—Toma, cuñadita —dijo
Fred, haciendo sonrojar a Luna y a Ron.
Luna tomo él
libro, y pasó la página.
—“A través de la trampilla” —leyó la
rubia.
—¿Por qué ese
título? —preguntó inocentemente Alice.
Harry y Ron se
miraron con complicidad.
—Pues ya no
falta mucho para que se enteren del porqué de ese título —contestó Ginny.
En años venideros, Harry nunca pudo recordar cómo
se las había arreglado para hacer sus exámenes, cuando una parte de él esperaba
que Voldemort entrara por la puerta en cualquier momento (Es lo mismo que nos pasa a nosotros, murmuró Alice).
Sin embargo, los días pasaban y no había dudas de que Fluffy seguía bien
y con vida, detrás de la puerta cerrada.
Hacía mucho calor, en especial en el aula grande
donde se examinaban por escrito. Les habían entregado plumas nuevas,
especiales, que habían sido hechizadas con un encantamiento antitrampa.
También tenían exámenes prácticos. El profesor
Flitwick los llamó uno a uno al aula, para ver si podían hacer que una piña
bailara claqué encima del escritorio (A nosotros
nos mandó a hacer que una sandía bailara, dijo Sirius). La profesora
McGonagall los observó mientras convertían un ratón en una caja de rapé.
Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si tenían bigotes. Snape
los puso nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de
recordar cómo hacer una poción para olvidar.
Ron miró de reojo al futuro profesor
de pociones y se estremeció al verlo con el ceño fruncido, lo cual le hizo
recordar cuando le daba clases.
Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer
caso omiso de las punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba
desde la noche que había estado en el bosque (Eso
no me gusta nada, murmuraron Lily y James, preocupados por su futuro hijo).
Neville pensaba que Harry era un caso grave de nerviosismo, porque no podía
dormir por las noches. Pero la verdad era que Harry se despertaba por culpa de
su vieja pesadilla, que se había vuelto peor, porque la figura encapuchada
aparecía chorreando sangre.
Todos las mujeres se estremecieron al
recordar a ese ser del capítulo anterior que había matado a ese pobre unicornio
y estaba bebiendo su sangre.
Ginny apretó suavemente la mano de su
novio dándole su apoyo en ese mal momento que paso.
Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry
vio en el bosque, o porque no tenían cicatrices ardientes en la frente, Ron y
Hermione no parecían tan preocupados por la Piedra como Harry. La idea de
Voldemort los atemorizaba, desde luego, pero no los visitaba en sueños y
estaban tan ocupados repasando que no les quedaba tiempo para inquietarse por
lo que Snape o algún otro estuvieran tramando.
El último examen era Historia de la Magia. Una hora
respondiendo preguntas sobre viejos magos chiflados que habían inventado
calderos que revolvían su contenido (Esa clase sí que
es muy aburrida, sus exámenes son peores, dijeron James y Sirius; los gemelos
Weasley, Ron y Harry asintieron dándoles la razón), y estarían libres,
libres durante toda una maravillosa semana, hasta que recibieran los resultados
de los exámenes. Cuando el fantasma del profesor Binns les dijo que dejaran sus
plumas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de alegrarse con el
resto.
—¿Quién no se alegraría de que acabe
esa clase? Es la más aburrida —dijo Sirius.
—Señor Black, ninguna clase es aburrida
—lo regañó McGonagall.
Sirius no respondió.
—Sirius solo estaba bromeando,
profesora —lo defendió Remus, al ver la mirada severa que le dirigía
McGonagall.
McGonagall asintió, nada convencida,
pero lo dejo pasar.
—Gracias, hermano —le susurró Sirius
a Remus.
—La próxima vez mantén tu boca
cerrada si vas a decir alguna tontería —le advirtió el licántropo.
—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo
Hermione, cuando se reunieron con los demás en el parque soleado—. No
necesitaba haber estudiado el Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o
el levantamiento de Elfrico el Vehemente.
James, Sirius, los gemelos Prewett,
Frank, y Ted se quedaron con la boca abierta al escuchar todo lo que se había
aprendido Hermione.
Los chicos de futuro no hicieron
ningún gesto, puesto que ya conocían perfectamente como era Hermione a la hora
de estudiar para los exámenes.
McGonagall sonrió al saber que
tendría otra alumna responsable y estudiosa.
—Por lo menos a Hermione le ha de
haber servido de mucho estudiar sobre el
Conducta de los Hombres Lobo de 1637, para después ponerlo en práctica con
su futuro esposo —le susurró George a su gemelo, el cual asintió, para luego
reír quedamente.
—La castaña te supero en estudiar,
pelirroja, y a ti también Lunático —dijo Sirius, no pudiendo creer todavía que
alguien estudiara tanto.
A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los
exámenes, pero Ron dijo que iba a ponerse malo, así que se fueron hacia el lago
y se dejaron caer bajo un árbol. Los gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban
a pinchar los tentáculos de un calamar gigante que tomaba el sol en la orilla.
—Genial, deberíamos intentarlo —le
dijo Sirius a sus dos amigos.
—Aunque tal vez a Peter no le guste
mucho la idea, a veces a mí me parece que le teme al calamar —dijo Remus.
Los chicos del futuro murmuraban
cosas al oír el nombre del traidor.
—Entonces lo haremos solamente
nosotros —dijo James, que parecía muy animado con la idea de pinchar al
calamar.
—Ni si quiera lo intenten —les
advirtió McGonagall.
—Basta de repasos —suspiró aliviado Ron,
estirándose en la hierba—. Puedes alegrarte un poco, Harry, aún falta una
semana para que sepamos lo mal que nos fue, no hace falta preocuparse ahora.
Harry se frotaba la frente.
—¡Me gustaría saber qué significa esto! —estalló
enfadado—. Mi cicatriz sigue doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto
tiempo seguido como ahora.
Cada vez que Lily o James escuchaban
que a su hijo le dolía la cicatriz se preocupaban más y más porque presentían
que Voldemort estaba al acecho.
—Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.
—No creo que eso sirva… —musitó Lily.
—No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un
aviso… significa que se acerca el peligro…
Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.
—Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra
está segura mientras Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido
pruebas de que Snape encontrara la forma de burlar a Fluffy. Casi le
arrancó la pierna una vez, no va a intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al quidditch
en el equipo de Inglaterra antes de que Hagrid traicione a Dumbledore.
—Lo siento, Neville —se disculpó Ron.
—No hay problema —dijo Neville
sonriendo—. Tienes razón.
Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva
sensación de que se había olvidado de hacer algo, algo importante. Cuando trató
de explicarlo, Hermione dijo:
—Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y
estuve a punto de mirar mis apuntes de Transformación, cuando me acordé de que
ya habíamos hecho ese examen.
—Está un poco loca —dijo Sirius.
—No llames loco a Hermione —regañaron
Harry y Ron.
Sirius solo hizo un gesto gracioso.
—Ya vez, te dije que mantuvieras tu
boca cerrada y si ibas a decir alguna tontería —le recordó Remus.
Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación
inquietante nada tenía que ver con los exámenes. Vio una lechuza que volaba
hacia el colegio, por el brillante cielo azul, con una nota en el pico. Hagrid
era el único que le había enviado cartas. Hagrid nunca traicionaría a
Dumbledore. Hagrid nunca le diría a nadie cómo pasar ante Fluffy… nunca…
Pero…
Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.
—¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.
—Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había
puesto pálido—. Tenemos que ir a ver a Hagrid ahora.
—¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.
—¿Por qué? —preguntaron muchos.
—No interrumpan, si quieren saber la
respuesta —dijo McGongall—. Continué, señorita Lovegood.
—¿No os parece un poco raro —dijo Harry, subiendo
por la colina cubierta de hierba— que lo que más deseara Hagrid fuera un
dragón, y que de pronto aparezca un desconocido que casualmente tiene un huevo
en el bolsillo? ¿Cuánta gente anda por ahí con huevos de dragón, que están
prohibidos por las leyes de los magos? Qué suerte tuvo al encontrar a Hagrid,
¿verdad? ¿Por qué no se me ocurrió antes?
—Claro, yo también vi muy raro que un
mago anduviera con un dragón por las calles —dijo Remus, y Lily asintió.
Moody asintió y miró a Harry
fijamente.
—Tienes madera de auror, Potter —dijo
Moody.
Harry sonrió y recordó que en su
cuarto año, Barty Crouch que había tomado la poción multijugos para hacerse
pasar por Ojoloco, fue el primero en decirle que podría ser auror.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ron, pero Harry
echó a correr por los terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.
Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la
casa, con los pantalones y las mangas de la camisa arremangados, y desgranaba
guisantes en un gran recipiente.
—Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los
exámenes? ¿Tenéis tiempo para beber algo?
—Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo
interrumpió.
—No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que
preguntarte algo ¿Te acuerdas de la noche en que ganaste a Norberto?
¿Cómo era el desconocido con el que jugaste a las cartas?
—No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No
se quitó la capa.
McGonagall negó con la cabeza.
—Fue irresponsable —dijo Moody, y
muchos asintieron estando de acuerdo con el auror.
Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y
levantó las cejas.
—No es tan inusual, hay mucha gente rara en el
Cabeza de Puerco, el bar de la aldea. Podría ser un traficante de dragones,
¿no? No llegué a verle la cara porque no se quitó la capucha.
—Bueno en eso Hagrid tiene razón, en
el Cabeza de Puerco hay mucha gente rara —comentó Ron.
Y para su mala suerte, Molly lo
escucho.
—¿Has ido a el Cabeza de Puerco,
Ronald? —le reclamó su madre.
Ron miró a Harry y a sus hermanos en
busca de ayuda. Pero como decirle a su madre que había sido la primera reunión
del ED, que en ese lugar se habían puesto de acuerdo para formar un grupo
ilegal de Defensas Contra las Artes Oscuras.
—Claro que no, señora Weasley —empezó
Harry—, lo que Ron quiso decir es que nosotros siempre hemos escuchado sobre
personas raras que van al bar, por eso lo dijo con mucha seguridad —trato sacarlo
del apuro a su amigo.
Molly pareció convencida, porque ya
no dijo nada más.
Los únicos que no creyeron esa
historia eran los merodeadores y los gemelos Prewett.
Harry se dejó caer cerca del recipiente de los
guisantes.
—¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste
Hogwarts?
—Puede ser —dijo Hagrid, con rostro ceñudo,
tratando de recordar—. Sí… Me preguntó qué hacía y le dije que era
guardabosques aquí… Me preguntó de qué tipo de animales me ocupaba… se lo
expliqué… y le conté que siempre había querido tener un dragón… y luego… no
puedo recordarlo bien, porque me invitó a muchas copas. Déjame ver… ah sí, me
dijo que tenía el huevo de dragón y que podía jugarlo a las cartas si yo
quería… pero que tenía que estar seguro de que iba a poder con él, no quería dejarlo
en cualquier lado… Así que le dije que, después de Fluffy, un dragón era
algo fácil.
—Tenemos que hablar muy seriamente
con Hagrid, Albus —dijo McGonagall con el semblante serio.
—Sí, tienes razón, Minerva, pero no
hay que ser muy duros con él, Hagrid es una buena persona —defendió Dumbledore.
—¿Y él… pareció interesado en Fluffy?
—preguntó Harry, tratando de conservar la calma.
—Bueno… sí… es normal. ¿Cuántos perros con tres
cabezas has visto? Entonces le dije que Fluffy era buenísimo si uno
sabía calmarlo: tocando música se dormía en seguida…
—Vaya, solo con música se podía
calamar a Fluffy —dijo Alice como no
pudiendo creerlo.
—Nosotros no necesitamos música para
calmarlo —comentaron como si nada los merodeadores.
—¿Qué? —exclamó Ron.
—Pues sí, Fluffy con nosotros es muy mansito —dijo Sirius.
—Increíble —dijeron Harry y Ron.
De pronto Hagrid pareció horrorizado.
—¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo
dije! Eh… ¿adónde vais?
—Demasiado tarde para detenerlos
—dijeron los gemelos prewett al unisonó.
Harry, Ron y Hermione no se hablaron hasta llegar
al vestíbulo de entrada, que parecía frío y sombrío, después de haber estado en
el parque.
—Tenemos que ir a ver a Dumbledore —dijo Harry—.
Hagrid le dijo al desconocido cómo pasar ante Fluffy, y sólo podía ser
Snape o Voldemort, debajo de la capa… No fue difícil, después de emborrachar a
Hagrid. Sólo espero que Dumbledore nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no
lo detiene. ¿Dónde está el despacho de Dumbledore?
Miraron alrededor, como si esperaran que alguna
señal se lo indicara. Nunca les habían dicho dónde vivía Dumbledore, ni
conocían a nadie a quien hubieran enviado a verlo.
—Tendremos que… —empezó a decir Harry pero
súbitamente una voz cruzó el vestíbulo.
—Sí que tenían una suerte —dijo Ted.
—¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?
Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos
libros.
—Minnie espero que no se interponga
entre ellos, esta vez es muy importante —interrumpió Sirius.
—Idiota —susurró Severus.
—Se lo repito por última vez Black,
no me llame Minnie.
—Se lo digo de cariño —dijo Sirius.
Minerva solo negó con la cabeza, con
Sirius nunca podría.
—Queremos ver al profesor Dumbledore —dijo Hermione
con valentía, según les pareció a Ron y Harry.
—¿Ver al profesor Dumbledore? —repitió la
profesora, como si pensara que era algo inverosímil—. ¿Por qué?
—No es momento de hacer preguntas
—susurró James, mirando de reojo a McGonagall.
Harry tragó: «¿Y ahora qué?».
—Es algo secreto —dijo, pero de inmediato deseó no
haberlo hecho, porque la profesora McGonagall se enfadó.
—El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos
—dijo con frialdad—. Recibió una lechuza urgente del ministro de Magia y salió
volando para Londres de inmediato.
—¡¿Qué?! —exclamó Molly, y Arthur la
abrazo, para reconfortarla.
—¡Oh, por Merlín! Eso es muy malo
—dijo Lily, mirando a su hijo y a Ron.
—Escogió un mal momento para irse,
Dumbledore —dijeron al unisonó James y Sirius.
McGonagall los miró seria, pero
Dumbledore solo sonreía quedamente.
—¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—.
¿Ahora?
—El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y
tiene muchos compromisos…
—Nadie discute que el profesor
Dumbledore sea un gran mago —dijo Charlie—, el problema es que no está —agregó.
—Pero esto es importante.
—¿Algo que tú tienes que decir es más importante
que el ministro de Magia, Potter?
—Mire —dijo Harry dejando de lado toda precaución—,
profesora, se trata de la Piedra Filosofal…
Fue evidente que la profesora McGonagall no
esperaba aquello. Los libros que llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó
en recogerlos.
—Claro que no lo esperaba —musitó
Alice.
—¿Cómo es que sabes…? —farfulló.
—Profesora, creo… sé… que Sna… que alguien va a
tratar de robar la Piedra. Tengo que hablar con el profesor Dumbledore.
La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.
—El profesor Dumbledore regresará mañana —dijo
finalmente—. No sé cómo habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos
tranquilos. Nadie puede robarla, está demasiado bien protegida.
—Pero profesora…
—Harry sé de lo que estoy hablando —dijo en tono
cortante. Se inclinó y recogió sus libros—. Os sugiero que salgáis y disfrutéis
del sol.
—Lo llamó por su nombre y a nosotros
nos llama por el apellido —dijo Sirius.
—Eso no es lo importante, Canuto
—dijo James—, lo importantes que Minnie —la aludida hizo un gesto de molestia—,
no le hizo caso a Harry cuando le dijo que la Piedra Filosofal podría ser
robada.
—En eso James, tiene razón —apoyó
Remus.
Pero no lo hicieron.
—Será esta noche —dijo Harry una vez que se
aseguraron de que la profesora McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la
trampilla esta noche. Ya ha descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha
conseguido quitar de en medio a Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el
ministro de Magia tendrá una verdadera sorpresa cuando aparezca Dumbledore.
—Pero ¿qué podemos…?
Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron.
Snape estaba allí.
—¡Chismoso! —dijeron los
merodeadores.
A los chicos del futuro y sobre todo
a los que Remus había dado clases, les sorprendieron su manera de actuar.
Claro, es solo un adolescente, se
dijo Harry.
—Buenas tardes —dijo amablemente.
—¿Quijicus amable? ¡Imposible! —dijo
James.
—Primero yo me vuelvo el primo
favorito de Bellatrix —dijo Sirius con burla.
Snape los miró con verdadero odio.
En ese mismo momento Neville hizo un
gesto de amargura al escuchar el nombre de la terrible bruja, porque gracias a
ella, él creció sin padres. Afortunadamente ni Alice ni Frank se percataron de
eso.
Lo miraron sin decir nada.
—No deberíais estar dentro en un día así —dijo con
una rara sonrisa torcida.
—Nosotros… —comenzó Harry, sin idea de lo que
diría.
—Debéis ser más cuidadosos —dijo Snape—. Si os ven
andando por aquí, pueden pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor
no puede perder más puntos, ¿no es cierto?
—El maldito está disfrutando que
Gryffindor esté perdiendo —dijo Sirius, con enojo, sus amigos asintieron
dándole la razón.
Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para
irse, pero Snape los llamó.
—Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y
yo personalmente me encargaré de que te expulsen (Severus,
dijo Lily y el aludido la miró, si te atreves a expulsar a mi hijo, entonces
probaras mis puños, lo amenazó. Severus no objeto nada, pero James y Sirius
miraron a Lily con orgullo). Que pases un buen día.
Se alejó en dirección a la sala de profesores.
Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se
volvió hacia sus amigos.
—Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró
con prisa—. Uno de nosotros tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala
de profesores y seguirlo si sale. Hermione, mejor que eso lo hagas tú.
—¿Por qué yo?
—Es obvio —intervino Ron—. Puedes fingir que estás
esperando al profesor Flitwick, ya sabes cómo —la imitó con voz aguda—: «Oh,
profesor Flitwick, estoy tan preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce
b…».
Los bromistas rieron.
—Si no fuera porque todo esto de la
Piedra es realmente importante… —empezó Gideon.
—… sería una broma genial —terminó
Fabian.
—Pero de todas formas, felicidades
sobrinito, tienes la chispa de los Prewett —dijeron al unisonó, y luego
empezaron a reír.
Molly los miró seria, y los gemelos
dejaron de reír al instante.
—Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo
en ir a vigilar a Snape.
—Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer
piso —dijo Harry a Ron—. Vamos.
Pero aquella parte del plan no funcionó. Tan pronto
como llegaron a la puerta que separaba a Fluffy del resto del colegio,
la profesora McGonagall apareció otra vez, salvo que ya había perdido la
paciencia.
—Supongo que creeréis que sois los mejores para
vencer todos los encantamientos —dijo con rabia—. ¡Ya son suficientes
tonterías! Si me entero de que habéis vuelto por aquí, os quitaré otros
cincuenta puntos para Gryffindor. ¡Sí, Weasley, de mi propia casa!
Los merodeadores miraron sorprendidos
a la profesora de Transformaciones.
—Nos pondrá por el suelo, si nos
quita más puntos —dijo James.
Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo
cuando Harry acababa de decir: «Al menos Hermione está detrás de Snape», el retrato
de la Dama Gorda se abrió y apareció la muchacha.
