viernes, 13 de marzo de 2015

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 12: La poción «multijugos»



—Yo quiero leer, profesor —dijo Seamus, y el libro levito hasta sus manos.
Cambio de página y leyó.
“La poción «multijugos»”.
—¡Al fin sabremos si lo hicieron! —dijeron los gemelos Prewett.
—Lo lograron, ¿cierto? —preguntó Sirius con entusiasmo.
El trío se miraron entre ellos, para luego asentir.
Los Slytherin pusieron mala cara.
—¡Eso no es justo! —exclamó Zabini.
—Señor Zabini, cálmese, aún no sabemos cómo pasaron las cosas realmente —dijo Dumbledore, pero eso no tranquilizo a ninguno de los Slytherin.
—Espero que hayan fracasado en su intento de entrar en nuestra sala común —dijo entre dientes Zabini.
Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a Harry que esperara y lo dejó solo.
Los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett suspiraron con nostalgia, porque para ser sinceros a ellos les gustaba meterse en problemas, era como el toque de la vida.
Harry miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante (Y el más grande, agregó Sirius. Dumbledore sonrió). Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsado del colegio, habría disfrutado observando todo aquello.
—No van a expulsarte, tú eres inocente —le dijo Lily.
—Pero en ese momento creía que me expulsarían —dijo Harry.
Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.
Lily y James miraron a su futuro hijo, y presentían lo que iba hacer, después de lo tan mal que lo había pasado en el capítulo anterior, y teniendo en cuenta sus dudas, eso era un hecho.
Harry dudó. Echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si…, sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa correcta.
Todas las miraras se centraron en Harry.
—Por supuesto que estabas en la casa correcta —alegaron los Gryffindor.
—Lo sé, pero en ese momento estaba confundido con todo lo que había pasado —dijo Harry.
Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Harry esperó, pero no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo al oído:
—¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?
—No es necesario ser el sombrero para darse cuenta de eso —dijo Charlie.
—Mmm, no —respondió Harry—. Esto…, lamento molestarte, pero quería preguntarte…
—Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí…, tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije… aunque —Harry contuvo la respiración— podrías haber ido a Slytherin.
—Y… eso definitivamente no es una gran ayuda —dijeron los gemelos Prewett.
Mientras a James, Sirius y Remus no les gustaba nada que el sombrero le dijera a Harry que hubiera podido ser una serpiente.
El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.
—Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero (Sabes Potter, el pánico que sientes por nuestra casa empieza a resultarme ofensivo, dijo Daphne Greengrass hablando por primera vez. A lo que Harry dijo un: “Lo siento”). Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un ruido como de arcadas le hizo volverse completamente.
No estaba solo (¿Qué? ¿Quién más estaba ahí?, preguntó una desesperada Lily. Harry solo le sonrió a su madre para tranquilizarla). Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado. Harry lo miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Harry lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.
—¡Es Fawkes! —dijeron los merodeadores con emoción, y Dumbledore sonrió.
Estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.
—Es normal que arda —dijo Remus y algunos que no sabían el por qué lo miraron—, si es un fénix —explicó.
—Pero en ese momento no lo sabía —dijo Harry.
Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio (Bueno, cualquiera en su lugar lo hubiera hecho, comentó Seamus auto-interrumpiéndose). Buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno (Querías echarle agua a un pájaro de fuego, dijo en tono jocoso Frank). El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.
La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.
—Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro…, no pude hacer nada…, acaba de arder…
—Esa debió haber sido un poco incómodo —dijo Ted.
Para sorpresa de Harry, Dumbledore sonrió.
—Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.
Se rió de la cara atónita que ponía Harry.
Y la misma acción se reproducía en la Sala de los Menesteres.
Fawkes es un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira…
Harry dirigió la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.
—Lo siento —se disculpó Harry un poco avergonzado, mientras los demás reían.
—No importa, joven Potter —dijo Dumbledore sin enojarse—, Fawkes es una belleza exótica.
—Es una pena que lo hayas tenido que ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.
—Ya lo creo —dijeron el trío y Ginny, recordando como Fawkes ayudo a Harry ese curso.
Aunque luego se pusieron nostálgicos al recordar también el llanto del fénix en el funeral de Dumbledore.
Con el susto del incendio de Fawkes, Harry se había olvidado del motivo por el que se encontraba allí, pero lo recordó en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en él sus ojos penetrantes, de color azul claro.
Los merodeadores sonrieron al recordar en las muchas de ocasiones que esos ojos se posaron en ellos cuando los descubrían en alguna de sus bromas.
Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.
—Hagrid llegaste a salvar a Harry —dijo Bill y el semi-gigante asintió.
—¡No es justo! —se quejó Sirius. A lo que Hagrid lo miró con confusión—, entonces porque no llegas así para salvarnos a nosotros —señaló a los otros dos merodeadores—, cuando nos metíamos en problemas.
—Señor Black —advirtió la profesora Mcgonagall.
—Está bien, está bien, me callo —dijo el animago.
—¡No fue Harry, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con él segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, él no tuvo tiempo…
—Por fin hay un testigo —dijeron los gemelos Prewett.
Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.
—Lo siento, profesor —dijo Hagrid, y Dumbledore no le dio mucha importancia porque sonrió amablemente.
—… No puede haber sido él, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario…
—Hagrid, yo…
—Usted se confunde de chico, yo sé que Harry nunca…
—Gracias por defender a Harry, Hagrid —dijeron James y Lily.
El aludido sonrió un poco sonrojado.
—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Harry atacara a esas personas.
—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.
Y, con cierto embarazo, salió del despacho.
—No hay necesidad de sentir embarazo cuando estabas haciendo lo correcto, defender a un inocente —dijo Andrómeda.
—¿Usted no cree que fui yo, profesor? —repitió Harry esperanzado, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.
—No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar contigo.
—¡¿Qué?! —exclamaron los gemelos Prewett.
—Pero si ya sabe que Harry es inocente sobre que más querría hablar con él —dijo Sirius.
—Sobre muchos temas, Canuto —respondió Remus pensativamente.
Harry aguardó con ansia mientras Dumbledore lo miraba, juntando las yemas de sus largos dedos.
—Quiero preguntarte, Harry, si hay algo que te gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea.
—No creo que le haya contado, si quiera una parte de lo que sucede —dijo Remus.
Harry miró a su ex profesor.
Harry no supo qué decir (¿Cómo qué no?, dijeron los gemelos Weasley). Pensó en Malfoy gritando: «¡Los próximos seréis los sangre sucia!», y en la poción multijugos, que hervía a fuego lento en los aseos de Myrtle la Llorona (Lo cual hubiera podido causarles la expulsión, dijo Molly). Luego pensó en la voz que no salía de ningún sitio, oída en dos ocasiones, y recordó lo que Ron le había dicho: «Oír voces que nadie más puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.» Pensó, también, en lo que todo el mundo comentaba sobre él, y en su creciente temor a estar de alguna manera relacionado con Salazar Slytherin…
—¿Relacionado con Slytherin? No, por supuesto que no —dijo rotundamente James.
—No —respondió Harry—, no tengo nada que contarle.
—Por qué no me sorprende —murmuró Ron.
—Porque es típico, Harry siempre queriendo pasar por todo él solo —agregó Hermione.
—Gracias —dijo con ironía Harry.
—Es la verdad —aseguró Ginny.

