A la mañana siguiente
todos empezaban a despertar, pero un castaño de ojos mieles se dirigía a las
habitaciones de sus amigos para comprobar si ya estaba levantados o entonces
tendría que despertarlos. Primero entro a la habitación de James, pero para su
sorpresa su amigo ya se encontraba levantado y perfectamente vestido.
—Vaya, buenos días
—saludó Remus—. Este es el segundo día que te despiertas temprano, creo que
algo está andando mal en tu cabeza —bromeó.
—Sí, que gracioso,
Lunático —ironizó James—. ¿Y Canuto? —preguntó.
—No lo sé, primero vine a
ver si ya estabas despierto, y luego iba ir a ver a Canuto, pero me imagino que
todavía debe de estar dormido, porque no lo he visto —respondió Lupin.
—Pues entonces vamos a
despertarlo —dijo James con un toque bromista en la voz—, y si no se despierta
a la primera usaremos otros métodos —Remus sonrió.
Ambos chicos se
encaminaron hacia la habitación del animago.
Y mientras James y Remus
se dirigían a la habitación de su amigo, Hermione se encontraba cepillándose su
cabello, a la vez que le hablaba a su bebé, no nacido.
—Buenos días, bebé,
sabes, estoy muy feliz porque otra vez vi a tu a papá, ¿no estás tú contento
también? —Hermione le hablaba a su hijo.
Y el bebé empezó a dar
pataditas como si le respondiera, y le diera a entender que también se
encontraba feliz, la castaña dejo el peine en el buro y empezó a darle masajes
a su abultado vientre.
Crookshanks veía a su ama desde un pequeño sofá donde estaba acurrucado.
—Ya verás que haremos
todo lo posible para cambiar el futuro, y te juro que en nuestro nuevo futuro
tu papá estará con nosotros siempre, ya lo veras hijo —dijo maternalmente.
En la habitación de
Sirius, se escuchó un grito seguido de un Petrificus
Totalus y luego un castaño salió de la habitación muy rápidamente —Lupin
escapo a tiempo del hechizo, lastimosamente James no corrió la misma suerte—
Sirius había lanzado el hechizo después de que sus amigos lo despertaran de una
manera nada amable. Cuando James y Remus entraron a la habitación del animago,
lo trataron de despertar, pero el chico tenía el sueño muy pesado y no
despertaba, así que James levanto su varita y con un Levicorpus el cuerpo del animago quedo suspendido en el aire, pero
este aún se encontraba dormido, así que Remus le lanzó un Aguamenti en la cara y eso lo termino por despertar, pero al darse
cuenta de que estaba en el aire, Sirius exigió que lo bajaran y así lo hizo
James, pronuncio el contra-hechizo y Sirius cayó nuevamente en su cama, lástima
que eso no hizo que su enojo se evaporaba, al contrario, cuando ya estuvo
nuevamente en su cama cogió su varita y lanzó un Petrificus Totalus, pero como Remus era el que estaba más cerca a
la puerta pudo escapar, en cambio James si recibió el hechizo.
Remus al caminar con
rapidez no se dio cuenta de que choco con alguien, pero un aroma a vainilla
penetro su nariz y cuando levantó la cabeza se encontró con unos ojos color
chocolates que lo miraban.
—Hermione —susurró Remus
al reconocerla—, lo siento, ¿te lastime? —le preguntó cogiéndola de un brazo.
Hermione le sonrió con
calidez.
—Remus —la castaña
pronunció con tanto amor su nombre, que hizo que Remus se sintiera querido—, no
te preocupes no me lastimaste —le sonrió—, puedo preguntarte porque venias con
tan prisa.
Remus rió entre dientes.
—Es que James y yo le
hicimos una broma a Sirius —y le contó la manera en que James y él despertaron
al animago. Hermione también rió.
Remus la quedo mirando,
le gustaba su risa. Pero lo que le parecía más raro era que él le tuviera
confianza a una chica que recién el día anterior había conocido, era como si ya
lo conociera de hace mucho tiempo.
Sirius tendrá razón, y en
verdad Hermione será mi hija, pensaba Remus.
—A Harry y a Ron les
encantará saber esto —comentó Hermione—, ¡Oh! —exclamó.
—¿Te pasa algo? —preguntó
Lupin, y como toda respuesta Hermione cogió la mano de Remus y la colocó sobre
su vientre.
Remus se desconcertó al
principio, pero luego sonrió.
—Está pateando —susurró.
—Creo que le agrada tu
voz —le dijo Hermione a Remus. Este sonrió.
A lo lejos James y Sirius
veían la escena sorprendidos.
—¿Estás viendo lo mismo
que yo, Cornamenta? —preguntó Sirius a su amigo, ya se le había pasado el enojo
al ojigris.
—Pues si lo que tú estás
viendo es a Lunático tocando el vientre y sonriendo a la amiga de mi hijo,
entonces sí —respondió James.
—Entonces yo tenía razón
al decir que la castaña es la futura hija de Lunático, porque míralos que bien
se llevan, y además tienen muchas cosas en común —apuntó Sirius.
—Más que padre e hija, lo que parecen son una
pareja de esposos —susurró James.
Cosa que dejo pensando a
Sirius, pero luego negó con la cabeza, puesto que no creía esa locura.
—¿Qué tanto miran?
—preguntó Lily, cuando se acercó a los dos chicos.
—Míralos tú misma,
pelirroja —contestó Sirius, señalando a Remus y Hermione.
Lily los miró, pero no
pareció ver nada raro en ellos, solo parecía que hablaban animadamente.
—Solo están hablando
—comentó Lily.
En eso se acercaron a
ellos Harry y Ron. Ambos dieron los buenos días. Lily y James saludaron
amorosamente a su hijo, y con cortesía al pelirrojo, Sirius, dio los buenos
días distraídamente.
—¿Qué le pasa? —preguntó
Ron.
—Ellos pasan —dijo James.
Harry y Ron miraron al
frente, pero no hubo ni una reacción de sorpresa en la cara de ambos chicos,
puesto que ellos estaban acostumbrados a ver a su amiga con Remus, claro que al
Remus que veían antes era un poco mayor, pero de todas formas, les parecía muy
normal.
—¿Y que con eso?
—preguntaron Harry y Ron al unisonó.
—Solo están hablando
—agregó Harry.
—Eso mismo les dije yo
—alegó Lily.
—Pero no solo estaban
hablando hace un rato Remus le estaba tocando el vientre a Hermione —contó
James, Sirius asintió, Lily se sorprendió un poco, pero ni Harry ni Ron
parecían sorprendidos.
—Yo también le he tocado
el vientre a Hermione —dijo Harry.
—Y yo —dijo Ron—, y
también Ginny, Luna, mi madre, la profesora McGonagall… —empezó a enumerar el
pelirrojo.
—Sí, pero ustedes son sus
amigos, en cambio Remus y la castaña apenas se conocen… —empezó Sirius.
—Hermione y Remus se
conocen hace años —replicó Harry, tratando de quitarle importancia al asunto.
—Quizás en tú época, hijo
—dijo James sabiamente—, pero en nuestra época no.
Sirius asintió.
—Oh, vamos, James, ya
déjalo —dijo Lily—, y tú también, Black —la pelirroja calló a Sirius cuando
este pensaba replicar.
A Lily también le parecía
extraño el comportamiento de Remus y de la amiga de su hijo, pero no quería
sacar conclusiones innecesarias, porque ella no los había visto en una
situación comprometedora como había contado James, y hasta podía ser que su
novio y Sirius hubieran exagerado un poco.
—Vamos —dijo de unos
minutos Lily al ver que Remus y Hermione ya estaban sentados juntos, y todos
empezaron a caminar hacia sus respectivos sitios, Ginny y Luna aparecieron en
ese momento y también fueron con ellos.
Cuando llegaron a sus
respectivos asientos, James y Sirius miraban a su amigo que seguía hablando con
Hermione.
—Lunático —dijo Sirius
llamando la atención de su amigo, el cual giró para verlo—, el aguamenti no es la forma correcta para
despertar a un amigo.
