jueves, 18 de junio de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 1: Lechuzas mensajeras


Hermione en verdad estaba muy agradecida con Ron, porque gracias a él, ella pudo salir de ese momento tan incómodo. Embrollo en el que ella misma no se dio cuenta como se metió.
Pero Hermione no se sentía bien ocultándole cosas a Remus, puesto que sabía que tarde o temprano él se iba a enterar de su unión y del hijo que ambos engendraron.
Hermione suspiró; y no pudendo más con ese sentimiento de culpa —y aprovechando que Remus le hacia otra pregunta a Ron— salió disparada hacia su habitación seguida de Crookshanks, diciendo un “Buenas noches, tengo demasiado que estudiar”.
Remus quiso detenerla, pero Ron siguió hablando, entreteniéndolo.
Ya mañana platicaré con Hermione, pensaba Remus.
Sirius salió del lugar donde estaba ocultó y se acercó a su amigo y a Ron.
—¿Dónde estabas, Sirius? ¿Y qué era eso que querías mostrarme? —preguntó Lupin viendo a su amigo con las manos vacías.
—Ah, sobre eso, creo que lo deje en la habitación que compartimos, ya otro día te lo mostraré —contestó Sirius quitándole importancia, Remus solo negó con la cabeza, mientras Ron sonreía.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó sin rodeos Ron a Sirius.
—¿Yo? —Sirius se hizo el ofendido—, nada.
—Mejor no preguntes, suele ser muy… complicado —dijo Remus, mirando a su amigo.
—¡Oye! Yo no soy complicado —se quejó el animago.

Por otra parte Hermione ya se encontraba en su habitación —con la pijama ya puesta— sentada sobre su cama.
—Estuvo cerca —murmuró Hermione—, aunque si se lo hubiera contado todo de una vez. No —negó con la cabeza—, todavía no es tiempo, porque si no quería tener nada conmigo porque no quería “condenarme” a estar con él, ya me imagino como se pondría cuando sepa que él es padre de mi bebé, estoy segura que ni siquiera me miraría.
Hermione se acomodó bien en su cama, tratando de que su vientre no este de costado. Pero Hermione no pudo dormir mucho, aun se encontraba preocupada.
Y cuando se dio por vencida, decidió levantarse porque el sueño ya no vendría a ella. Con paciencia se dio una ducha y luego se puso un vestido rosa suelo. Saco un libro se puso a leer hasta cuando creyó conveniente salir de su habitación. Y Crookshanks como si fuera un guardaespaldas la seguía a cada paso que daba su castaña ama.
Cuando llego junto con Ginny y Luna, la pelirroja la miró fijamente.
—No has podido dormir, ¿verdad? Tienes ojeras.
—Sí te contará —murmuró la castaña.
Luna la miró con comprensión, seguramente Ron ya le había contado lo que había pasado.
Cuando las tres chicas llegaron al mini comedor de la sala, todos ya estaban allí, se sentaron, Hermione se sentó al medio de Harry y Ron; Ginny al otro costado de Harry, y Luna al otro lado de Ron.
Hermione no miraba al frente porque sabía que se encontraría con la mirada miel de Remus, pero aunque ella no lo mirara podía sentir que él la miraba.
En todo el desayuno Hermione se la paso callada, y Harry no paso de desapercibido ese detalle, puesto ya sabía lo que había ocurrido la noche anterior, Ron se había encargado de contarle todo.
Por otra parte Remus miraba con insistencia a Hermione, pero le molestaba que ella no le prestara la más mínima atención, y cuando James o sirias le hablaban él solo le contestaba con monosílabos, pero al instante se dieron cuenta del porque Remus no les hablaba, siguieron la mirada de Remus y se encontraron con Hermione mirando su desayuno como si fuera un tesoro escondido. James miró a Sirius y murmuró:
—¿Qué sucede?
—Luego te cuento —respondió el animago, también en susurros.
Cuando todos hubieron terminaron de desayunar, Dumbledore tomo la palabra.
—Buenos días a todos —empezó Dumbledore con una ligera sonrisa—. Ahora empezaremos a leer el tercer libro —sacó un libro de dentro de su túnica, y Harry vio con sorpresa la tapa del libro, en ella había una pequeña caricatura de Hermione y él mismo montados encima un hipogrifo —Buckbeack— recordaba esa escena, fue cuando Hermione y él retrocedieron en el tiempo para salvar a Sirius Black del beso del dementor.
Harry no pudo evitar mirar a su padrino de reojo, y lo vio riendo con su padre, seguramente recordando alguna anécdota. Pero algo dentro de él le preocupaba, y eso era la reacción de Sirius, puesto que no creía que a nadie le gustara saber que paso 12 años en prisión, y menos siendo inocente. Ginny lo abrazo mostrándole su apoyo.
Ahora le tocaba a ella recordar con él esa etapa tan difícil para su novio y el padrino de este.
—¿A quién le gustaría leer el primer capítulo? —preguntó el director, con el libro en la mano.
—Yo lo haré —dijo una chica de piel trigueña y cabellos negros, estaba sentada al lado de Katie.
Dumbledore asintió, y le paso el libro a la chica.
—Vamos, Alicia —la apuró Fred, cuando se dio cuenta de que la chica se quedaba mirando la tapa del libro.
La chica asintió.
—El libro se titula Harry Potter y el Prisionero de Azkaban —leyó Alicia Spinnet.
—¿Prisionero de Azkaban? —preguntó Lily con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Y qué tiene que ver mi hijo con un prisionero?
Más de lo que te podrías imaginar, pensó Harry.
—No lo sé, Lily, pero me imagino que muy pronto lo sabremos —respondió James.
Alicia abrió el libro en busca del primer capítulo.
“Lechuzas mensajeras” —leyó Alicia.
Harry Potter era, en muchos sentidos, un muchacho diferente (Que novedad, ironizó Sirius, pero no dijo nada más al ver la mirada que le dedicaba Lily). Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año (No eres el único, dijo Sirius. Y Snape no de muy humor tuvo que asentir estando de acuerdo); y por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche (Y lo que nosotros hubiéramos dado por no hacer los deberes, dijeron los gemelos Weasley, pero pusieron cara de ángeles cuando notaron la mirada de su madre). Y además, Harry Potter era un mago.
—Si no me dicen ese dato, no podría creerlo —ironizó Lee y los gemelos Weasley y Prewett rieron.
Era casi medianoche y estaba tumbado en la cama, boca abajo, tapado con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Adalbert Waffling). Harry recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV».
—¡¿Qué?! —exclamó Fabian.
—¡Todavía siguen dejando ese mismo estúpido ensayo! —bufó Gideon.
—A nosotros también nos dejaron el mismo ensayo —dijo Sirius señalando a sus amigos y luego se señaló el mismo.
La profesora McGonagall los miró con seriedad.
—Señores Prewett, y señor Black, un solo comentario más y volverán hacer el mismo ensayo —los amenazó.
—Pero nosotros ya terminamos nuestros estudios —alegaron los Prewett.
—Y yo…
—Silencio —dijo McGonagall—. Ya se los advertí —sentenció. A lo que los tres no pudieron más que asentir.
La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, acercó la linterna al libro y leyó:
—En serio tenemos que escuchar sobre Historia de la Magia —comentó Sirius.
—Mejor cállate, Canuto, claro, siempre y cuando quieras volver a hacer el ensayo sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV» como dijo McGonagall —dijo Remus mirando de reojo a Hermione.