La doble agresión contra Justin y Nick Casi Decapitado convirtió en auténtico pánico lo que hasta aquel momento había sido inquietud (No es para menos, murmuró Charlie). Curiosamente, resultó ser el destino de Nick Casi Decapitado lo que preocupaba más a la gente (No es curioso, es lógico, dijo Luna). Se preguntaban unos a otros qué era lo que podía hacer aquello a un fantasma; qué terrible poder podía afectar a alguien que ya estaba muerto. La gente se apresuró a reservar sitio en el expreso de Hogwarts para volver a casa en Navidad.
—Sí, todos queríamos estar a salvo en nuestras casas —comentó Dean y muchos asintieron estando de acuerdo con él.
—Salvo… —dijo Fred mirando al trío.
—… Harry, Hermione y el pequeño Ronnie —terminó George, sonriendo al ver la mueca que había puesto Ron.
—Si sigue así la cosa, sólo nos quedaremos nosotros —dijo Ron a Harry y Hermione—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y Goyle. Serán unas vacaciones deliciosas.
Los hermanos Prewett y los gemelos Weasley soltaron unas risitas.
Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo mismo que Malfoy, habían firmado también para quedarse en vacaciones. Pero Harry estaba contento de que la mayor parte de la gente se fuera (Claro, y así sería perfecto para llevar el plan a cabo, dijo Moody. No solo por eso, pensaba Harry.). Estaba harto de que se hicieran a un lado cuando circulaba por los pasillos, como si fueran a salirle colmillos o a escupir veneno; harto de que a su paso los demás murmuraran, le señalaran y hablaran en voz baja.
—Es que eran unos idiotas —gruñó Sirius, y los otros dos merodeadores y Lily asintieron.
—Siento tanto eso, Harry —le susurró Ginny.
—No fue tu culpa, Ginny —la consoló Harry.
Fred y George, sin embargo, encontraban todo aquello muy divertido (Ambos hermanos se miraron y soltaron risitas nerviosas, porque dentro de unos segundo su madre los regañaría). Le salían al paso y marchaban delante de él por los corredores gritando:
—Abran paso al heredero de Slytherin, aquí llega el brujo malvado de veras…
Los gemelos Prewett soltaron risas.
Pero el rostro de Molly se enfureció.
—¡FRED Y GEORGE WEASLEY! —gritó Molly—. ¿Acaso no se daban cuenta que eso lastimaría los sentimientos del pobre Harry?
—Lo sentimos, mamá —dijeron los dos al unisonó.
—Pero todo lo hacíamos para aligerar el ambiente —agregó George.
Molly solo negaba con la cabeza mientras susurraba.
—Estos niños.
Percy desaprobaba tajantemente este comportamiento.
—No es asunto de risa —decía con frialdad.
—La verdad es que no —dijo Hermione.
Los gemelos la miraron fingiéndose ofendidos.
—Quítate del camino, Percy —decía Fred—. Harry tiene prisa.
—Sí, va a la Cámara de los Secretos a tomar el té con su colmilludo sirviente —decía George, riéndose.
Por lo menos en lo colmilludo no se equivocaba, pensaba Harry.
Ginny tampoco lo encontraba divertido.
La pelirroja tembló ligeramente y Harry la abrazo pegándola más a él. Este hecho no paso por desapercibo por Molly, quien miraba a su única hija con interrogación.
—¿No crees que Ginny está un poco pálida? —le preguntó en un susurró a Arthur.
Arthur miró a su hija.
—Sí, yo también la noto un poco pálida —confirmó Arthur.
Espero que no sea nada grave, pensaba Molly.
—¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred preguntaba a Harry a quién planeaba atacar a continuación, o cuando, al encontrarse con Harry, George hacía como que se protegía de Harry con un gran diente de ajo.
Los merodeadores no pudieron evitar reír y a esa risa se le unieron los gemelos Prewett.
Cuando cesaron las risas Seamus siguió leyendo.
A Harry no le importaba; incluso le aliviaba que Fred y George pensaran que la idea del heredero de Slytherin era para tomársela a guasa. Pero sus payasadas parecían enervar a Draco Malfoy, que se amargaba más cada vez que los veía con aquel pitorreo.
—Esa era una de las cosas que nos hacía pensar que tú eras el heredo —dijo Ron al rubio.
Draco solo rodó los ojos.
—Eso es porque está rabiando de ganas de decir que es él —dijo Ron sentenciosamente—. Ya sabéis cómo aborrece que se le gane en cualquier cosa, y tú te estás llevando toda la gloria de su sucio trabajo.
—¡Eso no es cierto! ¡Es falso! —se defendió Draco.
—Lo sé —dijo Ron.
—No durante mucho tiempo —dijo Hermione en tono satisfecho—. La poción multijugos ya está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre él.
Los Slytherin miraban con aprensión al trío.
—Sigo pensando que no es justo —dijo Blaise.
—Es un atropello —agregó Pansy.
Mientras McGonagall miraba con admiración a Hermione, puesto que la sorprendía gratamente que una niña de doce años lograse hacer una poción que se le hace complicada incluso a los magos adultos.

Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó un silencio tan vasto como la nieve en los campos. Más que lúgubre, a Harry le pareció tranquilizador, y se alegró de que él, Hermione y los Weasley pudieran gobernar la torre de Gryffindor (Pero si siempre lo hacían. Cuando ustedes tres se sentaban a platicar frente a la chimenea, nadie se podía acercar, contó Neville. Los demás Gryffindor asintieron y murmuraban un: «si es cierto»), lo que quería decir que podían jugar al snap explosivo dando voces y sin molestar a nadie, o podían batirse en privado. Fred, George y Ginny habían preferido quedarse en el colegio a ir a visitar a Bill a Egipto con sus padres (Muchas gracias, hermanos, ironizó Bill. A lo que Ron se justificó que él se quedaba por la poción, mientras que los gemelos dijeron que como ellos eran los más geniales y guapos no podían privar al colegio al no tenerlos. La única que no se justifico fue Ginny). Percy, que desaprobaba lo que llamaba su infantil comportamiento, no pasaba mucho tiempo en la sala común de Gryffindor (¿Así que solo no parabas en la sala común por nuestro infantil comportamiento, Percy?, preguntaron los gemelos, con un toque de burla y sarcasmo. Percy se sonrojó). Ya les había dicho en tono presuntuoso que se quedaba en Navidad porque era el deber de un prefecto ayudar a los profesores durante los períodos difíciles.
—En eso tenía razón —dijeron Hermione, Lily y Molly. Mientras que James y Sirius rodaban los ojos.
Amaneció el día de Navidad, frío y blanco. Hermione despertó temprano a Harry y Ron, los únicos que quedaban en aquel dormitorio. Iba ya vestida y llevaba regalos para ambos.
Lily y Molly sonrieron con agradecimiento a la castaña.
—¡Despertad! —dijo en voz alta, abriendo las cortinas de la ventana.
—Hermione…, sabes que no puedes entrar aquí —dijo Ron, protegiéndose los ojos de la luz.
—Y eso es lo más injusto —comentó Sirius.
—¿Qué es lo injusto, Sirius? —preguntó Frank.
—Pues que las chicas si puedan entrar a las habitaciones de los chicos y los chicos no puedan entrar en las habitaciones de las chicas, porque apenas ponemos un pie en la escalera, esta se convierte en tobogán —respondió.
James y Remus rieron, mientras que Lily y Hermione negaban con la cabeza.
—Feliz Navidad a ti también —le dijo Hermione, arrojándole su regalo—. Me he levantado hace casi una hora, para añadir más crisopos a la poción. Ya está lista.
Los merodeadores la miraban con satisfacción y orgullo. Pero definitivamente el que se sentía más orgulloso de eso era Remus.
—Así que lo logró —dijo Snape incrédulo, porque muy en el fondo creía que no lo lograría.
—Estamos jodidos —murmuró Zabini.
Harry se sentó en la cama, despertando por completo de repente.
—¿Estás segura?
—¿Cómo si hubiera habido una vez que no lo esté? —dijo Ron.
—Del todo —dijo Hermione, apartando a la rata Scabbers (Harry, Hermione y los Weasley hicieron un gesto de molestia ante la mención de la rata traidora) para poder sentarse a los pies de la cama—. Si nos decidimos a hacerlo, creo que tendría que ser esta noche.
A los Slytherin no les gustaba nada esa idea.
En aquel momento, Hedwig aterrizó en el dormitorio, llevando en el pico un paquete muy pequeño.
—Hola —dijo contento Harry, cuando la lechuza se posó en su cama—, ¿me hablas de nuevo?
Harry sonrió con melancolía al recordar a su lechuza.
La lechuza le picó en la oreja de manera afectuosa, gesto que resultó ser mucho mejor regalo que el que le llevaba, que era de los Dursley. Éstos le enviaban un mondadientes y una nota en la que le pedían que averiguara si podría quedarse en Hogwarts también durante las vacaciones de verano.
—¡Ay, Petunia! ¿Por qué esto no me sorprende? —dijo Lily con indignación.
—En ese momento no me hubiera molestado. Tal vez hubiera pasado mucho mejor las vacaciones en compañía de Hagrid —dijo Harry, haciendo que el semi-gigante sonriera emocionado.
El resto de los regalos de Navidad de Harry fueron bastante más generosos. Hagrid le enviaba un bote grande de caramelos de café con leche que Harry decidió ablandar al fuego antes de comérselos (Estaban deliciosos, mintió Harry al ver a un avergonzado Hagrid); Ron le regaló un libro titulado Volando con los Cannons, que trataba de hechos interesantes de su equipo favorito de quidditch (¡Ay, hermanito! El regalo era para Harry no para ti, dijo Charlie haciendo que Ron se sonrojara); y Hermione le había comprado una lujosa pluma de águila para escribir. Harry abrió el último regalo y encontró un jersey nuevo, tejido a mano por la señora Weasley, y un plumcake (Nunca terminaré de agradecerte todo lo que tu yo del futuro hizo por mi hijo, Molly, dijo Lily enternecida). Cogió la tarjeta con un renovado sentimiento de culpa, acordándose del coche del señor Weasley, que no habían vuelto a ver desde la colisión con el sauce boxeador, y de la cantidad de infracciones que habían planeado para el futuro inmediato.
—No deberías preocuparte, Harry, mamá nunca se enoja contigo —dijeron los gemelos Weasley.

