—Yo quiero leer, profesor
—dijo Seamus, y el libro levito hasta sus manos.
Cambio de página y leyó.
—“La poción «multijugos»”.
—¡Al fin sabremos si lo hicieron! —dijeron los gemelos Prewett.
—Lo lograron, ¿cierto? —preguntó Sirius con entusiasmo.
El trío se miraron entre ellos, para luego asentir.
Los Slytherin pusieron mala cara.
—¡Eso no es justo! —exclamó Zabini.
—Señor Zabini, cálmese, aún no sabemos cómo pasaron las cosas
realmente —dijo Dumbledore, pero eso no tranquilizo a ninguno de los Slytherin.
—Espero que hayan fracasado en su intento de entrar en nuestra
sala común —dijo entre dientes Zabini.
Dejaron la escalera de piedra y la
profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron.
La profesora McGonagall pidió a Harry que esperara y lo dejó solo.
Los merodeadores, los
gemelos Weasley y los gemelos Prewett suspiraron con nostalgia, porque para ser
sinceros a ellos les gustaba meterse en problemas, era como el toque de la
vida.
Harry miró a su alrededor. Una cosa era
segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el
de Dumbledore era, con mucho, el más interesante (Y
el más grande, agregó Sirius. Dumbledore sonrió). Si no hubiera tenido
tanto miedo a ser expulsado del colegio, habría disfrutado observando todo
aquello.
—No van a expulsarte, tú
eres inocente —le dijo Lily.
—Pero en ese momento
creía que me expulsarían —dijo Harry.
Era una sala circular, grande y
hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas
de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y
echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos
de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los
marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás
de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero
Seleccionador.
Lily y James miraron a su
futuro hijo, y presentían lo que iba hacer, después de lo tan mal que lo había
pasado en el capítulo anterior, y teniendo en cuenta sus dudas, eso era un
hecho.
Harry dudó. Echó un cauteloso vistazo a
los magos y brujas que había en las paredes. Seguramente no haría ningún mal
poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si…, sólo para asegurarse de que lo había
colocado en la casa correcta.
Todas las miraras se
centraron en Harry.
—Por supuesto que estabas
en la casa correcta —alegaron los Gryffindor.
—Lo sé, pero en ese
momento estaba confundido con todo lo que había pasado —dijo Harry.
Se acercó sigilosamente al escritorio,
cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado
grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se
lo había puesto. Harry esperó, pero no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo
al oído:
—¿No te lo puedes quitar de la cabeza,
eh, Harry Potter?
—No es necesario ser el
sombrero para darse cuenta de eso —dijo Charlie.
—Mmm, no —respondió Harry—. Esto…,
lamento molestarte, pero quería preguntarte…
—Te has estado preguntando si yo te
había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí…, tú
fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije… aunque —Harry
contuvo la respiración— podrías haber ido a Slytherin.
—Y… eso definitivamente
no es una gran ayuda —dijeron los gemelos Prewett.
Mientras a James, Sirius
y Remus no les gustaba nada que el sombrero le dijera a Harry que hubiera
podido ser una serpiente.
El corazón le dio un vuelco. Cogió el
sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y
ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.
—Te equivocas —dijo en voz alta al
inmóvil y silencioso sombrero (Sabes Potter, el
pánico que sientes por nuestra casa empieza a resultarme ofensivo, dijo Daphne
Greengrass hablando por primera vez. A lo que Harry dijo un: “Lo siento”).
Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un
ruido como de arcadas le hizo volverse completamente.
No estaba solo (¿Qué?
¿Quién más estaba ahí?, preguntó una desesperada Lily. Harry solo le sonrió a
su madre para tranquilizarla). Sobre una percha dorada detrás de la
puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio
desplumado. Harry lo miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo
de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y,
mientras Harry lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.
—¡Es Fawkes! —dijeron los merodeadores con emoción, y Dumbledore sonrió.
Estaba pensando en que lo único que le
faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con él a
solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.
—Es normal que arda —dijo
Remus y algunos que no sabían el por qué lo miraron—, si es un fénix —explicó.
—Pero en ese momento no
lo sabía —dijo Harry.
Harry profirió un grito de horror y
retrocedió hasta el escritorio (Bueno, cualquiera en
su lugar lo hubiera hecho, comentó Seamus auto-interrumpiéndose). Buscó
por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno (Querías echarle agua a un pájaro de fuego, dijo en tono
jocoso Frank). El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una
bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de
él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.
La puerta del despacho se abrió. Entró
Dumbledore, con aspecto sombrío.
—Profesor —dijo Harry nervioso—, su
pájaro…, no pude hacer nada…, acaba de arder…
—Esa debió haber sido un
poco incómodo —dijo Ted.
Para sorpresa de Harry, Dumbledore
sonrió.
—Ya era hora —dijo—. Hace días que
tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.
Se rió de la cara atónita que ponía
Harry.
Y la misma acción se
reproducía en la Sala de los Menesteres.
—Fawkes es
un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de
morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira…
Harry dirigió la vista hacia la percha
a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre
las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.
—Lo siento —se disculpó
Harry un poco avergonzado, mientras los demás reían.
—No importa, joven Potter
—dijo Dumbledore sin enojarse—, Fawkes
es una belleza exótica.
—Es una pena que lo hayas tenido que
ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del
escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas
rojas y doradas. Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas
muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.
—Ya lo creo —dijeron el
trío y Ginny, recordando como Fawkes
ayudo a Harry ese curso.
Aunque luego se pusieron
nostálgicos al recordar también el llanto del fénix en el funeral de
Dumbledore.
Con el susto del incendio de Fawkes,
Harry se había olvidado del motivo por el que se encontraba allí, pero lo
recordó en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del
escritorio, y fijó en él sus ojos penetrantes, de color azul claro.
Los merodeadores
sonrieron al recordar en las muchas de ocasiones que esos ojos se posaron en
ellos cuando los descubrían en alguna de sus bromas.
Sin embargo, antes de que el director
pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid
en el despacho con expresión desesperada, el pasamontañas mal colocado sobre su
pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.
—Hagrid llegaste a salvar
a Harry —dijo Bill y el semi-gigante asintió.
—¡No es justo! —se quejó
Sirius. A lo que Hagrid lo miró con confusión—, entonces porque no llegas así
para salvarnos a nosotros —señaló a los otros dos merodeadores—, cuando nos
metíamos en problemas.
—Señor Black —advirtió la
profesora Mcgonagall.
—Está bien, está bien, me
callo —dijo el animago.
—¡No fue Harry, profesor Dumbledore!
—dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con él segundos antes de que hallaran al
muchacho, señor, él no tuvo tiempo…
—Por fin hay un testigo
—dijeron los gemelos Prewett.
Dumbledore trató de decir algo, pero
Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las
plumas por todas partes.
—Lo siento, profesor
—dijo Hagrid, y Dumbledore no le dio mucha importancia porque sonrió
amablemente.
—… No puede haber sido él, lo juraré
ante el ministro de Magia si es necesario…
—Hagrid, yo…
—Usted se confunde de chico, yo sé que
Harry nunca…
—Gracias por defender a
Harry, Hagrid —dijeron James y Lily.
El aludido sonrió un poco
sonrojado.
—¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz
potente—, yo no creo que Harry atacara a esas personas.
—¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó
de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.
Y, con cierto embarazo, salió del
despacho.
—No hay necesidad de
sentir embarazo cuando estabas haciendo lo correcto, defender a un inocente
—dijo Andrómeda.
—¿Usted no cree que fui yo, profesor?
—repitió Harry esperanzado, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.
—No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su
rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar contigo.
—¡¿Qué?! —exclamaron los
gemelos Prewett.
—Pero si ya sabe que
Harry es inocente sobre que más querría hablar con él —dijo Sirius.
—Sobre muchos temas,
Canuto —respondió Remus pensativamente.
Harry aguardó con ansia mientras
Dumbledore lo miraba, juntando las yemas de sus largos dedos.
—Quiero preguntarte, Harry, si hay algo
que te gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea.
—No creo que le haya
contado, si quiera una parte de lo que sucede —dijo Remus.
Harry miró a su ex
profesor.
Harry no supo qué decir (¿Cómo qué no?, dijeron los gemelos Weasley).
Pensó en Malfoy gritando: «¡Los próximos seréis los sangre
sucia!», y en la poción multijugos,
que hervía a fuego lento en los aseos de Myrtle la
Llorona (Lo cual
hubiera podido causarles la expulsión, dijo Molly).
Luego pensó en la voz que no salía de ningún sitio, oída en dos ocasiones, y
recordó lo que Ron le había dicho: «Oír voces que nadie más puede oír no es
buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.» Pensó, también, en lo que
todo el mundo comentaba sobre él, y en su creciente temor a estar de alguna
manera relacionado con Salazar Slytherin…
—¿Relacionado con
Slytherin? No, por supuesto que no —dijo rotundamente James.
