—Así, entonces ahora es mi tueno de
leer —dijo Fred, tomado el libro que le daba su hermano.
Harry recordó lo terriblemente mal
que se sintió por perder tantos puntos para Gryffindor.
—“El
bosque prohibido” —leyó Fred.
—¿Qué hacían en el bosque prohibido?
—preguntaron Lily y Molly al unisonó.
—Pues que más iban hacer, pelirroja,
es obvio que estaban merodeando —contestó Sirius.
—Tú cállate, Black —dijo Lily.
—¿Qué hacían en el bosque prohibido?
—volvieron a preguntar Lily y Molly al unisonó.
—Ron no fue —dijo Harry al ver la
mirada que Molly le dirigía a Ron. El pelirrojo lo miró con agradecimiento.
—¿Por qué? —preguntó Molly.
—Es que a él no lo castigaron como a
nosotros —contestó Neville.
Molly asintió.
—¿Nosotros? ¿Eso quiere decir que a
ti también te castigaron, Neville? —preguntó Alice, y el aludido se sonrojo.
—Sí —afirmó Neville—. Pero ya sabrás
porque me castigaron —agregó al ver que su madre iba a preguntar.
Harry al sentir la mirada de su madre
sobre él, apuró a Fred para que empiece a leer.
—Fred, empieza a leer por favor
—pidió y este hizo lo que el chico le dijo.
Las cosas no podían haber salido peor.
Filch los llevó al despacho de la profesora
McGonagall, en el primer piso, donde se sentaron a esperar; sin decir una
palabra. Hermione temblaba. Excusas, disculpas y locas historias cruzaban la
mente de Harry, cada una más débil que la otra (Pues
si nosotros hubiéramos estados con ustedes, tendrían una excusa perfecta,
dijeron los merodeadores, ganándose una mirada reprobatoria de la profesora
McGonagall, Lily y Alice). No podía imaginar cómo se iban a librar del
problema aquella vez. Estaban atrapados. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos
para olvidar la capa? No había razón en el mundo para que la profesora
McGonagall aceptara que habían estado vagando durante la noche, para no
mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las
clases. Si añadía a todo eso Norberto y la capa invisible, ya podían
empezar a hacer las maletas.
—Es demasiado pesimista, señor Potter
—se escuchó la pasiva voz de Dumbledore.
—Pues no podía ser de otra forma,
puesto que eso lo heredo de Cornamenta —dijo Sirius.
—¡Oye! —se quejó James.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor?
Estaba equivocado. Cuando la profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—.
Estaba tratando de encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a
atraparte, dijo que tenías un drag…
—Casi hablo de más —dijo Neville.
Los merodeares y los gemelos Prewett
asintieron.
Harry negó violentamente con la cabeza, para que
Neville no hablara más, pero la profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si
echara fuego igual que Norberto y se irguió, amenazadora, sobre los
tres.
—Escuchaste Cornamenta, Lunático,
dijo que McGonagall echaba fuego como Norberto
—se burló Sirius, la profesora de Transformaciones lo miró seria—, lo siento
—se disculpó.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El
señor Filch dice que estabais en la torre de Astronomía. Es la una de la
mañana. Quiero una explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo
contestar a una pregunta de un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan
rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la
profesora McGonagall—. No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te
inventaste una historia sobre un dragón para que Draco Malfoy saliera de la
cama y se metiera en líos. Te he atrapado. Supongo que te habrá parecido
divertido que Longbottom oyera la historia y también la creyera, ¿no?
—Esa sí que hubiera sido una buena
excusa —dijo James y Sirius asintió.
—Lo malo es que Neville y ellos
mismos cayeron también —dijo Remus.
Harry captó la mirada de Neville y trató de
decirle, sin palabras, que aquello no era verdad, porque Neville parecía
asombrado y herido (En realidad, fue mi culpa por
haberme metido en donde no me llaman, reconoció Neville). Pobre
metepatas Neville, Harry sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la
oscuridad, para prevenirlos.
—Lamento haberte llamado metepatas
—se disculpó Harry.
—No lo hiciste —dijo Neville.
—Pero lo pensé.
—No importa —contestó Neville,
quitándole importancia.
—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—.
Cuatro alumnos fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tú,
Hermione Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter… Creía
que Gryffindor significaba más para ti. Los tres sufriréis castigos… Sí, tú
también, Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la
noche, en especial en estos días: es muy peligroso y se os descontarán
cincuenta puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta? —resopló Harry. Iban a perder el
primer puesto, lo que había ganado en el último partido de quidditch.
—¡¿Qué?! —exclamaron los
merodeadores.
—¿Por qué les quito tantos puntos,
profesora? —preguntó Lupin.