—¡Lo siento, Harry! —se quejó—. Snape apareció y me
preguntó qué estaba haciendo, así que le dije que esperaba al profesor
Flitwick. Snape fue a buscarlo, yo tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.
—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?
—No lo harás —susurró Lily, mirando a
su hijo.
Harry solo se encogió de hombros.
Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido
y los ojos le brillaban.
—Iré esta noche y trataré de llegar antes y
conseguir la Piedra.
—¡Estás loco! —dijo Ron.
—¡No puedes! —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo
que han dicho Snape y McGonagall? ¡Te van a expulsar!
—¿Y qué? —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape
consigue la Piedra, es la vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómo eran las
cosas cuando él trataba de apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para
que nos expulsen! ¡Lo destruirá o lo convertirá en un colegio para las Artes
Oscuras! ¿No os dais cuenta de que perder puntos ya no importa? ¿Creéis que él
dejará que vosotros y vuestras familias estéis tranquilos, si Gryffindor gana
la copa de la casa? Si me atrapan antes de que consiga la Piedra, bueno, tendré
que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me encuentre allí. Será
sólo morir un poquito más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca me
pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa trampilla, esta noche, y nada de
lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo recordáis?
—Tus palabras me llenan de orgullo,
Harry —dijo James, a la vez que pasaba un brazo por los hombros de su hijo—, me
preguntó que de bueno hicimos Lily yo para merecer un hijo tan bueno.
Harry se sonrojó, pero sonrió a su
padre, su réplica, pero con distinto color de ojos.
—¿Cómo? Y las estupendas bromas que hacemos
no cuenta —dijo Sirius.
—No lo arruines, Black —advirtió
Lily, con ojos brillantes de orgullo por su hijo.
Los miró con furia.
—Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.
—Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es
una suerte haberla recuperado.
—Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.
—¿A… nosotros tres?
—¿En serio pensaste que te dejaríamos
solo? —preguntó Ron a Harry.
—Bueno… —empezó el ojiverde, pero fue
interrumpido por su mejor amigo.
—Qué clase de amigos seriamos, si te
hubiéramos dejado a tu suerte.
—Era una misión suicida —rebatió
Harry.
—Pues en ese caso, Hermione y yo
hubiéramos muerto contigo —dijo el pelirrojo.
Ahora fue el turno de Molly y Arthur
de mirar a su hijo con orgullo.
James y Lily agradecían
silenciosamente a Merlín por haberle dado tan buenos amigos a su hijo.
—Es lo mismo que Sirius, James, Peter
y yo también daríamos la vida por salvar a uno de nuestros amigos —dijo Remus.
—No creo que el idiota de la rata
piense lo mismo —musitó Ron, con ira.
—Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir
solo?
—Por supuesto que no —dijo Hermione con voz
enérgica—. ¿Cómo crees que vas a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor
que vaya a buscar en mis libros, tiene que haber algo que nos sirva…
—Pero si nos atrapan, también os expulsarán a
vosotros.
—No, si yo puedo evitarlo —dijo Hermione con
severidad—. Flitwick me dijo en secreto que en su examen tengo ciento doce
sobre cien. No me van a expulsar después de eso.
—Increíble —dijeron James y Sirius.
—Los supero —agregó Sirius, señalando
a Lily y Remus.
—Me gustaría poder charlar con
alguien tan inteligente —Remus pensó en voz alta.
La mayoría centro su mirada en el
licántropo.
—Yo creo que no solo quería “charlar”
con Hermione, para haberla dejado en ese estado —susurró George a su hermano.
Tras la cena, los tres se sentaron en la sala
común, lejos de todos. Nadie los molestó: después de todo, ninguno de los de
Gryffindor hablaba con Harry, pero ésa fue la primera noche que no le importó.
Hermione revisaba sus apuntes, confiando en encontrar algunos de los
encantamientos que deberían conjurar. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos
pensaban en lo que harían.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se
fueron a acostar.
—Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuró Ron,
mientras Lee Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry
corrió por las escaleras hasta su dormitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su
mirada se fijó en la flauta que Hagrid le había regalado para Navidad. La
guardó para utilizarla con Fluffy: no tenía muchas ganas de cantar…
—Nadie tendría ganas —dijo Alice.
Sirius rió.
—Además si también heredaste la
melodiosa voz de James, entonces harías que Fluffy
te agarrada a mordiscones —dijo Sirius entre risas.
Remus y Lily también rieron.
—Eso no es gracioso, Canuto —le
reclamó James—. ¿Verdad que canto bien, Remus? —Remus no respondió—, ¿Lily?
A Lily le dio pena su novio, así
mintió.
—Por supuesto que cantas
maravillosamente, cariño —James sonrió y la abrazo.
—Mentirosa —le susurró Sirius.
Regresó a la sala común.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos
aseguremos de que nos cubra a los tres… si Filch descubre a uno de nuestros
pies andando solo por ahí…
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón.
Neville apareció detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que
parecía haber intentado otro viaje a la libertad.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la
capa detrás de la espalda.
Neville observó sus caras de culpabilidad.
—Sus caras de culpabilidad se notaba
a kilómetros —dijo Neville.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos
nada. ¿Por qué no te vas a la cama, Neville?
Harry miró al reloj de pie que había al lado de la
puerta. No podían perder más tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.
—No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a
atrapar. Gryffindor tendrá más problemas.
—Lo lamento —dijo Neville—, yo no
sabía que se trataba de algo tan importante.
—No lo lamentes —dijo Harry—, en
cierto modo tenías razón.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es
importante.
Pero era evidente que Neville haría algo
desesperado.
—No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse
frente al agujero del retrato—. ¡Voy… voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero
y no seas idiota!
—Lo siento de nuevo, Neville —se
volvió a disculpar Ron.
Neville solo hizo un movimiento con
la mano quitándole importancia.
—¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me
parece bien que sigáis faltando a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que
hiciera frente a la gente!
Alice y Frank se sentían orgullosos
de la manera de actuar de su futuro hijo, pero a la vez también estaban
preocupados.
—Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—.
Neville, no sabes lo que estás haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al
sapo Trevor, que desapareció de la vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville,
levantando los puños—. ¡Estoy listo!
Harry se volvió hacia Hermione.
—Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso
adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho,
esto.
Levantó la varita.
—¡Oh, no! —exclamó Alice.
—No te preocupes, no me hizo nada
malo —Neville trato de consolar a su madre.
