—Profesor Dumbledore
—dijo Frank Longbottom—, me gustaría leer el siguiente capítulo —el director
asintió y Sirius que aún tenía el libro e n sus manos se lo alcanzo a Frank.
—Está bien, señor
Longbottom. Ya puede comenzar —dijo Dumbledore.
Frank pasó a la siguiente
página.
—“La Madriguera” —leyó el futuro padre de Neville.
—¿Qué? ¿La Madriguera?
—preguntaron Molly y Arthur sorprendidos.
—Sí, mamá, La Madriguera
—confirmaron los gemelos y Ron.
Los tres sonreían.
—¡Ron! —exclamó Harry, encaramándose a
la ventana y abriéndola para poder hablar con él a través de la reja—. Ron,
¿cómo has logrado…? ¿Qué…?
—Seguro están sobre
escobas —dijeron James y Sirius, interrumpiendo.
—Es lo más lógico
—concluyó Remus.
Harry se quedó boquiabierto al darse
cuenta de lo que veía. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un
viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en
el aire! Sonriendo a Harry desde los asientos delanteros, estaban Fred y
George, los hermanos gemelos de Ron, que eran mayores que él.
—¿Un coche? ¿Detenido en
el aire? —preguntaron Lily, Molly y Andrómeda.
—¡Genial! —dijeron los
merodeadores y los gemelos Prewett.
—A mí nunca se me hubiera
ocurrido —confesó Sirius.
—¿De dónde sacaron un
coche volador? —preguntó una enojada Molly a sus hijos gemelos y a Ron.
—Eso no importa ahora,
mamá… —empezó Fred.
—… lo importante era
sacar a Harry de su encierro —concluyó George.
Molly los iba a regañar,
pero al escuchar que lo hicieron por una buena causa, se aguantó regañarlos en
ese instante.
—No te hiciste daño,
¿verdad? —preguntó Lily a su hijo, y este negó con la cabeza—. Muchas gracias
—dijo Lily mirando a los gemelos y a Ron.
Estos asintieron felices.
En cambio los merodeadores veían sorprendidos el cambio de actitud de Lily,
porque en otro momento ella se hubiera puesto histérica.
—¿Todo bien, Harry?
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron—. ¿Por
qué no has contestado a mis cartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a
mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que te habían
enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.
—Fue Dobby —respondió
Luna.
Ron sonrió, ya estaba
acostumbrado a la manera de hablar y de actuar de la rubia.
—En ese momento no lo
sabía —dijo Ron.
—No fui yo. Pero ¿cómo se enteró?
—Trabaja en el Ministerio —contestó
Ron—. Sabes que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.
—Tiene gracia que tú se
lo digas. Puesto que estas dentro de un coche volador —dijo James, y a Ron se
le enrojecieron las orejas.
—¡Tiene gracia que tú me lo digas!
—repuso Harry, echando un vistazo al coche flotante.
James sonrió al escuchar
que la primera frase era casi similar a la que había dicho su hijo.
—Sí que se parecen
—comentó Remus.
—¡Esto no cuenta! —explicó Ron—. Sólo
lo hemos cogido prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero
hacer magia delante de esos muggles con
los que vives…
—¡Arthur! —gritó Molly,
mirando a su esposo muy seriamente.
—Aun no hago nada,
querida —se defendió este.
—Y espero que no lo hagas
—advirtió Molly.
Sirius rió al ver como
Molly regañaba a Arthur y este se ponía nervioso.
—¿Y tú de qué te ríes?
—preguntó Molly.
—De nada —respondió el
animago tratando de ocultar su risa.
—No he sido yo, ya te lo he dicho…,
pero es demasiado largo para explicarlo ahora. Mira, puedes decir en Hogwarts
que los Dursley me tienen encerrado y que no podré volver al colegio, y está
claro que no puedo utilizar la magia para escapar de aquí, porque el ministro
pensaría que es la segunda vez que utilizo conjuros en tres días, de forma que…
—Deja decir tonterías,
ellos te llevaran a su casa, salvándote de tu odiosa familia meggle —dijo
Sirius—. Lo siento —dijo luego de ver la mirada de Lily.
—Deja de decir tonterías —dijo Ron—.
Hemos venido para llevarte a casa con nosotros.
—Pero tampoco vosotros podéis utilizar
la magia para sacarme…
—No la necesitamos —repuso Ron,
señalando con la cabeza hacia los asientos delanteros y sonriendo—. Recuerda a
quién he traído conmigo.
—Sí, lo sabemos, somos
increíbles —dijeron los gemelos, causando la risa de muchos.
—¿Increíbles? Solo son
unos traidores a la sangre —decía por lo bajo Lucius.
—Ata esto a la reja —dijo Fred,
arrojándole un cabo de cuerda.
—Si los Dursley se despiertan, me matan
(Oh, no te preocupes antes de que ellos te hagan
algo, yo los descuartizo, dijo Lily tranquilamente, haciendo que todas la
miraran) —comentó Harry, atando la soga a uno de los barrotes. Fred
aceleró el coche.
—No te preocupes —dijo Fred— y
apártate.
Harry se retiró al fondo de la
habitación, donde estaba Hedwig,
que parecía haber comprendido que la situación era delicada y se mantenía
inmóvil y en silencio. El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro
crujido, la reja se desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche
salía volando hacia el cielo. Harry corrió a la ventana y vio que la reja había
quedado colgando a sólo un metro del suelo. Entonces Ron fue recogiendo la
cuerda hasta que tuvo la reja dentro del coche. Harry escuchó preocupado, pero
no oyó ningún sonido que proviniera del dormitorio de los Dursley.
—Un problema menos
—dijeron los gemelos Prewett.
Los merodeadores y Lily
asintieron.
Después de que Ron dejara la reja en el
asiento trasero, a su lado, Fred dio marcha atrás para acercarse tanto como
pudo a la ventana de Harry.
—Entra —dijo Ron.
—Pero todas mis cosas de Hogwarts… Mi
varita mágica, mi escoba…
—¿Dónde están?
—Guardadas bajo llave en la alacena de
debajo de las escaleras. Y yo no puedo salir de la habitación.
—Eso será un problema
—dijo Alice.
—Yo no lo creo —dijo
Ginny, sonriendo.
—No te preocupes —dijo George desde el
asiento del acompañante—. Quítate de ahí, Harry.
Fred y George entraron en la habitación
de Harry trepando con cuidado por la ventana.