—Supongo porque se lo merecían, señor
Lupin —contestó McGonagall.
—Y eso que no han escuchado todo
—susurró Harry.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora
McGonagall, resoplando a través de su nariz puntiaguda.
—Ciento cincuenta puntos perdidos,
así de porrazo —susurró Lily.
—¡Ciento cincuenta puntos! ¡Ciento
cincuenta puntos! —repetía James y Snape sonrió al ver a los leones con cara de
conmoción.
—Usted, no puede hacernos esto,
Minnie —reclamó Sirius.
—Señor Black, primero, aun no lo he
hecho, y segundo, no me llamé Minnie —recalcó.
—Profesora… por favor…
—Usted, usted no…
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry
Potter. Ahora, volved a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de
alumnos de Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a
Gryffindor en el último lugar. En una noche, habían acabado con cualquier
posibilidad de que Gryffindor ganara la copa de la casa (No los recuerden, dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett).
Harry sentía como si le retorcieran el estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo?
—Si eres igual a James, tal vez
harías algo temerario y estúpido —dijo Lily con el ceño fruncido.
—Yo no hago casas temerarias y
estúpidas, Lily —dijo James.
—¿A no? ¿Quieres que te lo recuerde?
—preguntó Lily y James negó con la cabeza.
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto
de Neville, que duró horas. No se le ocurría nada que decir para consolarlo.
Sabía que Neville, como él mismo, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería
cuando el resto de los de Gryffindor descubrieran lo que ellos habían hecho?
—Yo también tendría pavor —dijo
Sirius.
Al principio, los Gryffindors
que pasaban por el gigantesco reloj de arena, que informaba de la puntuación de
la casa, pensaron que había un error. ¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento
cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la historia.
Harry Potter; el famoso Harry Potter, el héroe de dos partidos de quidditch, les
había hecho perder todos esos puntos, él y
otros dos estúpidos de primer año.
—Fue un día horrible —dijo Neville.
—Y yo nunca había visto a Granger tan
callada en clases —comentó Draco.
Harry y Ron asintieron.
De ser una de las personas más populares y
admiradas del colegio, Harry súbitamente
era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo
la copa. Por dondequiera que Harry pasara, lo
señalaban con el dedo y no se molestaban en
bajar la voz para insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo aplaudían y lo vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Potter; te debemos
una!».
—Ni aun así ganamos la copa —susurró
Pansy.
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han
perdido puntos muchas veces desde que están aquí y la gente los
sigue apreciando.
—Se trata de los puntos que perdieron
Harry, Hermione y Neville, no de nosotros Ron —reclamaron los gemelos Weasley,
al ver la cara de su madre.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de
una vez, ¿verdad? —dijo Harry tristemente.
—Bueno… no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero
Harry se juró que, de ahí en adelante, no
se metería en cosas que no eran asunto suyo (Pero
no lo cumplió, dijo Ginny). Todo había sido por andar averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzado que fue a
ver a Wood y le ofreció su renuncia.
—¿Renunciar? —dijeron los
merodeadores.
—Renunciar no servirá de nada, será
peor porque sin un buscador el equipo no puede jugar, y así como recuperadas
puntos —dijo James.
—James tiene razón —dijo Remus.
—¿Renunciar? —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con
eso? ¿Cómo vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Los merodeadores asintieron.
Pero hasta el quidditch había perdido su
atractivo. El resto del equipo no le hablaba
durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban «el buscador».
Hermione y Neville también sufrían. No pasaban
tantos malos ratos como Harry porque
no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había dejado de llamar la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja, trabajando en silencio.
—Pero de esa forma tampoco van a
ganar puntos —dijo Remus.
—Sí, aunque Harry, Ron y Hermione
tienen una forma muy peculiar de ganar puntos —dijo Neville.
Las miradas se centraron en Harry y
Ron.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran
los exámenes. Las lecciones que tenía que repasar alejaban sus
desgracias de su mente. Él, Ron y Hermione se
quedaban juntos, trabajando hasta altas horas de la noche, tratando de recordar los ingredientes de complicadas pociones,
aprendiendo de memoria hechizos y encantamientos y repitiendo las
fechas de descubrimientos mágicos y
rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los
exámenes, las nuevas resoluciones de Harry de no interferir en
nada que no le concerniera sufrieron una
prueba inesperada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó que alguien gemía en un aula que estaba delante de él. Mientras se
acercaba, oyó la voz de Quirrell.
—Y ahí se rompió el juramento que
hiciste —dijo Ginny y Harry le sonrió.
—Todavía no
—dijo Harry.
—No… no… otra vez no, por favor…
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se
acercó.
