lunes, 27 de julio de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 4: El Caldero Chorreante



—¿Quién quiere continuar con la lectura? —preguntó el director.
—Yo lo haré —dijo Astoria Greengrass.
—De acuerdo —respondió Dumbledore; y Draco le paso el libro a su futura esposa.
La Slytherin cambio la página y leyó.
“El Caldero Chorreante”.
—No suena como que vaya a pasar nada malo ahí —comentó Frank.
—No, no pasa nada malo —aceptó Harry.
Hermione sonrió al recordar que en ese capítulo ella compró a su gato. Le acarició detrás de las orejas al minino, el cual ronroneo complacido.
Harry tardó varios días en acostumbrarse a su nueva libertad. Nunca se había podido levantar a la hora que quería, ni comer lo que le gustaba (Harry se sintió incomodo por todas las miradas encima de él). Podía ir donde le apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, y como esta calle larga y empedrada rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del mundo, Harry no sentía ningún deseo de incumplir la palabra que le había dado a Fudge ni de extraviarse por el mundo muggle.
Lily suspiró aliviada, porque por lo menos esa vez Harry no desobedecería en ese orden. Lo que significaba que nada malo le sucedería.
Desayunaba por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde disfrutaba viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista La transformación moderna; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo.
—Que extraños gustos —dijo Katie un poco asqueada.
Alicia y Angelina asintieron igual de asqueadas que Katie.
Después del desayuno, Harry salía al patio de atrás, sacaba la varita mágica, golpeaba el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaba esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon.
Hermione sonrió levemente al recordar la primera vez que estuvo en el callejón Diagon. Por otra parte Remus se maravilló con la sonrisa de la castaña, haciéndolo sonreír a él también.
Harry pasaba aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho («es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?») (Ay, Harry, que chismoso eres, comentaron los gemelos Weasley. A lo que Ron dijo: “Lo dice los creadores de las Orejas Extensibles”. ¿Qué es eso?, preguntaron los merodeadores y los gemelos Prewett. Pero ni Fred ni George contestaron, puesto que no querían ser regañados por Molly) o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban») (Sirius se sintió pésimo ante tales palabras. “Cálmate, Canuto, ellos no te conocen como te conocemos nosotros”, dijeron James y Remus. “Sí, pero yo nunca lastimaría a un niño, quizás a un Slytherin sí, pero no a un niño”, dijo el ojigris). Harry ya no tenía que hacer los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela; ahora podía sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos (¿Qué?, dijeron James y Sirius, este último un poco más animado. Pero no comentaron nada más al ver la mirada severa de Lily. “No tiene nada de malo hacer las tareas”, dijo la pelirroja. A lo que James y Sirius replicaron: “Pero un merodeador…”. Lily nuevamente los volvió a callar con la mirada y dijo: “Remus también es un merodeador y hace las tareas”. “Sí, pero ese es un caso especial”, contestaron los dos merodeadores. Lily negó con la cabeza) con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, daba gratis a Harry, cada media hora, un helado de crema y caramelo.
—Eso si es tener suerte —comentó Ron.
Sus hermanos y Hermione negaron con la cabeza, mientras Harry y Luna sonreían.
—James —llamó Lily, y el pelinegro la observo—, deberíamos agradecerle a Florean por ser tan amable con Harry.
James asintió.
No creo que puedan, Florean está muerto, se dijo Harry mentalmente.
Después de llenar el monedero con galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce de su cámara acorazada en Gringotts, necesitó mucho dominio para no gastárselo todo enseguida (No creo que hayas podido. El dinero de los Potter es mucho, pensaba James). Tenía que recordarse que aún le quedaban cinco años en Hogwarts, e imaginarse pidiéndoles dinero a los Dursley para libros de hechizos. Para no caer en la tentación de comprarse un juego de gobstones de oro macizo (un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto) (Vaya, ese juego sí parece divertido. No preocupes pequeño Cornamenta, yo te lo compare, dijo Sirius de mejor ánimo, pero en sus ojos se notaba una sombra de rabia, y solo por eso Lily no lo regaño). También le tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de astronomía. Pero lo que más a prueba puso su decisión apareció en su tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch) a la semana de llegar al Caldero Chorreante.
—Si es una escoba nueva, eso si tienes que comprártela —dijo James infantilmente.
Lily lo empezó a regañar, y James solo asentía con una sonrisita inocente, pero cuando su mirada se encontró con la de su hijo, le guiñó un ojo, como diciéndole que no se preocupara.
Harry no pudo hacer más que sonreír al ver a sus padres. Guardando ese momento en su mente, por si acaso no pudieran cambiar el futuro.
—Si era una escoba, pero no hizo falta comprármela —dijo Harry.
—¿Por qué? —preguntó Remus.
—Porque alguien me la regalo antes —respondió.
—¿Quién? Preguntaron los gemelos Prewett con curiosidad.
—Ya se enteraran —le respondió Ron a sus tíos.
Deseoso de enterarse de qué era lo que observaba la multitud en la tienda, Harry se abrió paso para entrar; apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que vio, en un expositor; la escoba más impresionante que había visto en su vida.
Para ese entonces James y Sirius tenían una cara de bobos, solo al imaginarse la nueva escoba, y eso que ni siquiera sabía todos sus beneficios.
—Acaba de salir… prototipo… —le decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.
—Es la escoba más rápida del mundo, ¿a que sí, papá? —gritó un muchacho más pequeño que Harry, que iba colgado del brazo de su padre.
El propietario de la tienda decía a la gente:
—¡La selección de Irlanda acaba de hacer un pedido de siete de estas maravillas! ¡Es la escoba favorita de los Mundiales!
—¿Una selección compro siete modelos de esa nueva escoba? —dijo James con emoción.
—Eso confirma que son más que geniales, Cornamenta —dijo Sirius—, ¿no lo crees tú también así, Lunático? —le preguntó al otro merodeador.
Remus solo sonrió y asintió al ver a su amigo un poco más animado, puesto que él no era mucho de escobas.
Al apartar a una bruja de gran tamaño, Harry pudo leer el letrero que había al lado de la escoba:

SAETA DE FUEGO

—Hasta su nombre suena genial —dijeron los gemelos Prewett. Todos los amantes del quidditch y de las escobas asintieron.

