domingo, 24 de agosto de 2014

Primer Libro: Harry Potter y la Piedra Filosofal - Capítulo 5: El Callejón Diagon


Luego de que todos terminaran de almorzar a Sirius aun le rondaba por la cabeza eso de que él conocía muy bien  a ese supuesto amigo que se encargaba de preparar y servir la comida.
—¿Quién crees que sea? —preguntó Sirius a su amigo James.
—¿Quién? —dijo este confundido por la pregunta.
—Te refieres a ese «pequeño amigo» que dijo Dumbledore —dijo Remus.
—Sí —contestó el ojigris.
—Respondiendo a tu pregunta anterior, Canuto. Déjame decirte que no tengo la menor idea de quien pueda ser —dijo el pelinegro.
—Pues si Dumbledore dijo que era un pequeño amigo, que cocinaba, entonces yo creo que se trata de un elfo domestico —comentó Lily metiéndose en la conversación de los merodeadores.
Remus pareció pensarlo bien y llego a la misma conclusión que Lily.
—Lily tiene razón —dijo Remus haciendo que Lily sonriera—, de quien más se podría tratar, más que de un elfo.
—Tal vez sea… Kreacher —James dudo al mencionar el nombre de tan singular elfo.
Sirius soltó una gran carcajada llamando la atención de todos.
—Por favor James, en serio Kreacher —Sirius dejo de reír, para negar con la cabeza—, ese elfo no me soporta, aunque claro el sentimiento es mutuo, y le es tan fiel a mi madre, que ahora que me escape de esa casa por su estúpida manía sobre la pureza de la sangre, mi madre y padre me negaron como hijo, ahora ese elfo me debe de odiar, así que dudo mucho que Dumbledore se refiera a él.
—Pero podría ser —insistió Remus.
—No lo creo —determinó Sirius.
Dumbledore carraspeó llamando la atención de todos los presentes.
—Ya habiendo terminado de almorzar, entonces continuaremos leyendo los libros —hizo una pausa—, algún voluntario —preguntó mirando la mesa donde se encontraban Snape y el matrimonio Malfoy.
Snape solo se hizo el desentendido, Narcisa miraba a Dumbledore con curiosidad, y Lucius no ocultaba su mirada de furia para con el director. Dumbledore solo sonrió como respuesta.
—Yo leeré el libro Dumbledore —se ofreció Fabian Prewett luego de unos minutos en silencio.
Dumbledore le paso el libro al chico.
Fabian abrió el libro y encontró la página donde debía empezar a leer.
—Bien —dijo—, el siguiente capítulo se titula “El callejón Diagon”.
Todos se acomodaron en sus asientos para escuchar atentamente el siguiente capítulo.
Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.
«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena.»
—Vaya, que pesimista es mini Cornamenta —dijo Sirius—, ¿a quién te recuerda eso Lunático? —preguntó el ojigris.
Lupin pareció pensarlos unos segundos, para luego contestar:
—Uhm…, no lo sé —parecía pensarlo muy bien—, ¡Ya sé! —tronó sus dedos medio y pulgar—, ese pesimismo me recuerda a James.
Lupin y Canuto rieron, mientras que su amigo pelinegro los miraba con enojo.
—Eso no es cierto se defendió.
—Oh, claro que sí —dijo entre risas Lupin—, «Lily no quiso aceptar tener una cita conmigo» —imitó la voz de su amigo pelinegro.
—«Me suicidaré, sí, me suicidaré y para la próxima vez que le pida a Lily tener una cita conmigo y ella se niega, juro que me suicidaré» —Sirius siguió imitando a su amigo—. Pero al otro día veía a la pelirroja y se le olvidaba lo que había jurado, siempre era igual.
Lily sonrió al escuchar como Remus y Sirius imitaban a su novio.
—No les creas nada Lily, ellos son unos habladores —dijo James ligeramente sonrojado.
—No te preocupes, cielo, yo te creo —mintió Lily.
—No le creas —dijeron al unisonó Remus y Sirius.
Mientras James seguía defendiéndose, Snape pensaba: «Ojala y se hubiera suicidado cuando Lily lo rechazaba».
Se produjo un súbito golpeteo.
«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harry con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito…
—No ha sido un sueño, cariño —dijo Lily con voz tierna.
James miró a Lily con ojos de enamorado.
—Ya verás que cuando abras los ojos completamente, veras que será un día estupendo —dijo James sonriendo.
Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.
Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.
Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior. Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.
—No hagas eso.
—Solo está buscando su paga por el periódico —dijo Alice.
—Sí, pero el cachorro no lo sabe —comentó Sirius.
—¿Cachorro? —preguntó Lily sorprendida por cómo habían llamado a su hijo.
El ojigris se encogió de hombros.
—Es de cariño —objetó.
James y Remus solo sonrieron y Lily rodo los ojos.
—Mejor le quedaría Cervatillo —susurró Remus para sí.
Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.
—¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza…
—Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.
—¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los bolsillos.
—Pobre de Harry… —dijo Fred.
—… sí, eso le llevara mucho tiempo —terminó George.