Remus sonrió ligeramente,
y Hermione rió entre dientes al ver a Sirius indignado.
—Hola, castaña —saludó
Sirius, sentándose al otro lado de Remus—, te veo muy entretenida con Lunático,
me preguntó porque será —volvió a hablar Sirius, pero ahora con un toque de
inocencia mal fingida.
Hermione y Remus se
sonrojaron.
Harry se sentó al otro
lado de Hermione seguido de Ginny, Ron se sentó junto a su hermana y Luna al
lado de Ron.
—Buenos días, Hagrid
—saludó Luna al ver al semi-gigante, que se acercaba a ellos, después de haber
estado hablando con Dumbledore y McGonagall.
Hermione y Remus
agradecieron internamente a la rubia por haberlos sacado de ese incomodo
momento.
—Hola a todos —saludó
Hagrid con una gran sonrisa, con el gato de Hermione siguiéndolo.
Crookshanks
camino hasta donde estaban Remus y Sirius, y se acomodó al
medio de ambos.
Luego de que todos se
dieran los buenos días, el desayuno apareció en las mesas. Todos desayunaron
tranquilamente, entre pláticas y bromas, y entre miradas, sonrisas y sonrojos
de parte de Hermione y Remus.
Luego de que terminaran
de desayunar, Dumbledore tomo el segundo libro.
—Lily, ¿te gustaría leer
el siguiente capítulo? —preguntó el director, y la pelirroja asintió.
El libro levito hasta
llegar a sus manos.
Abrió el libro en la
página adecuada.
—“Gilderoy Lockhart” —leyó Lily.
—¡¿Qué?! —exclamó James—,
tienes que leer un capítulo con el nombre de ese tonto. Lily asintió, y Sirius le dio unas palmaditas de
consuelo a James.
Al día siguiente, sin embargo, Harry
apenas sonrió ni una vez. Las cosas fueron de mal en peor desde el desayuno en
el Gran Salón (Y sí que lo fue, pensaron Harry y
Ron). Bajo el techo encantado, que aquel día estaba de un triste color
gris, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban
repletas de soperas con gachas de avena, fuentes de arenques ahumados, montones
de tostadas y platos con huevos y beicon. Harry y Ron se sentaron en la mesa de
Gryffindor junto a Hermione, que tenía su ejemplar de Viajes
con los vampiros abierto y apoyado contra una taza de
leche. La frialdad con que ella dijo «buenos días», hizo pensar a Harry que
todavía les reprochaba la manera en que habían llegado al colegio (Sí, esa es la Hermione que conocemos, comentó Ron,
ganándose una sonrisita de la castaña). Neville Longbottom, por el
contrario, les saludó alegremente. Neville era un muchacho de cara redonda,
propenso a los accidentes, y era la persona con peor memoria de entre todas las
que Harry había conocido nunca.
—Sí, me describen a la
perfección —dijo un sonrojado Neville.
Su madre le sonrió con
ternura, y Neville le devolvió la sonrisa.
—El correo llegará en cualquier momento
—comentó Neville—; supongo que mi abuela me enviará las cosas que me he
olvidado.
—Siempre lo hace,
Neville, si hasta este nuevo curso que empezamos, tu abuela te envió un
paquete, el cual contenía tus túnicas —dijo Ginny, sonriendo a su amigo, el
cual se volvió a sonrojar.
Efectivamente, Harry acababa de empezar
sus gachas de avena cuando un centenar de lechuzas penetraron con gran
estrépito en la sala, volando sobre sus cabezas, dando vueltas por la estancia
y dejando caer cartas y paquetes sobre la alborotada multitud. Un gran paquete
de forma irregular rebotó en la cabeza de Neville, y un segundo después, una
cosa gris cayó sobre la taza de Hermione, salpicándolos a todos de leche y
plumas.
—Lo recuerdo
perfectamente —dijo Hermione—, mancho mi libro.
—Pero era un libro de
Lockhart —alegaron Harry y Ron, quitándole importancia.
—Pero al fin y al cabo es
un libro —replicó la castaña.
—Claro, se me había
olvidado que la castaña era una de las admiradoras de ese idiota —comentó
Sirius.
—Señor Black, no hable de
esa manera —lo regañó McGonagall.
Sirius sonrió con
inocencia a la profesora.
—¡Errol! —dijo
Ron, sacando por las patas a la empapada lechuza. Errol
se desplomó, sin sentido, sobre la mesa, con las patas hacia
arriba y un sobre rojo y mojado en el pico.
James y Sirius sabían lo
que era ese sobre rojo, puesto que ellos siempre recibían una igual a la
semana.
Remus se dio cuenta de
que Remus se había sonrojado.
»¡No…! —exclamó Ron.
—No te preocupes, no está muerto —dijo
Hermione, tocando a Errol con
la punta del dedo.
Remus sonrió por la
inocencia de Hermione.
—No es por eso, castaña
—dijo Sirius.
Hermione miró con
seriedad a Sirius, y este solo le sonrió con arrogancia.
—No es por eso… sino por esto.
Ron señalaba el sobre rojo. A Harry no
le parecía que tuviera nada de particular, pero Ron y Neville lo miraban como
si pudiera estallar en cualquier momento.
—Y con razón —susurró
James, sintiendo compasión por Ron.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Me han enviado un howler
—dijo Ron con un hilo de voz.
—Será mejor que lo abras, Ron —dijo
Neville, en un tímido susurro—. Si no lo hicieras, sería peor. Mi abuela una
vez me envió uno, pero no lo abrí y… —tragó saliva— fue horrible.
—Sí que lo es —dijeron
James y Sirius al unisonó.
—¿Por qué mi madre te
envió un howler? —preguntó Frank a su
hijo.
—Quizás por la misma
razón por la que tu madre te lo enviaba a ti, querido —contestó Alice—, sino
era porque hacías explotar calderos era porque eras muy despistado.
Padre e hijo se
sonrojaron.
Harry contempló los rostros
aterrorizados y luego el sobre rojo.
—¿Qué es un howler?
—dijo.
—La peor pesadilla que
pudieras tener —dijeron los gemelos Weasley y sus tíos Fabian y Gideon le
dieron la razón.
Pero Ron fijaba toda su atención en la
carta, que había empezado a humear por las esquinas.
—Ábrela —urgió Neville—. Será cuestión
de unos minutos.
Ron alargó una mano temblorosa, le
quitó a Errol el sobre del pico con mucho cuidado y
lo abrió. Neville se tapó los oídos con los dedos (Es
lo que yo hago cada vez que ellos recibían uno, contó Remus, y Hermione le
sonrió). Harry no comprendió por qué lo había hecho hasta una fracción
de segundo después. Por un momento, creyó que el sobre había estallado; en el
salón se oyó un bramido tan potente que desprendió polvo del techo.
—Sí eso es lo que suele
pasar cuando mezclas un howler con
los gritos de mamá —dijo Fred y George asintió dándole la razón a su hermano.
Molly miró con seriedad a
sus hijos.
—… ROBAR EL COCHE, NO ME HABRÍA
EXTRAÑADO QUE TE EXPULSARAN; ESPERA A QUE TE COJA, SUPONGO QUE NO TE HAS PARADO
A PENSAR LO QUE SUFRIMOS TU PADRE Y YO CUANDO VIMOS QUE EL COCHE NO ESTABA…
—¡Oh, por Merlín!
—exclamó Ron, tan sonrojado como lo había estado en el momento en que recibió
el howler.
Los gritos de la señora Weasley, cien
veces más fuertes de lo normal, hacían tintinear los platos y las cucharas en
la mesa y reverberaban en los muros de piedra de manera ensordecedora (No me hubiera gustado estar en tus zapatos, dijo
Charlie, mirando a su hermano). En el salón, la gente se volvía hacia
todos los lados para ver quién era el que había recibido el howler,
y Ron se encogió tanto en el asiento que sólo se le podía ver la frente
colorada.