Este ultimísimo modelo de escoba de carreras dispone de un palo de fresno ultra fino y aerodinámico, tratado con una cera durísima, y está numerado a mano con su propia matrícula. Cada una de las ramitas de abedul de la cola ha sido especialmente seleccionada y afilada hasta conseguir la perfección aerodinámica. Todo ello otorga a la Saeta de Fuego un equilibrio insuperable y una precisión milimétrica. La Saeta de Fuego tiene una aceleración de 0 a 240 km/hora en diez segundos, e incorpora un sistema indestructible de frenado por encantamiento. Preguntar precio en el interior.

Todos los amantes del quidditch se quedaron embobados por la descripción de dichas escoba.
—Lily, querida —dijo de pronto James y la pelirroja lo observó—, ya que vamos a cambiar el futuro recuérdame que tengo que comprar esa escoba.
—Claro, James —aseguró Lily—, pero relájate, ¿quieres? No te emociones mucho, recuerda que esa escoba saldrá al mercado de dieciséis años.

Preguntar el precio… Harry no quería ni imaginar cuánto costaría la Saeta de Fuego. Nunca le había apetecido nada tanto como aquello… Pero nunca había perdido un partido de quidditch en su Nimbus 2.000 (Una buena escoba no significa ser el mejor jugador, comentó Hermione, y acercándose más a Harry le susurró, recuerda lo que paso en segundo año con Malfoy. Harry sonrió, y Lupin se sintió un poco incómodo por la cercanía de ellos dos, pero luego se recordó que solo eran amigos. Por otra parte Draco miraba la escena y dijo con tono arrogante: “Porque sospecho que estás hablando de mí, Granger”. A lo que Hermione le contestó: “No eres el ombligo del mundo, Malfoy”), ¿y de qué le servía dejar vacía su cámara de seguridad de Gringotts para comprarse la Saeta de Fuego teniendo ya una escoba muy buena? (Eso es cierto, ya tenías una escoba muy buena, comentó Ted) Harry no preguntó el precio, pero regresó a la tienda casi todos los días sólo para contemplar la Saeta de Fuego (Lily suspiró ante ese acontecimiento. Tenía que ser como su padre en ese aspecto, pensaba la pelirroja). Sin embargo, había cosas que Harry tenía que comprar. Fue a la botica para aprovisionarse de ingredientes para pociones, y como la túnica del colegio le quedaba ya demasiado corta tanto por las piernas como por los brazos, visitó la tienda de Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malkin y compró otra nueva. Y lo más importante de todo: tenía que comprar los libros de texto para sus dos nuevas asignaturas: Cuidado de Criaturas Mágicas y Adivinación.
Hermione hizo un gesto de molestia ante la asignatura de Adivinación, porque definitivamente no era su asignatura favorita.
Harry se sorprendió al mirar el escaparate de la librería. En lugar de la acostumbrada exhibición de libros de hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar había una gran jaula de hierro que contenía cien ejemplares de El monstruoso libro de los monstruos (¿Y por qué están vendiendo esos libros?, preguntó Alice. Harry miró Hagrid y sonrió con complicidad). Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí, mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre.
—¡Oh, Merlín! —exclamó Andrómeda.
Mientras McGonagall fruncía el ceño, Dumbledore sonreía, pues sospechaba que eso tenía que ver con Hagrid.
Harry sacó del bolsillo la lista de libros y la consultó por primera vez. El monstruoso libro de los monstruos aparecía mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas (Bueno, por lo menos ahora ya sabemos porque Hagrid le regalo ese libro a Harry, dijo Lily). En ese momento Harry comprendió por qué Hagrid le había dicho que podía serle útil. Sintió alivio. Se había preguntado si Hagrid tendría problemas con algún nuevo y terrorífico animal de compañía.
—Oh —susurró Hagrid—. Pero yo no tengo terroríficos animales, todos son muy dóciles, solo hay que encontrarles la manera —explicó el semi-gigante.
—Sí, claro —susurró Ron.
Cuando Harry entró en Flourish y Blotts, el dependiente se acercó a él.
—¿Hogwarts? —preguntó de golpe—. ¿Vienes por los nuevos libros?
—Sí —respondió Harry—. Necesito…
—Quítate de en medio —dijo el dependiente con impaciencia, haciendo a Harry a un lado. Se puso un par de guantes muy gruesos, cogió un bastón grande, con nudos, y se dirigió a la jaula de los libros monstruosos.
—Pobre hombre —dijo Molly—, seguro la ha de haber pasado muy mal vendiendo esos libros.
—Sí, tienes razón, querida —le dijo Arthur.
—Pues nosotros creemos todo lo contrario, mamá —dijeron los gemelos, sin ocultar su gran sonrisa.
Molly solo negó con la cabeza.
—Espere —dijo Harry con prontitud—, ése ya lo tengo.
—¿Sí? —El rostro del dependiente brilló de alivio—. ¡Cuánto me alegro! Ya me han mordido cinco veces en lo que va de día.
Fred y George rieron y sus tíos se le unieron.
—No deberías reír de la desgracia de otros, George Weasley —lo regañó Angelina.
George al instante dejo de ir, y se sonrojo.