El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té… (¿Cuánto se habrá demorado en encontrar las monedas en todos esos bolsillos?, preguntó Ted, los demás solo se encogieron de hombros al no saber la respuesta) Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.
—Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.
¿Knuts?
—Son las pequeñas de bronce —explicó Lily.
—Sí, pelirroja, pero no creo que el libro te agradezca tu explicación —dijo Sirius.
Lily lo miró mal al ver al ojigris sonriendo, y Remus pateó por debajo de la mesa evitando que dijera algo más.
—¡Ay! —se quejó—. ¿Por qué hiciste eso Lunático?
—Por idiota —contestó el ojimiel.
—Te lo merecías —estuvo de acuerdo el pelinegro.
—Claro a todos en contra del guapo Sirius —dijo en tono ofendido.
Los gemelos Weasley y Prewett sonrieron.
—Esas pequeñas de bronce.
Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.
Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.
—Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.
Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de pincharse.
—Insisto lo pesimista lo heredo de ti amigo —dijo Sirius.
James lo miró ofendido, pero no comento nada.
—Mm… ¿Hagrid?
—¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.
—Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia.
—¿Qué? —exclamó James—. Pero acaso creyó que lo dejaría sin nada para poder mantenerse en el futuro.
—Sí, ¿Cómo pudo pensar que no tenía nada? —dijo Sirius—. Si la familia Potter es tan antigua con los Black y los… Malfoy —el animago dijo con rencor el último apellido.
—Recuerden que Harry no sabía nada, si apenas se había enterado de que era un mago, como quieren que sepan que James le dejo una herencia —recordó Lupin.
—Remus tiene razón —dijo Lily, su amigo le sonrió.
—No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida…
—Yo no suelo guardar el oro en casa —susurró James.
—¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come una salchicha, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.
—¿Los magos tienen bancos?
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.
Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.
—¡Sacrilegio! —dijeron los gemelos Weasley a coro—, tirar la comida es sacrilegio.
—Estoy de acuerdo con ustedes —dijo Sirius.
—Ay, Sirius, como tú eres un tragón, que tiren la comida por casualidad te parece que es un pecado, hasta parece que le has hecho a tu estómago un hechizo de extensión indetectable —dijo Remus.
James y Remus rieron.
—Que gracioso, Lunático —dijo el ojigris.
—¿Gnomos?
—Ajá… Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírtelo. Nunca te metas con los gnomos, Harry. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti… sacar cosas de Gringotts... él sabe que puede confiar en mí. ¿Lo tienes todo? Pues vamos.
—Me pregunto qué asunto es ese que le mando a Hagrid —dijo Andrómeda.
Todos miraron a Dumbledore.
—Pues aún no lo sé, pero les recomendaría que prestaran mucha atención a todo, hasta los más mínimos detalles cuentan, recuérdenlo siempre —dijo el anciano director.
Todos asintieron.
Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la tormenta.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor, buscando otro bote.
—Volando —dijo Hagrid.
—¿Volando? —preguntaron los merodeadores, les hacía raro ver a un hombre de su tamaño volando, bueno no solo a ellos les parecía raro, sino también a todos.
—Aunque cuando fue a rescatar a Harry fue volando —recordó Remus—, pero en esa ocasión fue en una moto…
—Mi moto —aclaró Sirius.
—Sí, sí Canuto —dijo James—, pero ahora no ha mencionado ninguna moto.
—¿Volando?
—Sí… pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia, ahora que ya te encontré.
Subieron al bote. Harry todavía miraba a Hagrid, tratando de imaginárselo volando.
—Sin embargo, me parece una lástima tener que remar —dijo Hagrid, dirigiendo a Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿te importaría no mencionarlo en Hogwarts?
—No creo que le moleste, a un niño que recién sabe de qué la magia existe de verdad, me imagino que estará muy ansioso de ver a alguien practicándola —dijo Frank Longbottom.
—Sí, pero aun así Hagrid no debería hacerlo —dijo McGonagall, tenía el ceño ligeramente fruncido.
Los gemelos ignoraron lo dicho por la profesora.
—Vaya, nunca imaginamos a Hagrid volando —dijo George.
—Qué te parece si cuando regresemos a nuestra época, le pedimos a Hagrid que nos haga una demostración se vuelo —dijo Fred y su gemelo asintió emocionado.
Minerva escuchaba los comentarios de los gemelos. Y negaba con la cabeza.
—Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de ver más magia. Hagrid sacó otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.
Frank sonrió al saber que lo que dijo se cumplió.
—¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? —preguntó Harry.
—Hechizos… encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando su periódico mientras hablaba—… Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad (Bill Weasley sonrió ligeramente). Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aunque hubieras podido robar algo.
Harry permaneció sentado pensando en aquello, mientras Hagrid leía su periódico, El Profeta. Harry había aprendido de su tío Vernon que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas que hacer en su vida.
—No creo que a Hagrid le hubiera molestado que Harry le hiciera preguntas, es más estaría encantado de poder responderle cada una de sus dudas —dijo Alice.
—Claro que sí, porque Hagrid no es como esa morsa de Vernon Dursley —dijo Sirius.
James, Remus y Lily asintieron.
—El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbre —murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.
—¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin poder contenerse.
—Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que Dumbledore fuera el ministro, claro, pero él nunca dejará Hogwarts, así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero. Así que envía lechuzas a Dumbledore cada mañana, pidiendo consejos.
—¿Qué? —exclamó Ojoloco—, Fudge será Ministro de Magia —el auror no lo podía creer.
—Qué mala elección —dijo Ted.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.
Muchos estuvieron de acuerdo con Hagrid.
—Estúpidos muggles —dijo Lucius.
Todos miraron mal al rubio —bueno menos Narcisa y Snape—, pero él no le dio importancia.
—Señor Malfoy le pido que no se exprese de ese modo de los muggles —dijo Dumbledore, con una expresión seria en su rostro, casa rara, puesto que el director siempre tenía una mirada y una sonrisa amable en su rostro.
En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Hagrid dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle.
Los transeúntes miraban mucho a Hagrid (¿Y quién no?, dijo James), mientras recorrían el pueblecito camino de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo era el doble de alto que cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:
—¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?
—Estoy de acuerdo con Hagrid —comentó Arthur—, aunque me gustaría saber el funcionamiento de sus artefactos.
—Oh, Arthur, ahora no es el momento para eso —lo regañó Molly.
Sus hijos sonrieron —hasta Percy— al ver como regañaban a su padre, eso no había cambiado.
—Déjalo, hermanita… —dijo Fabian.
—… y si encontrara algo interesante, que nos lo diga para ver que broma inventamos —termino Gideon.
Molly solo negó con la cabeza, mientras que los merodeadores sonreían.
—Hagrid —dijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo—, ¿no dijiste que había dragones en Gringotts?
—Bueno, eso dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un dragón.
—¿Te gustaría tener uno?
—Quiero uno desde que era niño… Ya estamos.
—Hagrid todavía no entiende que es muy peligroso tener un dragón de mascota —dijo McGonagall.
—Y no creo que entienda, profesora —dijo Charlie Weasley con una sonrisa en sus labios—, digo tendrá que pasar un tiempo aun.
—¿Qué quieres decir Charlie? —preguntó su madre.
—Oh, ya lo sabrán —volvió sonreír—, muy pronto —agregó.
Sí supieran que Hagrid tendrá un dragón y que Harry y Hermione lo ayudaron a sacarlo de su cabaña, penaba el pelirrojo.
Dumbledore miró con curiosidad a Charlie, puesto que ya se imaginaba lo que iba a suceder.
Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde. Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Harry para que comprara los billetes.
La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo canario.
—Vaya, aun en su época sigue tejiendo eso —preguntó Remus.
—Sí, ¿Por qué? —preguntaron los gemelos Weasley.
—Porque la última vez que vimos a Hagrid en su cabaña estaba tejiendo es cosa —contó Sirius.
—Y lo vimos hace tres días —agregó James.
—Vaya —susurraron los gemelos Weasley.
—¿Todavía tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba los puntos.
Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.
—Bien —dijo Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.
Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
Una capa de invierno (negra, con broches plateados).

(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)

LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
Teoría mágica, Adalbert Waffling.
Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.
Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.
Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.
Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.
Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.

RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.

Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.

—No poder tener una escoba en primer año, me parece realmente injusto —se quejó James.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, hermano —apoyó Sirius.
Remus y Lily rodaron los ojos.
—¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Harry en voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.
Harry no había estado antes en Londres. Aunque Hagrid parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes muy lentos.
—No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia —comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle llena de tiendas.
—Eso mismo me pregunto yo —dijo Alice.
—Pues lo muggles reemplazan la magia con la tecnología —explicó Lily.
—¿Tecnología? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Es un poco complicado de explicar ahora, pero luego se los explicaré —prometió la pelirroja.
Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre. Lo único que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él. Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley? Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado. Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Hagrid era increíble, Harry no podía dejar de confiar en él.
—Siempre pasa lo mismo, apenas uno conoce a Hagrid, y al instante confían en él, porque es muy amable a pesar de su apariencia amenazadora —dijo Sirius.
—Sí es cierto —apoyó Remus.
—Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso.
Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera señalado, Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y Hagrid lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.
Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron.
—Vaya, ese lugar no ha cambiado nada en el futuro —comentó Remus.
—Sí, amigo y si el Caldero Chorreante no ha cambiado nada, entonces la Cabeza de Cerdo tampoco —dijo Sirius con alegría.
—Y hablando de la Cabeza de Cerdo, hace mucho que no vamos —dijo James, sin darse cuenta de la mirada enojada que le dirigía su novia—, deberíamos ir luego de terminar de leer los libros —propuso el pelinegro.
—Sí, y también deberíamos…
—¡Ya! —gritó Lily, parando con los planes de los merodeadores—, porque les gusta ir a lugares nada apropiados —refunfuño la pelirroja—, espero y a Harry no haya heredado tus manías de ir a ese lugar.
Nadie dijo nada al ver a la pelirroja enojada.
Luego Fabian empezó nuevamente a leer el libro.
Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
—¿Lo de siempre, Hagrid?
—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las rodillas.
—Hagrid debería de medir su fuerza —dijo Molly—, pudo lastimar a Harry.
—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste… puede ser…?
