Luego que esa brillante luz se
disipará, dejo a la vista a cinco chicos pelirrojos, dos de los cuales eran
idénticos. Ellos al comienzo estaban confundidos, pero luego parecía que ya se
esperaban ver a esas personas.
—Buenos días, jovencitos, ¿me podrían
decir quiénes son? —preguntó la voz amable del profesor Dumbledore.
Los pelirrojos se giraron para ver a
la persona que le había hablado.
—Profesor Dumbledore —dijeron los
cinco a coro.
—Sí, soy yo. ¿Pero quienes son
ustedes? Ustedes me conocen a mí, pero lamentablemente yo no tengo el gusto de
conoceros a vosotros —dijo Dumbledore mirándolos a través de sus lentes de
media luna.
—Nosotros somos los Weasley —dijo
Bill. A lo que la pareja de pelirrojos, los miraron fijamente—. Venimos del
futuro —concluyó.
Dumbledore sonrió.
Se empezaron a escuchar nuevamente
los murmullos.
—Sean bienvenidos chicos, Weasley
—dijo el director—. Podrían hacer el favor de decirnos sus nombres.
Asintieron.
—Soy William Arthur Weasley, pero
todos me llaman Bill, tengo 27 año y soy el mayor de los Weasley—sus padres lo
miraban con orgullo, su pequeño Bill ya era todo un hombre, lo único malo según
Molly era que tenía el cabello largo.
—Yo soy Charles Weasley, pero me
dicen Charlie, tengo 25 años, y soy el segundo de los Weasley —Molly ya estaba
al borde de las lágrimas al ver a sus hijos, Arthur, la tenía abrazada. Pero
estar al borde de las lágrimas no le impidió a Molly ver las quemaduras que
tenía su hijo en los brazos. Ya luego averiguaría como se lo había hecho.
—Soy Percival Ignatius —los gemelos
soltaron una risita al escuchar el segundo nombre de su hermano, Percy los miró
serio—, Weasley, pero me dicen Percy —a los esposos Weasley le sorprendió la
manera de hablar de su hijo, era educada, pero era al parecer de ellos un poco
serio—, tengo 22 años.
Los últimos eran los gemelos, ellos
habían acordado olvidar por el momento la muerte de Fred.
Ambos chicos sonrientes, dieron un
paso adelante.
—Hola, yo soy Gred… —dijo uno de los
gemelos.
—… y yo soy Feorge —termino el otro
gemelo.
—Y somos los gemelos Weasley, tenemos
20 años —dijeron al unísono con una sonrisa en los labios.
Los merodeadores y los gemelos
Prewett, sonrieron con verdadera alegría, si alguien sabia reconocer bromistas,
sin duda alguna eran los merodeadores y los Prewett.
Molly tocándose el vientre, miraba a
sus últimos hijos —por el momento— con incredulidad, sus hijos eran igual a sus
hermanos, iba a tener unos hijos igual o tal vez más bromistas que sus hermanos
y los merodeadores juntos.
—Pueden tomar asiento, chicos —dijo
Dumbledore, también sonriendo por la ocurrencia de los gemelos.
—Claro, profesora McGonagall
—saludaron Bill, Charlie y Percy, la profesora asintió, y ellos se fueron a sentar junto a sus padres.
Los únicos que se quedaron unos
segundos más fueron los gemelos.
—Hola, profesora McGonagall —dijeron
al unísono—, que joven se ve—la profesora se sonrojo—, y usted también
Dumbledore, se ve muy joven.
—Por supuesto que se ven jóvenes
Gred… —empezó un gemelo.
—… porque 21 años menos… —continuó el
otro gemelo.
—… son 21 años menos —dijeron a la
vez, para luego ir a sentarse junto a sus padres. Sus hermanos mayores solo
negaron con la cabeza, esos dos nunca irían a cambiar, pero en el fondo se
sentían felices porque era como estar en los viejos tiempos.
Todos soltaron unas pequeñas risitas
—menos los Malfoy y Snape— hasta Arthur reía, pero Molly estaba avergonzada por
lo último dicho por sus hijos.
—Hola, papá y mamá del pasado
saludaron los gemelos a sus padres.
Sus padres lo abrazaron.
—Podrían comportarse como los adultos
que son —los regaño Percy.