—Estaba tan como lo está
ahora —comentó Neville.
—Gracias, Neville
—ironizó el pelirrojo.
—… ESTA NOCHE LA CARTA DE DUMBLEDORE,
CREÍ QUE TU PADRE SE MORÍA DE LA VERGUENZA, NO TE HEMOS CRIADO PARA QUE TE
COMPORTES ASÍ, HARRY Y TÚ PODRÍAIS HABEROS MATADO…
—Eso es cierto —dijo Lily
parando de leer, y mirando a su hijo.
El chico sonrió tratando
de hacer que su madre vuelva a leer. Lily le dirigió una mirada más para luego
continuar leyendo.
Harry se había estado preguntando
cuándo aparecería su nombre. Trataba de hacer como que no oía la voz que le
estaba perforando los tímpanos.
—Por poco y te salvas del
regaño —dijo Hermione a su amigo.
—No tengo tanta suerte
—dijo Harry.
—… COMPLETAMENTE DISGUSTADO, EN EL
TRABAJO DE TU PADRE ESTÁN HACIENDO INDAGACIONES, TODO POR CULPA TUYA (Lo siento, señor Weasley/papá, dijeron Harry y Ron.
Arthur Weasley les sonrió quitándole importancia), Y SI VUELVES A HACER
OTRA, POR PEQUEÑA QUE SEA, TE SACAREMOS DEL COLEGIO.
—Creo que exageraste un
poco, querida —dijo Arthur, pero se quedó callado cuando vio la mirada que le
dirigía su esposa.
Se hizo un silencio en el que resonaban
aún las palabras de la carta. El sobre rojo, que había caído al suelo, ardió y
se convirtió en cenizas. Harry y Ron se quedaron aturdidos, como si un maremoto
les hubiera pasado por encima (No, mamá es mucho
peor que un maremoto, comentaron los gemelos Weasley. Molly los miró con
seriedad, y ellos la miraron como si no hubieran dicho nada malo).
Algunos se rieron y, poco a poco, el habitual alboroto retornó al salón.
Hermione cerró el libro Viajes
con los vampiros y miró a Ron, que seguía encogido.
—Bueno, no sé lo que esperabas, Ron,
pero tú…
—No me digas que me lo merezco —atajó
Ron.
—No iba a decirte eso
—dijo Hermione, y Ron, Harry, los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos
Prewett la miraron—, solo iba a decirte que tú y Harry corrieron con suerte de
no haberse partido el cuello al momento de aterrizar, y que eso recompensaba el
regaño de la señora Weasley.
—¿En serio? —preguntó el
pelirrojo, y Hermione asintió.
Harry apartó su plato de gachas. El
sentimiento de culpabilidad le revolvía las tripas. El señor Weasley tendría
que afrontar una investigación en su trabajo. Después de todo lo que los padres
de Ron habían hecho por él durante el verano…
—Tranquilo, Harry, creo
que en realidad la culpa fue mía por haber hechizado el coche —alegó Arthur.
Molly asintió dándole la
razón a su esposo.
Pero Harry no tuvo demasiado tiempo
para pensar en aquello, porque la profesora McGonagall recorría la mesa de
Gryffindor entregando los horarios. Harry cogió el suyo y vio que tenían en
primer lugar dos horas de Herbología con los de la casa de Hufflepuff.
Neville sonrió al
recordar a cierta Hufflepuff rubia de ojos marrones. Esa sonrisa no paso de
desapercibida para sus padres, que lo miraban divertidos.
Harry, Ron y Hermione abandonaron
juntos el castillo, cruzaron la huerta por el camino y se dirigieron a los
invernaderos donde crecían las plantas mágicas. El howler
había tenido al menos un efecto positivo: parecía que Hermione consideraba que
ellos ya habían tenido suficiente castigo y volvía a mostrarse amable.
—Es que ya habían tenido
suficiente castigo —admitió Hermione.
Al dirigirse a los invernaderos, vieron
al resto de la clase congregada en la puerta, esperando a la profesora Sprout.
Harry, Ron y Hermione acababan de llegar cuando la vieron acercarse con paso
decidido a través de la explanada, acompañada por Gilderoy Lockhart (Los merodeadores, los gemelos Weasley, los gemelos
Prewett, Harry, Ron y Ginny pusieron mala cara al oír ese nombre). La
profesora Sprout llevaba un montón de vendas en los brazos, y sintiendo otra
punzada de remordimiento, Harry vio a lo lejos que el sauce boxeador tenía
varias de sus ramas en cabestrillo.
—No deberías de sentir
remordimientos —dijo Ron a Harry—, porque ni el sauce ni la profesora Sprout
hubieran resultado heridos si no fuera por la grandiosa ayuda del experto de
Lockhart —Ron escupía las palabras al mencionar el apellido de dicho profesor.
Harry sonrió en
agradecimiento.
La profesora Sprout era una bruja
pequeña y rechoncha que llevaba un sombrero remendado sobre la cabellera
suelta. Generalmente, sus ropas siempre estaban manchadas de tierra, y si tía
Petunia hubiera visto cómo llevaba las uñas, se habría desmayado (Lily negó con la cabeza al recordar lo quisquillosa que
es su hermana). Gilderoy Lockhart, sin embargo, iba inmaculado con su
túnica amplia color turquesa y su pelo dorado que brillaba bajo un sombrero
igualmente turquesa con ribetes de oro, perfectamente colocado.
—Insisto, ese idiota es
gay —dijo Sirius, y James, Remus, Harry, Ron, los gemelos Weasley y los gemelos
Prewett asintieron.
—¡Hola, qué hay! —saludó Lockhart,
sonriendo al grupo de estudiantes—. Estaba explicando a la profesora Sprout la
manera en que hay que curar a un sauce boxeador. ¡Pero no quiero que penséis
que sé más que ella de botánica! Lo que pasa es que en mis viajes me he
encontrado varias de estas especies exóticas y…
—¡Oh, por Merlín!
Lockhart es más egocéntrico que Sirius —dijo Lily interrumpiéndose ella misma.
Sirius puso cara de
ofendido.
—Eso es un insulto,
compararme con ese imbécil es insultarme, pelirroja —le reclamó. Lily solo
sonrió y continuó con la lectura.
—¡Hoy iremos al Invernadero 3,
muchachos! —dijo la profesora Sprout, que parecía claramente disgustada, lo
cual no concordaba en absoluto con el buen humor habitual en ella.
—Lockhart es capaz de
poner de mal humor a cualquiera —dijo Harry, que por experiencia propia
hablaba.
Snape muy a su pesar
tenía que reconocer que lo que había dicho Harry era cierto, porque por lo poco
que por lo poco que sabía de él, le parecía insoportable.
Se oyeron murmullos de interés. Hasta
entonces, sólo habían trabajado en el Invernadero 1. En el Invernadero 3 había
plantas mucho más interesantes y peligrosas. La profesora Sprout cogió una
llave grande que llevaba en el cinto y abrió con ella la puerta. A Harry le
llegó el olor de la tierra húmeda y el abono mezclados con el perfume intenso
de unas flores gigantes, del tamaño de un paraguas, que colgaban del techo. Se
disponía a entrar detrás de Ron y Hermione cuando Lockhart lo detuvo sacando la
mano rapidísimamente.
—Debiste haber huido —le
dijo James a su hijo.
—No pude —contestó el
chico, con pesar.
—¡Harry! Quería hablar contigo…
Profesora Sprout, no le importa si retengo a Harry un par de minutos, ¿verdad?
A juzgar por la cara que puso la
profesora Sprout, sí le importaba, pero Lockhart añadió:
—Sólo un momento —y le cerró la puerta
del invernadero en las narices.
—Maleducado —gruñó Molly.
—Pues si se lo hubiera
hecho a Minnie no vivía para contarlo —comentó James.
La profesora frunció el
ceño al escuchar que la llamaban Minnie
nuevamente, pero tenía que admitir que no le hubiera permitido esa intromisión
en su clase a Lockhart.
