría.
—La cámara secreta —susurraron ambos.
—¿Dijeron algo? —preguntó Lily.
—Nada —respondieron al unisonó.
—Bueno, en realidad nos
preguntábamos, como se encontrara Hermione —dijo Ron, aunque no era del todo un
invento, puesto que en verdad estaba muy preocupado por la chica.
—Esperemos que bien —dijo Luna.
—¿Qué es lo que le paso, para que
este internada en San Mungo? —preguntó con curiosidad Lily.
—Pues ya lo sabrán —contestó Ginny.
Se quedaron unos segundos en
silencio, hasta que Sirius hablo.
—Harry —llamó a su ahijado—, hace
rato tengo una pregunta rondándome por la cabeza.
—¿Cuál? —dijo Harry.
—Pues, el por qué ni Lunático ni yo
estuvimos contigo en tu primer curso, o porque yo no me hice cargo de ti,
después que quedaras huérfano, digo, soy tu padrino, ¿no?
Harry miró a
Ron, Ginny y Luna, en busca de apoyo.
—Bueno… —empezó a hablar Ron, pero
algo lo detuvo. Algo muy conveniente.
Una luz muy brillante se hizo
presente, todos parpadearon hasta acostumbrarse a la luz.
—¿Qué sucede? —preguntó Ginny.
—Esa luz siempre aparece cuando
alguien del futuro viene —contestó Remus.
—La profesora McGonagall, no nos
avisó que alguien más vendría hoy día —dijo Luna.
Cuando la luz se disipo, todos se
acercaron al ver un pergamino en el suelo.
Harry se agacho a recoger el pergamino,
lo desenrolló.
—¿Quién lo manda? —preguntó James.
—La profesora McGongall —respondió el
ojiverde.
—Léelo —urgió Ron.
Queridos
Harry, Ron, Ginny y Luna
Espero que hayan llegado bien, al igual que los demás. Les
escribo, porque me imagino que estarán muy preocupados por la salud de su amiga
Hermione. Pues les tengo buenas noticias, Hermione será dada de alta mañana
temprano, y se volverá a instalar en la torre de premios anuales, pero no se
alarmen, está especialmente cuidada por la señora Pomfrey.
Y me complace contarles que cada vez parecer estar mejor. Cuando
le comente que ustedes ya habían viajado al pasado, se quería levantar e ir a
alcanzarlos, pero entre el sanador, Molly y yo lo impedimos, así que le dije
que si ponía de su parte para mejorarse, entonces en muy pocos días podría
seguirlos.
Saludos a todos.
Directora M. McGonagall
PD.:
Hermione les pide que no dejen de estudiar.
—¿Qué no dejen de estudiar? —preguntó
Sirius—, esa acaso que esa castaña no piensa en otra cosa.
—Estudiar no es malo, Black —lo
regañó Lily.
—Yo no digo que sea malo, solo digo
que es aburrido —dijo Sirius.
—No tienes remedio —dijo Remus, entre
divertido y serio.
Excelente primer libro, me ha encantado!!!
ResponderEliminarEspero con ansias cuando lean las otras aventuras que han tenido. Seguro les da un ataque al saber lo del basilisco o el asalto a Gringotts.
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