—Por supuesto que no, Hermione es
incapaz de hacer algo malo —defendió Ginny.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a
Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus
piernas se juntaron. Todo el cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó
bocabajo, rígido como un tronco.
—¡¿Qué?! ¡Imposible! —dijo Ted sorprendido.
—Ese hechizo no se aprende en primer
año —dijo James, tan sorprendido como Ted.
—Dirás que ningún alumno de primer
año podría hacer ese hechizo —dijo Sirius.
—Pues al parecer, Hermione, si pudo
hacerlo —dijo Remus.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la
mandíbula rígida y no podía hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándolos
horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurró Harry.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione
angustiada—. Oh, Neville, lo siento tanto…
—Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron,
mientras se alejaban para cubrirse con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía
un buen augurio. En aquel estado de nervios, cada sombra de una estatua les
parecía que era Filch, y cada silbido lejano del viento les parecía Peeves que
los perseguía.
Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora
Norris.
—Oh, tenía que aparecer esa maldita
gata —dijo Sirius.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez (Eso, con una simple patada que le den, no pasará nada,
dijo James, y Lily lo miró reprobatoriamente) —murmuró Ron en el oído de
Harry, que negó con la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la gata,
ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.
—Qué suerte —dijeron los merodeadores.
No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron
a la escalera que iba al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino,
aflojando la alfombra para que la gente tropezara.
—¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras
subían hacia él. Entornó sus malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque
no pueda veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?
—Oh, el que faltaba —dijeron al
unisonó los gemelos Prewett.
Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por
ahí y es invisible.
Harry tuvo súbitamente una idea.
—Peeves —dijo en un ronco susurró—, el Barón
Sanguinario tiene sus propias razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se
sostuvo a tiempo y quedó a unos centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono
meloso—. Fue por mi culpa, ha sido una equivocación… no lo vi… por supuesto que
no, usted es invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Se nota que tienes sangre merodeador
—dijeron los merodeadores.
Lily solo negó con la cabeza, aunque
tuvo que reconocer que fue una gran idea hacerle creer a Peeves que era el
Barón Sanguinario.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Mantente
lejos de este lugar esta noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo
Peeves, elevándose otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón
salgan a pedir de boca, yo no lo molestaré.
Y desapareció.
—Increíble —murmuró Remus.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el
pasillo del tercer piso. La puerta ya estaba entreabierta.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya
ha pasado ante Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena
conciencia de aquello a lo que tenían que enfrentarse. Por debajo de la capa,
Harry se volvió hacia los otros dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—.
Podéis llevaros la capa, no la voy a necesitar.
—No creo que te dejen —habló Lily.
—Y no lo hicieron —dijo Harry,
sonriendo a su amigo, hermano, cuñado.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta.
Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los
tres hocicos del perro olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
Todos estaban expectantes por saber
lo siguiente que pasaría.
Draco y Pansy también estaban muy
atentos, puesto que ellos nunca supieron bien que fue lo que hizo el trío de
oro para ganar la copa ese año.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla
dejado ahí.
—Debe despertarse en el momento en que se deja de
tocar —dijo Harry—. Bueno, empecemos…
Ron suspiró.
Ahí empezaba todo, y de seguro que su
madre y la madre de su mejor amigo, los regañarían.
Que suerte tiene Hermione de no estar
aquí, pensó el pelirrojo.
Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló.
No era exactamente una melodía, pero desde la primera nota los ojos de la
bestia comenzaron a cerrarse. Harry casi ni respiraba. Poco a poco, los gruñidos
se fueron apagando, se balanceó, cayó de rodillas y luego se derrumbó en el
suelo, profundamente dormido.
—Sigue tocando —advirtió Ron a Harry, mientras
salía de la capa y se arrastraba hasta la trampilla. Podía sentir la
respiración caliente y olorosa del perro, mientras se aproximaba a las
gigantescas cabezas.
—Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron,
espiando por encima del lomo del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—Vaya, que caballero, hermanito —se
mofaron los gemelos y Ginny.
Ron se sonrojó, al ver que Harry, los
merodeadores y sus tíos se reían.
—¡No, no quiero!
—Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con
cuidado sobre las patas del perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la
trampilla, que se levantó y abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada… sólo oscuridad… no hay forma de bajar, hay
que dejarse caer.
—Eso es muy peligroso —exclamaron
Lily, Molly y Alice.
Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto
para llamar la atención de Ron y se señaló a sí mismo.
—¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro? —dijo Ron—. No
sé cómo es de profundo ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda
seguir haciéndolo dormir.
—¿Por qué querías ir primero?
—preguntó Lily a su hijo, pero antes de que Harry respondiera, ella volvió a
hablar—, claro, ahora entiendo todo —dijo asintiendo—. Todo es culpa de él
—señaló a James, este la miró confundido.
—¿Por qué es mi culpa? —preguntó el
aludido.
—Porque heredo tus genes de héroe
—fue la simple respuesta de Lily.
James no respondió, en realidad debía
aceptar que tenía un poco de razón.
Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de
silencio, el perro gruñó y se estiró, pero en cuanto Hermione comenzó a tocar
volvió a su sueño profundo.
Todos suspiraron aliviados. Bueno en
realidad no todos, los Malfoy y Snape parecían no inmutarse ante el peligro.
Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el
fondo.
Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de
los dedos. Miró a Ron y dijo:
—Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la
lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Ron.
—Nos veremos en un minuto, espero…
Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras
caía, caía, caía y…
—¡Oh, Merlín! —exclamó Lily.
¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave
y extraño. Se incorporó y miró alrededor, con ojos desacostumbrados a la
penumbra. Parecía que estaba sentado sobre una especie de planta.
—¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño
de un sello, que era la abertura de la trampilla—. ¡Fue un aterrizaje suave,
puedes saltar!
Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de
Harry.
—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.
—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está
aquí para detener la caída. ¡Vamos, Hermione!
—A mi parecer, yo creo que esa planta
no es muy amistosa —dijo Frank—, digo, si se supone que está ahí para impedir
el paso, algo malo debe de tener.
Harry y Ron miraron impresionados a
Frank por su deducción.
La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte
ladrido, pero Hermione ya había saltado. Cayó al otro lado de Harry.
—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio
—dijo la niña.
—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.
—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!
—¿Qué sucede? —preguntó Molly.
Como respuesta Luna continuo leyendo.
Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda.
Tuvo que luchar porque, en el momento en que cayó, la planta comenzó a
extenderse como una serpiente para sujetarle los tobillos. Harry y Ron,
mientras tanto, ya tenían las piernas totalmente cubiertas, sin que se hubieran
dado cuenta.