En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.

—Ese es un desgaste inútil de magia —dijo George.
—Claro —asintió su gemelo—, podría haber usado toda esa magia para inventar bromas —los merodeadores, los gemelos Prewett y Lee asintieron.
Harry se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lentamente y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley, al pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que lo encerraran bajo llave hasta el final del verano en el armario que había debajo de las escaleras.
Lily contaba hasta cien —porque contar hasta diez ya no lograba calmarla— para no ir en ese mismo momento hacia su hermana y su futuro esposo y lanzarle hechizos.
James reconociendo el humor de su novia, paso su brazo por los hombros de la pelirroja para calmarla.
—Lo cambiaremos todo —le susurró el chico y Lily lo miró directo a sus ojos y asintió.
La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Harry no pudiera tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry (Desgraciadamente, murmuró Sirius). Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval (Muchos bufaron ante esta declaración). En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harry; que habían sido brujos (Para sorpresa de todos James no hizo sus acostumbrados dramas ante lo leído anteriormente, él solo negó con la cabeza). Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extirpar lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto (Esa es una gran estupidez, no se le puede quitar la magia alguien que ya ha nacido mago, dijo Frank. Muchos asintieron ante su afirmación). Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Harry había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería (Y eso fue lo mejor que me pudo haber pasado, pensaba Harry). Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos.
Estúpidos muggles, maldecía Sirius internamente, a la vez que apretaba sus puños por debajo de la mesa.
—Eso no es normal —dijo Andrómeda.
—Estamos hablando de mi hermana y su futuro esposo —respondió Lily con un poco rencor en las palabras.
Andrómeda asintió mirando a la pelirroja. La comprendía, porque de solo imaginar a su pequeña Nimphadora al cuidado de una de sus hermanas —miró de reojo a Narcissa y pensó en Bellatrix— le ponía la piel de gallina, ellas dos que eran unas defensoras de la sangre pura, y su hija que era una mestiza. Estaba segura de que la tratarían peor que a un elfo doméstico solo por no ser una sangre pura como ellas.
Movió ligeramente la cabeza tratando de sacarse esos pensamientos.
Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano (Eso era lo peor del verano, hacer los deberes, dijo George y su gemelo asintió. McGonagall negó con la cabeza mirando a ese par de pelirrojos). Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger; era para el profesor menos estimado por Harry, Snape (Severus hizo una meca de desagrado), que estaría encantado de tener una excusa para castigar a Harry durante un mes (Pero luego Snape sonrió ante la perspectiva). Así que, durante la primera semana de vacaciones, Harry aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara), (Típico de Petunia, dijo Lily negando con la cabeza) Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura del armario de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.
—Bueno —empezó Sirius—, quitando el hecho de que fuiste por tus libros, fue muy merodeador lo que hiciste —terminó Sirius guiñándole un ojo a su futuro ahijado.
Harry sonrió ante el gesto tan infantil de su padrino.
—Eso es cierto —apoyaron James y Remus con una sonrisa.
Hermione por fin se atrevió a mirar a Remus, y lo que vio le gusto. Remus estaba sonriendo con sus amigos, comportándose como un despreocupado adolescente, a ella siempre le había causado curiosidad saber cómo había sido su esposo en su adolescencia, pero en esos tiempos no podían hablar mucho de su época de estudiante de Remus —aunque él solo le había dicho que era muy estudioso igual que ella— porque la guerra estaba en todo su apogeo, y lo único que hacían era estar en alerta siempre. Aunque claro, Hermione siempre buscaba momentos para estar con el hombre que amaba, ama y amara.
Harry no quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos, porque estaban enfadados con él, y todo porque cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago.
Sirius iba a preguntar quién había sido, si Hermione o Ron, pero este último se delato solo, su rostro estaba completamente rojo.
—¡Fuiste tú, Ron! —soltó Sirius entre carcajadas.
—Eso era obvio, Sirius —dijo Remus, y Sirius dejo de reír para mirar a su amigo—, Hermione por ser hija de muggles sabía perfectamente usar el teléfono, en cambio Ron no.
Hermione asintió.
—Sí, creo que tiene sentido —murmuró el animago.
Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que Harry tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Harry ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono.
—¡Oh, eso fue muy vergonzoso! —susurró Ron, y Luna le dio unas palmaditas en la espalda para reconfortarlo.
Por desgracia, fue tío Vernon quien respondió:
—¿Diga?
Harry, que estaba en ese momento en la habitación, se quedó de piedra al oír que era Ron quien respondía.
—¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA HABLAR CON HARRY POTTER!
Ron daba tales gritos que tío Vernon dio un salto y alejó el teléfono de su oído por lo menos medio metro, mirándolo con furia y sorpresa.
Todos soltaron risas estridentes —y Crookshanks que dormía plácidamente al lado de Hermione despertó de golpe— y Harry, Ginny, Hermione y Luna trataban disimular sus carcajadas, pero al final no pudieron, pero para sorpresa de todos el sonrojado Ron también empezó a reír.
—¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al auricular—. ¿QUIÉN ES?