—Muy bien… muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió
apresuradamente del aula, enderezándose
el turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar. Desapareció de su vista y Harry pensó que ni siquiera lo había visto.
Esperó hasta que dejaron de oírse los pasos de Quirrell y
entonces inspeccionó el aula. Parecía
vacía, pero la puerta del otro extremo estaba entreabierta. Harry estaba a mitad de camino, cuando recordó que se había prometido no
meterse en lo que no le correspondía.
—Por lo menos lo recordaste —dijo
Andrómeda.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras
Filosofales a que Snape acababa de
salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería estar de mejor humor… Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
—Pues no demostró su buen humor por
esos días —dijeron los gemelos Weasley (Fred parando de leer).
—Porque igual regañaba y le quitaba
puntos a Gryffindor —agregó George.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione
estaba repasándole Astronomía a
Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo! —dijo Ron—. Si Quirrell
le dijo cómo romper su encantamiento
anti-Fuerzas Oscuras…
—Pero todavía queda Fluffy —dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin
preguntarle a Hagrid —dijo Ron, mirando a los miles de libros que los
rodeaban—. Seguro que por aquí hay un
libro que dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas. ¿Qué vamos a
hacer, Harry?
—No hay un libro que diga como burlar
a Fluffy —dijeron James y Sirius al
unisonó.
—¿Y ustedes como saben eso? —preguntó
Lily.
—Porque vamos a la biblioteca,
pelirroja —contestó.
—¿Ustedes van a la biblioteca?
—preguntó Alice sorprendida.
—Claro —contestó James—, que seamos
bromistas no significa que nunca hemos ido a la biblioteca.
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos
de Ron, pero Hermione respondió antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer
hace tiempo. Si se nos ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a
perder.
—Por fin alguien sensata —dijeron
Lily, Molly y Alice.
—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Harry—.
Quirrell está demasiado atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que
decir que no sabía cómo entró el trol en Halloween y que él no estaba cerca del
tercer piso en ese momento. ¿A quién pensáis que van a creer, a él o a
nosotros? No es exactamente un secreto que lo detestamos. Dumbledore creerá que
nos lo hemos inventado para hacer que lo echen. Filch no nos ayudaría aunque su
vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Snape y, mientras más alumnos
pueda echar, mejor para él. Y no olvidéis que se supone que no sabemos nada
sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas explicaciones.
—Sí, les hubiera creído —dijo
Dumbledore.
—Pero en ese momento, nosotros
pensamos que no —contestó Harry.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco…
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos
investigado demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a
aprender los nombres de sus lunas.
—En eso te pareces a la pelirroja de
tu madre —dijo Sirius, Lily lo miró, pero en vez de regañarlo, hizo todo lo
contrario, le sonrió.
Sirius suspiró.
A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry,
Hermione y Neville, en la mesa del desayuno. Eran todas iguales.
—Eso me suena a castigo —comentó
Remus.
—Vuestro castigo tendrá lugar a las…
—empezó Fred interrumpiéndose.
—El señor Filch os espera en el
vestíbulo de entrada —continuaron James y Sirius.
—Prof. M.
McGonagall —terminó George.
Vuestro
castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor
Filch os espera en el vestíbulo de entrada.
Prof. M.
McGonagall
—Deberían sentir
vergüenza al saber lo que escribirá la profesora —regañó Molly a sus hijos.
En medio del furor que sentía por los puntos
perdidos, Harry había olvidado que todavía les quedaban los castigos. De
alguna manera esperaba que Hermione se quejara por tener que perder una
noche de estudio, pero la muchacha no dijo una palabra. Como Harry, sentía
que se merecían lo que les tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron
en la sala común y bajaron al vestíbulo de entrada con Neville. Filch
ya estaba allí y también Malfoy. Harry también había olvidado que a Malfoy
lo habían condenado a un castigo.
—Al menos Malfoy
también los acompañará en el castigo —dijeron los gemelos Prewett, ellos
consideraban demasiado el castigo, puesto que ya les habían quitado ciento
cincuenta puntos.
—Seguidme —dijo Filch, encendiendo un farol y
conduciéndolos hacia fuera—. Seguro que os lo pensaréis dos veces antes
de faltar a otra regla de la escuela, ¿verdad? —dijo, mirándolos con aire
burlón—. Oh, sí… trabajo duro y dolor son los mejores maestros, si queréis mi
opinión… es una lástima que hayan abandonado los viejos castigos… colgaros de
las muñecas, del techo, unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi
oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan… Bien,
allá vamos, y no penséis en escapar, porque será peor para vosotros si lo
hacéis.
—¿Colgarlos de
las muñecas? —preguntaron alarmadas Lily, Molly y Alice.
