martes, 2 de diciembre de 2014

Primer Libro: Harry Potter y la Piedra Filosofal - Capítulo 10: Halloween


—Yo leeré, Dumbledore —se ofreció James.
Moody le paso el libro a James.
Se aclaró la garganta y leyó.
—El capítulo se titula “Halloween”.
—¡Qué bien una fiesta! —dijo Sirius—, eso no es malo.
—Sí, claro —susurraron los gemelos Weasley, pero por fortuna nadie los escucho.
Malfoy no podía creer lo que veían sus ojos, cuando vio que Harry y Ron todavía estaban en Hogwarts al día siguiente, con aspecto cansado pero muy alegres. En realidad, por la mañana Harry y Ron pensaron que el encuentro con el perro de tres cabezas había sido una excelente aventura, y ya estaban preparados para tener otra (¿Otra?, exclamó Lily muy preocupada). Mientras tanto, Harry le habló a Ron del paquete que había sido llevado de Gringotts a Hogwarts, y pasaron largo rato preguntándose qué podía ser aquello para necesitar una protección así.
—Tal vez sea algo valioso —opinó Lily.
—Es algo muy valioso, o muy peligroso —dijo Ron.
—O las dos cosas —opinó Harry.
—Ese es un buen punto —dijo Ojoloco, muy pensativo.
Pero como lo único que sabían con seguridad del misterioso objeto era que tenía unos cinco centímetros de largo, no tenían muchas posibilidades de adivinarlo sin otras pistas.
Ni Neville ni Hermione demostraron el menor interés en lo que había debajo del perro y la trampilla. Lo único que le importaba a Neville era no volver a acercarse nunca más al animal.
—¿Y no te volviste a acercar, verdad? —preguntó su madre.
—No. Yo no —contestó el chico, pero luego se dio cuenta de que había cometido un error.
Nadie paso de desapercibido esa respuesta.
—¿Qué quieres decir con que tú no? ¿Acaso…? —pero Lily se cortó a mitad de la pregunta.
—Siga leyendo por favor señor Potter —pidió Neville.
Hermione se negaba a hablar con Harry y Ron, pero como era una sabihonda mandona, los chicos lo consideraron como un premio (Lily y Molly fruncieron el ceño al escuchar que consideraban un premio que Hermione no les hablara). Lo que realmente deseaban en aquel momento era poder vengarse de Malfoy y, para su gran satisfacción, la posibilidad llegó una semana más tarde, por correo.
Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la atención de todos se fijó de inmediato en un paquete largo y delgado, que llevaban seis lechuzas blancas. Harry estaba tan interesado como los demás en ver qué contenía, y se sorprendió mucho cuando las lechuzas bajaron y dejaron el paquete frente a él, tirando al suelo su tocino. Se estaban alejando, cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete.
—¿Un paquete? ¿Quién se lo enviaría? —preguntó Frank, mirando a su hijo, este solo se encogió de hombros.
Harry abrió el sobre para leer primero la carta y fue una suerte, porque decía:

NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA Contiene tu nueva Nimbus 2.000, pero no quiero que todos sepan que te han comprado una escoba, porque también querrán una. Oliver Wood te esperará esta noche en el campo de quidditch a las siete, para tu primera sesión de entrenamiento.
Profesora McGonagall

—¿Le regalo una escoba? —dijo Sirius como si no lo pudiera creer.
—Muchas gracias, profesora McGonagall —dijeron al unisonó Lily y James. La profesora le sonrió como respuesta.
—Ya ven —dijeron los gemelos Weasley—, la profesora tiene favoritismos con Harry.
—Ya me doy cuenta puesta que a ninguno de sus alumnos de esta época les a regalado nada —contó Sirius.
La profesora de Transformaciones lo miró seria.
Harry tuvo dificultades para ocultar su alegría, mientras le alcanzaba la nota a Ron.
—¡Una Nimbus 2.000! —gimió Ron con envidia—. Yo nunca he tocado ninguna.
—Eso no me extraña —dijo Lucius, mirando a Molly y a Arthur.
—Cállate, Malfoy —gritó Sirius, defendiendo a los Weasley.
—A mí ningún marginado como tú, me hace callar —rebatió el rubio mayor.
—Prefiero mil veces ser un marginado antes que un sucio mortífago como tú —contraatacó el animago.
Lucius iba a rebatir, pero su hijo se lo impidió.
—Padre, por favor —dijo Draco seriamente.
—Tienes razón, Draco. No me voy a poner al nivel de… ese —habló a la vez que le dirigía una mirada asesina.
—No le hagas caso —susurró Remus a Sirius—. Sabes que Malfoy solo lo hace para molestar.
Salieron rápidamente del comedor para abrir el paquete en privado, antes de la primera clase, pero a mitad de camino se encontraron con Crabbe y Goyle, que les cerraban el camino. Malfoy le quitó el paquete a Harry y lo examinó.
—Es una escoba —dijo, devolviéndoselo bruscamente, con una mezcla de celos y rencor en su cara—. Esta vez lo has hecho, Potter. Los de primer año no tienen permiso para tener una.
—Harry es la excepción —dijeron los gemelos Weasley.
Ron no pudo resistirse.
—No es ninguna escoba vieja —dijo—. Es una Nimbus 2.000. ¿Cuál dijiste que tenías en casa, Malfoy, una Comet 260? —Ron rió con aire burlón—. Las Comet parecen veloces, pero no tienen nada que hacer con las Nimbus.