—Otro dominado por una mujer —murmuró Fred al ver a su gemelo tan mansito.
Desgarró el aire un estruendoso rasguido. Dos libros monstruosos acababan de atrapar a un tercero y lo estaban desgarrando.
—¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó el dependiente, metiendo el bastón entre los barrotes para separarlos—. ¡No pienso volver a pedirlos, nunca más! ¡Ha sido una locura! Pensé que no podía haber nada peor que cuando trajeron los doscientos ejemplares del Libro invisible de la invisibilidad. Costaron una fortuna y nunca los encontramos… (¿Quién pudo ser tan estúpido para pedir esos libros?, preguntó Narcissa con desdén. A lo que Lucius respondió en un tono de voz que solo escuchaba su esposa: “Un sangre impura de seguro”) Bueno, ¿en qué puedo servirte?
—Necesito Disipar las nieblas del futuro, de Cassandra Vablatsky —dijo Harry, consultando la lista de libros.
—Ah, vas a comenzar Adivinación, ¿verdad? —dijo el dependiente quitándose los guantes y conduciendo a Harry a la parte trasera de la tienda, donde había una sección dedicada a la predicción del futuro (Hermione rodó los ojos, al igual que la profesora McGonagall. Ninguna de las dos creía que esa asignatura fuera muy importante. Y Ginny que había visto el gesto de su amiga de la profesora, no pudo evitar sonreír). Había una pequeña mesa rebosante de volúmenes con títulos como Predecir lo impredecible, Protégete de los fallos y accidentes, Cuando el destino es adverso.
—Aquí tienes —le dijo el dependiente, que había subido unos peldaños para bajar un grueso libro de pasta negra—: Disipar las nieblas del futuro, una guía excelente de métodos básicos de adivinación: quiromancia, bolas de cristal, entrañas de animales…
Hermione se puso pálida al escuchar entrañas de animales le dio nauseas, pero empezó a respirar profundo varias veces para controlarse. Lo mismo pasaba con Molly que estaba embarazada de los gemelos.
—¿Te encuentras bien, Hermione? —le preguntó Harry.
—Sí —respondió la castaña, respirando profundo una vez más.
Pero Harry no escuchaba. Su mirada había ido a posarse en otro libro que estaba entre los que había expuestos en una pequeña mesa: Augurios de muerte: qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor.
—Yo en tu lugar no leería eso —dijo suavemente el dependiente, al ver lo que Harry estaba mirando—. Comenzarás a ver augurios de muerte por todos lados. Ese libro consigue asustar al lector hasta matarlo de miedo.
—Ahora entiendo —dijo Ron—, Trelawney debía haber leído ese libro.
Harry y muchos de sus compañeros rieron.
—Pero Ron, tú le creías todo lo que decía al comienzo —le recordó Hermione.
Ron se sonrojó.
Astoria continúo leyendo al notar a todos callados.
Pero Harry siguió examinando la portada del libro. Mostraba un perro negro, grande como un oso, con ojos brillantes. Le resultaba extrañamente familiar…
James y Remus se quedaron pensativos ante eso. ¿Por qué le parecería familiar un animal de mal augurio?
—¡Oh, es grim! —dijo Seamus tratando de imitar a la profesora Trelawney.
Parvati lo miró mal, mientras que los demás reían.
El dependiente puso en las manos de Harry el ejemplar de Disipar las nieblas del futuro.
—¿Algo más? —preguntó.
—Sí —dijo Harry, algo aturdido, apartando los ojos de los del perro y consultando la lista de libros—: Necesito… Transformación, nivel intermedio y Libro reglamentario de hechizos, curso 3º.
Hermione suspiró, con una mezcla de nostalgia, cansancio y felicidad. Por una parte había llevado muchos más cursos que sus amigos, lo que la hacía tener más tareas que hacer y estudiar, y por otra parte había conocido al amor de su vida en ese curso.
Levantó la vista y observó Remus.
Diez minutos después, Harry salió de Flourish y Blotts con sus nuevos libros bajo el brazo, y volvió al Caldero Chorreante sin apenas darse cuenta de por dónde iba, y chocando con varias personas.
—Ver ese libro te afecto —comentó Ron—, si ya lo decía yo, los libros nunca son algo bueno.
Hermione lo taladro con la mirada y Lily lo miró con severidad, a lo que Ron se trató de encoger en su asiento.
Subió las escaleras que llevaban a su habitación, entró en ella y arrojó los libros sobre la cama. Alguien la había hecho. Las ventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales. Harry oía los autobuses que pasaban por la calle muggle que quedaba detrás de él, fuera de la vista; y el alboroto de la multitud invisible, abajo, en el callejón Diagon. Se vio reflejado en el espejo que había en el lavabo.
—No puede haber sido un presagio de muerte —le dijo a su reflejo con actitud desafiante—. Estaba muerto de terror cuando vi aquello en la calle Magnolia. Probablemente no fue más que un perro callejero.
—No deberías de obsesionarte tanto por lo que viste en el libro, te hará daño —dijo Lily.
Alzó la mano de forma automática, e intentó alisarse el pelo.
—Es una batalla perdida —le respondió el espejo con voz silbante.
—Completamente —dijeron los merodeadores.