Nadie podía dejar de asistir a la comida de Navidad en Hogwarts, aunque estuviera atemorizado por tener que tomar luego la poción multijugos.
A los Slytherin presentes cada vez les agradaba menos esta “violación a la privacidad” como lo había nombrado Zabini.
El Gran Comedor relucía por todas partes. No sólo había una docena de árboles de Navidad cubiertos de escarcha, y gruesas serpentinas de acebo y muérdago que se entrecruzaban en el techo, sino que de lo alto caía nieve mágica, cálida y seca. Cantaron villancicos, y Dumbledore los dirigió en algunos de sus favoritos (Eso típico de Dumbledore, dijeron los gemelos Prewett). Hagrid gritaba más fuerte a cada copa de ponche que tomaba (El aludido se sonrojó, y se prometió cuidar su forma de beber delante de sus alumnos). Percy, que no se había dado cuenta de que Fred le había encantado su insignia de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de Chorlito», no paraba de preguntar a todos de qué se reían (Con que era eso. sí, muy gracioso, Fred, en verdad muy gracioso, dijo Percy con sarcasmo y un poco de enojo. Ante todo esto los gemelos Weasley no pudieron evitar reír, seguidos de sus tíos y los merodeadores, bueno solo reían James y Sirius, pensando en una pequeña broma para su amigo prefecto). Harry ni siquiera se preocupaba por los insidiosos comentarios que desde la mesa de Slytherin hacía Draco Malfoy, en voz alta, sobre su nuevo jersey. Con un poco de suerte, Malfoy recibiría su merecido unas horas después.
Draco rodó los ojos. Y aunque se sentía enojado por lo que iban hacer o por lo que habían hecho trío, a la vez también se sentía tranquilo porque ahora todos se enterarían que él no era el heredo de Slytherin.
Harry y Ron apenas habían terminado su tercer trozo de tarta de Navidad, cuando Hermione les hizo salir del salón con ella para ultimar los planes para la noche.
Hermione frunció ligeramente el ceño al recordar lo que le había pasado al tomar la poción.
Remus se percató de este hecho, y por más que quería preguntarle porque se ponía así, decidió esperar pacientemente a que la lectura continuara.
—Aún nos falta conseguir algo de las personas en que os vais a convertir —dijo Hermione sin darle importancia, como si los enviara al supermercado a comprar detergente—. Y, desde luego, lo mejor será que podáis conseguir algo de Crabbe y de Goyle; como son los mejores amigos de Malfoy (No son mis mejores amigos, murmuró Draco), él les contaría cualquier cosa. Y también tenemos que asegurarnos de que los verdaderos Crabbe y Goyle no aparecen mientras lo interrogamos.
—Podrías deshacerte de ese par con tan solo decirles donde podrían encontrar comida —comentó Pansy.
»Lo tengo todo solucionado —siguió ella tranquilamente y sin hacer caso de las caras atónitas de Harry y Ron. Les enseñó dos pasteles redondos de chocolate—. Los he rellenado con una simple pócima para dormir (Brillante, dijeron los merodeadores y Hermione se sonrojó al sentir la mirada miel de Remus sobre ella). Todo lo que tenéis que hacer es aseguraros de que Crabbe y Goyle los encuentran. Ya sabéis lo glotones que son; seguro que se los tragan (Igual de idiotas que el Crabbe y Goyle de mi generación, pensaba con amargura Lucius). Cuando estén dormidos, los esconderemos en uno de los armarios de la limpieza y les arrancaremos unos pelos.
Todos miraban sorprendidos a la castaña —claro menos Harry, Ron, Ginny y los otros hermanos Weasley— no solo se había atrevido a robarle a Snape, hacer la poción multijugos clandestinamente, sino que también sabía qué hacer con las otras dos serpientes.
—Un plan soberbio y notable —alabó Moody.
Harry y Ron se miraron incrédulos.
—Hermione, no creo…
—Podría salir muy mal…
Pero Hermione los miró con expresión severa, como la que habían visto a veces adoptar a la profesora McGonagall.
Y eso fue escalofriante, pensaban Harry y Ron.
—La poción no nos servirá de nada si no tenemos unos pelos de Crabbe y Goyle —dijo con severidad—. Queréis interrogar a Malfoy, ¿no?
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Harry—. Pero ¿y tú? ¿A quién se lo vas a arrancar tú?
—Sí, ¿en quién te convertirías, castaña? —preguntó Sirius, pero Hermione no respondió.
—¡Yo ya tengo el mío! —dijo Hermione alegre, sacando una botellita diminuta de un bolsillo y enseñándoles un único pelo que había dentro de ella—. ¿Os acordáis de que me batí con Millicent Bulstrode en el club de duelo? ¡Al estrangularme se dejó esto en mi túnica! Y se ha ido a su casa a pasar las Navidades. Así que lo único que tengo que decirles a los de Slytherin es que he decidido volver.
—Te hiciste pasar por esa chica tan poco agraciada —dijo Sirius sorprendido.
—Señor Black —lo regañó McGonagall.
—No me convertí exactamente en Bulstrode —dijo Hermione—, solo espero que no se rían mucho —murmuró la chica sonrojándose.
—¿Por qué nos burlaríamos? —le preguntó Remus también en susurros, puesto que él si la había escuchado.
Hermione no quería responder a esa pregunta, pero tratándose de su futuro esposo lo hizo.
—Pues digamos que me equivoque al coger el pelo de Bulstrode y por eso mi poción no resulto —le respondió también en susurros.
Remus asintió.
—Pero ¿no te fue tan mal? ¿o sí? —preguntó.
—Depende del punto de vista que se vea —dijo Hermione.
Al marcharse Hermione corriendo para ver cómo iba la poción multijugos, Ron se volvió hacia Harry con una expresión fatídica.
—¿Habías oído alguna vez un plan en el que pudieran salir mal tantas cosas?
—¡Ronald! —le reprochó Hermione.
—Lo lamento, pero es que estaba nervioso —se justificó el pelirrojo.