«Hay que reconocer que lo hacen muy
bien», pensó Harry (Oh, muchas gracias, dijeron los
gemelos, fingiendo que lloraban) cuando George se sacó del bolsillo una
horquilla del pelo para forzar la cerradura.
—Yo sé hacer eso —dijo
una Lily muy emocionada.
—Muchos magos creen que es una pérdida
de tiempo aprender estos trucos muggles —observó
Fred—, pero nosotros opinamos que vale la pena adquirir estas habilidades,
aunque sean un poco lentas.
Se oyó un ligero «clic» y la puerta se
abrió.
—Parece interesante, yo
también quisiera aprender hacer eso —dijo Luna, soñadoramente.
—No te preocupes,
cuñadita, nosotros te enseñaremos —dijeron los gemelos, haciendo sonreír a Luna
y sonrojar a Ron.
—Bueno, nosotros bajaremos a buscar tus
cosas. Recoge todo lo que necesites de tu habitación y ve dándoselo a Ron por
la ventana —susurró George.
—Tened cuidado con el último escalón,
porque cruje —les susurró Harry mientras los gemelos se internaban en la
oscuridad.
Harry fue cogiendo sus cosas de la
habitación y se las pasaba a Ron a través de la ventana. Luego ayudó a Fred y a
George a subir el baúl por las escaleras. Oyó toser al tío Vernon.
—No tiene que despertarse
ahora —dijeron los gemelos Prewett.
Una vez en el rellano, llevaron el baúl
a través de la habitación de Harry hasta la ventana abierta. Fred pasó al coche
para ayudar a Ron a subir el baúl, mientras Harry y George lo empujaban desde
la habitación. Centímetro a centímetro, el baúl fue deslizándose por la
ventana.
Tío Vernon volvió a toser.
—Un poco más —dijo jadeando Fred, que
desde el coche tiraba del baúl—, empujad con fuerza…
Harry y George empujaron con los
hombros, y el baúl terminó de pasar de la ventana al asiento trasero del coche.
—Bien, ahora si es hora
de escapar —dijo Sirius.
—Tengo el presentimiento
de que antes de salir, tendrán un problema —dijo Lily, y Harry se quedó mirando
a su madre, porque había adivinado.
—Estupendo, vámonos —dijo George en voz
baja.
Pero al subir al alféizar de la
ventana, Harry oyó un potente chillido detrás de él, seguido por la atronadora
voz de tío Vernon.
—Un momento —dijo Ginny—,
creo que te estas olvidando de Hedwig.
—Estaba muy apurado —se
justificó el ojiverde.
—¡ESA MALDITA LECHUZA!
—¡Me olvidaba de Hedwig!
Harry
cruzó a toda velocidad la habitación al tiempo que se encendía la luz del
rellano. Cogió la jaula de Hedwig,
volvió velozmente a la ventana, y se la pasó a Ron. Harry estaba subiendo al
alféizar cuando tío Vernon aporreó la puerta, y ésta se abrió de par en par.
—¡Oh, por Merlín!
—exclamaron Lily y Molly.
Durante una fracción de segundo, tío
Vernon se quedó inmóvil en la puerta; luego soltó un mugido como el de un toro
furioso y, abalanzándose sobre Harry, lo agarró por un tobillo.
Ron, Fred y George lo asieron a su vez
por los brazos, y tiraban de él todo lo que podían.
—¡Petunia! —bramó tío Vernon—. ¡Se
escapa! ¡SE ESCAPA!
—No es un prisionero de
Azkaban para que lo tengan así, y porque llama a tu hermana, pelirroja —dijo a
Lily—, que piensa que es un dementor —bromeó.
Pero a ninguno de los del
futuro le causo gracia.
Si tan solo supiera,
pensó Harry.
Pero los Weasley tiraron con más
fuerza, y el tío Vernon tuvo que soltar la pierna de Harry. Tan pronto como
éste se encontró dentro del coche y hubo cerrado la puerta con un portazo,
gritó Ron:
—¡Fred, aprieta el acelerador!
Y el coche salió disparado en dirección
a la luna. Harry no podía creérselo: estaba libre (Sí,
por libre, la liberta es lo mejor, dijo Sirius, y Harry no pudo evitar sentir
tristeza por esos injustos doce años que su padrino tuvo que pasar en Azkaban).
Bajó la ventanilla y, con el aire azotándole los cabellos, volvió la vista para
ver alejarse los tejados de Privet Drive. Tío Vernon, tía Petunia y Dudley
estaban asomados a la ventana de Harry, alucinados.
—¡Hasta el próximo verano! —gritó
Harry.
—Una despedida triunfal
—dijeron los gemelos Prewett, que miraban sonrientes a Harry.
Los Weasley se rieron a carcajadas, y
Harry se recostó en el asiento, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Suelta a Hedwig
—dijo a Ron— y que nos siga volando. Lleva un montón de
tiempo sin poder estirar las alas.
—Pobrecilla —susurró
Luna.
George le pasó la horquilla a Ron y, en
un instante, Hedwig salía alborozada por la ventanilla y se
quedaba planeando al lado del coche, como un fantasma.
—Entonces, Harry, ¿por qué…? —preguntó
Ron impaciente—. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
Harry les explicó lo de Dobby, la
advertencia que le había hecho y el desastre del pudín de violetas. Cuando
terminó, hubo un silencio prolongado.
—Odio esos silencios
—dijo Ginny.
—Muy sospechoso —dijo finalmente Fred.
—Me huele mal —corroboré George—. ¿Así que
ni siquiera te dijo quién estaba detrás de todo?
—Creo que no podía —dijo Harry—, ya os
he dicho que cada vez que estaba a punto de irse de la lengua, empezaba a darse
golpes contra la pared.
Vio que Fred y George se miraban.
—Con el tiempo uno se
llega acostumbrar a esas miradas de complicidad de Fred y George —dijeron a
coro, Ron, Ginny, Bill, Percy y Charlie.
—Aunque no son los únicos
—dijo Luna.
—Claro, nos olvidábamos
de Harry, Ron y Hermione —dijo Neville, viendo al ojiverde y al pelirrojo.
—¿Creéis que me estaba mintiendo?
—preguntó Harry.