***

Al pasar los días, Harry empezó a buscar con más ahínco a Ron y a Hermione. Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Harry se encontró a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor; en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego (¿Quién no lo haría?, dijo Oliver Wood); se tropezó también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda (Neville sonrió, el mismo reconocía que era muy despistado). Harry no se detuvo para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo (Debemos hablar con tu madre muy seriamente, le dijo Alice a Frank, el cual asintió sin rechistar). Harry deseó que ella nunca se enterara de que él se había hecho pasar por su nieto cuando intentaba escapar del Ministerio de Magia.
—No te habría pasado nada malo, Harry, es más seguramente se hubiera sentido orgullosa de que hubieras enfrentado al ministerio—dijo Neville.
Harry se sintió un poco incómodo ante la contestación de Neville.
Harry despertó el último día de vacaciones pensando en que vería a Ron y a Hermione al día siguiente, en el expreso de Hogwarts. Se levantó, se vistió, fue a contemplar por última vez la Saeta de Fuego, y se estaba preguntando dónde comería cuando alguien gritó su nombre. Se volvió.
—Creo que fueron ellos lo que te encontraron a ti —dijo Frank.
—¡Harry! ¡HARRY!
Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la heladería Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos le llamaban la atención con la mano.
—¿Estaban en una cita? —preguntó George fingiendo inocencia.
Hermione y Ron se sonrojaron.
James y Sirius reían del pelirrojo y la castaña, mientras que Remus los miraba fijamente tratando de encontrar algo que le confirmara si era cierto o no.
—Claro que no —dijeron Hermione y Ron, aun sonrojados.
—Y quisieras mantener la boca cerrada, George —le dijo Ron.
—Oh, el pequeño Ronnie está enojado, Feorge —dijo Fred.
—Sí ya lo veo, Gred —le contestó su gemelo compartiendo una sonrisa de complicidad.
—¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Harry de oreja a oreja cuando éste se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habías salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y…
—Compré la semana pasada todo el material escolar. ¿Y cómo os enterasteis de que me alojo en el Caldero Chorreante?
—Mi padre —contestó Ron escuetamente.
Arthur sonrió.
Seguro que el señor Weasley, que trabajaba en el Ministerio de Magia, había oído toda la historia de lo que le había ocurrido a tía Marge.
—Así fue, padre se enteró de todo y de otras cosas más —confirmó Percy.
—¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria.
—Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.
—No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con severidad (Si la tiene, dijeron los gemelos Prewett)—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.
—Oh, la prefecta perfecta hablo —dijeron los gemelos Weasley a la vez que hacían una reverencia ante ella.
Hermione primero frunció el ceño, pero luego termino riendo.
—Sí que las hormonas la tienen medio loca —susurró Ron a Harry.
—Shhh —dijo Harry—, no te vaya a escuchar, y entonces si se va a poner fea la cosa.
—A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo?
—No creo que le dijeran eso a Ron —dijo Lily, y el pelirrojo asintió.
—Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar; porque mi madre me habría matado (Los hermanos Weasley y los gemelos Prewett empezaron a reír, pero la risa paro cuando notaron la mirada de severidad de Molly). De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King’s Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí!
La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo.
—Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.
—Parece como si tus padres se hubieran querido deshacer de ti —dijo Sirius.
—¡Sirius! —lo regañó Remus.
—Solo era una broma, Lunático —dijo el animago encogiéndose de hombros.
—¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—. ¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?
—Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.
—Definitavemente, pobge hombge —dijo Fleur.
—¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla.
—¿Tres? —repitieron los merodeadores, y los gemelos Prewett.
Hermione rodó los ojos.
—Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas, Estudios Muggles…
—¿Estudios Muggles? —dijo Andrómeda.
—Pero si tus padres son muggles, y vives en el mundo muggle, para que quieres aprender algo que ya sabes —dijo Sirius, con un poco de sorpresa.
—Porque es interesante saber cómo los magos ven a los muggles —respondió Lily.
—Sí, por fin alguien que me entiende —dijo Hermione.
—¿Para qué quieres hacer Estudios Muggles? —preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles! ¡Ya lo sabes todo sobre los muggles!
—Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.
—¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione? —preguntó Harry mientras Ron se reía.
—Eso mismo me pregunto yo —dijo James.
—La castaña es peor que tú Lunático y la pelirroja juntos —dijo Sirius.
Hermione no les hizo caso:
—Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.
—¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida.
Los gemelos Prewett, los gemelos Weasley, James y Sirius rieron.
—No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—. Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a Hedwig y tú tienes a Errol
—No, no es mío. Errol es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers. (Ron bufó, y a Harry y a Hermione tensaron la mirada al escuchar la mención del traidor) —Se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien.
Scabbers estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.
—Pues ojala y hubiera muerto —murmuró Ron.
—No lo creo Ron, él solamente estaba asustado y no creo que muriera de susto —dijo Harry, pero todos notaron el rencor cuando dijo “él”. Y se preguntaban porque le tenían tanta ojeriza a esa pobre rata enferma.
—Ahí hay una tienda de animales mágicos —dijo Harry, que por entonces conocía ya bastante bien el callejón Diagon—. Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers. Y Hermione se puede comprar una lechuza.
Hermione sonrió, ella no compraría una lechuza sino a su pequeño minino. Crookshanks ronroneó cuando sintió la mano de la chica acariciarlo detrás de las orejas.
Así que pagaron los helados, cruzaron la calle para ir a la tienda de animales.
No había mucho espacio dentro. Hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron y Hermione esperaron, observando las jaulas.
—Detesto ese lugar —dijo Dapne.
Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!». Había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador; una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.
—Se me esta ocurriendo una cosa —dijo Sirius.
—¿Qué cosa? —preguntó James con interés.
—Deberías comprar una rata hembra y decirle a Peter que es una animaga para que luego él… —Sirius ya no pudo seguir hablando porque fue interrumpido por Remus.
—No deberíamos haber eso, Sirius.
—Por supuesto que no, no jugaran así con los sentimientos del pobre Peter —defendió Lily.
—Yo nada más decía —dijo Sirius levantando las manos en señal de derrota.
No deberías tener tantas consideraciones con ese, mamá, pensaba Harry.
El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.
—Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.
—Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.
Ron sacó a Scabbers y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía, Scabbers era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy) y estaba un poco estropeada (Ron se sonrojó levemente). Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado.
—Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿cuántos años tiene?
—No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano.
—¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a Scabbers de cerca.
—Bueenoooo… —dijo Ron.
—De poderes no estoy muy seguro, pero para traicionar es un experto —dijo Ron.
Todos los del pasado miraron al pelirrojo.
—¿Por qué dices eso, Ron? —preguntó James.
—Eh… porque… a… —Ron empezó a balbucear. Recién se había dado cuenta de que había hablado más de la cuenta.
—Ya se enteraran luego —respondió Luna.
James asintió, pero todo eso de Scabbers le daba mala espina. Y no solo a él, también a los otros dos merodeadores y a Lily.
La verdad era que Scabbers nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó la lengua en señal de reprobación.
—Ya le faltaba un dedo desde el tiempo en que yo lo tenía —aclaró Percy.
—¿Así la compraste? —preguntó Alice.
—En realidad así la encontré, apareció por los alrededores de la Madriguera —dijo Percy.
—Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.
—Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron.
—No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas…
Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró:
—Presumidas.
—Que infantil, hermanito —dijeron los gemelos Weasley.
—Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador.
—Vale —dijo Ron—. ¿Cuánto…? ¡Ay!
—¿Qué sucedió? —preguntó Molly.
—Nada malo —respondió Ron, sonriendo en dirección donde estaba Crookshanks—, ojala y hubiera permitido que Crookshanks le diera caza —susurró eso último.
Ron se agachó cuando algo grande de color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó contra Scabbers, bufando sin parar.
—¡No, Crookshanks, no! —gritó la bruja, pero Scabbers salió disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el suelo y huyó hacia la puerta.
—¿Crookshanks? ¿Tu gato? —preguntó Andrómeda.
Hermione asintió, con una pequeña sonrisa en sus labios.
¡Scabbers! —gritó Ron, saliendo de la tienda a toda velocidad, detrás de la rata; Harry lo siguió.
Tardaron casi diez minutos en encontrar a Scabbers, que se había refugiado bajo una papelera, en la puerta de la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch. Ron volvió a guardarse la rata, que estaba temblando. Se estiró y se rascó la cabeza.
—¿Qué ha sido?
—O un gato muy grande o un tigre muy pequeño —respondió Harry.
—Que exagerados, no era más que un dulce y tierno gatito —dijo Hermione.
—¿Dónde está Hermione?
—Supongo que comprando la lechuza.
Volvieron por la calle abarrotada de gente hasta la tienda de animales mágicos. Llegaron cuando salía Hermione, pero no llevaba ninguna lechuza: llevaba firmemente sujeto el enorme gato de color canela.
—¿Has comprado ese monstruo? —preguntó Ron pasmado.
Hermione rodó los ojos, a veces Ron era tan exagerado.
—Es precioso, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría.
«Sobre gustos no hay nada escrito», pensó Harry (Eso fue grosero, dijo Hermione. A lo que Harry respondió con un: “Lo siento”). El pelaje canela del gato era espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un tabique. Sin embargo, en aquel momento en que Scabbers no estaba a la vista, el gato ronroneaba suavemente, feliz en los brazos de Hermione.
—¿Ya ven? Es tierno —defendió Hermione.
—Sí, puede que si lo sea, pero es feo —dijo Ron.
Hermione lo miró enojada, y el pelirrojo se encogió nuevamente en su asiento.
—¡Hermione, ese ser casi me deja sin pelo!
—No lo hizo a propósito, ¿verdad, Crookshanks? —dijo Hermione.
—¿Y qué pasa con Scabbers? —preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—. ¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca?
—Para mí fue una gran idea que compraras a Crookshanks —comentó Luna, con aire soñador.
—¿Qué tiene que ver eso, con que la rata descanse? —preguntó en un susurró James.
—No lo sé, creo que esa chica está un poco loca —dijo Sirius.
—Sirius, por favor, no hables así, Luna parece muy buena chica —defendió Remus.
—Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte. Crookshanks dormirá en mi dormitorio y Scabbers en el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre Crookshanks… La bruja me dijo que llevaba una eternidad en la tienda. Nadie lo quería.
—¿Por qué? Si solo es un gatito —dijo Alice.
—Tal vez lo vieron muy feíto —dijo Sirius.
—Eres un tonto, Sirius —lo regañó Hermione—, y el pobre de Crookshanks que te aprecia tanto.
—Me traiciono con Lunático —se defendió el animago.
Remus rodó los ojos.
—Que inmaduro —dijo Hermione dando por finalizada la conversación.
—Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante. Encontraron al señor Weasley sentado en el bar leyendo El Profeta.
—¡Harry! —dijo levantando la vista y sonriendo—, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —dijo Harry en el momento en que él, Ron y Hermione llegaban con todas sus compras.
El señor Weasley dejó el periódico, y Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.
—¡Rayos! —murmuró Sirius, volviendo a tensar su mirada.
—¿Todavía no lo han cogido? —preguntó.
—Lo siento —se disculpó Harry, pero en ese momento él no tenía ni idea de que Sirius era inocente.
—Descuida —dijo Sirius.
—No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.
—¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero…
—¡Ronald! La avaricia no es bueno —lo regaño Molly.
—Lo siento —se disculpó el pelirrojo, mirando avergonzado a Sirius.
—No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo cogerán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.
—Muchas gracias, por tus buenas intenciones —ironizó Sirius.
Arthur se sintió avergonzado por su yo del futuro.
—Pero no te preocupes —dijo Hermione—, los guardias de Azkaban nunca pudieron cumplir su propósito.
Eso relajo un poco a Sirius.
En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny, la menor de los Weasley.
“La menor de Weasley”, sí, definitivamente Ginny sentía feo que los primeros años en que conoció a Harry, él la veía de ese modo, como la hermanita menor de su mejor amigo.
Ginny, que siempre se había sentido un poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal. Tal vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo.
Los gemelos Weasley se empezaron a reír.
—¿Qué les causa tan risa? —cuestionó Luna, no entendiendo la risa de los gemelos.
—Que nuestra hermanita en esos tiempos era tan tierna y dulce… —dijo George.
—Pero luego se convirtió en esto —dijo Fred señalándola.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó una enojada Ginny.
—Pues eso que no aguantas ni una broma —respondieron los dos a la vez.
Ginny los miró con furia, pero no les contesto nada. Harry decidió no meterse en esa pequeña discusión porque sabía que la pelirroja cuando se enojaba era explosiva.
Percy, sin embargo, le tendió la mano de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo:
—Es un placer verte, Harry.
—Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa.
—Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano.
Era como ser presentado al alcalde.
—Muy bien, gracias…
Percy se sonrojó al ver que sus hermanos, tíos y los demás se reían de él.
—Que pomposo, Percy —dijeron los gemelos Weasley.
—¡Ay, sobrino! ¿En verdad nunca dejaras de comportarte de esa manera? —preguntaron los Prewett.
—Cállense ustedes cuatro —los regañó Molly.
Y los cuatro obedecieron, puesto que no querían hacer enojar a Molly Weasley.
—¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es estupendo verte, chico…
—Maravilloso —dijo George, haciendo a un lado a Fred y cogiéndole la mano a Harry—. Sencillamente increíble.
Las risas se hicieron presente por las ocurrencias de los gemelos.
—Definitivamente ustedes son increíbles —dijeron los merodeadores.
—Sí, y al parecer los únicos que heredaron nuestro sentido de humor —dijeron con orgullo los gemelos Prewett.
—Menos mal —murmuró Molly.
Percy frunció el entrecejo.
—Ya vale —dijo la señora Weasley.
—¡Mamá! —dijo Fred, como si acabara de verla, y también le estrechó la mano—. Esto es fabuloso…
Nuevas risas se escucharon por toda la sala, mientras los gemelos Weasley se paraban y hacían exageradas reverencias.
Mientras por otro lado Lucius miraba toda la escena con asco.
—Malditos traidores a la sangre —decía entre dientes el rubio.
—He dicho que ya vale —dijo la señora Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, Harry, cariño. Supongo que has oído ya todas nuestras emocionantes noticias. —Señaló la insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El segundo Premio Anual de la familia —dijo rebosante de orgullo.
Percy y Bill —él había sido el primer premio anual de la familia— sonrieron orgullosos.
—Y último —dijo Fred en un susurro.
—De eso no me cabe ninguna duda —dijo la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no os han hecho prefectos.
—¿Para qué queremos ser prefectos? —dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle (Lo hace, afirmó George, pero no agregó nada más al sentir las miradas serias de Ron, Hermione, Lily y la de Remus en un cierto modo)—. Le quitaría a la vida su lado divertido.
—No estoy de acuerdo en eso —alegó James—, Remus es prefecto y sigue siendo divertido.
Remus sonrió quedamente.
—Sí, él es la excepción de la norma —agregó Sirius.
Ginny se rió.
—¿Quieres hacer el favor de darle a tu hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley.
—Ginny tiene otros hermanos para que le den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena…
Se fue y George dio un suspiro.
—Intentamos encerrarlo en una pirámide —le dijo a Harry—, pero mi madre nos descubrió.
Percy fulminó con la mirada a los gemelos, ya que él ni siquiera sospechaba de las intenciones de sus hermanos.