—No —respondió Harry—, no tengo nada
que contarle.
—Por qué no me sorprende
—murmuró Ron.
—Porque es típico, Harry
siempre queriendo pasar por todo él solo —agregó Hermione.
—Gracias —dijo con ironía
Harry.
—Es la verdad —aseguró
Ginny.
La doble agresión contra Justin y Nick
Casi Decapitado convirtió en auténtico pánico lo que hasta aquel momento había
sido inquietud (No es para menos, murmuró Charlie).
Curiosamente, resultó ser el destino de Nick Casi Decapitado lo que preocupaba
más a la gente (No es curioso, es lógico, dijo
Luna). Se preguntaban unos a otros qué era lo que podía hacer aquello a
un fantasma; qué terrible poder podía afectar a alguien que ya estaba muerto.
La gente se apresuró a reservar sitio en el expreso de Hogwarts para volver a
casa en Navidad.
—Sí, todos queríamos
estar a salvo en nuestras casas —comentó Dean y muchos asintieron estando de
acuerdo con él.
—Salvo… —dijo Fred
mirando al trío.
—… Harry, Hermione y el
pequeño Ronnie —terminó George, sonriendo al ver la mueca que había puesto Ron.
—Si sigue así la cosa, sólo nos
quedaremos nosotros —dijo Ron a Harry y Hermione—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y
Goyle. Serán unas vacaciones deliciosas.
Los hermanos Prewett y
los gemelos Weasley soltaron unas risitas.
Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo
mismo que Malfoy, habían firmado también para quedarse en vacaciones. Pero
Harry estaba contento de que la mayor parte de la gente se fuera (Claro, y así sería perfecto para llevar el plan a cabo,
dijo Moody. No solo por eso, pensaba
Harry.). Estaba harto de que se hicieran a un lado cuando circulaba por
los pasillos, como si fueran a salirle colmillos o a escupir veneno; harto de
que a su paso los demás murmuraran, le señalaran y hablaran en voz baja.
—Es que eran unos idiotas
—gruñó Sirius, y los otros dos merodeadores y Lily asintieron.
—Siento tanto eso, Harry
—le susurró Ginny.
—No fue tu culpa, Ginny
—la consoló Harry.
Fred y George, sin embargo, encontraban
todo aquello muy divertido (Ambos hermanos se
miraron y soltaron risitas nerviosas, porque dentro de unos segundo su madre
los regañaría). Le salían al paso y marchaban delante de él por los
corredores gritando:
—Abran paso al heredero de Slytherin,
aquí llega el brujo malvado de veras…
Los gemelos Prewett
soltaron risas.
Pero el rostro de Molly
se enfureció.
—¡FRED
Y GEORGE WEASLEY! —gritó Molly—. ¿Acaso
no se daban cuenta que eso lastimaría los sentimientos del pobre Harry?
—Lo sentimos,
mamá —dijeron los dos al unisonó.
—Pero
todo lo hacíamos para aligerar el ambiente —agregó George.
Molly
solo negaba con la cabeza mientras susurraba.
—Estos
niños.
Percy desaprobaba tajantemente este
comportamiento.
—No es asunto de risa —decía con
frialdad.
—La verdad es que no
—dijo Hermione.
Los gemelos la miraron
fingiéndose ofendidos.
—Quítate del camino, Percy —decía
Fred—. Harry tiene prisa.
—Sí, va a la Cámara de los Secretos a
tomar el té con su colmilludo sirviente —decía George, riéndose.
Por lo menos en lo
colmilludo no se equivocaba, pensaba Harry.
Ginny tampoco lo encontraba divertido.
La pelirroja tembló
ligeramente y Harry la abrazo pegándola más a él. Este hecho no paso por
desapercibo por Molly, quien miraba a su única hija con interrogación.
—¿No crees que Ginny está
un poco pálida? —le preguntó en un susurró a Arthur.
Arthur miró a su hija.
—Sí, yo también la noto
un poco pálida —confirmó Arthur.
Espero que no sea nada
grave, pensaba Molly.
—¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred preguntaba
a Harry a quién planeaba atacar a continuación, o cuando, al encontrarse con
Harry, George hacía como que se protegía de Harry con un gran diente de ajo.
Los merodeadores no
pudieron evitar reír y a esa risa se le unieron los gemelos Prewett.
Cuando cesaron las risas
Seamus siguió leyendo.
A Harry no le importaba; incluso le
aliviaba que Fred y George pensaran que la idea del heredero de Slytherin era
para tomársela a guasa. Pero sus payasadas parecían enervar a Draco Malfoy, que
se amargaba más cada vez que los veía con aquel pitorreo.
—Esa era una de las cosas
que nos hacía pensar que tú eras el heredo —dijo Ron al rubio.
Draco solo rodó los ojos.
—Eso es porque está rabiando de ganas
de decir que es él —dijo Ron sentenciosamente—. Ya sabéis cómo aborrece que se
le gane en cualquier cosa, y tú te estás llevando toda la gloria de su sucio
trabajo.
—¡Eso no es cierto! ¡Es
falso! —se defendió Draco.
—Lo sé —dijo Ron.
—No durante mucho tiempo —dijo Hermione
en tono satisfecho—. La poción multijugos ya
está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre él.
Los Slytherin miraban con
aprensión al trío.
—Sigo pensando que no es
justo —dijo Blaise.
—Es un atropello —agregó
Pansy.
Mientras McGonagall
miraba con admiración a Hermione, puesto que la sorprendía gratamente que una
niña de doce años lograse hacer una poción que se le hace complicada incluso a
los magos adultos.
Por fin concluyó el trimestre, y sobre
el colegio cayó un silencio tan vasto como la nieve en los campos. Más que
lúgubre, a Harry le pareció tranquilizador, y se alegró de que él, Hermione y
los Weasley pudieran gobernar la torre de Gryffindor (Pero
si siempre lo hacían. Cuando ustedes tres se sentaban a platicar frente a la
chimenea, nadie se podía acercar, contó Neville. Los demás Gryffindor
asintieron y murmuraban un: «si es cierto»), lo que quería decir que
podían jugar al snap explosivo dando
voces y sin molestar a nadie, o podían batirse en privado. Fred, George y Ginny
habían preferido quedarse en el colegio a ir a visitar a Bill a Egipto con sus
padres (Muchas gracias, hermanos, ironizó Bill. A
lo que Ron se justificó que él se quedaba por la poción, mientras que los
gemelos dijeron que como ellos eran los más geniales y guapos no podían privar
al colegio al no tenerlos. La única que no se justifico fue Ginny).
Percy, que desaprobaba lo que llamaba su infantil comportamiento, no pasaba
mucho tiempo en la sala común de Gryffindor (¿Así
que solo no parabas en la sala común por nuestro infantil comportamiento,
Percy?, preguntaron los gemelos, con un toque de burla y sarcasmo. Percy se
sonrojó). Ya les había dicho en tono presuntuoso que se quedaba en
Navidad porque era el deber de un prefecto ayudar a los profesores durante los
períodos difíciles.
—En eso tenía razón
—dijeron Hermione, Lily y Molly. Mientras que James y Sirius rodaban los ojos.
Amaneció el día de Navidad, frío y
blanco. Hermione despertó temprano a Harry y Ron, los únicos que quedaban en
aquel dormitorio. Iba ya vestida y llevaba regalos para ambos.
Lily y Molly sonrieron
con agradecimiento a la castaña.
—¡Despertad! —dijo en voz alta,
abriendo las cortinas de la ventana.
—Hermione…, sabes que no puedes entrar
aquí —dijo Ron, protegiéndose los ojos de la luz.
—Y eso es lo más injusto
—comentó Sirius.
—¿Qué es lo injusto,
Sirius? —preguntó Frank.
—Pues que las chicas si
puedan entrar a las habitaciones de los chicos y los chicos no puedan entrar en
las habitaciones de las chicas, porque apenas ponemos un pie en la escalera,
esta se convierte en tobogán —respondió.
James y Remus rieron,
mientras que Lily y Hermione negaban con la cabeza.
—Feliz Navidad a ti también —le dijo
Hermione, arrojándole su regalo—. Me he levantado hace casi una hora, para
añadir más crisopos a la poción. Ya está lista.
Los merodeadores la
miraban con satisfacción y orgullo. Pero definitivamente el que se sentía más
orgulloso de eso era Remus.
—Así que lo logró —dijo
Snape incrédulo, porque muy en el fondo creía que no lo lograría.
—Estamos jodidos —murmuró
Zabini.
Harry se sentó en la cama, despertando
por completo de repente.
—¿Estás segura?
—¿Cómo si hubiera habido
una vez que no lo esté? —dijo Ron.
—Del todo —dijo Hermione, apartando a
la rata Scabbers (Harry, Hermione y los Weasley hicieron un gesto de molestia ante la
mención de la rata traidora) para
poder sentarse a los pies de la cama—. Si nos decidimos a hacerlo, creo que
tendría que ser esta noche.