Pero, para sorpresa de Harry y de Ron, la primera fase de la operación resultó tan sencilla como Hermione había supuesto (Era de esperarse, es que esos dos eran unos tontos, dijeron los gemelos Weasley). Se escondieron en el vacío vestíbulo después de la merienda de Navidad, esperando a Crabbe y a Goyle, que se habían quedado solos en la mesa de Slytherin, acometiendo cuatro porciones de bizcocho (Pansy suspiró con resignación, porque por esos dos par de idiotas el trío lograría entrar a su sala común). Harry había dejado los pasteles de chocolate en el extremo del pasamanos. Al ver a Crabbe y Goyle salir del Gran Comedor, Harry y Ron se ocultaron rápidamente detrás de una armadura, junto a la puerta principal.
—¿Cuánto puede llegar uno a engordar? —susurró Ron entusiasmado al ver que Crabbe, lleno de alegría, señalaba a Goyle los pasteles y los cogía. Sonriendo de forma estúpida, se metieron los pasteles enteros en la boca. Los masticaron glotonamente durante un momento, poniendo cara de triunfo (¿Triunfo? Cayeron en la trampa. Que imbéciles. Por su culpa esos tres lograron entrar a nuestra sala común, refunfuñaba Zabini). Luego, sin el más leve cambio en la expresión, se desplomaron de espaldas en el suelo.
—¿Y no rajaron el suelo, cuando cayeron? —preguntó Sirius.
Harry y Ron rieron, y luego negaron con la cabeza.
Lo más difícil fue arrastrarlos hasta el armario, al otro lado del vestíbulo (Podrían haber usado un hechizo de levitación, dijo Hermione). En cuanto los tuvieron bien escondidos entre las fregonas y los calderos, Harry arrancó un par de pelos como cerdas, de los que Goyle tenía bien avanzada la frente, y Ron arrancó a Crabbe también algunos (Me imagino que esa poción debió haber sabido deliciosa, ironizó James). Les cogieron asimismo los zapatos, porque los suyos eran demasiado pequeños para el tamaño de los pies de Crabbe y Goyle. Luego, todavía aturdidos por lo que acababan de hacer, corrieron hasta los aseos de Myrtle la Llorona.
—Por fin, ahora si vendrá lo bueno —dijeron los gemelos Prewett.
Apenas podían ver nada a través del espeso humo negro que salía del retrete en que Hermione estaba removiendo el caldero. Subiéndose las túnicas para taparse la cara, Harry y Ron llamaron suavemente a la puerta.
—¿Hermione?
Se oyó el chirrido del cerrojo y salió Hermione, con la cara sudorosa y una mirada inquieta. Tras ella se oía el gluglu de la poción que hervía, espesa como melaza. Sobre la taza del retrete había tres vasos de cristal ya preparados.
A medida que avanzaban en la lectura, Sirius miraba con más interés a los Slytherin, sobre todo a Draco, puesto que quería ver más humillados a las serpientes.
Harry sacó el pelo de Goyle.
Harry hizo una mueca al recordar el sabor de la poción.
—Bien. Y yo he cogido estas túnicas de la lavandería —dijo Hermione, enseñándoles una pequeña bolsa—. Necesitaréis tallas mayores cuando os hayáis convertido en Crabbe y Goyle.
—¿Es que nada se te pasa? —cuestionó Frank a Hermione.
Sí, verificar que el pelo que le eche a la poción haya sido en verdad de Bulstrode, le hubiera querido contestar. Pero solo pudo encogerse de hombros.
Los tres miraron el caldero. Vista de cerca, la poción parecía barro espeso y oscuro que borboteaba lentamente.
—Eso quiere decir que la poción quedo perfecta —dijo Moody.
—Estoy segura de que lo he hecho todo bien —dijo Hermione, releyendo nerviosamente la manchada página de Moste Potente Potions—. Parece que es tal como dice el libro… En cuanto la hayamos bebido, dispondremos de una hora antes de volver a convertirnos en nosotros mismos.
—Solo una hora —dijo Alice.
—Eso es muy poco tiempo —comentó Susan Bones.
Los Slytherin suspiraron con tranquilidad porque suponían que con tan poco tiempo no lograrían ni siquiera descubrir la contraseña de su sala común.
—¿Qué se hace ahora? —murmuró Ron.
—La separamos en los tres vasos y echamos los pelos. Hermione sirvió en cada vaso una cantidad considerable de poción. Luego, con mano temblorosa, trasladó el pelo de Millicent Bulstrode de la botella al primero de los vasos.
Harry y Ron sonrieron levemente al recordar que ese pelo no era de Bulstrode, pero ambos borraron su sonrisa cuando descubrieron que Hermione los miraba con el ceño fruncido.
La poción emitió un potente silbido, como el de una olla a presión, y empezó a salir muchísima espuma. Al cabo de un segundo, se había vuelto de un amarillo asqueroso.
—Qué asco —dijo Angelina.
—¿Y qué querías? Contiene el pelo de una Slytherin —contestó Sirius de manera obvia.
—Bueno, no exactamente… —murmuró Hermione.
—Aggg…, esencia de Millicent Bulstrode —dijo Ron, mirándolo con aversión—. Apuesto a que tiene un sabor repugnante.
—No creo que nadie ponga en duda eso —comentó Dean.
—Echad los vuestros, venga —les dijo Hermione.
Harry metió el pelo de Goyle en el vaso del medio, y Ron, el pelo de Crabbe en el último. Una y otra poción silbaron y echaron espuma, la de Goyle se volvió del color caqui de los mocos, y la de Crabbe, de un marrón oscuro y turbio.
—Esa descripción sí que me causo nauseas —dijo Hermione con una expresión de asco en rostro, y no solo por la descripción sino porque recordó el momento en que estaban a punto de beber la poción.
—¿Te sientes mal? —preguntó Lupin con preocupación a la castaña.
Esta respiró profundo varias veces.
—No te preocupes, ya se me están pasando —le respondió, sonriéndole quedamente.
—Esperad —dijo Harry, cuando Ron y Hermione cogieron sus vasos—. Será mejor que no los bebamos aquí juntos los tres: al convertirnos en Crabbe y Goyle ya no estaremos delgados. Y Millicent Bulstrode tampoco es una sílfide.
—Harry eso fue grosero —lo reprendió Lily.
—Pero era verdad, señora Potter —dijo Ron apoyando a su amigo.
—Bien pensado —dijo Ron, abriendo la puerta—. Vayamos a retretes separados.
Con mucho cuidado para no derramar una gota de poción multijugos, Harry pasó al del medio.
—¿Listos? —preguntó.
—Listos —le contestaron las voces de Ron y Hermione.
—A la una, a las dos, a las tres…
Tapándose la nariz, Harry se bebió la poción en dos grandes tragos. Sabía a col muy cocida.
—No es un sabor muy agradable, pero hay peores —dijo Moody.
—Completamente de acuerdo —susurró Hermione.
Inmediatamente, se le empezaron a retorcer las tripas como si acabara de tragarse serpientes vivas. Se encogió y temió ponerse malo (Esa es la primera reacción, murmuró Moody). Luego, un ardor surgido del estómago se le extendió rápidamente hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Jadeando, se puso a cuatro patas y tuvo la horrible sensación de estarse derritiendo al notar que la piel de todo el cuerpo le quemaba como cera caliente, y antes de que los ojos y las manos le empezaran a crecer, los dedos se le hincharon, las uñas se le ensancharon y los nudillos se le abultaron como tuercas. Los hombros se le separaron dolorosamente, y un picor en la frente le indicó que el pelo se le caía sobre las cejas. Se le rasgó la túnica al ensanchársele el pecho como un barril que reventara los cinchos. Los pies le dolían dentro de unos zapatos cuatro números menos de su medida…
—Eso debió haber sido muy doloroso —comentó Hannah.
—No lo es tanto —dijo Fleur, llamando la atención de Sirius al escuchar su acento francés.
Remus le dio un golpe en las costillas a Sirius para que dejara de mirar a la rubia.
—¿Por qué hiciste eso, Lunático? —se quejó el animago.
—Para que dejaras de mirar a Fleur, a ningún hombre le gusta que se queden mirando a su esposa con esa cara de tonto que pusiste.
Sirius hizo una mueca, pero decidió hacerle caso a su amigo.
Todo concluyó tan repentinamente como había comenzado. Harry se encontró tendido boca abajo, sobre el frío suelo de piedra, oyendo a Myrtle sollozar de tristeza al fondo de los aseos (Que novedad, murmuraron algunos). Con dificultad, se desprendió de los zapatos y se puso de pie. O sea que así se sentía uno siendo Goyle. Con una gran mano temblorosa se desprendió de su antigua túnica, que le quedaba a un palmo de los tobillos, se puso la otra y se abrochó los zapatos de Goyle, que eran como barcas. Se llevó una mano a la frente para retirarse el pelo de los ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como cerdas, que le nacían en la misma frente (¡Qué horror! Con lo tan guapo y bien parecido que es Harry, así como su padre, para luego transformarse en esa cosa, se quejó James, mientras Harry reía y Lily negaba con la cabeza). Entonces comprendió que las gafas le nublaban la vista, porque obviamente Goyle no las necesitaba. Se las quitó y preguntó:
—¿Estáis bien? —de su boca surgió la voz baja y áspera de Goyle.
—Me hubiera gustado verlo, para comprobar si en verdad eras con Goyle —comentó Parvati.
—Sí —contestó, proveniente de su derecha, el gruñido de Crabbe.
—Eso fue muy perturbador —recordó Ron.
Harry abrió su puerta y se acercó al espejo quebrado. Goyle le devolvió la mirada con ojos apagados y hundidos en las cuencas. Harry se rascó una oreja, tal como hacía Goyle.
—Eso debió haber sido extraño —dijo Frank.
Se abrió la puerta de Ron. Se miraron. Salvo por estar pálido y asustado, Ron era idéntico a Crabbe en todo, desde el pelo cortado con tazón hasta los largos brazos de gorila.
—Sí, debió haber sido muy perturbador —dijeron Sirius y James.
—Y la castaña porque no ha salido —dijo Sirius luego de unos segundos.
Todos miraron a la chica.
Hermione se sonrojó y Harry y Ron volvieron a sonreír.
—Es increíble —dijo Ron, acercándose al espejo y pinchando con el dedo la nariz chata de Crabbe—. Increíble.
—Bueno, yo no describiría como increíble el hecho de transformarte en Crabbe, hermanito —dijeron los gemelos Weasley.