Aquella noche la cena resulto muy agradable. Tom, el tabernero, junto tres mesas del comedor; y los siete Weasley, Harry y Hermione tomaron los cinco deliciosos platos de la cena.
—¿Cómo iremos a King’s Cross mañana, papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de chocolate.
—El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.
—¿Y desde cuando el ministerio es tan amable? —preguntó Andrómeda.
—Para mí que están ocultando algo, por eso se comportan de esa manera —dijo Ted.
Todos lo miraron.
—¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.
—Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas…
—Por «Presumido del Año» —dijo Fred.
Todos reían nuevamente.
—¡Oh, por Merlín! Si no supiera que yo siempre seré un alma libre, y si no fueran ustedes dos pelirrojos, creería que son mis hijos del futuro.
—Tal vez si dejaras de ser un mujeriego, Marlene te haga caso y puedas tener hijos con ella —le susurró James a Sirius, haciendo que este al instante dejara de reír.
Todos, salvo Percy y la señora Weasley, soltaron una carcajada.
—¿Por qué nos proporciona coches el Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias.
—Bueno, como ya no tenemos coche, me hacen ese favor; dado que soy funcionario.
Lo dijo sin darle importancia, pero Harry notó que las orejas se le habían puesto coloradas, como las de Ron cuando se azoraba.
—Ay, papá mientes fatal, ¿sabes? —dijeron los gemelos.
—Menos mal —dijo la señora Weasley con voz firme—. ¿Os dais cuenta de la cantidad de equipaje que lleváis entre unos y otros? Qué buena estampa haríais en el metro muggle… Lo tenéis ya todo listo, ¿verdad?
—Ron no ha metido aún las cosas nuevas en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de mi cama.
—Chismoso —dijo Ron por lo bajo.
—Lo mejor es que vayas a preparar el equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le reprendió la señora Weasley.
Ron miró a Percy con cara de pocos amigos.
Percy rodó los ojos ante eso.
A veces son tan infantiles, pensaba Percy.
Después de la cena todos se sentían algo pesados y adormilados. Uno por uno fueron subiendo las escaleras hacia las habitaciones, para ultimar el equipaje del día siguiente. La habitación de Ron y Percy era contigua a la de Harry. Acababa de cerrar su baúl con llave cuando oyó voces de enfado a través de la pared, y fue a ver qué ocurría.
La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y Percy gritaba.
—Estaba aquí, en la mesita. Me la quité para sacarle brillo.
—No la he tocado, ¿te enteras? —gritaba Ron a su vez.
—¿Qué ocurre? —preguntó Harry.
—Mi insignia de Premio Anual ha desaparecido —dijo Percy volviéndose a Harry.
James y Sirius se miraron parecían no creer lo que habían escuchado.
—Todo por una insignia —dijo Dean.
Percy frunció el ceño.
—Para mí, que no fue Ron quien tomo la insignia, más parece obra de los gemelos —dijo Luna.
—Gracias, Luna, por fin alguien cree en mí —dijo Ron.
—Todo porque es su novia —comentó George a su gemelo, quien asintió.
—Lo mismo ha ocurrido con el tónico para ratas de Scabbers —añadió Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya olvidado en el bar…
—¡Tú no te mueves de aquí hasta que aparezca mi insignia! —gritó Percy.
—Yo iré por lo de Scabbers, ya he terminado de preparar el equipaje —dijo Harry a Ron.
—Gracias amigo, me dejaste con el loco de la insignia, pero tú se feliz —ironizó Ron, mientras que Percy lo miraba con enojo.
Harry se hallaba en mitad de las escaleras, que estaban muy oscuras, cuando oyó dos voces airadas que procedían del comedor. Tardó un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron. Se quedó dudando, porque no quería que ellos se dieran cuenta de que los había oído discutiendo (Molly y Arthur se sorprendieron, porque ellos no solían discutir mucho), y el sonido de su propio nombre le hizo detenerse y luego acercarse a la puerta del comedor.
—¿Estaban discutiendo por ti? —preguntó Alice.
—Sí —admitió Harry—, pero no era por algo malo que hubiera hecho —aclaró.
—No tiene ningún sentido ocultárselo —decía acaloradamente el señor Weasley—. Harry tiene derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene trece años y…
—Si es un niño —dijo Lily.
—¡Arthur, la verdad le aterrorizaría! —dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber nada!
—No quiero asustarlo, ¡quiero prevenirlo! —contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por ahí. Se han internado en el bosque prohibido dos veces (No era por gusto, se defendieron Harry y Ron). ¡Pero Harry no debe hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra noche, cuando se escapó de casa…! Si el autobús noctámbulo no lo hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto.
—¿Qué? ¿Por qué lo encontrarían así? —preguntaron unos alarmados Lily y James.
—No se preocupen, no me habría pasado nada —trató de calmar Harry.
—Pero no está muerto, está bien, así que ¿de qué sirve…?
—Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible. Han pasado tres semanas y no le han visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a El Profeta: no estamos más cerca de pillarlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás…
—Un momento —dijo Sirius—, ¿quieren decir que temían que yo ataque a Harry?
—Sí —se atrevió a contestar Seamus.
—¿Por qué? ¿Por qué lo atacaría? No lo comprendo —volvió a decir el animago.
—Todo fue una injusticia —dijo Harry, dando por terminada esa conversación.
Astoria siguió leyendo.
—Pero Harry estará a salvo en Hogwarts.
—Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts.
—Bueno, yo creo que si puede entrar nadie como los merodeadores que conocíamos cada pasillo secreto de Hogwarts —aseguró James.
—Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya en pos de Harry…
Se oyó un golpe y Harry supuso que el señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa.
Los chicos Weasley se sorprendieron ante esa actitud de su padre, puesto que no era muy común en él salir de sus casillas.
—Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que… que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» (Sirius empalideció. “Pero no lo decía por mí”, alegó Harry, para tranquilizar a su padrino y también a sus padres. “¿Entonces por quién?”, preguntó Remus. Pero nadie respondió) Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien Tú Sabes volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien Tú Sabes. Y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso…