—Harry —dijo Lockhart. Sus grandes
dientes blancos brillaban al sol cuando movía la cabeza—. Harry, Harry, Harry.
—¿Qué pasa, Lily? ¿Por
qué repites el nombre de nuestro hijo? —preguntó James.
Snape puso mala cara, aun
le costaba escuchar la frase “nuestro hijo” cuando James y Lily se refería a
Harry.
—No soy yo, la que
repite, bueno básicamente si, pero yo solo leo lo que dice en el libro —se
defendió la pelirroja.
—Es Lockhart —aclaró
Harry.
—Tenía que ser ese
imbécil —dijo James.
Harry no dijo nada. Estaba
completamente perplejo. No tenía ni idea de qué se trataba. Estaba a punto de
decírselo, cuando Lockhart prosiguió:
—Nunca nada me había impresionado tanto
como esto, ¡llegar a Hogwarts volando en un coche! Claro que enseguida supe por
qué lo habías hecho. Se veía a la legua. Harry, Harry, Harry.
—No solo es gay, sino
también un retrasado —dijo Sirius por lo bajo, para que solo lo escucharan
James y Remus, pero también lo escuchó Hermione, quien soltó una risita.
Era increíble cómo se las arreglaba
para enseñar todos los dientes incluso cuando no estaba hablando.
—Te metí el gusanillo de la publicidad,
¿eh? —dijo Lockhart—. Le has encontrado el gusto. Te viste compartiendo conmigo
la primera página del periódico y no pudiste resistir salir de nuevo.
Harry soltó un suspiró.
—¡Pero que dice! —bramó
Lily, parando de leer.
—No, profesor, verá…
—Harry, Harry, Harry —dijo Lockhart,
cogiéndole por el hombro—. Lo comprendo. Es natural querer probar un poco más
una vez que uno le ha cogido el gusto. Y me avergüenzo de mí mismo por
habértelo hecho probar, porque es lógico que se te subiera a la cabeza. Pero
mira, muchacho, no puedes ir volando en coche para convertirte en noticia (Claro, como si a mí me encantará llamar la atención,
ironizó el ojiverde). Tienes que tomártelo con calma, ¿de acuerdo? Ya
tendrás tiempo para estas cosas cuando seas mayor. Sí, sí, ya sé lo que estás
pensando: «¡Es muy fácil para él, siendo ya un mago de fama internacional!» (¿Quién le hizo
creer que él era un mago con fama internacional?, preguntó Charlie. Harry se
encogió de hombros) Pero cuando yo tenía
doce años, era tan poco importante como tú ahora. ¡De hecho, creo que era menos
importante! Quiero decir que hay gente que ha oído hablar de ti, ¿no?, por todo
ese asunto con El-que-no-debe-ser-nombrado —contempló la cicatriz en forma de
rayo que Harry tenía en la frente—. Lo sé, lo sé, no es tanto como ganar cinco
veces seguidas el Premio a la Sonrisa más Encantadora, concedido por la revista
Corazón de
bruja, como he hecho yo, pero por algo hay
que empezar.
—¡No puedo creerlo!
—exclamó McGongall.
—Cuando me lo encuentre
voy a golpearlo —prometió James.
—Me imagino que quiere
golpear al Lockhart de esta época, ¿verdad?, porque el de nuestra época está
recluido en San Mungo —susurró a Harry.
—Lo golpearemos,
Cornamenta —apoyó Sirius.
—Eso ya pasó, ahora no
serviría de nada —dijo Harry, tratando de calmar a su padre y a su padrino.
Le guiñó un ojo a Harry y se alejó con
paso seguro. Harry se quedó atónito durante unos instantes, y luego, recordando
que tenía que estar ya en el invernadero, abrió la puerta y entró.
La profesora Sprout estaba en el centro
del invernadero, detrás de una mesa montada sobre caballetes. Sobre la mesa
había unas veinte orejeras. Cuando Harry ocupó su sitio entre Ron y Hermione,
la profesora dijo:
—Hoy nos vamos a dedicar a replantar
mandrágoras. Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?
—Hermione/Granger
—dijeron a coro, Harry, Ron, Ginny, los gemelos Weasley, Draco y Pansy.
La castaña se sonrojó.
—Igual que Lunático
—susurró Sirius, pero Remus lo escucho, solo que decidió no decir nada al
respecto porque si no Sirius lo empezaría a molestar.
Sin que nadie se sorprendiera, Hermione
fue la primera en alzar la mano.
—Era obvio —dijeron Harry
y Ron.
—La mandrágora, o mandrágula, es un
reconstituyente muy eficaz —dijo Hermione en un tono que daba la impresión,
como de costumbre, de que se había tragado el libro de texto—. Se utiliza para
volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.
—Y sí que sirvió de mucho
—comentó Hermione, acordándose de que cuando no solo ella quedo petrificada.
—¿Por qué lo dices,
castaña? —preguntó Sirius.
—Ya lo entenderás luego
—respondió la chica.
—Excelente, diez puntos para Gryffindor
—dijo la profesora Sprout—. La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos
antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por
qué?
—Hermione —volvieron a
decir los chicos del futuro.
Al levantar de nuevo velozmente la
mano, Hermione casi se lleva por delante las gafas de Harry.
—Lo siento —se disculpó
Hermione.
—No importa, Herms
—contestó Harry, sonriendo a su amiga.
—El llanto de la mandrágora es fatal
para quien lo oye —dijo Hermione instantáneamente.
—Exacto. Otros diez puntos (Increíble, ganaste 20 puntos para Gryffindor en menos de
cinco minutos, dijo Sirius, mirando a Hermione, quien estaba sonrojada. Te
supero, pelirroja, concluyó) —dijo la profesora Sprout—. Bueno, las
mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes.
Mientras hablaba, señalaba una fila de
bandejas hondas, y todos se echaron hacia delante para ver mejor. Un centenar
de pequeñas plantas con sus hojas de color verde violáceo crecían en fila. A
Harry, que no tenía ni idea de lo que Hermione había querido decir con lo de
«el llanto de la mandrágora», le parecían completamente vulgares.
—Pues sus beneficios y su
precio no es nada vulgar —comentó Neville.
—Sí ahora lo sé —dijo
Harry, agradecido que gracias a las mandrágoras su mejor amiga y los demás
chicos hayan podido recuperarse de la petrificación.
—Poneos unas orejeras cada uno —dijo la
profesora Sprout.
Hubo un forcejeo porque todos querían
coger las únicas que no eran ni de peluche ni de color rosa.
McGonagall rodó los ojos.
—Cuando os diga que os las pongáis,
aseguraos de que vuestros oídos quedan completamente tapados —dijo la profesora
Sprout—. Cuando os las podáis quitar, levantaré el pulgar. De acuerdo, poneos
las orejeras.
Harry se las puso rápidamente.
Insonorizaban completamente los oídos. La profesora Sprout se puso unas de
color rosa, se remangó, cogió firmemente una de las plantas y tiró de ella con
fuerza.
Harry dejó escapar un grito de sorpresa
que nadie pudo oír.
—A todos nos pasa —dijo
James, dándole apoyó a su hijo.
En lugar de raíces, surgió de la tierra
un niño recién nacido, pequeño, lleno de barro y extremadamente feo. Las hojas
le salían directamente de la cabeza. Tenía la piel de un color verde claro con
manchas, y se veía que estaba llorando con toda la fuerza de sus pulmones.
A Hermione se le revolvió
el estómago y le dieron náuseas al escuchar la descripción de la planta, pero
respiró profundo varias veces para que las náuseas se le pasaran.
Luego de unas cuantas
respiraciones más lo había logrado.
Remus la miró.
—¿Te encuentras bien? —le
preguntó, un poco preocupado.
La chica asintió.
—Sí, no es nada
—respondió y le dedicó una sonrisa.
La profesora Sprout cogió una maceta
grande de debajo de la mesa, metió dentro la mandrágora y la cubrió con una
tierra abonada, negra y húmeda, hasta que sólo quedaron visibles las hojas. La
profesora Sprout se sacudió las manos, levantó el pulgar y se quitó ella
también las orejeras.