—Bueno —repuso Fred—, tengamos en
cuenta que los elfos domésticos tienen mucho poder mágico, pero normalmente no
lo pueden utilizar sin el permiso de sus amos. Me da la impresión de que
enviaron al viejo Dobby para impedirte que regresaras a Hogwarts. Una especie
de broma. ¿Hay alguien en el colegio que tenga algo contra ti?
Los merodeadores y los
gemelos Prewett miraron a Draco. Y este se pudo dar cuenta de que lo miraban.
—Yo no envié a Dobby —se
defendió el rubio.
—Lo sabemos —respondió
Harry y Ron.
—Sí —respondieron Ron y Harry al
unísono.
—Draco Malfoy —dijo Harry—. Me odia.
—¿Draco Malfoy? —dijo George,
volviéndose—. ¿No es el hijo de Lucius Malfoy?
—De tal palo tal astilla
—murmuró Sirius—, aun no me creo que se comporte más o menos bien.
—Supongo que sí, porque no es un
apellido muy común —contestó Harry—. ¿Por qué lo preguntas?
—He oído a mi padre hablar mucho de él
—dijo George—. Fue un destacado partidario de Quien-tú-sabes.
—Que interesante —dijo
Moody, mirando a Lucius con seriedad.
Lucius ignoró la mirada
del auror.
—Y cuando desapareció Quien-tú-sabes
—dijo Fred, estirando el cuello para hablar con Harry—, Lucius Malfoy regresó
negándolo todo. Mentiras… Mi padre piensa que él pertenecía al círculo más
próximo a Quien-tú-sabes.
—No lo dudo —dijo Moody.
Harry ya había oído estos rumores sobre
la familia de Malfoy, y no le habían sorprendido en absoluto. En comparación
con Malfoy, Dudley Dursley era un muchacho bondadoso, amable y sensible.
Draco hizo un gesto de
molestia al escuchar que lo comparaban con ese tal Dudley.
—No sé si los Malfoy poseerán un elfo
—dijo Harry.
—Uno no, docenas elfos,
que hacen todo lo que les ordeno. Pero no tengo ningún maldito elfo llamado
Dobby —Lucius escupió al mencionar el nombre del elfo.
—¿Cómo se atreve? —rugió
Ginny.
—Padre, por favor —habló
Draco, seriamente. Lucius lo miró con frialdad, pero esto no incomodo a Draco,
puesto que en el futuro ya estaba acostumbrado a este tipo de miradas.
—Por favor, señor
Longbottom, continúe —pidió McGongall y así lo hizo Frank.
—Bueno, sea quien sea, tiene que
tratarse de una familia de magos de larga tradición, y tienen que ser ricos
—observó Fred.
—Sangre pura, sí, pero
con el cerebro seco —dijo Sirius.
—No todos los sangre pura
tienen el cerebro seco —defendió Bill—. Tú, por ejemplo, eres sangre pura y eso
no quiere decir que tengas el cerebro seco.
—De acuerdo no todos
—reconoció Sirius, pensando en los Weasley, los Potter, los Longbottom y en los
Prewett.
—Sí, mamá siempre está diciendo que
querría tener un elfo doméstico que le planchase la ropa —dijo George—. Pero lo
único que tenemos es un espíritu asqueroso y malvado en el ático, y el jardín
lleno de gnomos. Los elfos domésticos están en grandes casas solariegas y en
castillos y lugares así, y no en casas como la nuestra.
—A mí me encanta La
Madriguera, tiene olor a hogar —dijo Harry, y Molly le sonrió.
—Eres bienvenido cuando
gustes, querido —dijo Molly maternalmente.
Harry estaba callado. A juzgar por el
hecho de que Draco Malfoy tenía normalmente lo mejor de lo mejor, su familia
debía de estar forrada de oro mágico (Obviamente,
dijeron Lucius y Narcisa al unisonó). Podía imaginárselo dándose aires
en una gran mansión. También parecía encajar con el tipo de cosas que Malfoy
podría hacer, el enviar a un criado para que impidiera que Harry volviese a
Hogwarts. ¿Había sido un estúpido al dar crédito a Dobby?
—Que yo no envié a Dobby
—repitió Draco.
—Tranquilo, ya lo sabemos
—aseguró Ginny.
—De cualquier manera, estoy muy
contento de que hayamos podido rescatarte —dijo Ron—. Me estaba preocupando que
no respondieras a mis cartas. Al principio le echaba la culpa a Errol…
—¿Quién es Errol? —preguntaron los merodeadores.
—Nuestra lechuza
—respondió Fred.
—¿Quién es Errol?
—Nuestra lechuza macho. Pero está
viejo. No sería la primera vez que le da un colapso al hacer una entrega. Así
que intenté pedirle a Percy que me prestara a Hermes…
—¿Quién? —volvieron a
preguntar los merodeadores, y McGonagall, ya se estaba enojando con tantas
interrupciones.
—Es la lechuza de Percy
—respondió Ron.
—¿Quién?
—La lechuza que nuestros padres
compraron a Percy cuando lo nombraron prefecto —dijo Fred desde el asiento
delantero.
—Pero Percy no me la quiso dejar
—añadió Ron—. Dijo que la necesitaba él.
Percy se sonrojó.
—Es que en ese momento no
sabíamos que Percy estaba mandando cartas a… —Ron no pudo terminar de hablar,
porque lo interrumpió el grito de Percy.
—Cállate, Ronald.
Ron sonrió a su hermano.
—Este verano, Percy se está comportando
de forma muy rara —dijo George, frunciendo el entrecejo—. Ha estado enviando
montones de cartas y pasando muchísimo tiempo encerrado en su habitación… No
puede uno estar todo el día sacando brillo a la insignia de prefecto (James, Sirius y los gemelos pusieron cara de horror).
Te estás desviando hacia el oeste, Fred —añadió, señalando un indicador en el
salpicadero. Fred giró el volante.
—¿Vuestro padre sabe que os habéis
llevado el coche? —preguntó Harry, adivinando la respuesta.
Los merodeadores, los
gemelos Prewett, los Longbottom y los Tonks rieron, hasta Arthur sonrió. Claro
menos Molly, que miraba seriamente a su esposo y a sus hijos.
—Esto…, no —contestó Ron—, esta noche
tenía que trabajar. Espero que podamos dejarlo en el garaje sin que nuestra
madre se dé cuenta de que nos lo hemos llevado.
—No creo que funcioné…
—empezó Fabian.
—… sí, y no sé cómo lo
hace, pero Molly siempre se da cuenta de todo —terminó Gideon.