—¡ESO NO PUEDE SER CIERTO! —gritó Sirius, ya sin poder evitar más todo lo que decían de él en ese libro. Simplemente no podía creer su destino.
Snape lo miró, en realidad no sentía pena por Sirius, solo se lamentaba no haber podido vengarse de él antes de haber sido encerrado en Azkaban.
Por algo te han de haber encerrado, Black, pensaba Snape.
—Sirius, este libro será difícil para ti, pero ten por seguro que te volverán a encerrar en Azkaban, todos nosotros sabemos que eres inocente de todo de lo que se te acusaba —dijo Harry, señalando a todos los del futuro. Los cuales asintieron.
Sirius aún estaba pálido, pero ya no volvió a decir nada más, por lo menos lo había tranquilizado eso de que no volvería a Azkaban.
Se hizo el silencio. Harry pegó aún más el oído a la puerta.
—Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada le podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director (Creo que me engrandeces mucho, Molly, dijo Dumbledore con una mirada más brillante). Supongo que estará al corriente de todo esto.
—Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió.
—¿Qué? ¿Dementores en Hogwarts? —preguntó McGonagall, evidentemente incomoda.
—Sí que los hubo —dijo Terry.
Harry asintió ligeramente avergonzado por los que dementores causaban en él.
—¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si están ahí para atrapar a Black?
—Porque esos seres atacarían a cualquier persona sea o no su objetivo —explicó Dumbledore.
—Dumbledore no les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban —respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo se la tengo, si nos ponemos así… Pero cuando se trata con alguien como Black, hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.
—Si salvan a Harry…
Harry soltó una risita desganada.
Sí, claro, los dementores evitarían que Sirius fuera hacia él, pensaba sarcásticamente Harry.
—¿Qué te causa risa? —le preguntó Lily.
—Ya te enteradas —respondió simplemente el ojiverde.
—En ese caso, no volveré a decir nada contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor que subamos…
—Creo que te atraparan con las manos en la masa, Harry —dijo Ted.
—No lo creo —contestó Harry.
Harry oyó mover las sillas. Tan sigilosamente como pudo, se alejó para no ser visto por el pasadizo que conducía al bar.
La puerta del comedor se abrió y segundos después el rumor de pasos le indicó que los padres de Ron subían las escaleras.
La botella de tónico para las ratas estaba bajo la mesa a la que se habían sentado. Harry esperó hasta oír cerrarse la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvió a subir por las escaleras, con la botella.
Fred y George estaban agazapados en la sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia.
—Porque no me sorprende —dijo Bill, negando con la cabeza.
—Ya ven fueron ellos —acusó Ron—, y Luna fue la única que creyó en mí.
—La tenemos nosotros —le susurró Fred al oído—. La hemos mejorado.
En la insignia se leía ahora: Premio Asnal.
—¡Brillante! —felicitaron los gemelos Prewett aplaudiendo.
—Silencio —dijo Molly en modo de regaño.
Los Prewett dejaron de aplaudir, pero las sonrisas no se borraron de sus rostros.
Harry lanzó una risa forzada. Le llevó a Ron el tónico para ratas, se encerró en la habitación y se echó en la cama.
Así que Sirius Black iba tras él. Eso lo explicaba todo (Más bien solo una parte de la historia, aclaró Harry). Fudge había sido indulgente con él porque estaba muy contento de haberlo encontrado con vida. Le había hecho prometer a Harry que no saldría del callejón Diagon, donde había un montón de magos para vigilarle. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fueran todos a la estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran proteger a Harry hasta que hubiera subido al tren.
—Así que era por eso que Fudge se comportara tan amable —dijo Alice.
Harry estaba tumbado, escuchando los gritos amortiguados que provenían de la habitación de al lado, y se preguntó por qué no estaría más asustado. Sirius Black había matado a trece personas con un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que Harry se aterrorizaría al enterarse de la verdad. Pero Harry estaba completamente de acuerdo con la señora Weasley en que el lugar más seguro de la Tierra era aquel en que estuviera Albus Dumbledore (El director no podía dejar de asombrarse de la lealtad y respeto que tenía Harry sobre su persona, aun cuando siempre llevaría el peso de sus errores del pasado sobre sus hombros). ¿No decía siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha de Voldemort, tanto miedo como a éste?
—Sirius no le tiene miedo a Dumbledore —dijo James—, a la que si le tiene un poco de miedo es a Minnie.
—Cornamenta te dije que me guardaras el secreto —dijo Sirius con mejor humor al ver la cara de la profesora McGonagall al escuchar que la llamaban “Minnie”.
Y además estaban los guardias de Azkaban, de los que hablaba todo el mundo. La mayoría de las personas les tenían un miedo irracional, y si estaban apostados alrededor del colegio, las posibilidades de que Black pudiera entrar parecían muy escasas. No, en realidad, lo que más preocupaba a Harry era que ya no tenía ninguna posibilidad de que le permitieran visitar Hogsmeade (Te persigue un supuesto asesino, a ti te preocupa no poder ir a Hogsmeade, dijo Lily. Harry lo único que pudo hacer es encogerse de hombros). Nadie querría dejarle abandonar la seguridad del castillo hasta que hubieran atrapado a Black; de hecho, Harry sospechaba que vigilarían cada uno de sus movimientos hasta que hubiera pasado el peligro.
—En cierto modo si me tenían vigilado, y fue un poco molesto —confesó el ojiverde.
Arrugó el ceño mirando al oscuro techo. ¿Creían que no era capaz de cuidar de sí mismo? Había escapado tres veces de lord Voldemort. No era un completo inútil…
—Nadie cree eso, solo se preocupan por que estés seguro —dijo Molly.
—Además no debes confiarte, siempre debes estar en alerta permanente —aconsejó Moody.
Sin querer; le vino a la mente la silueta animal que había visto entre las sombras en la calle Magnolia. Qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor…
—No me van a matar —dijo Harry en voz alta.
—Así me gusta, amigo —contestó el espejo con voz soñolienta.
—Aquí acaba el capítulo —anunció Astoria.
—Muy bien, gracias, señorita Greengrass —dijo el director—. Creo que ya es hora de almorzar.
Y al instante las bandejas de comidas aparecieron sobre las mesas.

