domingo, 28 de septiembre de 2014

Primer Libro: Harry Potter y la Piedra Filosofal - Capítulo 6: El viaje desde el andén nueve y tres cuartos



Al día siguiente en la Sala de los Menesteres, se veían a las primeras personas rondando por la sala, algunos ya se encontraban sentados en sus respectivos lugares. Y entre esas personas se encontraban Albus Dumbledore, Minerva McGonagall y a Alastor Moody —Ojoloco— ellos estaban sentados en una mesa aparte hablando entre ellos.
Los siguientes en aparecer fueron los Weasley. Molly iba cogida del brazo de Arthur, y atrás de ellos venían Bill, Charlie, Percy y los gemelos Fred y George, estos últimos con una gran sonrisa en los labios, parecía como si hubieran estado preparando una broma. Luego de ellos aparecieron los Malfoy y Snape —y se ubicaron en una mesa aparte como siempre lo hacían ellos tres— detrás de ellos vinieron los Longbottom, los Tonks, los gemelos Prewett, y por último aparecieron los merodeadores y Lily. Sirius venia refunfuñando porque Remus lo había despertado muy temprano —según las palabras del ojigris— Remus iba al costado de Sirius negando con la cabeza por el comportamiento tan infantil de su amigo, y atrás de ellos venían James y Lily tomados de la mano, el pelinegro aun tenía cara de sueño y Lily le sonreía a su novio.
Cuando todos ya se encontraban en sus respetivos lugares, el desayuno apareció sobre las mesas, eso puso de mejor humor a Sirius y a James.
Luego de unos cuarenta minutos de desayuno, los platos y los cubiertos desaparecieron de las mesas para dar comienzo nuevamente a la lectura.
—Bien, ya que todos ya hemos terminado de desayunar —empezó Dumbledore—, es hora de comenzar con la lectura. ¿Quién quiere leer? —preguntó el director, con su típica sonrisa amable.
—Es mi turno de leer —dijo Gideon Prewett, tomando el libro que extendía Dumbledore. Busco la página correspondiente—. Bien, el capítulo se titula “El viaje desde el andén nueve y tres cuartos”.
—Sí, este capítulo parece ser muy interesante —dijo Sirius acomodándose en su silla.
El último mes de Harry con los Dursley no fue divertido (¿Y alguna vez lo fue?, susurró Lily). Es cierto que Dudley le tenía miedo y no se quedaba con él en la misma habitación, y que tía Petunia y tío Vernon no lo encerraban en la alacena ni lo obligaban a hacer nada ni le gritaban (Después del susto que les dio Hagrid, me imagino que ya no le quedaron ganas de seguir molestando al pobre mini Cornamenta, dijo Sirius). En realidad, ni siquiera le dirigían la palabra. Mitad aterrorizados, mitad furiosos, se comportaban como si la silla que Harry ocupaba estuviera vacía. Aunque aquello significaba una mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco deprimente.
—Pobre de mi hijo —dijo Lily con pesar.
—No te preocupes, Lily, todo eso cambiara —le susurró James.
Harry se quedaba en su habitación, con su nueva lechuza por compañía. Decidió llamarla Hedwig, un nombre que encontró en Una historia de la magia. Los libros del colegio eran muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta tarde (¿Qué? ¿Cómo que leía hasta tarde?, gritó James, a lo que Lily le dio un codazo para que deje de ser tan tonto), mientras Hedwig entraba y salía a su antojo por la ventana abierta. Era una suerte que tía Petunia ya no entrara en la habitación, porque Hedwig llevaba ratones muertos. Cada noche, antes de dormir, Harry marcaba otro día en la hoja de papel que tenía en la pared, hasta el uno de septiembre.
—Sí que estaba ansioso por ir a Hogwarts —dijo Frank.
—¿Y quién no lo estaría? —dijo Alice.
—Más bien yo creo que se moría de ganas de escapar de esa casa —comentó Sirius, a lo que James, Remus y Lily asintieron.
El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos para poder ir a la estación de King Cross, al día siguiente. Así que bajó al salón, donde estaban viendo la televisión. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Dudley gritó y salió corriendo.
—Vaya, el pequeño cerdo tiene miedo, que cobarde —dijo Sirius.
—Estúpidos muggles —susurró Lucius Malfoy, con asco, y Snape sonrió.
—Hum… ¿Tío Vernon?
Tío Vernon gruñó, para demostrar que lo escuchaba.
—Hum… necesito estar mañana en King Cross para… para ir a Hogwarts.
Tío Vernon gruñó otra vez.
—¿Podría ser que me lleves hasta allí?
Otro gruñido. Harry interpretó que quería decir sí.
—Muchas gracias.
—Pero que interesante conversación —ironizó Remus. Lily miró a su amigo, nunca lo había escuchado hablar de ese modo.
—Es preferible esos gruñidos a que este gritando —agregó Andrómeda.
—Tienes razón, cariño —dijo Ted.
Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando tío Vernon finalmente habló.
—Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos, en tren. ¿Las alfombras mágicas estarán todas pinchadas?
—¿Cómo puede decir tantas estupideces juntas? —dijo Ojoloco.
—Además, como piensa que se puede pinchar una alfombra mágica —dijeron al unisonó los gemelos Weasley.
—Es completamente ilógico —continuó Percy.
Harry no contestó nada.
—¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?
—No lo sé —dijo Harry; dándose cuenta de eso por primera vez. Sacó del bolsillo el billete que Hagrid le había dado—. Tengo que coger el tren que sale del andén nueve y tres cuartos, a las once de la mañana —leyó.
—Pobre de mi niño, por supuesto que no sabes dónde queda Hogwarts, si nadie tuvo la amabilidad de decírtelo —dijo Lily, con indignación.
Sus tíos lo miraron asombrados.
—¿Andén qué?
—Nueve y tres cuartos.
—No digas estupideces —dijo tío Vernon—. No hay ningún andén nueve y tres cuartos.
—Sí la hay, maldita bola de grasa —dijo James enojado.
—Eso dice mi billete.
—Equivocados —dijo tío Vernon—. Totalmente locos, todos ellos. Ya lo verás. Tú espera. Muy bien, te llevaremos a King Cross. De todos modos, tenemos que ir a Londres mañana. Si no, no me molestaría.
—¿Por qué vais a Londres? —preguntó Harry tratando de mantener el tono amistoso.
—Llevamos a Dudley al hospital —gruñó tío Vernon—. Para que le quiten esa maldita cola antes de que vaya a Smeltings.
Se escucharon varias carcajadas dentro de la Sala, al recordar que Hagrid había sido el causante de que el primo de Harry tuviera cola.
—Es Hagrid, hizo un buen trabajo —dijo Sirius entre risas.
—Señor Black, como puede decir eso —lo regaño McGonagall—. Hagrid no debió haber actuado de esa forma.
Sirius solo hizo un gesto de molestia, pero ya no dijo nada.

A la mañana siguiente, Harry se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que no pudo volver a dormir (Suele pasar eso, dijo Alice). Se levantó y se puso los tejanos: no quería andar por la estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren. Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a Hedwig en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que los Dursley se levantaran. Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche de los Dursley y tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harry, para poder marcharse.
Sirius sonrió cuando volvieron a mencionar a Dudley.
Llegaron a King Cross a las diez y media. Tío Vernon cargó el baúl de Harry en un carrito y lo llevó por la estación. Harry pensó que era una rara amabilidad, hasta que tío Vernon se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.
—Ahora que es lo que le piensa hacer a mi hijo —la voz de Lily, era alarmada, estaba muy preocupada por Harry.
—No creo que pueda hacerle algo malo estando rodeado de tanta gente —trato de calmarla Remus.
Lily asintió, un poco más relajada, al reflexionar bien lo que le había dicho Remus.
—Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez… Tú andén debería estar en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?
—Por eso estaba tan amable —comenzó a decir Frank—, se llevara un gran fisco cuando se entere que el andén nueve tres cuartos si existe.
Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.
—Que tengas un buen curso —dijo tío Vernon con una sonrisa aún más torva. Se marchó sin decir una palabra más. Harry se volvió y vio que los Dursley se alejaban. Los tres se reían. Harry sintió la boca seca. ¿Qué haría? Estaba llamando la atención, a causa de Hedwig. Tendría que preguntarle a alguien.
—¿Cómo se le ocurre dejar a un niño solo en la estación? —dijo Andrómeda.
—Que desconsiderado —rugió Molly.
—¿Preguntar a alguien? —dijo Charlie Weasley—, no creo que ningún muggle pueda ayudarlo, es más lo tomaran por loco —afirmó.
Detuvo a un guarda que pasaba, pero no se atrevió a mencionar el andén nueve y tres cuartos. El guarda nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando Harry no pudo decirle en qué parte del país quedaba, comenzó a molestarse, como si pensara que Harry se hacía el tonto a propósito. Sin saber qué hacer, Harry le preguntó por el tren que salía a las once, pero el guarda le dijo que no había ninguno. Al final, el guarda se alejó, murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo (El pobre debió sentirse muy desesperado, dijo Molly con pesar). Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la estación con un baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula con una lechuza.
Hagrid debió de olvidar decirle algo que tenía que hacer, como dar un golpe al tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón Diagon. Se preguntó si debería sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes nueve y diez.
Los gemelos Weasley empezaron a reír, y todos voltearon a mirarlos.
—Niños —los llamó Molly—, eso no es gracioso, dejen de reírse —ahora Molly los regañaba, no entendía como sus hijos podían reírse de algo como eso.
—No te preocupes madre —dijo Percy educadamente—, ellos son así. Además no lo hacen con mala intención.
—Percito —Percy los miró mal—, quiero decir Percy tiene razón, nosotros no nos reímos de la desgracia de Harry… —empezó George.
—… es que solo tenemos el presentimiento de que Harry será ayudado por alguien especial —terminó Fred, para después compartir una mirada cómplice con George y Percy.
Percy sonrió y para luego negar con la cabeza.
—No entiendo nada —se quejó Sirius.
—Ya entenderás —dijo Bill.
En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras.
—… lleno de muggles, por supuesto…
Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl, como Harry, y llevaban una lechuza.
Molly se quedó pensativa.
—Creo que se refieren a ti hermanita —dijo Fabian alegremente.
—Claro que se trata de nuestra hermanita Fabian, porque mencionan que todos tenían el pelo color rojo —dijo Gideon.
Molly también se dio cuenta de que se trataba de ella, pero la confundió cuando menciono que iba con cuatro chicos, y según sus cuentas Bill y Charlie ya no estaban en edad escolar en esa época.
Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos. Se detuvieron y los imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían.
—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.
—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja, que iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir…?
Arthur sonrió.
—¿Una niña? Tendremos una niña —le susurró a su esposa.
—No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estate quieta. Muy bien, Percy, tú primero.
Algunos miraron a Percy, que se sonrojó ligeramente al darse cuenta que no le quitaban la vista de encima.
El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.
—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.
—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?
—Lo siento, George, cariño.
—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó.
Gideon paro de leer para mirar a sus sobrinos.
—Indudablemente ellos son como nosotros, Fabian —dijo alegremente Gideon.
—Que maravilloso —dijo Fabian, secándose una lágrima falsa.
—Ustedes serán los únicos herederos en nuestro testamento —dijeron al unisonó los gemelos Prewett.
—Vaya, gracias —dijo Fred.
—Y nosotros, somos lo que somos, gracias a las enseñanzas de los merodeadores —dijo George, señalando a los aludidos.
Los merodeadores sonrieron.
—Por Merlín, esto no puede ser posible —dijo la profesora McGonagall, con pesar.
Debió pasar, porque un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su hermano gemelo fue tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte.
No había nadie más.
—Discúlpeme —dijo Harry a la mujer regordeta.
—Hola, querido —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso, con manos y pies grandes y una larga nariz.
Sirius miraba sorprendido a Molly y a Arthur. Remus le dio un codazo para que dejara de verlos, puesto que la pareja Weasley ya se había dado cuenta de que era observada.
—Espera Lunático —dijo el oijgris—, esto es increíble —Sirius hablaba sin quitar la vista de la pareja.
—¿Qué es increíble, Canuto? —preguntó James.
—Pues que Molly y Arthur tendrán siete hijos, ¡SIETE! —recalcó—, vaya, ustedes sí que no perdieron el tiempo, o es que no encontraban otra forma de matar el tiempo —Sirius terminó riendo fuertemente. Al igual que James. Remus también saco su cuenta de que si era cierto lo que decía su amigo, pero no se rió al ver a Molly y Arthur sonrojados.
—¡Black! —lo regañó Lily, pero él ni se inmuto.
Andrómeda y Alice lo miraban reprobatoriamente, pero este seguía como si nada.
—¡Cierra la boca, Sirius Black! —gritó Molly, ahora roja de la ira. El aludido al escuchar el gritó de Molly paró de reír, porque también se dio cuenta de la mirada asesina de Lily, y tener dos pelirrojas enojadas contra él sería muy peligroso.
—Puedes seguir leyendo Gideon —dijo McGonagall, para calmar la tensión.
—Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que… es que no sé cómo…
—¿Cómo entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Harry asintió con la cabeza.
—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.
—Muchas gracias, Molly —dijo Lily.
—No tienes que darlas, siempre que pueda lo ayudaré —respondió Molly.
—Hum… De acuerdo —dijo Harry.
Empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy sólida.
Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez. Fue más rápido. Iba a chocar contra la taquilla y tendría problemas. Se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podía detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí… Cerró los ojos, preparado para el choque…
—No chocaras —dijo James, acomodándose los lentes.
Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos.
—Lo que dije —James sonrió con suficiencia, mientras Lily y Remus negaban con la cabeza. Snape desde su mesa lo miraba con ira.
Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Harry miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».
Algunos suspiraron recordando la primera vez que cruzaron la barrera y se encontraron con la locomotora color escarlata.
—Después de tantos años, y nada a cambiado —dijo Frank.
—Y tal vez nunca cambie —susurró Charlie.
Lo había logrado.
El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.
Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar. Harry empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Pasó al lado de un chico de cara redonda que decía:
—Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.
—Oh, ese sapo siempre se andaba perdiendo —comentó George, recordando al pobre de Neville, que siempre andaba buscando a su sapo.
—Sí, ese Neville, siempre paraba perdiendo a Trevor—dijo Fred.
—¿Quién es Neville? —preguntó Alice, muy curiosa.
—¿Y quién es Trevor? —preguntó Frank, también con curiosidad.
Los gemelos miraron a la pareja Longbottom y sonrieron.
—Oh, muy pronto… —empezó Fred.
—… lo descubrirán —terminó George, con un voz misteriosa.
Percy los miró, y negó con la cabeza.
—Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.
Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.
—Déjanos mirar, Lee, vamos.
El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.
—No estoy muy seguro, pero parece que es una araña, de seguro va causar unos cuantos problemas —dijo Sirius, con una sonrisa en sus labios.
James también sonrió, y Remus miró a sus dos amigos sonriendo y él tampoco pudo evitar sonreír.
Harry se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero puso a Hedwig y luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.
—Ahora que me acuerdo tú también eras igual de enclenque James —se burló Sirius.
—Oye —se quejó el aludido—, Remus defiéndeme —su voz sonó como la de un niño de 10 años.
—Bueno… si eras enclenque James —dijo Remus, el pelinegro lo miró ofendido, pero al escuchar la risa de Sirius agregó—: casi tan enclenque como Sirius —el ojigris dejo de reír de golpe. Y ahora el que reía era James.
—Pues yo no te veía muy fuerte, Lunático —dijo Sirius.
Lupin solo se encogió de hombros y sonrió.
—¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes.
—Sí, por favor —jadeó Harry.
—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!
Con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un rincón del compartimiento.
—Gracias —dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.
—¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la brillante cicatriz de Harry.
—Oh, Fred, George eso no fue nada educado —regañó Molly a sus hijos gemelos, pero estos solo le sonrieron.
—Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Eres tú…?
—Es él —dijo el primero—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a Harry.
—¿Quién? —preguntó Harry.
—Harry Potter —respondieron a coro.
—Oh, él —dijo Harry—. Quiero decir, sí, soy yo.
Algunos rieron por la respuesta del pequeño Potter.
—Vaya, sí que es muy famoso —dijo Alice Longbottom.
—Sí, muy famoso —estuvo de acuerdo Ted Tonks—, mucho más famoso que los merodeadores —habló mirándolos.
—Oh, estamos perdiendo popularidad —se quejó Sirius.
—No seas melodramático, Sirius —le dijo Lupin—, si te acuerdas que somos de épocas diferentes, ¿no?
Sirius no estaba muy convencido.
Pero James sonreía.
—Eso no importa Sirius —dijo aun sonriendo James—, Harry es famoso, como que es mi hijo —la voz de James sonaba orgullosa.
Luego ese pequeño dialogo, Gideon siguió con la lectura.
Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que se ruborizaba. Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.
—¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?
—Ya vamos, mamá.
Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón.
Harry se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre acababa de sacar un pañuelo.
—Ron, tienes algo en la nariz.
El menor de los varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó y comenzó a frotarle la punta de la nariz.
—¿Por qué todas las madres tienen la costumbre de hacer eso? —preguntó James.
—No todas, la vieja loca de mi madre no era así —dijo Sirius.
—¿Por qué llamas de esa manera a tu madre? —preguntó Lily confundida.
James y Remus —bueno también Peter—, eran los únicos que sabían porque Sirius llamaba así a su madre.
—Luego te digo el porque —contestó el ojigris.
James trato de cambiar de tema, volviendo hablar de su madre.
—Sí, pero mi madre también te limpiaba la cara a ti cuando según ella la teníamos manchada.
—Sí, es cierto, con Remus también hacia lo mismo, ¿verdad? —preguntó al aludido, quien asintió—, aunque con Colagusano nunca se comportó de esa manera, era como…
—… como si no le tuviera mucha confianza —terminó Remus—, aun me preguntó porque siempre lo trata a Peter de manera distante, con nosotros no es así.
—Es raro que mamá Dorea trate así Peter, cuando con todos es un amor —dijo Sirius.
—Mamá, déjame —exclamó apartándose.
—¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno de los gemelos.
—Cállate —dijo Ron.
—¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.
—Ahí viene.
El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante túnica negra de Hogwarts, y Harry notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con la letra P.
Gideon paró de leer, y miró a su gemelo.
—¡NO! —gritaron al unisonó.
—¿Fuiste un pr-pre-fecto? —Fabian no podía ni siquiera pronunciar esa palabra.
—¿Cómo pudiste hacernos esto, sobrino? —dijo Gideon con dramatismo.
Fred y George reían al ver la cara de su hermano.
—Cierren la boca ustedes dos —gritó Molly a sus hermanos mayores—, no les hagas caso Percy, yo estoy muy orgullosa de que hayas sido un Prefecto —Molly le acarició el rostro a su hijo, el cual le sonrió.
—Puede continuar leyendo, señor Prewett —McGonagall habló de manera severa a Gideon.
—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos tenemos dos compartimientos…
Fred y George rodaron los ojos.
—Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con aire de gran sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.
—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro gemelo—. Una vez…
—O dos…
—Un minuto…
—Todo el verano…
Los merodeadores, los gemelos Prewett y los gemelos Weasley empezaron a reír, pero pararon al ver la mirada amenazadora de Molly.
—¿Qué? —preguntaron los gemelos a su madre—, era solo una broma inocente.
—Pues a mí no me lo pareció —contestó Molly.
—Ya déjalos, madre. Estoy acostumbrado a su comportamiento inmaduro —dijo Percy ceremoniosamente.
—Oh, callaos —dijo Percy, el prefecto.
—Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno de los gemelos.
—Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño, que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.
Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió hacia los gemelos.
—Ahora, vosotros dos… Este año os tenéis que portar bien. Si recibo una lechuza más diciéndome que habéis hecho… estallar un inodoro o…
—Querida —dijo Arthur Weasley—, al parecer les acabas de dar una gran idea a nuestros hijos.
Molly asintió con pesar.
—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de eso.
—Pero es una gran idea, mamá. Gracias.
—No tiene gracia. Y cuidad de Ron.
—No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.
—Y lo cuidamos muy bien —dijeron Fred y George a coro.
—Sí, claro —dijo Percy con sarcasmo.
—¿Qué quieres decir, querido? —preguntó Molly.
—Ya te enteraras a su debido tiempo, madre —contestó Percy.
—Eso me suena a que hicieron algo malo —susurró Sirius a James y Remus.
Los cuales estuvieron de acuerdo con él.
—Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y su nariz todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.
—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?
Harry se agachó rápidamente para que no lo descubrieran.
—¿Os acordáis de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de nosotros, en la estación? ¿Sabéis quién es?
—¿Quién?
—¡Harry Potter!
Harry oyó la voz de la niña.
—Mamá, ¿puedo subir al tren para verlo? ¡Oh, mamá, por favor…!
—Oh, escucharon eso, parece que mini Cornamenta tiene una pequeña admiradora —dijo Sirius con una sonrisa.
—Mi hijo será todo un galán —dijo James, inflando el pecho orgullosamente.
—¿Y se dieron cuenta del pequeño detalle? —preguntó Remus, el ojigris y el pelinegro negaron con la cabeza—, que esa niña es pelirroja —aclaró Lupin.
Los merodeadores se miraron con complicidad.
—La maldición Potter —susurraron.
—Que tanto están cuchicheando —dijo Lily—, no estarán creándose historias sin fundamentos, ¿verdad?, son solo niños —exclamó la pelirroja con impaciencia.
—Ya lo has visto, Ginny y, además, el pobre chico no es algo para que lo mires como en el zoológico. ¿Es él realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?
—Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí… como iluminada.
—Pobrecillo… No es raro que esté solo. Fue tan amable cuando me preguntó cómo llegar al andén…
—Eso no importa. ¿Crees que él recuerda cómo era Quien-tú-sabes?
La madre, súbitamente, se puso muy seria.
—Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si necesitara que le recuerden algo así en su primer día de colegio.
Lily y James miraron con agradecimiento a Molly, la cual les sonrió en respuesta.
—Está bien, quédate tranquila.
Se oyó un silbido.
—Daos prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se asomaron por la ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.
—No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.
—Y un inodoro de Hogwarts.
—Lo mejor hubiera sido que le enviaras un autógrafo de Harry —dijo Sirius.
—No se nos ocurrió en ese momento —dijo George.
—Sí, aun estábamos muy impresionados, por ver al niño que vivió —continuó Fred.
Lily y Molly solo negaron con la cabeza.
—¡George!
—Era una broma, mamá.
El tren comenzó a moverse. Harry vio a la madre de los muchachos agitando la mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando.
Harry observó a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando el tren giró. Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Harry sintió una ola de excitación. No sabía lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba atrás.
La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.
—El pequeño Ronnie va hacer su primer amigo —dijo George, para después romper a reír con su gemelo.
—Ya basta niños —los regañó Molly.
—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—. Todos los demás vagones están llenos.
Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a Harry y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo hubiera estado observando. Harry notó que todavía tenía una mancha negra en la nariz.
—Eh, Ron.
Los gemelos habían vuelto.
—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan tiene una tarántula gigante y vamos a verla.
Sirius sonrió con suficiencia.
—Sí, lo sabía, ese chico Lee, escondía justo lo que pensé.
—Tú dijiste que era una araña, y los que Lee escondía es una tarántula gigante —corrigió Remus.
—¿Qué no es lo mismo? —preguntó James.
—Claro que es lo mismo —afirmó Sirius.
—No es lo mismo —dijo Lily.
—En realidad, las arañas no son iguales a las tarántulas gigantes, porque ellas cuentas con algunas diferencias que son… —Remus no pudo seguir hablando, porque fue interrumpido por su amigo ojigris.
—Oh, ahí va de nuevo el cerebrito del grupo —dijo con pesar.
James sonrió, y Lily y Remus negaron con la cabeza mirando a Sirius.
—De acuerdo —murmuró Ron.
—Harry —dijo el otro gemelo—, ¿te hemos dicho quiénes somos? Fred y George Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después, entonces.
—Hasta luego —dijeron Harry y Ron. Los gemelos salieron y cerraron la puerta.
—¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron.
Harry asintió.
—Oh… bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George —dijo Ron—. ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes…?
—Que niño —susurró Molly.
Señaló la frente de Harry.
Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ron la miró con atención.
—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes…?
—Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.
—¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.
—¿Qué parte de no pregunten nada sobre ese tema no les quedo claro? —dijo Molly, mirando a sus hijos gemelos.
—¿Y por qué nos miras a nosotros, como si fuéramos los culpables? —preguntó George.
—Si el que pregunto fue Ron —se quejó Fred.
—Sí, pero yo les dije a ustedes que lo cuidaran, y hacer preguntas indiscretas también entraba en el paquete —siguió reclamando Molly.
—Entonces también deberías regañar a Percy —dijeron los gemelos al unisonó.
—Yo estaba en la reunión de prefectos —se justificó Percy.
—No te preocupes Molly, son niños —dijo Lily, tratando de parar con los regaños.
—Sí, pero… —siguió Molly.
—No importa —ahora dijo James.
Los gemelos suspiraron con alivio.
Molly se calmó, pero no dejaba de mirar con enojo a los gemelos.
—Bueno… recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.
—Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla.
—¿Sois una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba a Ron tan interesante como Ron lo encontraba a él.
—Tiene lógica, puesto que era la primera familia de magos que veía —aportó Andrómeda.
—Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene un primo segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.
—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.
Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon.
—Los Weasley, podrán ser una familia antigua, pero nunca se podrá comparar con la educación y clase de los Malfoy —susurró Lucius.
Snape sonrió.
—Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ron—. ¿Cómo son?
—Horribles… Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí lo son. Me hubiera gustado tener tres hermanos magos.
—Cinco —corrigió Ron (Sirius miró a Molly y a Arthur con una sonrisa, la cual borró cuando sintió un golpe en las costillas. Remus lo había golpeado para que dejara de mirar a la pareja). Por alguna razón parecía deprimido—. Soy el sexto en nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto. Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos (Los gemelos sonrieron). Todos esperan que me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy.
—Ahora que recuerdo, Ron estaba un poco desanimado por esa época, pero nunca supe porque. Ahora lo entiendo —dijo Bill.
—Y dudo que con las bromas de este par, se sintiera mejor —dijo Percy, mirando a sus hermano.
—Tú tampoco ayudabas mucho, Percy —contraatacaron los gemelos.
—Ya basta —pidió Arthur.
Los chicos asintieron.
Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida.
Los chicos del futuro pusieron mala cara al escuchar mencionar a la rata.
—Maldita rata —susurró Percy.
—Me da mucho coraje de solo recordar que estuvo viviendo con nosotros muchos años —dijo Bill.
—Con gusto se la hubiera dado como cena a los dragones —dijo Charlie a sus hermanos, procurando que su madre no oyera.
Los gemelos dijeron algo entre dientes.
Todos escucharon la conversación de los hermanos Weasley, pero estaban confundidos, que no se suponía que era la mascota de la familia.
Los merodeadores no pasaron desapercibidos esas miraras de enojo y odio al escuchar hablar de esa rata.
—¿Pero no era tu rata, Percy, por qué hablas entonces con tanto enojo? —preguntó Molly.
—Ya te enteradas luego, madre —contestó Percy. Los demás asintieron dándole la razón a su hermano.
—Se llama Scabbers (Sí, como no, su nombre era Scabbers, dijeron los gemelos con ironía) y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp… Quiero decir, por eso me dieron a Scabbers.
Molly y Arthur entendieron perfectamente lo que su hijo iba a decir, y se sintieron un poco mal por eso.
Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado, porque otra vez miró por la ventanilla.
Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le contó a Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y que nunca le hacían regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.
—Oh, ya veo, el pequeño pelirrojo pensó que Harry era igual de creído y egocéntrico que James —dijo Sirius.
James que estaba empezando a sonreír, miró mal a su amigo.
—¡Oye! —se quejó—, ¿Verdad que no es cierto, Lily? —la pelirroja se hizo la desentendida—. ¿Remus? —preguntó esperanzado a que dijera lo contrario.
—Bueno, a veces eres un poco creído y egocéntrico —Sirius soltó una risotada—, pero aun así, eres nuestro mejor amigo, y te aceptamos como eres.
Eso no pareció convencer al pelinegro.
—Tú también eres igual, Canuto —dijo James a su amigo, que aún estaba riendo.
—Sí —aceptó este entre risas—, pero la diferencia es que yo no lo niego.
Snape miró mal al grupo de los merodeadores.
—Estúpidos —susurró.
—… y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía nada de mis padres o Voldemort…
Ron bufó.
—¿Qué? —dijo Harry.
—Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan conmocionado como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas…
—Es solo un nombre —dijo Remus—, no hay que tenerle miedo a un nombre.
—Está usted en lo cierto, señor Lupin —apoyó Dumbledore.
—No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre —dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo muchísimas cosas que aprender… Seguro —añadió, diciendo por primera vez en voz alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—, seguro que seré el peor de la clase.
—No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy deprisa.
—Estoy de acuerdo con tu hijo, Molly —dijo James, mirando a su novia.
—Y nosotros también estamos de acuerdo con nuestro pequeño hermano —dijeron los chicos Weasley, recordando a la castaña, mejor amiga de Harry y Ron.
Dumbledore y McGonagall miraban con curiosidad a los pelirrojos.
Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.
A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:
—¿Queréis algo del carrito, guapos?
Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto, pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. Harry salió al pasillo.
Cuando vivía con los Dursley nunca había tenido dinero para comprarse golosinas y, puesto que tenía los bolsillos repletos de monedas de oro, plata y bronce, estaba listo para comprarse todas las barras de chocolate que pudiera llevar. Pero la mujer no tenía Mars. En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicle, ranas de chocolate, empanada de calabaza, pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas que Harry no había visto en su vida. Como no deseaba perderse nada, compró un poco de todo y pagó a la mujer once sickles de plata y siete knuts de bronce.
—Bueno, esa es otra cosa que heredo de ti, James —dijo Remus—, la pobre mujer del carrito tiene que pasar primero por los otros vagones, porque cuando pasa primero por nuestro vagón, tú la jejas sin nada.
Lily sonrió.
Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento vacío.
—Tenías hambre, ¿verdad?
—Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.
Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:
—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.
—Prometo que ya no se me olvidará —susurró Molly.
—Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole un pastel—. Sírvete…
—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió rápidamente—… Ya sabes, con nosotros cinco.
—Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry, que nunca había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación, estar sentado allí con Ron, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado olvidados).
Lily sintió tristeza al saber que su hijo no había tenido amigos.
—¿Su hermano fue el primer amigo de Harry, verdad? —preguntó Lily a los gemelos.
—Sí, el pequeño Ronnie fue su primer amigo —dijo Fred.
—Oh, Fred, pero no hay que olvidarnos de la mejor amiga de Harry —dijo George con una sonrisa.
—Yo nunca me olvidaría de esa castaña —dijo Fred.
—Vaya, ahora le apareció una castaña —dijo Sirius.
Los Weasley miraron al animago con una mirada que decía claramente «si supieras, no dirías eso».
—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de ranas de chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía sorprenderlo.
—No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.
—¿Qué?
—Oh, por supuesto, no debes saber… Las ranas de chocolate llevan cromos, ya sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.
Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada, cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: Albus Dumbledore.
En ese instante todos miraron al director, este solo les sonrió amablemente.
—¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry.
—¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —dijo Ron—. ¿Puedo servirme una rana? Podría encontrar a Agripa… Gracias…
Harry dio la vuelta a la tarjeta y leyó:

Albus Dumbledore, actualmente director de Hogwarts. Considerado porcasi todo el mundo Como el más grande mago del tiempo presente,Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebrosoGrindelwald en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de lasangre de dragón, y por su trabajo en alquimia con su compañero NicolásFlamel. El profesor Dumbledore es aficionado a la música de cámara y alos bolos.

—¿A los bolos? ¿Juega a los bolos, Dumbledore? —preguntó Sirius.
—Señor Black, más respeto con el director —lo regañó McGonagall.
—No importa, Minerva —dijo Dumbledore. A él no le molestaba que los jóvenes lo llamaran por su apellido—. Y respondiendo, joven Black, es que sí, si juego a los bolos —el viejo director sonrió.
—Interesante —dijeron al unisonó los merodeadores.
Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de Dumbledore había desaparecido.
—¡Ya no está!
—Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya volverá. Vaya, me ha salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida… ¿No la quieres? Puedes empezar a coleccionarlos.
Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las desenvolvieran.
—Sírvete —dijo Harry—. Pero oye, en el mundo de los muggles la gente se queda en las fotos.
—¿Eso hacen? ¿En verdad no se mueven las fotos de los muggles? —preguntó Arthur Weasley, muy impresionado.
—No, no lo hacen —confirmó Lily.
—¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito—. ¡Qué raro!
Algunos rieron por la similitud de las palabras entre padre e hijo.
—Digno hijo tuyo, Arthur —dijeron los gemelos Prewett.
Harry miró asombrado, mientras Dumbledore regresaba al cromo y le dedicaba una sonrisita. Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate que en buscar magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de ellos. Muy pronto tuvo no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Circe, Paracelso y Merlín. Hasta que finalmente apartó la vista de la druida Cliodna, que se rascaba la nariz, para abrir una bolsa de grageas de todos los sabores.
—Tienes que tener cuidado con ésas —lo previno Ron—. Cuando dice «todos los sabores», es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los comunes, como chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos. George dice que una vez encontró una con sabor a duende.
George soltó una risotada y fue acompañado por su hermano.
—¿En verdad se creyó lo que le dijiste? —dijo Fred.
—Al parecer sí, pero como no se dio cuenta que solo era una broma —dijo George.
—George, no debes mentirle a tu hermano —lo regañó Molly.
—No es del todo mentira, Molly —dijo Sirius.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ted Tonks.
—Bueno, yo un día comí una grajea de color entre negro y gris —siguió hablando el animago.
—¿Y qué sabor tenía? —preguntó Charlie Weasley.
James y Remus rieron. Sirius los miró mal.
—Sabía a calcetines sucios y baño sin limpiar —Sirius puso cara de asco al recordar ese asqueroso sabor, mientras James y Remus rieron más fuertemente.
—Eso te pasa por arrebatarle esa última grajea a Remus —le recordó James.
—Eso es lo que llaman los muggles, justicia divina —dijo Remus entre risas.
—Ja, ja, ja —rió sarcásticamente el ojigris.
—De ese sabor u olor lo recuerdan muy bien Harry, Ron y la señorita, perdón señora estudiosa —dijeron al unisonó Fred y George.
—¿Qué quieren decir? —preguntó Alice.
—Oh, ya lo sabrán —contestó Bill.
Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.
—Puaj… ¿Ves? Coles.
Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Harry encontró tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy afligido.
—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?
Cuando los dos negaron con la cabeza, gimió.
—Pobre niño, aún sigue buscando a su sapo —dijo Alice.
—No te preocupes, querida —dijo Frank—, seguramente lo encontrará.
—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!
—Ya aparecerá —dijo Harry.
—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis…
Se fue.
—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así que no puedo hablar.
—Ese comentario no fue nada educado —dijo Molly—, en el futuro tendré que ponerme más enérgica con él —los gemelos sonrieron—, y con ustedes dos también —ahí se les borró la sonrisa a George y Fred.
La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.
—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con disgusto—. Ayer traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te lo voy a enseñar, mira…
Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.
—Arthur, debemos ahorrar para comprarle una nueva varita a Ron —le susurró Molly a su esposo.
—Yo creo que mejor se deberían en segundo —dijo Bill.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Arthur a su hijo mayor.
—Porque en esa época sí que la necesitara —contestó Percy.
El matrimonio Weasley se quedaron mirando a sus hijos. Pero ya no dijeron nada más.
—Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos… Acababa de coger la varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.
—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
—Sí, así se veía —reconoció Fred, su madre al oír esto lo fulminó con la mirada. Este solo se encogió hombros.
—Pero en el cuarto año cambio, ¿verdad, Freddie? —dijo George, tratando de ayudar a su hermano.
—Sobre todo en el baile de Navidad, se veía muy hermosa —aceptó Fred.
Gideon mejor continuo leyendo antes de que su hermana pudiera mandar rayos con esa mirada asesina que le estaba dedicando a sus hijos.
—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano.
—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.
Se sentó. Ron pareció desconcertado.
—Eh… de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a esta tonta ratita.»
Fred y George soltaron una risotada.
—No puedo creer que Ron también se haya creído que ese era un hechizo —dijo George entre risas.
—Nuestro pequeño hermano era muy crédulo —continuó Fred.
Bill y Charlie golpearon en la cabeza a los gemelos, estos dejaron de reír al instante.
—¿Por qué hicieron eso?
—Por hacerle creer a Ron que ese era un hechizo —respondió Charlie.
—Pero yo no hice nada —se quejó Fred.
—Los conocemos y de seguro que tú lo ayudaste Fred —dijo Bill.
—Vaya, parece que estos chicos serán nuestros sucesores —les dijo Sirius a James y Remus.
El pelinegro y el castaño asintieron.
—Deberíamos darles clases de cómo hacer una perfecta broma —habló James.
—Claro era tan perfecta que siempre terminaban en el despacho de Dumbledore —dijo Remus.
Los gemelos rieron, pero ya no dijeron nada más por temor a ser regañados por su madre.
Gideon continuó leyendo.
Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como siempre.
—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron (¿Qué hechizo no le funciona?, susurró George a su gemelo). Nadie en mi familia es mago (Lucius hizo un gesto de asco al escuchar que Hermione es hija de muggles), fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente… Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes sois?
—¡No puede ser! —gritó Sirius dramáticamente. Gideon para de leer y todos miraron al ojigris.
—¿Qué pasa, Canuto? —preguntó James preocupado.
—¿Acaso no te has dado cuenta, Cornamenta? —el aludido negó con la cabeza—. Esa niña, es una mini Lily Evans, hasta podría jurar que es peor que la pelirroja. Lo única diferencia que hay entre ellas dos es que, esa niña es castaña.
Lily frunció el ceño.
—¡Sirius Black! —exclamó Lily con enojo—. Te lo advierto una más de tus tonterías y me vas a conocer verdaderamente.
—Pero no puedes negar que es igual de estudias que tú —susurró el animago, y Lily le dirigió una mirada de advertencia.
Remus negó con la cabeza.
—Aunque también se parece a Lunático —continuó Sirius—, tú también te habías leído todos los libros que nos pidieron antes de empezar Hogwarts, no será tu hija del futuro querido amigo —el ojigris paso un brazo por los hombros de su amigo Lupin, que estaba muy sorprendido por las palabras de su amigo, mientras James reía.
Los chicos del futuro intercambiaron miradas.
¿Remus Lupin padre de Hermione Granger?, eso sí era una locura, pensaban.
—Deja de decir tonterías, Sirius —lo reprendió Remus, luego de salir de su sopor.
—Una más, señor Black y le descontaré puntos a su casa —lo amenazó McGonagall—. Ahora, señor Prewett continúe leyendo.
Dijo todo aquello muy rápidamente.
Harry miró a Ron y se calmó al ver en su rostro aturdido que él tampoco se había aprendido todos los libros de memoria.
—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.
—Harry Potter —dijo Harry.
—¿Eres tú realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandeseventos mágicos del siglo XX.
—No me digan que esa Hermione es la castaña mejor amiga del mini Cornamenta que menciono hace un momento Fred —dijo Sirius, y todos los chicos Weasley asintieron—. Pero por todo lo que dijo, a mí me parece que esa niña es otra admiradora más de Harry.
—Señor Black —advirtió McGonagall.
—Ya, ya, me calló —dijo el ojigris fingiendo inocencia.
—Inmaduro —dijo Lily.
—¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.
—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo Hermione—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas (Todos los que pertenecían a la casa roja y dorada sonrieron). Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar pronto.
Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.
—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron (Molly murmuró algo por lo bajo, que sonó como: «Tendré que educar mejor a ese niño»). Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que era falso.
—¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry.
—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.
—No tiene nada de malo pertenecer a Slytherin —dijo Andrómeda.
—De esa casa han salido todos los magos tenebrosos —alegó Sirius, sin quitar la mirada de su prima Narcisa, Lucius y Snape.
—Yo estuve en Slytherin —dijo ofendida Andrómeda. Su esposo la abrazo.
—Bueno, no todos son malos —Sirius trato de arreglar lo que había dicho.
—¿Esa es la casa en la que Vol... quiero decir Quien-tú-sabes… estaba?
—Ajá —dijo Ron. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.
—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están un poco más claras —dijo Harry, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas—. Y, a propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?
Harry se preguntaba qué hacía un mago, una vez que terminaba el colegio.
—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts —explicó Ron (¡¿Qué?!, exclamó Molly mirando a sus dos hijos mayores. Pero como se les ocurre tener eso trabajos tan peligrosos, sobre todo tú Charlie.Ya hablaremos luego, dijo su madre, sin darles tiempo a dar una respuesta)—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts? Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de robar en una cámara de alta seguridad.
—¿Cómo que trataron de robar en Gringott? —preguntó Frank sorprendido.
Y no solo él estaba sorprendido, todos los del pasado también.
En cambio los chicos Weasley sonrieron al recordar todo lo que tuvieron que pasar Harry, Ron y Hermione para descubrir ese problema.
Harry se sorprendió.
—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?
—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.
Harry repasó las noticias en su cabeza. Había comenzado a sentir una punzada de miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes. Suponía que aquello era una parte de entrar en el mundo mágico, pero era mucho más agradable poder decir «Voldemort» sin preocuparse.
Dumbledore sonrió estando de acuerdo con los pensamientos de Harry.
—¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ron.
—Eh… no conozco ninguno —confesó Harry.
—Es raro recordar que Harry no sabía nada respecto al quidditch… —empezó Fred.
—… considerando que después se convirtió en un gran jugador de quidditch —terminó George.
—¿Es cierto lo que dicen? —preguntó James, emocionado, al igual que Sirius.
Remus solo negó con la cabeza, cuando esos dos empezaban hablar de quidditch no había nadie que los pudiera calmar.
—Por supuesto —dijeron los gemelos al unisonó.
—Oh, no —exclamó Lily—, Gideon, por favor continua —pidió—. Porque cuando este par se pone hablar de ese deporte, no paran.
—Pero Lily/pelirroja —se quejaron James y Sirius.
Lily los miró serio, y estos dos ya no objetaron nada.
Remus sonrió al ver que sus amigos le temían un poco a Lily.
—¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo… —Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.
Entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio: era el chico pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.
—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?
—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas.
—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy.
Los Malfoy sonrieron al escuchar que iban a tener un hijo.
—Lo sabía —gritó Sirius, asustando a algunos—, sabía que ese chico pálido y arrogante tenía que ser hijo de ese par —señaló a su prima y al rubio.
—No te permito que hables así de mi hijo, Black —siseó Lucius.
—Pues yo hablo como se me da la gana —respondió Sirius.
De un momento a otro, sin que nadie se dé cuenta, ellos dos se encontraban frente a frente y se apuntaban con sus respectivas varitas.
—Señor Black, señor Malfoy —se escuchó la voz de Albus Dumbledore—, no estamos aquí para pelearnos entre nosotros, estamos aquí para leer los libros de futuro y así poder cambiar las cosas malas del futuro, así que les pido con toda la amabilidad que guarden sus varitas y tomen asiento —esto último ya lo dijo con una voz autoritaria.
Ambos hicieron los que les pidió el director, pero desde sus mesas no dejaban de echarse miraras de odio.
—Continué, señor Prewett —dijo McGonagall.
Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco (dragón) Malfoy lo miró.
—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener.
Los Weasley al escuchar esto, fruncieron el ceño.
—Ese maldito hurón albino —susurraron George y Fred.
—¿Horón? —preguntó Remus. Mientras James y Sirius reían por el apodo.
—Oh, luego ya se enteraran porque se ganó ese apodo —contestó George, y su gemelo asintió.
Se volvió hacia Harry.
—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso.
Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó.
—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias —dijo con frialdad.
—Mi hijo sí que sabe elegir bien a sus amigos —dijo orgulloso James.
—Estoy orgulloso del cachorro —dijo Sirius, la respuesta de Harry le hizo volver el buen humor.
Remus solo sonrió.
Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.
—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo con calma—. A menos que seas un poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y ese Hagrid y terminarás como ellos.
—¿Qué le pasa a ese niño? ¿Cómo se atreve hablar así? —preguntó Alice.
—Solo recuerda quien es su padre —dijo Alastor.
Lucius y Narcisa lo fulminaron con la mirada.
—¿Cómo se atreve? —dijo Narcisa, muy ofendida.
Alastor ni se inmutó.
Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ron estaba tan rojo como su pelo.
—Repite eso —dijo.
—Oh, vais a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.
—Si no os vais ahora mismo… —dijo Harry, con más valor que el que sentía, porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él y Ron.
—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y vosotros parece que todavía tenéis algo.
Goyle se inclinó para coger una rana de chocolate del lado de Ron. El pelirrojo saltó hacia él, pero antes de que pudiera tocar a Goyle, el muchacho dejó escapar un aullido terrible.
—¿Qué paso? —preguntó Fabian.
Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes clavados profundamente en sus nudillos.
—Esa rata me cae muy bien —dijo Sirius sonriente.
—Yo creo que no —dijo Charlie.
—Tú odias a esa rata Sirius, y tú también Remus —dijeron los gemelos.
Percy les dirigió una mirada de advertencia.
—¿Por qué dicen eso? —preguntó Remus.
—Eh…, porque… —empezó George.
—No les hagan caso, ellos solo estaban bromeando, ¿verdad? —Bill los miró serio.
Los gemelos solo asintieron.
Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras Goyle agitaba la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, hasta que, finalmente, Scabbers salió volando, chocó contra la ventanilla y los tres muchachos desaparecieron. Tal vez pensaron que había más ratas entre las golosinas, o quizás oyeron los pasos porque, un segundo más tarde, Hermione Granger volvió a entrar.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando las golosinas tiradas por el suelo y a Ron que cogía a Scabbers por la cola.
—Creo que se ha desmayado —dijo Ron a Harry. Miró más de cerca a la rata—. No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir.
Y era así.
—¿Conocías ya a Malfoy?
—Lamentablemente —dijo Fabian, ganándose las miradas asesinas de los Malfoy.
Harry le explicó el encuentro en el callejón Diagon.
—Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son algunos de los primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes desapareció. Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que el padre de Malfoy no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro (Estoy de acuerdo contigo, Arthur, dijo Moody). —Se volvió hacia Hermione—. ¿Podemos ayudarte en algo?
—Mejor que os apresuréis y os cambiéis de ropa. Acabo de ir a la locomotora, le pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. No os estaríais peleando, ¿verdad? ¡Os vais a meter en líos antes de que lleguemos!
—Esa castaña, no sabe lo que realmente paso —dijo Sirius—. Ellos no buscaron problemas.
—Los problemas llegaron a ellos —apoyó James.
—Pero esa chica no lo sabe, además parece preocupada por Harry y Ron —defendió Remus.
—Esa castaña es un poco metiche —contraatacó Sirius.
Remus solo rodo los ojos.
Scabbers se estuvo peleando, no nosotros —dijo Ron, mirándola con rostro severo—. ¿Te importaría salir para que nos cambiemos?
—Muy bien… Vine aquí porque fuera están haciendo chiquilladas y corriendo por los pasillos —dijo Hermione en tono despectivo—. A propósito, ¿te has dado cuenta de que tienes sucia la nariz?
—Ya ves, Lunático, esa castaña es una metiche —dijo el ojigris a su amigo.
—Sí, lo que digas —contestó Lupin.
—Eso es, Remus, defiende a la pobre de Hermione —dijo George, medio en broma medio en serio.
Fred sonreía con complicidad con su gemelo. Y mientras Remus solo los miraba confundido.
Ron le lanzó una mirada de furia mientras ella salía. Harry miró por la ventanilla. Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color púrpura. El tren parecía aminorar la marcha.
Él y Ron se quitaron las camisas y se pusieron las largas túnicas negras. La de Ron era un poco corta para él, y se le podían ver los pantalones de gimnasia.
Una voz retumbó en el tren.
—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.
El estómago de Harry se retorcía de nervios y Ron, podía verlo, estaba pálido debajo de sus pecas. Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de las golosinas y se reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos.
El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén. Harry se estremeció bajo el frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Harry oyó una voz conocida:
—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry?
—Oh, y otra vez apareció nuestro muy gigantesco amigo —comentó Fred.
—Sí, y como olvidar sus gritos después de bajar del tren, es un clásico —continuó Fred.
Molly negó con la cabeza.
Esos chicos me sacaran canas verdes, pensaba.
La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.
—Venid, seguidme… ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde pisáis. ¡Los de primer año, seguidme!
Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que Harry pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su sapo, lloriqueaba de vez en cuando.
—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por encima del hombro—, justo al doblar esta curva.
Se produjo un fuerte ¡ooooooh!
—Cómo olvidar la impresión que te causa la primera vez que ves el castillo —comentó Alice, recordando la primera vez que fue a Hogwarts.
—Es sorprendentemente increíble —afirmó Lily.
Los demás asintieron estando de acuerdo.
El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.
—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry y Ron subieron a uno, seguidos por Neville y Hermione.
—¿Todos habéis subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo—. ¡Venga! ¡ADELANTE!
—Se acuerdan de nuestro primer viaje en bote —preguntó Sirius a sus amigos—, porque yo me acuerdo perfectamente, ese día alguien empujo a Peter del bote, y este cayo al lago —el animago empezó a reír, seguido de James.
—Sí, tú lo empujaste, acaso te está fallando la memoria —dijo sarcásticamente Remus.
—Oh, ahora lo recuerdo —dijo el ojigris.
—¿En serio, hiciste eso? —preguntó Fred, y Sirius asintió, aun sonriendo.
—¡Que genial! —exclamó George.
Los merodeadores miraron a los gemelos que empezaron a reír, seguido de sus hermanos, si hasta Percy reía.
Luego de que las risas cesaron, Gideon siguió leyendo.
Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía.
—¡Bajad las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.
—¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y la gente que bajaba de ellos.
¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.
Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.
—¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?
Los gemelos Weasley y los gemelos Prewett rieron.
Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo.
Bueno ahí termino el capítulo —dijo Gideon.
—Muy bien, señor Prewett —dijo Albus—, fue un capítulo muy interesante, puesto que hemos escuchado sobre las nuevas personas del futuro.
—Algunos un poco desagradables —comentó Sirius, recordando al hijo de su prima.
Narcisa fulminó con la mirada a Sirius.
—Bien, ¿Quién desea leer el siguiente capítulo? —preguntó Dumbledore.
Pero antes de que alguien se ofreciera como voluntario, nuevamente la luz resplandeciente apareció en la Sala de los Menesteres.
Todos cerraron los ojos al ver esa luz, pero luego poco a poco la luz se fue desvaneciendo.
Y ahora todos miraban expectantes hacia el lugar donde aparecieron los tres misteriosos chicos. Uno vestía el uniforme de Gryffindor y los otros dos vestían el uniforme de Slytherin. Los merodeadores mirando con aprensión a los chicos de Slytherin.
Aunque Sirius admitía que la chica pelinegra era hermosa, pero tenía un grave defecto, era una serpiente rastrera.
El chico de Gryffindor era alto, delgado, tenía el cabello corto de un castaño oscuro y su piel era clara, pero lo que más sorprendió a todos era que tenía un parecido con Fran y Alice Longbottom. La chica de Slytherin era delgada, con una buena figura, estatura media, cabellos lacios y negros, ojos verdes y piel blanca, pero a nadie se le hacía familiar, excepto a los Malfoy, a ellos le recordaba a Violet Parkinson, la esposa de Edgar Parkinson, los Malfoy y los Parkinson eran amigos. Pero el otro chico, ese sí que lo reconocieron de inmediato, puesto que era una copia de Lucius Malfoy, indudablemente era su hijo. Era alto, corpulento, pálido, cabello rubio platinado, con ojos grises, y también tenía una pose de aristócrata.
—Ese es el cretino que le busco pelea a Harry —susurró Sirius a sus amigos.
Los tres chicos tenían una cara de sorprendidos al ver a esas personas del pasado.
Albus Dumbledore sonrió.
—Jóvenes por favor podrían presentarse, para que todos sepamos quienes son, aunque algunos ya dedujeron algunos parentescos —dijo mirando al chico rubio.
Los chicos miraron al director y sintieron nostalgia al saber que su época ya no encontraba entre ellos. Pero el que sintió remordimientos fue rubio, puesto que él intento matarlo por órdenes de ese miserable de Voldemort.
Nadie se movió de su sitio, pero antes de que el director volviera a hablar, Draco Malfoy le hizo una seña a Neville para que sea el primero en presentarse.
Este dio unos pasos adelante, miró todo la sala con nerviosismo.
Se aclaró la garganta.
—Buenos días a todos —empezó a hablar—, mi nombre es…

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