—Dínoslo a nosotros
—murmuraron los chicos Weasley.
—¿Qué hace vuestro padre en el
Ministerio de Magia?
—Trabaja en el departamento más
aburrido —contestó Ron—: el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los
Objetos Muggles.
Sirius rió y Arthur se
sonrojó.
Lucius miró con asco a
Arthur.
—¡Ronald! —lo regañó su
madre.
—Lo siento —dijo el
pelirrojo avergonzado.
—¿El qué?
—Se trata de cosas que han sido
fabricadas por los muggles, pero que alguien las encanta, y que
terminan de nuevo en una casa o una tienda muggle.
Por ejemplo, el año pasado murió una bruja vieja, y vendieron su juego de té a
un anticuario. Una mujer muggle lo
compró, se lo llevó a su casa e intentó servir el té a sus amigos. Fue una
pesadilla. Nuestro padre tuvo que trabajar horas extras durante varias semanas.
—¿Qué ocurrió? —preguntó
Lily, muy interesada.
—¿Qué ocurrió?
Lily le sonrió a su hijo
por haber formulado la misma pregunta que él en su tiempo.
—Pues que la tetera se volvió loca y
arrojó un chorro de té hirviendo por toda la sala, y un hombre terminó en el
hospital con las tenacillas para coger los terrones de azúcar aferradas a la nariz.
Nuestro padre estaba desesperado, en el departamento solamente están él y un
viejo brujo llamado Perkins, y tuvieron que hacer encantamientos para borrarles
la memoria y otros trucos para que no se acordaran de nada.
—Pero vuestro padre…, este coche…
Molly miró seria a su
esposo.
—No deberías tener ese
coche —dijo Molly.
—Pero, Molly, las
artefactos muggles son muy int… sí, sí, cielo, lo que tú digas —dijo Arthur al
ver la mirada que le dedicaba Molly.
Fred se rió.
—Sí, le vuelve loco todo lo que tiene
que ver con los muggles,
tenemos el cobertizo lleno de chismes muggles.
Los coge, los hechiza y los vuelve a poner en su sitio. Si viniera a
inspeccionar a casa, tendría que arrestarse a sí mismo. A nuestra madre la saca
de quicio.
Casi todos rieron, menos
lo Malfoy y Snape.
—Ahí está la carretera principal —dijo
George, mirando hacia abajo a través del parabrisas—. Llegaremos dentro de diez
minutos… Menos mal, porque se está haciendo de día.
Un tenue resplandor sonrosado aparecía
en el horizonte, al este.
Fred dejó que el coche fuera perdiendo
altura, y Harry vio a la escasa luz del amanecer el mosaico que formaban los
campos y los grupos de árboles.
—Vivimos un poco apartados del pueblo
—explicó George—. En Ottery Saint Catchpole.
El coche volador descendía más y más.
Entre los árboles destellaba ya el borde de un sol rojo y brillante.
—¡Aterrizamos! —exclamó Fred (Y Molly suspiró aliviada, puesto que la estaban poniendo
de los nervios al saber que habían estado dentro de un coche volador)
cuando, con una ligera sacudida, tomaron contacto con el suelo. Aterrizaron
junto a un garaje en ruinas en un pequeño corral, y Harry vio por vez primera
la casa de Ron.
—Es hermoso —dijo Harry,
recordando esa primera vez que fue a La Madriguera.
Parecía como si en otro tiempo hubiera
sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas
habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan
torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia (los merodeadores sonrieron, y Lucius ponía una cara de asco mirando a
la familia de pelirrojos), y Harry sospechó que así era probablemente.
Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en
el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera». En torno a la
puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado.
Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral.
—Que hermoso lugar
—comentó Lily.
—Puedes ir cuando
quieras, querida —invitó Molly, y la otra pelirroja asintió con agradecimiento.
—No es gran cosa.
—Es una maravilla —repuso Harry,
contento, acordándose de Privet Drive.
Todos los Weasley le
sonrieron a Harry, y este le devolvió la sonrisa.
Salieron del coche.
—Ahora tenemos que subir las escaleras
sin hacer el menor ruido —advirtió Fred—, y esperar a que mamá nos llame para
el desayuno. Entonces tú, Ron, bajarás las escaleras dando saltos y diciendo:
«¡Mamá, mira quién ha llegado esta noche!» Ella se pondrá muy contenta, y nadie
tendrá que saber que hemos cogido el coche.
—Les apuesto a que los
descubren antes —dijo Sirius a James y Remus.
—Hecho —dijeron estos
dos.
—Bien —dijo Ron—. Vamos, Harry, yo
duermo en el…
De repente, Ron se puso de un color
verdoso muy feo y clavó los ojos en la casa. Los otros tres se dieron la
vuelta.
La señora Weasley iba por el corral
espantando a las gallinas, y para tratarse de una mujer pequeña, rolliza y de
rostro bondadoso, era sorprendente lo que podía parecerse a un tigre de enormes
colmillos.
—Ya ven, sí, los descubrieron
—se alegró Sirius.
—No fue tan agradable
para nosotros —dijeron los gemelos y Ron.
—¡Ah! —musitó Fred.
—¡Dios mío! —exclamó George.
La señora Weasley se paró delante de
ellos, con las manos en las caderas, y paseó la mirada de uno a otro. Llevaba
un delantal estampado de cuyo bolsillo sobresalía una varita mágica.
—Así que… —dijo.
—Buenos días, mamá —saludó George,
poniendo lo que él consideraba que era una voz alegre y encantadora.
—No se me ocurrió otra
cosa mejor que decir —dijo George.
—Y hacerse el desmayado,
no hubiera ayudado —apoyó Fred.
Sus tíos rieron.
—Sabemos lo que se siente
ser atrapado —dijeron al unisonó.
—Lo sé —dijo James.
Remus rió.
—Lo dices por experiencia
—dijo el licántropo, y James se sonrojó.
—¿Tenéis idea de lo preocupada que he
estado? —preguntó la señora Weasley en un tono aterrador.
—Perdona, mamá, pero es que, mira,
teníamos que…
Aunque los tres hijos de la señora
Weasley eran más altos que su madre, se amilanaron cuando descargó su ira sobre
ellos.
—No quisiera estar en sus
zapatos —dijeron por lo bajo los merodeadores.