9 comentarios:

  1. Oh gracias por actualizar, estuvo muy bueno el capitulo, me río mucho con los gemelos, pobre sirius, ya quiero leer el otro capítulo en donde aparece remus, estoy ansiando leer cual va a ser la reacción de Hermione al conocer a remus, bueno gracias, me encanta la historia, eres genial escribiendo, nos leemos en otra oportunidad, espero que estés bien, saludos.

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  2. Estoy desesperada por leer como se entera remus de lo suyo con hermione amo tu novela :)

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  3. woow, con cada capitulo se pone mas emocionante y en el próximo sale Lupin, aaahh porfi actualiza pronto :D

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  4. Por favor actualiza pronto, ya quiero saber que pasará en el próximo capitulo

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  5. Por favor actualiza esta muy bueno

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  6. porfis actualiza, el otro capitulo sera muy bueno, ya quiero saber lo que diran cuando sepan que remus sera el profesor de defensas contra las artes oscuras

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  7. ojala no estes teniendo problemas o complicaciones y que te este yendo bien en tus estudios y porfavor no dejes la historia, besos cuidate y exito

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  8. Espero ke ya estés bien actualiza cuando puedas por favor

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  9. Es muy divertida la reacción de Sirius,pobrecito. Obviamente yo ya me he leído toda la saga, pero ahora es incluso más divertida. pero edtoy de acuerdo con Sirius en que merecía la verdad

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