—Como nuestras mandrágoras son sólo
plantones pequeños, sus llantos todavía no son mortales —dijo ella con toda
tranquilidad, como si lo que acababa de hacer no fuera más impresionante que
regar una begonia—. Sin embargo, os dejarían inconscientes durante varias
horas, y como estoy segura de que ninguno de vosotros quiere perderse su primer
día de clase, aseguraos de que os ponéis bien las orejeras para hacer el
trabajo. Ya os avisaré cuando sea hora de recoger.
—¡Por Merlín! Es como si
estuviera en clases —dramatizó Sirius.
—No seas exagerado
—dijeron Remus y Hermione a la vez, los cuales sonrieron al ver que habían
dicho lo mismo.
Sirius los miró con fingida
molestia.
»Cuatro por bandeja. Hay suficientes
macetas aquí. La tierra abonada está en aquellos sacos. Y tened mucho cuidado
con las Tentacula Venenosa, porque les están
saliendo los dientes.
—Insisto es como si
estuviera en clases —volvió a hablar el animago, y James sonrió.
Mientras que los gemelos
Weasley y los gemelos Prewett asentían.
Mientras hablaba, dio un fuerte
manotazo a una planta roja con espinas, haciéndole que retirara los largos
tentáculos que se habían acercado a su hombro muy disimulada y lentamente.
Harry, Ron y Hermione compartieron su
bandeja con un muchacho de Hufflepuff que Harry conocía de vista, pero con
quien no había hablado nunca.
—Justin Finch-Fletchley —dijo
alegremente, dándole la mano a Harry—. Claro que sé quién eres, el famoso Harry
Potter. Y tú eres Hermione Granger, siempre la primera en todo. —Hermione
sonrió al estrecharle la mano—. Y Ron Weasley. ¿No era tuyo el coche volador?
—Ese chico me agrada
—dijo James.
—Pues no le agradara
dentro de unos capítulos —dijo Hermione, y los merodeadores la miraron
confundidos.
Ron no sonrió. Obviamente, todavía se
acordaba del howler.
—Ese Lockhart es famoso, ¿verdad? —dijo
contento Justin, cuando empezaban a llenar sus macetas con estiércol de
dragón—. ¡Qué tío más valiente! (Harry, Hermione y
Ron soltaron una risita de complicidad) ¿Habéis leído sus libros? Yo me
habría muerto de miedo si un hombre lobo me hubiera acorralado en una cabina de
teléfonos, pero él se mantuvo sereno y ¡zas! Formidable.
—Tal vez podríamos
comprobar que tan formidable es cuando tenga frente a él a un verdadero hombre
lobo —dijo Sirius con una sonrisita, mirando disimuladamente a Remus.
Remus empalideció y
Hermione se dio cuenta del estado de ánimo de su esposo.
—Ni se te ocurra —gruñó
Hermione, ganándose las miradas de todos.
—¿Estás defendiendo a
Lockhart? —preguntó James.
—No lo defiendo a él
—dijo la chica.
—¿Entonces? —preguntó
Sirius.
—Pues yo estoy
defendiendo al hombre lobo —Remus, James, Sirius, Lily, Molly, Arthur, los gemelos Prewett, Andrómeda, Ted, Alice,
Frank, los Malfoy, Snape, la profesora McGonagall y Dumbledore la miraron
sorprendidos, pero sin duda el más sorprendido era Remus—, no me parece justo
que utilizaras a un hombre lobo solo para comprobar lo “formidable” que es
Lockhart. Acaso crees que los hombres lobo no tienen sentimientos, y que por
eso tú los puedes utilizar a tu conveniencia; porque si es así déjame decirte
que ellos sienten como cualquier persona, y que solo porque una vez al mes sean
diferentes no los hace menos humanos.
—Yo no dije eso, castaña
—dijo Sirius después de unos minutos de estar en silencio.
—Hermione —dijeron Harry
y Ron en tono de advertencia.
La chica miró a sus
amigos, dándose cuenta de que casi habla de más. Respiró profundo.
—Lo siento —dijo
Hermione—, creo que…
—No importa —susurró
James, interrumpiendo a la castaña—, ¿te gustan los licántropos? Quiero decir,
¿no te asustan? —preguntó luego.
Hermione negó con la
cabeza.
—Los licántropos son
amables, educados, y como ya dije solo son diferentes una vez al mes, como
cualquier humano cuando se encuentra de mal humor —dijo Hermione, mirando de
reojo a Remus.
James y Sirius asintieron
estando de acuerdo con Hermione.
Remus salió de su estado
de shock y sonrió nerviosamente, no pudiendo creer que la chica hablara así de
los licántropos. Y sobre todo que no les temiera. Sin duda eso le parecía más
raro a Remus.
Lupin pensó un poco más
sobre todas las palabras dichas por la chica, ahora le caía mejor que antes.
Tal vez Hermione sea como
James, Sirius y Peter. A ellos tampoco les importa mi condición, pensaba Lupin.
—Bueno —empezó Lupin,
hablando por primera vez después de toda esa problemática; todos lo miraron—,
Lily puedes continuar —la chica asintió y continuó leyendo.
»Me habían reservado plaza en Eton,
pero estoy muy contento de haber venido aquí. Naturalmente, mi madre estaba
algo disgustada, pero desde que le hice leer los libros de Lockhart, empezó a
comprender lo útil que puede resultar tener en la familia a un mago bien
instruido…
—Lockhart un mago
instruido —rió Ron—, es como ver a Lucius Malfoy siendo amigos de los muggles
—susurró, Harry, Ginny y Luna rieron.
Después ya no tuvieron muchas
posibilidades de charlar. Se habían vuelto a poner las orejeras y tenían que
concentrarse en las mandrágoras. Para la profesora Sprout había resultado muy
fácil, pero en realidad no lo era (Pero tampoco es
tan difícil, dijo Neville). A las mandrágoras no les gustaba salir de la
tierra, pero tampoco parecía que quisieran volver a ella. Se retorcían,
pataleaban, sacudían sus pequeños puños y rechinaban los dientes. Harry se pasó
diez minutos largos intentando meter una algo más grande en la maceta.
El chico se sonrojó al
escuchar una risita de parte de los gemelos Weasley.
Al final de la clase, Harry, al igual
que los demás, estaba empapado en sudor, le dolían varias partes del cuerpo y
estaba lleno de tierra. Volvieron al castillo para lavarse un poco, y los de
Gryffindor marcharon corriendo a la clase de Transformaciones.
—Es mejor llegar temprano
a las clases de Minnie —aconsejó Sirius.
La profesora lo miró
seria, pero no le reclamo nada, ya estaba cansada de hacerlo e igual no le
hacían caso.
Las clases de la profesora McGonagall
eran siempre muy duras, pero aquel primer día resultó especialmente difícil.
Todo lo que Harry había aprendido el año anterior parecía habérsele ido de la
cabeza durante el verano (McGonagall negó con la
cabeza, pero lo comprendía, porque sabía que Harry no había podido estudiar
porque sus tíos le habían guardado todas sus libros de magia en el sótano).
Tenía que convertir un escarabajo en un botón, pero lo único que conseguía era
cansar al escarabajo, porque cada vez que éste esquivaba la varita mágica, se
le caía del pupitre.
Lily miró a su hijo con
ternura, y se prometió que en el nuevo futuro ella misma lo ayudaría a
practicar para que no se le haga difícil las materias.
A Ron aún le iba peor (Es comprensible, su varita estaba rota, apuntó Percy).
Había recompuesto su varita con un poco de celo que le habían dado, pero
parecía que la reparación no había sido suficiente. Crujía y echaba chispas en
los momentos más raros, y cada vez que Ron intentaba transformar su escarabajo,
quedaba envuelto en un espeso humo gris que olía a huevos podridos. Incapaz de
ver lo que hacía, aplastó el escarabajo con el codo sin querer y tuvo que pedir
otro. A la profesora McGonagall no le hizo mucha gracia.