—Es el Lazo del Diablo —dijo Neville,
un buen conocedor de plantas.
Harry y Ron asintieron.
Hermione pudo liberarse antes de que la planta la
atrapara. En aquel momento miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban
para quitarse la planta de encima, pero mientras más luchaban, la planta los
envolvía con más rapidez.
—¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es
esto. ¡Es Lazo del Diablo!
—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de
gran ayuda —gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.
—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla!
—dijo Hermione.
—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó
Harry, mientras la planta le oprimía el pecho.
Lily y Molly estaban pálidas.
—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo… ¿Qué dijo la
profesora Sprout?… Le gusta la oscuridad y la humedad…
—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.
—Sí… por supuesto… ¡pero no tengo madera! —gimió
Hermione, retorciéndose las manos.
—Luna —dijo Fabian y la rubia lo
miró—, en verdad dice eso…
—… o estas tratando de hacer una
broma —terminó Gideon.
—Yo solo leo lo que dice el libro
—respondió la rubia.
—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA
BRUJA O NO?
—¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita,
murmuró algo y envió a la planta unas llamas azules como las que había
utilizado con Snape (Snape frunció el ceño).
En segundos, los dos muchachos sintieron que se aflojaban las ligaduras,
mientras la planta se retiraba a causa de la luz y el calor. Retorciéndose y
alejándose, se desprendió de sus cuerpos y pudieron moverse.
—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología,
Hermione —dijo Harry, mientras se acercaba a la pared, secándose el sudor de la
cara.
—Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no
pierda la cabeza en las crisis. Porque eso de «no tengo madera»… francamente…
—Hubiera sido gracioso, pero en otra
ocasión —añadió al ver a Remus negar con la cabeza.
—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de
piedra que era el único camino.
Lo único que podían oír, además de sus pasos, era
el goteo del agua en las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se
acordó de Gringotts. Con un desagradable sobresalto, recordó a los dragones que
decían que custodiaban las cámaras, en el banco de los magos. Si encontraban un
dragón, un dragón más grande… Con Norberto ya habían tenido suficiente…
—Sí, ya tuviste suficiente de
dragones, por el resto de tu vida —dijo Lily, mirando a su hijo.
—Pues… —empezó Harry, pero no pudo
continuar porque Lily volvió a hablar.
—¿Pues? ¿Qué significa ese “pues”?
¿Con cuántos dragones te has enfrentado? —preguntó Lily, sin quitar la vista de
su hijo.
—Yo podría contestar esa pregunta —se
escuchó la voz de Draco, y Harry y Ron lo miraron con ojos entrecerrados—. Pero
es asunto mío, así que Potter controla a tu madre.
—Malfoy, no ayudas —dijo entre
dientes el ojiverde.
Lily esperaba una respuesta, y ahora
los merodeadores también estaban atentos.
—Me imagino, que ya se enteraran
mediante lean los libros —contestó Harry.
Draco desde su lugar sonrió, puesto
que nunca había visto a Potter tan nervioso.
—Lo bueno es que no había dragones
debajo de la trampilla —trato de ayudar Ron.
Todos se quedaron en silencio, y Luna
aprovecho para continuar leyendo.
—¿Oyes algo? —susurró Ron.
Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que
parecían proceder de delante.
—¿Crees que será un fantasma?
—No lo sé… a mí me parecen alas.
—¿Alas? Tal vez sería un pájaro
gigante —tanteó Andrómeda.
—Casi —dijo Ron.
Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante
ellos una habitación brillantemente iluminada, con el techo curvándose sobre
ellos. Estaba llena de pajaritos brillantes que volaban por toda la habitación.
En el lado opuesto, había una pesada puerta de madera.
—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación?
—preguntó Ron.
—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy
malos, pero supongo que si se tiran todos juntos… Bueno, no hay nada que hacer…
voy a correr.
Respiró profundamente, se cubrió la cara con los
brazos y cruzó corriendo la habitación. Esperaba sentir picos agudos y garras
desgarrando su cuerpo, pero no sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo
tocaran. Movió la manija, pero estaba cerrada con llave.
—Claro —dijo Lupin—, uno de esos
pajaritos debe ser la llave —concluyó.
—Tienes razón —dijo Harry.
Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron,
pero la puerta no se movía, ni siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de
Alohomora.
—No podía ser tan sencillo abrir la
puerta —dijo James.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.
—Esos pájaros… no pueden estar sólo por decoración
—dijo Hermione.
Observaron los pájaros, que volaban sobre sus
cabezas, brillando… ¿Brillando?
—¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son
llaves! Llaves aladas, mirad bien. Entonces eso debe significar… —miró
alrededor de la habitación, mientras los otros observaban la bandada de
llaves—. Sí… mirad ahí. ¡Escobas! ¡Tenemos que conseguir la llave de la puerta!
—Ese parecer ser una buena prueba
para un buscador —dijo Sirius.
Los chicos del futuro asintieron.
—¡Pero hay cientos de llaves!
Ron examinó la cerradura de la puerta.
—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de
plata, probablemente, como la manija.
—Sí que estabas muy atento, Ron
—alabó Charlie, asiendo sonrojar a Ron.
Cada uno cogió una escoba y de una patada
estuvieron en el aire, remontándose entre la nube de llaves. Trataban de
atraparlas, pero las llaves hechizadas se movían tan rápidamente que era casi
imposible sujetarlas.
Pero no por nada Harry era el más joven buscador
del siglo. Tenía un don especial para detectar cosas que la otra gente no veía.
Después de unos minutos moviéndose entre el remolino de plumas de todos los
colores, detectó una gran llave de plata, con un ala torcida, como si ya la
hubieran atrapado y la hubieran introducido con brusquedad en la cerradura.
—¡Esa es la llave! —gritaron los
gemelos Prewett.
—Silencio, señores Prewett —regañó
McGonagall.
—¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande… allí…
no, ahí… Con alas azul brillante… las plumas están aplastadas por un lado.
Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección,
chocó contra el techo y casi se cae de la escoba.
—¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar
los ojos de la llave con el ala estropeada—. Ron, ven desde arriba, Hermione,
quédate abajo y no la dejes descender. Yo trataré de atraparla. Bien: ¡AHORA!
—Podrías ser un gran capitán de
equipo —comentó Sirius, James y Remus asintieron.
Harry solo sonrió.
Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical,
la llave los esquivó a ambos, y Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad
hacia la pared, Harry se inclinó hacia delante y, con un ruido desagradable, la
aplastó contra la piedra con una sola mano. Los vivas de Ron y Hermione
retumbaron por la habitación.
Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta,
con la llave retorciéndose en su mano. La metió en la cerradura y le dio la
vuelta… Funcionaba. En el momento en que se abrió la cerradura, la llave salió
volando otra vez, con aspecto de derrotada, pues ya la habían atrapado dos
veces.
—Que humillada se debe de haber
sentido la pobre llave —comentó Fred, causando la risa de todos.
—No es momento de bromear —lo regañó
su madre.
—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la
mano en la manija de la puerta. Asintieron. Abrió la puerta.
La habitación siguiente estaba tan oscura que no
pudieron ver nada. Pero cuando estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el
lugar, para revelar un espectáculo asombroso.
Estaban en el borde de un enorme tablero de
ajedrez, detrás de las piezas negras, que eran todas tan altas como ellos y
construidas en lo que parecía piedra. Frente a ellos, al otro lado de la
habitación, estaban las piezas blancas.
—Esa es la prueba de Minnie —dijeron
los merodeadores.
McGonagall, ya cansada de que la
llamaran “Minnie”, solo suspiró con pesar.
Pero ella también estaba segura de
que era su prueba.
Harry, Ron y Hermione se estremecieron: las piezas
blancas no tenían rostros.
—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry.
—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar
para cruzar la habitación.
—Con Ron jugando ajedrez, entonces
eso quiere decir que ya pasaron la prueba —dijo Bill, orgulloso de su hermano,
Ron se sonrojó por el alago.
Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra
puerta.
—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser
piezas.
Se acercó a un caballero negro y levantó la mano
para tocar el caballo. De inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una
patada en el suelo y el caballero se levantó la visera del casco, para mirar a
Ron.
—¡Vaya! —susurró Alice.
—¿Tenemos que… unirnos a ustedes para poder cruzar?
El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se
volvió a los otros dos.
—Esto hay que pensarlo… —dijo—. Supongo que tenemos
que ocupar el lugar de tres piezas negras.
Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras
Ron pensaba. Por fin dijo:
—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es
muy bueno en ajedrez…
—No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—.
Simplemente dinos qué tenemos que hacer.
—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú,
Hermione, ponte en lugar de esa torre, al lado de Harry.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo seré un caballo.
Arthur se puso pálido, y miró al
menor de sus hijos varones.
—¿Qué sucede, cariño? —preguntó
Molly, ella tampoco era muy buena en este juego.
—Es que… normalmente para el final
del juego el caballo ya ha caído —contestó Arthur.
Molly también se puso pálida.
—Todo salió bien —aseguro Ron a sus
padres.
Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante
esas palabras, un caballo, un alfil y una torre dieron la espalda a las piezas
blancas y salieron del tablero, dejando libres tres cuadrados que Harry, Ron y
Hermione ocuparon.
—Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez
—dijo Ron, mirando al otro lado del tablero—. Sí… mirad.
Un peón blanco se movió hacia delante.
Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se
movían silenciosamente cuando los mandaba. A Harry le temblaban las rodillas.
¿Y si perdían?
—¡Oh, Merlín! —dijo Lily.
—Es ajedrez mágico —murmuró Remus.
—Harry… muévete en diagonal, cuatro casillas a la
derecha.
La primera verdadera impresión llegó cuando el otro
caballo fue capturado. La reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo
arrastró hacia fuera, donde se quedó inmóvil, bocabajo.
—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—.
Te deja libre para coger ese alfil. Vamos, Hermione.
McGongall miraba asombrada a Ron.
Era cierto lo que decían sus
hermanos, pensó gratamente la profesora de Transformaciones.
Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas
blancas no mostraban compasión. Muy pronto, hubo un grupo de piezas negras
desplomadas a lo largo de la pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a tiempo
para salvar a Harry y Hermione del peligro. Él mismo jugó por todo el tablero,
atrapando casi tantas piezas blancas como las negras que habían perdido.
—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme
pensar… dejadme pensar.
La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia
Ron.
—Sí… —murmuró Ron—. Es la única forma… tengo que
dejar que me cojan.
—¡NO! —gritó Molly, preocupada por su
hijo.
—Era necesario —dijo Ron, pero eso no
tranquilizo a Molly.
Arthur abrazo a su esposa, para
tratar de calmar su nerviosismo y preocupación.
—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.
—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que
hacer algunos sacrificios! Yo daré un paso adelante y ella me cogerá… Eso te
dejará libre para hacer jaque mate al rey, Harry.
—Pero…
—¿Quieres detener a Snape o no?
—Ron…
—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!
No había nada que hacer.
—¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero
decidido—. Allá voy, y no os quedéis una vez que hayáis ganado.
Se movió hacia delante y la reina blanca saltó.
Golpeó a Ron con fuerza en la cabeza con su brazo de piedra y el chico se
derrumbó en el suelo (Molly soltó un gritito de
desesperación, Ron se tuvo que acercar a su madre y asegurarle que no le paso
nada malo). Hermione gritó, pero se quedó en su casillero. La reina
blanca arrastró a Ron a un lado. Parecía desmayado.
Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la
izquierda. El rey blanco se quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry.
Habían ganado. Las piezas saludaron y se fueron, dejando libre la puerta. Con
una última mirada de desesperación hacia Ron, Harry y Hermione corrieron hacia
la salida y subieron por el siguiente pasadizo.
—Ya solo falta la prueba de Quirrell
y de Quijicus —dijo Sirius, aun conmocionado por el juego de ajedrez.
—Sí, pero también hay uno menos de
los tres —dijeron los gemelos Prewett, preocupados por su sobrino.
—¿Y si él está…?
—Él estará bien —dijo Harry, tratando de
convencerse a sí mismo—. ¿Qué crees que nos queda?
—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick
debe de haber hechizado las llaves, y McGonagall transformó a las piezas de
ajedrez. Eso nos deja el hechizo de Quirrell y el de Snape…
Habían llegado a otra puerta.
—¿Todo bien? —susurró Harry.
—Adelante.
Harry empujó y abrió.
Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se
taparan la nariz con la túnica. Con ojos que lagrimeaban debido al olor,
vieron, aplastado en el suelo frente a ellos, un trol más grande que el que
habían derribado, inconsciente y con un bulto sangrante en la cabeza.
—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste
—susurró Harry, mientras pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—.
Vamos, no puedo respirar.
—Al menos hiciste algo bueno,
Quijicus —dijeron James y Sirius.
Snape los ignoró olímpicamente.