—No. Porque si nos comportamos como
adultos, seriamos igual a ti —dijeron al unísono, fingiendo un escalofrío.
—Mira Fabian, ahí están nuestros
futuros sobrinos —dijo Gideon.
—Me siento tan orgulloso de ustedes
—dijo Fabian a los gemelos Weasley—, son casi una réplica de nosotros, ¿verdad
Gideon? —su gemelo asintió.
—¿Y en verdad se llaman Gred y
Feorge? —preguntó Sirius, con curiosidad.
—Nunca habíamos escuchado unos
nombres así, ¿verdad, Lunático? —dijo James.
—Nunca —afirmó Lunático.
—Sí, en verdad a si nos llamamos,
Sirius —contestaron a la vez, con una sonrisa. El aludido los miró sorprendido.
—¿Me conocen? —preguntó.
—Claro, al igual que a Remus, hola
—saludaron a Remus, el cual asintió.
Mientras tanto los gemelos Prewett
sonrieron, ellos eran los únicos que entendían la broma de sus sobrinos puesto
que ellos también hacían lo mismo, intercambiaban la primera letra de su
nombre.
—Mira Feorge —le dijo Fred o Gred a
su gemelo—, ellos deben ser los señores Potter —ambos miraban al pelinegro de
anteojos redondos iguales a los de Harry y a la pelirroja de ojos verdes.
—Oh, claro que sí, Harry, es idéntico
a usted señor Potter —dijo Goerge—, pero con el color de ojos de usted señora
Potter.
Lily se sonrojo al escuchar que la
llamaban «señora Potter».
—Arthur —susurró
Molly—, tendremos gemelos —Molly no dejaba de tocarse el
vientre, Arthur sonrió y paso un brazo por los hombros de su esposa.
—¿Qué tanto están cuchichiando
ustedes? —dijo Sirius al ver a la pareja hablar en secreto.
—¡Sirius! —lo regañaron Lily y
Andrómeda.
Los gemelos Weasley sonrieron con
complicidad.
—¿Qué día es hoy? —preguntó George o
Feorge.
—11 de octubre de 1977 —contestó
Remus.
—Ah, entonces mamá ya se debe haber
dado cuenta que está embarazada de nosotros —concluyó Fred o Gred.
—¿Estás embarazada? —preguntó Alice
Longbottom, no pudo contener su curiosidad. Molly asintió sonrojada.
—Bueno, ya que nuestros amigos del
futuro ya están cómodos, ¿Quién iba a ser el siguiente en leer? —preguntó
Dumbledore.
—Yo, profesor —dijo Alice Longbottom,
y cogió el libro que Dumbledore le entregaba.
Abrió el libro en la página indicada
y comenzó a leer.
—El tercer capítulo se titula “Las cartas a nadie”.
La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el
castigo más largo de su vida (Lily y James bufaron,
Harry no había tenido la culpa de que su magia se descontrolara, pero igual lo
habían castigado). Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya
habían comenzado las vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva
filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la
primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la
anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.
—Que niño tan mal educado —comentó
Andrómeda, a lo que los demás asintieron estando de acuerdo.
Harry se alegraba de que el colegio hubiera
terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba
la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y
estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era
el jefe (Todos los que conocían a Harry rieron al
escuchar lo que pensaba de su primo, hasta Percy que es tan serio no pudo
evitar sonreír). Los demás se sentían muy felices de practicar el
deporte favorito de Dudley: cazar a Harry.
—Pobre de mi hijo —dijo Lily con
pesar.
—No te preocupes Lily, lo cambiaremos
—le susurró James a su novia, luego le besó la mejilla y ella le sonrió.
—Lunático, deberíamos preparar una
buena broma para ese niño por ser tan odioso —dijo Sirius a su amigo
licántropo.
El licántropo estuvo de acuerdo con
su amigo.
Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le
resultara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin
de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en
septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la
misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío
Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la
escuela secundaria Stonewall, de la zona. Dudley encontraba eso muy divertido.
—¿Qué acaso Harry no sabía que iría a
Hogwarts? —comentó Gred.
—No, sus parientes muggles no le
contaron la verdad de lo que era —dijo James.
—Claro, tenía que ser. ¿Te acuerdas
cuando fuimos a su casa Gred? —preguntó su gemelo.