—Mejor que nos vayamos —dijo Harry, aflojándose el reloj que oprimía la gruesa muñeca de Goyle—. Aún tenemos que averiguar dónde se encuentra la sala común de Slytherin. Espero que demos con alguien a quien podamos seguir hasta allí.
—Que tontos, eso debieron averiguarlo antes —dijo Lucius con tono de suficiencia.
Pero nadie tomo en cuenta su comentario y volvieron a prestar atención a la lectura.
Ron dijo, contemplando a Harry:
—No sabes lo raro que se me hace ver a Goyle pensando.
—Opino lo mismo —dijo Zabini.
Golpeó en la puerta de Hermione.
—Vamos, tenemos que irnos…
Una voz aguda le contestó:
—Me… me temo que no voy a poder ir. Id vosotros sin mí.
—¡¿Qué?! —fue la exclamación general.
—Hubiera esperado todo, menos eso —dijo Sirius mirando a la castaña con interrogación.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Arthur.
—No quieren saberlo —respondió la chica tan roja como el cabello de los Weasley.
—Sigue leyendo, Seamus —dijo Ron para evitar las preguntas futuras, pero tenía en su rostro una sonrisita.
—Hermione, ya sabemos que Millicent Bulstrode es fea, nadie va a saber que eres tú.
—Que consuelo —ironizaron los gemelos Prewett.
—No, de verdad… no puedo ir. Daos prisa vosotros, no perdáis tiempo.
Harry miró a Ron, desconcertado.
—Pareces Goyle —dijo Ron—. Siempre pone esta cara cuando un profesor pregunta.
—Vaya manera de romper la tensión, Ronnie —rieron los gemelos Weasley.
—Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry a través de la puerta.
—Sí, estoy bien… Marchaos.
—¿Sucedió algo malo? —preguntó Lily.
—Algo así —susurró una sonrojada Hermione.
Harry miró el reloj. Ya habían transcurrido cinco de sus preciosos sesenta minutos.
—Deberían marcharse ya —dijo Ted.
—Espera aquí hasta que volvamos, ¿vale? —dijo él.
Harry y Ron abrieron con cuidado la puerta de los lavabos, comprobaron que no había nadie a la vista y salieron.
—No muevas así los brazos —susurró Harry a Ron.
—¿Eh?
—Crabbe los mantiene rígidos…
—¿Así?
—Sí, mucho mejor.
—Bien, uno no solo debe tomar la poción multijugos para cambiar también hay que recordar los gestos de las personas en que nos transformamos, porque si no nos descubrirían fácilmente —dijo Moody.
Bajaron por la escalera de mármol. Lo que necesitaban en aquel momento era a alguien de Slytherin a quien pudieran seguir hasta la sala común, pero no había nadie por allí.
—¿Tienes alguna idea? —susurró Harry.
—Las mazmorras —contestaron los merodeadores al instante.
—Cuando los de Slytherin bajan a desayunar, creo que vienen de por allí —dijo Ron, señalando con un gesto de la cabeza la entrada de las mazmorras. Apenas lo había terminado de decir, cuando una chica de pelo largo rizado salió de la entrada.
Percy se sonrojo porque sabía perfectamente de quien se trataba.
—Perdona —le dijo Ron, yendo deprisa hacia ella—, se nos ha olvidado por dónde se va a nuestra sala común.
—Ahora si te pareces a Crabbe, hermanito —dijo Fred.
—Sí, igual de tonto —dijo George.
—Me parece que no os entiendo —dijo la chica muy tiesa—. ¿Nuestra sala común? Yo soy de Ravenclaw.
—¿Ravenclaw? Percy ¿conoces a una chica rubia y de cabellos rizados que pertenezca a esa casa? —preguntó burlonamente George, mientras su gemelo reía.
Percy miró con el ceño fruncido a su hermano.
—Porque no lo publicas en El Profeta, sabes bien que era Penélope —dijo con enojo Percy y sonrojado.
—¿Quién es Penélope? —preguntó Molly.
—Es la ex novia de Percy —contestó Fred.
—Vaya, tenías novia —preguntaron con sorpresa los Prewett.
A lo que Percy no contesto, pero se sonrojo mucho más.
Y se alejó, volviendo recelosa la vista hacia ellos.
Harry y Ron bajaron corriendo los escalones de piedra y se internaron en la oscuridad. Sus pasos resonaban muy fuerte cuando los grandes pies de Crabbe y Goyle golpeaban contra el suelo, pero temían que la cosa no resultara tan fácil como se habían imaginado.
—¿Alguna vez algo les resulto fácil? —preguntó Alice.
—Eh… no realmente —contestaron Harry y Ron al unisonó.
Los laberínticos corredores estaban desiertos. Fueron bajando más y más pisos, mirando constantemente sus relojes para comprobar el tiempo que les quedaba. Después de un cuarto de hora, cuando ya estaban empezando a desesperarse, oyeron un ruido delante.
—Fue la primera vez en la vida en que quise encontrar a una serpiente —comentó Ron a Harry.
—¡Eh! —exclamó Ron, emocionado—. ¡Uno de ellos!
—No era exactamente uno de ellos —dijo Harry.
La figura salía de una sala lateral. Sin embargo, después de acercarse a toda prisa, se les cayó el alma a los pies: no se trataba de nadie de Slytherin, era Percy.
Percy volvió a sonrojarse.
—¿Qué hacía tú caminando por ahí? —le preguntó Fabian.
—Y no vayas a decirnos que hacías tus rondas de prefecto —dijo Gideon antes de que Percy usara esa excusa.
Ambos hermanos se miraron y sonrieron.
—No nos digas que tenías una cita con esa chica de Ravenclaw —dijeron ambos con cierta burla.
Los gemelos Weasley rieron, pero callaron cuando su madre los miró furiosamente.
Y Percy nuevamente no respondió.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, con sorpresa. Percy lo miró ofendido.
—Eso —contestó fríamente— no es asunto de tu incumbencia. Tú eres Crabbe, ¿no?
—No del todo —dijo Ron.
—Eh… sí —respondió Ron.
—Bueno, id a vuestros dormitorios —dijo Percy con severidad—. En estos días no es muy prudente merodear por los corredores.
—Pues tú lo haces —señaló Ron.
—Ese es un buen punto —dijo Bill.
—Yo —dijo Percy, dándose importancia— soy un prefecto. Nadie va a atacarme.
—Bueno, en retrospectiva era un poco arrogante —dijo Percy.
—¿Un poco? —dijeron sus seis hermanos a coro.
—Está bien, era muy arrogante —reconoció.
—Eso está mejor —dijeron sus hermanos.
Repentinamente, resonó una voz detrás de Harry y Ron. Draco Malfoy caminaba hacia ellos, y por primera vez en su vida, a Harry le encantó verlo.
—Claro, mi presencia es encantadora —dijo Draco con arrogancia tratando de evitar los comentarios de sus compañeros de casa.
—Pero por tu culpa Potter y Weasley de seguro que entraron a nuestra sala común —le reclamó Zabini.
—Tú hubieras hecho lo mismo Blaise —contraatacó el rubio—, si delante de ti vieras a los glotones de Goyle y Crabbe.
Ningún Slytherin dijo nada más porque estaban seguros de que ellos también lo hubieran hecho.
—Estáis ahí —dijo él, mirándolos—. ¿Os habéis pasado todo el tiempo en el Gran Comedor, poniéndoos como cerdos? Os estaba buscando, quería enseñaros algo realmente divertido.
Malfoy echó una mirada fulminante a Percy.
—¿Y qué haces tú aquí, Weasley? —le preguntó con aire despectivo.
Percy se ofendió aún más.
—Si tenía derecho a ofenderme —afirmó Percy—, yo era prefecto y como tal merecía ser respetado.
—¡Tendrías que mostrar un poco más de respeto a un prefecto! —dijo—. ¡No me gusta ese tono!
—A mí tampoco me gusta ese tono, Malfoy —dijo Fred, y Percy lo miró con sorpresa a su hermano.
—Sí, porque los únicos que podemos meternos con Percy somos Gred y yo —dijo George.
—Tenía que habérmelo imaginado —susurró Percy.
Malfoy lo miró despectivamente e indicó a Harry y a Ron que lo siguieran. A Harry casi se le escapa disculparse ante Percy, pero se dio cuenta justo a tiempo (Eso lo hubiera arruinado todo, comentó Charlie). Él y Ron salieron a toda prisa detrás de Malfoy, que les decía, mientras tomaban el siguiente corredor:
—Ese Peter Weasley…
—Percy —le corrigió automáticamente Ron.
—Cometiste un error, Ron —dijo Hermione—, dudo mucho que Crabbe corrigiera muy a menudo a Malfoy.
Como no me di cuenta de ese error, pensaba Draco.
—Como sea —dijo Malfoy—. He notado que últimamente entra y sale mucho por aquí, a hurtadillas. Y apuesto a que sé qué es lo que pasa. Cree que va a pillar al heredero de Slytherin él solito.
—No era eso. Todos los prefectos recorríamos todos los pasillos porque nadie confiaba en los prefectos de Slytherin —dijo Percy.
Lanzó una risotada breve y burlona. Harry y Ron se cambiaron miradas de emoción.
Malfoy se detuvo ante un trecho de muro descubierto y lleno de humedad.
—¿Cuál es la nueva contraseña? —preguntó a Harry.
—Eh… —dijo éste.
—¡Ah, ya! «¡Sangre limpia!»  (¿Es en serio?, preguntó Alice. A lo que Daphne respondió: “Nosotros no elegimos la contraseña”) —dijo Malfoy, sin escuchar, y se abrió una puerta de piedra disimulada en la pared. Malfoy la cruzó y Harry y Ron lo siguieron.
La sala común de Slytherin era una sala larga, semisubterránea, con los muros y el techo de piedra basta. Varias lámparas de color verdoso colgaban del techo mediante cadenas. Enfrente de ellos, debajo de la repisa labrada de la chimenea, crepitaba la hoguera, y contra ella se recortaban las siluetas de algunos miembros de la casa Slytherin, acomodados en sillas de estilo muy recargado.
A los Slytherins no les hacía nada de gracias que los demás sepan su contraseña y la decoración de su sala común.
—Esperad aquí —dijo Malfoy a Harry y Ron, indicándoles un par de sillas vacías separadas del fuego—. Voy a traerlo. Mi padre me lo acaba de enviar.
—¿Qué era lo que le envió? —preguntó Lee.
—De seguro nada bueno —respondió Sirius.
Preguntándose qué era lo que Malfoy iba a enseñarles, Harry y Ron se sentaron, intentando aparentar que se encontraban en su casa.
Malfoy volvió al cabo de un minuto, con lo que parecía un recorte de periódico. Se lo puso a Ron debajo de la nariz.
—Te vas a reír con esto —dijo.
—Pues no, no me causa nada de gracia —dijo Ron.
Harry vio que Ron abría los ojos, asustado. Leyó deprisa el recorte, rió muy forzadamente y pasó el papel a Harry.
Era de El Profeta, y decía:

INVESTIGACIÓN EN EL MINISTERIO DE MAGIA

Arthur Weasley (El aludido se sorprendió), director del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un automóvil muggle.
—Yo le devolveré de esos galeones, señor Weasley —prometió Harry.
—No te preocupes por eso Harry —dijo Arthur.
—Pero fue mi culpa —insistió Harry.
—Nuestra culpa —corrigió Ron—, yo te acompañaba.
Seamus continuó leyendo cuando todos se quedaron callados.
El señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio Hogwarts de Magia, en donde el citado coche embrujado se estrelló a comienzos del presente curso, ha pedido hoy la dimisión del señor Weasley.
—Eso es lo que siempre quisiste, ¿verdad? —gruñó Charlie, pero Malfoy lo ignoro olímpicamente.
«Weasley ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el señor Malfoy a nuestro enviado. «Es evidente que no es la persona adecuada para redactar nuestras leyes, y su ridícula Ley de defensa de los muggles debería ser retirada inmediatamente.»
Lucius Malfoy sonrió ante la declaración de su yo del futuro.
—¿Ridícula? —repitió Lily con indignación—, yo soy hija de muggles, mis familiares y algunos amigos son muggles.
—Malfoy quería que retiraran la ley para poder seguir torturando muggles sin que nadie se dé cuenta —dijo Bill.
El señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su esposa amenazó a los periodistas diciéndoles que si no se marchaban, les arrojaría el fantasma de la familia.
Molly se sonrojó.
—Debiste hacerlo, mamá —dijeron los gemelos Weasley.
—Sí, hubiera sido muy divertido —apoyaron los gemelos Prewett.