Narcisa no abrió
la boca para objetar nada, pero se sentía indignada con las palabras de Filch.
—No te
preocupes, Lily, ese es típico discurso de Filch —colmó James.
—Piensa que con
eso nos asusta —dijo Sirius.
—Creo que
debería de hablar seriamente con Filch, acerca de su trato con los alumnos —reflexionó
Dumbledore.
Fred al darse
cuenta que todos se quedaron en silencio, decidió continuar con la lectura.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville
comenzó a respirar con dificultad. Harry se preguntó cuál sería el castigo
que les esperaba. Debía de ser algo verdaderamente horrible, o Filch no
estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban,
dejándolos en la oscuridad. Delante, Harry pudo ver las ventanas iluminadas de
la cabaña de Hagrid. Entonces oyeron un grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una
vez.
—¿Hagrid se
encargará de su castigo? —preguntó Lily.
—Eso quiere
decir, que no será tan malo el castigo —dijeron los merodeadores.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con
Hagrid, no podía ser tan malo. Su alivio debió aparecer en su cara, porque
Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese
papanatas, ¿no? Bueno, piénsalo mejor, muchacho… es al bosque adonde iréis
y mucho me habré equivocado si volvéis todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y
Malfoy se detuvo de golpe.
—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente
como de costumbre—. Hay toda clase de cosas allí… dicen que hay hombres lobo.
—Al menos no ese
año —susurró Ron.
Harry se dio
cuenta que Remus se puso pálido al escuchar la mención de los hombre lobos,
pero no era el único, su padre y su padrino también se dieron cuenta del cambio
que sufrió Remus.
—Hay cosas
peores que un hombre lobo —dijo Harry quitándole importancia a la licantropía
de Remus.
—Por supuesto —afirmaron
James y Sirius.
—Ahí tenemos a
Voldemort —dijo James.
Remus miró con
agradecimiento a sus amigos, y estos le sonrieron como respuesta.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry
y dejó escapar un ruido ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no? —dijo Filch, con voz
radiante—. Tendríais que haber pensado en los hombres lobo
antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado
a los talones. Llevaba una gran ballesta y un carcaj con flechas en la
espalda.
—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora.
¿Todo bien, Harry, Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo
con frialdad Filch—. Después de todo, están aquí por un castigo.
—Un castigo que
me hizo ver cosas que nunca creí ver —susurró Harry, al recordar a Quirrell
bebiendo sangre de unicornio.
—Por eso llegáis tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando
con rostro ceñudo a Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo
que tienes que hacer. A partir de ahora, me hago cargo yo.
—Así se habla —dijeron
los merodeadores.
—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo
que quede de ellos —añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia
el castillo, agitando el farol en la oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto
de notar miedo en su voz.
—Que cobarde,
Malfoy —le dijo Ron al rubio, con un ligero toque de burla.
—Pero por lo
menos no le temo a las arañas, Weasley —contraatacó Draco.
—Ya quisiera
haberte visto con Aragog delante de ti —contestó Ron con un ligero escalofrío
recorrer su espalda, al recordar a la araña.
—¿Quién es
Aragog? —preguntaron los merodeadores, los gemelos Prewett, Fran y Ted.
—Ya lo sabrán —respondió
Ron.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo
Hagrid con severidad—. Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
Lucius Malfoy miró mal a
la profesora de Transformaciones.
—Pero eso es para los empleados, no para los
alumnos. Yo pensé que nos harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi
padre supiera que hago esto, él…
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó
Hagrid—. ¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso?
Haréis algo que sea útil, o si no os iréis. Si crees que tu padre prefiere que te
expulsen, entonces vuelve al castillo y coge tus cosas. ¡Vete!
—Estúpida
bestia, como se atreve a hablarle así a un Malfoy —dijo Lucius.
Todos los que
eran amigos del semigigante miraron mal al rubio mayor.
—Señor Malfoy no
le permito que hable así de mi amigo —advirtió Harry, con molestia. Lucius iba
a repicar, pero Dumbledore habló antes.
—Por favor,
señor Malfoy no le falte el respeto a uno de mis mejores amigos —Dumbledore
también habló con tono de advertencia, a lo que Lucius ya no dijo nada.
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero
luego bajó la mirada.
—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchad con
cuidado, porque lo que vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero
que ninguno se arriesgue. Seguidme por aquí, un momento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando
su farol, señaló hacia un estrecho sendero de tierra, que desaparecía
entre los espesos árboles negros. Una suave brisa les levantó el cabello,
mientras miraban en dirección al bosque.