—Sí, recuerdo ese día
—dijo Ron.
—Pobre de ti, hermano
—Bill se compadeció de él.
Harry se sintió aliviado al oír la
campana de la comida. Sentía el cerebro como una esponja escurrida. Todos
salieron ordenadamente de la clase salvo él y Ron, que todavía estaba dando
golpes furiosos en el pupitre con la varita.
—Dar golpes en el pupitre
no hará que funcione mejor —dijo Hermione.
—Bueno, no, pero al menos
desquitaba mi cólera —aclaró el pelirrojo. Hermione negó con la cabeza.
—¡Chisme inútil, que no sirves para
nada!
—Pídeles otra a tus padres —sugirió
Harry cuando la varita produjo una descarga de disparos, como si fuera una
traca.
—Ya, y recibiré como respuesta otro howler
—dijo Ron, metiendo en la bolsa la varita, que en aquel
momento estaba silbando— que diga: «Es culpa tuya que se te haya partido la
varita.»
—Sí, probablemente te
hubiera dicho eso —dijo Ginny.
Bajaron a comer, pero el humor de Ron
no mejoró cuando Hermione le enseñó el puñado de botones que había conseguido
en la clase de Transformaciones.
—Lo siento —se disculpó
Hermione—, creo que actué como una sabelotodo.
—No importa —dijo Ron
quitándole importancia.
—¿Qué hay esta tarde? —dijo Harry,
cambiando de tema rápidamente.
—Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo
Hermione en el acto.
—¿Por qué —preguntó Ron, cogiéndole el
horario— has rodeado todas las clases de Lockhart con corazoncitos?
Hermione le quitó el horario. Se había
puesto roja.
Hermione al escuchar eso
también había enrojecido. Se había olvidado de ese detalle.
La chica sentía muchas
miradas sobre ella, por eso no miraba a nadie exactamente.
—¿Estabas enamorada de
ese idiota? —se atrevió a preguntar Sirius.
—¡Por supuesto que no!
—respondió rápidamente Hermione, más sonrojada que nunca.
—¡Oh, por Merlín!
—exclamó James.
—¿Qué pasa? —preguntó
Harry.
—No me digas que… que el
niño que esperas es… es de… de… Lockhart —volvió a hablar James, apuntando con
el dedo el vientre de la chica.
Remus miró a Hermione y
luego su vista bajo a su vientre.
—¡No! —respondió
Hermione, que ahora y no estaba sonrojada, sino pálida por la ocurrencia de
James.
Harry, Ron, Ginny y Luna
también estaban muy sorprendidos. Pero Harry y Ron de solo imaginar a su amiga
con Lockhart los enfermaba.
—Claro que no —apoyó
Ron—, ese idiota no es padre del hijo de Hermione, el padre es R… —Ron dejo de
hablar al recibir un pisotón de Ginny.
Hermione miró entre
asustada y enojada a su amigo pelirrojo.
—¿Quién? —preguntaron
James y Sirius. Remus no decía nada, solo prestaba atención a todo.
—Eh, se me olvido, creo
que últimamente se me olvidan las cosas —dijo Ron, no muy convincente.
—Menos mal que paraste a
tiempo, Ron, sino le hubieras causado un gran problema a Hermione —le susurró
Luna a su novio.
McGonagall le dijo a Lily
que siguiera leyendo luego de que todos se quedaran en silencio.
Terminaron de comer y salieron al
patio. Estaba nublado. Hermione se sentó en un peldaño de piedra y volvió a
hundir las narices en Viajes con los vampiros.
Harry y Ron se pusieron a hablar de quidditch,
y pasaron varios minutos antes de que Harry se diera cuenta de que alguien lo
vigilaba estrechamente (No me digas que era otra
vez ese idiota, murmuraron los merodeadores. Harry negó con la cabeza).
Al levantar la vista, vio al muchacho pequeño de pelo castaño que la noche
anterior se había puesto el sombrero seleccionador. Lo miraba como paralizado.
Tenía en las manos lo que parecía una cámara de fotos muggle
normal y corriente, y cuando Harry miró hacia él, se
ruborizó en extremo.
—Era Colin —dijo
Hermione, recordando al muchacho.
—Sí, era Colin, Ginny
siempre se disputaba con él el puesto de fan número 1 de Harry —dijeron los
gemelos.
Ginny se sonrojó, y Harry
rió quedamente.
—¿Me dejas, Harry? Soy… soy Colin
Creevey —dijo entrecortadamente, dando un indeciso paso hacia delante—. Estoy
en Gryffindor también. ¿Podría…, me dejas… que te haga una foto? —dijo,
levantando la cámara esperanzado.
—¿Una foto? —repitió Harry sin
comprender.
—Con ella podré demostrar que te he
visto —dijo Colin Creevey con impaciencia, acercándose un poco más, como si no
se atreviera—. Lo sé todo sobre ti (Eso da miedo,
dijo un divertido Sirius). Todos me lo han contado: cómo sobreviviste
cuando Quien-tú-sabes intentó matarte y cómo desapareció él, y toda esa
historia, y que conservas en la frente la cicatriz en forma de rayo (con los
ojos recorrió la línea del pelo de Harry). Y me ha dicho un compañero del
dormitorio que si revelo el negativo en la poción adecuada, la foto saldrá con
movimiento. —Colin exhaló un soplido de emoción y continuó—: Esto es estupendo,
¿verdad? Yo no tenía ni idea de que las cosas raras que hacía eran magia, hasta
que recibí la carta de Hogwarts. Mi padre es lechero y tampoco podía creérselo (¿Cómo permiten que entren tantas escorias en Hogwarts?,
gruñó Lucius Malfoy). Así que me dedico a tomar montones de fotos para
enviárselas a casa. Y sería estupendo hacerte una. —Miró a Harry casi
rogándole—. Tal vez tu amigo querría sacárnosla para que pudiera salir yo a tu
lado. ¿Y me la podrías firmar luego?
—¿Le firmaste la foto?
—preguntó Remus, estaba un poco sonriente.
Harry negó con la cabeza.
—¿Firmar fotos? ¿Te dedicas a firmar
fotos, Potter?
—Y el hurón hizo acto de
presencia —dijeron los gemelos Weasley.
Draco solo hizo una mueca
de disgusto, pero no dijo nada.
En todo el patio resonó la voz potente
y cáustica de Draco Malfoy. Se había puesto detrás de Colin, flanqueado, como
siempre en Hogwarts, por Crabbe y Goyle, sus amigotes.
—¡Todo el mundo a la cola! —gritó
Malfoy a la multitud—. ¡Harry Potter firma fotos!
—No es verdad —dijo Harry de mal humor,
apretando los puños—. ¡Cállate, Malfoy!
—Lo que pasa es que le tienes envidia
—dijo Colin, cuyo cuerpo entero no era más grueso que el cuello de Crabbe.
—Sí, eso, al parecer
alguien se muere de envidia —dijo Sirius, mirando a Draco que estaba serio.
—¿Envidia? —repitió
Draco.
—Sí, ya sabes, eso que
sientes cuando alguien te supera en algo que nunca podrás hacer —dijo Luna con
sinceridad.
Sirius rió.
—Mira Lunát… Lovegood
—Draco se corrigió al instante—, yo no sentía envidia de Potter, mi único
propósito era molestarlo —admitió.
—Pues hacías un buen
trabajo —dijo Harry, y el rubio sonrió con arrogancia.
—¿Envidia? —dijo Malfoy, que ya no
necesitaba seguir gritando, porque la mitad del patio lo escuchaba—. ¿De qué?
¿De tener una asquerosa cicatriz en la frente? No, gracias. ¿Desde cuándo uno
es más importante por tener la cabeza rajada por una cicatriz?
Lily, los merodeadores,
Arthur y Molly Weasley miraron con seriedad a Draco. Mientras Lucius tenía una
sonrisa de orgullo en sus labios.
Crabbe y Goyle se estaban riendo con
una risita idiota.