—¡Las camas vacías! ¡Ni una nota! El
coche no estaba…, podíais haber tenido un accidente… Creía que me volvía loca,
pero no os importa, ¿verdad?… Nunca, en toda mi vida… Ya veréis cuando llegue a
casa vuestro padre, un disgusto como éste nunca me lo dieron Bill, ni Charlie,
ni Percy…
—Percy, el prefecto perfecto —murmuró
Fred.
—No fueron las palabras
correctas —dijo Remus.
—Lo sé —aceptó Fred.
—¡PUES PODRÍAS SEGUIR SU EJEMPLO!
—gritó la señora Weasley, dándole golpecitos en el pecho con el dedo—. Podríais
haberos matado o podría haberos visto alguien, y vuestro padre haberse quedado
sin trabajo por vuestra culpa…
Les pareció que la reprimenda duraba
horas. La señora Weasley enronqueció de tanto gritar y luego se plantó delante
de Harry, que retrocedió asustado.
—A ti no te regañará
—dijo Ron, muy sonriente.
—En ese momento no lo
sabía —confeso Harry.
—Me alegro de verte, Harry, cielo
—dijo—. Pasa a desayunar.
—Típico —dijeron James y
Sirius.
—¿De qué hablan?
—preguntó Harry, muy interesado, y Remus sonrió.
—Pues que cuando Canuto y
Lunático venían de vacaciones a mi casa, y hacíamos alguna broma, mi mamá
regañaba a Sirius y a mí, pero a Lunático no —contó James.
—Todo porque lo veían con
cara de niño bueno —se quejó Sirius—. Hasta una vez dijo que como Remus podía
ser amigo de alguien tan revoltosos como Cornamenta o como yo.
—Ahora comprendo porque a
Hermione le gusto desde un primer momento R… —George ya no continuó hablando
porque Ginny lo pellizco—, ¡Ay! ¿Por qué hiciste eso, Ginny? —preguntó
sobándose el lugar adolorido.
—Estabas hablando de más
—le susurró Ginny.
George miró serio a su
hermana menor, pero no dijo nada más.
—¿Qué ibas a decir,
George? —preguntó Remus.
—Eh…, nada, nada
—contestó aun sobándose el brazo.
Frank continúo leyendo.
La señora Weasley se encaminó hacia la
casa y Harry la siguió, después de dirigir una mirada azorada a Ron, que le
respondió animándolo con un gesto de la cabeza.
La cocina era pequeña y todo en ella
estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía
muy restregada, con sillas alrededor. Harry se sentó tímidamente, mirando a
todas partes. Era la primera vez que estaba en la casa de un mago.
El reloj de la pared de enfrente sólo
tenía una manecilla y carecía de números. En el borde de la esfera había
escritas cosas tales como «Hora del té», «Hora de dar de comer a las gallinas»
y «Te estás retrasando» (Que reloj tan interesante,
comentó Lily). Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones
de tres, libros que tenían títulos como La
elaboración de queso mediante la
magia, El encantamiento en la
repostería o Por arte de magia: cómo preparar
un banquete en un minuto. Y, a menos que Harry hubiera
escuchado mal, la vieja radio que había al lado del fregadero acababa de
anunciar que a continuación emitirían el programa «La
hora de las brujas, con la popular cantante hechicera
Celestina Warbeck».
La señora Weasley preparaba el desayuno
sin poner demasiada atención en lo que hacía, y en el rato que tardó en freír
las salchichas echó unas cuantas miradas de desaprobación a sus hijos. De vez
en cuando murmuraba: «cómo se os pudo ocurrir» o «nunca lo hubiera creído».
—Las mismas frases que
nos decía mamá, ¿te acuerdas, Fabian? —dijo Gideon.
—Claro, como no me voy
acordar —contestó su gemelo.
—Tú no tienes la culpa, cielo —aseguró
a Harry, echándole en el plato ocho o nueve salchichas—. Arthur y yo también
hemos estado muy preocupados por ti. Anoche mismo estuvimos comentando que si
Ron seguía sin tener noticias tuyas el viernes, iríamos a buscarte para traerte
aquí. Pero —dijo mientras le servía tres huevos fritos— cualquiera podría
haberos visto atravesar medio país volando en ese coche e infringiendo la ley…
Entonces, como si fuera lo más natural,
dio un golpecito con la varita mágica en el montón de platos sucios del
fregadero, y éstos comenzaron a lavarse solos, produciendo un suave tintineo.
—Es muy normal —dijo
Molly.
—Bueno, no para alguien
que ha crecido con muggles —contestó Harry, y Molly asintió, dándole la razón.
—¡Estaba nublado, mamá! —dijo Fred.
—Nunca contradigas a una
pelirroja —dijo Gideon.
—Puede ser peligrosa
—terminó Fabian.
—Ya lo creo —susurró
Sirius, mirando a Lily.
—¡No hables mientras comes! —le
interrumpió la señora Weasley.
—¡Lo estaban matando de hambre, mamá!
—dijo George.
—En eso tenías razón
—aceptó Molly.
—¡Cállate tú también! —atajó la señora
Weasley, pero cuando se puso a cortar unas rebanadas de pan para Harry y a
untarlas con mantequilla, la expresión se le enterneció.
—Gracias, por eso Molly
—dijo Lily.
—No hay de que —contestó
Molly.
En aquel momento apareció en la cocina
una personita bajita y pelirroja, que llevaba puesto un largo camisón y que,
dando un grito, se volvió corriendo.
—¡Oh, por Merlín!
—exclamó Ginny, sonrojándose.
Harry rió.
—Te ríes, porque hacia el
ridículo cada vez que te veía —le reprochó Ginny.
—No me rió por eso, es
solo que te vías adorable —dijo el ojiverde besando la mejilla de la chica.
—Es Ginny —dijo Ron a Harry en voz
baja—, mi hermana. Se ha pasado el verano hablando de ti.
Ginny se sonrojó y sus
hermanos, Harry y los merodeadores se rieron.
—Gracias por eso, Ron
—ironizó Ginny.
—Vaya, era la pequeña
pelirroja, la primera admiradora del cachorro —dijo Sirius y Ginny lo fulminó
con la mirada.
—Sí, debe de estar esperando que le
firmes un autógrafo, Harry —dijo Fred con una sonrisa (Ginny
también fulminó con la mirada a su otro hermano), pero se dio cuenta de
que su madre lo miraba y hundió la vista en el plato sin decir ni una palabra más.
No volvieron a hablar hasta que hubieron terminado todo lo que tenían en el
plato, lo que les llevó poquísimo tiempo.