—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en
la tierra? ¿Eso plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un
unicornio que ha sido malherido por alguien. Es la segunda vez en una
semana. Encontré uno muerto el último miércoles. Vamos a tratar de encontrar a
ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que siga sufriendo.
—¿Por Merlín!
¿Quién puede ser tan desalmado como para matar un unicornio? —dijo Lily.
—Era más que un
desalmado —susurró Ron.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos
encuentra a nosotros primero? —dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo
de su voz.
—No creo que
alguien se atreva a atacarlos estando Hagrid con ellos —Ted.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir
si estáis conmigo o con Fang —dijo Hagrid—. Y seguid el sendero.
Ahora vamos a dividirnos en dos equipos y seguiremos la huella en distintas
direcciones. Hay sangre por todo el lugar, debieron herirlo ayer por la noche,
por lo menos.
—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente
Malfoy, mirando los largos colmillos del perro.
—Error —dijeron
los merodeadores.
—¿Por qué? —preguntó
Andrómeda.
—Porque Fang es un cobarde de primera —contestó
Remus.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde
—dijo Hagrid—. Entonces yo, Harry y Hermione iremos por un lado y
Draco, Neville y Fang, por el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe
enviar chispas verdes, ¿de acuerdo? Sacad vuestras varitas y practicad ahora…
está bien… Y si alguno tiene problemas, las chispas serán rojas y nos
reuniremos todos… así que tened cuidado… en marcha.
—No me parece
una buena idea separarse —comentó Ojoloco.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de
andar un poco, vieron que el sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y
Hagrid fueron hacia la izquierda y Malfoy, Neville y Fang se dirigieron a la
derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el
suelo. De vez en cuando, un rayo de luna a través de las ramas iluminaba una
mancha de sangre azul plateada entre las hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios?
—preguntó Harry.
—No somos tan
rápidos —musitó Remus.
—Es que yo creí
que eran como en las películas —se justificó Harry, haciendo reír a su madre.
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan
fácil cazar un unicornio, son criaturas poderosamente mágicas.
Nunca había oído que hubieran hecho daño a ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el
agua que corría: debía de haber un arroyo cerca. Todavía había manchas de
sangre de unicornio en el serpenteante sendero.
—¿Estás bien, Hermione? —susurró Hagrid—. No te
preocupes, no puede estar muy lejos si está tan malherido, y entonces
podremos… ¡PONEOS DETRÁS DE ESE ÁRBOL!
—¿Qué fue lo que
sucedió? —preguntó Remus.
—Ahí empieza lo
bueno —susurró Harry.
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró
fuera del sendero, detrás de un grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su
ballesta y la levantó, lista para disparar. Los tres escucharon. Alguien se deslizaba
sobre las hojas secas. Parecía como una capa que se arrastrara por el
suelo. Hagrid miraba hacia el sendero oscuro pero, después de unos pocos
segundos, el sonido se alejó.
—¿De quién se
trataba? —preguntó Arthur con curiosidad.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no
debería estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Yo y mi bocota —se
lamentó Harry, al ver la cara de Lupin.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio
—dijo Hagrid con gesto sombrío—. Bien, seguidme, pero tened cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier
ruido. De pronto, en un claro un poco más adelante, algo se movió
visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver…
estoy armado!
Todos estaban expectantes a que Fred
siguiera leyendo, puesto que había detenido la lectura.
—Continua Fred —exigió
su gemelo—. ¿Por qué paras de leer?
—Solo quería ver
si estaban atentos —respondió Fred con burla.
—Por favor,
señor Weasley, no se haga el gracioso, y continúe —ordeno la profesora
McGonagall.
Y apareció en el claro… ¿era un hombre o un
caballo? De la cintura para arriba, un hombre, con pelo y barba rojizos, pero
por debajo, el cuerpo de pelaje zaino de un caballo, con una cola larga y
rojiza. Harry y Hermione se quedaron boquiabiertos.
—Es un centauro —dijeron
James y Sirius.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo
estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan.
Tenía una voz profunda y acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid,
tocando su ballesta—. Hay alguien muy malvado, perdido en este bosque.
Ah, éste es Harry Potter y ella es Hermione Granger. Ambos son alumnos del
colegio. Y él es Ronan. Es un centauro.
—Ya nos dimos
cuenta —murmuró Remus.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Respuestas casi
similares, y así no acepta que podría ser su hija —dijo Sirius, causando la
risa de James y ganándose un golpe en las costillas de parte de Remus.
—¿Por qué lo
hiciste, Lunático? —preguntó Sirius, sobándose el lugar adolorido.
—Tú bien sabes
porque —contestó Remus.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes,
no? ¿Y aprendéis mucho en el colegio?