—Sí, eran insoportables —contestó
Feorge. Lily se sintió mal por el comentario de uno de los gemelos, porque le
gustase o no Petunia era su hermana—. ¿Y tú te acuerdas lo que le paso al
pequeño Dudley? —le preguntó a su gemelo con una sonrisa en sus labios
—¿Por qué sonríen? ¿Qué hicieron?
—preguntó Sirius emocionado.
—Oh, ya los sabrán —contestaron los
dos a la vez.
Los merodeadores y los gemelos
Prewett al escuchar esa respuesta de los chicos, cada vez se sentían más a
gusto con ellos. En cambio Molly los miraba con reproche.
De que serían capaz sus hijos,
pensaba.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente
en el inodoro el primer día —dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar?
—No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros
nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden
marearse. —Luego salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le
había dicho.
—Vaya, Harry nunca nos dijo que tenía
un gran sentido del humor —dijeron a la vez los gemelos Weasley. Los cuales
parecían sorprendidos por su descubrimiento.
Los merodeadores estaban orgullosos
del pequeño Harry.
Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley
a Londres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la
señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg
se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan
encariñada con ellos como antes. Dejó que Harry viera la televisión y le dio un
pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado
guardado desde hacía años.
Lily frunció el ceño, ese pensamiento
de su hijo había sido grosero. La pobre señora Figg, solo estaba siendo amable
con él.
Definitivamente le tendría que dar
una mejor educación, claro, primero tendrían que cambiar el futuro, penaba
Lily.
Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la
familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo
oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano. También
llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores
no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida
futura.
Algunos soltaron una exclamación de
horro por la descripción del uniforme de Durley, mientras que otros —como los
merodeadores, los gemelos Prewett y los gemelos Weasley— reían por lo ridículo
del uniforme.
Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones,
tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su
vida (Sirius hizo un ademan de que iba a vomitar al
escuchar que alguien se sentía orgulloso por llevar ese espantoso uniforme,
mientras que James y Remus se rían de la ocurrencia del ojigris). Tía
Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su
pequeño Dudley, tan apuesto y crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que
se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
—Podre de Harry, aguantar la risa,
debió de ser muy difícil para él, yo no lo hubiera resistido —dijo Sirius,
preocupado.
James y Remus estuvieron de acuerdo
con su amigo.
A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el
desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran
cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba
lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.
—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer
frunció los labios, como hacía siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.
—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.
Harry volvió a mirar en el recipiente.
—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado.
—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy
tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual
que los de los demás.
—¡¿Qué?! —gritó Lily indignada—. Oh,
Petunia Evans, me las pagaras —concluyó la pelirroja enojada.
—Eso es injusto —dijo Percy, y sus
hermanos y padres estuvieron de acuerdo con él.
Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero
pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el
aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall.
Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.
Lily cada vez estaba más roja de ira.
James al ver eso, le susurró:
—Calma, cielo.
La pelirroja le sonrió y trato de
pensar en otras cosas, en vez de pensar en la manera de vengarse de su hermana.
Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la
nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como
siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que
llevaba a todas partes.
Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían
sobre el felpudo.
—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon,
detrás de su periódico.
—¿Oíste eso? —preguntó George a Fred.
—Sí, Gred, por fin el cerdo hará un
poco de ejercicio —contestó su gemelo, para luego los dos soltarse a reír.
—Niños, no interrumpan —los regaños
su madre.
—Lo siento —contestaron los dos a la
vez.
—Que vaya Harry
—Trae las cartas, Harry.
—Que lo haga Dudley.
—Pégale con tu bastón, Dudley.
—Tan solo quiero ver que se atreva
—dijeron a la vez Lily y los merodeadores, completamente enojados.
Los hermanos Weasley los quedaron
mirando sorprendidos.
—Eh, señores… eso todavía no ha
pasado —les comento Percy Weasley.
Los aludidos asintieron. Y Alice
continuo leyendo.
Harry esquivó el golpe y fue a buscar la
correspondencia. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la
hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre
color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry.
—¡Sí! —gritaron los merodeadores,
llamando la atención de todos—, por fin le llego la carta de Hogwarts a mi hijo
—agregó James, sonriendo.
—Por favor guarden silencio —los
regaño McGonagall.