—Él también grito —dijo Ron tratando de defenderse de su error.
—Pero eso fue porque tú también gritaste, pequeño Ronnie —se burlaron los gemelos Weasley.
—¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez, como si el tío Vernon y él estuvieran comunicándose desde los extremos de un campo de fútbol—. SOY UN AMIGO DE HARRY, DEL COLEGIO.
—Y ese si fue un gran error —dijo Ted.
Los minúsculos ojos de tío Vernon se volvieron hacia Harry; que estaba inmovilizado.
—¡AQUÍ NO VIVE NINGÚN HARRY POTTER! —gritó tío Vernon, manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el teléfono pudiera estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA!
—¿No creen que eso fue algo ilógico? —preguntó Alice y todos le dirigieron miradas interrogativas—, lo que quiero decir es que supuestamente ese hombre no sabe de qué colegio le hablan, pero al final advierte que no vuelva a llamar y que no se acerque a su familia.
—Tío Vernon tenía miedo —dijo Harry, encogiéndose de hombros.
Colgó el teléfono como quien se desprende de una araña venenosa.
La bronca que siguió fue una de las peores que le habían echado.
—¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A GENTE COMO… COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándolo de saliva.
—Es un maldito —dijo Molly enfadada.
—Y un cerdo —agregó Fred, su gemelo asintió.
Ron, obviamente, comprendió que había puesto a Harry en un apuro, porque no volvió a llamar (Lo siento por eso, se disculpó Ron. Y Harry solo sonrió y dijo: “Ya paso”). La mejor amiga de Harry en Hogwarts, Hermione Granger, tampoco lo llamó. Harry se imaginaba que Ron le había dicho a Hermione que no lo llamara (Eso fue exactamente lo que hizo, confirmó Hermione), lo cual era una pena, porque los padres de Hermione, la bruja más inteligente de la clase de Harry (Hermione levemente sonrojada sonrió ante ese cumplido), eran muggles, y ella sabía muy bien cómo utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto suficiente para no revelar que estudiaba en Hogwarts.
—Eso es más que obvio —dijo Hannah Abbott.
De manera que Harry había permanecido cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel verano estaba resultando casi tan desagradable como el anterior (Ya lo creo, con unos tíos como esos, dijeron los gemelos Prewett fingiendo un escalofrío). Sólo había una pequeña mejora: después de jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Harry le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedwig (Esa es una mejora para la lechuza, no para ti, dijo James). Tío Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedwig cuando permanecía todo el tiempo encerrada.
—Seguro debe ser horrible estar encerrado —comentó Sirius.
Harry, Ron, y Hermione compartieron una mirada apenada. Mirada que para todo paso desapercibida, menos para uno, Remus si se dio cuenta de esa mirada, y se preguntaba qué era lo que escondían.
Harry terminó de escribir sobre Wendelin la Hechicera e hizo una pausa para volver a escuchar. Sólo los ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme primo Dudley rompían el silencio de la casa (Vaya, y ni siquiera te dejaban dormir bien, comentó Seamus). Debía de ser muy tarde. A Harry le picaban los ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche siguiente…
Tapó el tintero, sacó una funda de almohada de debajo de la cama, metió dentro la linterna, la Historia de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero, se levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado que estaba suelta (Guau, cualquiera pensaría que estas guardando todo el oro del mundo allí dentro, comentó George). Se puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfera luminosa del despertador de la mesilla de noche.
Era la una de la mañana. Harry se sobresaltó: hacía una hora que había cumplido trece años y no se había dado cuenta.
—¿Cómo que no te habías dado cuenta de tu propio cumpleaños? —preguntó Neville.
—No lo sé —respondió Harry, encogiéndose de hombros.
Harry aún era un muchacho diferente en otro aspecto: en el escaso entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca había recibido una tarjeta de felicitación. Los Dursley habían pasado por alto sus dos últimos cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a acordarse del siguiente.
—Cuando todo esto cambie, porque estoy segura que va a cambiar, te celebraremos todos tus cumpleaños —le prometió Lily con dulzura.
—Por supuesto —dijo James, asintiendo.
Harry atravesó a oscuras la habitación, pasando junto a la gran jaula vacía de Hedwig, y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar y notó con agrado en la cara, después del largo rato pasado bajo las mantas, el frescor de la noche. Hacía dos noches que Hedwig se había ido. Harry no estaba preocupado por ella (en otras ocasiones se había ausentado durante períodos equivalentes), pero esperaba que no tardara en volver (Y no se tardó, recordó Harry a su vieja amiga, que tanto extrañaba). Era el único ser vivo en aquella casa que no se asustaba al verlo.
—Es que Hedwig y Harry eran los únicos que no tenían deficiencia mental —dijo Andrómeda. A lo que Lily soltó una pequeña risita.
Aunque Harry seguía siendo demasiado pequeño y esmirriado para su edad, había crecido varios centímetros durante el último año. Sin embargo, su cabello negro azabache seguía como siempre: sin dejarse peinar. No importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía (Y nunca lo hará, afirmaron Sirius y Remus, mirando con una sonrisa a su amigo pelinegro. El cual en su defensa dijo: “Es que esa es la marca Potter”). Tras las gafas tenía unos ojos verdes brillantes (Eso si es muy Lily, comentó Remus), y sobre la frente, claramente visible entre el pelo, una cicatriz alargada en forma de rayo.