—Eh…
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró.
Torció la cabeza y miró hacia el cielo—. Esta noche, Marte está
brillante.
—Esa es una mala
señal —dijo por lo bajo Lily.
—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha,
me alegro de haberte encontrado, Ronan, porque hay un unicornio
herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la
mirada clavada en el cielo, sin pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas
—dijo—. Ha sido así durante los siglos pasados y lo es ahora.
Cuánta razón
tenía, pensó Harry.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan?
¿Algo desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan,
mientras Hagrid lo miraba con impaciencia—. Está inusualmente
brillante.
—Eso no me gusta
nada —dijo Moody.
—Esa es una mala
señal —repitió Lily, pero ahora en voz alta.
—¿Por qué? —preguntó
Frank.
—Porque cuando
Marte brilla es signo de que una guerra se aproxima —respondió Remus.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que
esté un poco más cerca de nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto
nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar.
Hasta que, finalmente, dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
—Y si que los
esconde —dijo Ginny.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo
que Hagrid levantara de nuevo su ballesta, pero era sólo un segundo
centauro, de cabello y cuerpo negro y con aspecto más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan
si había visto algo extraño últimamente. Han herido a un unicornio.
¿Sabes algo sobre eso?
—No creo que ese
tal Bane diga algo —comentó Sirius.
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Ya ven,
contestó lo mismo que Ronan —dijo Sirius.
—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si
alguno ve algo, me avisáis, ¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione lo siguieron, saliendo del claro y
mirando por encima del hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los
taparon.
—Nunca —dijo irritado Hagrid— tratéis de obtener
una respuesta directa de un centauro. Son unos malditos astrólogos. No se
interesan por nada más cercano que la luna.
—En realidad,
dijeron mucho, es solo que no le prestaron la suficiente atención —aclaró
Remus, mientras Lily asentía.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más… Se mantienen apartados la
mayor parte del tiempo, pero siempre aparecen si quiero hablar con
ellos. Los centauros tienen una mente profunda… saben cosas… pero no dicen
mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes?
—dijo Harry.
—No lo creo —dijeron
los gemelos Prewett, negando con la cabeza.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi
opinión, eso era lo que está matando a los unicornios… Nunca he oído algo
así.
Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos.
Harry seguía mirando por encima de su hombro, con nerviosismo. Tenía la
desagradable sensación de que los vigilaban. Estaba muy contento de que
Hagrid y su ballesta fueran con ellos. Acababan de pasar una curva en el
sendero cuando Hermione se aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen
problemas!
El rostro de Narcisa Malfoy reflejaba
preocupación por su hijo, al escuchar sobre las chispas rojas.
—¡Vosotros esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos
en el sendero, volveré a buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy
asustados, hasta que ya no oyeron más que las hojas que se movían
alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró
Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy,
pero si le sucede algo a Neville… está aquí por nuestra culpa.
—Gracias —dijo
Neville, con agradecimiento.
—Sí, gracias,
Potter —dijo con ironía Draco.
—En ese tiempo
tú te comportabas como un cretino con nosotros —contestó Harry—, además estoy
seguro que a ti tampoco te hubiera preocupado si nos pasaba algo a Hermione,
Neville o a mí.
Draco reconoció
que en ese Potter tenía razón.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus
oídos eran más agudos que nunca. Harry detectaba cada ráfaga de
viento, cada ramita que se rompía. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaban los
otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció
el regreso de Hagrid. Malfoy, Neville y Fang estaban con él.
Hagrid estaba furioso. Malfoy se había escondido detrás de Neville y, en broma, lo había
cogido. Neville se aterró y envió las chispas.
Neville se sonrojó y Draco sonrió al
recordar esa broma.
Pero Draco no pudo escaparse de las
miradas con enojo de Alice y Frank Longbottom.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar
algo, después del alboroto que habéis hecho. Bueno, ahora voy a
cambiar los grupos… Neville, tú te quedas conmigo y Hermione. Harry, tú vas con
Fang y este idiota (Algunos rieron de cómo
llamó Hagrid a Draco, claro, los únicos que no rieron fueron los padres del
rubio y Pansy). Lo siento —añadió en un susurro dirigiéndose a Harry— pero a
él le va a costar mucho asustarte y tenemos que terminar con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque,
con Malfoy y Fang (No
creo que esto acabe bien, dijo Ted). Anduvieron
cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta que el
sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy
gruesos. Harry pensó que la sangre también parecía más espesa. Había manchas
en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se hubiera
arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a través de las
enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira… —murmuró, levantando un brazo para detener a
Malfoy.
—Supongo que
encontraron más sangre —murmuró Alice.
—En realidad, encontramos
al unicornio —aclaró Harry.