A los Slytherin no les
gustaba nada esa idea.
En aquel momento, Hedwig
aterrizó en el dormitorio, llevando en el pico un paquete
muy pequeño.
—Hola —dijo contento Harry, cuando la
lechuza se posó en su cama—, ¿me hablas de nuevo?
Harry sonrió con
melancolía al recordar a su lechuza.
La lechuza le picó en la oreja de
manera afectuosa, gesto que resultó ser mucho mejor regalo que el que le
llevaba, que era de los Dursley. Éstos le enviaban un mondadientes y una nota
en la que le pedían que averiguara si podría quedarse en Hogwarts también
durante las vacaciones de verano.
—¡Ay, Petunia! ¿Por qué
esto no me sorprende? —dijo Lily con indignación.
—En ese momento no me
hubiera molestado. Tal vez hubiera pasado mucho mejor las vacaciones en
compañía de Hagrid —dijo Harry, haciendo que el semi-gigante sonriera
emocionado.
El resto de los regalos de Navidad de
Harry fueron bastante más generosos. Hagrid le enviaba un bote grande de
caramelos de café con leche que Harry decidió ablandar al fuego antes de
comérselos (Estaban deliciosos, mintió Harry al ver
a un avergonzado Hagrid); Ron le regaló un libro titulado Volando
con los Cannons, que trataba de hechos interesantes de
su equipo favorito de quidditch (¡Ay, hermanito! El regalo era para
Harry no para ti, dijo Charlie haciendo que Ron se sonrojara);
y Hermione le había comprado una lujosa pluma de
águila para escribir. Harry
abrió el último regalo y
encontró un jersey nuevo, tejido a mano por la señora Weasley, y un plumcake
(Nunca terminaré de agradecerte todo lo que tu
yo del futuro hizo por mi hijo, Molly, dijo Lily enternecida). Cogió
la tarjeta con un renovado sentimiento de culpa, acordándose del coche del
señor Weasley, que no habían vuelto a ver desde la colisión con el sauce
boxeador, y de la cantidad de infracciones que habían planeado para el futuro
inmediato.
—No deberías preocuparte,
Harry, mamá nunca se enoja contigo —dijeron los gemelos Weasley.
Nadie podía dejar de asistir a la
comida de Navidad en Hogwarts, aunque estuviera atemorizado por tener que tomar
luego la poción multijugos.
A los Slytherin presentes
cada vez les agradaba menos esta “violación a la privacidad” como lo había
nombrado Zabini.
El Gran Comedor relucía por todas
partes. No sólo había una docena de árboles de Navidad cubiertos de escarcha, y
gruesas serpentinas de acebo y muérdago que se entrecruzaban en el techo, sino
que de lo alto caía nieve mágica, cálida y seca. Cantaron villancicos, y
Dumbledore los dirigió en algunos de sus favoritos (Eso
típico de Dumbledore, dijeron los gemelos Prewett). Hagrid gritaba más
fuerte a cada copa de ponche que tomaba (El aludido
se sonrojó, y se prometió cuidar su forma de beber delante de sus alumnos).
Percy, que no se había dado cuenta de que Fred le había encantado su insignia
de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de Chorlito», no paraba de
preguntar a todos de qué se reían (Con que era eso.
sí, muy gracioso, Fred, en verdad muy gracioso, dijo Percy con sarcasmo y un
poco de enojo. Ante todo esto los gemelos Weasley no pudieron evitar reír,
seguidos de sus tíos y los merodeadores, bueno solo reían James y Sirius,
pensando en una pequeña broma para su amigo prefecto).
Harry ni siquiera se preocupaba por los insidiosos comentarios que desde la
mesa de Slytherin hacía Draco Malfoy, en voz alta, sobre su nuevo jersey. Con
un poco de suerte, Malfoy recibiría su merecido unas horas después.
Draco rodó los ojos. Y
aunque se sentía enojado por lo que iban hacer o por lo que habían hecho trío,
a la vez también se sentía tranquilo porque ahora todos se enterarían que él no
era el heredo de Slytherin.
Harry y Ron apenas habían terminado su
tercer trozo de tarta de Navidad, cuando Hermione les hizo salir del salón con
ella para ultimar los planes para la noche.
Hermione frunció
ligeramente el ceño al recordar lo que le había pasado al tomar la poción.
Remus se percató de este
hecho, y por más que quería preguntarle porque se ponía así, decidió esperar
pacientemente a que la lectura continuara.
—Aún nos falta conseguir algo de las
personas en que os vais a convertir —dijo Hermione sin darle importancia, como
si los enviara al supermercado a comprar detergente—. Y, desde luego, lo mejor
será que podáis conseguir algo de Crabbe y de Goyle; como son los mejores
amigos de Malfoy (No son mis mejores amigos,
murmuró Draco), él les contaría cualquier cosa. Y también tenemos que
asegurarnos de que los verdaderos Crabbe y Goyle no aparecen mientras lo
interrogamos.
—Podrías deshacerte de
ese par con tan solo decirles donde podrían encontrar comida —comentó Pansy.
»Lo tengo todo solucionado —siguió ella
tranquilamente y sin hacer caso de las caras atónitas de Harry y Ron. Les
enseñó dos pasteles redondos de chocolate—. Los he rellenado con una simple
pócima para dormir (Brillante, dijeron los
merodeadores y Hermione se sonrojó al sentir la mirada miel de Remus sobre
ella). Todo lo que tenéis que hacer es aseguraros de que Crabbe y Goyle
los encuentran. Ya sabéis lo glotones que son; seguro que se los tragan (Igual de idiotas que el Crabbe y Goyle de mi generación,
pensaba con amargura Lucius). Cuando estén dormidos, los esconderemos en
uno de los armarios de la limpieza y les arrancaremos unos pelos.
Todos miraban
sorprendidos a la castaña —claro menos Harry, Ron, Ginny y los otros hermanos
Weasley— no solo se había atrevido a robarle a Snape, hacer la poción multijugos clandestinamente, sino que
también sabía qué hacer con las otras dos serpientes.
—Un plan soberbio y
notable —alabó Moody.
Harry y Ron se miraron incrédulos.
—Hermione, no creo…
—Podría salir muy mal…
Pero Hermione los miró con expresión
severa, como la que habían visto a veces adoptar a la profesora McGonagall.
Y eso fue escalofriante,
pensaban Harry y Ron.
—La poción no nos servirá de nada si no
tenemos unos pelos de Crabbe y Goyle —dijo con severidad—. Queréis interrogar a
Malfoy, ¿no?
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Harry—.
Pero ¿y tú? ¿A quién se lo vas a arrancar tú?
—Sí, ¿en quién te convertirías,
castaña? —preguntó Sirius, pero Hermione no respondió.
—¡Yo ya tengo el mío! —dijo Hermione
alegre, sacando una botellita diminuta de un bolsillo y enseñándoles un único
pelo que había dentro de ella—. ¿Os acordáis de que me batí con Millicent Bulstrode
en el club de duelo? ¡Al estrangularme se dejó esto en mi túnica! Y se ha ido a
su casa a pasar las Navidades. Así que lo único que tengo que decirles a los de
Slytherin es que he decidido volver.
—Te hiciste pasar por esa
chica tan poco agraciada —dijo Sirius sorprendido.
—Señor Black —lo regañó
McGonagall.
—No me convertí
exactamente en Bulstrode —dijo Hermione—, solo espero que no se rían mucho
—murmuró la chica sonrojándose.
—¿Por qué nos
burlaríamos? —le preguntó Remus también en susurros, puesto que él si la había
escuchado.
Hermione no quería
responder a esa pregunta, pero tratándose de su futuro esposo lo hizo.
—Pues digamos que me
equivoque al coger el pelo de Bulstrode y por eso mi poción no resulto —le
respondió también en susurros.
Remus asintió.
—Pero ¿no te fue tan mal?
¿o sí? —preguntó.
—Depende del punto de
vista que se vea —dijo Hermione.
Al marcharse Hermione corriendo para
ver cómo iba la poción multijugos,
Ron se volvió hacia Harry con una expresión fatídica.
—¿Habías oído alguna vez un plan en el
que pudieran salir mal tantas cosas?
—¡Ronald! —le reprochó
Hermione.
—Lo lamento, pero es que
estaba nervioso —se justificó el pelirrojo.
Pero, para sorpresa de Harry y de Ron,
la primera fase de la operación resultó tan sencilla como Hermione había
supuesto (Era de esperarse, es que esos dos eran
unos tontos, dijeron los gemelos Weasley). Se escondieron en el vacío
vestíbulo después de la merienda de Navidad, esperando a Crabbe y a Goyle, que
se habían quedado solos en la mesa de Slytherin, acometiendo cuatro porciones
de bizcocho (Pansy suspiró con resignación, porque
por esos dos par de idiotas el trío lograría entrar a su sala común).