—Vaya, sí que mi hijo será muy famoso —James estaba muy orgulloso de su futuro hijo.
—Arrogante —susurró con odio Snape. Pero nadie lo escucho.
—Escuchaste Lunático, el mini Cornamenta será muy famoso —Sirius también estaba orgulloso del hijo de su amigo, al igual que Remus.
El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter… todo un honor.
Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.
James volvió a sonreír orgulloso, pero su sonrisa se borró al escuchar el comentario de Snape.
—Tan arrogante y petulante como el padre —Snape no aguantó más y tuvo que soltar lo pensaba en voz alta, pero no solo los insultos fue lo que molesto a James, los merodeadores y Lily, lo que le molesto más fue el odio con que se expresó del pequeño Harry.
—Cierra la boca Quijicus —dijeron los merodeadores.
Lily se sorprendió al escuchar a su amigo Remus llamar Quijicus a Snape, puesto que él nunca lo hacía, los únicos que lo llamaban de ese modo eran James, Sirius y Peter. Pero luego comprendió que a Remus le debió molestar mucho —al igual que a ella— que Snape se expresara así de un niño que ni siquiera era concebido.
—Severus vuelves a hablar a expresarte de ese modo de mi hijo y lo lamentaras —lo amenazó la pelirroja.
Snape se quedó lelo al escuchar que el gran amor de su vida lo amenazo.
—Esa es mi chica —la felicitó James, dándole un gran beso. Lily le sonrió.
—Bienvenido, Harry, bienvenido.
Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.
—Vaya, sí que son muy diferentes —dijo Remus mirando a su amigo pelinegro.
—¡Oye! —se quejó este.
—Sí, porque si hubiera sido Cornamenta, le habría sonreído a todos y luego se habría subido a la mesa y le hubiera hecho una reverencia.
—No ayudas —refunfuñó James.
—Tú también hubieras echo lo mismo Sirius —dijo Remus, sonriendo.
—No lo hubiéramos hecho —dijeron al unisonó James y Sirius.
—Sí lo hubieran hecho —apoyó Lily, James la miró con cara de tonto—, lo siento cariño, pero es la verdad —agregó.
Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.
—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar tu mano… estoy muy complacido.
—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.
—¡Yo lo he visto antes! —dijo Harry, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción—. Usted me saludó una vez en una tienda.
—¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—. ¿Habéis oído eso? ¡Se acuerda de mí!
—Vaya, Dedalus Diggle, ese hombre siempre nos cayó muy bien, ¿verdad, hermano? —dijo Fabian parando de leer al recordarlo.
—Muy cierto hermano —estuvo de acuerdo Gideon—, un buen hombre, te acuerdas también de la pequeña broma que le hicimos —su gemelo sonrió al igual que él.
—Viste, cariño —dijo James a Lily—, como se emociona la genta al conocer a nuestro hijo —el pelinegro no podía evitar la alegría que le causa eso, la pelirroja solo asintió y sonrió.
Harry estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.
Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.
—¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.
—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry—. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.
—¿Un profesor que tartamudea? —preguntó Ted—, pero si ni siquiera puede decir dos palabras sin dejar de tartamudear.
—No me da buena espina es Quirrel —dijo Ojoloco.
—A mí tampoco me agrada —dijo Lily.
—A nosotros tampoco nos da buena espina —añadieron los merodeadores.
—¿Por qué? —preguntó McGonagall.
—Parece que oculta algo —contestó Ojoloco—. Siendo auror he aprendido que el culpable puede ser la supuesta víctima—explicó el auror.
—¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?
—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter? —Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple mención.
Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a Harry. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.
Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez y Hagrid se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.
—Parece que el pequeño Harry, ya tiene su primera admiradora —dijo con burla Sirius.
—Por favor Black, Harry es solo un niño —lo regaño Lily.
Hagrid miró sonriente a Harry.
—Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.
—¿Está siempre tan nervioso?
—Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces cogió un año de vacaciones, para tener experiencias directas… Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera… Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura… Ahora ¿adónde vamos, paraguas?
—No creo que los vampiros lo hayan puesto así, ese Quirrell no me agrada nada, no debería de contratarlo profesor Dumbledore —dijo Lily y Ojoloco estuvo de4 acuerdo con ella.
¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.
—Tres arriba… dos horizontales… —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás, Harry.
Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.
El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.
—Bienvenido —dijo Hagrid— al callejón Diagon.
—Nunca se olvida la primera vez que vas al Callejón Diagon —dijo Frank.
—Sí, tienes razón —dijo Ted.
—En especial para los nacidos de muggles —dijo Lily recondando la primera vez que estuvo en el Callejón Diagon.
—Sí, es impresionante —concluyó Alice.
Sonrió ante el asombro de Harry Entraron en el pasaje. Harry miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.
El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos…».
¿Diecisiete sickles una onza de hígado de dragón? Pues si está muy caro, pensaba mientras tanto Molly.
—Yo también hubiera querido tener ocho ojos para poder ver todo —contó Lily.
—Pero si hubieras tenido esos ocho ojos, entonces la gente te quedaría mirando a ti —bromeó Sirius.
—Que gracioso Black —bufó Lily.
Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco». Varios chicos de la edad de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Mirad —oyó Harry que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.» (Deberíamos comprarnos una así, dijeron al unisonó James y Sirius, mientras que Lily y Remus solo negaban con la cabeza) Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna…
—Gringotts —dijo Hagrid.
—Oh, Gringott —dijo Bill con un suspiro, como si se tratara de su esposa.
—Fleur se pondrá celosa —le susurró George a Bill.
Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había…
—Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Harry. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.

Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.

—Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí —dijo Hagrid.
—Pues el trío dorado sí estuvo suficientemente loco para robar el banco… —empezó Fred, en susurros.
—… y sobre todo salir victorioso —terminó George.
—¿Qué están diciendo? —preguntó Sirius—. Lo único que pude escuchar fue que mencionaron a un tal «trío dorado».
Percy miró mal a sus hermanos por hablar de más.
—No le hagáis caso a todo lo que dicen ellos dos, por lo general siempre están diciendo cosas sin sentido —dijo Percy.
—¡Oye! —se quejaron los gemelos, pero Percy ni se molestó en mirarlos.
Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.
—Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.
—¿Tiene su llave, señor?
—La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus bolsillos sobre el mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el libro de cuentas del gnomo. Éste frunció la nariz. Harry observó al gnomo que tenía a la derecha, que pesaba unos rubíes tan grandes como carbones brillantes.
—Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña llave dorada.
El gnomo la examinó de cerca.
—Parece estar todo en orden.
—Y también tengo una carta del profesor Dumbledore —dijo Hagrid, dándose importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.
—Oh, una muy mala elección de palabras, sabiendo lo curioso que es Harry, ese tono de secreto despertara su curiosidad al instante —dijo Bill.
—¿En verdad Harry es muy curioso? —preguntó Remus.
—Sí, y mucho —ahora habló Percy.
—Vaya, eso quiere decir que es igual a Cornamenta—dijo Sirius.
James le sonrió a su amigo.
Algunos sonrieron al escuchar tal respuesta. La profesora McGonagall también sonrió y asintió, puesto que ella conocía muy bien la curiosidad de James.
El gnomo leyó la carta cuidadosamente.
—Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!
—El pobre Griphook —susurró Bill.
Griphook era otro gnomo. Cuando Hagrid guardó todas las galletas de perro en sus bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.
—¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? —preguntó Harry.
—Ya ven lo que dije, Harry es muy curioso —dijo Bill, con una gran sonrisa.
Sirius miró a su amigo con burla.
—Tú también eres igual o más curioso que James, Sirius —dijo Remus a Sirius, y a este se le borro la sonrisa.
—El señor Lupin tiene razón, señor Black, o es que acaso no se acuerda de las tantas veces que estuvo usted y su amigo Potter en mi despacho por su «curiosidad» —dijo McGonagall.
Sirius y James sonrieron —solo le faltaba pararse y hacer una reverencia— mientras Remus solo rodo los ojos.
—No te lo puedo decir —dijo misteriosamente Hagrid—. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.
—Y esa respuesta seguro lo empeorara —dijo Lily.
Griphook les abrió la puerta. Harry, que había esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron (Hagrid con cierta dificultad) y se pusieron en marcha.
Fabian y Gideon sonrieron al imaginarse a Hagrid subido en uno de esos carritos.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.
—Esos carritos son geniales, yo amo subirme a ellos cuando voy a Gringotts —comentó James, como si nada.
Su novia lo quedo mirando como si mirada a un loco.
—No puedo creer que te guste esos carritos —dijo Lily—, gracias al cielo que yo no tengo que subirme a esos carritos, yo solo tengo que cambiar el dinero muggle por el mágico.
—Pues no sabes de lo que te pierdes —dijo Sirius—, porque esos carritos son más que geniales —sonrió, como si estuviera recordando alguna travesura.
—A veces suelen ser un poco raros, pero son buenos —los defendió Remus.
A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde. Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.
—Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para hacerse oír sobre el estruendo del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?
—Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y no me hagas preguntas ahora, creo que voy a marearme.
—No es tan malo viajar en esos carritos —comentó Ted, que había tenido la oportunidad de subirse en uno de ellos.
Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.
Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.
Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a Harry? Y durante todo aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres le pertenecía.
—Y no debes mencionar nada de ello a tus tíos, Harry —dijo James.
—¿Y dice que les costaba mantenerlo?, pero si lo tenían durmiendo en una alacena —exclamó Lily, muy enojada, sí, su enoja se había avivado al escuchar eso último.
—Y una vez más comprobamos que las pelirrojas enojadas son como… —dijo Gideon tratando de encontrar un calificativo.
—… demonios —completo Fabian.
—¡Gideon! ¡Fabian! —gritó Molly—, en vez de decir tantas tonterías, porque mejor no continuas leyendo.
Fabian la miró unos segundos y luego volvió a la lectura.
Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una bolsa.
—Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—. Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?
—Una sola velocidad —contestó Griphook.
—Lastimosamente solo hay una sola velocidad —susurró Alice.
Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se volvió cada vez más frío, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Harry se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Hagrid gruñó y lo enderezó, cogiéndolo del cuello.