—Estoy que reviento —dijo Fred,
bostezando y dejando finalmente el cuchillo y el tenedor—. Creo que me iré a la
cama y…
—No creo que te deje ir a
la cama tan fácilmente —dijo Alice.
—De eso nada —interrumpió la señora
Weasley—. Si te has pasado toda la noche por ahí, ha sido culpa tuya. Así que
ahora vete a desgnomizar el jardín, que los gnomos se están volviendo a
desmadrar.
—Pero, mamá…
—Y vosotros dos, id con él —dijo ella,
mirando a Ron y Fred—. Tú sí puedes irte a la cama, cielo —dijo a Harry—. Tú no
les pediste que te llevaran volando en ese maldito coche.
—Mamá siempre hacia lo
mismo con Remus —dijo James.
—Es que era muy ingenua —dijo
Sirius, mirando a su amigo castaño.
Pero Harry, que no tenía nada de sueño,
dijo con presteza:
—Ayudaré a Ron, nunca he presenciado
una desgnomización.
—Eres muy amable, cielo, pero es un
trabajo aburrido —dijo la señora Weasley—. Pero veamos lo que Lockhart dice
sobre el particular.
Harry y Ron hicieron una
mueca de desagrado al escuchar al ex profesor de DCAO.
—¿Lockart? —preguntaron
los merodeadores.
—Se me hace conocido ese
apellido —dijo James.
—A mí también se me hace
conocido —dijo Remus.
—Claro, no es ese rubio
idiota que se creía todo un galán. A veces lo veía andando por el Callejón
Diagon hablando de lo maravilloso que era, lo bueno era que mayor que nosotros
y así nunca compartimos clases —dijo Sirius con alivio.
—Entonces, si es el mismo
—dijo Ron.
Y cogió un pesado volumen de la repisa
de la chimenea. George se quejó.
—Mamá, ya sabemos desgnomizar un
jardín.
Harry echó una mirada a la cubierta del
libro de la señora Weasley. Llevaba escritas en letras doradas de fantasía las
palabras «Gilderoy Lockhart: Guía de las plagas
en el hogar». Ocupaba casi toda la portada una fotografía de un mago
muy guapo de pelo rubio ondulado y ojos azules y vivarachos. Como todas las
fotografías en el mundo de la magia, ésta también se movía: el mago, que Harry
supuso que era Gilderoy Lockhart, guiñó un ojo a todos con descaro. La señora
Weasley le sonrió abiertamente.
—Claro, ahora que me
acuerdo ese Gilderoy Lockhart, fue el que… —Lily le hacía muecas a Alice para
que se callara, menos mal que capto el mensaje.
—¿Fue el que, qué?
—preguntó James, mirando curioso a su novia y a Alice.
—Nada, nada —respondió
Lily.
James asintió no muy
convencido, pero ya no objeto nada.
Menos mal que James no
sabe que Lockhart una vez me invitó a salir y yo casi acepto, pensaba Lily.
—Es muy bueno —dijo ella—, conoce al
dedillo todas las plagas del hogar, es un libro estupendo…
—A mamá le gusta —dijo Fred, en voz
baja, pero bastante audible.
—¡Fred! —lo regañó Molly,
mientras que Arthur fruncía el ceño.
—No digas tonterías, Fred —dijo la
señora Weasley, ruborizándose—. Muy bien, si crees que sabes más que Lockhart,
ponte ya a ello; pero ¡ay de ti si queda un solo gnomo en el jardín cuando yo
salga!
Entre quejas y bostezos, los Weasley
salieron arrastrando los pies, seguidos por Harry. El jardín era grande y a
Harry le pareció que era exactamente como tenía que ser un jardín (Eso es muy amable de tu parte, dijo Arthur). A
los Dursley no les habría gustado; estaba lleno de maleza y el césped
necesitaba un recorte, pero había árboles de tronco nudoso junto a los muros, y
en los arriates, plantas exuberantes que Harry no había visto nunca, y un gran
estanque de agua verde lleno de ranas.
—Los muggles también
tienen gnomos en sus jardines, ¿sabes? —dijo Harry a Ron mientras atravesaban
el césped.
—Esos muñecos que parecen
papás Noel no son gnomos —dijo Remus, pensativamente.
—Sí, ya he visto esas cosas que ellos
piensan que son gnomos —dijo Ron, inclinándose sobre una mata de peonías—. Como
una especie de papás Noel gorditos con cañas de pescar…
Se oyó el ruido de un forcejeo, la
peonía se sacudió y Ron se levantó, diciendo en tono grave:
—Esto es un gnomo.
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —chillaba el
gnomo.
Desde luego, no se parecía a papá Noel:
era pequeño y de piel curtida, con una cabeza grande y huesuda, parecida a una
patata (Me encantan las descripciones, me preguntó
quién escribió los libros, dijo Ted). Ron lo sujetó con el brazo
estirado, mientras el gnomo le daba patadas con sus fuertes piececitos. Ron lo
cogió por los tobillos y lo puso cabeza abajo.
—Esto es lo que tienes que hacer
—explicó. Levantó al gnomo en lo alto («¡suéltame!», decía éste) y comenzó a
voltearlo como si fuera un lazo. Viendo el espanto en el rostro de Harry (Lily también tenía cara de espanto en ese momento),
Ron añadió—: No les duele. Pero los tienes que dejar muy mareados para que no
puedan volver a encontrar su madriguera.
Entonces soltó al gnomo y éste salió
volando por el aire y cayó en el campo que había al otro lado del seto, a unos
siete metros, con un ruido sordo.
—Bueno para tener doce
años, siete metros es un buen tramo —dijo Charlie a su hermano menor.
—¡Da pena! —dijo Fred—. ¿Qué te
apuestas a que lanzo el mío más allá de aquel tocón?
Harry aprendió enseguida que no había
que sentir compasión por los gnomos y decidió lanzar al otro lado del seto al
primer gnomo que capturase, pero éste, percibiendo su indecisión, le hundió sus
afiladísimos dientes en un dedo, y le costó mucho trabajo sacudírselo…
—¿Te lastimo mucho?
—preguntó Lily a su hijo.
Harry sonrió. Se sentía
bien que se preocuparan por él y más si ese alguien era su madre.
—Casi nada —respondió el
chico.
—Caramba, Harry…, eso habrán sido casi
veinte metros…
—¡Genial! —dijeron James
y Sirius.