Por un momento Lily sonrió por la mención de que su hijo había heredado el color de sus ojos, pero no le duró mucho la alegría, puesto que ahora hacían referencia a esa marca.
Aquella cicatriz era la más extraordinaria de todas las características inusuales de Harry. No era, como le habían hecho creer los Dursley durante diez años, una huella del accidente de automóvil que había acabado con la vida de los padres de Harry (Eso no es más que una mentira, bufó Hagrid), porque Lily y James Potter no habían muerto en un accidente de tráfico, sino asesinados. Asesinados por el mago tenebroso más temido de los últimos cien años: lord Voldemort (James y Lily empalidecieron al oír que morirían y dejarían a su hijo solo con los Dursley. Porque no importaba las veces que escucharan que morirían, simplemente se les hacía tan irreal). Harry había sobrevivido a aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la frente cuando el hechizo de Voldemort, en vez de matarlo, había rebotado contra su agresor. Medio muerto, Voldemort había huido…
—Cobarde —bufaron los gemelos Prewett.
A lo que Lucius puso mala cara. Aun se le hacía tan irreal que su señor haya sido vencido por un niño de apenas un año y meses.
—Pero a todo esto, como es que Voldemort sobrevivió si la maldición asesina reboto en él, no debería estar muerto —preguntó Sirius con confusión.
Todos los del pasado prestaron a tención a este detalle que aún no habían pensado.
—Esa es una buena pregunta, Black —dijo Ojoloco con su típica voz ronca y fría.
En ese mismo momento la mirada de Harry se cruzó con la de Dumbledore, y no hubo necesidad de palabras ambos sabían lo que Voldemort había hecho para sobrevivir.
Pero Harry había tenido que vérselas con él desde el momento en que llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la ventana su último encuentro, Harry pensó que si había cumplido los trece años era porque tenía mucha suerte.
Suerte, pensó Snape mirando de reojo como James abrazaba a Lily —la única mujer que amaba y amara— esos malditos Potter siempre tienen suerte.
Miró el cielo estrellado, por si veía a Hedwig, que quizá regresara con un ratón muerto en el pico, esperando sus elogios. Harry miraba distraído por encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que comprendió lo que veía.
—¡No me digan que otra vez fue el auto volador! —exclamaron los gemelos Prewett.
Y Molly miró fijamente a Fred, George y Ron, pero estos negaron con la cabeza. Pero la matriarca parecía no creerles.
—Esta vez nosotros no llegamos en ningún auto volador —afirmaron los gemelos Weasley y Ron volvió a asentir.
Perfilada contra la luna dorada y creciendo a cada instante se veía una figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia Harry batiendo las alas. Se quedó quieto viéndola descender. Durante una fracción de segundo, Harry no supo, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Harry, dándose cuenta de lo que era, se hizo a un lado.
—¿Hedwig? —preguntó Frank.
—Sí —respondió Harry asintiendo—, y venía acompañado —agregó.
Tres lechuzas penetraron por la ventana, dos sosteniendo a otra que parecía inconsciente (Pobre Errol, dijo Bill). Aterrizaron suavemente sobre la cama de Harry, y la lechuza que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil. Llevaba un paquete atado a las patas.
—Pobrecilla —comentó Luna.
Harry reconoció enseguida a la lechuza inconsciente. Se llamaba Errol y pertenecía a la familia Weasley, Harry se lanzó inmediatamente sobre la cama, desató los cordeles de las patas de Errol, cogió el paquete y depositó a Errol en la jaula de Hedwig. Errol abrió un ojo empañado, ululó débilmente en señal de agradecimiento y comenzó a beber agua a tragos.
—En verdad pobre lechuza —dijo Alice.
Harry volvió al lugar en que descansaban las otras lechuzas. Una de ellas (una hembra grande y blanca como la nieve) era su propia Hedwig. También llevaba un paquete (¿Un paquete? ¿Y de dónde lo saco?, preguntó James. Pero Harry no tuvo tiempo de responder porque Alicia siguió leyendo) y parecía muy satisfecha de sí misma. Dio a Harry un picotazo cariñoso cuando le quitó la carga, y luego atravesó la habitación volando para reunirse con Errol. Harry no reconoció a la tercera lechuza, que era muy bonita y de color pardo rojizo, pero supo enseguida de dónde venía, porque además del correspondiente paquete portaba un mensaje con el emblema de Hogwarts (¿De Hogwarts? ¿Pero si todavía no es tiempo de vacaciones?, preguntó un confundido Sirius). Cuando Harry le cogió la carta a esta lechuza, ella erizó las plumas orgullosamente, estiró las alas y emprendió el vuelo atravesando la ventana e internándose en la noche.
—¿No te habrás metido en problemas durante el verano, verdad? —le preguntó Lily a su hijo, y este negó con la cabeza.
Harry se sentó en la cama, cogió el paquete de Errol, rasgó el papel marrón y descubrió un regalo envuelto en papel dorado y la primera tarjeta de cumpleaños de su vida (Lily, James y los demás merodeadores se sintieron apenados por Harry, mientras que los chicos del futuro nunca pensaron que el héroe del mundo mágico no recibiese tarjetas ni regalos en sus cumpleaños). Abrió el sobre con dedos ligeramente temblorosos. Cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de periódico.
Ron y  Ginny sonrieron al recordar su viaje a Egipto.
—¿Por qué no me sorprende? —empezó Fred.
—Sí, hay pequeño Ronnie, tú y tu bendito recorte de ese diario —terminó George soltando una carcajada a la cual se le unió su gemelo. Por otra parte Ron estaba tan sonrojado que no se podía diferenciar donde estaba su cara o donde comenzaba su cabello.
Supo que el recorte de periódico pertenecía al diario del mundo mágico El Profeta porque la gente de la fotografía en blanco y negro se movía. Harry recogió el recorte, lo alisó y leyó:

FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA
RECIBE EL GRAN PREMIO

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles, ha ganado el gran premio anual Galleon Draw que entrega el diario El Profeta.
Arthur sonrió complacido, aunque en realidad nunca imagino ganar ese premio.
El señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El Profeta: «Gastaremos el dinero en unas vacaciones estivales en Egipto, donde trabaja Bill, nuestro hijo mayor, deshaciendo hechizos para el banco mágico Gringotts.»
La familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el comienzo del nuevo curso escolar de Hogwarts, donde estudian actualmente cinco hijos del matrimonio Weasley.

—Fueron unas buenas vacaciones —dijeron los gemelos Weasley.
—Claro que lo fueron —corroboró Charlie.
—Lo único malo fue que no pudimos meter en un sarcófago a Percy —dijo Fred riendo.
George, los gemelos Prewett, James, Sirius y hasta Remus rieron de la ocurrencia de Fred. Mientras Percy fruncía el ceño ante la broma de su hermano.
Molly negaba con la cabeza.
Observó la fotografía en movimiento, y una sonrisa se le dibujó en la cara al ver a los nueve Weasley ante una enorme pirámide, saludándolo con la mano (Esa fue la primera vez que los vi a todos juntos, recordó Harry con una sonrisa). La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y calvo señor Weasley, los seis hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo mostrara) el pelo de un rojo intenso (Sirius miró a los Weasley, pero detuvo su mirada en la menor de todos —Ginny— que estaba junto a Harry, y este pasaba un brazo por los hombros de la chica, al igual que James con Lily. “La maldición Potter”, pensó el animago y no pudo evitar sonreír). Justo en el centro de la foto aparecía Ron, alto y larguirucho, con su rata Scabbers (Harry, Ron, Hermione, Ginny, los gemelos Weasley y Luna pusieron mala cara por la mención de la rata. Y nuevamente los merodeadores se dieron cuenta de la mala reacción de todos ellos cuando mencionaba a la mascota de Ron, y se preguntaban porque se ponían de ese modo) sobre el hombro y con el brazo alrededor de Ginny, su hermana pequeña.
Harry no sabía de nadie que mereciera un premio más que los Weasley, que eran muy buenos y pobres de solemnidad (Molly sonrió maternamente a Harry, sonrisa que fue correspondida por el pelinegro). Cogió la carta de Ron y la desdobló.

Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños!
Siento mucho lo de la llamada de teléfono. Espero que los muggles no te dieran un mal rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina que no debería haber gritado.
—Definitivamente no debiste haber gritado —dijo Hermione y a Ron se le pusieron rojas las orejas.
Egipto es estupendo. Bill nos ha llevado a ver todas las tumbas, y no te creerías las maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían en ellas. Mi madre no dejó que Ginny entrara en la última (Lo cual fue muy injusto, porque esa era la mejor de todas, murmuró Ginny). Estaba llena de esqueletos mutantes de muggles que habían profanado la tumba y tenían varias cabezas y cosas así.
Cuando mi padre ganó el premio de El Profeta no me lo podía creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo curso.

—Y en serio la necesitabas, no creo que hayas podido sobrevivir otro curso más con una varita defectuosa —dijo Bill.
Ron asintió.
Harry recordaba muy bien cómo se le había roto a Ron su vieja varita mágica. Fue cuando el coche en que los dos habían ido volando a Hogwarts chocó contra un árbol del parque del colegio.
Ron bufó.
—Y pensar que ese curso también nos tuvimos que ver con ese árbol —dijo Ron sin pensar.
—¿Cómo dices? —preguntaron inmediatamente Lily y Molly.
—Gracias, Ron —ironizó Harry.
—¿Cómo que se tuvieron que ver nuevamente con el sauce boxeador? —preguntó Lily con el ceño fruncido, Molly estaba igual que Lily.
—Lo que sucede —empezó a hablar Hermione, tratando de salvar a sus amigos de la furia de sus madres; y las dos pelirrojas le prestaron atención, igual que los merodeadores—, es que el sauce le destrozo la escoba a Harry.
—¡¿QUÉ?! —se lamentaron James y Sirius.
—¿Pero cómo ocurrió tal atrocidad? —preguntó James a su futuro hijo.
—Fue un accidente —respondió Harry—, pero ya se enteraran —culminó de hablar y antes de que su madre o Molly volvieran a interrogarlos, él le hizo una seña a Alicia para que siguiera leyendo.
La chica asintió y continuó leyendo al instante.