Harry había dejado los pasteles de chocolate en el extremo del pasamanos. Al
ver a Crabbe y Goyle salir del Gran Comedor, Harry y Ron se ocultaron
rápidamente detrás de una armadura, junto a la puerta principal.
—¿Cuánto puede llegar uno a engordar?
—susurró Ron entusiasmado al ver que Crabbe, lleno de alegría, señalaba a Goyle
los pasteles y los cogía. Sonriendo de forma estúpida, se metieron los pasteles
enteros en la boca. Los masticaron glotonamente durante un momento, poniendo
cara de triunfo (¿Triunfo? Cayeron en la trampa. Que
imbéciles. Por su culpa esos tres lograron entrar a nuestra sala común, refunfuñaba
Zabini). Luego, sin el más leve cambio en la expresión, se desplomaron
de espaldas en el suelo.
—¿Y no rajaron el suelo,
cuando cayeron? —preguntó Sirius.
Harry y Ron rieron, y
luego negaron con la cabeza.
Lo más difícil fue arrastrarlos hasta el
armario, al otro lado del vestíbulo (Podrían haber
usado un hechizo de levitación, dijo Hermione). En cuanto los tuvieron
bien escondidos entre las fregonas y los calderos, Harry arrancó un par de
pelos como cerdas, de los que Goyle tenía bien avanzada la frente, y Ron
arrancó a Crabbe también algunos (Me imagino que
esa poción debió haber sabido deliciosa, ironizó James). Les cogieron
asimismo los zapatos, porque los suyos eran demasiado pequeños para el tamaño
de los pies de Crabbe y Goyle. Luego, todavía aturdidos por lo que acababan de
hacer, corrieron hasta los aseos de Myrtle la Llorona.
—Por fin, ahora si vendrá
lo bueno —dijeron los gemelos Prewett.
Apenas podían ver nada a través del
espeso humo negro que salía del retrete en que Hermione estaba removiendo el
caldero. Subiéndose las túnicas para taparse la cara, Harry y Ron llamaron
suavemente a la puerta.
—¿Hermione?
Se oyó el chirrido del cerrojo y salió
Hermione, con la cara sudorosa y una mirada inquieta. Tras ella se oía el gluglu
de la poción que hervía, espesa como melaza. Sobre la taza
del retrete había tres vasos de cristal ya preparados.
A medida que avanzaban en
la lectura, Sirius miraba con más interés a los Slytherin, sobre todo a Draco,
puesto que quería ver más humillados a las serpientes.
Harry sacó el pelo de Goyle.
Harry hizo una mueca al
recordar el sabor de la poción.
—Bien. Y yo he cogido estas túnicas de
la lavandería —dijo Hermione, enseñándoles una pequeña bolsa—. Necesitaréis
tallas mayores cuando os hayáis convertido en Crabbe y Goyle.
—¿Es que nada se te pasa?
—cuestionó Frank a Hermione.
Sí, verificar que el pelo
que le eche a la poción haya sido en verdad de Bulstrode, le hubiera querido
contestar. Pero solo pudo encogerse de hombros.
Los tres miraron el caldero. Vista de cerca,
la poción parecía barro espeso y oscuro que borboteaba lentamente.
—Eso quiere decir que la
poción quedo perfecta —dijo Moody.
—Estoy segura de que lo he hecho todo
bien —dijo Hermione, releyendo nerviosamente la manchada página de Moste
Potente Potions—. Parece que es tal como dice el
libro… En cuanto la hayamos bebido, dispondremos de una hora antes de volver a
convertirnos en nosotros mismos.
—Solo una hora —dijo
Alice.
—Eso es muy poco tiempo
—comentó Susan Bones.
Los Slytherin suspiraron
con tranquilidad porque suponían que con tan poco tiempo no lograrían ni
siquiera descubrir la contraseña de su sala común.
—¿Qué se hace ahora? —murmuró Ron.
—La separamos en los tres vasos y
echamos los pelos. Hermione sirvió en cada vaso una cantidad considerable de
poción. Luego, con mano temblorosa, trasladó el pelo de Millicent Bulstrode de
la botella al primero de los vasos.
Harry y Ron sonrieron
levemente al recordar que ese pelo no era de Bulstrode, pero ambos borraron su
sonrisa cuando descubrieron que Hermione los miraba con el ceño fruncido.
La poción emitió un potente silbido,
como el de una olla a presión, y empezó a salir muchísima espuma. Al cabo de un
segundo, se había vuelto de un amarillo asqueroso.
—Qué asco —dijo Angelina.
—¿Y qué querías? Contiene
el pelo de una Slytherin —contestó Sirius de manera obvia.
—Bueno, no exactamente…
—murmuró Hermione.
—Aggg…, esencia de Millicent Bulstrode
—dijo Ron, mirándolo con aversión—. Apuesto a que tiene un sabor repugnante.
—No creo que nadie ponga
en duda eso —comentó Dean.
—Echad los vuestros, venga —les dijo
Hermione.
Harry metió el pelo de Goyle en el vaso
del medio, y Ron, el pelo de Crabbe en el último. Una y otra poción silbaron y
echaron espuma, la de Goyle se volvió del color caqui de los mocos, y la de
Crabbe, de un marrón oscuro y turbio.
—Esa descripción sí que
me causo nauseas —dijo Hermione con una expresión de asco en rostro, y no solo
por la descripción sino porque recordó el momento en que estaban a punto de
beber la poción.
—¿Te sientes mal?
—preguntó Lupin con preocupación a la castaña.
Esta respiró profundo
varias veces.
—No te preocupes, ya se
me están pasando —le respondió, sonriéndole quedamente.
—Esperad —dijo Harry, cuando Ron y
Hermione cogieron sus vasos—. Será mejor que no los bebamos aquí juntos los
tres: al convertirnos en Crabbe y Goyle ya no estaremos delgados. Y Millicent
Bulstrode tampoco es una sílfide.
—Harry eso fue grosero
—lo reprendió Lily.
—Pero era verdad, señora
Potter —dijo Ron apoyando a su amigo.
—Bien pensado —dijo Ron, abriendo la
puerta—. Vayamos a retretes separados.
Con mucho cuidado para no derramar una
gota de poción multijugos, Harry
pasó al del medio.
—¿Listos? —preguntó.
—Listos —le contestaron las voces de
Ron y Hermione.
—A la una, a las dos, a las tres…
Tapándose la nariz, Harry se bebió la
poción en dos grandes tragos. Sabía a col muy cocida.
—No es un sabor muy
agradable, pero hay peores —dijo Moody.
—Completamente de acuerdo
—susurró Hermione.
Inmediatamente, se le empezaron a
retorcer las tripas como si acabara de tragarse serpientes vivas. Se encogió y
temió ponerse malo (Esa es la primera reacción,
murmuró Moody). Luego, un ardor surgido del estómago se le extendió
rápidamente hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Jadeando, se puso a
cuatro patas y tuvo la horrible sensación de estarse derritiendo al notar que
la piel de todo el cuerpo le quemaba como cera caliente, y antes de que los
ojos y las manos le empezaran a crecer, los dedos se le hincharon, las uñas se
le ensancharon y los nudillos se le abultaron como tuercas. Los hombros se le
separaron dolorosamente, y un picor en la frente le indicó que el pelo se le
caía sobre las cejas. Se le rasgó la túnica al ensanchársele el pecho como un
barril que reventara los cinchos. Los pies le dolían dentro de unos zapatos
cuatro números menos de su medida…
—Eso debió haber sido muy
doloroso —comentó Hannah.
—No lo es tanto —dijo
Fleur, llamando la atención de Sirius al escuchar su acento francés.
Remus le dio un golpe en
las costillas a Sirius para que dejara de mirar a la rubia.
—¿Por qué hiciste eso,
Lunático? —se quejó el animago.
—Para que dejaras de
mirar a Fleur, a ningún hombre le gusta que se queden mirando a su esposa con
esa cara de tonto que pusiste.
Sirius hizo una mueca,
pero decidió hacerle caso a su amigo.
Todo concluyó tan repentinamente como
había comenzado. Harry se encontró tendido boca abajo, sobre el frío suelo de
piedra, oyendo a Myrtle sollozar de tristeza al fondo de los aseos (Que novedad, murmuraron algunos). Con dificultad,
se desprendió de los zapatos y se puso de pie. O sea que así se sentía uno
siendo Goyle. Con una gran mano temblorosa se desprendió de su antigua túnica,
que le quedaba a un palmo de los tobillos, se puso la otra y se abrochó los
zapatos de Goyle, que eran como barcas. Se llevó una mano a la frente para
retirarse el pelo de los ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como
cerdas, que le nacían en la misma frente (¡Qué
horror! Con lo tan guapo y bien parecido que es Harry, así como su padre, para
luego transformarse en esa cosa, se quejó James, mientras Harry reía y Lily
negaba con la cabeza). Entonces comprendió que las gafas le nublaban la
vista, porque obviamente Goyle no las necesitaba. Se las quitó y preguntó:
—¿Estáis bien? —de su boca surgió la voz
baja y áspera de Goyle.