Pero hicieron caso omiso al regaño de
la profesora, porque los merodeadores siguieron cuchicheando. McGonagall solo
negó con la cabeza.
Harry la recogió y la miró fijamente, con el
corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en toda su
vida, le había escrito a él (Lily sintió pena por
su hijo). ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes. Ni
siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le
reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una carta
dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
—Sin duda es la carta de Hogwarts
—susurró James.
Lily lo escuchó y suspiró.
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino
amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía
sello.
Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta
al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un
águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.
Todos sonrieron al recordar cuando
les llego la carta de Hogwarts la primera vez.
—Les dije que era la carta de
Hogwarts —dijo James.
—Nadie te contradijo, cariño —dijo
Lily, a la vez que le desordenaba cariñosamente el cabello a su novio.
Snape hizo una mueca de asco, y
miraba a James Potter con odio.
—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la
cocina—. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba?—Se rió de su
propio chiste.
Los merodeadores, los gemelos Weasley
y Prewett hicieron una mueca de desconcierto.
—¿Eso es un chiste? —preguntó Lupin
desconcertado.
—Por supuesto que no amigo —respondió
Sirius—, eso es tan…
—… tan patético, estúpido… —continuó
James.
—… horrible, trágico, fúnebre…
—dijeron los gemelos Prewett.
—… ese tipo no tiene ni idea de lo
que es hacer un buen chiste —terminaron los gemelos Weasley.
Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su
carta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente
comenzó a abrir el sobre amarillo.
Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló
disgustado y echó una mirada a la postal.
—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al
parecer comió algo en mal estado.
Algunos hicieron una mueca de asco.
—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha
recibido algo!
—Que niño tan chismoso —dijo Charlie
Weasley.
—Insoportable es poco, hermano
—agregó Bill.
Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que
estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la
arrancó de la mano.
—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.
—Eso es hijo, le reclama lo que es tuyo
—alentó James.
—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono
despectivo tío Vernon, abriendo la carta con una mano y echándole una mirada.
Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del
semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió el blanco grisáceo de un
plato de avena cocida reseca.
—¡Pe… Pe… Petunia! —bufó.
—Que miedoso —susurró Remus.
—Sí, eso es teme mastodonte, debes de
temer —dijo Sirius.
Dudley trató de coger la carta para leerla, pero
tío Vernon la mantenía muy alta, fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con
curiosidad y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a
desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío… Vernon!
—Vaya, cuanto miedo le tienen a una
carta —dijo en tono de broma Frank Longbottom.
—Sí, tan solo imagínense si les
llegara un vociferador —dijo como quien no quiere la cosa Ted Tonks.
Los merodeadores lo miraron con un
brillo especial en los ojos. Ni siquiera a ellos se les hubiera ocurrido una
broma tan maravillosa.
—Gracias, Tonks —dijeron a la vez los
merodeadores.
—¿Por qué? —preguntó Ted, en realidad
este no sabía porque le agradecían.
—Oh, no, por nada —contestó Remus,
con una sonrisa en los labios. Tratando de confundirlo para que no lo descubrieran.
Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y
Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran
caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smelting.
—Que niño tan mal educado, golpear a
su padre, si este se lo mereciera, los hijos no deben faltarle el respeto a sus
padres —dijo Molly, cada vez más horrorizada con el comportamiento de Durley.
—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—.
Es mía.
—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon,
metiendo la carta en el sobre.
Harry no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.
—Vaya, el pequeño Cornamenta heredo
el carácter de la pelirroja —dijo Sirius a James—, pobre de ti —consoló a su
amigo.
—¡Black! —gritó Lily.
—Ya vez lo que digo —susurró Sirius.
—Canuto, tiene razón, Lily —la
aludida solo frunció el ceño—, de seguro que nuestro hijo grita igual que tú,
cuando me decías que no ibas a tener una cita conmigo.
Remus rió al recordar a ese par,
James insistiendo en tener una cita y Lily negándose.
—El carácter de Lily dentro de un
Potter, que gracioso —dijo Remus.
—Tú, también Remus —se quejó Lily.
James rió, pero se calló cuando vio
que su novia le dedicaba una mirada asesina.
—¡Déjame verla! —exigió Dudley
—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a
Dudley por el cogote, los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina.
Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién
espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas
colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había
entre la puerta y el suelo.
—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—,
mira el sobre. ¿Cómo es posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando
la casa, ¿verdad?
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar
siguiéndonos —murmuró tío Vernon, agitado.
—Que paranoico, acaso piensa que
nosotros los magos no tenemos nada que hacer, que solo estar vigilándolos —dijo
Andrómeda indignada.
Los demás estuvieron de acuerdo con
ella.
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos?
Les decimos que no queremos…
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío
Vernon yendo y viniendo por la cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si
no reciben una respuesta… Sí, eso es lo mejor... No haremos nada…
—Sí, claro, piensan que con no
responder a la carta Dumbledore se dará por vencido —dijo Alice parando de
leer. Pero luego siguió con la lectura al ver los rostros atentos de los demás.
—Pero…
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa,
Petunia! ¿No lo juramos cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa
tontería?
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío
Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento
en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío
Vernon con tono cortante—. La quemé.
—¿Qué hizo qué? —gritaron los
merodeadores—. ¿Cómo se atreve? —agregaron.
—Quemaron una carta de Hogwarts —dijo
Percy aun sin poderlo creer.
—No se preocupe, señor Weasley, me
imagino que no será la única carta que envié —dijo Dumbledore.
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi
alacena en el sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas
cayeron del techo. Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por
hacerlo que parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la
alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando… Realmente ya eres muy mayor para
esto... Pensamos que estaría bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley.
—¡¿Qué?! Tenían otra habitación y
hacían que mi hijo durmiera en la alacena. Ahora si me vas a conocer realmente
Petunia Evans —Lily gritó tan fuerte que hizo dar un saltó a James.
—Señorita Evans, cálmese por favor
—pidió McGonagall.
—¿Cómo quiere que me calme,
profesora? Cuando mi propia hermana trata a mi hijo peor que basura —dijo Lily
más roja que su cabello y el de los Weasley juntos—. ¿En que estuvo pensando, cuando
dejo a mi hijo con mi hermana, profesor Dumbledore? —le reclamó al director.
El aludido solo se sonrojo
ligeramente.
—¿Por qué? —dijo Harry.
—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas
arriba ahora mismo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios:
uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge,
la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba
todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél (Lily
resopló enojada al enterarse que la cuarta habitación la usaban para guardar
las cosas de su futuro sobrino). En un solo viaje Harry trasladó todo lo
que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama
y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un
carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino (Sirius al escuchar que había maltratado a un perro, juro
hacer la mejor broma a ese cerdo que tenía como primo Harry), y en un
rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando
dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna
vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de
aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta
torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías
estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
Lily y Remus bufaron al saber que
nadie leía libros educativos en esa casa.
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de
Dudley a su madre.
—No quiero que esté allí… Necesito esa habitación…
Échalo…
Harry suspiró y se estiró en la cama. El día
anterior habría dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en
aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos
estaban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado,
había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito,
le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del
invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación (Molly Weasley estaba más que horrorizada con ese niño
muggle). Harry estaba pensando en el día anterior, y con amargura pensó
que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo. Tío Vernon y tía Petunia se
miraban misteriosamente.
Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía
hacer esfuerzos por ser amable con Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron
golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más
Pequeño, Privet Drive, 4…
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su
asiente y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que
forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil
porque Harry le tiraba del cuello. Después de un minuto de confusa lucha, en la
que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de
Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.
—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio
—dijo a Harry sin dejar de jadear—. Y Dudley… Vete… Vete de aquí.
Harry paseó en círculos por su nueva habitación.
Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no
había recibido su primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo?
Pues la próxima vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan.
—Espero que los planes de mini
Cornamenta no sean tan malos como los James para conquistar a la pelirroja, ¿te
acuerdas Remus? —preguntó Sirius, sonriendo, mientras que Jemas se hacia el
ofendido.
—Cómo olvidarlos, sus planes siempre
terminaban en desastres —dijo Remus.
—Con amigos como ustedes para que
quiero enemigos —dijo el pelinegro con reproche.
—Solo decimos la verdad —Sirius y
Remus se defendieron.
Lily le sonrió a su novio para que no
se enoje.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de
la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no
debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna
luz.
Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive
y recogería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera
encontrarlas. El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el
recibidor oscuro hacia la puerta.
—¡AAAUUUGGG!
Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo
grande y fofo que estaba en el felpudo… ¡Algo vivo!
—¿Qué paso? —preguntaron los
merodeadores.
Como a toda respuesta Alice continuo
leyendo.
Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se
dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon
estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para
asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer (Sí, tenía razón los planes de Harry son tan malos como
los del padre, dijo Sirius, y James lo miró ofendido). Gritó a Harry
durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té. Harry se
marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había
llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas
escritas en tinta verde.
—Quiero… —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo
las cartas en pedacitos ante sus ojos.
—Oh, esa morsa… —dijeron James y Lily
enojados.
Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó
en casa y tapió el buzón.
—¿Te das cuenta? —explicó a tía Petunia, con la
boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
—Pues claro, Petunia sabe
perfectamente cómo funciona esto de la magia —dijo Lily.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera
extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar
golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa
de llevar.
—Gracias a Merlín y a todos los
Dioses del Olimpo que no somos como ustedes —dijo Molly Weasley.
Todos estuvieron de acuerdo con las
palabras de Molly.
El viernes, no menos de doce cartas llegaron para
Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la
puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de
baño de abajo.
—Sí, en tu gran carota morsa —dijo
Sirius en señal de victoria.
Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de
quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la
puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras
trabajaba, tarareaba. De puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con
cualquier ruido.
—Cobarde —dijeron los gemelos
Prewett.
El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse.
Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos
docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a
través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de
correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía
Petunia trituraba las cartas en la picadora.
Algunos soltaron una exclamación de
horror, al escuchar lo que Petunia hacía con las cartas.
—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en
comunicarse contigo? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado
ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó
alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las
malditas cartas…
—No hay correo en el mundo muggle,
pero en el mundo mágico si lo hay —dijo Fabian Prewett.
—Ya estoy esperando la otra forma que
tiene Dumbledore de infiltrar las otras cartas que enviara —dijo Gideon.
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina
mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente,
treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se
agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.
—¿Qué? Salto para conseguir una carta
—dijo Sirius—, lo más fácil hubiera sido coger una carta del piso y salir
corriendo a su habitación. Pero claro, se me olvidaba que salió igual que
James, al hacer malos planes.
—Ya para, ¿no Sirius? —se quejó
James.
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó
al recibidor. Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la
cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido
de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las
paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con
calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis
aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa.
¡Sin discutir!
—Piensa que huyendo de su casa
dejaran de recibir las cartas, que iluso —dijo Andrómeda.
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote
arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían
abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche,
avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero,
pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar
el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía
Petunia se atrevía a preguntarle a dónde iban. De vez en cuando, tío Vernon
daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima… perderlos de vista…
—murmuraba cada vez que lo hacía.
—Eso será imposible —dijo Remus—,
nunca podrán con Dumbledore.
Lucius Malfoy frunció el ceño.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber.
Al llegar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su
vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería
ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su
juego de ordenador.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de
aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron
una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba,
pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana,
contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber…
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos
de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la
dueña del hotel se acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H.
Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la
dirección en tinta verde:
Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó
en la mano. La mujer los miró asombrada.
—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de
pie rápidamente y siguiéndola.
—¿Cómo se atreve esa asquerosa morsa
a golpear a mi hijo? —gritó Lily.
—No te preocupes pelirroja nos
vengaremos —dijo Sirius, señalando a Remus, James y luego se señaló el mismo.
—Y lo peor de todo es que no lo dejo
coger ninguna carta —dijo Ojoloco—, maldito muggle.
—Esto no va durar mucho, Moody —dijo
Dumbledore, con una sonrisa amable—, el pequeño Potter recibirá su carta,
seguramente mandaré a alguien para que se entregue personalmente.
—Eso espero, profesor —dijo Lily aun
enojada.
—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió
tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció
oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro
del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra
vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de
un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley
a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había
encerrado y había desaparecido.
—Es la primera vez que ese odioso
niño abre la boca para decir algo coherente —dijo Frank.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo
del coche. Dudley gimoteaba.
—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito
es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.
Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si
era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la
semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente,
martes, era el cumpleaños número once de Harry. Claro que sus cumpleaños nunca
habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley
le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon. Sin
embargo, no se cumplían once años todos los días.
—Mi pobre hijo —se lamentó Lily.
—Calma, Lily, cuando cambiemos todo
esto, te prometo que Harry tendrá la mejor fiesta de cumpleaños —le dijo James,
abrazándola.
—Lo que dice Cornamenta es cierto
pelirroja, y Remus, Peter —los chicos del futuro gruñeron al escuchar el nombre
de la rata—, y yo ayudaremos para que sea así —dijo Sirius.
—Frank y yo también ayudaremos Lily
—dijo Alice. Lily les agradeció.
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete
largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos!
¡Todos fuera!
Hacía mucho frío cuando bajaron del coche. Tío
Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se
veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura,
allí no había televisión.
—¿Qué es una televisión? —preguntó
Arthur, a él siempre le agradaron las cosas muggles.
—Una televisión es medio de
comunicación para los muggles y también sirve para entretenerlos —explico a
grandes rasgos Lily.
—Que interesante —comento Arthur.
—Uy, entonces que lastima que el
niñito no tenga lo que quiere —se burlaron los gemelos Weasley.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció
alegremente tío Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente
alquilarnos su bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un
viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—.
¡Así que todos a bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado
los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba
el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde
tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas,
el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea
estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
—Qué lugar tan horripilante, como se
atreve a llevar a su familia allí, y en especial si hay niños —dijo Molly.
—Y tú crees que esa asquerosa morsa
piensa, Molly —dijo Sirius.
—Claro que no —respondió James y
Remus.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos
y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con
las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
—Que gran comida… —ironizó uno de los
gemelos Prewett.
—… sí, con eso podría alimentar a
todo un batallón —continuó el otro gemelo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no?
—dijo alegremente.
—Eso no es gracioso —dijeron los
gemelos Weasley a la vez.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía
que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de
estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo
alegraba.
—Yo no estaría tan seguro de eso —dijo
Sirius sonriendo.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló
sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la
cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía
Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama
para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la
puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la
manta más delgada.
—Oh, otra vez, otra vez Petunia,
tratando a mi hijo como basura. Ahora si me las pagas —gritó Lily.
—No te preocupes Lily, te aseguro que
lo podrán cambiar el futuro de su hijo —la animo, Molly; y aunque Molly nunca
hubiera hablado con Lily Evans, sentía una gran pena por ella, al saber que lo
que tenían que pasar, pero como dijo, ahora podrán cambiar todo.
Lily le sonrió como respuesta.
—Molly tiene razón, Lily —le dijo su
novio.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche.
Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse
cómodo, con el estómago rugiendo de hambre (Lily se
sintió peor al saber que su hijo tenía hambre). Los ronquidos de Dudley
quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El
reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que
tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de
su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde
estaría en aquel momento el escritor de cartas.
—Quizás detrás de un escritorio en la
dirección de Hogwars —comento Remus.
Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera.
Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso
ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de
cartas, cuando regresaran, que podría robar una.
—Tal vez eso podría pasar —dijo
Charlie Weasley.
Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría
con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel
ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?
Un minuto y tendría once años. Treinta segundos…
veinte… diez… nueve… tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo…
—Eso sí que sería gracioso, ver a una
mini morsa sobresaltado y asustado —dijeron los merodeadores.
… tres… dos… uno…
BUM.
—¿Qué paso? Acaso nos quieres
asustar, Alice —dijo Sirius.
—Yo no quiero asustar a nadie, solo
estaba leyendo —se defendió Alice—. Mejor continuo —agregó.
Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó,
mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.
—¿Cómo que alguien estaba afuera?
—preguntó Ted.
—No lo sé —respondió Alice.
—¿Cómo que no lo sabes? —reclamó
Sirius—, solo sigue leyendo.
—Aquí se terminó el capítulo Sirius,
por eso no lo sé —contestó Alice.
—Muy bien —dijo Dumbledore—, gracias
Alice, ahora, ¿Quién quiere leer el siguiente capítulo? —preguntó Dumbledore.
—Yo lo haré profesor —dijo
educadamente Percy Weasley.
Alice le pasó el libro y Percy se
dispuso a leer.
—Bien el siguiente capítulo se llama…
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