—¿Y bien? —dijo Malfoy impaciente, cuando Harry le devolvió el recorte—. ¿No os parece divertido?
—Para nada —dijeron los hermanos Weasley a coro.
—Ja, ja —rió Harry lúgubremente.
—Arthur Weasley tiene tanto cariño a los muggles que debería romper su varita mágica e irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera en que se comportan, nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.
—Ser sangre limpia no es de mucha importancia para nosotros —volvieron a hablar los hermanos Weasley.
A Ron (o, más bien, a Crabbe) se le contorsionaba la cara de la rabia.
—¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy bruscamente.
—Me duele el estómago —gruñó Ron.
—Y sí que me dolía, pero de coraje —dijo Ron.
—Bueno, pues id a la enfermería y dadles a todos esos sangre sucia una patada de mi parte —dijo Malfoy, riéndose (Pido disculpas por ese comentario de mal gusto, dijo Draco antes de que empiecen a atacarlo. A Lucius casi le da un infarto al escuchar a su único hijo disculparse con los sangre sucia, y por más que le reclamo, Draco solo le dijo: “Padre no te metas en esto”. Todos los del pasado miraban con sorpresa a Draco y Ted comento: “Este Malfoy es completamente distinto al del libro”, y el trío asintió)—. ¿Sabéis qué? Me sorprende que El Profeta aún no haya dicho nada de todos esos ataques —continuó diciendo pensativamente—. Supongo que Dumbledore está tapándolo todo (Albus nunca haría algo así, dijo la profesora McGonagall con el ceño fruncido). Si no para la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi padre dice siempre que la dirección de Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido nunca a este colegio (El profesor Dumbledore es el mejor director que ha tenido Hogwarts, dijeron los del pasado y los del futuro. Dumbledore sonrió con agradecimiento, pero Lucius solo murmuró: “¿El mejor director? Es solo un viejo chiflado”). Le gustan los que vienen de familia muggle. Un director decente no habría admitido nunca una basura como el Creevey ése.
La tristeza se apodero de los chicos del futuro recordando al chico que le gustaba tomar fotografías —y el más apenado era el trío—. Los del pasado se preguntaron porque se ponían de ese modo cuando mencionaban chico.
—Pero si admitieron a Crabbe y a Goyle que eran unos idiotas —dijo Dean—, entonces no veo la razón por la que no admitieran a Colin.
Los del pasado no pasaron desapercibido la palabra admitieran, puesto que Dean hablo en tiempo pasado.
Malfoy empezó a sacar fotos con una cámara imaginaria, imitando a Colin, cruel, pero acertadamente.
—Potter, ¿puedo sacarte una foto, Potter? ¿Me concedes un autógrafo? ¿Puedo lamerte los zapatos, Potter, por favor?
Draco se sintió apenado por haberse burlado del chico.
Tal vez en ese momento me molesta más que sea un hijo de muggles es que Creevey siempre paraba detrás de Potter como si él fuera el único que importaba en el colegio, reconoció Draco para sus adentros.
Bajó las manos y se quedó mirando a Harry y a Ron.
—¿Qué os pasa a vosotros dos?
Demasiado tarde, Harry y Ron se rieron a la fuerza; sin embargo, Malfoy pareció satisfecho. Quizá Crabbe y Goyle fueran siempre lentos para comprender las gracias.
—Lo eran —confirmó Draco y los demás Slyterin muy a su pesar tuvieron que asentir.
San Potter, el amigo de los sangre sucia —dijo Malfoy lentamente—. Ése es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger (Ni sangre sucia ni presuntuosa, murmuró Remus. No sabía decir cómo o porque, pero le molestaba terriblemente cuando alguien insultaba o hablaban mal de Hermione. ¿Qué me sucede?, se preguntaba). ¡Y se creen que él es el heredero de Slytherin!
Todos prestaron más atención a la lectura pensando que Draco confesaría que él era el heredero de Slytherin.
Harry y Ron estaban con el corazón en un puño; quizás a Malfoy le faltaban unos segundos para decirles que el heredero era él. Pero en aquel momento…
—Me gustaría saber quién es —dijo Malfoy, petulante—. Podría ayudarle.
—¿Qué? —exclamaron todos los del pasado.
—Eso quiere decir que no eras el heredo —dijo Sirius como si le hubieran golpeado en el estómago.
—Les dije que no era yo —afirmó Draco con pose altiva y una sonrisa de suficiencia.
A Ron se le quedó la boca abierta, de manera que la cara de Crabbe parecía aún más idiota de lo usual. Afortunadamente, Malfoy no se dio cuenta, y Harry, pensando rápido, dijo:
—Tienes que tener una idea de quién hay detrás de todo esto.
—Claro, él debería saber algo —dijo Sirius.
—Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo Malfoy bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos (Todos miraron a Lucius en busca de respuesta, pero el rubio solo sonrió con petulancia). Aunque sucedió hace cincuenta años, y por tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que la cosa se mantuvo en secreto y asegura que resultaría sospechoso si yo supiera demasiado. Pero sé algo: la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia (Myrtle, murmuró el trío). Así que supongo que sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez… Espero que sea Granger —dijo con deleite.
—¿Cómo te atreviste a decir eso? —rugió Remus y los otros dos merodeadores lo secundaron.
Hermione miró al rubio con tristeza al saber que le habría gustado que ella muriera en esa época. No eran amigos, pero desde que acabo la guerra ambos se trataban con cordialidad y respeto.
Malditas hormonas de embarazada, se dijo mientras sentía las lágrimas queriendo desbordarse de sus ojos.
—Lo siento, Granger, no lo dije en serio —se disculpó nuevamente el rubio.
—¡Draco! —gruñó Lucius con indignación.
—Ya te lo dije, padre —dijo el rubio con firmeza mirando a Lucius—, no te metas en esto, son mis asuntos.
—¡Eres una vergüenza! —volvió a gruñir Lucius.
—Prefiero ser una vergüenza antes que… —Draco se interrumpió, era mejor callar.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Remus a Hermione, puesto que no había ni una sola palabra.
—Sí —susurró la chica, dando masajes a su vientre—. Gracias por defenderme —le sonrió dulcemente.
Remus también le sonrió, y levantó su mano con la intención de acariciarle la mejilla, pero se detuvo y lentamente fue bajando su mano.
Hermione se dio cuenta de sus intensiones y volvió a sonreírle, pero luego vio que Remus bajaba la mano contrariado, y ella comprendió que lo estaba sintiendo Remus en ese momento lo tenía confundido.
Mientras Remus que no se percato de que Hermione lo miraba, pensaba para sí.
No es correcto lo que iba a hacer, se reprendió, ¿pero qué es lo que me pasa? ¿por qué actuó de esta manera tan rara? Pero es que se ve tan adorable con sus mejillas sonrosadas.
Y el lobo que vivía dentro de él se removió y gruño de insatisfacción. El lobo también quería acariciar a Hermione y le molesto que no lo hiciera.
Remus empalideció y una angustia creció dentro de él.
A Remus nunca le había pasado algo parecido, el lobo nunca se había sentido tan familiarizado con alguna chica, pero con Hermione era distinto.
Tal vez deba alejarme de Hermione, esto no está bien, pensaba Remus.
Seamus siguió leyendo luego de que todos hicieran silencio.
Ron apretaba los grandes puños de Crabbe. Dándose cuenta de que todo se echaría a perder si pegaba a Malfoy, Harry le dirigió una mirada de aviso y dijo:
—¿Sabes si cogieron al que abrió la cámara la última vez?
La mirada de Hagrid se ensombreció.
—Sí… Quienquiera que fuera, lo expulsaron —dijo Malfoy—. Aún debe de estar en Azkaban.
Harry no pudo evitar mirar a su padrino al escuchar Azkaban.
—¿En Azkaban? —preguntó Harry, sin entender.
—Claro, en Azkaban, la prisión mágica, Goyle —dijo Malfoy, mirándole, sin dar crédito a su torpeza—. La verdad es que si fueras más lento irías para atrás.
Se movió nervioso en su silla y dijo:
—Mi padre dice que tengo que mantenerme al margen y dejar que el heredero de Slytherin haga su trabajo. Dice que el colegio tiene que librarse de toda esa infecta sangre sucia, pero que yo no debo mezclarme (Bueno, dejando aparte la infesta de sangre sucia, es un buen consejo de no mezclarte, dijo Narcisa). Naturalmente, él ya tiene bastantes problemas por el momento. ¿Sabéis que el Ministerio de Magia registró nuestra casa la semana pasada? —Harry intentó que la inexpresiva cara de Goyle expresara algo de preocupación (Interesante, realmente interesante, dijo Moody mirando a Lucius)—. Sí… —dijo Malfoy—. Por suerte, no encontraron gran cosa. Mi padre posee algunos objetos de Artes Oscuras muy valiosos. Pero afortunadamente nosotros también tenemos nuestra propia cámara secreta debajo del suelo del salón.
—¡DRACO! —gritó furioso Lucius.
—No sabía que se trataba de Potter y Weasley  —se defendió Draco—. Además después de todo yo mismo entrego todo eso luego de… —Draco volvió a callar aun no era el momento de decir que Voldemort ya no existía.
—De todas formas no debiste decir nada a nadie —siseó el rubio mayor.
Moody miraba a Lucius con una especie de sonrisa.
—Que interesante información —dijo con gozo—. Registraremos su casa luego de que acabemos de leer los libros —prometió Moody.
—¡Ah! —exclamó Ron.
Malfoy lo miró. Harry hizo lo mismo. Ron se puso rojo, incluso el pelo se le volvió un poco rojo (Van a volver a ser ustedes, dijo Ted). También se le alargó la nariz. La hora de que disponían llegaba a su fin, de forma que Ron estaba empezando a convertirse en sí mismo, y a juzgar por la mirada de horror que dirigía a Harry, a éste le estaba sucediendo lo mismo.
—¿Y no te percataste de eso Draco? —preguntó Nott.
—Creía que era los efectos de la luz —contestó el rubio, con las mejillas un poco sonrojadas, porque en verdad no se había dado cuenta de nada.
Se pusieron de pie de un salto.
—Necesito algo para el estómago —gruñó Ron, y sin más preámbulos echaron a correr a lo largo de la sala común de Slytherin, lanzándose contra el muro de piedra y metiéndose por el corredor, y deseando desesperadamente que Malfoy no se hubiera dado cuenta de nada (Y no me di cuenta, murmuró Draco con frustración). Harry podía notarse los pies sueltos dentro de los grandes zapatos de Goyle, y tuvo que levantarse los bajos de la túnica al hacerse más pequeño. Subieron los escalones y llegaron al oscuro vestíbulo de entrada, en que se oían los sordos golpes que llegaban del armario en que habían encerrado a Crabbe y Goyle (James y Sirius no pudieron evitar soltar risitas por los tontos de Goyle y Crabbe). Dejando los zapatos junto a la puerta del armario, subieron corriendo en calcetines hasta los lavabos de Myrtle la Llorona.
—Sí, por fin están a salvo —dijeron Lily y Molly con alivio.
—Y lo único que les faltaba decir… —dijo Sirius mirando sus dos amigos.
—Travesura realizada —dijeron a coro los merodeadores.
—Bueno, no ha sido completamente inútil —dijo Ron, cerrando tras ellos la puerta de los aseos—. Ya sé que todavía no hemos averiguado quién ha cometido las agresiones, pero mañana voy a escribir a mi padre para decirle que miren debajo del salón de Malfoy.
—Esa es una gran idea —felicitó Bill.
Lucius lanzaba miradas lascivas a su hijo, pero este lo ignoraba olímpicamente platicando con Astoria. Cosa que enojaba más al rubio mayor.
Harry se miró la cara en el espejo roto. Volvía a la normalidad. Se puso las gafas mientras Ron llamaba a la puerta del retrete de Hermione.
—Ahora viene lo peor —murmuró Hermione.
—Hermione, sal, tenemos muchas cosas que contarte.
—¡Marchaos! —chilló Hermione.
—No me explico que es lo que paso —preguntaba Charlie.
—Yo sí —dijo Fred sonriendo.
—Hermione pasó muchos días en la enfermería —completo George sonriendo igual que su hermano, y a estas sonrisas se le unieron Harry, Ron y Ginny.
Hermione se sonrojó.
—¿Enfermería? —preguntó Sirius.
—Ya lo entenderán —dijo Ginny.
Harry y Ron se miraron el uno al otro.
—¿Qué pasa? —dijo Ron—. Tienes que estar a punto de volver a la normalidad, nosotros ya…
Pero Myrtle la Llorona salió de repente atravesando la puerta del retrete. Harry nunca la había visto tan contenta.
—Eso es mala señal —dijeron los gemelos Prewett.
—¡Aaaaaaaah, ya la veréis! —dijo—. ¡Es horrible!
—Una hora completa soportando esos comentarios —resopló Hermione.
—¿Qué le sucedió a tu poción, Hermione? —le preguntó Lily.
—Cometí un error —contestó la castaña.
Todos la miraron.
—¿Tú? Hermione cometiendo errores —dijo Parvati.
—No soy perfecta, Parvati —dijo la castaña.
Oyeron descorrerse el cerrojo, y Hermione salió, sollozando, tapándose la cara con la túnica.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, vacilante—. ¿Todavía te queda la nariz de Millicent o algo así?
Seamus leyó las siguientes líneas, miró a Hermione  y no pudo evitar reír.
—¿Qué sucede? —preguntó Terry Boot.
—Oye, Seamus, no te burles —dijo Harry viendo a su mejor amiga roja, pero esta vez no de vergüenza sino de coraje.
Seamus respiró profundo varias veces y continúo con la lectura.
Hermione se descubrió la cara y Ron retrocedió hasta darse en los riñones con un lavabo.
Tenía la cara cubierta de pelo negro. Los ojos se le habían puesto amarillos y unas orejas puntiagudas le sobresalían de la cabeza.
Todos estaban atónitos mirando a Hermione.
Así que por eso no pudo a acompañar a mi hijo y a Ron, pensaba Lily.
Por otro lado Hermione también los miraba esperando a que rieran, pero extrañamente no lo hicieron y Seamus siguió leyendo.
—¡Era un pelo de gato! —maulló—. ¡Mi-Millicent Bulstrode debe de tener un gato! ¡Y la poción no está pensada para transformarse en animal!
Y de pronto Sirius empezó a reír y todos siguieron su ejemplo. Hasta Remus no pudo evitar reír de la chica.
Hermione al escucharlo lo miró con seriedad.
—Lo siento —dijo Remus, pero aun sonreía.
Los demás seguían riendo, y Hermione ya no estaba dispuesta a seguir escuchando sus risas si era a costa de ella.
—¡Ya cállense! —gritó.
—Podemos callarnos, pero por mi parte yo guardare para siempre en mis recuerdos a ti convertida en gato —dijo Sirius y volvió a reír.
—¡Cállate, Sirius! —le ordenó Hermione.
—¿O qué me harás, chica gato? ¿Arañarme? —se burló.
Ahora los demás habían dejado de reír para prestar atención a la discusión de Hermione y el animago.
—¡Cállate ya, chucho pulgoso! —gruñó Hermione.
Sirius la miró ofendido, pero sobre todo sorprendido.
Los otros dos merodeadores también la miraron con sorpresa.
—¿Me llamaste chucho pulgoso? —preguntó Sirius.
—Sí —contestó con firmeza —la castaña.
—Pues me imagino que tú también habrás tenido pulgas por un rato chica gato —contraatacó el animago.
Y antes de que Hermione contestara, James habló.
—Ya no la molestes, Canuto —Sirius, Remus y Lily miraron sorprendidos el comportamiento maduro de James—, de seguro que se vería linda convertida en gato, hasta darían ganas de acariciarla —Hermione sonrió al padre de uno de sus mejores amigos—, y también darían ganas de… darte un plato con leche —agregó riendo.
Hermione se puso roja.
—Harry —dijo, y el aludido la miró—, ¿puedo golpear a tu padre? —le preguntó.
Harry la miró, parpadeó muchas veces y luego sonrió.
—Está bien —dijo—, pero no le vayas a sacar mucha sangre.
Los otros dos merodeadores, los gemelos Weasley y los Prewett rieron.
—¿Qué? ¿Cómo que Está bien? —le reclamó James a su hijo.
—Créeme, papá en estos momentos es mejor decirle que si a todo o sino se enfurecerá, y no creo que quieras verla así, ¿o sí? —respondió Harry a su padre en tono confidente.
James negó con la cabeza y miró a la amiga de su hijo. Esta sonrió.
—No voy a golpearlo —dijo—, solo quería que se callaran.
James suspiró aliviado.
Luego de esa “conversación”, Seamus siguió leyendo.
—¡Eh, vaya! —exclamó Ron.
—Todos se van a reír de ti —dijo Myrtle, muy contenta.
—Exacto —murmuró Sirius, ocultando una sonrisa.
—No te preocupes, Hermione —se apresuró a decir Harry—. Te llevaremos a la enfermería. La señora Pomfrey no hace nunca demasiadas preguntas…
—Eso es lo mejor que tiene la señora Pomfrey —dijeron los merodeadores.
Les costó mucho trabajo convencer a Hermione de que saliera de los aseos. Myrtle la Llorona los siguió riéndose con ganas.
—¡Pues ya verás cuando todos se enteren de que tienes cola!
—Y aquí termina el capítulo —anunció Seamus.
—Muchas gracias, señor Finnigan —dijo Dumbledore sonriendo—. Ahora cenaremos y luego nos iremos a descansar a nuestras habitaciones.
Kreacher apareció la comida para todos incluyendo la de Crookshanks que bajo al suelo al escuchar al elfo.
La cena trascurrió tranquila platicando sobre el último capítulo que habían leído y algunos todavía reían —solo era Sirius— por la equivocación de la pobre Hermione.
Remus miraba de reojo a Hermione, eso era algo que no podía evitar hacer, pero definitivamente algo llamo mucho su atención. Y eso era un anillo.
Hermione tenía su mano izquierda sobre la mesa, sintió la mirada de alguien sobre ella, o mejor dicho sobre su mano. La castaña miró a su costado y se dio cuenta que era Remus el que la miraba, entonces lentamente retiro su mano.
Pero aun así, a Remus se le hizo muy familiar ese anillo, estaba seguro que lo había visto antes. Y quería decirle si le podía mostrar el anillo o preguntarle quien se lo había dado, pero luego desistió, se suponía que tenía que alejarse de ella para que su lobo interior no se revolviera de gusto en cuando Hermione tuviera una atención amable con él.
Luego de que terminaran de cenar, Hermione fue la primera en retirarse a su habitación —seguida de Crookshanksalegando que se encontraba un poco cansada y con sueño.