—Esa curiosidad de los Potter siempre termina metiéndolos en problemas —dijo McGonagall.
—Pero aun así me quiere Minnie, no trate de negarlo —James sonrió arrogante, mientras que la profesora solo movió la cabeza en manera de negación.
La cámara setecientos trece no tenía cerradura.
—Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un gnomo de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado —añadió.
—¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? —quiso saber Harry.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna.
—Vaya, que amables son —dijo Frank con sarcasmo.
—Y no se da cuenta que podría asustar a Harry —dijo Molly.
—¿Asustar a Harry? —dijo Fred, para luego soltarse a reír con su gemelo.
Molly los miró seria y ellos dejaron de reír.
Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver por lo menos joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía. Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid lo cogió y lo guardó en las profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.
—¿Qué había en ese paquete Dumbledore? —preguntó Sirius.
—No seas imprudente Black —lo regañó Lily.
—Ya cálmate pelirroja —contestó el ojigris—, deberas pobre de ti James —añadió dándole unas cuantas palmaditas en la espalda a su amigo, y al instante soltó un grito—. ¡Ay!, esta vez porque me pisaste Lunático.
El aludido lo miró sorprendido.
—Yo no fui —se defendió el ojimiel.
—Fui yo —contestó Liluy Evans con una sonrisa en los labios.
Dumbledore sonrió, para luego contestar:
—Lamento mucho no poderle dar la respuesta que espera, pero es que eso aún no ha pasado, así que no tengo ni idea.
Sirius se cruzó de brazos, mirando a la pelirroja serio.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino; será mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.
—Pobre de Hagrid, seguro lo dejo traumado uno de esos carritos —dijo Fred.
—Sí, y que pasaría si alguien con engaños lo volviera hacer subir a uno de esos carritos —dijo George con una sonrisa traviesa en sus labios. Su gemelo le sonrió con complicidad.

Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te importa que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts. —Todavía parecía mareado, así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin, sintiéndose algo nervioso.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.
—¿Hogwarts, guapo? (James sonrió con arrogancia al escuchar cómo llamaron a su futuro hijo) —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo muchos aquí… En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo (Sirius al escuchar esa descripción del niño, miró a Lucius Malfoy por instinto) estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras (Sirius volvió a mirar a Lucius, puesto que tenía un presentimiento de que ese niño podría ser hijo de su prima y su flamante esposo)—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
Harry recordaba a Dudley
—Pues sí, al parecer ser que ese niño es un Dudley del mundo mágico —dijo Remus, y sus amigos estuvieron de acuerdo con él.
—¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.
—No —dijo Harry.
—¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos sería el quidditch.
James y Sirius pusieron cara de terror al escuchar que Harry no sabía nada del quidditch.
—¿Cómo no va a saber que es el quidditch? —dijeron al unisonó el pelinegro y el ojigris.
Lily los miró malhumorada.
—Sí recuerdan que apenas se ha enterado que es mago y está conociendo el mundo mágico, ¿no? —repitió Lupin.
—Sí, eso es cierto, Cornamenta —dijo Sirius.
—Bueno, entonces cuando cambiemos el futuro, apenas Harry tenga uso razón le hablare del quidditch —prometió James.
—Eso no es tan importante —dijo Lily.
—Pero… —empezó su novio.
Se quedó callado cuando vio la mirada que le dirigía su novia.
—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?
—No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.
—Oh, nadie lo sabe —contestó Molly al libro.
—Pero yo sí —dijo James muy seguro.
—¿Así?, ¿y donde quedara, según tú, James? —preguntó Lily.
—Pues en Gryffindor, como nosotros —respondió inmediatamente el pelinegro. Parecía muy seguro de sus palabras.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?
Ahora Sirius estaba completamente seguro de que ese niño era hijo de su prima y de Lucius, con esa respuesta era más que suficiente.
—Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante.
—¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico, señalando hacia la vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a Harry y señalando dos grandes helados, para que viera por qué no entraba.
—Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo que el otro no sabía—. Trabaja en Hogwarts.
—Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?
—Oh, pero que clase de educación le dan a ese niño, para que se exprese de esa manera de las personas —dijo Molly con enojo.
—La peor —contestaron los chicos del futuro, puesto que ya habían descubierto de quien se trataba.
—¿Ustedes lo conocen? —preguntó su madre.
—Eh, sí —respondieron los gemelos—, pero ya muy pronto sabrás de quien se trata.
—Yo ya lo sé —susurró Sirius, sin quitarle la vista de encima a su prima y su esposo.
—Dijiste algo Canuto —preguntó James, y este negó.
—Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel chico.
—Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.
—¿Cómo se atreve hablar así de Hagrid? —dijo Frank.
Con los padres que tendrá, apuesto a que se atreva a más, pensaba el ojigris.
—Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.
—¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—. ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?
—Están muertos —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese tema con él.
Esas palabras estremecieron a Lily y a James.
—Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le importara—. Pero eran de nuestra clase, ¿no?
—Ese hurón —susurraron con frialdad los gemelos Weasley.
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres.
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? (Lily hizo una mueca de disgusto) No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es tu apellido?
Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame Malkin dijo:
—Ya está listo lo tuyo, guapo.
Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el muchacho.
—Lamentablemente —dijo Fred.
—Y vaya que si se vieron —dijo George.
—¿Por qué dicen eso? —preguntó Andrómeda.
—Por nada —contestaron los dos.
Harry estaba muy silencioso, mientras comía el helado que Hagrid le había comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).
—¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.
—Nada —mintió Harry. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Harry se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:
—Hagrid, ¿qué es el quidditch?
—Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes… ¡No saber qué es el quidditch!
—Pero eso cambiara —susurraron los merodeadores.
—No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a Hagrid lo del chico pálido de la tienda de Madame Malkin.
—… y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder ir…
—Tú no eres de una familia muggle. Si hubiera sabido quién eres… Él ha crecido conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu madre! ¡Y mira la hermana que tuvo!
Lily sonrió.
—Entonces ¿qué es el quidditch?
—Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es… como el fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas… Es difícil explicarte las reglas.
—¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?
—Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos inútiles, pero…
—Pero son más leales que los Slytherin —dijeron los merodeadores.
—¡Oye! —se quejó Andrómeda—, bueno, creo que tienen un poco de razón —dijo mirando a su hermana, y pensando en su otra hermana.
—Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry desanimado.
—Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono lúgubre—. Las brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin. Quien-tú-sabes fue uno.
—¿Vol… perdón… Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Maldito desnarizado —susurraron los gemelos Weasley.
—¿Qué? —dijeron los merodeadores.
—Nada —volvieron a responder.
—Hace muchos años —respondió Hagrid.
Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos ycontrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las másrecientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, LenguaAtada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley.
—Sin duda será un gran merodeador —dijo Sirius a James.
—Yo creo que se parecerá más a Lily —dijo Remus, su amiga le sonrió.
—Así, quieres apostar Lunático —propuso el ojigris.
—Bien —contestó Lupin.
—Yo también quiero entrar en la apuesta —dijo James.
—¡James! —lo regañó su novia.
—Es solo una apuesta sana —le contestó este, con una sonrisa de ángel. Esto derritió a Lily, y ya no le impidió que haga su apuesta—. Yo también apuesto a que Harry será un merodeador.
—¿Cuánto apuestan? —preguntó Sirius.
—10 galeones —dijo Lupin y James a la vez.
—Bien, entonces que sean 10 galeones —sonrió Sirius—, creo que Cornamenta y yo te ganaremos Lunático.
Los gemelos Weasley lo miraron, ya habían escuchado que se llamaban anteriormente con esos sobrenombres, pero no estaban seguros de que sean ellos, pero esos sobrenombres con la palabra «merodeador» juntas en una oración ya era sospechoso. Pero los gemelos decidieron que luego de ese capítulo preguntarían.
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo Hagrid—. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.
Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en la lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Harry examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).
Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry.
—Sólo falta la varita… Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños.
—Que amable que es Hagrid, cuando lo vea le agradeceré por ser tan bueno con Harry —dijo Lily.
—Y yo te acompañaré —dijo James.
Harry sintió que se ruborizaba.
—No tienes que…
—Tan parecido a ti, Lily —dijo Remus, con una sonrisa. Luego le susurró a sus amigos—: creo que ganaré la apuesta —eso solo lo hizo para hacerlos enojar.
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán… y no me gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.
Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.
Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor Quirrell.
—Que adorable es Harry —comentó Molly, a lo cual Lily y James le sonrieron.
—Y lo mejor es que no salió a James —dijo Frank tratando de molestar a James.
—Oye —se quejó esté.
—Ya no te quejes James —habló Lupin—, acaso no escuchaste que Harry es idéntico a ti físicamente —el pelinegro sonrió.
—Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No creo que los Dursley te hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor.
Una varita mágica… Eso era lo que Harry realmente había estado esperando.
—Todos esperamos con ansias comprar nuestra primera varita —dijo Arthur Weasley.
La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C.». En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.
Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Hagrid se sentó a esperar. Harry se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Harry dio un salto. Hagrid también debió de sobresaltarse porque se oyó un crujido y se levantó rápidamente de la silla.
—Eso tampoco ha cambiado, Ollivander siempre tiene la costumbre de aparecer de esa manera —dijo Ted Tonks.
Muchos asintieron estando de acuerdo.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.
—Hola —dijo Harry con torpeza.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter. —No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.
—Vaya, aun lo recuerda —dijo Lily emocionada.
—Claro que lo recuerda, cariño —James le habló con amor a su novia—, Ollivander nunca olvida las varitas que vende.
—Y además siempre le menciona que tipo de varita tenían sus padres a los niños que van a comprar su varita por primera vez —siguió Sirius.
El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.
—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
—Lo que yo dije —dijo Sirius con suficiencia.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban nariz contra nariz. Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.
—Y aquí es donde…
El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.
—Qué falta de respeto haber tocado la cicatriz de pequeño —dijo Andrómeda.
Y Lily estuvo de acuerdo con ella.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas… Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo…
Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Harry, fijó su atención en Hagrid.
—¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez… Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible… ¿Era así?
—Así era, sí, señor —dijo Hagrid.
—Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron —dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.