—Me hubiera gustado
verlo, para comprobar si en verdad eras con Goyle —comentó Parvati.
—Sí —contestó, proveniente de su
derecha, el gruñido de Crabbe.
—Eso fue muy perturbador
—recordó Ron.
Harry abrió su puerta y se acercó al espejo
quebrado. Goyle le devolvió la mirada con ojos apagados y hundidos en las
cuencas. Harry se rascó una oreja, tal como hacía Goyle.
—Eso debió haber sido
extraño —dijo Frank.
Se abrió la puerta de Ron. Se miraron.
Salvo por estar pálido y asustado, Ron era idéntico a Crabbe en todo, desde el
pelo cortado con tazón hasta los largos brazos de gorila.
—Sí, debió haber sido muy
perturbador —dijeron Sirius y James.
—Y la castaña porque no
ha salido —dijo Sirius luego de unos segundos.
Todos miraron a la chica.
Hermione se sonrojó y
Harry y Ron volvieron a sonreír.
—Es increíble —dijo Ron, acercándose al
espejo y pinchando con el dedo la nariz chata de Crabbe—. Increíble.
—Bueno, yo no describiría
como increíble el hecho de transformarte en Crabbe, hermanito —dijeron los
gemelos Weasley.
—Mejor que nos vayamos —dijo Harry,
aflojándose el reloj que oprimía la gruesa muñeca de Goyle—. Aún tenemos que
averiguar dónde se encuentra la sala común de Slytherin. Espero que demos con
alguien a quien podamos seguir hasta allí.
—Que tontos, eso debieron
averiguarlo antes —dijo Lucius con tono de suficiencia.
Pero nadie tomo en cuenta
su comentario y volvieron a prestar atención a la lectura.
Ron dijo, contemplando a Harry:
—No sabes lo raro que se me hace ver a
Goyle pensando.
—Opino lo mismo —dijo
Zabini.
Golpeó en la puerta de Hermione.
—Vamos, tenemos que irnos…
Una voz aguda le contestó:
—Me… me temo que no voy a poder ir. Id
vosotros sin mí.
—¡¿Qué?! —fue la
exclamación general.
—Hubiera esperado todo,
menos eso —dijo Sirius mirando a la castaña con interrogación.
—¿Qué ocurrió? —preguntó
Arthur.
—No quieren saberlo
—respondió la chica tan roja como el cabello de los Weasley.
—Sigue leyendo, Seamus
—dijo Ron para evitar las preguntas futuras, pero tenía en su rostro una
sonrisita.
—Hermione, ya sabemos que Millicent
Bulstrode es fea, nadie va a saber que eres tú.
—Que consuelo —ironizaron
los gemelos Prewett.
—No, de verdad… no puedo ir. Daos prisa
vosotros, no perdáis tiempo.
Harry miró a Ron, desconcertado.
—Pareces Goyle —dijo Ron—. Siempre pone
esta cara cuando un profesor pregunta.
—Vaya manera de romper la
tensión, Ronnie —rieron los gemelos Weasley.
—Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry
a través de la puerta.
—Sí, estoy bien… Marchaos.
—¿Sucedió algo malo?
—preguntó Lily.
—Algo así —susurró una
sonrojada Hermione.
Harry miró el reloj. Ya habían
transcurrido cinco de sus preciosos sesenta minutos.
—Deberían marcharse ya
—dijo Ted.
—Espera aquí hasta que volvamos, ¿vale?
—dijo él.
Harry y Ron abrieron con cuidado la
puerta de los lavabos, comprobaron que no había nadie a la vista y salieron.
—No muevas así los brazos —susurró
Harry a Ron.
—¿Eh?
—Crabbe los mantiene rígidos…
—¿Así?
—Sí, mucho mejor.
—Bien, uno no solo debe
tomar la poción multijugos para
cambiar también hay que recordar los gestos de las personas en que nos
transformamos, porque si no nos descubrirían fácilmente —dijo Moody.
Bajaron por la escalera de mármol. Lo
que necesitaban en aquel momento era a alguien de Slytherin a quien pudieran
seguir hasta la sala común, pero no había nadie por allí.
—¿Tienes alguna idea? —susurró Harry.
—Las mazmorras
—contestaron los merodeadores al instante.
—Cuando los de Slytherin bajan a
desayunar, creo que vienen de por allí —dijo Ron, señalando con un gesto de la
cabeza la entrada de las mazmorras. Apenas lo había terminado de decir, cuando
una chica de pelo largo rizado salió de la entrada.
Percy se sonrojo porque sabía
perfectamente de quien se trataba.
—Perdona —le dijo Ron, yendo deprisa
hacia ella—, se nos ha olvidado por dónde se va a nuestra sala común.
—Ahora si te pareces a
Crabbe, hermanito —dijo Fred.
—Sí, igual de tonto —dijo
George.
—Me parece que no os entiendo —dijo la
chica muy tiesa—. ¿Nuestra sala común? Yo soy de Ravenclaw.
—¿Ravenclaw? Percy
¿conoces a una chica rubia y de cabellos rizados que pertenezca a esa casa?
—preguntó burlonamente George, mientras su gemelo reía.
Percy miró con el ceño
fruncido a su hermano.
—Porque no lo publicas en
El Profeta, sabes bien que era
Penélope —dijo con enojo Percy y sonrojado.
—¿Quién es Penélope?
—preguntó Molly.
—Es la ex novia de Percy
—contestó Fred.
—Vaya, tenías novia
—preguntaron con sorpresa los Prewett.
A lo que Percy no
contesto, pero se sonrojo mucho más.
Y se alejó, volviendo recelosa la vista
hacia ellos.
Harry y Ron bajaron corriendo los
escalones de piedra y se internaron en la oscuridad. Sus pasos resonaban muy
fuerte cuando los grandes pies de Crabbe y Goyle golpeaban contra el suelo,
pero temían que la cosa no resultara tan fácil como se habían imaginado.
—¿Alguna vez algo les
resulto fácil? —preguntó Alice.
—Eh… no realmente
—contestaron Harry y Ron al unisonó.
Los laberínticos corredores estaban
desiertos. Fueron bajando más y más pisos, mirando constantemente sus relojes
para comprobar el tiempo que les quedaba. Después de un cuarto de hora, cuando
ya estaban empezando a desesperarse, oyeron un ruido delante.
—Fue la primera vez en la
vida en que quise encontrar a una serpiente —comentó Ron a Harry.
—¡Eh! —exclamó Ron, emocionado—. ¡Uno
de ellos!
—No era exactamente uno
de ellos —dijo Harry.
La figura salía de una sala lateral.
Sin embargo, después de acercarse a toda prisa, se les cayó el alma a los pies:
no se trataba de nadie de Slytherin, era Percy.
Percy volvió a
sonrojarse.
—¿Qué hacía tú caminando
por ahí? —le preguntó Fabian.
—Y no vayas a decirnos
que hacías tus rondas de prefecto
—dijo Gideon antes de que Percy usara esa excusa.
Ambos hermanos se miraron
y sonrieron.
—No nos digas que tenías
una cita con esa chica de Ravenclaw —dijeron ambos con cierta burla.
Los gemelos Weasley
rieron, pero callaron cuando su madre los miró furiosamente.
Y Percy nuevamente no
respondió.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, con
sorpresa. Percy lo miró ofendido.
—Eso —contestó fríamente— no es asunto
de tu incumbencia. Tú eres Crabbe, ¿no?
—No del todo —dijo Ron.
—Eh… sí —respondió Ron.
—Bueno, id a vuestros dormitorios —dijo
Percy con severidad—. En estos días no es muy prudente merodear por los
corredores.
—Pues tú lo haces —señaló Ron.
—Ese es un buen punto —dijo
Bill.
—Yo —dijo Percy, dándose importancia—
soy un prefecto. Nadie va a atacarme.
—Bueno, en retrospectiva
era un poco arrogante —dijo Percy.
—¿Un poco? —dijeron sus
seis hermanos a coro.
—Está bien, era muy
arrogante —reconoció.
—Eso está mejor —dijeron
sus hermanos.
Repentinamente, resonó una voz detrás
de Harry y Ron. Draco Malfoy caminaba hacia ellos, y por primera vez en su
vida, a Harry le encantó verlo.
—Claro, mi presencia es
encantadora —dijo Draco con arrogancia tratando de evitar los comentarios de
sus compañeros de casa.
—Pero por tu culpa Potter
y Weasley de seguro que entraron a nuestra sala común —le reclamó Zabini.
—Tú hubieras hecho lo
mismo Blaise —contraatacó el rubio—, si delante de ti vieras a los glotones de
Goyle y Crabbe.
Ningún Slytherin dijo
nada más porque estaban seguros de que ellos también lo hubieran hecho.