5 comentarios:

  1. Excelente capítulo y muy divertido por momentos. La cosa entre Remus y Hermione cada vez se va poniendo mejor, me gustan tanto que ya estoy impaciente porque estén juntos... aunque supongo que se complicaría un poco si él se alejara de ella, ¿lo va a hacer? Ojalá que no porque seguro a Hermione le sentaría faltal.
    Un beso, AuLingWood.

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  2. Me encanto, esta muy buena la historia, gracias por actualiza tan pronto, perdon por comentar tan tarde, los estudios me quitan mucho tiempo pero siempre me hare un momento para seguir leyendo

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  3. Hola! Veo que como ya lo dijeron Remus y Herms se acercan mas y mas, que lindo! Aunque hay cosas que no entiendo, pero supongo que se revelaran en el futuro, bueno sin mas nos vemos en la próxima actualización, c:
    Besos c:

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  4. Hoola¡¡¡ ME encanta como se van dando las cosas entre Remus y Hermione, son tan lindos que no quisiera que el se alejara y menos en su estado ya que se lo tomaría muy mal. :C ,por otro lado pobre como se burlan de ella por la posion, me dio mucha risa. Espero con ansias el siguiente capitulo. Saludos¡¡

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  5. Muchas gracias a todas por dejarme sus comentarios, comentarios que me alentan a seguir escriendo, dentro de unas horas subo el siguiente capítulo
    Besos a todas ♥

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