Hermione en verdad estaba
muy agradecida con Ron, porque gracias a él, ella pudo salir de ese momento tan
incómodo. Embrollo en el que ella misma no se dio cuenta como se metió.
Pero Hermione no se
sentía bien ocultándole cosas a Remus, puesto que sabía que tarde o temprano él
se iba a enterar de su unión y del hijo que ambos engendraron.
Hermione suspiró; y no
pudendo más con ese sentimiento de culpa —y aprovechando que Remus le hacia
otra pregunta a Ron— salió disparada hacia su habitación seguida de Crookshanks, diciendo un “Buenas noches, tengo demasiado que estudiar”.
Remus quiso detenerla, pero Ron
siguió hablando, entreteniéndolo.
Ya mañana platicaré con Hermione,
pensaba Remus.
Sirius salió del lugar donde estaba
ocultó y se acercó a su amigo y a Ron.
—¿Dónde estabas, Sirius? ¿Y qué era
eso que querías mostrarme? —preguntó Lupin viendo a su amigo con las manos
vacías.
—Ah, sobre eso, creo que lo deje en
la habitación que compartimos, ya otro día te lo mostraré —contestó Sirius
quitándole importancia, Remus solo negó con la cabeza, mientras Ron sonreía.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó
sin rodeos Ron a Sirius.
—¿Yo? —Sirius se hizo el ofendido—,
nada.
—Mejor no preguntes, suele ser muy…
complicado —dijo Remus, mirando a su amigo.
—¡Oye! Yo no soy complicado —se quejó
el animago.
Por otra parte Hermione ya se
encontraba en su habitación —con la pijama ya puesta— sentada sobre su cama.
—Estuvo cerca —murmuró Hermione—,
aunque si se lo hubiera contado todo de una vez. No —negó con la cabeza—,
todavía no es tiempo, porque si no quería tener nada conmigo porque no quería
“condenarme” a estar con él, ya me imagino como se pondría cuando sepa que él
es padre de mi bebé, estoy segura que ni siquiera me miraría.
Hermione se acomodó bien en su cama,
tratando de que su vientre no este de costado. Pero Hermione no pudo dormir
mucho, aun se encontraba preocupada.
Y cuando se dio por vencida, decidió
levantarse porque el sueño ya no vendría a ella. Con paciencia se dio una ducha
y luego se puso un vestido rosa suelo. Saco un libro se puso a leer hasta
cuando creyó conveniente salir de su habitación. Y Crookshanks como si fuera un guardaespaldas la seguía a cada paso
que daba su castaña ama.
Cuando llego junto con Ginny y Luna,
la pelirroja la miró fijamente.
—No has podido dormir, ¿verdad?
Tienes ojeras.
—Sí te contará —murmuró la castaña.
Luna la miró con comprensión,
seguramente Ron ya le había contado lo que había pasado.
Cuando las tres chicas llegaron al
mini comedor de la sala, todos ya estaban allí, se sentaron, Hermione se sentó
al medio de Harry y Ron; Ginny al otro costado de Harry, y Luna al otro lado de
Ron.
Hermione no miraba al frente porque
sabía que se encontraría con la mirada miel de Remus, pero aunque ella no lo
mirara podía sentir que él la miraba.
En todo el desayuno Hermione se la
paso callada, y Harry no paso de desapercibido ese detalle, puesto ya sabía lo
que había ocurrido la noche anterior, Ron se había encargado de contarle todo.
Por otra parte Remus miraba con
insistencia a Hermione, pero le molestaba que ella no le prestara la más mínima
atención, y cuando James o sirias le hablaban él solo le contestaba con
monosílabos, pero al instante se dieron cuenta del porque Remus no les hablaba,
siguieron la mirada de Remus y se encontraron con Hermione mirando su desayuno
como si fuera un tesoro escondido. James miró a Sirius y murmuró:
—¿Qué sucede?
—Luego te cuento —respondió el
animago, también en susurros.
Cuando todos hubieron terminaron de
desayunar, Dumbledore tomo la palabra.
—Buenos días a todos —empezó
Dumbledore con una ligera sonrisa—. Ahora empezaremos a leer el tercer libro
—sacó un libro de dentro de su túnica, y Harry vio con sorpresa la tapa del
libro, en ella había una pequeña caricatura de Hermione y él mismo montados
encima un hipogrifo —Buckbeack—
recordaba esa escena, fue cuando Hermione y él retrocedieron en el tiempo para
salvar a Sirius Black del beso del dementor.
Harry no pudo evitar mirar a su
padrino de reojo, y lo vio riendo con su padre, seguramente recordando alguna
anécdota. Pero algo dentro de él le preocupaba, y eso era la reacción de
Sirius, puesto que no creía que a nadie le gustara saber que paso 12 años en
prisión, y menos siendo inocente. Ginny lo abrazo mostrándole su apoyo.
Ahora le tocaba a ella recordar con
él esa etapa tan difícil para su novio y el padrino de este.
—¿A quién le gustaría leer el primer
capítulo? —preguntó el director, con el libro en la mano.
—Yo lo haré —dijo una chica de piel
trigueña y cabellos negros, estaba sentada al lado de Katie.
Dumbledore asintió, y le paso el
libro a la chica.
—Vamos, Alicia —la apuró Fred, cuando
se dio cuenta de que la chica se quedaba mirando la tapa del libro.
La chica asintió.
—El libro se titula Harry Potter y el Prisionero de Azkaban
—leyó Alicia Spinnet.
—¿Prisionero de Azkaban? —preguntó
Lily con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Y qué tiene que ver mi hijo con un
prisionero?
Más de lo que te podrías imaginar,
pensó Harry.
—No lo sé, Lily, pero me imagino que
muy pronto lo sabremos —respondió James.
Alicia abrió el libro en busca del
primer capítulo.
—“Lechuzas
mensajeras” —leyó Alicia.
Harry Potter era, en muchos sentidos,
un muchacho diferente (Que novedad, ironizó Sirius,
pero no dijo nada más al ver la mirada que le dedicaba Lily). Por un
lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del
año (No eres el único, dijo Sirius. Y Snape no de
muy humor tuvo que asentir estando de acuerdo); y por otro, deseaba de
verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la
noche (Y lo que nosotros hubiéramos dado por no
hacer los deberes, dijeron los gemelos Weasley, pero pusieron cara de ángeles
cuando notaron la mirada de su madre). Y además, Harry Potter era un
mago.
—Si no me dicen ese dato,
no podría creerlo —ironizó Lee y los gemelos Weasley y Prewett rieron.
Era casi medianoche y estaba tumbado en
la cama, boca abajo, tapado con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda
de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había
un libro grande, encuadernado en piel (Historia
de la Magia,
de Adalbert Waffling). Harry recorría la página con la punta de su pluma de
águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su
redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV».
—¡¿Qué?! —exclamó Fabian.
—¡Todavía siguen dejando
ese mismo estúpido ensayo! —bufó Gideon.
—A nosotros también nos
dejaron el mismo ensayo —dijo Sirius señalando a sus amigos y luego se señaló
el mismo.
La profesora McGonagall
los miró con seriedad.
—Señores Prewett, y señor
Black, un solo comentario más y volverán hacer el mismo ensayo —los amenazó.
—Pero nosotros ya
terminamos nuestros estudios —alegaron los Prewett.
—Y yo…
—Silencio —dijo
McGonagall—. Ya se los advertí —sentenció. A lo que los tres no pudieron más
que asentir.
La pluma se detuvo en la parte superior
de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, acercó
la linterna al libro y leyó:
—En serio tenemos que
escuchar sobre Historia de la Magia —comentó Sirius.
—Mejor cállate, Canuto,
claro, siempre y cuando quieras volver a hacer el ensayo sobre «La inutilidad
de la quema de brujas en el siglo XIV» como dijo McGonagall —dijo Remus mirando
de reojo a Hermione.
En la Edad Media, los no magos
(comúnmente denominados muggles)
sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en
reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja,
la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un
sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía
de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le
gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete
veces con distintos aspectos.
—Ese es un desgaste
inútil de magia —dijo George.
—Claro —asintió su
gemelo—, podría haber usado toda esa magia para inventar bromas —los
merodeadores, los gemelos Prewett y Lee asintieron.
Harry se puso la pluma entre los
dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lentamente
y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir,
deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley, al
pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que lo
encerraran bajo llave hasta el final del verano en el armario que había debajo
de las escaleras.
Lily contaba hasta cien
—porque contar hasta diez ya no lograba calmarla— para no ir en ese mismo
momento hacia su hermana y su futuro esposo y lanzarle hechizos.
James reconociendo el
humor de su novia, paso su brazo por los hombros de la pelirroja para calmarla.
—Lo cambiaremos todo —le
susurró el chico y Lily lo miró directo a sus ojos y asintió.
La familia Dursley, que vivía en el
número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Harry no pudiera tener nunca
vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos
parientes vivos que tenía Harry (Desgraciadamente,
murmuró Sirius). Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy
medieval (Muchos bufaron ante esta declaración).
En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harry; que
habían sido brujos (Para sorpresa de todos James no
hizo sus acostumbrados dramas ante lo leído anteriormente, él solo negó con la
cabeza). Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la
esperanza de extirpar lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto (Esa es una gran estupidez, no se le puede quitar la
magia alguien que ya ha nacido mago, dijo Frank. Muchos asintieron ante su
afirmación). Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de
que alguien pudiera descubrir que Harry había pasado la mayor parte de los
últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería (Y eso fue lo mejor que me pudo haber pasado, pensaba
Harry). Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar
bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al
inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos.
Estúpidos muggles,
maldecía Sirius internamente, a la vez que apretaba sus puños por debajo de la
mesa.
—Eso no es normal —dijo
Andrómeda.
—Estamos hablando de mi
hermana y su futuro esposo —respondió Lily con un poco rencor en las palabras.
Andrómeda asintió mirando
a la pelirroja. La comprendía, porque de solo imaginar a su pequeña Nimphadora
al cuidado de una de sus hermanas —miró de reojo a Narcissa y pensó en Bellatrix—
le ponía la piel de gallina, ellas dos que eran unas defensoras de la sangre
pura, y su hija que era una mestiza. Estaba segura de que la tratarían peor que
a un elfo doméstico solo por no ser una sangre pura como ellas.
Movió ligeramente la
cabeza tratando de sacarse esos pensamientos.
Para Harry había representado un grave
problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le
habían puesto muchos deberes para el verano (Eso
era lo peor del verano, hacer los deberes, dijo George y su gemelo asintió.
McGonagall negó con la cabeza mirando a ese par de pelirrojos). Uno de
los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger; era para el
profesor menos estimado por Harry, Snape (Severus
hizo una meca de desagrado), que estaría encantado de tener una excusa
para castigar a Harry durante un mes (Pero luego
Snape sonrió ante la perspectiva). Así que, durante la primera semana de
vacaciones, Harry aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y
Dudley estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío
Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara), (Típico de Petunia, dijo Lily negando con la cabeza)
Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura del armario de debajo de las
escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no
dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué
enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.
—Bueno —empezó Sirius—,
quitando el hecho de que fuiste por tus libros, fue muy merodeador lo que
hiciste —terminó Sirius guiñándole un ojo a su futuro ahijado.
Harry sonrió ante el
gesto tan infantil de su padrino.
—Eso es cierto —apoyaron
James y Remus con una sonrisa.
Hermione por fin se
atrevió a mirar a Remus, y lo que vio le gusto. Remus estaba sonriendo con sus
amigos, comportándose como un despreocupado adolescente, a ella siempre le
había causado curiosidad saber cómo había sido su esposo en su adolescencia,
pero en esos tiempos no podían hablar mucho de su época de estudiante de Remus
—aunque él solo le había dicho que era muy estudioso igual que ella— porque la
guerra estaba en todo su apogeo, y lo único que hacían era estar en alerta
siempre. Aunque claro, Hermione siempre buscaba momentos para estar con el hombre
que amaba, ama y amara.
Harry no quería problemas con sus tíos
y menos en aquellos momentos, porque estaban enfadados con él, y todo porque
cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica
de un compañero mago.
Sirius iba a preguntar
quién había sido, si Hermione o Ron, pero este último se delato solo, su rostro
estaba completamente rojo.
—¡Fuiste tú, Ron! —soltó
Sirius entre carcajadas.
—Eso era obvio, Sirius
—dijo Remus, y Sirius dejo de reír para mirar a su amigo—, Hermione por ser
hija de muggles sabía perfectamente usar el teléfono, en cambio Ron no.
Hermione asintió.
—Sí, creo que tiene
sentido —murmuró el animago.
Ron Weasley, que era uno de los mejores
amigos que Harry tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto
significaba que sabía muchas cosas que Harry ignoraba, pero nunca había
utilizado el teléfono.
—¡Oh, eso fue muy
vergonzoso! —susurró Ron, y Luna le dio unas palmaditas en la espalda para
reconfortarlo.
Por desgracia, fue tío Vernon quien
respondió:
—¿Diga?
Harry, que estaba en ese momento en la
habitación, se quedó de piedra al oír que era Ron quien respondía.
—¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA
HABLAR CON HARRY POTTER!
Ron daba tales gritos que tío Vernon
dio un salto y alejó el teléfono de su oído por lo menos medio metro, mirándolo
con furia y sorpresa.
Todos soltaron risas
estridentes —y Crookshanks que dormía plácidamente al lado de Hermione despertó de golpe—
y Harry, Ginny, Hermione y Luna trataban disimular sus carcajadas, pero al
final no pudieron, pero para sorpresa de todos el sonrojado Ron también empezó
a reír.
—¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al
auricular—. ¿QUIÉN ES?
—Él también grito —dijo
Ron tratando de defenderse de su error.
—Pero eso fue porque tú
también gritaste, pequeño Ronnie —se burlaron los gemelos Weasley.
—¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez,
como si el tío Vernon y él estuvieran comunicándose desde los extremos de un
campo de fútbol—. SOY UN AMIGO DE HARRY, DEL COLEGIO.
—Y ese si fue un gran
error —dijo Ted.
Los minúsculos ojos de tío Vernon se
volvieron hacia Harry; que estaba inmovilizado.
—¡AQUÍ NO VIVE NINGÚN HARRY POTTER!
—gritó tío Vernon, manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el
teléfono pudiera estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR
AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA!
—¿No creen que eso fue
algo ilógico? —preguntó Alice y todos le dirigieron miradas interrogativas—, lo
que quiero decir es que supuestamente ese hombre
no sabe de qué colegio le hablan, pero al final advierte que no vuelva a llamar
y que no se acerque a su familia.
—Tío Vernon tenía miedo
—dijo Harry, encogiéndose de hombros.
Colgó el teléfono como quien se
desprende de una araña venenosa.
La bronca que siguió fue una de las
peores que le habían echado.
—¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A
GENTE COMO… COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándolo de saliva.
—Es un maldito —dijo
Molly enfadada.
—Y un cerdo —agregó Fred,
su gemelo asintió.
Ron, obviamente, comprendió que había
puesto a Harry en un apuro, porque no volvió a llamar (Lo
siento por eso, se disculpó Ron. Y Harry solo sonrió y dijo: “Ya paso”).
La mejor amiga de Harry en Hogwarts, Hermione Granger, tampoco lo llamó. Harry
se imaginaba que Ron le había dicho a Hermione que no lo llamara (Eso fue exactamente lo que hizo, confirmó Hermione),
lo cual era una pena, porque los padres de Hermione, la bruja más inteligente
de la clase de Harry (Hermione levemente sonrojada
sonrió ante ese cumplido), eran muggles, y ella sabía muy bien cómo
utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto suficiente para no
revelar que estudiaba en Hogwarts.
—Eso es más que obvio
—dijo Hannah Abbott.
De manera que Harry había permanecido
cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel verano
estaba resultando casi tan desagradable como el anterior (Ya lo creo, con unos tíos como esos, dijeron los gemelos
Prewett fingiendo un escalofrío). Sólo había una pequeña mejora: después
de jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Harry
le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedwig
(Esa es una
mejora para la lechuza, no para ti, dijo James).
Tío Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedwig
cuando permanecía todo el tiempo encerrada.
—Seguro debe ser horrible
estar encerrado —comentó Sirius.
Harry, Ron, y Hermione
compartieron una mirada apenada. Mirada que para todo paso desapercibida, menos
para uno, Remus si se dio cuenta de esa mirada, y se preguntaba qué era lo que
escondían.
Harry terminó de escribir sobre
Wendelin la Hechicera e hizo una pausa para volver a escuchar. Sólo los
ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme primo Dudley rompían el silencio de
la casa (Vaya, y ni siquiera te dejaban dormir
bien, comentó Seamus). Debía de ser muy tarde. A Harry le picaban los
ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche siguiente…
Tapó el tintero, sacó una funda de
almohada de debajo de la cama, metió dentro la linterna, la Historia
de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero,
se levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado
que estaba suelta (Guau, cualquiera pensaría que
estas guardando todo el oro del mundo allí dentro, comentó George). Se
puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfera luminosa del despertador de
la mesilla de noche.
Era la una de la mañana. Harry se
sobresaltó: hacía una hora que había cumplido trece años y no se había dado
cuenta.
—¿Cómo que no te habías
dado cuenta de tu propio cumpleaños? —preguntó Neville.
—No lo sé —respondió Harry,
encogiéndose de hombros.
Harry aún era un muchacho diferente en
otro aspecto: en el escaso entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca
había recibido una tarjeta de felicitación. Los Dursley habían pasado por alto
sus dos últimos cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a
acordarse del siguiente.
—Cuando todo esto cambie,
porque estoy segura que va a cambiar, te celebraremos todos tus cumpleaños —le
prometió Lily con dulzura.
—Por supuesto —dijo
James, asintiendo.
Harry atravesó a oscuras la habitación,
pasando junto a la gran jaula vacía de Hedwig,
y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar y notó
con agrado en la cara, después del largo rato pasado bajo las mantas, el
frescor de la noche. Hacía dos noches que Hedwig
se había ido. Harry no estaba preocupado por ella (en otras
ocasiones se había ausentado durante períodos equivalentes), pero esperaba que
no tardara en volver (Y no se tardó, recordó Harry
a su vieja amiga, que tanto extrañaba). Era el único ser vivo en aquella
casa que no se asustaba al verlo.
—Es que Hedwig y Harry eran los únicos que no
tenían deficiencia mental —dijo Andrómeda. A lo que Lily soltó una pequeña
risita.
Aunque Harry seguía siendo demasiado
pequeño y esmirriado para su edad, había crecido varios centímetros durante el
último año. Sin embargo, su cabello negro azabache seguía como siempre: sin
dejarse peinar. No importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía (Y nunca lo hará, afirmaron Sirius y Remus, mirando con
una sonrisa a su amigo pelinegro. El cual en su defensa dijo: “Es que esa es la
marca Potter”). Tras las gafas tenía unos ojos verdes brillantes (Eso si es muy Lily, comentó Remus), y sobre la
frente, claramente visible entre el pelo, una cicatriz alargada en forma de
rayo.
Por un momento Lily
sonrió por la mención de que su hijo había heredado el color de sus ojos, pero
no le duró mucho la alegría, puesto que ahora hacían referencia a esa marca.
Aquella cicatriz era la más
extraordinaria de todas las características inusuales de Harry. No era, como le
habían hecho creer los Dursley durante diez años, una huella del accidente de
automóvil que había acabado con la vida de los padres de Harry (Eso no es más que una mentira, bufó Hagrid),
porque Lily y James Potter no habían muerto en un accidente de tráfico, sino
asesinados. Asesinados por el mago tenebroso más temido de los últimos cien
años: lord Voldemort (James y Lily empalidecieron
al oír que morirían y dejarían a su hijo solo con los Dursley. Porque no importaba
las veces que escucharan que morirían, simplemente se les hacía tan irreal).
Harry había sobrevivido a aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la
frente cuando el hechizo de Voldemort, en vez de matarlo, había rebotado contra
su agresor. Medio muerto, Voldemort había huido…
—Cobarde —bufaron los
gemelos Prewett.
A lo que Lucius puso mala
cara. Aun se le hacía tan irreal que su
señor haya sido vencido por un niño de apenas un año y meses.
—Pero a todo esto, como
es que Voldemort sobrevivió si la maldición asesina reboto en él, no debería
estar muerto —preguntó Sirius con confusión.
Todos los del pasado
prestaron a tención a este detalle que aún no habían pensado.
—Esa es una buena
pregunta, Black —dijo Ojoloco con su típica voz ronca y fría.
En ese mismo momento la
mirada de Harry se cruzó con la de Dumbledore, y no hubo necesidad de palabras
ambos sabían lo que Voldemort había hecho para sobrevivir.
Pero Harry había tenido que vérselas
con él desde el momento en que llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la ventana
su último encuentro, Harry pensó que si había cumplido los trece años era
porque tenía mucha suerte.
Suerte, pensó Snape
mirando de reojo como James abrazaba a Lily —la única mujer que amaba y amara—
esos malditos Potter siempre tienen suerte.
Miró el cielo estrellado, por si veía a
Hedwig, que quizá
regresara con un ratón muerto en el pico, esperando sus elogios. Harry miraba
distraído por encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que
comprendió lo que veía.
—¡No me digan que otra
vez fue el auto volador! —exclamaron los gemelos Prewett.
Y Molly miró fijamente a
Fred, George y Ron, pero estos negaron con la cabeza. Pero la matriarca parecía
no creerles.
—Esta vez nosotros no
llegamos en ningún auto volador —afirmaron los gemelos Weasley y Ron volvió a
asentir.
Perfilada contra la luna dorada y
creciendo a cada instante se veía una figura de forma extrañamente irregular
que se dirigía hacia Harry batiendo las alas. Se quedó quieto viéndola
descender. Durante una fracción de segundo, Harry no supo, con la mano en la
falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero entonces la extraña criatura
revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Harry, dándose cuenta de lo que
era, se hizo a un lado.
—¿Hedwig? —preguntó Frank.
—Sí —respondió Harry
asintiendo—, y venía acompañado —agregó.
Tres lechuzas penetraron por la
ventana, dos sosteniendo a otra que parecía inconsciente (Pobre Errol,
dijo Bill). Aterrizaron suavemente sobre la cama de Harry, y la lechuza
que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil. Llevaba
un paquete atado a las patas.
—Pobrecilla —comentó
Luna.
Harry reconoció enseguida a la lechuza
inconsciente. Se llamaba Errol y
pertenecía a la familia Weasley, Harry se lanzó inmediatamente sobre la cama,
desató los cordeles de las patas de Errol,
cogió el paquete y depositó a Errol en
la jaula de Hedwig.
Errol abrió un ojo
empañado, ululó débilmente en señal de agradecimiento y comenzó a beber agua a
tragos.
—En verdad pobre lechuza
—dijo Alice.
Harry volvió al lugar en que
descansaban las otras lechuzas. Una de ellas (una hembra grande y blanca como
la nieve) era su propia Hedwig.
También llevaba un paquete (¿Un paquete? ¿Y de
dónde lo saco?, preguntó James. Pero Harry no tuvo tiempo de responder porque
Alicia siguió leyendo) y parecía muy satisfecha de sí misma. Dio a Harry
un picotazo cariñoso cuando le quitó la carga, y luego atravesó la habitación
volando para reunirse con Errol.
Harry no reconoció a la tercera lechuza, que era muy bonita y de color pardo
rojizo, pero supo enseguida de dónde venía, porque además del correspondiente
paquete portaba un mensaje con el emblema de Hogwarts (¿De
Hogwarts? ¿Pero si todavía no es tiempo de vacaciones?, preguntó un confundido
Sirius). Cuando Harry le cogió la carta a esta lechuza, ella erizó las
plumas orgullosamente, estiró las alas y emprendió el vuelo atravesando la
ventana e internándose en la noche.
—¿No te habrás metido en
problemas durante el verano, verdad? —le preguntó Lily a su hijo, y este negó
con la cabeza.
Harry se sentó en la cama, cogió el
paquete de Errol,
rasgó el papel marrón y descubrió un regalo envuelto en papel dorado y la
primera tarjeta de cumpleaños de su vida (Lily,
James y los demás merodeadores se sintieron apenados por Harry, mientras que
los chicos del futuro nunca pensaron que el héroe del mundo mágico no recibiese
tarjetas ni regalos en sus cumpleaños). Abrió el sobre con dedos
ligeramente temblorosos. Cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de
periódico.
Ron y Ginny sonrieron al recordar su viaje a
Egipto.
—¿Por qué no me
sorprende? —empezó Fred.
—Sí, hay pequeño Ronnie,
tú y tu bendito recorte de ese diario —terminó George soltando una carcajada a
la cual se le unió su gemelo. Por otra parte Ron estaba tan sonrojado que no se
podía diferenciar donde estaba su cara o donde comenzaba su cabello.
Supo que el recorte de periódico
pertenecía al diario del mundo mágico El
Profeta porque la gente de la fotografía en
blanco y negro se movía. Harry recogió el recorte, lo alisó y leyó:
FUNCIONARIO
DEL MINISTERIO DE MAGIA
RECIBE
EL GRAN PREMIO
Arthur Weasley, director del
Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles, ha ganado el gran
premio anual Galleon Draw que entrega el diario El
Profeta.
Arthur sonrió complacido, aunque en realidad nunca imagino ganar ese
premio.
El
señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El
Profeta: «Gastaremos el dinero en unas
vacaciones estivales en Egipto, donde trabaja Bill, nuestro hijo mayor,
deshaciendo hechizos para el banco mágico Gringotts.»
La
familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el comienzo del nuevo
curso escolar de Hogwarts, donde estudian actualmente cinco hijos del
matrimonio Weasley.
—Fueron unas buenas
vacaciones —dijeron los gemelos Weasley.
—Claro que lo fueron
—corroboró Charlie.
—Lo único malo fue que no
pudimos meter en un sarcófago a Percy —dijo Fred riendo.
George, los gemelos
Prewett, James, Sirius y hasta Remus rieron de la ocurrencia de Fred. Mientras
Percy fruncía el ceño ante la broma de su hermano.
Molly negaba con la
cabeza.
Observó la fotografía en movimiento, y
una sonrisa se le dibujó en la cara al ver a los nueve Weasley ante una enorme
pirámide, saludándolo con la mano (Esa fue la
primera vez que los vi a todos juntos, recordó Harry con una sonrisa).
La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y calvo señor Weasley, los seis
hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo mostrara)
el pelo de un rojo intenso (Sirius miró a los Weasley,
pero detuvo su mirada en la menor de todos —Ginny— que estaba junto a Harry, y
este pasaba un brazo por los hombros de la chica, al igual que James con Lily. “La
maldición Potter”, pensó el animago y no pudo evitar sonreír). Justo en
el centro de la foto aparecía Ron, alto y larguirucho, con su rata Scabbers
(Harry, Ron,
Hermione, Ginny, los gemelos Weasley y Luna pusieron mala cara por la mención de
la rata. Y nuevamente los merodeadores se dieron cuenta de la mala reacción de
todos ellos cuando mencionaba a la mascota de Ron, y se preguntaban
porque se ponían de ese modo) sobre
el hombro y con el brazo alrededor de Ginny, su hermana pequeña.
Harry no sabía de nadie que mereciera
un premio más que los Weasley, que eran muy buenos y pobres de solemnidad (Molly sonrió maternamente a Harry, sonrisa que fue
correspondida por el pelinegro). Cogió la carta de Ron y la desdobló.
Querido Harry:
¡Feliz
cumpleaños!
Siento
mucho lo de la llamada de teléfono. Espero que los muggles no te dieran un mal
rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina que no debería haber gritado.
—Definitivamente no debiste haber gritado —dijo Hermione y a Ron se le
pusieron rojas las orejas.
Egipto
es estupendo. Bill nos ha llevado a ver todas las tumbas, y no te creerías las
maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían en ellas. Mi madre no dejó
que Ginny entrara en la última (Lo cual fue muy injusto, porque esa era la mejor
de todas, murmuró Ginny). Estaba llena de esqueletos
mutantes de muggles que habían profanado la tumba y tenían varias cabezas y
cosas así.
Cuando
mi padre ganó el premio de El Profeta no
me lo podía creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas
vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo curso.
—Y en serio la necesitabas, no creo
que hayas podido sobrevivir otro curso más con una varita defectuosa —dijo
Bill.
Ron asintió.
Harry recordaba muy bien cómo se le
había roto a Ron su vieja varita mágica. Fue cuando el coche en que los dos
habían ido volando a Hogwarts chocó contra un árbol del parque del colegio.
Ron bufó.
—Y pensar que ese curso
también nos tuvimos que ver con ese árbol —dijo Ron sin pensar.
—¿Cómo dices? —preguntaron
inmediatamente Lily y Molly.
—Gracias, Ron —ironizó Harry.
—¿Cómo que se tuvieron
que ver nuevamente con el sauce boxeador? —preguntó Lily con el ceño fruncido, Molly
estaba igual que Lily.
—Lo que sucede —empezó a
hablar Hermione, tratando de salvar a sus amigos de la furia de sus madres; y
las dos pelirrojas le prestaron atención, igual que los merodeadores—, es que
el sauce le destrozo la escoba a Harry.
—¡¿QUÉ?! —se lamentaron James
y Sirius.
—¿Pero cómo ocurrió tal
atrocidad? —preguntó James a su futuro hijo.
—Fue un accidente —respondió
Harry—, pero ya se enteraran —culminó de hablar y antes de que su madre o Molly
volvieran a interrogarlos, él le hizo una seña a Alicia para que siguiera
leyendo.
La chica asintió y
continuó leyendo al instante.
Regresaremos más o menos una
semana antes de que comience el curso. Iremos
a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros. ¿Podríamos
vernos allí?
¡No dejes que los muggles te
depriman!
Intenta venir a Londres.
Ron
Posdata: Percy ha ganado el
Premio Anual. Recibió la notificación la semana pasada.
—¡Que decepción, sobrino!
—exclamó horrorizadamente Fabian.
—¡Ya casi nos habíamos olvidado
de que eras prefecto! —siguió Gideon.
Percy rodó los ojos con
molestia.
—¡Cállense, ustedes dos! —gritó
Molly, y todo el drama de sus hermanos gemelos paro en el acto que su hermana
menor grito.
Harry volvió a mirar la foto. Percy,
que estaba en el séptimo y último curso de Hogwarts, parecía especialmente
orgulloso (Y de seguro no dejo de restregarles su
logro a sus hermanos, susurró Giedon a su gemelo, el cual asintió). Se
había colocado la medalla del Premio Anual en el fez que llevaba graciosamente
sobre su pelo repeinado. Las gafas de montura de asta reflejaban el sol
egipcio.
Los gemelos Weasley y los
gemelos Prewett bufaron, pero sonrieron inocentemente cuando notaron la mirada
asesina de Molly.
Luego Harry cogió el regalo y lo
desenvolvió. Parecía una diminuta peonza de cristal. Debajo había otra nota de
Ron:
Harry:
Esto
es un chivatoscopio de
bolsillo. Si hay alguien cerca que no sea de fiar, en teoría tiene que dar
vueltas y encenderse (Yo tengo una, pero creo que no sirve porque empieza a dar vueltas
cuando estoy cerca de Colagusano, comentó Sirius. A lo que el trío de oro, se
miraron entre ellos y asintieron). Bill dice
que no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona, porque
la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no sabía que Fred y
George le habían echado escarabajos en la sopa.
—¡¿Qué?! —exclamó Bill con indignación. Mientras que los merodeadores,
los gemelos Prewett, los Longbottom y Ted reían.
—No te molestes, hermanito, ya pasaron muchos años de eso —dijo Fred
con una sonrisita.
—Y además te comiste la sopa y por lo que vi no hiciste ningún gesto de
desagrado —ahora hablo George.
Aunque ahora Ron entendía que el chivatoscopio no dejaba de dar
vueltas porque había detectado a la maldita rata traidora, y no por la broma de
sus hermanos.
Hasta
pronto,
Ron
Harry puso el chivatoscopio de bolsillo
sobre la mesita de noche, donde permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la
punta, reflejando las manecillas luminosas del reloj. Lo contempló durante unos
segundos, satisfecho, y luego cogió el paquete que había llevado Hedwig.
También contenía un regalo envuelto en
papel, una tarjeta y una carta, esta vez de Hermione:
Lily les dedico una
mirada de agradecimiento a Ron y Hermione.
Querido Harry:
Ron
me escribió y me contó lo de su conversación telefónica con tu tío Vernon.
Espero que estés bien.
Bueno, lo que se dice bien, bien no estaba, pensaba Harry.
En
estos momentos estoy en Francia de vacaciones y no sabía cómo enviarte esto (¿y
si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces apareció Hedwig!
Creo que quería asegurarse de que, para variar, recibías un regalo de
cumpleaños (Sin duda, esa lechuza es muy lista, comentó Alice).
El regalo te lo he comprado por catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El
Profeta (me he suscrito, hay que estar
al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico) (Eso es muy cierto, pensó Ojoloco).
¿Has visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto a que
está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia… los brujos del antiguo
Egipto eran fascinantes.
Ron no pudo evitar reír.
—Ay, Hermione, tú siempre pensando en estudiar —dijo el pelirrojo.
—Sí, igual que alguien que nosotros conocemos muy bien —susurró Sirius
para que solo lo escuchara James.
Ambos asintieron mirando a Remus.
Aquí
también tienen un interesante pasado en cuestión de brujería (Pog supuesto que sí, afirmó
Fleur). He tenido que reescribir
completa la redacción sobre Historia de la Magia para poder incluir algunas
cosas que he averiguado. Espero que no resulte excesivamente larga: comprende
dos pergaminos más de los que había pedido el profesor Binns.
Todos miraron a Hermione con sorpresa, incluso Lily que era muy
aplicada.
—¡Dos pergaminos más! —exclamaron James y Sirius, mirando a Hermione casi
con horror.
Hermione se sonrojo.
—Ya dejen de molestarla —Remus regaño a sus amigos, los cuales solo
rodaron los ojos.
Pero Hermione se sentía feliz de que Remus la haya defendido. Y cuando
sus miradas se chocaron, ella le regalo una sonrisa, sonrisa que fue
correspondida por el licántropo.
Ron
dice que irá a Londres la última semana de vacaciones. ¿Podrías ir tú también?
¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos veremos en el expreso de
Hogwarts el 1 de septiembre.
Besos
de
Hermione
Posdata: Ron me ha dicho que
Percy ha recibido el Premio Anual. Me imagino que Percy estará en una nube. A
Ron no parece que le haga mucha gracia.
Percy volvió a rodar los
ojos.
—Debes de reconocer que
fuiste muy presumido —le dijo Ron.
Percy no respondió, pero
estaba sonrojado.
Harry volvió a sonreír mientras dejaba
a un lado la carta de Hermione y cogía el regalo. Pesaba mucho (Cientos y cientos de libros, dijo Sirius, y Hermione frunció
el ceño). Conociendo a Hermione, estaba convencido de que sería un gran
libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón le dio un vuelco cuando
quitó el papel y vio un estuche de cuero negro con unas palabras estampadas en
plata: EQUIPO DE MANTENIMIENTO DE ESCOBAS VOLADORAS.
—¿Qué? ¿Es en serio? —cuestionó
Sirius, Harry asintió—. ¡Increíble! —agregó luego de dar una mirada a la
castaña.
—¡No puedo creerlo! —dijo
James, también mirando a Hermione.
Lily y Remus miraban a
ese par y negaban con la cabeza.
—¡Ostras, Hermione! —murmuró Harry,
abriendo el estuche para echar un vistazo. Contenía un tarro grande de abrillantador
de palo de escoba marca Fleetwood, unas tijeras especiales de plata para
recortar las ramitas, una pequeña brújula de latón para los viajes largos en
escoba y un Manual de mantenimiento de la
escoba voladora.
—Lo que todo jugador de
quidditch debería tener —comentó Oliver.
Después de sus amigos, lo que Harry más
apreciaba de Hogwarts era el quidditch,
el deporte que contaba con más seguidores en el mundo mágico. Era muy
peligroso, muy emocionante, y los jugadores iban montados en escoba. Harry era
muy bueno jugando al quidditch (Como todo Potter,
dijo James con orgullo. Snape solo hizo un gesto de molestia al escucharlo).
Era el jugador más joven de Hogwarts de los últimos cien años. Uno de sus
trofeos más estimados era la escoba de carreras Nimbus 2.000.
—Sí, tu pobre Nimbus 2.000 —comentó Seamus, negando
con la cabeza.
—Es cierto, comentaron
algo de que el sauce boxeador destrozo tu escoba —dijo Frank recordando la conversación
de hace un rato.
Harry asintió.
Y Alicia comenzó a leer,
ante de que la volvieran a interrumpir.
Harry dejó a un lado el estuche y cogió
el último paquete. Reconoció de inmediato los garabatos que había en el papel
marrón: aquel paquete lo había enviado Hagrid, el guardabosques de Hogwarts (Todos miraron al semi-gigante, y este solo atenido a
sonreír muy sonrojado). Desprendió la capa superior de papel y vislumbró
una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera desenvolverlo del
todo, el paquete tembló y lo que estaba dentro emitió un ruido fuerte, como de
fauces que se cierran.
—¡Por Merlín, Hagrid! ¿Qué
fue lo que le enviaste? —preguntó una exaltada McGonagall.
El semi-gigante aun
sonrojado respondió:
—Solo un útil material de
escuela.
Lily miró a su futuro
hijo para que le dijera que cosa era, pero este solo se encogió de hombros
traviesamente.
Harry se estremeció. Sabía que Hagrid
no le enviaría nunca nada peligroso a propósito, pero es que las ideas de
Hagrid sobre lo que podía resultar peligroso no eran muy normales (Lo siento, se disculpó Harry, mientras los demás reían):
Hagrid tenía amistad con arañas gigantes; había comprado en las tabernas
feroces perros de tres cabezas; y había escondido en su cabaña huevos de dragón
(lo cual estaba prohibido).
McGonagall miró
desaprobatoriamente a Hagrid, pero Dumbledore le sonreía a su inmenso amigo.
Harry tocó el paquete con el dedo, con
temor. Volvió a hacer el mismo ruido de cerrar de fauces. Harry cogió la
lámpara de la mesita de noche, la sujetó firmemente con una mano y la levantó
por encima de su cabeza, preparado para atizar un golpe. Entonces cogió con la
otra mano lo que quedaba del envoltorio y tiró de él.
—¿Qué era? —se escuchó la
misma pregunta de varios.
—Ahora lo sabrán —respondió
Dean, sonriendo.
Cayó un libro (¿Un
Libro?, preguntaron muchos con sorpresa. “Pero no un libro cualquiera”,
respondieron el trío de oro al unisonó). Harry sólo tuvo tiempo de ver
su elegante cubierta verde, con el título estampado en letras doradas, El
monstruoso libro de los monstruos, antes de que el
libro se levantara sobre el lomo y escapara por la cama como si fuera un
extraño cangrejo.
—¿Le enviaste un libro
que podría arrancarle un dedo? —preguntó una horrorizada Lily.
Hagrid se volvió a
sonrojar.
—Tranquila, mamá —clamó Harry—,
tengo los dedos completos —le mostro sus manos con sus diez dedos intactos.
Lily respiró tranquila, y
Harry suspiró con alivio.
—Oh… ah —susurró Harry.
Cayó de la cama produciendo un golpe
seco y recorrió con rapidez la habitación, arrastrando las hojas. Harry lo
persiguió procurando no hacer ruido. Se había escondido en el oscuro espacio
que había debajo de su mesa. Rezando para que los Dursley estuvieran aun
profundamente dormidos, Harry se puso a cuatro patas y se acercó a él.
—Vaya, un libro que puede
morder… —comenzó Fred.
—… y nos parientes que
parecen monstruos del otro lado —terminó George, causando la risa de los
merodeadores, pero Lily hizo una mueca.
Ella aún se preguntaba
porque Petunia —su hermana— trataba tan mal a su hijo, si ella siempre había sido
buena con ella. Pero no cabía duda de que Petunia todavía no le perdonaba a
Lily que tuviera magia y ella no.
—¡Ay!
El libro se cerró atrapándole la mano y
huyó batiendo las hojas, apoyándose aún en las cubiertas. Harry gateó, se echó
hacia delante y logró aplastarlo. Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el
dormitorio contiguo.
Por su parte Narcissa Malfoy
miraba con reprobación al semi-gigante porque a su hijo también le pudo haber
mordido el libro.
Hedwig y
Errol lo observaban con
interés mientras Harry sujetaba el libro fuertemente entre sus brazos, se iba a
toda prisa hacia los cajones del armario y sacaba un cinturón para atarlo. El
libro monstruoso tembló de ira, pero ya no podía abrirse ni cerrarse, así que
Harry lo dejó sobre la cama y cogió la carta de Hagrid.
—Ese libro tiene complejo
de perro, pero lo bueno es que pudo controlarlo —dijo Fabian.
—Sí, e igual que a todo
perro lo controlaron amarrándolo —siguió Gideon.
—¡Oigan! —se quejó
Sirius, visiblemente ofendido.
—¿Qué? No te estamos
diciendo nada a ti —dijeron los gemelos Prewett, encogiéndose de hombros.
Mientras los otros dos
merodeadores, el trío de oro y los gemelos Weasley reían de la cara enfurruñada
de Sirius.
Querido Harry:
¡Feliz
cumpleaños!
He
pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso. De momento no
te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos.
Espero
que los muggles te estén tratando bien.
Con
mis mejores deseos,
Hagrid
A Harry le dio mala espina que Hagrid
pensara que podía serle útil un libro que mordía (Y
lo fue, reconoció Harry, sonriendo a su amigo semi-gigante), pero dejó
la tarjeta de Hagrid junto a las de Ron y Hermione, sonriendo con más ganas que
nunca. Ya sólo le quedaba la carta de Hogwarts.
Percatándose de que era más gruesa de
lo normal, Harry rasgó el sobre, extrajo la primera página de pergamino y leyó:
Estimado señor Potter:
Le
rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el 1 de septiembre. El
expreso de Hogwarts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de
King’s Cross, anden nueve y tres cuartos.
A
los alumnos de tercer curso se les permite visitar determinados fines de semana
el pueblo de Hogsmeade (Sí, por fin las visitas a Hogsmeade, comentó Sirius felicidad).
Le rogamos que entregue a sus padres o tutores el documento de autorización
adjunto para que lo firmen.
Harry frunció levemente el ceño porque su tío no le firmo la autorización,
pero luego recordó que Fred y George le dieron el mapa del merodeador, y aunque
sin permiso él pudo visitar el pueblo ese curso.
—¿Te firmaron la autorización? —le preguntó Lily a Harry.
Harry negó con la cabeza.
—Pero no fue necesario —respondió el pelinegro, a lo que los
merodeadores y Lily lo miraron con confusión.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Remus.
—Pronto lo sabrán —respondió Harry compartiendo una sonrisa cómplice
con los gemelos Weasley.
También
se adjunta la lista de libros del próximo curso.
Atentamente,
Profesora
M. McGonagall
Subdirectora
Harry extrajo la autorización para
visitar el pueblo de Hogsmeade, y la examinó, ya sin sonreír. Sería estupendo
visitar Hogsmeade los fines de semana; sabía que era un pueblo enteramente
dedicado a la magia y nunca había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios
iba a convencer a sus tíos de que le firmaran la autorización?
—Tal vez con una mentira —dijo
Fabian.
—O un chantaje —dijo
Gideon.
—Tal vez —dijo Harry,
recordando que chantajeó a su tío para que le firmara la autorización, pero no
dio los resultados que quería.
Miró el despertador. Eran las dos de la
mañana.
Decidió pensar en ello al día
siguiente, se metió en la cama y se estiró para tachar otro día en el
calendario que se había hecho para ir descontando los días que le quedaban para
regresar a Hogwarts (En ese momento se vieron
identificados con Harry —aunque Snape con incomodidad— porque ellos también
contaban los días para regresar a Hogwarts). Se quitó las gafas y se
acostó para contemplar las tres tarjetas de cumpleaños.
Aunque era un muchacho diferente en
muchos aspectos, en aquel momento Harry Potter se sintió como cualquier otro:
contento, por primera vez en su vida, de que fuera su cumpleaños.
Mi pobre niño, pensaba
Lily mirando a su hijo.
—Fin del primer capítulo —anunció
Alicia.
Dumbledore asintió, y dirigió
su vista a alguien especial, que en ese momento estaba mirando a Remus.
—Señora Granger —llamó el
director y esta pego un bote al ser descubierta mirando a su futuro esposo por Dumbledore,
y sonrojada contestó:
—¿Sí?
—Le gustaría leer el
siguiente capítulo —Hermione asintió, aun sonrojada, y el libro levito hasta
que ella lo tomo con sus manos.
Hola, mis queridas lectoras…Lamento no haber actualizado el día que les dije, pero tuve un contratiempo; espero que me disculpen.Solo quería recordarles que a partir del tercer libro cambiare algunas cosas del libro —solo referente a Hermione y sus sentimientos por Ron— pero todo lo demás quedara como la J.K. Rowling lo escribió. Solo espero que les guste este primer capítulo del tercer libro, y ya saben comente, bien si les gusto o como todo lo contrario.Bien, hasta el siguiente capítulo, hermosas, cuídense y besos y abrazos a todas ♥
Oh gracias por actualizar, me encantó el capítulo, me reí mucho, me encanta la tensión que hay entre remus y hermione, me encantó, bueno gracias y nos leemos en un nuevo capítulo
ResponderEliminarTe extrañaba mucho tu historia es adictiva
ResponderEliminarhola me encanta tu historia actualiza pronto
ResponderEliminarya me he leído el capitulo tres veces, de verdad te quedo muy bueno, me encanto mucho, ya estoy esperando el próximo capitulo, ademas que ahí es la primera vez que nombran que sirius black escapo de la cárcel, quiero saber cual sera su reacción, y como reaccionaran los demás, me encanta la tencion que hay entre hermione y remus, amo este libro, va a ser genial el momento en que comiences a acercar a la pareja.
ResponderEliminarbueno, eso, espero que estés muy bien, que tu tesis te este quedando genial como esta historia, ojala puedas actualizar pronto, estaré en la espera de un nuevo capitulo, besos, adiós :)