Regresaremos más o menos una semana antes de que comience el curso. Iremos a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros. ¿Podríamos vernos allí?
¡No dejes que los muggles te depriman!
Intenta venir a Londres.
Ron

Posdata: Percy ha ganado el Premio Anual. Recibió la notificación la semana pasada.

—¡Que decepción, sobrino! —exclamó horrorizadamente Fabian.
—¡Ya casi nos habíamos olvidado de que eras prefecto! —siguió Gideon.
Percy rodó los ojos con molestia.
—¡Cállense, ustedes dos! —gritó Molly, y todo el drama de sus hermanos gemelos paro en el acto que su hermana menor grito.
Harry volvió a mirar la foto. Percy, que estaba en el séptimo y último curso de Hogwarts, parecía especialmente orgulloso (Y de seguro no dejo de restregarles su logro a sus hermanos, susurró Giedon a su gemelo, el cual asintió). Se había colocado la medalla del Premio Anual en el fez que llevaba graciosamente sobre su pelo repeinado. Las gafas de montura de asta reflejaban el sol egipcio.
Los gemelos Weasley y los gemelos Prewett bufaron, pero sonrieron inocentemente cuando notaron la mirada asesina de Molly.
Luego Harry cogió el regalo y lo desenvolvió. Parecía una diminuta peonza de cristal. Debajo había otra nota de Ron:

Harry:
Esto es un chivatoscopio de bolsillo. Si hay alguien cerca que no sea de fiar, en teoría tiene que dar vueltas y encenderse (Yo tengo una, pero creo que no sirve porque empieza a dar vueltas cuando estoy cerca de Colagusano, comentó Sirius. A lo que el trío de oro, se miraron entre ellos y asintieron). Bill dice que no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona, porque la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no sabía que Fred y George le habían echado escarabajos en la sopa.
—¡¿Qué?! —exclamó Bill con indignación. Mientras que los merodeadores, los gemelos Prewett, los Longbottom y Ted reían.
—No te molestes, hermanito, ya pasaron muchos años de eso —dijo Fred con una sonrisita.
—Y además te comiste la sopa y por lo que vi no hiciste ningún gesto de desagrado —ahora hablo George.
Aunque ahora Ron entendía que el chivatoscopio no dejaba de dar vueltas porque había detectado a la maldita rata traidora, y no por la broma de sus hermanos.
Hasta pronto,
Ron

Harry puso el chivatoscopio de bolsillo sobre la mesita de noche, donde permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la punta, reflejando las manecillas luminosas del reloj. Lo contempló durante unos segundos, satisfecho, y luego cogió el paquete que había llevado Hedwig.
También contenía un regalo envuelto en papel, una tarjeta y una carta, esta vez de Hermione:
Lily les dedico una mirada de agradecimiento a Ron y Hermione.

Querido Harry:
Ron me escribió y me contó lo de su conversación telefónica con tu tío Vernon. Espero que estés bien.
Bueno, lo que se dice bien, bien no estaba, pensaba Harry.
En estos momentos estoy en Francia de vacaciones y no sabía cómo enviarte esto (¿y si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces apareció Hedwig! Creo que quería asegurarse de que, para variar, recibías un regalo de cumpleaños (Sin duda, esa lechuza es muy lista, comentó Alice). El regalo te lo he comprado por catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El Profeta (me he suscrito, hay que estar al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico) (Eso es muy cierto, pensó Ojoloco). ¿Has visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto a que está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia… los brujos del antiguo Egipto eran fascinantes.
Ron no pudo evitar reír.
—Ay, Hermione, tú siempre pensando en estudiar —dijo el pelirrojo.
—Sí, igual que alguien que nosotros conocemos muy bien —susurró Sirius para que solo lo escuchara James.
Ambos asintieron mirando a Remus.
Aquí también tienen un interesante pasado en cuestión de brujería (Pog supuesto que sí, afirmó Fleur). He tenido que reescribir completa la redacción sobre Historia de la Magia para poder incluir algunas cosas que he averiguado. Espero que no resulte excesivamente larga: comprende dos pergaminos más de los que había pedido el profesor Binns.
Todos miraron a Hermione con sorpresa, incluso Lily que era muy aplicada.
—¡Dos pergaminos más! —exclamaron James y Sirius, mirando a Hermione casi con horror.
Hermione se sonrojo.
—Ya dejen de molestarla —Remus regaño a sus amigos, los cuales solo rodaron los ojos.
Pero Hermione se sentía feliz de que Remus la haya defendido. Y cuando sus miradas se chocaron, ella le regalo una sonrisa, sonrisa que fue correspondida por el licántropo.
Ron dice que irá a Londres la última semana de vacaciones. ¿Podrías ir tú también? ¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos veremos en el expreso de Hogwarts el 1 de septiembre.
Besos de
Hermione

Posdata: Ron me ha dicho que Percy ha recibido el Premio Anual. Me imagino que Percy estará en una nube. A Ron no parece que le haga mucha gracia.