—Estáis ahí —dijo él, mirándolos—. ¿Os
habéis pasado todo el tiempo en el Gran Comedor, poniéndoos como cerdos? Os
estaba buscando, quería enseñaros algo realmente divertido.
Malfoy echó una mirada fulminante a
Percy.
—¿Y qué haces tú aquí, Weasley? —le
preguntó con aire despectivo.
Percy se ofendió aún más.
—Si tenía derecho a ofenderme
—afirmó Percy—, yo era prefecto y como tal merecía ser respetado.
—¡Tendrías que mostrar un poco más de
respeto a un prefecto! —dijo—. ¡No me gusta ese tono!
—A mí tampoco me gusta
ese tono, Malfoy —dijo Fred, y Percy lo miró con sorpresa a su hermano.
—Sí, porque los únicos
que podemos meternos con Percy somos Gred y yo —dijo George.
—Tenía que habérmelo
imaginado —susurró Percy.
Malfoy lo miró despectivamente e indicó
a Harry y a Ron que lo siguieran. A Harry casi se le escapa disculparse ante
Percy, pero se dio cuenta justo a tiempo (Eso lo
hubiera arruinado todo, comentó Charlie). Él y Ron salieron a toda prisa
detrás de Malfoy, que les decía, mientras tomaban el siguiente corredor:
—Ese Peter Weasley…
—Percy —le corrigió automáticamente
Ron.
—Cometiste un error, Ron
—dijo Hermione—, dudo mucho que Crabbe corrigiera muy a menudo a Malfoy.
Como no me di cuenta de
ese error, pensaba Draco.
—Como sea —dijo Malfoy—. He notado que
últimamente entra y sale mucho por aquí, a hurtadillas. Y apuesto a que sé qué
es lo que pasa. Cree que va a pillar al heredero de Slytherin él solito.
—No era eso. Todos los
prefectos recorríamos todos los pasillos porque nadie confiaba en los prefectos
de Slytherin —dijo Percy.
Lanzó una risotada breve y burlona.
Harry y Ron se cambiaron miradas de emoción.
Malfoy se detuvo ante un trecho de muro
descubierto y lleno de humedad.
—¿Cuál es la nueva contraseña?
—preguntó a Harry.
—Eh… —dijo éste.
—¡Ah, ya! «¡Sangre
limpia!» (¿Es en serio?, preguntó Alice. A lo
que Daphne respondió: “Nosotros no elegimos la contraseña”) —dijo
Malfoy, sin escuchar, y se abrió una puerta de piedra disimulada en la pared.
Malfoy la cruzó y Harry y Ron lo siguieron.
La sala común de Slytherin era una sala
larga, semisubterránea, con los muros y el techo de piedra basta. Varias
lámparas de color verdoso colgaban del techo mediante cadenas. Enfrente de
ellos, debajo de la repisa labrada de la chimenea, crepitaba la hoguera, y
contra ella se recortaban las siluetas de algunos miembros de la casa
Slytherin, acomodados en sillas de estilo muy recargado.
A los Slytherins no les
hacía nada de gracias que los demás sepan su contraseña y la decoración de su
sala común.
—Esperad aquí —dijo Malfoy a Harry y
Ron, indicándoles un par de sillas vacías separadas del fuego—. Voy a traerlo.
Mi padre me lo acaba de enviar.
—¿Qué era lo que le
envió? —preguntó Lee.
—De seguro nada bueno
—respondió Sirius.
Preguntándose qué era lo que Malfoy iba
a enseñarles, Harry y Ron se sentaron, intentando aparentar que se encontraban
en su casa.
Malfoy volvió al cabo de un minuto, con
lo que parecía un recorte de periódico. Se lo puso a Ron debajo de la nariz.
—Te vas a reír con esto —dijo.
—Pues no, no me causa
nada de gracia —dijo Ron.
Harry vio que Ron abría los ojos,
asustado. Leyó deprisa el recorte, rió muy forzadamente y pasó el papel a
Harry.
Era de El
Profeta, y decía:
INVESTIGACIÓN
EN EL MINISTERIO DE MAGIA
Arthur
Weasley (El aludido
se sorprendió), director del Departamento Contra el Uso Indebido de
la Magia, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un automóvil muggle.
—Yo le devolveré de esos galeones, señor Weasley
—prometió Harry.
—No te preocupes por eso Harry —dijo Arthur.
—Pero fue mi culpa —insistió Harry.
—Nuestra culpa —corrigió Ron—, yo te acompañaba.
Seamus continuó leyendo cuando todos se quedaron
callados.
El
señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio Hogwarts de Magia,
en donde el citado coche embrujado se estrelló a comienzos del presente curso,
ha pedido hoy la dimisión del señor Weasley.
—Eso es lo que siempre quisiste, ¿verdad? —gruñó
Charlie, pero Malfoy lo ignoro olímpicamente.
«Weasley
ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el señor Malfoy a nuestro
enviado. «Es evidente que no es la persona adecuada para redactar nuestras
leyes, y su ridícula Ley de defensa de los muggles debería
ser retirada inmediatamente.»
Lucius Malfoy sonrió ante la declaración de su yo
del futuro.
—¿Ridícula? —repitió Lily con indignación—, yo soy
hija de muggles, mis familiares y algunos amigos son muggles.
—Malfoy quería que retiraran la ley para poder
seguir torturando muggles sin que nadie se dé cuenta —dijo Bill.
El
señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su esposa amenazó a
los periodistas diciéndoles que si no se marchaban, les arrojaría el fantasma
de la familia.
Molly se sonrojó.
—Debiste hacerlo, mamá —dijeron
los gemelos Weasley.
—Sí, hubiera sido muy
divertido —apoyaron los gemelos Prewett.
—¿Y bien? —dijo Malfoy impaciente,
cuando Harry le devolvió el recorte—. ¿No os parece divertido?
—Para nada —dijeron los
hermanos Weasley a coro.
—Ja, ja —rió Harry lúgubremente.
—Arthur Weasley tiene tanto cariño a
los muggles que debería romper su varita mágica e
irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera en que se comportan,
nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.
—Ser sangre limpia no es
de mucha importancia para nosotros —volvieron a hablar los hermanos Weasley.
A Ron (o, más bien, a Crabbe) se le
contorsionaba la cara de la rabia.
—¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy
bruscamente.
—Me duele el estómago —gruñó Ron.
—Y sí que me dolía, pero
de coraje —dijo Ron.
—Bueno, pues id a la enfermería y
dadles a todos esos sangre sucia una
patada de mi parte —dijo Malfoy, riéndose (Pido
disculpas por ese comentario de mal gusto, dijo Draco antes de que empiecen a
atacarlo. A Lucius casi le da un infarto al escuchar a su único hijo
disculparse con los sangre sucia, y por más que le reclamo, Draco solo le dijo:
“Padre no te metas en esto”. Todos los del pasado miraban con sorpresa a Draco
y Ted comento: “Este Malfoy es completamente distinto al del libro”, y el trío
asintió)—. ¿Sabéis qué? Me sorprende que El
Profeta aún no haya dicho nada de todos esos ataques —continuó
diciendo pensativamente—. Supongo que Dumbledore está tapándolo todo (Albus nunca haría algo así, dijo la profesora McGonagall
con el ceño fruncido). Si no para la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi
padre dice siempre que la dirección de Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido
nunca a este colegio (El profesor Dumbledore es el
mejor director que ha tenido Hogwarts, dijeron los del pasado y los del futuro.
Dumbledore sonrió con agradecimiento, pero Lucius solo murmuró: “¿El mejor
director? Es solo un viejo chiflado”). Le gustan los que vienen de
familia muggle. Un director decente no habría
admitido nunca una basura como el Creevey ése.
La tristeza se apodero de
los chicos del futuro recordando al chico que le gustaba tomar fotografías —y
el más apenado era el trío—. Los del pasado se preguntaron porque se ponían de
ese modo cuando mencionaban chico.
—Pero si admitieron a
Crabbe y a Goyle que eran unos idiotas —dijo Dean—, entonces no veo la razón
por la que no admitieran a Colin.
Los del pasado no pasaron
desapercibido la palabra admitieran,
puesto que Dean hablo en tiempo pasado.
Malfoy empezó a sacar fotos con una
cámara imaginaria, imitando a Colin, cruel, pero acertadamente.
—Potter, ¿puedo sacarte una foto,
Potter? ¿Me concedes un autógrafo? ¿Puedo lamerte los zapatos, Potter, por
favor?
Draco se sintió apenado
por haberse burlado del chico.
Tal vez en ese momento me
molesta más que sea un hijo de muggles es que Creevey siempre paraba detrás de
Potter como si él fuera el único que importaba en el colegio, reconoció Draco
para sus adentros.
Bajó las manos y se quedó mirando a
Harry y a Ron.
—¿Qué os pasa a vosotros dos?
Demasiado tarde, Harry y Ron se rieron
a la fuerza; sin embargo, Malfoy pareció satisfecho. Quizá Crabbe y Goyle
fueran siempre lentos para comprender las gracias.