—Eh…, sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid, arrastrando los pies—. Sin embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con vivacidad.
—Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono severo.
—Yo creo que si lo utiliza, solo que tiene los pedazos de la varita guardado en un lugar estratégico —dijo Fred.
—Y ese lugar estratégico es su paraguas —completó George. Para luego empezar a reír con su gemelo.
—Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se dio cuenta de que sujetaba con fuerza su paraguas rosado.
Los gemelos se miraban con complicidad, y los merodeadores no los dejaban de mirar, esos chicos le agradaban.
—Son buenos para las bromas —comentó James, y lo demás asintieron.
—Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a Hagrid—. Bueno, ahora, Harry… Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Como odio esa cinta —dijo Sirius.
—Eh… bien, soy diestro —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.
De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.
—No creo que esa varita sea la adecuada para Harry —dijo Lily.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó James.
—Simplemente no me gusta —contestó esta.
Harry cogió la varita y (sintiéndose tonto) la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba…
—Yo creo que esa tampoco es la adecuada —opinó Sirius.
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.
—No, no… Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
—Esa varita tampoco parece que sea para Harry —ahora habló Lupin.
Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Dumbledore se quedó pensativo al escuchar que la varita tenía pluma de fénix.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales (Con razón las otras varitas no nos parecían las adecuadas, dijeron los merodeadores), arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien… Qué curioso… Realmente qué curioso…
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso… muy curioso».
—¿Qué es lo curioso? —preguntó Sirius.
—Pues si no interrumpieras tanto, ya lo sabríamos —contestó Lily.
—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
—¡¿Qué?! —gritó Lily—, ¿Cómo es posible que esa varita escogiera a mi hijo?
—Calma, Lily —dijo James—, seguramente se deba a algo muy importante —sorprendentemente James hablo muy maduramente.
—Que me calme, pero James, acoso no te das cuenta que la otra varita era de Voldemort —algunos se estremecieron al ori ese nombre.
—Sí, nos dimos cuenta Lily, pero creo que no podemos hacer nada cuando es la varita quien escoge al mago —dijo Lupin.
—Tiene razón señor Lupin —dijo Dumbledore, pensativo.
Aun y con esas respuestas Lily no se calmaba.
Harry tragó, sin poder hablar.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo… Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter… Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas… Terribles, sí, pero grandiosas.
—Y esperemos que su hijo también haga grandes cosas —dijo Ojoloco a Lily y a James—, pero para el bien —agregó.
Lily volteó a mirarlo seria.
Harry se estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le gustara mucho. Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.

Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Hagrid emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el regazo de Harry. Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington. Harry acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el hombro.
—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo.
Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas sillas de plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.
—¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid. Harry no estaba seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las palabras.
Creo que le estaré muy agradecida a Hagrid por toda mi vida, pensaba la pelirroja.
—Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esa gente del Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander… Pero yo no sé nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni siquiera puedo recordar por qué soy famoso. No sé qué sucedió cuando Vol… Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.
Snape se quedó sorprendido por esa respuesta. En verdad ese chico lo desconcertaba, a veces parecía tan arrogante como el padre —o eso creía— pero otras veces era tan parecido a Lily.
Si llego a conocer al hijo de Lily, lo tendré muy bien vigilado, pensaba Snape.
Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.
—No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú mismo. Sé que es difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.
—Claro que la pasara bien —dijo Charlie Weasley—. Hogwarts se convertirá en un segundo hogar, así como nos pasó a todos.
Todos asintieron. Y aunque Snape no asintió, por dentro él estaba completamente de acuerdo con el pelirrojo, puesto que no se podía llamar hogar a su casa.
Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre.
—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías una carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, Harry.
El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.
—Aquí termina el capítulo —avisó Fabian.
—Muchas gracias, señor Prewett —dijo Dumbledore. Luego miró su extraño reloj—. Parece que se nos pasó el tiempo, este será el último capítulo por hoy. Luego de cenar nos podemos ir a descansar, y mañana a primera hora estaremos aquí para seguir leyendo los libros.
Fabian le entrego el libro a Dumbledore, y este se lo guardo dentro de un bolsillo de la túnica.
Unos minutos después la comida apareció en las mesas.
—Ya era hora —exclamó Sirius, haciendo reír a sus amigos.
—Insisto tienes un hechizo extensible en tu estómago —repitió Lupin.
—No es cierto —replicó el ojigris.
Y así entre pequeñas bromas, algunos regaños —por parte Molly a sus hijos gemelos— y algunos comentarios sobre el libro, terminaron de cenar.
Los gemelos Weasley se cambiaron de lugar y se sentaron cerca a los merodeadores —ellos estaban sentados cerca a sus padres, que era cinco puestos más adelante— para hacerles sus preguntas correspondientes, así comprobar sus teorías.
—Les queremos hacer unas preguntas —les dijeron los gemelos al unisonó a los merodeadores, que enseguida pararon de hablar para centrarse en tan peculiar hermanos.
—¿Qué nos quieren preguntar? —habló Lupin, el más centrado del grupo.
—¿Ustedes son los merodeadores? —preguntaron a la vez, muy directamente.
Los merodeadores se quedaron en silencio.

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