—Échate al retrete y tira de la cadena,
Malfoy —dijo Ron con cara de malas pulgas. Crabbe dejó de reír y empezó a
restregarse de manera amenazadora los nudillos, que eran del tamaño de
castañas.
—Bien dicho —lo felicitó
Charlie, y Molly lo miró con seriedad.
—Weasley, ten cuidado —dijo Malfoy con
un aire despectivo—. No te metas en problemas o vendrá tu mamá y te sacará del
colegio —luego imitó un tono de voz chillón y amenazante—. «Si vuelves a hacer
otra…»
—Idiota —bufaron los
gemelos Weasley.
Varios alumnos de quinto curso de la
casa de Slytherin que había por allí cerca rieron la gracia a carcajadas.
—A Weasley le gustaría que le firmaras
una foto, Potter —sonrió Malfoy—. Pronto valdrá más que la casa entera de su
familia.
Los hermanos Weasley iban
a comenzar una discusión, pero una mirada de sus padres basto para que no
hicieran nada.
—No vale la pena —les
dijo Molly.
—Lo siento, Weasley —dijo
Draco mirando a Ron.
—¿Se está disculpando con
Ron? ¿De qué me perdí? —preguntó Fred a su gemelo.
—Bueno, Malfoy ya no es
tan… Malfoy estos últimos meses —respondió George.
—Vaya —susurró Fred
mirando al rubio.
—Draco, tú no tienes que
disculparte con esos traidores a la sangre —lo reprendió su padre.
Draco ignoró el
comentario de su padre, para evitar una discusión innecesaria.
Ron sacó su varita reparada con celo,
pero Hermione cerró Viajes con los vampiros
de un golpe y susurró:
—¡Cuidado!
—Lunático la castaña es
igual a ti —dijo Sirius.
Remus lo miró fijamente.
—No empieces —susurró.
—Si es cierto, Lunático
también nos prevenía cuando estábamos en un aprieto —corroboró James.
—¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que pasa
aquí? —Gilderoy Lockhart caminaba hacia ellos a grandes zancadas, y la túnica
color turquesa se le arremolinaba por detrás—. ¿Quién firma fotos?
—Eso es lo único que le
preocupa —dijo Alice con molestia.
Y los chicos del futuro
asintieron.
Harry quería hablar, pero Lockhart lo
interrumpió pasándole un brazo por los hombros y diciéndole en voz alta y tono
jovial:
—¡No sé por qué lo he preguntado!
¡Volvemos a las andadas, Harry!
—Cada vez lo soporto
menos —murmuró James.
Sujeto por Lockhart y muerto de
vergüenza, Harry vio que Malfoy se mezclaba sonriente con la multitud.
—Vamos, señor Creevey —dijo Lockhart,
sonriendo a Colin—. Una foto de los dos será mucho mejor. Y te la firmaremos
los dos.
Colin buscó la cámara a tientas y sacó
la foto al mismo tiempo que la campana señalaba el inicio de las clases de la
tarde.
—De la que te libraste
—le dijo Andrómeda a Harry.
—No lo creo, nos tocaba
DCAO —contestó Harry.
—¡Adentro todos, venga, por ahí! —gritó
Lockhart a los alumnos, y se dirigió al castillo llevando de los hombros a
Harry, que hubiera deseado disponer de un buen conjuro para desaparecer.
»Quisiera darte un consejo, Harry —le
dijo Lockhart paternalmente (¿Paternalmente?,
repitió James con molestia) al entrar en el edificio por una puerta
lateral—. Te he ayudado a pasar desapercibido con el joven Creevey, porque si
me fotografiaba también a mí, tus compañeros no pensarían que te querías dar
tanta importancia.
—Pero si el que se quería
dar importancia era él —dijo Harry.
—Eso no tienes que
decírnoslo, se notaba a leguas —dijo Ron.
Sin hacer caso a las protestas de
Harry, Lockhart lo llevó por un pasillo lleno de estudiantes que los miraban, y
luego subieron por una escalera.
—Déjame que te diga que repartir fotos
firmadas en este estadio de tu carrera puede que no sea muy sensato. Para serte
franco, Harry, parece un poco engreído (Pero si
acaba de hablar el rey de la modestia, dijo Ted con sarcasmo). Bien
puede llegar el día en que necesites llevar un montón de fotos a mano
adondequiera que vayas, como me ocurre a mí, pero —rió— no creo que hayas
llegado ya a ese punto.
—Definitivamente ese
Lockhart es más arrogante que Sirius —dijo Lily parando la lectura.
—Oye, pelirroja, no me
compares con ese —reclamó Sirius.
—Sirius no es tan
arrogante —dijo Harry, y todos lo miraron como diciendo “sí, claro” —, o bueno,
por lo menos en mi época, no lo era… quiero decir es tanto —el ojiverde se
corrigió al instante, porque al decir “era” significaba que Sirius ya no estaba
con él y todavía él no lo podía saber.
—¿En serio? —preguntó
Remus, con una sonrisita de burla.
Harry asintió.
—Ya vez, Lunático, Harry está
diciendo que en su época soy para nada arrogante —dijo Sirius.
James soltó una risita
que lo quiso hacer pasar como tos al ver la cara que puso su amigo.
Habían alcanzado el aula de Lockhart y
éste dejó libre por fin a Harry, que se arregló la túnica y buscó un asiento al
final del aula, donde se parapetó detrás de los siete libros de Lockhart, de
forma que se evitaba la contemplación del Lockhart de carne y hueso.
El resto de la clase entró en el aula
ruidosamente, y Ron y Hermione se sentaron a ambos lados de Harry.
—Como siempre —apuntó
Neville.
—Se podía freír un huevo en tu cara
—dijo Ron—. Más te vale que Creevey y Ginny no se conozcan, porque fundarían el
club de fans de Harry Potter.
Ginny le dio un golpe en
la cabeza a Ron.
—Tarado —le dijo.
—Fue solo una broma —se
defendió el pelirrojo.
—Cállate —le interrumpió Harry. Lo
único que le faltaba es que a oídos de Lockhart llegaran las palabras «club de
fans de Harry Potter».
—¿Estás seguro de que no
lo tenías? —preguntó Sirius, mirando a Ginny.
—Sí —contestó Harry, no
muy convencido.
Cuando todos estuvieron sentados,
Lockhart se aclaró sonoramente la garganta y se hizo el silencio. Se acercó a
Neville Longbottom, cogió el ejemplar de Recorridos
con los trols y
lo levantó para enseñar la portada, con su propia fotografía que guiñaba un
ojo.
—¡Por Merlín! —susurró la
profesora McGonagall.
—Yo —dijo, señalando la foto y guiñando
el ojo él también— soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de
tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas
Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora,
otorgado por la revista Corazón de bruja,
pero no quiero hablar de eso (No, por supuesto que
no, ironizó Remus). ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee
que presagiaba la muerte!
—Sí, claro —dijeron los
merodeadores con sarcasmo.
Hagrid gruñó enojado.
Esperó que se rieran todos, pero sólo
hubo alguna sonrisa.
—Veo que todos habéis comprado mis
obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un
pequeño cuestionario. No os preocupéis, sólo es para comprobar si los habéis
leído bien, cuánto habéis asimilado…
—Por fin dice algo
sensato —dijo Remus.
—No te hagas muchas
ilusiones —susurró Ron.
Cuando terminó de repartir los folios
con el cuestionario, volvió a la cabecera de la clase y dijo:
—Disponéis de treinta minutos. Podéis
comenzar… ¡ya! Harry miró el papel y leyó:
1. ¿Cuál
es el color favorito de Gilderoy Lockhart?
—¿En serio esa es una pregunta de DCAO? —preguntó un incrédulo
Remus.
Hermione asintió.
2. ¿Cuál
es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?
—Ganar fama con los logros de otros magos sin mover ni un solo
dedo —dijo Ron con enojo, al recordar que ese profesor no hizo nada para salvar
a su hermana del basilisco, y que si no hubiera sido por Harry, Ginny estuviera
muerta.