—Lo eran —confirmó Draco
y los demás Slyterin muy a su pesar tuvieron que asentir.
—San Potter,
el amigo de los sangre sucia —dijo
Malfoy lentamente—. Ése es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de
mago, de lo contrario no iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa
que es Granger (Ni sangre sucia ni presuntuosa,
murmuró Remus. No sabía decir cómo o porque, pero le molestaba terriblemente
cuando alguien insultaba o hablaban mal de Hermione. ¿Qué me sucede?, se
preguntaba). ¡Y se creen que él es el heredero de Slytherin!
Todos prestaron más
atención a la lectura pensando que Draco confesaría que él era el heredero de
Slytherin.
Harry y Ron estaban con el corazón en
un puño; quizás a Malfoy le faltaban unos segundos para decirles que el
heredero era él. Pero en aquel momento…
—Me gustaría saber quién es —dijo
Malfoy, petulante—. Podría ayudarle.
—¿Qué? —exclamaron todos
los del pasado.
—Eso quiere decir que no
eras el heredo —dijo Sirius como si le hubieran golpeado en el estómago.
—Les dije que no era yo
—afirmó Draco con pose altiva y una sonrisa de suficiencia.
A Ron se le quedó la boca abierta, de manera
que la cara de Crabbe parecía aún más idiota de lo usual. Afortunadamente,
Malfoy no se dio cuenta, y Harry, pensando rápido, dijo:
—Tienes que tener una idea de quién hay
detrás de todo esto.
—Claro, él debería saber
algo —dijo Sirius.
—Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces
tengo que decírtelo? —dijo Malfoy bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere
contarme nada sobre la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos (Todos miraron a Lucius en busca de respuesta, pero el
rubio solo sonrió con petulancia). Aunque sucedió hace cincuenta años, y
por tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que la
cosa se mantuvo en secreto y asegura que resultaría sospechoso si yo supiera
demasiado. Pero sé algo: la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos,
murió un sangre sucia (Myrtle, murmuró el trío).
Así que supongo que sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez… Espero
que sea Granger —dijo con deleite.
—¿Cómo te atreviste a
decir eso? —rugió Remus y los otros dos merodeadores lo secundaron.
Hermione miró al rubio
con tristeza al saber que le habría gustado que ella muriera en esa época. No
eran amigos, pero desde que acabo la guerra ambos se trataban con cordialidad y
respeto.
Malditas hormonas de
embarazada, se dijo mientras sentía las lágrimas queriendo desbordarse de sus
ojos.
—Lo siento, Granger, no
lo dije en serio —se disculpó nuevamente el rubio.
—¡Draco! —gruñó Lucius
con indignación.
—Ya te lo dije, padre
—dijo el rubio con firmeza mirando a Lucius—, no te metas en esto, son mis
asuntos.
—¡Eres una vergüenza!
—volvió a gruñir Lucius.
—Prefiero ser una
vergüenza antes que… —Draco se interrumpió, era mejor callar.
—¿Te encuentras bien?
—preguntó Remus a Hermione, puesto que no había ni una sola palabra.
—Sí —susurró la chica,
dando masajes a su vientre—. Gracias por defenderme —le sonrió dulcemente.
Remus también le sonrió,
y levantó su mano con la intención de acariciarle la mejilla, pero se detuvo y
lentamente fue bajando su mano.
Hermione se dio cuenta de
sus intensiones y volvió a sonreírle, pero luego vio que Remus bajaba la mano
contrariado, y ella comprendió que lo estaba sintiendo Remus en ese momento lo
tenía confundido.
Mientras Remus que no se
percato de que Hermione lo miraba, pensaba para sí.
No es correcto lo que iba
a hacer, se reprendió, ¿pero qué es lo que me pasa? ¿por qué actuó de esta
manera tan rara? Pero es que se ve tan adorable con sus mejillas sonrosadas.
Y el lobo que vivía
dentro de él se removió y gruño de insatisfacción. El lobo también quería
acariciar a Hermione y le molesto que no lo hiciera.
Remus empalideció y una
angustia creció dentro de él.
A Remus nunca le había
pasado algo parecido, el lobo nunca se había sentido tan familiarizado con
alguna chica, pero con Hermione era distinto.
Tal vez deba alejarme de
Hermione, esto no está bien, pensaba Remus.
Seamus siguió leyendo
luego de que todos hicieran silencio.
Ron apretaba los grandes puños de
Crabbe. Dándose cuenta de que todo se echaría a perder si pegaba a Malfoy,
Harry le dirigió una mirada de aviso y dijo:
—¿Sabes si cogieron al que abrió la
cámara la última vez?
La mirada de Hagrid se
ensombreció.
—Sí… Quienquiera que fuera, lo
expulsaron —dijo Malfoy—. Aún debe de estar en Azkaban.
Harry no pudo evitar
mirar a su padrino al escuchar Azkaban.
—¿En Azkaban? —preguntó Harry, sin
entender.
—Claro, en Azkaban, la prisión mágica,
Goyle —dijo Malfoy, mirándole, sin dar crédito a su torpeza—. La verdad es que
si fueras más lento irías para atrás.
Se movió nervioso en su silla y dijo:
—Mi padre dice que tengo que mantenerme
al margen y dejar que el heredero de Slytherin haga su trabajo. Dice que el
colegio tiene que librarse de toda esa infecta sangre
sucia, pero que yo no debo mezclarme (Bueno,
dejando aparte la infesta de sangre sucia, es un buen consejo de no mezclarte,
dijo Narcisa). Naturalmente, él ya tiene bastantes problemas por el
momento. ¿Sabéis que el Ministerio de Magia registró nuestra casa la semana
pasada? —Harry intentó que la inexpresiva cara de Goyle expresara algo de
preocupación (Interesante, realmente interesante,
dijo Moody mirando a Lucius)—. Sí… —dijo Malfoy—. Por suerte, no
encontraron gran cosa. Mi padre posee algunos objetos de Artes Oscuras muy
valiosos. Pero afortunadamente nosotros también tenemos nuestra propia cámara
secreta debajo del suelo del salón.
—¡DRACO! —gritó furioso
Lucius.
—No sabía que se trataba
de Potter y Weasley —se defendió Draco—.
Además después de todo yo mismo entrego todo eso luego de… —Draco volvió a
callar aun no era el momento de decir que Voldemort ya no existía.
—De todas formas no
debiste decir nada a nadie —siseó el rubio mayor.
Moody miraba a Lucius con
una especie de sonrisa.
—Que interesante
información —dijo con gozo—. Registraremos su casa luego de que acabemos de
leer los libros —prometió Moody.
—¡Ah! —exclamó Ron.
Malfoy lo miró. Harry hizo lo mismo.
Ron se puso rojo, incluso el pelo se le volvió un poco rojo (Van a volver a ser ustedes, dijo Ted). También se
le alargó la nariz. La hora de que disponían llegaba a su fin, de forma que Ron
estaba empezando a convertirse en sí mismo, y a juzgar por la mirada de horror
que dirigía a Harry, a éste le estaba sucediendo lo mismo.
—¿Y no te percataste de
eso Draco? —preguntó Nott.
—Creía que era los
efectos de la luz —contestó el rubio, con las mejillas un poco sonrojadas,
porque en verdad no se había dado cuenta de nada.
Se pusieron de pie de un salto.
—Necesito algo para el estómago —gruñó
Ron, y sin más preámbulos echaron a correr a lo largo de la sala común de
Slytherin, lanzándose contra el muro de piedra y metiéndose por el corredor, y
deseando desesperadamente que Malfoy no se hubiera dado cuenta de nada (Y no me di cuenta, murmuró Draco con frustración).
Harry podía notarse los pies sueltos dentro de los grandes zapatos de Goyle, y tuvo
que levantarse los bajos de la túnica al hacerse más pequeño. Subieron los
escalones y llegaron al oscuro vestíbulo de entrada, en que se oían los sordos
golpes que llegaban del armario en que habían encerrado a Crabbe y Goyle (James y Sirius no pudieron evitar soltar risitas por los
tontos de Goyle y Crabbe). Dejando los zapatos junto a la puerta del
armario, subieron corriendo en calcetines hasta los lavabos de Myrtle la
Llorona.
—Sí, por fin están a
salvo —dijeron Lily y Molly con alivio.
—Y lo único que les
faltaba decir… —dijo Sirius mirando sus dos amigos.
—Travesura realizada
—dijeron a coro los merodeadores.
—Bueno, no ha sido completamente inútil
—dijo Ron, cerrando tras ellos la puerta de los aseos—. Ya sé que todavía no
hemos averiguado quién ha cometido las agresiones, pero mañana voy a escribir a
mi padre para decirle que miren debajo del salón de Malfoy.
—Esa es una gran idea
—felicitó Bill.
Lucius lanzaba miradas
lascivas a su hijo, pero este lo ignoraba olímpicamente platicando con Astoria.