Pronto el aire se llenó de gnomos
volando.
—Ya vez que no son muy listos —observó
George, cogiendo cinco o seis gnomos a la vez—. En cuanto se enteran de que
estamos desgnomizando, salen a curiosear. Ya deberían haber aprendido a
quedarse escondidos en su sitio.
Al poco rato vieron que los gnomos que
habían aterrizado en el campo, que eran muchos, empezaban a alejarse andando en
grupos, con los hombros caídos.
—Volverán —dijo Ron, mientras
contemplaban cómo se internaban los gnomos en el seto del otro lado del campo—.
Les gusta este sitio… Papá es demasiado blando con ellos, porque piensa que son
divertidos…
—¡Arthur! —lo regañó su
esposa—, tú… eres increíble —terminó por decir Molly al no encontrar otro
diminutivo.
En aquel momento se oyó la puerta
principal de la casa.
—¡Ya ha llegado! —dijo George—. ¡Papá
está en casa!
Y fueron corrieron a su encuentro.
—La que te espera, Arthur
—se burló Sirius, y Remus le piso el pie para que se callara.
—¡Ay! —se quejó el
animago—, ¿Por qué lo hiciste?
—Para que te callaras
—respondió el hombre lobo divertido.
El señor Weasley estaba sentado en una
silla de la cocina, con las gafas quitadas y los ojos cerrados. Era un hombre
delgado, bastante calvo, pero el escaso pelo que le quedaba era tan rojo como
el de sus hijos. Llevaba una larga túnica verde polvorienta y estropeada de viajar.
—¡Qué noche! —farfulló, cogiendo la
tetera mientras los muchachos se sentaban a su alrededor—. Nueve redadas.
¡Nueve! Y el viejo Mundungus Fletcher intentó hacerme un maleficio cuando le
volví la espalda.
—¿Te acuerdas de
Mundungus, Fred? —preguntó George.
—Sí, a veces era gracioso
—respondió Fred.
—¿Ustedes se hablan con
ese hombre? —preguntó Molly, quien parecía enojada.
—Algunas veces hablamos,
pero no éramos amigos, ni nada parecido —contestaron los gemelos.
El señor Weasley tomó un largo sorbo de
té y suspiró.
—¿Encontraste algo, papá? —preguntó
Fred con interés.
—Sólo unas llaves que merman y una
tetera que muerde —respondió el señor Weasley en un bostezo—. Han ocurrido, sin
embargo, algunas cosas bastante feas que no afectaban a mi departamento. A
Mortlake lo sacaron para interrogarle sobre unos hurones muy raros, pero eso
incumbe al Comité de Encantamientos Experimentales, gracias a Dios.
—¿Para qué sirve que unas llaves
encojan? —preguntó George.
—Para atormentar a los
muggles —respondió Arthur.
—Para atormentar a los muggles
—suspiró el señor Weasley (Los
chicos Weasley sonrieron al escuchar que su padre daba la misma respuesta)—.
Se les vende una llave que merma hasta hacerse diminuta para que no la puedan
encontrar nunca cuando la necesitan… Naturalmente, es muy difícil dar con el
culpable porque ningún muggle
quiere admitir que sus llaves merman; siempre insisten en que las han perdido.
¡Jesús! No sé de lo que serían capaces para negar la existencia de la magia,
aunque la tuvieran delante de los ojos… Pero no os creeríais las cosas que a
nuestra gente le ha dado por encantar…
—Presiento que no te irá
nada bien, papá —dijeron los gemelos, con una sonrisita de burla en sus labios.
—No quisiéramos estar en
tu lugar, cuñadito —ahora hablaron los gemelos Prewett, quienes también
sonreían.
—¿COMO COCHES, POR EJEMPLO?
—Te lo dijo —volvieron a
hablar los gemelos Weasley.
La señora Weasley había aparecido
blandiendo un atizador como si fuera una espada. El señor Weasley abrió los
ojos de golpe y dirigió a su mujer una mirada de culpabilidad.
—¿Co-coches, Molly cielo?
Sus hijos reían y no eran
los únicos, James y Sirius también reían.
—Sí, Arthur, coches —dijo la señora
Weasley, con los ojos brillándole—. Imagínate que un mago se compra un viejo
coche oxidado y le dice a su mujer que quiere llevárselo para ver cómo
funciona, cuando en realidad lo está encantando para que vuele.
El señor Weasley parpadeó.
—Hasta siento lastima por
ti papá —dijo Charlie.
—Bueno, querida, creo que estarás de
acuerdo conmigo en que no ha hecho nada en contra de la ley, aunque quizá
debería haberle dicho la verdad a su mujer… Verás, existe una laguna jurídica…
siempre y cuando él no utilice el coche para volar. El hecho de que el coche
pueda volar no constituye en sí…
—¡Señor Weasley ya se encargó
personalmente de que existiera una laguna jurídica cuando usted redactó esa
ley! —gritó la señora Weasley—. ¡Sólo para poder seguir jugando con todos esos
cachivaches muggles que tienes en el cobertizo! ¡Y; para
que lo sepas, Harry ha llegado esta mañana en ese coche en el que tú no
volaste!
—¿Harry? —dijo el señor Weasley mirando
a su esposa sin comprender—. ¿Qué Harry?
—Yo creo que solo querías
distraer a mamá, para evitar que te regañara —dijo Ginny a su padre, que se
sonrojó.
Al darse la vuelta, vio a Harry y se
sobresaltó.
—¡Dios mío! ¿Es
Harry Potter? Encantado de conocerte. Ron nos ha hablado mucho de ti…
—¡Esta noche, tus hijos han ido volando
en el coche hasta la casa de Harry y han vuelto! —gritó la señora Weasley—. ¿No
tienes nada que comentar al respecto?
—¿Es verdad que hicisteis eso?
—preguntó el señor Weasley, nervioso—. ¿Fue bien la cosa? (Se escuchó varias risas en la sala) Qui-quiero decir —titubeó, al ver que su esposa
echaba chispas por los ojos—, que eso ha estado muy mal, muchachos, pero que
muy mal…
—Adoro cuando papá hace
lo que mamá dice —dijo Ginny, volviendo hacer que su padre se sonrojé.
—Oh, mala señal, Harry
—dijo Sirius, negando con la cabeza, y Harry lo miró confundido—, no te das
cuenta que eso quiere decir que tú también harás lo que diga la pelirroja dos.