Percy volvió a rodar los ojos.
—Debes de reconocer que fuiste muy presumido —le dijo Ron.
Percy no respondió, pero estaba sonrojado.
Harry volvió a sonreír mientras dejaba a un lado la carta de Hermione y cogía el regalo. Pesaba mucho (Cientos y cientos de libros, dijo Sirius, y Hermione frunció el ceño). Conociendo a Hermione, estaba convencido de que sería un gran libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón le dio un vuelco cuando quitó el papel y vio un estuche de cuero negro con unas palabras estampadas en plata: EQUIPO DE MANTENIMIENTO DE ESCOBAS VOLADORAS.
—¿Qué? ¿Es en serio? —cuestionó Sirius, Harry asintió—. ¡Increíble! —agregó luego de dar una mirada a la castaña.
—¡No puedo creerlo! —dijo James, también mirando a Hermione.
Lily y Remus miraban a ese par y negaban con la cabeza.
—¡Ostras, Hermione! —murmuró Harry, abriendo el estuche para echar un vistazo. Contenía un tarro grande de abrillantador de palo de escoba marca Fleetwood, unas tijeras especiales de plata para recortar las ramitas, una pequeña brújula de latón para los viajes largos en escoba y un Manual de mantenimiento de la escoba voladora.
—Lo que todo jugador de quidditch debería tener —comentó Oliver.
Después de sus amigos, lo que Harry más apreciaba de Hogwarts era el quidditch, el deporte que contaba con más seguidores en el mundo mágico. Era muy peligroso, muy emocionante, y los jugadores iban montados en escoba. Harry era muy bueno jugando al quidditch (Como todo Potter, dijo James con orgullo. Snape solo hizo un gesto de molestia al escucharlo). Era el jugador más joven de Hogwarts de los últimos cien años. Uno de sus trofeos más estimados era la escoba de carreras Nimbus 2.000.
—Sí, tu pobre Nimbus 2.000 —comentó Seamus, negando con la cabeza.
—Es cierto, comentaron algo de que el sauce boxeador destrozo tu escoba —dijo Frank recordando la conversación de hace un rato.
Harry asintió.
Y Alicia comenzó a leer, ante de que la volvieran a interrumpir.
Harry dejó a un lado el estuche y cogió el último paquete. Reconoció de inmediato los garabatos que había en el papel marrón: aquel paquete lo había enviado Hagrid, el guardabosques de Hogwarts (Todos miraron al semi-gigante, y este solo atenido a sonreír muy sonrojado). Desprendió la capa superior de papel y vislumbró una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera desenvolverlo del todo, el paquete tembló y lo que estaba dentro emitió un ruido fuerte, como de fauces que se cierran.
—¡Por Merlín, Hagrid! ¿Qué fue lo que le enviaste? —preguntó una exaltada McGonagall.
El semi-gigante aun sonrojado respondió:
—Solo un útil material de escuela.
Lily miró a su futuro hijo para que le dijera que cosa era, pero este solo se encogió de hombros traviesamente.
Harry se estremeció. Sabía que Hagrid no le enviaría nunca nada peligroso a propósito, pero es que las ideas de Hagrid sobre lo que podía resultar peligroso no eran muy normales (Lo siento, se disculpó Harry, mientras los demás reían): Hagrid tenía amistad con arañas gigantes; había comprado en las tabernas feroces perros de tres cabezas; y había escondido en su cabaña huevos de dragón (lo cual estaba prohibido).
McGonagall miró desaprobatoriamente a Hagrid, pero Dumbledore le sonreía a su inmenso amigo.
Harry tocó el paquete con el dedo, con temor. Volvió a hacer el mismo ruido de cerrar de fauces. Harry cogió la lámpara de la mesita de noche, la sujetó firmemente con una mano y la levantó por encima de su cabeza, preparado para atizar un golpe. Entonces cogió con la otra mano lo que quedaba del envoltorio y tiró de él.
—¿Qué era? —se escuchó la misma pregunta de varios.
—Ahora lo sabrán —respondió Dean, sonriendo.
Cayó un libro (¿Un Libro?, preguntaron muchos con sorpresa. “Pero no un libro cualquiera”, respondieron el trío de oro al unisonó). Harry sólo tuvo tiempo de ver su elegante cubierta verde, con el título estampado en letras doradas, El monstruoso libro de los monstruos, antes de que el libro se levantara sobre el lomo y escapara por la cama como si fuera un extraño cangrejo.
—¿Le enviaste un libro que podría arrancarle un dedo? —preguntó una horrorizada Lily.
Hagrid se volvió a sonrojar.
—Tranquila, mamá —clamó Harry—, tengo los dedos completos —le mostro sus manos con sus diez dedos intactos.
Lily respiró tranquila, y Harry suspiró con alivio.
—Oh… ah —susurró Harry.
Cayó de la cama produciendo un golpe seco y recorrió con rapidez la habitación, arrastrando las hojas. Harry lo persiguió procurando no hacer ruido. Se había escondido en el oscuro espacio que había debajo de su mesa. Rezando para que los Dursley estuvieran aun profundamente dormidos, Harry se puso a cuatro patas y se acercó a él.
—Vaya, un libro que puede morder… —comenzó Fred.
—… y nos parientes que parecen monstruos del otro lado —terminó George, causando la risa de los merodeadores, pero Lily hizo una mueca.
Ella aún se preguntaba porque Petunia —su hermana— trataba tan mal a su hijo, si ella siempre había sido buena con ella. Pero no cabía duda de que Petunia todavía no le perdonaba a Lily que tuviera magia y ella no.
—¡Ay!
El libro se cerró atrapándole la mano y huyó batiendo las hojas, apoyándose aún en las cubiertas. Harry gateó, se echó hacia delante y logró aplastarlo. Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el dormitorio contiguo.
Por su parte Narcissa Malfoy miraba con reprobación al semi-gigante porque a su hijo también le pudo haber mordido el libro.
Hedwig y Errol lo observaban con interés mientras Harry sujetaba el libro fuertemente entre sus brazos, se iba a toda prisa hacia los cajones del armario y sacaba un cinturón para atarlo. El libro monstruoso tembló de ira, pero ya no podía abrirse ni cerrarse, así que Harry lo dejó sobre la cama y cogió la carta de Hagrid.
—Ese libro tiene complejo de perro, pero lo bueno es que pudo controlarlo —dijo Fabian.
—Sí, e igual que a todo perro lo controlaron amarrándolo —siguió Gideon.
—¡Oigan! —se quejó Sirius, visiblemente ofendido.
—¿Qué? No te estamos diciendo nada a ti —dijeron los gemelos Prewett, encogiéndose de hombros.
Mientras los otros dos merodeadores, el trío de oro y los gemelos Weasley reían de la cara enfurruñada de Sirius.

Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños!
He pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso. De momento no te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos.
Espero que los muggles te estén tratando bien.
Con mis mejores deseos,
Hagrid

A Harry le dio mala espina que Hagrid pensara que podía serle útil un libro que mordía (Y lo fue, reconoció Harry, sonriendo a su amigo semi-gigante), pero dejó la tarjeta de Hagrid junto a las de Ron y Hermione, sonriendo con más ganas que nunca. Ya sólo le quedaba la carta de Hogwarts.
Percatándose de que era más gruesa de lo normal, Harry rasgó el sobre, extrajo la primera página de pergamino y leyó:

Estimado señor Potter:
Le rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el 1 de septiembre. El expreso de Hogwarts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de King’s Cross, anden nueve y tres cuartos.
A los alumnos de tercer curso se les permite visitar determinados fines de semana el pueblo de Hogsmeade (Sí, por fin las visitas a Hogsmeade, comentó Sirius felicidad). Le rogamos que entregue a sus padres o tutores el documento de autorización adjunto para que lo firmen.
Harry frunció levemente el ceño porque su tío no le firmo la autorización, pero luego recordó que Fred y George le dieron el mapa del merodeador, y aunque sin permiso él pudo visitar el pueblo ese curso.
—¿Te firmaron la autorización? —le preguntó Lily a Harry.
Harry negó con la cabeza.
—Pero no fue necesario —respondió el pelinegro, a lo que los merodeadores y Lily lo miraron con confusión.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Remus.
—Pronto lo sabrán —respondió Harry compartiendo una sonrisa cómplice con los gemelos Weasley.
También se adjunta la lista de libros del próximo curso.
Atentamente,
Profesora M. McGonagall
Subdirectora

Harry extrajo la autorización para visitar el pueblo de Hogsmeade, y la examinó, ya sin sonreír. Sería estupendo visitar Hogsmeade los fines de semana; sabía que era un pueblo enteramente dedicado a la magia y nunca había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios iba a convencer a sus tíos de que le firmaran la autorización?
—Tal vez con una mentira —dijo Fabian.
—O un chantaje —dijo Gideon.
—Tal vez —dijo Harry, recordando que chantajeó a su tío para que le firmara la autorización, pero no dio los resultados que quería.
Miró el despertador. Eran las dos de la mañana.
Decidió pensar en ello al día siguiente, se metió en la cama y se estiró para tachar otro día en el calendario que se había hecho para ir descontando los días que le quedaban para regresar a Hogwarts (En ese momento se vieron identificados con Harry —aunque Snape con incomodidad— porque ellos también contaban los días para regresar a Hogwarts). Se quitó las gafas y se acostó para contemplar las tres tarjetas de cumpleaños.
Aunque era un muchacho diferente en muchos aspectos, en aquel momento Harry Potter se sintió como cualquier otro: contento, por primera vez en su vida, de que fuera su cumpleaños.
Mi pobre niño, pensaba Lily mirando a su hijo.
—Fin del primer capítulo —anunció Alicia.
Dumbledore asintió, y dirigió su vista a alguien especial, que en ese momento estaba mirando a Remus.
—Señora Granger —llamó el director y esta pego un bote al ser descubierta mirando a su futuro esposo por Dumbledore, y sonrojada contestó:
—¿Sí?
—Le gustaría leer el siguiente capítulo —Hermione asintió, aun sonrojada, y el libro levito hasta que ella lo tomo con sus manos.


Hola, mis queridas lectoras…
Lamento no haber actualizado el día que les dije, pero tuve un contratiempo; espero que me disculpen.
Solo quería recordarles que a partir del tercer libro cambiare algunas cosas del libro —solo referente a Hermione y sus sentimientos por Ron— pero todo lo demás quedara como la J.K. Rowling lo escribió. Solo espero que les guste este primer capítulo del tercer libro, y ya saben comente, bien si les gusto o como todo lo contrario.
Bien, hasta el siguiente capítulo, hermosas, cuídense y besos y abrazos a todas

4 comentarios:

  1. Oh gracias por actualizar, me encantó el capítulo, me reí mucho, me encanta la tensión que hay entre remus y hermione, me encantó, bueno gracias y nos leemos en un nuevo capítulo

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  2. Te extrañaba mucho tu historia es adictiva

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  3. hola me encanta tu historia actualiza pronto

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  4. ya me he leído el capitulo tres veces, de verdad te quedo muy bueno, me encanto mucho, ya estoy esperando el próximo capitulo, ademas que ahí es la primera vez que nombran que sirius black escapo de la cárcel, quiero saber cual sera su reacción, y como reaccionaran los demás, me encanta la tencion que hay entre hermione y remus, amo este libro, va a ser genial el momento en que comiences a acercar a la pareja.
    bueno, eso, espero que estés muy bien, que tu tesis te este quedando genial como esta historia, ojala puedas actualizar pronto, estaré en la espera de un nuevo capitulo, besos, adiós :)

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