Cosa que enojaba más al rubio mayor.
Harry se miró la cara en el espejo
roto. Volvía a la normalidad. Se puso las gafas mientras Ron llamaba a la
puerta del retrete de Hermione.
—Ahora viene lo peor
—murmuró Hermione.
—Hermione, sal, tenemos muchas cosas
que contarte.
—¡Marchaos! —chilló Hermione.
—No me explico que es lo
que paso —preguntaba Charlie.
—Yo sí —dijo Fred
sonriendo.
—Hermione pasó muchos
días en la enfermería —completo George sonriendo igual que su hermano, y a
estas sonrisas se le unieron Harry, Ron y Ginny.
Hermione se sonrojó.
—¿Enfermería? —preguntó
Sirius.
—Ya lo entenderán —dijo
Ginny.
Harry y Ron se miraron el uno al otro.
—¿Qué pasa? —dijo Ron—. Tienes que
estar a punto de volver a la normalidad, nosotros ya…
Pero Myrtle la
Llorona salió de repente atravesando la puerta del retrete. Harry
nunca la había visto tan contenta.
—Eso es mala señal
—dijeron los gemelos Prewett.
—¡Aaaaaaaah, ya la veréis! —dijo—. ¡Es
horrible!
—Una hora completa
soportando esos comentarios —resopló Hermione.
—¿Qué le sucedió a tu
poción, Hermione? —le preguntó Lily.
—Cometí un error
—contestó la castaña.
Todos la miraron.
—¿Tú? Hermione cometiendo
errores —dijo Parvati.
—No soy perfecta, Parvati
—dijo la castaña.
Oyeron descorrerse el cerrojo, y
Hermione salió, sollozando, tapándose la cara con la túnica.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron, vacilante—.
¿Todavía te queda la nariz de Millicent o algo así?
Seamus leyó las
siguientes líneas, miró a Hermione y no
pudo evitar reír.
—¿Qué sucede? —preguntó
Terry Boot.
—Oye, Seamus, no te
burles —dijo Harry viendo a su mejor amiga roja, pero esta vez no de vergüenza
sino de coraje.
Seamus respiró profundo
varias veces y continúo con la lectura.
Hermione se descubrió la cara y Ron
retrocedió hasta darse en los riñones con un lavabo.
Tenía la cara cubierta de pelo negro.
Los ojos se le habían puesto amarillos y unas orejas puntiagudas le sobresalían
de la cabeza.
Todos estaban atónitos
mirando a Hermione.
Así que por eso no pudo a
acompañar a mi hijo y a Ron, pensaba Lily.
Por otro lado Hermione
también los miraba esperando a que rieran, pero extrañamente no lo hicieron y
Seamus siguió leyendo.
—¡Era un pelo de gato! —maulló—.
¡Mi-Millicent Bulstrode debe de tener un gato! ¡Y la poción no está pensada
para transformarse en animal!
Y de pronto Sirius empezó
a reír y todos siguieron su ejemplo. Hasta Remus no pudo evitar reír de la
chica.
Hermione al escucharlo lo
miró con seriedad.
—Lo siento —dijo Remus,
pero aun sonreía.
Los demás seguían riendo,
y Hermione ya no estaba dispuesta a seguir escuchando sus risas si era a costa
de ella.
—¡Ya cállense! —gritó.
—Podemos callarnos, pero
por mi parte yo guardare para siempre en mis recuerdos a ti convertida en gato
—dijo Sirius y volvió a reír.
—¡Cállate, Sirius! —le
ordenó Hermione.
—¿O qué me harás, chica
gato? ¿Arañarme? —se burló.
Ahora los demás habían
dejado de reír para prestar atención a la discusión de Hermione y el animago.
—¡Cállate ya, chucho
pulgoso! —gruñó Hermione.
Sirius la miró ofendido,
pero sobre todo sorprendido.
Los otros dos
merodeadores también la miraron con sorpresa.
—¿Me llamaste chucho
pulgoso? —preguntó Sirius.
—Sí —contestó con firmeza
—la castaña.
—Pues me imagino que tú
también habrás tenido pulgas por un rato chica gato —contraatacó el animago.
Y antes de que Hermione
contestara, James habló.
—Ya no la molestes,
Canuto —Sirius, Remus y Lily miraron sorprendidos el comportamiento maduro de
James—, de seguro que se vería linda convertida en gato, hasta darían ganas de
acariciarla —Hermione sonrió al padre de uno de sus mejores amigos—, y también
darían ganas de… darte un plato con leche —agregó riendo.
Hermione se puso roja.
—Harry —dijo, y el
aludido la miró—, ¿puedo golpear a tu padre? —le preguntó.
Harry la miró, parpadeó
muchas veces y luego sonrió.
—Está bien —dijo—, pero
no le vayas a sacar mucha sangre.
Los otros dos
merodeadores, los gemelos Weasley y los Prewett rieron.
—¿Qué? ¿Cómo que Está bien? —le reclamó James a su hijo.
—Créeme, papá en estos
momentos es mejor decirle que si a todo o sino se enfurecerá, y no creo que quieras
verla así, ¿o sí? —respondió Harry a su padre en tono confidente.
James negó con la cabeza y
miró a la amiga de su hijo. Esta sonrió.
—No voy a golpearlo —dijo—,
solo quería que se callaran.
James suspiró aliviado.
Luego de esa “conversación”,
Seamus siguió leyendo.
—¡Eh, vaya! —exclamó Ron.
—Todos se van a reír de ti —dijo
Myrtle, muy contenta.
—Exacto —murmuró Sirius, ocultando
una sonrisa.
—No te preocupes, Hermione —se apresuró
a decir Harry—. Te llevaremos a la enfermería. La señora Pomfrey no hace nunca
demasiadas preguntas…
—Eso es lo mejor que tiene
la señora Pomfrey —dijeron los merodeadores.
Les costó mucho trabajo convencer a
Hermione de que saliera de los aseos. Myrtle la Llorona los
siguió riéndose con ganas.
—¡Pues ya verás cuando todos se enteren
de que tienes cola!
—Y aquí termina el capítulo
—anunció Seamus.
—Muchas gracias, señor Finnigan
—dijo Dumbledore sonriendo—. Ahora cenaremos y luego nos iremos a descansar a nuestras
habitaciones.
Kreacher apareció la comida
para todos incluyendo la de Crookshanks
que bajo al suelo al escuchar al elfo.
La cena trascurrió tranquila platicando
sobre el último capítulo que habían leído y algunos todavía reían —solo era Sirius— por la equivocación de la pobre Hermione.
Remus miraba de reojo a Hermione, eso
era algo que no podía evitar hacer, pero definitivamente algo llamo mucho su atención.
Y eso era un anillo.
Hermione tenía su mano izquierda sobre
la mesa, sintió la mirada de alguien sobre ella, o mejor dicho sobre su mano. La
castaña miró a su costado y se dio cuenta que era Remus el que la miraba, entonces
lentamente retiro su mano.
Pero aun así, a Remus se le hizo muy familiar
ese anillo, estaba seguro que lo había visto antes. Y quería decirle si le podía
mostrar el anillo o preguntarle quien se lo había dado, pero luego desistió, se
suponía que tenía que alejarse de ella para que su lobo interior no se revolviera
de gusto en cuando Hermione tuviera una atención amable con él.
Luego de que terminaran de cenar, Hermione
fue la primera en retirarse a su habitación —seguida
de Crookshanks— alegando que se encontraba un poco cansada y con sueño.
Excelente capítulo y muy divertido por momentos. La cosa entre Remus y Hermione cada vez se va poniendo mejor, me gustan tanto que ya estoy impaciente porque estén juntos... aunque supongo que se complicaría un poco si él se alejara de ella, ¿lo va a hacer? Ojalá que no porque seguro a Hermione le sentaría faltal.
ResponderEliminarUn beso, AuLingWood.
Me encanto, esta muy buena la historia, gracias por actualiza tan pronto, perdon por comentar tan tarde, los estudios me quitan mucho tiempo pero siempre me hare un momento para seguir leyendo
ResponderEliminarHola! Veo que como ya lo dijeron Remus y Herms se acercan mas y mas, que lindo! Aunque hay cosas que no entiendo, pero supongo que se revelaran en el futuro, bueno sin mas nos vemos en la próxima actualización, c:
ResponderEliminarBesos c:
Hoola¡¡¡ ME encanta como se van dando las cosas entre Remus y Hermione, son tan lindos que no quisiera que el se alejara y menos en su estado ya que se lo tomaría muy mal. :C ,por otro lado pobre como se burlan de ella por la posion, me dio mucha risa. Espero con ansias el siguiente capitulo. Saludos¡¡
ResponderEliminarMuchas gracias a todas por dejarme sus comentarios, comentarios que me alentan a seguir escriendo, dentro de unas horas subo el siguiente capítulo
ResponderEliminarBesos a todas ♥