—Por lo menos Quirrell ya está fuera
—dijo Remus.
—¿Qué? —preguntaron los demás.
—Creo que la prueba de Quirrell, era
la fuerza, entonces eso quiere decir que él puso al troll ahí —explicó Remus.
Los demás asintieron al comprender.
Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse
a ver lo que seguía… Pero no había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con
siete botellas de diferente tamaño puestas en fila.
—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?
Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se
encendió detrás de ellos. No era un fuego común, era púrpura. Al mismo tiempo,
llamas negras se encendieron delante. Estaban atrapados.
—¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que
estaba cerca de las botellas. Harry miró por encima de su hombro para leerlo:
—No me digas que escribiste una
adivinanza, Quijicus —se burló Sirius, causando la risa de los gemelos Weasley.
—Yo no escribiría una ridícula
adivinanza, Black, yo escribiría un acertijo —contestó Snape, con un tono
amenazante.
El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está
detrás,
dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
una entre nosotras siete te dejará adelantarte,
otra llevará al que lo beba para atrás,
dos contienen sólo vino de ortiga,
tres son mortales, esperando escondidos en la fila.
Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,
para ayudarte en tu elección, te damos cuatro
claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para
ocultarse siempre
encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de
ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los
extremos, pero si quieres
moverte hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños
diferentes: Ni
el enano ni el gigante guardan la muerte en su
interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la
derecha son
gemelas una vez que las pruebes, aunque a primera
vista sean
diferentes.
—Un acertijo —dijo Lily, mirando al
futuro profesor de pociones.
Debí imaginar que usaría la lógica,
él siempre ha sido así, se dijo Lily, evitando una sonrisa.
Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry,
sorprendido, vio que sonreía, lo último que había esperado que hiciera.
—Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia… es
lógica… es un acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota
de lógica y se quedarían aquí para siempre.
—Eso es muy cierto —susurró
McGonagall.
—Pero nosotros también, ¿no?
—Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que
necesitamos está en este papel. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino,
una nos llevará a salvo a través del fuego negro y la otra hacia atrás, por el
fuego púrpura.
Mientras que Luna leía las palabras
de Hermione, Remus trataba de resolver el acertijo.
—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?
—Dame un minuto.
Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de
un lado al otro de la fila de botellas, murmurando y señalándolas. Al fin, se
golpeó las manos.
—Es la más pequeña, la cual los
llevará por el fuego negro y hacia la Piedra —dijo Remus, sorprendiendo a
todos.
—¿De qué hablas, Lunático? —preguntó
Sirius.
—Que esa es la respuesta, la botella
que deben tomar es la más pequeña —aseguró el licántropo.
Harry que recordaba perfectamente
bien la respuesta, se sorprendió al ver que su amigo y su ex profesor no solo
compartían amor, si no también inteligencia.
—Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el
fuego negro, hacia la Piedra.
—Y así niegas que es hija tuya
—murmuró Sirius, pero afortunadamente Remus no lo escucho.
Harry miró a la diminuta botella.
—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay
más que un trago.
Se miraron.
—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas
púrpura?
Hermione señaló una botella redonda del extremo
derecho de la fila.
—Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a
Ron y coge las escobas del cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis
salir por la trampilla sin que os vea Fluffy. Id directamente a la
lechucería y enviad a Hedwig a Dumbledore, lo necesitamos. Puede ser que
yo detenga un poco a Snape, pero la verdad es que no puedo igualarlo.
—En ese tiempo, puede que no, pero
ahora… —susurró Ginny.
—Pero Harry… ¿y si Quien-tú-sabes está con él?
Lily se preocupó al escuchar que
mencionaban a Voldemor y su hijo en una misma oración.
—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry,
señalando su cicatriz—. Puede ser que la tenga de nuevo.
—Muy valiente, Potter, repito, sería
un excelente auror —aseguró Moody.
Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se
lanzó sobre Harry y lo abrazó.
—¡Hermione!
—Harry… Eres un gran mago, ya lo sabes.
—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo,
mientras ella lo soltaba.
—¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia!
Hay cosas mucho más importantes, amistad y valentía y… ¡Oh, Harry, ten cuidado!
—Hermione demostró ser mucho más que
una chica que memorizaba libros completos, ella a demostrado valentía y
lealtad, al igual que Ron —dijo Percy, después de pasarse casi todo el día sin
hacer ningún comentario.
Sirius miró al pelirrojo.
—¿Estás enamorado de la castaña?
—preguntó Sirius, esto causo una tos incontrolable de Ron.
Molly daba palmaditas en la espalda
de su hijo para tratar de calamar la tos.
Mientras tanto Percy se puso pálido.
—¿Qué? —preguntó—. No, por supuesto
que no estoy enamorado de Hermione —respondió al instante.
Los gemelos se reían de sus hermanos.
—No vuelvas hacer esa clase de
preguntas, Sirius —lo regañó Lily.
Cuando Ron ya se hubo calmado de la
tos, dijo:
—Luna, por favor continúa.
—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es
cuál, ¿no?
—Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el
contenido de la botellita redondeada y se estremeció.
—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz
anhelante.
—No… pero parece hielo.
—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.
—Buena suerte… ten cuidado…
—¡VETE!
Hermione giró en redondo y pasó directamente a
través del fuego púrpura.
—Ahora si te quedaste solo —dijo
Alice, mirando a Harry.
Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña
de las botellas. Se enfrentó a las llamas negras.
—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un
trago.
Era realmente como si tragara hielo. Dejó la
botella y fue hacia delante. Se dio ánimo al ver que las llamas negras lamían
su cuerpo pero no lo quemaban. Durante un momento no pudo ver más que fuego
oscuro. Luego se encontró al otro lado, en la última habitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco
era Voldemort.
—Entonces, ¿quién era? —preguntaron
los merodeadores.
—No lo sé, porque aquí termina el
capítulo —contestó la rubia.
—Pues entonces que alguien continúe
leyendo —pidió James.
—Si me permiten, ahora me gustaría
leer —dijo Ginny.
Albus asintió, y Luna le paso el
libro.
—Apúrate, pelirroja 2 —la urgió
Sirius.
—¡Oye! No me apures —lo amenazó Ginny
apuntándolo con el dedo.
Sirius se quedó mirando a Ginny.
—¿Qué acaso todas las pelirrojas
tienen mal carácter? —preguntó Sirius.
—¿Qué dijiste, Black? —dijeron al
unisonó Lily y Molly.
—Nada, nada. Solo dije que empezará a
leer —se defendió el animago.
James y Remus se rieron de su amigo.
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