—¿Qué sabes tú, Weasley, si no puedes comprar ni la mitad del palo? —replicó Malfoy—. Supongo que tú y tus hermanos tenéis que ir reuniendo la escoba ramita a ramita.
Los merodeadores, Lily, los Weasley, los Longbottom, los gemelos Prewett y los Tonks miraron mal a Draco.
—¿Cómo te atreves a tratar a las personas de esa manera? —reclamó Andrómeda a su futuro sobrino, no pudiendo aguantar la cólera.
—Pues padre me crio de esa manera, me enseñó a tratar mal a las personas que no fueran de mi nivel y sangre pura —contestó Draco, su padre lo miraba sorprendido.
—Draco, por favor —le pidió Narcisa, este solo asintió.
—Siempre supe que eras un maldito bastardo, Malfoy —gritó Sirius, aun enojado por su intercambio de palabras anterior.
—Cómo pudiste enseñarle esas cosas a tu hijo —gritó una furiosa Alice.
Y antes de que empezara una gran discusión, Albus decidió parar todo eso.
—Por favor señores, les pido que se calmen, así n podremos continuar con la lectura, y sobre todo no prestaremos atención a las partes importantes del futuro, recuerden que esto es de vital importancia si queremos cambiar el futuro para bien.
Al rato y todos estaban un poco calmados, y James pudo continuar leyendo.
Antes de que Ron pudiera contestarle, el profesor Flitwick apareció detrás de Malfoy.
—No os estaréis peleando, ¿verdad, chicos? —preguntó con voz chillona.
—A Potter le han enviado una escoba, profesor —dijo rápidamente Malfoy.
—Sí, sí, está muy bien —dijo el profesor Flitwick, mirando radiante a Harry—. La profesora McGonagall me habló de las circunstancias especiales, Potter. ¿Y qué modelo es?
—Una Nimbus 2.000, señor —dijo Harry, tratando de no reír ante la cara de horror de Malfoy—. Y realmente es gracias a Malfoy que la tengo.
—No me lo recuerden —susurró Draco.
Pansy le dio palmaditas en la espalda a Draco en señal de apoyo.
Harry y Ron subieron por la escalera, conteniendo la risa ante la evidente furia y confusión de Malfoy.
—Bueno, es verdad —continuó Harry cuando llegaron al final de la escalera de mármol—. Si él no hubiera robado la Recordadora de Neville, yo no estaría en el equipo…
—¿Así que crees que es un premio por quebrantar las reglas? —Se oyó una voz irritada a sus espaldas. Hermione subía la escalera, mirando con aire de desaprobación el paquete de Harry.
—Esa castaña debería relajarse un poco y disfrutar más de la vida —comentó Sirius.
—Su nombre es Hermione no castaña —corrigió Remus que ya se había cansado de escuchar que llamaran así a la chica.
Sirius sonrió con picardía a Remus. Y Remus deseo no haber abierto la boca.
—Pensaba que no nos hablabas —dijo Harry.
—Sí, continúa así —dijo Ron—. Es mucho mejor para nosotros.
—Ronald —regañó Molly como si su hijo estuviera presente.
Hermione se alejó con la nariz hacia arriba.
Durante aquel día, Harry tuvo que esforzarse por atender a las clases. Su mente volvía al dormitorio, donde su escoba nueva estaba debajo de la cama, o se iba al campo de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar. Durante la cena comió sin darse cuenta de lo que tragaba, y luego se apresuró a subir con Ron, para sacar; por fin, a la Nimbus 2.000 de su paquete.
—Esa obsesión por las escobas, es otra de las cosas que heredo de ti, cariño —dijo Lily, recibiendo como respuesta una sonrisa de su novio.
—Oh —suspiró Ron, cuando la escoba rodó sobre la colcha de la cama de Harry.
Hasta Harry, que no sabía nada sobre las diferencias en las escobas, pensó que parecía maravillosa. Pulida y brillante, con el mango de caoba, tenía una larga cola de ramitas rectas y, escrito en letras doradas: «Nimbus 2.000».
—La descripción me dice que es una escoba maravillosa —dijo Sirius y James asintió.
—Sí, lástima que ya no la tenga —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Qué le paso a esa maravilla de escoba? —preguntó James.
—Fue destruida por el… —una voz cortó a Neville.
—No digas nada más, Neville —dijo Bill Weasley, este asintió, pensando que otra vez estaba por hablar de más.
Cerca de las siete, Harry salió del castillo y se encaminó hacia el campo de quidditch. Nunca había estado en aquel estadio deportivo. Había cientos de asientos elevados en tribunas alrededor del terreno de juego, para que los espectadores estuvieran a suficiente altura para ver lo que ocurría. En cada extremo del campo había tres postes dorados con aros en la punta. Le recordaron los palitos de plástico con los que los niños muggles hacían burbujas, sólo que éstos eran de quince metros de alto.
Lily sonrió por la comparación, puesto que ella había pensado lo mismo la primera vez que estuvo en que vio el campo de juego.
Demasiado deseoso de volver a volar antes de que llegara Wood, Harry montó en su escoba y dio una patada en el suelo. Qué sensación. Subió hasta los postes dorados y luego bajó con rapidez al terreno de juego. La Nimbus 2.000 iba donde él quería con sólo tocarla.
—¡Eh, Potter, baja!
Había llegado Oliver Wood. Llevaba una caja grande de madera debajo del brazo. Harry aterrizó cerca de él.
—Parece que tiene mucha segura al volar —comentó Alice.
—Sí, y eso que es la segunda vez que vuela —dijo James orgulloso.
Snape solo hizo un gesto de molestia al escuchar la manera tan arrogante de hablar de James, según él claro.
—Muy bonito —dijo Wood, con los ojos brillantes—. Ya veo lo que quería decir McGonagall, realmente tienes un talento natural. Voy a enseñarte las reglas esta noche y luego te unirás al equipo, para el entrenamiento, tres veces por semana.
Abrió la caja. Dentro había cuatro pelotas de distinto tamaño.
—Bueno —dijo Wood—. El quidditch es fácil de entender (Sí, claro, ironizo Lily); aunque no tan fácil de jugar. Hay siete jugadores en cada equipo. Tres se llaman cazadores.
—Tres cazadores —repitió Harry, mientras Wood sacaba una pelota rojo brillante, del tamaño de un balón de fútbol.
—Es una quaffle —corrigió Sirius.
—Pero él no lo sabía —defendió Lily.
—Esta pelota se llama quaffle —dijo Wood—. Los cazadores se tiran la quaffle y tratan de pasarla por uno de los aros de gol. Obtienen diez puntos cada vez que la quaffle pasa por un aro. ¿Me sigues?
Sirius asintió como si Wood le estuviera explicando a él y no a Harry.
—Los cazadores tiran la quaffle y la pasan por los aros de gol —recitó Harry—. Entonces es una especie de baloncesto, pero con escobas y seis canastas.
—¿Qué es el baloncesto? —preguntó Wood.
—¿Ese es otro deporte muggle? —preguntó Arthur, muy interesado.
Pero antes de que Lily respondiera a su pregunta, Molly hablo.
—Seguro que sí, pero ahora no es momento Arthur —el pelirrojo asintió, un poco avergonzado.
—Olvídalo —respondió rápidamente Harry.
—Hay otro jugador en cada lado, que se llama guardián. Yo soy guardián de Gryffindor. Tengo que volar alrededor de nuestros aros y detener los lanzamientos del otro equipo.
—Tres cazadores y un guardián —dijo Harry, decidido a recordarlo todo—. Y juegan con la quaffle. Perfecto, ya lo tengo. ¿Y para qué son ésas? —Señaló las tres pelotas restantes.
—Ahora te lo enseñaré —dijo Wood—. Toma esto.
Dio a Harry un pequeño palo, parecido a un bate de béisbol.
—¿Béisbol? —ahora preguntaron los gemelos Prewett.
—Otro deporte muggle —respondió Lily, y los gemelos asintieron.
—Voy a enseñarte para qué son —dijo Wood—. Esas dos son las bludgers.
—Gracias a las bludgers muchos de los jugadores terminan en la enfermería —dijo Remus.
Enseñó a Harry dos pelotas idénticas, pero negras y un poco más pequeñas que la roja quaffle. Harry notó que parecían querer escapar de las tiras que las sujetaban dentro de la caja.
—Quédate atrás —previno Wood a Harry. Se inclinó y soltó una de las bludgers.
De inmediato, la pelota negra se elevó en el aire y se lanzó contra la cara de Harry (Lily se puso pálida al instante al creer que Harry podría resultar lastimado). Harry la rechazó con el bate, para impedir que le rompiera la nariz, y la mandó volando por el aire. Pasó zumbando alrededor de ellos y luego se tiró contra Wood, que se las arregló para sujetarla contra el suelo.
Lily suspiró con alivio.
—¿Ves? —dijo Wood jadeando, metiendo la pelota en la caja a la fuerza y asegurándola con las tiras—. Las bludgers andan por ahí, tratando de derribar a los jugadores de las escobas. Por eso hay dos golpeadores en cada equipo (los gemelos Weasley son los nuestros). Su trabajo es proteger a su equipo de las bludgers y desviarlas hacia el equipo contrario. ¿Lo has entendido?
Fred y George sonrieron al recordar su época en la que pertenecían al equipo de Gryffindor.
—¿Te acuerdas, Georgie? Como nos divertíamos jugando —su gemelo asintió—, que viejos tiempos aquellos —terminó Fred como si en verdad hubieran pasado muchos años.
—Sí, Freddie, parece que hubieran pasado siglos —siguió con la broma George.
—Ya déjense de bromas. Maduren —los regañó Bill.
Los gemelos miraron a su hermano mayor indignados.
—Y tú te estas juntando mucho con Percy —dijo Fred.
—Sí, tanto que te estas contagiando de su carácter agrio —ahora habló George.
Ante esto Percy solo los miró enojados.
—Tres cazadores tratan de hacer puntos con la quaffle, el guardián vigila los aros y los golpeadores mantienen alejadas las bludgers de su equipo —resumió Harry.
—Muy bien —dijo Wood.
—Hum… ¿han matado las bludgers alguna vez a alguien? —preguntó Harry, deseando que no se le notara la preocupación.
—Nunca en Hogwarts. Hemos tenido algunas mandíbulas rotas, pero nada peor hasta ahora. Bueno, el último miembro del equipo es el buscador. Ese eres tú. Y no tienes que preocuparte por la quaffle o las bludgers
—Amenos que me rompan la cabeza.
Esto alarmo nuevamente a Lily.
—Te lo advierto, Potter. Un solo raspon que Harry se haga por culpa de ese bendito juego y se sale del equipo —amenazó Lily.
—Pero Lily… —se quejó James, pero al ver la mirada asesina que su novia le dirigía, decidió mejor quedarse callado y seguir con la lectura.
—No te dejes controlar, Cornamenta —susurró Sirius.
—¿Qué dijiste? —le preguntó la Lily.
—Nada, pelirroja —se excusó este.
Remus sonrió al ver el cierto temor que James y Sirius le tenían a Lily.
—Tranquilo, los Weasley son los oponentes perfectos para las bludgers. Quiero decir que ellos son como una pareja de bludgers humanos.
—No se preocupe por nada, señora Potter —aseguraron los gemelos Weasley—. Nosotros no permitimos que le pasara nada a Harry —agregó George.
—Oliver tiene razón al decir que nosotros somos como una pareja de bludgers humanos —dijo Fred orgulloso.
Lily miró a los gemelos —que estaban muy sonrientes, como siempre— y asintió lentamente.
James suspiró, porque con lo que dijeron Fred y George podría tener más razones para convencer a su pelirroja novia de que el quidditch no era tan peligroso.
Wood buscó en la caja y sacó la última pelota. Comparada con las otras, era pequeña, del tamaño de una nuez grande. Era de un dorado brillante y con pequeñas alas plateadas.
—Esta dorada —continuó Wood— es la snitch. Es la pelota más importante de todas. Cuesta mucho de atrapar por lo rápida y difícil de ver que es. El trabajo del buscador es atraparla. Tendrás que ir y venir entre cazadores, golpeadores, la quaffle y las bludgers, antes de que la coja el otro buscador, porque cada vez que un buscador la atrapa, su equipo gana ciento cincuenta puntos extra, así que prácticamente acaba siendo el ganador. Por eso molestan tanto a los buscadores. Un partido de quidditch sólo termina cuando se atrapa la snitch, así que puede durar muchísimo. Creo que el record fue tres meses. Tenían que traer sustitutos para que los jugadores pudieran dormir… Bueno, eso es todo. ¿Alguna pregunta?
Harry negó con la cabeza. Entendía muy bien lo que tenía que hacer; el problema era conseguirlo.
—Pues nunca tuvo problemas para jugar, aunque si le provocaron algunos problemas —comentó Neville.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Remus.
Todos los del futuro miraron a Neville, porque otra vez hablo de más.
—Me refiero a los entrenamientos, que eran muy duros —mintió Neville.
—Todavía no vamos a practicar con la snitch —dijo Wood, guardándola con cuidado en la caja—. Está demasiado oscuro y podríamos perderla. Vamos a probar con unas pocas de éstas.
Sacó una bolsa con pelotas de golf de su bolsillo y, unos pocos minutos más tarde, Wood y Harry estaban en el aire. Wood tiraba las pelotas de golf lo más fuertemente que podía en todas las direcciones, para que Harry las atrapara. Éste no perdió ni una y Wood estaba muy satisfecho. Después de media hora se hizo de noche y no pudieron continuar.
—Te das cuenta, Lily, nuestro hijo es genial —dijo James y Lily sonrió levemente. Pero a Snape le molesto mucho escuchar la frase «nuestro hijo»—, tal vez hasta se llegue a convertir en un jugador profesional.
—Aunque Harry es un buen jugador de quidditch, él quiere dedicarse a otra cosa —contó Neville.
—¿A qué quiere dedicarse? —preguntó James, olvidándose del libro.
—Esa pregunta se la contestara el mismo —contestó el chico Gryffindor.
—Eso quiere decir que Harry vendrá, ¿Cuándo? —preguntó Lily, emocionada de que pronto vería a su hijo.
—Eso depende de la profesora McGonagall. Bien puede ser mañana o dentro de una semana —concluyó Percy.
Aun y con esa respuesta inconforme, mucho estuvieron muy emocionados de que vendría Harry, y por supuesto los más emocionados eran Lily y James.
—La copa de quidditch llevará nuestro nombre este año —dijo Wood lleno de alegría mientras regresaban al castillo—. No me sorprendería que resultaras ser mejor jugador que Charles Weasley. Él podría jugar en el equipo de Inglaterra si no se hubiera ido a cazar dragones.
Molly frunció el ceño, al escuchar de nuevo la palabra dragones y el nombre de su segundo hijo en una misma oración.
—Los dragones son unos animales fascinantes e interesantes —dijo Charlie defendiendo su trabajo.
—Pero muy peligrosas también —contraatacó Molly.
Charlie ya no quiso decir nada más, porque sabía que si se ponía a discutir, su madre iba a tener las de ganar.

Tal vez fue porque estaba ocupado tres noches a la semana con las prácticas de quidditch, además de todo el trabajo del colegio, la razón por la que Harry se sorprendió al comprobar que ya llevaba dos meses en Hogwarts. El castillo era mucho más su casa de lo que nunca había sido Privet Drive. Sus clases, también, eran cada vez más interesantes, una vez aprendidos los principios básicos.
Lily y Remus asintieron estando de acuerdo.
En la mañana de Halloween se despertaron con el delicioso aroma de calabaza asada flotando por todos los pasillos. Pero lo mejor fue que el profesor Flitwick anunció en su clase de Encantamientos que pensaba que ya estaban listos para empezar a hacer volar objetos, algo que todos se morían por hacer; desde que vieron cómo hacía volar el sapo de Neville (Neville recordó a su pobre sapo, porque luego de que lo hicieran volar, quedo muy asustado). El profesor Flitwick puso a la clase por parejas para que practicaran. La pareja de Harry era Seamus Finnigan (lo que fue un alivio, porque Neville había tratado de llamar su atención). Ron, sin embargo, tuvo que trabajar con Hermione Granger. Era difícil decir quién estaba más enfadado de los dos. La muchacha no les hablaba desde el día en que Harry recibió su escoba.
—Yo creo que los dos estaban igual de enojados, porque conocemos a nuestro hermano —dijo Fred.
—Y también conocemos muy bien el carácter de Hermione —ahora habló George.
—Pobre del hombre que se case con ella —comentó Sirius, con un tono de broma.
Los chicos Weasley del futuro, Neville y hasta Draco y Pansy sonrieron, pero los gemelos no pudieron evitar mirar a Remus con unas sonrisas mucho más grande que las otras.
—Sí, pobre de aquel hombre… —empezó George.
—… Merlín lo ayude —siguió Fred.
Remus se preguntó porque los gemelos lo miraban a él. ¿Acaso yo conoceré a ese hombre?, pensaba.
—Y ahora no os olvidéis de ese bonito movimiento de muñeca que hemos estado practicando —dijo con voz aguda el profesor; subido a sus libros, como de costumbre—. Agitar y golpear; recordad, agitar y golpear. Y pronunciar las palabras mágicas correctamente es muy importante también, no os olvidéis nunca del mago Baruffio, que dijo «ese» en lugar de «efe» y se encontró tirado en el suelo con un búfalo en el pecho.
—Siempre utiliza ese ejemplo —dijo Ted Tonks.
Era muy difícil. Harry y Seamus agitaron y golpearon, pero la pluma que debía volar hasta el techo no se movía del pupitre. Seamus se puso tan impaciente que la pinchó con su varita y le prendió fuego, y Harry tuvo que apagarlo con su sombrero.
—Ese Seamus —dijeron los gemelos con añoranza.
—Pero al final nos fue de mucha ayuda con su pasión a la pirotecnia —dijo Neville recordando la segunda guerra mágica.
—Y sí que nos fue de mucha ayuda —aceptaron los hermanos Weasley.
Ron, en la mesa próxima, no estaba teniendo mucha más suerte.
¡Wingardium leviosa! —gritó, agitando sus largos brazos como un molino.
—Lo estás diciendo mal. —Harry oyó que Hermione lo reñía—. Es Wingar-dium levi-o-sa, pronuncia gar más claro y más largo.
—Dilo, tú, entonces, si eres tan inteligente —dijo Ron con rabia.
Hermione se arremangó las mangas de su túnica, agitó la varita y dijo las palabras mágicas. La pluma se elevó del pupitre y llegó hasta más de un metro por encima de sus cabezas.
Sirius sonrió.
—Igual que Lunático y la pelirroja que les salió a la primera —recordó Sirius.
—Otra vez con lo mismo —reclamó Remus.
—Pero yo no he dicho nada —se defendió al aludido, Remus lo miró con suspicacia—. Reclámame cuando diga que la castaña parece ser tu hija.
Remus frunció el ceño, y a lo único que reacciono fue a darle un pisotón por debajo de la mesa. Sirius se quejó.
—Porque tanta agresividad —dijo sonriendo.
—Ya déjense de payasadas y no me interrumpan que estoy leyendo la vida de mi hijo —habló James. Sirius rodo los ojos, y Remus se acomodó mejor en su asiento.
—¡Oh, bien hecho! —gritó el profesor Flitwick, aplaudiendo—. ¡Mirad, Hermione Granger lo ha conseguido!
Al finalizar la clase, Ron estaba de muy mal humor.
—No es raro que nadie la aguante —dijo a Harry, cuando se abrían paso en el pasillo—. Es una pesadilla, te lo digo en serio.
—Ese niño me va a escuchar cuando lo vea —prometió Molly, indignada del comportamiento de su hijo.
Alguien chocó contra Harry. Era Hermione. Harry pudo ver su cara y le sorprendió ver que estaba llorando.
—Creo que te ha oído.
—¿Y qué? —dijo Ron, aunque parecía un poco incómodo—. Ya debe de haberse dado cuenta de que no tiene amigos.
—Ron a veces suele tener la sensibilidad de una piedra —trato de defenderlo Charlie.
Molly negó con la cabeza.
Hermione no apareció en la clase siguiente y no la vieron en toda la tarde. De camino al Gran Comedor, para la fiesta de Halloween, Harry y Ron oyeron que Parvati Patil le decía a su amiga Lavender que Hermione estaba llorando en el cuarto de baño de las niñas y que deseaba que la dejaran sola. Ron pareció más molesto aún, pero un momento más tarde habían entrado en el Gran Comedor; donde las decoraciones de Halloween les hicieron olvidar a Hermione.
—Que buenos amigos —ironizo Andrómeda.
Mil murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo, mientras que otro millar más pasaba entre las mesas, como nubes negras, haciendo temblar las velas de las calabazas. El festín apareció de pronto en los platos dorados, como había ocurrido en el banquete de principio de año.
Harry se estaba sirviendo una patata con su piel, cuando el profesor Quirrell llegó rápidamente al comedor; con el turbante torcido y cara de terror. Todos lo contemplaron mientras se acercaba al profesor Dumbledore, se apoyaba sobre la mesa y jadeaba:
—Un trol… en las mazmorras… Pensé que debía saberlo.
—¿Un trol? —se alarmaron Lily, Molly, Alice y Andrómeda.
Y se desplomó en el suelo.
—Que valiente —ironizaron los merodeadores.
Se produjo un tumulto. Para que se hiciera el silencio, el profesor Dumbledore tuvo que hacer salir varios fuegos artificiales de su varita.
—Prefectos —exclamó—, conducid a vuestros grupos a los dormitorios, de inmediato.
Percy estaba en su elemento.
—Sí, era el elemento mandón —dijeron a coro los gemelos Weasley.
—Maduren —fue lo único lo que dijo Percy.
—Nunca —respondieron los aludidos.
—¡Seguidme! ¡Los de primer año, manteneos juntos! ¡No necesitáis temer al trol si seguís mis órdenes! Ahora, venid conmigo. Haced sitio, tienen que pasar los de primer año. ¡Perdón, soy un prefecto!
—Que pomposo eres sobrino —dijeron a coro los gemelos Prewett. Percy no contesto, pero miraba serio a sus hermanos que tenían una sonrisita de burla en sus rostros.
—¿Cómo ha podido entrar aquí un trol? —preguntó Harry, mientras subían por la escalera.
—No tengo ni idea, parece ser que son realmente estúpidos —dijo Ron—. Tal vez Peeves lo dejó entrar; como broma de Halloween.
—Peeves no se atrevería a tanto —dijo Remus.
—Claro, Lunático tiene razón. Peeves no haría nada para perjudicar al colegio o a Dumbledore —dijo Sirius.
—Hasta Peeves tiene sus límites —concluyó James para luego seguir con la lectura.
Pasaron entre varios grupos de alumnos que corrían en distintas direcciones. Mientras se abrían camino entre un tumulto de confundidos Hufflepuffs, Harry súbitamente se aferró al brazo de Ron.
—¡Acabo de acordarme… Hermione!
—¿Qué pasa con ella?
—No sabe nada del trol.
—Oh, por Merlín, a mí también se me había olvidado la niña —dijo Lily.
Ron se mordió el labio.
—Oh, bueno —dijo enfadado—. Pero que Percy no nos vea.
Lily y Molly ya se imaginaban a donde irían. Puesto que rescatar a Hermione, ellos dos solos, parecia ser muy complicado.
Se agacharon y se mezclaron con los Hufflepuffs que iban hacia el otro lado, se deslizaron por un pasillo desierto y corrieron hacia el cuarto de baño de las niñas. Acababan de doblar una esquina cuando oyeron pasos rápidos a sus espaldas.
—¡Percy! —susurró Ron, empujando a Harry detrás de un gran buitre de piedra.
—No era yo. Yo en ese momento aún estaba ayudando a los niños a entrar a la sala común —dijo Percy.
Sin embargo, al mirar; no vieron a Percy, sino a Snape (Varias miradas fueron dirigidas a Snape, entre ellas la mirada de los merodeadores, por supuesto). Cruzó el pasillo y desapareció de la vista.
—¿Qué es lo que está haciendo? —murmuró Harry—. ¿Por qué no está en las mazmorras, con el resto de los profesores?
—No tengo la menor idea.
—Por supuesto no estaba haciendo nada bueno —dijo Sirius. Snape lo miró con odio, pero no contestó.
Lo más silenciosamente posible, se arrastraron por el otro pasillo, detrás de los pasos apagados del profesor.
—Se dirige al tercer piso —dijo Harry, pero Ron levantó la mano.
—Ahí esta Fluffy, ojala y lo muerda —dijo Sirius.
—Siempre has querido matarme, Black. Ya lo sé, pero no sabía que querías que todos lo supieran —contestó Snape, mirando a los merodeadores.
Remus se sintió mal, recordando todo esa estúpida broma, que casi acaba con la vida de Snape.
Sirius se dio cuenta del cambio de ánimo de su amigo.
—No te preocupes, Lunático. No le paso nada —susurró Sirius, pero eso no animo a Lupin.
—¿No sientes un olor raro?
Harry olfateó y un aroma especial llegó a su nariz, una mezcla de calcetines sucios y baño público que nadie limpia.
—Ahora entiendo porque dijeron que Harry y Ron sabían de ese olor —Remus recordó la grajea que le quito Sirius.
Al parecer Sirius también lo recordó porque puso cara de asco, mientras James se reía de él.
—Entonces la grajea que le arrebataste a Remus, era sabor a trol —dijo James, aun riendo.
Los demás también rieron al recordar lo que le paso al merodeador.
—Ya cállate, Cornamenta y continua leyendo —ordenó Sirius.
Y lo oyeron, un gruñido y las pisadas inseguras de unos pies gigantescos. Ron señaló al fondo del pasillo, a la izquierda. Algo enorme se movía hacia ellos. Se ocultaron en las sombras y lo vieron surgir a la luz de la luna.
Era una visión horrible. Más de tres metros y medio de alto y tenía la piel de color gris piedra, un descomunal cuerpo deforme y una pequeña cabeza pelada. Tenía piernas cortas, gruesas como troncos de árbol, y pies achatados y deformes. El olor que despedía era increíble. Llevaba un gran bastón de madera que arrastraba por el suelo, porque sus brazos eran muy largos.
Todos se quedaron sorprendidos por la descripción del trol, en especial las mujeres.
Narcisa agradecía a Merlín silenciosamente que su hijo no se haya encontrado con esa bestia.
El monstruo se detuvo en una puerta y miró hacia el interior. Agitó sus largas orejas, tomando decisiones con su minúsculo cerebro, y luego entró lentamente en la habitación.
—La llave está en la cerradura —susurró Harry—. Podemos encerrarlo allí.
—Buena idea —respondió Ron con voz agitada.
—No, esa no fue una buena idea —dijeron los gemelos Weasley.
Se acercaron hacia la puerta abierta con la boca seca, rezando para que el trol no decidiera salir. De un gran salto, Harry pudo empujar la puerta y echarle la llave.
—¡Sí!
Animados con la victoria, comenzaron a correr por el pasillo para volver, pero al llegar a la esquina oyeron algo que hizo que sus corazones se detuvieran: un grito agudo y aterrorizado, que procedía del lugar que acababan de cerrar con llave.
—¿Pero de quien era el grito? —preguntó Frank.
—Oh, no. El grito es de Hermione —dijo Remus recordando a la castaña.
—Oh, no —dijo Ron, tan pálido como el Barón Sanguinario.
—¡Es el cuarto de baño de las chicas! —bufó Harry.
—¡Hermione! —dijeron al unísono.
—Pobre de la castaña, no me hubiera gustado estar en su lugar —comentó Sirius.
Era lo último que querían hacer; pero ¿qué opción les quedaba? Volvieron a toda velocidad hasta la puerta y dieron la vuelta a la llave, resoplando de miedo. Harry empujó la puerta y entraron corriendo.
Lily y Molly empalidecieron.
Hermione Granger estaba agazapada contra la pared opuesta, con aspecto de estar a punto de desmayarse. El personaje deforme avanzaba hacia ella, chocando contra los lavamanos.
—¡Distráelo! —gritó Harry desesperado y tirando de un grifo, lo arrojó con toda su fuerza contra la pared.
—Las cosas se pondrán más feas —dijo Alice.
El trol se detuvo a pocos pasos de Hermione. Se balanceó, parpadeando con aire estúpido, para ver quién había hecho aquel ruido. Sus ojitos malignos detectaron a Harry. Vaciló y luego se abalanzó sobre él, levantando su bastón.
Lily se llevó una mano al corazón, porque le empezó a latir alocadamente al saber que su hijo se encontraba en peligro.
—¡Eh, cerebro de guisante! —gritó Ron desde el otro extremo, tirándole una cañería de metal. El ser deforme no pareció notar que la cañería lo golpeaba en la espalda, pero sí oyó el aullido y se detuvo otra vez, volviendo su horrible hocico hacia Ron y dando tiempo a Harry para correr.
—Oh, por Merlín —exclamó Molly, muy preocupada. Arthur pasó su brazo por los hombros de su esposa para tranquilizarla, aunque él también se encontraba preocupado.
—¡Vamos, corre, corre! —Harry gritó a Hermione, tratando de empujarla hacia la puerta, pero la niña no se podía mover. Seguía agazapada contra la pared, con la boca abierta de miedo.
—Que tonta ya debería haberse movido —dijo Sirius.
—Seguro estaría muy asustada, Sirius —defendió Remus—, recuerda que es una niña.
Los gritos y los golpes parecían haber enloquecido al trol. Se volvió y se enfrentó con Ron, que estaba más cerca y no tenía manera de escapar.
Entonces Harry hizo algo muy valiente y muy estúpido: corrió, dando un gran salto y se colgó, por detrás, del cuello de aquel monstruo (Lily y Molly estaban muy pálidas al saber a sus hijos en peligro, pero orgullosas de saber que sus hijos hacían eso porque querían rescatar a Hermione). La atroz criatura no se daba cuenta de que Harry colgaba de su espalda, pero hasta un ser así podía sentirlo si uno le clavaba un palito de madera en la nariz, pues la varita de Harry todavía estaba en su mano cuando saltó y se había introducido directamente en uno de los orificios nasales del trol.
Algunos hicieron una mueca de asco al escuchar que la varita de Harry quedo clavada en la nariz del tol.
Chillando de dolor; el trol se agitó y sacudió su bastón, con Harry colgado de su cuello y luchando por su vida. En cualquier momento el monstruo lo destrozaría, o le daría un golpe terrible con el bastón.
Hermione estaba tirada en el suelo, aterrorizada. Ron empuñó su propia varita, sin saber qué iba a hacer; y se oyó gritar el primer hechizo que se le ocurrió:
—¡Wingardium leviosa!
—Esa vez si lo pronuncio bien —trataron de bromear los gemelos Weasley para quitar el ambiente tensión de la sala.
—Y eso demuestra que Ron si le hizo caso a la corrección de Hermione —agregó Neville.
El bastón salió volando de las manos del trol, se elevó, muy arriba, y luego dio la vuelta y se dejó caer con fuerza sobre la cabeza de su dueño. El trol se balanceó y cayó boca abajo con un ruido que hizo temblar la habitación.
—Sí, lo hicieron —exclamaron los gemelos Prewett.
Harry se puso de pie. Le faltaba el aire. Ron estaba allí, con la varita todavía levantada, contemplando su obra.
Hermione fue la que habló primero.
—¿Está… muerto?
—No lo creo —dijo Harry—. Supongo que está desmayado.
Se inclinó y retiró su varita de la nariz del trol. Estaba cubierta por una gelatina gris.
—Puaj… qué asco.
La limpió en la piel del trol.
—Yo que Harry, ya no querría esa varita —dijo Andrómeda asqueada.
Mientras tanto Draco y Pansy estaban muy sorprendidos por Potter y Weasley, puesto que nunca se habían enterado bien de la historia del trol.
Un súbito portazo y fuertes pisadas hicieron que los tres se sobresaltaran. No se habían dado cuenta de todo el ruido que habían hecho, pero, por supuesto, abajo debían haber oído los golpes y los gruñidos del trol. Un momento después, la profesora McGonagall entraba apresuradamente en la habitación, seguida por Snape y Quirrell, que cerraban la marcha. Quirrell dirigió una mirada al monstruo, se le escapó un gemido y se dejó caer en un inodoro, apretándose el pecho.
—Quirrel no sirve como profesor de DCAO si se va a estar atemorizando por todo —dijo Remus, con desaprobación.
—Insisto en que hay algo extraño en él —dijeron a coro Lily y Sirius, por primera vez estando de acuerdo.
Snape se inclinó sobre el trol. La profesora McGonagall miraba a Ron y Harry. Nunca la habían visto tan enfadada. Tenía los labios blancos. Las esperanzas de ganar cincuenta puntos para Gryffindor se desvanecieron rápidamente de la mente de Harry.
—¿En qué estabais pensando, por todos los cielos? —dijo la profesora McGonagall, con una furia helada. Harry miró a Ron, todavía con la varita levantada—. Tenéis suerte de que no os haya matado. ¿Por qué no estabais en los dormitorios?
—Estaban pensando en salvar a la castaña —defendió Sirius.
—Pero eso no le quita lo peligroso —contraatacó McGonagall.
—Son Gryffindor —se escuchó la voz de Draco—, a veces su valentía les hace cometer estupideces o poner su vida en peligro.
Los merodeadores lo miraron con recelo.
—Pero por lo menos somos capaces de ayudarnos unos a otros, aunque corramos el riesgo de morir —contestó Lupin. Los otros dos merodeadores asintieron estando de acuerdo.
Snape dirigió a Harry una mirada aguda e inquisidora. Harry clavó la vista en el suelo. Deseó que Ron pudiera esconder la varita.
Entonces, una vocecita surgió de las sombras.
—Por favor; profesora McGonagall… Me estaban buscando a mí.
—¡Hermione Granger!
Hermione finalmente se había puesto de pie.
—Yo vine a buscar al trol porque yo… yo pensé que podía vencerlo, porque, ya sabe, había leído mucho sobre el tema.
—Ahora si estoy sorprendido, la castaña está mintiendo por salvar a Harry y a Ron, ella que parece siempre respetar las normas —dijo Sirius.
Muchos estuvieron de acuerdo con el animago.
Ron dejó caer su varita. ¿Hermione Granger diciendo una mentira a su profesora?
—Si ellos no me hubieran encontrado, yo ahora estaría muerta. Harry le clavó su varita en la nariz y Ron lo hizo golpearse con su propio bastón. No tuvieron tiempo de ir a buscar ayuda. Estaba a punto de matarme cuando ellos llegaron.
Harry y Ron trataron de no poner cara de asombro.
—Al parecer no son los únicos —dijo Alice mirando a Sirius.
—Bueno… en ese caso —dijo la profesora McGonagall, contemplando a los tres niños—… Hermione Granger; eres una tonta. ¿Cómo creías que ibas a derrotar a un trol gigante tú sola?
Hermione bajó la cabeza. Harry estaba mudo. Hermione era la última persona que haría algo contra las reglas, y allí estaba, fingiendo una infracción para librarlos a ellos del problema. Era como si Snape empezara a repartir golosinas.
James se interrumpió, para luego mirarse con complicidad con los otros dos merodeadores y luego soltar una gran carcajada.
—Maldito mocoso —susurró Snape, enojado con la comparación.
—Hermione Granger, por esto Gryffindor perderá cinco puntos —dijo la profesora McGonagall—. Estoy muy desilusionada por tu conducta. Si no te ha hecho daño, mejor que vuelvas a la torre Gryffindor. Los alumnos están terminando la fiesta en sus casas.
Hermione se marchó.
La profesora McGonagall se volvió hacia Harry y Ron.
—Bueno, sigo pensando que tuvisteis suerte, pero no muchos de primer año podrían derrumbar a esta montaña. Habéis ganado cinco puntos cada uno para Gryffindor. El profesor Dumbledore será informado de esto. Podéis iros.
—Solo cinco puntos por cada uno, profesora —reclamó James—, debería haberle dado diez puntos a cada uno.
—Señor Potter, mejor siga leyendo —le advirtió la profesora.
Salieron rápidamente y no hablaron hasta subir dos pisos. