Hagrid se aclaró la garganta y se
dispuso a leer.
—“En
Flourish y Blotts” —leyó el guardabosques.
—Creo que en ese capítulo es cuando
te sacas unas fotos con Lockhart —dijo Ron a Harry.
—No me lo recuerdes —contestó el
ojiverde con pesar. Y Hermione sonrió quedamente.
La vida en La Madriguera no se parecía
en nada a la de Privet Drive. Los Dursley lo querían todo limpio y ordenado; la
casa de los Weasley estaba llena de sorpresas y cosas asombrosas (Ninguno de nosotros puede negar eso, dijo Bill, a sus
hermanos, a Harry y Hermione, los cuales sonrieron). Harry se llevó un
buen susto la primera vez que se miró en el espejo que había sobre la chimenea
de la cocina, y el espejo le gritó: «¡Vaya pinta! ¡Métete bien la camisa!» (Los merodeadores y los gemelos Prewett rieron) El
espíritu del ático aullaba y golpeaba las tuberías cada vez que le parecía que
reinaba demasiada tranquilidad en la casa. Y las explosiones en el cuarto de
Fred y George se consideraban completamente normales (Es
que si eran muy normales, aceptó Ron. Y los gemelos dijeron: «es que somos
geniales»). Lo que Harry encontraba más raro en casa de Ron, sin
embargo, no era el espejo parlante ni el espíritu que hacía ruidos, sino el
hecho de que allí, al parecer, todos le querían.
Lily, James, al igual que Sirius,
Remus y todos los demás miraban con tristeza a Harry, el cual se encontraba
sonrojado.
—Claro que todos te queríamos, te
queremos —corrigió Ron—, en La Madriguera eres como otro miembro más de la
familia Weasley.
Todos los Weasley asintieron.
—Eres como nuestro hermano —dijo
George—. Aunque te falta ser un poco más bromista —Harry rió.
—Igual que Hermione, que es como
nuestra segunda hermana menor —dijo Fred, la chica les sonrió y tenía los ojos
brillantes, como si quisiera llorar—, aunque cuando estaba de prefecta no nos pasaba
una.
Hermione no le tomo mucha importancia
al último comentario, porque las otras palabras que había dicho Fred lo
recompensaba.
—Además, eres nuestro cuñadito
—agregó Charlie, haciendo sonrojar a Harry y a Ginny.
Harry miró a Hagrid con suplica, para
que continuara leyendo y no lo avergonzaran, afortunadamente el semi-gigante
entendió el mensaje y siguió con la lectura.
La señora Weasley se preocupaba por el
estado de sus calcetines e intentaba hacerle comer cuatro raciones en cada
comida (Lily volvió a agradecer a Molly por
preocuparse por su hijo, y esta le contestó: «no hay de que, querida, además ya
lo escuchaste, Harry es como de la familia»). Al señor Weasley le
gustaba que Harry se sentara a su lado en la mesa para someterlo a un
interrogatorio sobre la vida con los muggles,
y le preguntaba cómo funcionaban cosas tales como los enchufes o el servicio de
correos.
—Arthur, no deberías agobiar al chico
con esas preguntas —lo regañó Molly.
—No me molestaba, señora Weasley
—defendió Harry, ganándose una sonrisa de Arthur.
—¡Fascinante! —decía, cuando Harry le
explicaba cómo se usaba el teléfono—. Son ingeniosas de verdad, las cosas que
inventan los muggles para apañárselas sin magia.
Hermione soltó una
risita, y Remus al instante la miró y no pudo evitar sonreír.
Una mañana soleada, cuando llevaba más
o menos una semana en La Madriguera, Harry les oyó hablar sobre Hogwarts.
Cuando Ron y él bajaron a desayunar, encontraron al señor y la señora Weasley
sentados con Ginny a la mesa de la cocina (Oh, esto
será vergonzoso, susurró Ginny). Al ver a Harry, Ginny dio sin querer un
golpe al cuenco de las gachas y éste se cayó al suelo con gran estrépito (¡Por Merlín! Qué vergüenza, volvió a susurrar Ginny).
Ginny solía tirar las cosas cada vez que Harry entraba en la habitación donde
ella estaba. Se metió debajo de la mesa para recoger el cuenco y se levantó con
la cara tan colorada y brillante como un tomate (Es
lo que un Potter provoco en una pelirroja, dijo James, ganándose una mirada
fulminante de Lily y Ginny). Haciendo como que no lo había visto, Harry
se sentó y cogió la tostada que le pasaba la señora Weasley.
—Fuiste amable —dijo Ginny a Harry.
—Te veías tierna —dijo Harry,
haciendo sonrojar a la pelirroja.
—Han llegado cartas del colegio —dijo
el señor Weasley entregando a Harry y a Ron dos sobres idénticos de pergamino
amarillento, con la dirección escrita en tinta verde—. Dumbledore ya sabe que
estás aquí, Harry; a ése no se le escapa una (Dumbledore
sonrió y dijo: «no siempre, Arthur, no siempre»). También han llegado
cartas para vosotros dos —añadió, al ver entrar tranquilamente a Fred y George,
todavía en pijama.
—Y les avisamos, hasta en pijama nos
vemos geniales —dijeron los gemelos Weasley.
Sus tíos Gideon y Fabian rieron.
Hubo unos minutos de silencio mientras
leían las cartas. A Harry le indicaban que cogiera el tren a Hogwarts el 1 de
septiembre, como de costumbre, en la estación de Kings Cross. Se adjuntaba una
lista de los libros de texto que necesitaría para el curso siguiente:
Los estudiantes de segundo curso
necesitarán:
—El libro reglamentario de
hechizos (clase 2), Miranda Goshawk.
—Recreo con la «banshee»,
Gilderoy Lockhart.
—Una vuelta con los espíritus
malignos, Gilderoy Lockhart.
—Vacaciones con las brujas,
Gilderoy Lockhart.
—Recorridos con los trols,
Gilderoy Lockhart.
—Viajes con los vampiros,
Gilderoy Lockhart.
—Paseos con los hombres lobo,
Gilderoy Lockhart.
—Un año con el Yeti,
Gilderoy Lockhart.
—Lockhart, lo detesto —dijeron Harry
y Ron a coro.
—Y nosotros también —agregaron James
y Sirius.
—¿Y ustedes, por qué? —preguntó
Remus.
—Porque se creía más galán que
nosotros —respondieron los dos merodeadores, Remus y Lily negaron con la
cabeza.
—¿Y por qué todos los libros era de
Lockhart? —preguntó Ted Tonks.
—Porque eran los mejores —respondió
Hermione.
—Los mejores llenos de mentiras —dijo
Ron.
—¿Por qué dices eso? —preguntaron los
merodeadores.
—Por nada… Hagrid, podrías continuar
—pidió Harry, y el guardabosques asintió.
Después de leer su lista, Fred echó un
vistazo a la de Harry.
—¡También a ti te han mandado todos los
libros de Lockhart! —exclamó—. El nuevo profesor de Defensa Contra las Artes
Oscuras debe de ser un fan suyo; apuesto a que es una bruja.
—Era peor que eso —susurró Ginny.
En ese instante, Fred vio que su madre
lo miraba severamente, y trató de disimular untándose mermelada en el pan.
—Todos estos libros no resultarán
baratos —observó George, mirando de reojo a sus padres—. De hecho, los libros
de Lockhart son muy caros…
—Ustedes no deberían preocuparse por
eso —dijo Molly.
—Pero lo hacíamos —contestó Fred.
—Pobretones —susurró Lucius.
Draco miró seriamente a su padre, y
por dentro se reprendía por las muchas veces que llamo de esa manera a los
Weasley.
—Bueno, ya nos apañaremos —repuso la
señora Weasley aunque parecía preocupada—. Espero que a Ginny le puedan servir
muchas de vuestras cosas.
—¿Es que ya vas a empezar en Hogwarts
este curso? —preguntó Harry a Ginny.
Ella asintió con la cabeza,
enrojeciendo hasta la raíz del pelo, que era de color rojo encendido, y metió
el codo en el plato de la mantequilla (¡Que
bochornoso!, exclamó Ginny). Afortunadamente, el único que se dio cuenta
fue Harry, porque Percy el hermano mayor de Ron, entraba en aquel preciso
instante. Ya se había vestido y lucía la insignia de prefecto de Hogwarts en el
chaleco de punto.
—El Prefecto Perfecto —canturrearon
Fred y George.
Percy los miró severamente.
—Eso no es gracioso —los regañó
Hermione.
—Claro que lo es —dijeron James,
Sirius y los gemelos Prewett.
—Solo bromean —dijo Remus a Hermione,
y esta lo miró atentamente—, he soportado que me llamen así desde que me
hicieron prefecto —confesó.
—Sabes que te queremos, Lunático
—dijeron los dos merodeadores.
A Hermione le hubiera gustado también
decirle que lo quería, pero se tuvo que aguantar.
—Buenos días a todos —saludó Percy con
voz segura—. Hace un hermoso día.
Se sentó en la única silla que quedaba,
pero inmediatamente se levantó dando un brinco, y quitó del asiento un plumero
gris medio desplumado. O al menos eso es lo que Harry pensó que era, hasta que
vio que respiraba.
—Pobrecillo —dijo Luna.
—¡Errol! —exclamó
Ron, cogiendo a la maltratada lechuza y sacándole una carta que llevaba debajo
del ala—. ¡Por fin! Aquí está la respuesta de Hermione. Le escribí contándole
que te íbamos a rescatar de los Dursley.
—Parecías muy ansioso, hermanito
—dijo George.
Ron se sonrojó, Hermione se incomodó
y Luna simplemente le sonrió a su novio, dándole a entender que no se
preocupara que ella entendía sus antiguos sentimientos que él le tenía a la
castaña.
Ron llevó a Errol
hasta una percha que había junto a la puerta de atrás e
intentó que se sostuviera en ella, pero Errol volvió
a caerse, así que Ron lo dejó en el escurridero, exclamando en voz baja
«¡Pobre!». Luego rasgó el sobre y leyó la carta de Hermione en voz alta.
Querido Ron, y Harry, si estás
ahí:
Espero
que todo saliera bien y que Harry esté estupendamente, y que no hayas tenido
que saltarte las normas para sacarlo, Ron, porque eso traería problemas también
a Harry. He estado muy preocupada y, si Harry está bien, te ruego que me
escribas lo antes posible para contármelo, aunque quizá sería mejor que usaras
otra lechuza, porque creo que ésta no aguantará un viaje más.
Por
supuesto, estoy muy atareada con los deberes escolares («¿Cómo puede ser?», se
preguntó Ron horrorizado. «¡Si estamos en vacaciones!») (James, Sirius y los gemelos Prewett
estaban de acuerdo con Ron), y el próximo miércoles nos
vamos a Londres a comprar los nuevos libros. ¿Por qué no quedamos en el
callejón Diagon?
Contadme
qué ha pasado en cuanto podáis. Un beso de
Hermione
—Bueno, no estaría mal, podríamos ir
también a comprar vuestro material —dijo la señora Weasley, comenzando a quitar
las cosas de la mesa—. ¿Qué vais a hacer hoy?
Harry, Ron, Fred y George planeaban
subir la colina hasta un pequeño prado que tenían los Weasley. Como estaba
rodeado de árboles que lo protegían de las miradas indiscretas del pueblo que
había abajo, allí podían practicar el quidditch (Genial, dijeron James y Sirius),
con tal de que tuvieran cuidado de no volar muy alto. Aunque no podían usar
verdaderas pelotas de quidditch,
porque si se les escaparan y llegaran a sobrevolar el pueblo, la gente lo vería
como un fenómeno de difícil explicación; en su lugar, se arrojaban manzanas. Se
turnaban para montar en la Nimbus 2.000 de Harry, que era con mucho la mejor
escoba; a la vieja Estrella Fugaz de Ron incluso la adelantaban las mariposas.
—Que exagerados —dijo
Lily.
—Bueno la Estrella Fugaz
no es muy veloz que digamos —admitió Ron, un poco sonrojado.
—Pero es perfecto para
los guardianes —dijo Luna soñadoramente.
—¿Te gusta el quidditch?
—preguntó Sirius.
—Sí —contestó la rubia.
—Luna es la comentarista
en los juegos de quidditch —contó Harry.
—¡Qué bien! —dijeron los
merodeadores.
Cinco minutos después se encontraban
subiendo la colina, con las escobas al hombro. Habían preguntado a Percy si
quería ir con ellos, pero les había dicho qué estaba ocupado (Parece como si tuvieras novia querido sobrina, dijeron
los gemelos Prewett, y Percy se sonrojó. Ginny, Harry, Ron, Hermione y Luna
rieron por bajo). Harry sólo había visto a Percy a las horas de comer;
el resto del tiempo lo pasaba encerrado en su cuarto.
—Me gustaría saber qué se lleva entre
manos —dijo Fred, frunciendo el entrecejo—. No parece el mismo. Recibió los
resultados de sus exámenes el día antes de que llegaras tú; tuvo doce M.H.B. y
apenas se alegró.
Molly y Arthur le
sonrieron orgullosos a su hijo.
—Pero, ¿Por qué no te
alegrabas? —le preguntó Molly a su hijo.
—Tranquila, mamá, no es
nada malo —dijo Ginny.
Mientras que James,
Sirius y los gemelos Prewett, miraban a Percy como si fuera un bicho raro.
—Percy, sobrino, nos
avergüenzas —dijeron los gemelos Prewett al unisonó. Molly los miró
severamente.
—Ustedes no se metan —los
regañó Molly—. No les hagas caso, Percy, cielo —le acarició la mejilla a su
tercer hijo.
—Matrículas de Honor en Brujería
—explicó George, viendo la cara de incomprensión de Harry—. Bill también sacó
doce (Molly también se sintió muy orgullosa de su
hijo mayor). Si no nos andamos con cuidado, tendremos otro Premio Anual
en la familia. Creo que no podría soportar la vergüenza.
Molly también miró
severamente a su hijo, y este solo sonrió inocentemente.
Bill era el mayor de los hermanos
Weasley. Él y el segundo, Charlie, habían terminado ya en Hogwarts. Harry no
había visto nunca a ninguno de los dos, pero sabía que Charlie estaba en
Rumania estudiando a los dragones, y Bill en Egipto, trabajando para Gringotts,
el banco de los magos.
—Así que Bill trabaja
para Gringrotts —dijo Fabian y Bill asintió—, Charlie en Rumania estudiando
dragones —Charlie asintió con una gran sonrisa.
—¿Y ustedes? —preguntó
Gideon, mirando a los gemelos.
Estos sonrieron con
complicidad.
—Ya se enteraran
—contestaron Fred y George al unisonó, pero sin borrar su sonrisa.
—¿No trabajan en el
Ministerio? —preguntó con curiosidad Remus.
—¡Merlín no lo quiera!
—exclamaron ambos, parecían horrorizados.
Hubo unas sonrisitas por
escuchar la exclamación de los gemelos, pero Molly los miraba con seriedad.
—No sé cómo se las van a arreglar papá
y mamá para comprarnos todo lo que necesitamos este curso —dijo George después
de una pausa—. ¡Cinco lotes de los libros de Lockhart! Y Ginny necesitará una
túnica y una varita mágica, entre otras cosas. Harry no decía nada. Se sentía
un poco incómodo. En una cámara acorazada subterránea de Gringotts, en Londres,
tenía guardada una pequeña fortuna que le habían dejado sus padres.
—No te deberías de sentir
incomodo, Harry, cielo —dijo Molly. Y el aludido se sorprendió al ser llamado de
ese modo, puesto que la Molly de su época siempre lo trataba con cariño porque
ya lo conocía, pero esta Molly apenas la había tratado.
—Es que a veces es un
poco idiota, mamá —dijeron los gemelos Weasley.
Y Draco no pudo evitar
reír disimuladamente.
—Gracias —ironizó Harry.
—Pero es ilógico sentirte
culpable por tener más dinero que nosotros —aclaró Bill.
Lily miró con ternura a
su hijo.
Naturalmente, ese dinero sólo servía en
el mundo mágico; no se podían utilizar galeones, sickles
ni knuts en
las tiendas muggles. A los Dursley nunca les había dicho
una palabra sobre su cuenta bancaria en Gringotts. Y la verdad es que no creía
que su aversión a todo lo relacionado con el mundo de la magia se hiciera
extensiva a un buen montón de oro.
—Claro que no —dijo Lily.
Al domingo siguiente, la señora Weasley
los despertó a todos temprano. Después de tomarse rápidamente media docena de
emparedados de beicon cada uno, se pusieron las chaquetas y la señora Weasley,
cogiendo una maceta de la repisa de la chimenea de la cocina, echó un vistazo
dentro.
—Polvos flu —susurró
Alice.
—Ya casi no nos queda, Arthur —dijo con
un suspiro—. Tenemos que comprar un poco más… ¡bueno, los huéspedes primero!
¡Después de ti, Harry, cielo!
Y le ofreció la maceta.
Harry vio que todos lo miraban.
—No sabías que hacer,
¿cierto? —dijo Ted, y Harry asintió.
—¿Qué… qué es lo que tengo que hacer?
—tartamudeó.
—Él nunca ha viajado con polvos flu
—dijo Ron de pronto—. Lo siento, Harry, no me acordaba.
—¿Nunca? —le preguntó el señor
Weasley—. Pero ¿cómo llegaste al callejón Diagon el año pasado para comprar las
cosas que necesitabas?
—En metro…
—¿De verdad? —preguntó
Arthur, muy emocionado e interesado de que le explique el funcionamiento del
metro.
—¿De verdad? (Arthur
sonrió por haber preguntado lo mismo) —inquirió interesado el señor
Weasley—. ¿Había escaleras mecánicas? ¿Cómo son exactamente…?
—Ahora no, Arthur —le interrumpió la
señora Weasley—. Los polvos flu son
mucho más rápidos, pero la verdad es que si no los has usado nunca…
—Lo hará bien, mamá —dijo Fred—. Harry,
primero míranos a nosotros.
—Tomar de ejemplo a Fred
o George no es aconsejable —dijo Percy.
—No eres gracioso,
Percito —dijeron los gemelos, y Percy solo los ignoró.
Cogió de la maceta un pellizco de
aquellos polvos brillantes, se acercó al fuego y los arrojó a las llamas.
Produciendo un estruendo atronador, las
llamas se volvieron de color verde esmeralda y se hicieron más altas que Fred.
Éste se metió en la chimenea, gritando: «¡Al callejón Diagon!», y desapareció.
—¿Lo hiciste bien?
—preguntó Lily a su hijo.
El chico sonrió
tímidamente.
—Bueno… la verdad es que
no —admitió.
James y Sirius lo miraron
con curiosidad.
—¿Adónde llegaste a
parar? —preguntaron ambos a la vez.
—Ahora lo sabrán
—contestó Harry, indicándole con una mano a Hagrid para que continuara leyendo,
el semi-gigante sonrió, recodando a donde había ido a parar, y luego se dispuso
a seguir leyendo.
—Tienes que pronunciarlo claramente,
cielo —dijo a Harry la señora Weasley, mientras George introducía la mano en la
maceta—, y ten cuidado de salir por la chimenea correcta.
—Eso será un poco
complicada para alguien que viaja por red flu por primera vez —dijo Frank.
—¿Qué? —preguntó Harry nervioso, al
tiempo que la hoguera volvía a tronar y se tragaba a George.
—Bueno, ya sabes, hay una cantidad
tremenda de chimeneas de magos entre las que escoger, pero con tal de que
pronuncies claro…
—Lo hará bien, Molly, no te apures —le
dijo el señor Weasley, sirviéndose también polvos flu.
—Pero, querido, si Harry se perdiera,
¿cómo se lo íbamos a explicar a sus tíos?
—No creo que lo
lamentaran tanto —dijo Ron.
—A ellos les daría igual —la
tranquilizó Harry—. Si yo me perdiera aspirado por una chimenea, a Dudley le
parecería una broma estupenda, así que no se preocupe por eso.
—Bueno, está bien…, ve después de
Arthur —dijo la señora Weasley—. Y cuando entres en el fuego, di adónde vas.
—Y mantén los codos pegados al cuerpo
—le aconsejó Ron.
—Y los ojos cerrados —le dijo la señora
Weasley—. El hollín…
—Y no te muevas —añadió Ron—. O podrías
salir en una chimenea equivocada…
—Pero no te asustes y vayas a salir
demasiado pronto. Espera a ver a Fred y George.
—Cuando te dan demasiados
consejos nada sale como debería porque uno se pone nervioso al tratar de
recordar todo —dijo Ted pensativo.
Y Harry asintió.
Haciendo un considerable esfuerzo para
acordarse de todas estas cosas, Harry cogió un pellizco de polvos flu
y se acercó al fuego. Respiró hondo, arrojó los polvos a las
llamas y dio unos pasos hacia delante. El fuego se percibía como una brisa
cálida. Abrió la boca y un montón de ceniza caliente se le metió en la boca.
—Ca-ca-llejón Diagon —dijo tosiendo.
—Solo espero que no hayas
llegado a para al callejón Knockturn —dijo Luna, mirando sus uñas
distraídamente.
Harry la miró
sorprendido, puesto que nunca había contado a Luna la primera vez que fue por
error al callejón Knockturn.
Lily, Molly y Alice se
estremecieron.
—Espero que no —dijo
Lily.
Y Harry decidió no mirar
a su madre, porque podría delatarse.
Le pareció que lo succionaban por el agujero
de un enchufe gigante y que estaba girando a gran velocidad… El bramido era
ensordecedor… Harry intentaba mantener los ojos abiertos, pero el remolino de
llamas verdes lo mareaba… Algo duro lo golpeó en el codo, así que él se lo
sujetó contra el cuerpo, sin dejar de dar vueltas y vueltas… Luego fue como si
unas manos frías le pegaran bofetadas en la cara. A través de las gafas, con
los ojos entornados, vio una borrosa sucesión de chimeneas y vislumbró imágenes
de las salas que había al otro lado… Los emparedados de beicon se le revolvían
en el estómago (A quien no, dijeron los gemelos
Prewett). Cerró los ojos de nuevo deseando que aquello cesara, y
entonces… cayó de bruces sobre una fría piedra y las gafas se le rompieron.
—Eso es lo malo de usar
gafas —dijo Sirius sonriendo a su amigo James—, siempre se rompen.
—¡Oye! —se quejó James—.
No sabes que los lentes son mi atractivo —dijo arrogantemente.
Lily negó con la cabeza,
pero luego miró a su novio y le sonrió.
Mientras tanto Hermione
miró al papá de Harry y a Sirius con atención. Los veía hacer muecas graciosas,
se comportaban como dos niños, y sonrió.
Remus que no dejaba de
mirar disimuladamente a Hermione también sonrió, pero no por las muecas de sus
amigos, sino por que la vio sonreír. En eso Hermione miró a Remus, y lo vio
sonriendo.
Hermione suspiró.
Remus, ojala me sonrieras
a mí, así como antes, se decía la chica.
Mareado, magullado y cubierto de
hollín, se puso de pie con cuidado y se quitó las gafas rotas. Estaba
completamente solo, pero no tenía ni idea de dónde. Lo único que sabía es que
estaba en la chimenea de piedra de lo que parecía ser la tienda de un mago,
apenas iluminada, pero no era probable que lo que vendían en ella se encontrara
en la lista de Hogwarts.
—Claro que no —dijo
Andrómeda, parecía pensativa.
En un estante de cristal cercano había
una mano cortada puesta sobre un cojín, una baraja de cartas manchada de sangre
y un ojo de cristal que miraba fijamente. Unas máscaras de aspecto diabólico
lanzaban miradas malévolas desde lo alto. Sobre el mostrador había una gran
variedad de huesos humanos y del techo colgaban unos instrumentos herrumbrosos,
llenos de pinchos. Y; lo que era peor, el oscuro callejón que Harry podía ver a
través de la polvorienta luna del escaparate no podía ser el callejón Diagon.
—Definitivamente no —dijo
McGonagall.
El callejón Knockturn, se
dijo Draco. Será posible que justo ese día que fui con mi padre, hayamos
coincidido con Potter. Ojala y no.
—¿Qué pasa, Draco? —le
preguntó Pansy.
—Nada —dijo Draco, negando
con la cabeza.
—¿Estás seguro? —volvió a
preguntar la pelinegra.
El chico asintió.
Cuanto antes saliera de allí, mejor.
Con la nariz aún dolorida por el topetazo, Harry se fue rápida y sigilosamente
hacia la puerta, pero antes de que hubiera salvado la mitad de la distancia,
aparecieron al otro lado del escaparate dos personas, y una de ellas era la
última a la que Harry habría querido encontrarse en su situación: perdido,
cubierto de hollín y con las gafas rotas. Era Draco Malfoy.
En ese momento todas las
miradas estaban centradas en Draco. Al cual se le pusieron ligeramente las
mejillas rojas y su mirada se ensombreció.
—No me extraña —dijo
Sirius.
Harry repasó apresuradamente con los
ojos lo que había en la tienda y encontró a su izquierda un gran armario negro (el gemelo del armario evanescente que está en Hogwarts,
pensó Draco), se metió en él y cerró las puertas, dejando una pequeña
rendija para echar un vistazo. Unos segundos más tarde sonó un timbre y Malfoy
entró en la tienda.
El hombre que iba detrás de él no podía
ser sino su padre (¿Llevaste a nuestro hijo a ese
lugar? ¿Acaso eres tonto?, dijo Narcisa, parecía repentinamente enojada. A lo
que Lucius respondió, “que eso no era tan malo, y que su padre también lo había
llevado a él”. Después de eso Narcisa no dejo de mirarlo con reproche).
Tenía la misma cara pálida y puntiaguda, y los mismos ojos de un frío color
gris. El señor Malfoy cruzó la tienda, mirando vagamente los artículos
expuestos, y pulsó un timbre que había en el mostrador antes de volverse a su
hijo y decirle:
—No toques nada, Draco.
—Que tierna manera de
tratar a tu hijo, Malfoy —ironizó Sirius.
—Cierra la boca, Black
—dijo fríamente Lucius.
—No se te ocurre otra
respuesta, Malfoy —se burló James, a lo que Sirius y Remus sonrieron.
Malfoy, que estaba mirando el ojo de
cristal, le dijo:
—Creía que me ibas a comprar un regalo.
—Te dije que te compraría una escoba de
carreras —le dijo su padre, tamborileando con los dedos en el mostrador.
—¿Y para qué la quiero si no estoy en
el equipo de la casa? —preguntó Malfoy, enfurruñado—. Harry Potter tenía el año
pasado una Nimbus 2.000. Y obtuvo un permiso especial de Dumbledore para poder
jugar en el equipo de Gryffindor. Ni siquiera es muy bueno, sólo porque es
famoso… Famoso por tener esa ridícula cicatriz en la frente…
—Las clásicas palabras de
un envidioso —dijo Sirius, y Remus le dio con el pie por debajo de la mesa.
—¡Ay! ¿Por qué lo
hiciste, Lunático? —preguntó adolorido.
—Porque estás siendo
imprudente —le contestó.
Y antes de que Sirius
contestará, Hagrid volvió a leer.
Malfoy se inclinó para examinar un
estante lleno de calaveras.
—A todos les parece que Potter es muy
inteligente sólo porque tiene esa maravillosa cicatriz en la frente y una
escoba mágica…
—No solo es envidia
—susurró James a Sirius, evitando que Remus los regañara—, también es celos.
Sirius asintió, sin dejar
de mirar al rubio.
—Me lo has dicho ya una docena de veces
por lo menos —repuso su padre dirigiéndole una mirada fulminante—, y te quiero
recordar que sería mucho más… prudente dar la impresión de que tú también lo
admiras, porque en la clase todos lo ven como el héroe que hizo desaparecer al
Señor Tenebroso… (Es un héroe, dijeron los
merodeadores, haciendo sonrojar a Harry) ¡Ah, señor Borgin!
Tras el mostrador había aparecido un
hombre encorvado, alisándose el grasiento cabello.
—¡Señor Malfoy, qué placer verle de
nuevo! —respondió el señor Borgin con una voz tan pegajosa como su cabello—.
¡Qué honor…! Y ha venido también el señor Malfoy hijo. Encantado. ¿En qué puedo
servirles? Precisamente hoy puedo enseñarles, y a un precio muy razonable…
—Hoy no vengo a comprar, señor Borgin,
sino a vender —dijo el padre de Malfoy.
—¿A vender? Me gustaría
saber qué es lo que va vender, Malfoy. Tal vez artículos oscuros —dijo Ojoloco
al Lucius.
—¿A vender? —la sonrisa desapareció
gradualmente de la cara del señor Borgin.
—Usted habrá oído, por supuesto, que el
ministro está preparando más redadas —empezó el padre de Malfoy, sacando un
pergamino del bolsillo interior de la chaqueta y desenrollándolo para que el
señor Borgin lo leyera—. Tengo en casa algunos… artículos que podrían ponerme
en un aprieto, si el Ministerio fuera a llamar a…
—Interesante información,
Malfoy —dijo Moody.
Lucius no respondió nada.
¡Maldita sea! Esos estúpidos
libros me van a poner en un aprieto, pensaba Lucius.
El señor Borgin se caló unas gafas y
examinó la lista.
—Pero me imagino que el Ministerio no
se atreverá a molestarle, señor.
El padre de Malfoy frunció los labios.
—Aún no me han visitado. El apellido
Malfoy todavía inspira un poco de respeto, pero el Ministerio cada vez se
entromete más. Incluso corren rumores sobre una nueva Ley de defensa de los muggles…
Sin duda ese rastrero Arthur Weasley, ese defensor a ultranza de los muggles,
anda detrás de todo esto…
—¿Rastrero? ¿Cómo te
atreves llamar así a mí padre? —gritaron los chicos Weasley.
Lucius sonrió con
arrogancia.
—No son más que unos
traidores a la sangre —dijo Lucius.
Y antes de que Ginny
sacara su varita y le lanzara algún hechizo a Lucius, su padre la detuvo.
—No importa Ginny, no
vale la pena —dijo Arthur calmando a su hija. La pelirroja miró a su padre, y
ya no se atrevió a provocar un pequeño duelo entre ella y el rubio.
—Padre si no quieres que
Moody te encierre en Azkaban por hablar de esa manera y sobre los artículos que
ya saben que posees, te recomiendo que mantengas la boca cerrada —siseó Draco.
Su padre se quedó
tremendamente sorprendido. Un hijo suyo hablándole de esa manera.
—No te voy a permit…
—Sí, ya sé, no vas a
permitir que te hable de esa manera, pero yo solo lo digo por tu bien —hablo
con el mismo todo de voz.
Todos en la sala estaban
completamente sorprendidos de escuchar hablar a Draco tan fríamente a su padre
—claro menos los chicos del futuro, que sabían de su cambio—, el más
sorprendido era Sirius, aun no se creía lo que había escuchado, y a lo único
que atino fue a reírse de Lucius.
Harry sintió que lo invadía la ira.
—Y, como ve, algunas de estas cosas
podrían hacer que saliera a la luz…
—¿Puedo quedarme con esto? —interrumpió
Draco, señalando la mano cortada que estaba sobre el cojín.
—¡Ah, la Mano de la Gloria! —dijo el
señor Borgin, olvidando la lista del padre de Malfoy y encaminándose hacia
donde estaba Draco—. ¡Si se introduce una vela entre los dedos, alumbrará las
cosas sólo para el que la sostiene! ¡El mejor aliado de los ladrones y
saqueadores! Su hijo tiene un gusto exquisito, señor.
—Espero que mi hijo llegue a ser algo
más que un ladrón o un saqueador, Borgin —repuso fríamente el padre de Malfoy.
Lucius miró a su hijo
detenidamente.
—¿Qué? —preguntó Draco al
sentir la mirada de su padre sobre él.
—No eres un ladrón, ni un
saqueador, ¿cierto? —preguntó el rubio de cabellos largos.
Con la forma tan rara de
comportarse, Lucius pensaba que su hijo no era lo que el se imaginaba que
fuera.
—Claro que no —respondió
Draco.
Y el señor Borgin se apresuró a decir:
—No he pretendido ofenderle, señor, en
absoluto…
—Aunque si no mejoran sus notas en el
colegio —añadió el padre de Malfoy, aún más fríamente—, puede, claro está, que
sólo sirva para eso.
Draco se sintió incomodo
ante esas palabras, dichas por su padre anteriormente.
—No es culpa mía —replicó Draco—. Todos
los profesores tienen alumnos enchufados. Esa Hermione Granger mismo…
—¡Eso no es cierto!
—exclamó una enojada Hermione, volteando al rubio.
Remus no supo porque,
pero sintió ira al escuchar que hablaban así de Hermione.
¿Qué me pasa? ¿Por qué
siento esta ira? ¿Por qué me molesta que hablen mal de Hermione? Cuando apenas
la conozco, se decía Lupin.
—Lo siento —dijo este
encogiéndose de hombros.
Lucius miró seriamente a
su hijo, pero no le reclamo nada por haberse disculpado con una sangre sucia
—como la llamaba Lucius— ya luego hablaría seriamente con Draco.
—Ya se olvidó de que el
profesor Snape, le daba ventaja siempre en su clase —comentó Ron por lo bajo.
—En Hogwarts no hay
alumnos enchufados —aclaró McGonagall, parecía estar muy enojada.
—Vergüenza debería darte que una chica
que no viene de una familia de magos te supere en todos los exámenes —dijo el
señor Malfoy bruscamente.
—¡Ja! —festejaron los
merodeadores. Hermione al instante miró a Remus, y le sonrió, haciendo que
Lupin se sonrojara.
—¡Ja! —se le escapó a Harry por lo
bajo, encantado de ver a Draco tan avergonzado y furioso.
—Que amable, Potter
—ironizó Draco.
Harry solo se encogió de
hombros.
—En todas partes pasa lo mismo —dijo el
señor Borgin, con su voz almibarada—. Cada vez tiene menos importancia
pertenecer a una estirpe de magos.
—No para mí —repuso el señor Malfoy,
resoplando de enfado.
—No, señor, ni para mí, señor —convino
el señor Borgin, con una inclinación.
—Lame suelas —dijeron los
merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett.
—En ese caso, quizá podamos volver a
fijarnos en mi lista —dijo el señor Malfoy, lacónicamente—. Tengo un poco de
prisa, Borgin, me esperan importantes asuntos que atender en otro lugar.
Moody escuchaba
atentamente todo, referente a Lucius Malfoy.
—¿Cuáles eran esos
asuntos, Malfoy? ¿Tal vez cumplir con una tarea de Voldemort? —dijo Moody.
Ginny se estremeció al
oír sobre una tarea de Voldemort, Harry al verla nerviosa, la rodeo con sus
brazos.
Se pusieron a regatear. Harry espiaba
poniéndose cada vez más nervioso conforme Draco se acercaba a su escondite,
curioseando los objetos que estaban a la venta. Se detuvo a examinar un rollo
grande de cuerda de ahorcado y luego leyó, sonriendo, la tarjeta que estaba
apoyada contra un magnífico collar de ópalos:
Cuidado: no tocar Collar
embrujado.
Hasta la fecha se ha cobrado las
vidas de diecinueve muggles que
lo poseyeron.
Lily y Hermione pusieron
mala cara.
—Oh, ¿ese collar
funcionara con brujas sangre pura? —preguntó Sirius, fingiendo inocencia.
—Claro que sí —aseguraron
Harry, Ron y Hermione, puesto que ellos presenciaron el ataque que sufrió Katie
Bell, tan solo al rosar ligeramente dicho collar. Todos los del pasado los
miraban sorprendidos, así que Harry preguntó—: ¿Por qué querías saber?
—Pues para regalárselo a
la vieja loca de mi madre —contestó inocentemente.
—Black/Sirius —lo
regañaron Lily y Andrómeda.
—Solo bromeaba —contestó
el animago.
Draco se volvió y reparó en el armario.
Se dirigió hacia él, alargó la mano para coger la manilla…
—De acuerdo —dijo el señor Malfoy en el
mostrador—. ¡Vamos, Draco!
Cuando Draco se volvió, Harry se secó
el sudor de la frente con la manga.
—Tuviste suerte —dijo
Hagrid, deteniendo la lectura, y Harry asintió.
—Que tenga un buen día, señor Borgin.
Le espero en mi mansión mañana para recoger las cosas.
En cuanto se cerró la puerta, el señor
Borgin abandonó sus modales afectados.
—Quédese los buenos días, señor
Malfoy, y si es cierto lo que cuentan, usted no me ha
vendido ni la mitad de lo que tiene oculto en su mansión.
—Maldito viejo idiota,
como se atreve a hablar así de un Malfoy. Como si estuviera a mi altura —gruñó
Lucius.
—Calma, señor Malfoy
—dijo Dumbledore, y Lucius lo ignoró, porque siguió refunfuñando por lo bajo.
Y se metió en la trastienda
mascullando. Harry aguardó un minuto por si volvía, y luego, con el máximo
sigilo, salió del armario y, pasando por delante de las estanterías de cristal,
se fue de la tienda por la puerta delantera.
Sujetándose delante de la cara las
gafas rotas, miró en torno. Había salido a un lúgubre callejón que parecía
estar lleno de tiendas dedicadas a las artes oscuras. La que acababa de abandonar,
Borgin y Burkes, parecía la más grande, pero enfrente había un horroroso
escaparate con cabezas reducidas y, dos puertas más abajo, tenían expuesta en
la calle una jaula plagada de arañas negras gigantes (¿Arañas
gigantes?, Ron se estremeció, y Harry, Hermione y sus hermanos sonrieron al
recordar su fobia). Dos brujos de aspecto miserable lo miraban desde el
umbral y murmuraban algo entre ellos. Harry se apartó asustado, procurando
sujetarse bien las gafas y salir de allí lo antes posible.
—Espero que no hayas
corrido, porque eso hará que se fijen más en ti —dijo Lily a su hijo.
Un letrero viejo de madera que colgaba
en la calle sobre una tienda en la que vendían velas envenenadas, le indicó que
estaba en el callejón Knockturn. Esto no le podía servir de gran ayuda, dado
que Harry no había oído nunca el nombre de aquel callejón. Con la boca llena de
cenizas, no debía de haber pronunciado claramente las palabras al salir de la
chimenea de los Weasley (Eso está más que claro,
dijeron los gemelos Prewett). Intentó tranquilizarse y pensar qué debía
hacer.
—¿No estarás perdido, cariño? —le dijo
una voz al oído, haciéndole dar un salto.
—¿Quién era? —preguntaron
Lily y Alice a la vez.
—Solo una vieja bruja
—contestó Harry.
Tenía ante él a una bruja decrépita que
sostenía una bandeja de algo que se parecía horriblemente a uñas humanas
enteras. Lo miraba de forma malévola, enseñando sus dientes sarrosos. Harry se
echó atrás.
—Estoy bien, gracias —respondió—. Yo
sólo…
—¡HARRY! ¿Qué demonios estás haciendo
aquí?
—¡Vendito Merlín! Parece
que alguien viene ayudarte, ¿verdad? —preguntó Lily, y Harry asintió.
Hagrid sonrió, recordando
cuando encontró a Harry cerca de la tienda Borgin.
El corazón de Harry dio un brinco, y la
bruja también, con lo que se le cayeron al suelo casi todas las uñas que
llevaba en la bandeja, y le echó una maldición mientras la mole de Hagrid, el
guardián de Hogwarts, se acercaba con paso decidido y sus ojos de un negro
azabache destellaban sobre la hirsuta barba.
Lily y le sonrió a Hagrid
con agradecimiento, y el semi-gigante se sonrojó.
—¡Hagrid! —dijo Harry, con la voz ronca
por la emoción—. Me perdí…, y los polvos flu…
Hagrid cogió a Harry por el pescuezo y
le separó de la bruja, con lo que consiguió que a ésta le cayera la bandeja
definitivamente al suelo.
Los gritos de la bruja les siguieron a
lo largo del retorcido callejón hasta que llegaron a un lugar iluminado por la
luz del sol. Harry vio en la distancia un edificio que le resultaba conocido,
de mármol blanco como la nieve (Es Gringotts, dijo
Bill. A lo que sus hermanos gemelos respondieron: “Fíjate que ni cuenta nos
habíamos dado”. Bill los ignoró): era el banco de Gringotts. Hagrid lo
había conducido hasta el callejón Diagon.
—¡No tienes remedio! —le dijo Hagrid de
mala uva, sacudiéndole el hollín con tanto ímpetu que casi lo tira contra un
barril de excrementos de dragón que había a la entrada de una farmacia (Lo siento, Harry, se disculpó Hagrid)—.
Merodeando por el callejón Knockturn… No sé, Harry, es un mal sitio… Será mejor
que nadie te vea por allí.
—No estaba merodeando,
llegue ahí por error —dijo Harry.
—Lo sabemos —dijeron
Hermione y Ron.
—Ya me di cuenta —dijo Harry,
agachándose cuando Hagrid hizo ademán de volver a sacudirle el hollín—. Ya te
he dicho que me había perdido. ¿Y tú, qué hacías?
—Buena pregunta, ¿Qué
hacías por ahí, Hagrid? —preguntó maliciosamente Sirius.
—Nada malo —contestó
Hagrid.
—Solo a ti se te puede
ocurrir que Hagrid estaría haciendo algo malo, Black —lo regañó Lily.
—Buscaba un repelente contra las babosas
carnívoras —gruñó Hagrid—. Están echando a perder las berzas. ¿Estás solo?
—He venido con los Weasley, pero nos
hemos separado —explicó Harry—. Tengo que buscarlos…
Bajaron juntos por la calle.
—¿Por qué no has respondido a ninguna
de mis cartas? —preguntó a Harry, que se veía obligado a trotar a su lado
(tenía que dar tres pasos por cada zancada que Hagrid daba con sus grandes
botas) (Hagrid se sonrojó). Harry se lo
explicó todo sobre Dobby y los Dursley.
»¡Condenados muggles!
—gruñó Hagrid—. Si hubiera sabido…
—¿Le hubieras puesto otra
cola de cerdo al primo de Harry? —preguntaron los gemelos Weasley, con tono
esperanzador.
Hagrid solo sonrió.
—¡Harry! ¡Harry! ¡Aquí!
Hermione sonrió.
Remus la vio sonreír, y
se preguntó, que cual era el motivo de su sonrisa.
Harry vio a Hermione Granger en lo alto
de las escaleras de Gringotts. Ella bajó corriendo a su encuentro, con su
espesa cabellera castaña al viento.
Ahí Remus comprendió el
motivo de su sonrisa.
—¿Qué les ha pasado a tus gafas? Hola,
Hagrid. ¡Cuánto me alegro de volver a veros! ¿Vienes a Gringotts, Harry?
—Hablabas mucho de
pequeña —comentó Sirius, mirando a Hermione con burla.
—Sirius, no la molestes
—la defendió Remus. Hermione se sonrojó al escuchar que su esposo la defendía,
lo miró y se sonrojó aún más.
Remus también se sonrojó
al descubrir que Hermione lo miraba.
—Tan pronto como encuentre a los
Weasley —respondió Harry.
—No tendréis que esperar mucho —dijo
Hagrid con una sonrisa.
Harry y Hermione miraron alrededor.
Corriendo por la abarrotada calle llegaban Ron, Fred, George, Percy y el señor
Weasley.
—Harry —dijo el señor Weasley
jadeando—. Esperábamos que sólo te hubieras pasado una chimenea. —Se frotó su
calva brillante—. Molly está desesperada…, ahora viene.
—Gracias por preocuparte
por mi hijo, Arthur —dijo James.
—No tienes que
agradecerme, tú hubieras hecho lo mismo por uno de mis hijos —contestó Arthur.
—¿Dónde has salido? —preguntó Ron.
—En el callejón Knockturn —respondió
Harry con voz triste.
—¡Fenomenal! —exclamaron Fred y George
a la vez.
Molly miró mal a sus
hijos.
Lo que me espera con este
par, pensaba Molly, acariciándose su vientre abultado, vientre que llevaba a
los gemelos.
—¡Por supuesto que no es
fenomenal! —gritó Molly.
—Solo nos daba curiosidad
—trataron de defenderse los gemelos.
—A nosotros nunca nos han dejado entrar
—añadió Ron, con envidia.
—Pues Molly ha hecho muy
bien —dijo Remus.
Ron miró con una
sonrisita a Hermione.
—Pues Hermione también
entro a Borgin y Burkes —dijo Ron.
Los merodeadores, Lily,
Molly, Arthur, los Tonks, los Longbottom, Dumbledore, McGonagall, Ojoloco y
Draco miraron a Hermione.
—Castaña, ¿tú también has
entrado Borgin y Burkes? ¿Qué querías comprar? —preguntó Sirius.
—Yo… eh… nada, no quería
comprar nada —respondió la chica, muy sonrojada.
—¿Entonces que hacías
ahí? —ahora preguntó Remus.
—Eh… —Hermione no
respondió.
—Que chismoso eres,
Ronald —le gruñó Ginny.
—En realidad solo entro a
averiguar cosas —dijo Harry.
—¿Qué cosas? —preguntó
Moody.
—Ya se enteraran
—contestó Harry, y así dio por terminada esa pequeña platica.
—Y han hecho bien —gruñó Hagrid.
La señora Weasley apareció en aquel
momento a todo correr, agitando el bolso con una mano y sujetando a Ginny con
la otra.
Ginny
sonrió.
—¡Ay, Harry…
Ay, cielo… Podías haber salido en cualquier parte!
Respirando aún con dificultad, sacó del
bolso un cepillo grande para la ropa y se puso a quitarle a Harry el hollín con
el que no había podido Hagrid. El señor Weasley le cogió las gafas, les dio un
golpecito con la varita mágica y se las devolvió como nuevas.
James y Lily se sintieron
un poco apenados porque no fueron ellos los que estuvieron con su hijo en ese
momento.
—Bueno, tengo que irme —dijo Hagrid, a
quien la señora Weasley estaba estrujando la mano en ese instante («¡El
callejón Knockturn! ¡Menos mal que usted lo ha encontrado, Hagrid!», le
decía)—. ¡Os veré en Hogwarts! —dijo, y se alejó a zancadas, con su cabeza y
sus hombros sobresaliendo en la concurrida calle.
—¿A que no adivináis a quién he visto
en Borgin y Burkes? —preguntó Harry a Ron y Hermione mientras subían las
escaleras de Gringotts—. A Malfoy y a su padre.
Neville sonrió al ver al
trío nuevamente juntos.
—No es raro que Harry
siempre le contara todo a Ron y Hermione —comentó Neville.
Los merodeadores los
miraron a los chicos.
—Entonces son igual que
nosotros —dijo James, señalando a sus amigos.
—Siempre unidos en las
buenas y en las malas —continuó Sirius.
—Y nunca nos
traicionaríamos —concluyó Lupin.
Los chicos del futuro no
los contradijeron, no era el momento aun de que sepan de que Peter, si los
había traicionado.
—¿Y compró algo Lucius Malfoy?
—preguntó el señor Weasley, con acritud.
—No, quería vender.
—Así que está preocupado —comentó el
señor Weasley con satisfacción, a pesar de todo—. ¡Cómo me gustaría coger a
Lucius Malfoy!
—Maldito traidor a la
sangre, pobretón. Nunca podrás conmigo —susurró Lucius.
Pero el único que lo
escucho fue Severus, pero este no dijo nada porque los Weasley simplemente no
le caía bien, pero tampoco le caía mal.
—Ten cuidado, Arthur —le dijo
severamente la señora Weasley mientras entraban en el banco y un duende les
hacía reverencias en la puerta—. Esa familia es peligrosa, no vayas a dar un
paso en falso.
—Deberías hacerle caso a
tu esposa, Weasley —dijo Lucius con arrogancia.
—Y tú, Malfoy deberías de
andarte con cuidado, si no quieres ir a parar a Azkaban —dijo Ojoloco.
Lucius hizo una mueca de
desagrado.
—¿Así que no crees que un servidor esté
a la altura de Lucius Malfoy? —preguntó indignado el señor Weasley, pero en
aquel momento se distrajo al ver a los padres de Hermione, que estaban ante el
mostrador que se extendía a lo largo de todo el gran salón de mármol, esperando
nerviosos a que su hija los presentara.
Hermione se entristeció
porque aún no había podido encontrar a sus padres. Y eso que ya lleva meses
buscándolos.
Pero parecía que era como
buscar una aguja en un pajar.
»¡Pero ustedes son muggles!
—observó encantado el señor Weasley—. ¡Esto tenemos que celebrarlo con una
copa! ¿Qué tienen ahí? ¡Ah, están cambiando dinero muggle!
¡Mira, Molly! —dijo, señalando emocionado el billete de diez libras esterlinas
que el señor Granger tenía en la mano.
—Típico de papá —dijeron
los chicos Weasley.
—Nos veremos aquí luego —dijo Ron a
Hermione, cuando otro duende de Gringotts se disponía a conducir a los Weasley
y a Harry a las cámaras acorazadas donde se guardaba el dinero.
Para llegar a las cámaras tenían que
subir en unos carros pequeños, conducidos por duendes, que circulaban
velozmente sobre unos raíles en miniatura por los túneles que había debajo del
banco (Hagrid hizo una mueca de desagrado, pero
James y Sirius sonreían, porque al parecer a ellos les agradaba mucho esos
carritos). Harry disfrutó del vertiginoso descenso hasta la cámara
acorazada de los Weasley, pero cuando la abrieron se sintió mal, mucho peor que
en el callejón Knockturn. Dentro no había más que un montoncito de sickles
de plata y un galeón de oro.
Los Weasley se
sonrojaron.
—No deberías sentirte
mal, Harry —dijo Molly.
—Pero es que, no me
parece justo que yo tenga tanto dinero, y así todavía ustedes me mantengan casi
todo el verano —dijo el ojiverde—. A mí me gustaría ayudarlos…
—De ninguna manera —dijo
Arthur y Molly asintió—. Eres nuestro invitado, y los invitados no necesitan
darnos nada. Con que solo te sientas a gusto en nuestra casa, es más que
suficiente.
—Estúpidos —dijo por lo
bajo Lucius.
En otros tiempos Draco y
Pansy hubieran reído a carcajadas por el comentario de Lucius, pero ahora que
habían pasado por una guerra y habían salido con vida de ella, ya no pensaban
que era gracioso el insulto de Lucius. En su época con las nuevas leyes ya no
importaba si eras un sangre pura o no. Ahora todos eran iguales.
La señora Weasley repasó los rincones
de la cámara antes de echar todas las monedas en su bolso. Harry aún se sintió
peor cuando llegaron a la suya. Intentó impedir que vieran el contenido
metiendo a toda prisa en una bolsa de cuero unos puñados de monedas.
—No te preocupes, amigo.
A nosotros no nos importa que tú tengas más dinero que nosotros —dijo Ron con
sinceridad.
—Ya, pero aun así no es
justo —insistió el ojiverde.
Ginny rodo los ojos, pero
luego le sonrió con ternura a su novio.
Cuando salieron a las escaleras de
mármol, el grupo se separó. Percy musitó vagamente que necesitaba otra pluma.
Fred y George habían visto a su amigo de Hogwarts, Lee Jordan. La señora
Weasley y Ginny fueron a una tienda de túnicas de segunda mano (Molly miró como disculpándose con su hija, pero esta
solo le sonrió como respuesta). Y el señor Weasley insistía en invitar a
los Granger a tomar algo en el Caldero Chorreante.
—Muchas gracias, señor
Weasley —dijo Hermione—, mis padres se alegraron mucho con su compañía ya que
así no se sintieron tan fuera de lugar.
Arthur sonrió y asintió.
—Nos veremos dentro de una hora en
Flourish y Blotts para compraros los libros de texto —dijo la señora Weasley,
yéndose con Ginny—. ¡Y no os acerquéis al callejón Knockturn! —gritó a los
gemelos, que ya se alejaban.
Harry, Ron y Hermione pasearon por la
tortuosa calle adoquinada. Las monedas de oro, plata y bronce que tintineaban
alegremente en la bolsa dentro del bolsillo de Harry estaban pidiendo a gritos
que se les diera uso, así que compró tres grandes helados de fresa y
mantequilla de cacahuete, que devoraron con avidez mientras subían por el
callejón, contemplando los fascinantes escaparates. Ron se quedó mirando un
conjunto completo de túnicas de los jugadores del Chudley Cannon en el
escaparate de Artículos de calidad
para el juego de quidditch, hasta que Hermione se los llevó a
rastras a la puerta de al lado, donde debían comprar tinta y pergamino.
—Aburrida —canturreó
Sirius a Hermione.
—Y tú eres un inmaduro
—contraatacó Hermione.
Remus y James se rieron
de su amigo.
—¿Qué no me van a
defender? —preguntó Sirius, con un tono ofendido.
—Hermione tiene razón, a
veces eres un poco inmaduro —dijo Remus.
Hermione le sonrió a
Remus, y este le devolvió la sonrisa. Estuvieron mirándose por minutos, hasta
que escucharon la voz de Hagrid, al continuar leyendo.
En la tienda de artículos de broma
Gambol y Japes encontraron a Fred, George y Lee Jordan, que se estaban
abasteciendo de las «Fabulosas bengalas del doctor Filibuster, que no necesitan
fuego porque se prenden con la humedad» (¡Oh,
Merlín! Lo que me espera con ese par, pensaba McGonagall), y en una
tienda muy pequeña de trastos usados, repleta de varitas rotas, balanzas de
bronce torcidas y capas viejas llenas de manchas de pociones, encontraron a
Percy, completamente absorto en la lectura de un libro aburridísimo que se
titulaba Prefectos que conquistaron el poder.
—«Estudio sobre los prefectos de
Hogwarts y sus trayectorias profesionales» —leyó Ron en voz alta de la
contracubierta—. Suena fascinante…
—Muy entretenido —dijeron
los gemelos Weasley, para luego explotar de la risa.
—Percy nos decepcionas
—dijeron Fabian y Gideon.
—¿Es en serio?
—preguntaron James y Sirius.
—Ya dejen de molestar a
Percy, él es un buen chico —defendió Molly.
—No lo soy tanto —susurró
Percy. Aun se sentía muy mal por haberse distanciado de su familia y todo por
un estúpido puesto en el ministerio.
—Marchaos —les dijo Percy de mal humor.
—Desde luego, Percy es muy ambicioso,
lo tiene todo planeado; quiere llegar a ministro de Magia… —dijo Ron a Harry y
Hermione en voz baja, cuando salieron dejando allí a Percy.
Percy se sonrojó al ver a
Fred y a George que lo observaba y luego hablaban en voz baja.
Una hora después, se encaminaban a
Flourish y Blotts. No eran, ni mucho menos, los únicos que iban a la librería.
Al acercarse, vieron para su sorpresa a una multitud que se apretujaba en la puerta,
tratando de entrar (Es raro, nunca hay tanta gente,
dijo Ted). El motivo de tal aglomeración lo proclamaba una gran pancarta
colgada de las ventanas del primer piso:
GILDEROY
LOCKHART
firmará hoy ejemplares de su
autobiografía
EL ENCANTADOR
de 12.30 a 16.30 horas
—¿Qué? Todo ese alboroto
por el idiota de Lorckhart —dijo James, incrédulo.
—Y podrá haber alguien
que compre sus estúpidos libros y quieran que se los firmen —dijo Sirius, muy
indignado.
Harry y ron miraron a
Hermione con burla.
—¡Podremos conocerle en persona!
—chilló Hermione—. ¡Es el que ha escrito casi todos los libros de la lista!
—¡Oh, por Merlín!
—exclamaron Lily y Alice, mirando a Hermione.
—¿Te gusta Lorckhart?
—preguntaron los merodeadores.
—¡No! —respondió
Hermione—, solo me gustaba sus libros.
—Era un impostor —dijo
Harry.
—Además no seas
mentirosa, Hermione, a ti te gustaba ese tonto, si hasta…
—Cállate, Ronald —gruñó Hermione—. Si dices algo más haré
que unos hermosos pajarillos te vuelvan a atacar —lo
amenazó, pero todo eso se lo susurró.
El pelirrojo se puso tan
rojo como su cabello.
—¿Qué ibas a decir, Ron?
—le preguntó Sirius.
—Nada, ya se me olvido
—contestó el pelirrojo, causando la risa de sus hermanos, Harry y Luna.
La multitud estaba formada
principalmente por brujas de la edad de la señora Weasley. En la puerta había
un mago con aspecto abrumado, que decía:
—Por favor, señoras, tengan calma…, no
empujen…, cuidado con los libros…
Harry, Ron y Hermione consiguieron al
fin entrar. En el interior de la librería, una larga cola serpenteaba hasta el
fondo, donde Gilderoy Lockhart estaba firmando libros (Imbécil,
bufó Ron). Cada uno cogió un ejemplar de Recreo
con la «banshee» y se unieron con disimulo al grupo de
los Weasley, que estaban en la cola junto con los padres de Hermione.
—¡Qué bien, ya estáis aquí! —dijo la
señora Weasley. Parecía que le faltaba el aliento, y se retocaba el cabello con
las manos—. Enseguida nos tocará.
Arthur miró a su esposa,
y frunció el ceño. Y Molly se sonrojó.
A medida que la cola avanzaba, podían
ver mejor a Gilderoy Lockhart. Estaba sentado a una mesa, rodeado de grandes
fotografías con su rostro, fotografías en las que guiñaba un ojo y exhibía su
deslumbrante dentadura (Harry y Ron fingían
vomitar, eso causo la risa de los merodeadores). El Lockhart de carne y
hueso vestía una túnica de color añil, que combinaba perfectamente con sus
ojos; llevaba su sombrero puntiagudo de mago desenfadadamente ladeado sobre el
pelo ondulado.
—Yo creo que es medio gay
—dijo Sirius.
—Yo digo que es completo
—dijo James.
—Definitivamente es gay
—apoyó Remus.
Hermione se sorprendió
mucho al escuchar a su esposo insultar a alguien, puesto que él nunca había
hecho algo parecido, siempre era muy respetuoso y pasivo.
Un hombre pequeño e irritable merodeaba
por allí sacando fotos con una gran cámara negra que echaba humaredas de color
púrpura a cada destello cegador del flash.
—Fuera de aquí —gruñó a Ron,
retrocediendo para lograr una toma mejor—. Es para el diario El
Profeta.
—Pues el diario El
Profeta va a perder a ese fotógrafo la próxima vez que se atreva a tratar a si
a nuestro hermano —dijo Fred.
—¿Por qué no nos dijiste
lo que hizo ese hombre, Ron? —dijo George, y Ron miraba emocionado a sus
hermanos, lo estaban defendiendo.
—Nosotros somos los
únicos que podemos tratarte así —terminaron ambos hablando a la vez.
—Vaya, gracias —dijo con
sarcasmo Ron.
Ya se me hacía raro,
pensaba Ron.
—¡Vaya cosa! —exclamó Ron, frotándose
el pie en el sitio en que el fotógrafo lo había pisado.
Gilderoy Lockhart lo oyó y levantó la
vista. Vio a Ron y luego a Harry, y se fijó en él. Entonces se levantó de un
salto y gritó con rotundidad:
—¿No será ése
Harry Potter?
La multitud se hizo a un lado,
cuchicheando emocionada. Lockhart se dirigió hacia Harry y cogiéndolo del brazo lo llevó
hacia delante. La multitud aplaudió (Oh, te está
usando para conseguir publicidad, dijo seriamente James, y Harry asintió).
Harry se notaba la cara encendida cuando
Lockhart le estrechó la mano ante el fotógrafo, que no paraba un segundo de sacar fotos, ahumando
a los Weasley.
—Y ahora sonríe, Harry —le pidió
Lockhart con su sonrisa deslumbrante—. Tú y yo juntos nos merecemos la primera página.
—Es un tonto inseguro
—dijo Frank Longbottom.
—Ese hubiera sido capaz
de tomarse una foto con el mismísimo Voldemort para obtener más publicidad
—dijo Ginny.
—Y Luego hubiera escrito
un libro de él derrotando a Voldemort —alegó Hermione.
Harry y Ron rieron.
—Vaya, a ustedes tampoco
parece caerles bien ese Lorckhart —comentó Gideon.
—No sabes cuánto —dijeron
al unisonó el trío de oro.
Cuando le soltó la mano, Harry tenía
los dedos entumecidos. Quiso volver con los Weasley, pero Lockhart le pasó el brazo por los hombros y lo
retuvo a su lado.
Lily y James fruncieron
el ceño.
—Señoras y caballeros —dijo en voz
alta, pidiendo silencio con un gesto de la mano—.
¡Éste es un gran momento! ¡El momento ideal para que les anuncie algo que he mantenido hasta ahora en secreto! (nunca pensé que hubiera alguien más arrogante que Potter
y Black, murmuró Snape) Cuando el joven Harry entró hoy en Flourish y Blotts, sólo pensaba comprar mi
autobiografía, que estaré muy contento de regalarle (Guárdate
tus regalos publicitarios, imbécil, dijo James). —La multitud aplaudió de nuevo—. Él no
sabía —continuó Lockhart, zarandeando a Harry
de tal forma que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz— que en
breve iba a recibir de mí mucho más que mi
libro El encantador. Harry y sus
compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí,
señoras y caballeros, tengo el gran placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el
profesor de Defensa Contra las
Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!
—¡¿Qué?! —se escuchó una
exclamación general.
—¿Contrato a ese hombre
para que sea profesor de DCAO? —preguntó Remus a Dumbledore. Aun no se lo podía
creer, nadie se lo creía.
—Al parecer sí, señor
Lupin —contestó Dumbledore.
—¿Por
qué? —preguntaron los merodeadores.
—Nadie
más quiso tomar ese empleo —contestó Hagrid.
—¡Qué
horror! —murmuró Lily—. Tu serias un excelente profesor, Remus —le dijo la
pelirroja a su amigo, que ahora tenía sus mejillas con un ligero color carmesí.
Harry,
Ron, Hermione, Ginny, Luna y los gemelos Weasley sonrieron.
La multitud aplaudió y vitoreó al mago,
y Harry fue obsequiado con las obras completas
de Gilderoy Lockhart. Tambaleándose un poco bajo el peso de los libros, logró abrirse camino desde la mesa de
Gilderoy, en que se centraba la atención del público, hasta el fondo de la tienda, donde Ginny aguardaba
junto a su caldero nuevo.
—Ahí empieza todo —susurró
Ginny. Harry la escucho y la abrazo.
—Tenlos tú —le farfulló Harry, metiendo
los libros en el caldero—. Yo compraré los
míos…
—Fue tierno que se los
des a Ginny —comentó Lily a su hijo.
—¿A qué te gusta, eh, Potter? —dijo una
voz que Harry no tuvo ninguna dificultad en
reconocer. Se puso derecho y se encontró cara a cara con Draco Malfoy, que
exhibía su habitual aire despectivo—. El famoso
Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista.
—Cosa que a ti te
gustaría ser —murmuró Ron, y Harry rió.
—¡Déjale en paz, él no lo ha buscado!
—replicó Ginny Era la primera vez que hablaba
delante de Harry. Estaba fulminando a Malfoy con la mirada.
—El carácter pelirrojo,
es de cuidado —dijo Sirius mirando a Lily, Ginny y Molly.
Los chicos Weasley y los
gemelos Prewett asintieron.
—¡Vaya, Potter, tienes novia! —dijo
Malfoy arrastrando las palabras. Ginny se puso
roja mientras Ron y Hermione se acercaban, con sendos montones de los libros de Lockhart.
—¡Ah, eres tú! —dijo Ron, mirando a Malfoy
como se mira un chicle que se le ha pegado
a uno en la suela del zapato—. ¿A qué te sorprende ver aquí a Harry, eh?
Draco
hizo un gesto de molestia, pero no por cómo le había hablado Ron, sino porque
sabía que ese día su padre y el padre de los Weasley se agarraron a golpes.
—No me sorprende tanto como verte a ti
en una tienda, Weasley —replicó Malfoy—. Supongo que tus padres pasarán hambre
durante un mes para pagarte esos libros.
Lucius Malfoy sonrió con
maldad.
—Ese comentario fue muy
cruel —dijo Andrómeda, y aunque Narcisa no replico nada, en el fondo sabía que
si era un comentario cruel.
—Es un Malfoy —dijo como
excusa Lucius.
Y antes de que se forme
un duelo entre los Weasley y los Malfoy, Dumbledore hizo una seña a Hagrid para
que siguiera leyendo.
Ron se puso tan rojo como Ginny. Dejó
los libros en el caldero y se fue hacia Malfoy,
pero Harry y Hermione lo agarraron de la chaqueta.
—¡Ron! —dijo el señor Weasley,
abriéndose camino a duras penas con Fred y George—.
¿Qué haces? Vamos afuera, que aquí no se puede estar.
—Vaya, vaya…, ¡si es el mismísimo
Arthur Weasley!
Era el padre de Draco. El señor Malfoy
había cogido a su hijo por el hombro y miraba
con la misma expresión de desprecio que él.
—Eso suena a problemas
—murmuró Molly.
—Lucius —dijo el señor Weasley,
saludándolo fríamente.
—Mucho trabajo en el Ministerio, me han
dicho —comentó el señor Malfoy—. Todas
esas redadas… Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no? —Se acercó al caldero de Ginny y sacó de
entre los libros nuevos de Lockhart un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía
de transformación
para principiantes—. Es evidente que no (Arthur
apretó las manos hechas puño) —rectificó—. Querido amigo, ¿de qué sirve
deshonrar el nombre de mago si ni siquiera
te pagan bien por ello?
—Papá solo hace lo
correcto y si eso no le deja buena paga, por lo menos tiene la satisfacción de
llevar la frente en alto y no como otros —dijo Ginny, muy enfurecida.
Arthur se sintió muy
orgulloso de su hija. Mientras Lucius miraba con desprecio a la chica.
—Bien dicho, pelirroja
dos —le dijo Sirius, y Ginny le sonrió.
El señor Weasley se puso aún más rojo
que Ron y Ginny.
—Tenemos una idea diferente de qué es
lo que deshonra el nombre de mago, Malfoy
—contestó.
—¡Gracias a Merlín!
—musitó Molly.
—Es evidente —dijo Malfoy, mirando de
reojo a los padres de Hermione, que lo miraban
con aprensión—, por las compañías que frecuentas, Weasley… Creía que ya no podías caer más bajo.
—¡Como se atreve!
—exclamó una Hermione muy enfurecida (que para varias ya le había vuelto a
cambiar el carácter)—, no solo está ofendiendo al señor Weasley, sino también a
mis padres.
Lucius miró con asco a
Hermione.
—No eres más que una
sangre sucia —siseó Lucius.
Hermione se enojó aún más
y sintió que su brazo marcado con las palabras “sangre sucia” se quemaba. Pero
antes de responderle al rubio, alguien más lo hizo.
—¡No vuelvas a llamarla
de esa manera! —rugió Remus. Todos lo miraban sorprendidos. Lupin no se pudo
controlar, solo sintió un instinto de protegerla, no permitiría que le hablaran
de esa manera nuevamente.
Hermione lo miró con los
ojos brillantes, las lágrimas estaban a punto de salir de sus ojos. Remus la
estaba defendiendo y eso la hacía sentir especial.
—O sino ¿qué, Lupin? ¿Qué
me vas hacer? —lo reto Lucius.
—Nosotros no permitiremos
que le hagas algo a Hermione o Remus —saltaron Harry, los Weasley, Neville y
Luna.
—Y también estamos
nosotros para partirte la cara a lo muggle —dijeron James y Sirius.
—Piensan que me dan miedo
traidores a la sangre —contestó Lucius.
—¡Padre! —siseó Draco.
—Ya basta, señor Malfoy,
no permitiré esa forma de hablar frente a mí —dijo Dumbledore, severamente—. Se
lo estoy advirtiendo —concluyó.
—O a la próxima podría
pasarse una buena temporada en Askaban y sumando toda la información que se
ahora —gruñó Moody.
Lucius ya no volvió a
decir nada. Solo se dedicó a mirar asqueado a las personas que estaban en la
otra mesa.
Entonces el caldero de Ginny saltó por
los aires con un estruendo metálico; el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a
dar de espaldas contra un estante.
—¡Vamos, cuñado!
¡Golpéalo! ¡Rómpele la nariz, Arthur! —gritaban los gemelos Prewett y los
merodeadores.
Docenas de pesados libros de conjuros
les cayeron sobre la cabeza. Fred y George
gritaban: «¡Dale, papá!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!» La multitud retrocedió en desbandada,
derribando a su vez otros estantes.
—¡Caballeros, por favor, por favor!
—gritó un empleado.
Y luego, más alto que las otras voces,
se oyó:
—¡Basta ya, caballeros, basta ya!
Hagrid vadeaba el río de libros para
acercarse a ellos (Hagrid llego en un mal momento,
dijeron los gemelos Weasley, y Molly y la profesora McGonagall los miraron
reprobatoriamente). En un instante, separó a Weasley y Malfoy. El primero tenía un
labio partido, y al segundo, una Enciclopedia de setas no comestibles le
había dado en un ojo (¡Qué bien, Arthur! Le dejaste
el ojo negro a Malfoy, dijeron los merodeadores. Y ni Draco ni Narcisa dijeron
nada para defenderlo). Malfoy todavía sujetaba en la mano el viejo libro sobre transformación. Se lo
entregó a Ginny, con la maldad brillándole en los ojos.
—Toma, niña, ten tu libro, que tu padre
no tiene nada mejor que darte.
Arthur estaba rojo de
ira, y miraba a Lucius Malfoy con desprecio. Algo raro en él.
Librándose de Hagrid, que lo agarraba
del brazo, hizo una seña a Draco y salieron de la librería.
—No debería hacerle caso, Arthur —dijo
Hagrid, ayudándolo a levantarse del suelo
y a ponerse bien la túnica—. En esa familia están podridos hasta las entrañas,
lo sabe todo el mundo. Son una mala raza (Bien dicho, dijo Sirius. Draco se sintió mal por eso,
pero sabía que Hagrid tenía razón). Vamos, salgamos de aquí.
Dio la impresión de que el empleado
quería impedirles la salida, pero a Hagrid apenas
le llegaba a la cintura, y se lo pensó mejor (Si
supiera que Hagrid no es nada peligroso, dijo Ron, y Hagrid se sonrojó).
Se apresuraron a salir a la calle. Los padres
de Hermione todavía temblaban del susto y la señora Weasley, que iba a su lado, estaba furiosa.
—¡Qué buen ejemplo para tus hijos…,
peleando en público! (Y eso mismo dijo ahora, dijo
Molly) ¿Qué habrá pensado Gilderoy
Lockhart?
—A nadie le importa lo
que diga ese idiota —dijeron a la vez Arthur y Ron.
Molly los miró seria.
—Estaba encantado —repuso Fred—. ¿No le
oísteis cuando salíamos de la librería?
Le preguntaba al tío ese de El Profeta si
podría incluir la pelea en el reportaje. Decía
que todo era publicidad.
—En verdad es un idiota
—dijeron Lily y los merodeadores.
James sonrió al escuchar
que Lily también había llamado idiota a Lockhart.
Los ánimos ya se habían calmado cuando
el grupo llegó a la chimenea del Caldero Chorreante,
donde Harry, los Weasley y todo lo que habían comprado volvieron a La Madriguera utilizando los polvos flu.
Antes se despidieron de los Granger, que abandonaron
el bar por la otra puerta, hacia la calle muggle que
había al otro lado. El señor
Weasley iba a preguntarles cómo funcionaban las paradas de autobús, pero se detuvo en cuanto vio la cara que ponía
su mujer.
—Insisto, el carácter de
las pelirrojas es de cuidado —dijo Sirius.
—Y de las castañas
también —dijo Harry, mirando a su amiga.
—Sobre todo cuando de
golpear se trata —concluyó Ron, recordando a Hermione golpear a Draco y también
a él mismo.
—¿Golpear? ¿A quién
golpeaste, Hermione? —preguntó James.
—A pues de eso ya se
enteraran, según vayamos leyendo los libros —contestó Ginny, para ayudar a su
amiga.
Harry se quitó las gafas y se las
guardó en el bolsillo antes de utilizar los polvos flu.
Decididamente, aquél no era su medio de transporte favorito.
—Aquí termina el capítulo
—dijo Hagrid.
—Muchas gracias, Hagrid
—dijo Dumbledore—. Ahora leeremos otro capítulo más, y luego cenaremos.
¿Señorita Parkinson, le gustaría continuar con la lectura? —preguntó.
La pelinegra se
sorprendió que Dumbledore le pidiera que leyera el siguiente capítulo.
—Eh… sí, claro —contestó
la chica, luego de unos segundos en silencio.
Dumbledore hizo levitar
el libro hasta, Pansy, que lo tomo con las manos.
—“El sauce boxeador” —leyó la pelinegra.
Los merodeadores tenían
una cara de sorpresa al escuchar el título.
Oo me encanto, sobre todo eso de que remus defendiera a hermione, esta muy buena la historia, eres genial,tienes mucho talento ojala puedas actualizar pronto
ResponderEliminarHola nuevamente Denisse
ResponderEliminarGracias por comentar, te queria pedir por favor que si pudieras decirle a tus amigas que se pasesn por mi historia, haber que les parece. gracias de antemano
Besos y abrozos
Hola! No me cansare de decirte que sos una gran escritora, y tu historia es un claro ejemplo de ello. Bueno con respecto a este capitulo , se ha podido observar mas Remus X Herms y me encanta. voy a esperar tu pronta actualización. Ah por cierto no se si te recuerdes de mi en Potterfics era / soy BellaSong c:
ResponderEliminarPues muchas gracias por tomarte el trabajo de pasarte por mi blog, ya que en Potterfics eliminaron mi historia, en verdad gracias
EliminarBesos
Hola, no sé cómo pero te encontré. Leía tu historia en Potterfics pero como ya no está más ahí pensé que dejaste de escribirla, me alegra saber que no es así porque es muy buena. Por cierto, el capítulo te quedó fenomenal, me encantó la parte del enfrentamiento con Lucius (en mi mente se juntaron todos y le bajaron los humos a golpes! jajajaja!). Seguiré al tanto de los próximos capítulos que decidas escribir, un saludo.
ResponderEliminarAuLingWood
Hola, alwoodsnap1
EliminarGracias por pasarte por mi blog, y como le explique a Midori Yuri Umiko, Potterfics me elimino mi historia, pero ahora la continuaré aquí. Ah, y muchas gracias por comentar, si tienes amigas invítalas a que se pasen por mi blog, tal vez le guste =)
Besos
hola, hice lo que me pediste, puse el link de tu historia en mi facebook para que todos lo pudieran ver y tambien se las recomende a otros amigos, espero que se pasen por tu bog, ojala puedas actualizar pronto
ResponderEliminarHola, muchas gracias por hacerme ese favor, y quizás en noche actualice
EliminarSaludos
eres genial,estoy esperando la actualizacion esque me encanta esta historia
Eliminarporfis actualiza, quiero saber que sigue
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