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra.
Se acercaron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca
había visto nada tan hermoso y tan triste. Sus largas patas delgadas
estaban dobladas en ángulos extraños por su caída y su melena color blanco
perla se desparramaba sobre las hojas oscuras.
Molly estaba pálida, Lily, Alice y
Andrómeda estaban horrorizadas y apenadas por el pobre unicornio.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando
un sonido de algo que se deslizaba lo hizo congelarse en donde
estaba. Un arbusto que estaba en el borde del claro se agitó… Entonces, de entre
las sombras, una figura encapuchada se acercó gateando, como una bestia al
acecho. Harry, Malfoy y Fang permanecieron
paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el unicornio,
bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su sangre.
—Eso es horrible
—dijeron las mujeres de la sala.
—¿Acaso era un
vampiro? —tanteó Andrómeda.
—No, no era un
vampiro, era algo peor —contestó Harry.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó… lo
mismo que Fang. La figura encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a
Harry. La sangre del unicornio le chorreaba por el pecho. Se puso de pie
y se acercó rápidamente hacia él… Harry estaba paralizado de miedo.
—Tú también
debiste correr, Harry —le dijo Lily, temándole de la mano a su hijo.
—No lo pensé en
ese momento —contestó Harry.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que
nunca había sentido, como si la cicatriz estuviera incendiándose. Casi
sin poder ver, retrocedió. Oyó cascos galopando a sus espaldas, y algo saltó
limpiamente y atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de
rodillas. Pasaron unos minutos antes de que se calmara. Cuando levantó la
vista, la figura se había ido. Un centauro estaba ante él. No era ni Ronan ni
Bane: éste parecía más joven, tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo
y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a
ponerse de pie.
—Vaya, un
centauro te ayudo —dijo visiblemente muy sorprendido Moody, a lo que Harry
asintió.
—Sí… gracias… ¿qué ha sido eso?
—Es lo mismo que
quisiera saber —dijo Moody.
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente
azules, como pálidos zafiros. Observó a Harry con cuidado, fijando la
mirada en la cicatriz que se veía amoratada en la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que
regreses con Hagrid. El bosque no es seguro en esta época en especial para
ti. ¿Puedes cabalgar? Así será más rápido… Mi nombre es Firenze —añadió,
mientras bajaba sus patas delanteras, para que Harry pudiera montar en su
lomo.
—Aún me
sorprende que el profesor Firenze te dejara montar en su lomo —comentó Neville.
—¿Un centauro
como profesor? —preguntaron James, Sirius y los gemelos Prewett.
Los chicos del
futuro asintieron.
—Y lo dejo
montar en su lomo —murmuró Remus.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de
cascos al galope. Ronan y Bane aparecieron velozmente entre los árboles,
resoplando y con los flancos sudados.
—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? ¡Tienes
un humano sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres
una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es el
chico Potter. Mientras más rápido se vaya del bosque, mejor.
Lily se prometió que si algún día se
encontraba con el centauro Firenze le agradecería por haber ayudado a su hijo.
—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—.
Recuerda, Firenze, juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en
el movimiento de los planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba
obrando lo mejor posible —dijo, con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con
nosotros? ¡Los centauros debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es
asunto nuestro el andar como burros buscando humanos extraviados en nuestro
bosque!
—Alguien debería
enseñarles modales a esos centauros —dijo Molly, con indignación.
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y
Harry tuvo que aferrarse para no caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a
Bane—. ¿No comprendes por qué lo mataron? ¿O los planetas no
te han dejado saber ese secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho
en este bosque, con humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.
—Bien dicho —dijo
Sirius.
—Ese centauro me
cae bien —agregó James.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose
lo mejor que podía, y dejó atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre
los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó—. Y a
propósito, ¿qué era esa cosa de la que me salvaste?
—Todos queremos
saber quién es esa criatura tan cruel —dijo Andrómeda, y los demás asintieron.
—Sí, pero no creo
que conteste —dijo Sirius, que ya le estaba molestando que las preguntas se
quedaran sin respuesta.
Firenze redujo el paso y previno a Harry que
tuviera la cabeza agachada, a causa de las ramas, pero no contestó. Siguieron
andando entre los árboles y en silencio, durante tanto tiempo que Harry creyó
que Firenze no volvería a hablarle. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar
particularmente tupido, Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre
de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña
pregunta—. En la clase de Pociones solamente utilizamos los cuernos y el pelo
de la cola de unicornio.
Remus y Lily asintieron al comprender
lo que trataba de explicar Firenze.
—Eso es porque matar un unicornio es algo
monstruoso —dijo Firenze—. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo
para ganar puede cometer semejante crimen. La sangre de unicornio te
mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, pero a un precio
terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá
media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que
parecía de plata a la luz de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó
en voz alta—. Si te van a maldecir para siempre, la muerte es mejor,
¿no?
—Unas sabias
palabras, señor Potter —dijo Dumbledore.
Harry se sonrojó
por el cumplido.
—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que
necesites sea mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber
algo más, algo que te devuelva toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca
mueras. ¿Harry Potter, sabes qué está escondido en el colegio en este preciso
momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto… el Elixir de
Vida! Pero no entiendo quién…
—Es él —dijo
James.
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado
muchos años para regresar al poder, que esté aferrado a la vida,
esperando su oportunidad?
—Es Voldemort —dijo
Sirius, causando un escalofrío en algunos por haber mencionado ese nombre.
Harry no
confirmó nada, sabía que todos ya se habían dado cuenta.
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente
sobre la cabeza de Harry. Por encima del ruido del follaje, le pareció
oír una vez más lo que Hagrid le había dicho la noche en que se conocieron:
«Algunos dicen que murió. En mi opinión, son tonterías. No creo que le quede lo
suficiente de humano como para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era
Vol…?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid
resoplando detrás.
—Estoy bien —dijo Harry, casi sin saber lo que
contestaba—. El unicornio está muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras
Hagrid corría a examinar al unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter —dijo Firenze—. Los
planetas ya se han leído antes equivocadamente, hasta por centauros.
Espero que ésta sea una de esas veces.
—Lo bueno es que
si se equivocaron, porque por lo menos ese año no hubo guerra —dijo Neville,
tranquilizando a Lily.
Se volvió y se internó en lo más profundo del
bosque, dejando a Harry temblando.
Ron se había quedado dormido en la oscuridad de la
sala común, esperando a que volvieran (Por fin
ya están a salvo, dijo Alice y Lily). Cuando Harry lo sacudió para
despertarlo, gritó algo sobre una falta en quidditch. Sin embargo, en unos
segundos estaba con los ojos muy abiertos, mientras Harry les contaba, a él y a
Hermione, lo que había sucedido en el bosque.
—Porque no me
parece raro —comentaron Fred y George.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al
otro, ante la chimenea. Todavía temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort… y Voldemort
está esperando en el bosque… ¡Y todo el tiempo pensábamos que Snape
sólo quería ser rico!
—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ron, en un
aterrorizado susurro, como si pensara que Voldemort pudiera oírlos.
—Estando tan
cerca, claro que podría —susurró Ron.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho…
Bane estaba furioso… Hablaba de interferir en lo que los planetas dicen
que sucederá… Deben decir que Voldemort ha vuelto… Bane piensa que Firenze
debió dejar que Voldemort me matara. Supongo que eso también está escrito en
las estrellas.
—No digas eso —dijeron
Lily y James a Harry.
Puesto que de
solo pensar que su hijo podría morir, los ponía mal. Ellos podían aceptar su
propia muerte, pero la de su único hijo no.
—Lo siento —se
disculpó Harry.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar
que Snape robe la Piedra —continuó febrilmente Harry—… Entonces
Voldemort podrá venir y terminar conmigo… Bueno, supongo que Bane estará
contento.
—Maldito
centauro —murmuró Lily.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra
de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al
que Quien-tú-sabes siempre ha temido. Con Dumbledore por aquí,
Quien-tú-sabes no te tocará. De todos modos, ¿quién puede decir que los centauros
tienen razón? A mí me parecen adivinos y la profesora McGonagall dice que
ésa es una rama de la magia muy inexacta.
—Eso es verdad —dijo
Lily, ganándose una sonrisa de la profesora de Transformaciones.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de
hablar. Se fueron a la cama agotados, con las gargantas secas. Pero las
sorpresas de aquella noche no habían terminado.
Cuando Harry abrió la cama encontró su capa
invisible, cuidadosamente doblada. Tenía sujeta una nota:
Por las dudas.
—Gracias,
profesor Dumbledore —dijo James.
—¿Por qué me
agradece, señor Potter?
—Porque el único
que le devolvería la capa a mi hijo, seria usted —respondió el cazador.
—Aquí termina el
capítulo —anunció Fred.
—Muy bien, señor
Weasley, gracias —dijo Dumbledore, miró a todos—. Señorita Lovegood —la aludida
lo miró con ojos soñadores—, le gustaría continuar con la lectura.
La rubia
asintió.
—Por supuesto,
profesor —contestó, y Fred le paso el libro.
—Toma, cuñadita —dijo
Fred, haciendo sonrojar a Luna y a Ron.
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