Las pelirrojas son de temer.
—Cierra la boca, Sirius
Black —gritó Ginny. Parecía realmente enojada.
James y Remus rieron al
ver la cara de su amigo.
—¿Acaso me gritaste?
—preguntó sorprendido.
—¡Sí! —admitió la chica—.
¿Por qué?
—Por nada —respondió el
animago—. Todas las pelirrojas son iguales —dijo por lo bajo, haciendo que sus
amigos volvieran a reír.
—No creo que Ginny haga
eso —defendió Harry.
—Dejémosles que lo arreglen entre ellos
—dijo Ron a Harry en voz baja, al ver que su madre estaba a punto de estallar—.
Venga, quiero enseñarte mi habitación.
Salieron sigilosamente de la cocina y,
siguiendo un estrecho pasadizo, llegaron a una escalera torcida que subía
atravesando la casa en zigzag. En el tercer rellano había una puerta entornada.
Antes de que se cerrara de un golpe, Harry pudo ver un instante un par de ojos
castaños que estaban espiando.
Harry miró tiernamente a
su novia, y esta se sonrojó.
—Ginny —dijo Ron—. No sabes lo raro que
es que se muestre así de tímida. Normalmente nunca se esconde.
Sirius soltó una risa que
la disfrazo de tos al ver la mirada que le dedicaba Ginny.
Subieron dos tramos más de escalera
hasta llegar a una puerta con la pintura desconchada y una placa pequeña que
decía «Habitación de Ronald».
Cuando Harry entró, con la cabeza casi
tocando el techo inclinado, tuvo que cerrar un instante los ojos. Le pareció
que entraba en un horno, porque casi todo en la habitación era de color naranja
intenso: la colcha, las paredes, incluso el techo.
—¿Por qué todo era de
color naranja? —preguntó Lily.
—Es por mi equipo
favorito de quidditch, los Chudley Cannons —respondió con orgullo el pelirrojo.
Luego se dio cuenta de que Ron había
cubierto prácticamente cada centímetro del viejo papel pintado con pósteres
iguales en que se veía a un grupo de siete magos y brujas que llevaban túnicas
de color naranja brillante, sostenían escobas en la mano y saludaban con
entusiasmo.
—¿Tu equipo de quidditch
favorito? —le preguntó Harry
—Los Chudley Cannons —confirmó Ron,
señalando la colcha naranja, en la que había estampadas dos letras «C» gigantes
y una bala de cañón saliendo disparada—. Van novenos en la liga.
Ron tenía los libros de magia del
colegio amontonados desordenadamente en un rincón, junto a una pila de cómics
que parecían pertenecer todos a la serie Las aventuras
de Martin Miggs, el «muggle» loco.
—¿Es entretenido ese
cómics? —preguntó Sirius a Ron.
—Sí, es muy gracioso
—respondió el pelirrojo.
—Que lastima que en esta
época todavía no salga —se lamentó el animago.
Su varita mágica estaba en el alféizar
de la ventana, encima de una pecera llena de huevos de rana y al lado de Scabbers,
la gorda rata gris de Ron, que dormitaba en la parte donde
daba el sol.
—Esa maldita rata —gruñó
Ron—, y encima se dormía en cama, que asco.
—Pero se supone que era
tu mascota, ¿no? —dijo un confundido Remus, al escuchar como hablaba de su
rata.
—Sí, pero… —Ron se quedó
callado, no sabiendo que decir.
—Algo se traen con esa
rata, no es la primera vez que escuchamos hablar mal de su mascota —murmuró
Sirius, para que solo lo escucharan James y Remus.
—Sí, ¿pero qué? —susurró
James.
—Ya lo averiguaremos
—concluyó Remus.
Harry echó un vistazo por la diminuta
ventana, tras pisar involuntariamente una baraja de cartas autobarajables que
se hallaba esparcida por el suelo. Abajo, en el campo, podía ver un grupo de
gnomos que volvían a entrar de uno en uno, a hurtadillas, en el jardín de los
Weasley a través del seto. Luego se volvió hacia Ron, que lo miraba con
impaciencia, esperando que Harry emitiera su opinión.
—Aunque no me dejaste
hablar —dijo un sonriente Harry.
—Es un poco pequeña —se apresuró a
decir Ron—, a diferencia de la habitación que tenías en casa de los muggles.
Además, justo aquí arriba está el espíritu del ático, que se
pasa todo el tiempo golpeando las tuberías y gimiendo…
—Me gustaría conocer a
ese fantasma —dijeron James y Sirius al unisonó.
—¿Por qué? —preguntó
Molly.
—No les hagas caso, así
suelen ser ellos —dijo Remus, quitándole importancia.
Pero Harry le dijo con una amplia
sonrisa:
—Es la mejor casa que he visto nunca.
Ron se ruborizó hasta las orejas.
—Aquí termina el capítulo
—anunció Frank.
—Gracias, Frank —dijo
Dumbledore—. Bien, creo que ya es hora de almorzar —dijo viendo su reloj que
tenía en la muñeca.
Kreacher se hizo presente
y haciendo una reverencia ante Harry, apareció la comida en las mesas.
—Kreacher se pregunta si
el amo, necesita algo más —dijo el viejo elfo.
—No necesito nada más,
Kreacher, gracias —contestó Harry.
Entonces el elfo desapareció
con un ‘plop’.
Todos almorzaron
tranquilamente, entre pláticas y bromas por parte de los merodeadores, los
gemelos Weasley y los gemelos Prewett.
Cuando todos los rastros
de comida y cubiertos desaparecieron, Dumbledore habló llamando la atención de
todos.
—Bueno, ya que todos
comimos, y platicamos, creo que ya es hora de proseguir con la lectura. ¿Quién
desea leer ahora? —preguntó el director.
Pero antes de que alguien
respondiera, nuevamente apareció esa luz resplandeciente en la Sala de
los Menesteres. Todos estaban expectantes para ver de quien se trataba.
Harry, Ron, Ginny y Luna se
preguntaban de quien se trataba. Ni siquiera se imaginaban que se trataba de
una castaña, pero esta no venía sola.
Luego de unos segundos —eternos para
algunos— la luz se fue evaporando y lo primero que vieron fue unos enormes pies
que caminaban hacia la sala.
—¿Hagrid? —exclamaron Harry, Ron, Ginny, Neville, Luna y los gemelos
Weasley.
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