3. ¿Cuál
es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart?
—Ganar cinco veces seguidas el premio a la sonrisa más
encantadora —dijo Ron con burla.
—Yo creo que desmemoriarse el mismo ha sido su mayor logro
—susurró Harry, y Hermione y Ron rieron.
Así seguía y seguía, a lo largo de tres
páginas, hasta:
54. ¿Qué día es el cumpleaños de
Gilderoy Lockhart, y cuál sería su regalo ideal?
—Oh, Albus, no puedes
contratar a ese hombre como profesor de DCAO, es un completo farsante —dijo una
escandalizada McGonagall.
—¿Qué clase de profesor
es ese? —gruñó Moody.
Media hora después, Lockhart recogió
los folios y los hojeó delante de la clase.
—Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi
color favorito es el lila (¿Lila? ¿En serio?,
preguntó Remus. Es patético, dijeron James y Sirius). Lo digo en Un año
con el Yeti. Y algunos tenéis que volver a leer con mayor detenimiento Paseos
con los hombres lobo. En
el capítulo doce afirmo con claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la
armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría
ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden!
—Aparte de ser un idiota,
tampoco tiene buen gusto con el whisky —dijo Sirius.
Volvió a guiñarles un ojo pícaramente.
Ron miraba a Lockhart con una expresión de incredulidad en el rostro; Seamus
Finnigan y Dean Thomas, que se sentaban delante, se convulsionaban en una risa
silenciosa. Hermione, por el contrario, escuchaba a Lockhart con embelesada
atención y dio un respingo cuando éste mencionó su nombre.
Hermione se volvió a
sonrojar.
—… pero la señorita Hermione Granger sí
conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi
propia gama de productos para el cuidado del cabello (Les
digo que es gay, dijo Sirius a sus amigos), ¡buena chica! De hecho —dio
la vuelta al papel—, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger?
Hermione alzó una mano temblorosa.
—¡Excelente! —dijo Lockhart con una
sonrisa—, ¡excelente! ¡Diez puntos para Gryffindor! Y en cuanto a…
De debajo de la mesa sacó una jaula
grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la
vieran.
—Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotaros
de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en
esta misma aula os tengáis que encarar a las cosas que más teméis. Pero sabed
que no os ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que os pido es que
conservéis la calma.
—¿Y ahora con que otra
tontería más va salir ese imbécil? —dijeron los gemelos Prewett.
En contra de lo que se había propuesto,
Harry asomó la cabeza por detrás del montón de libros para ver mejor la jaula.
Lockhart puso una mano sobre la funda. Dean y Seamus habían dejado de reír.
Neville se encogía en su asiento de la primera fila.
—Tengo que pediros que no gritéis —dijo
Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.
—¿Quiénes? —preguntó
Alice.
Cuando toda la clase estaba con el corazón
en un puño, Lockhart levantó la funda.
—Sí —dijo con entonación teatral—,
duendecillos de Cornualles recién cogidos.
Varios soltaron una
risita, en cambio la profesora de Transformaciones tenía una cara de
incredulidad.
—¿No puede ser verdad?
—dijo Remus.
—Pues si es verdad
—confirmó Hermione.
Seamus Finnigan no pudo controlarse y
soltó una carcajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de
terror.
—¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.
—Bueno, es que no son… muy peligrosos,
¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.
—Bueno, no son
peligrosos, pero si lo sueltas en un lugar cerrado, pueden ser verdaderamente
difícil controlarlos —dijo McGonagall.
—No creo que Lockhart sea
tan estúpido como para soltarlos en el aula —dijo Ted.
Harry, Ron, Hermione y
Neville compartieron una mirada cómplice.
—¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart,
apuntando a Seamus con un dedo acusador—. ¡Pueden ser unos seres
endemoniadamente engañosos!
Los duendecillos eran de color azul
eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y
voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos
discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a
parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y
haciendo muecas a los que tenían más cerca.
—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—.
¡Veamos qué hacéis con ellos! —y abrió la jaula.
—Es un imbécil —dijo
Molly.
—Es más que un imbécil,
ese tiene el cerebro de troll —dijo Sirius y todos le dieron la razón.
Se armó un pandemónium. Los
duendecillos salieron disparados como cohetes en todas direcciones. Dos
cogieron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire (¡Oh, no!, exclamó Alice abrazando a su hijo).
Algunos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales
rotos a los de la fila de atrás. El resto se dedicó a destruir la clase más
rápidamente que un rinoceronte en estampida. Cogían los tinteros y rociaban de
tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de
las paredes, le daban vuelta a la papelera y cogían bolsas y libros y los
arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase
se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de
la lámpara del techo.
—Voy a matar a ese hombre
—dijo Alice.
—Vamos a matarlo
—corrigió Frank.
—Cuanta incompetencia
—dijo McGonagall con molestia.
—Vamos ya, rodeadlos, rodeadlos, sólo
son duendecillos… —gritaba Lockhart.
Se remangó, blandió su varita mágica y
gritó:
—¡Peskipiski
Pestenomi!
—No puede ser —murmuró
Arthur.
—Ese ni siquiera es un
hechizo —dijeron los merodeadores.
—Aunque un hechizo de
broma de Fred y George si puede ser —dijo Ron mirando a sus hermanos gemelos.
Los gemelos sonrieron.
No sirvió absolutamente de nada; uno de
los duendecillos le arrebató la varita y la tiró por la ventana. Lockhart tragó
saliva y se escondió debajo de su mesa (Cobarde,
dijeron los merodeadores, y los gemelos Prewett), a tiempo de evitar ser
aplastado por Neville, que cayó al suelo un segundo más tarde, al ceder la
lámpara.
Alice y Frank miraron a
su hijo con preocupación.
—Estoy bien —tranquilizó
Neville a sus padres.
Sonó la campana y todos corrieron hacia
la salida. En la calma relativa que siguió, Lockhart se irguió, vio a Harry,
Ron y Hermione y les dijo:
—Bueno, vosotros tres meteréis en la
jaula los que quedan —salió y cerró la puerta.
—¿Por qué no me
sorprende? —dijo Hagrid.
—¿Habéis visto? —bramó Ron, cuando uno
de los duendecillos que quedaban le mordió en la oreja haciéndole daño.
—Sólo quiere que adquiramos experiencia
práctica —dijo Hermione, inmovilizando a dos duendecillos a la vez con un útil
hechizo congelador y metiéndolos en la jaula.
—Un buen hechizo
—felicitó Remus a Hermione, la cual se puso roja, y lo único que atino a hacer,
fue sonreírle.
—¿Experiencia práctica? —dijo Harry,
intentando atrapar a uno que bailaba fuera de su alcance sacando la lengua—.
Hermione, él no tenía ni idea de lo que hacía.
—Completamente de acuerdo
—dijeron Ron y Neville a coro.
—Mentira —dijo Hermione—. Ya has leído
sus libros, fíjate en todas las cosas asombrosas que ha hecho…
—Que él dice que ha hecho —añadió Ron.
—Buen punto —dijeron los
merodeadores.
—Aquí termina el capítulo
—dijo Lily.
—Por fin, ya me había
cansado escuchar todas las estupideces de ese idiota —dijo James.
Les deseo que pasen una Feliz Navidad a todos, espero que la pasen en familia, bendiciones a sus hogares
me encancanto el capitulo, esta muy bueno y me encanto remus con herm, son perfectos, buen regalo de navidad el leer un capitulo nuevo de esta historia.
ResponderEliminarEspero que lo pases muy bien esta navidad y ojala sigas escribiendo y que puedas actualizar pronto bueno saludo s y feliz navidad
Hola, excelente capítulo. Hermione y Remus siguen siendo muy adorables, me encanta la forma en la que ella lo defiende. Gracias por actualizar y ojalá puedas hacerlo pronto de nuevo. Espero que también tengas una feliz navidad y un muy buen comienzo de año.
ResponderEliminarSaludos, AuLingWood.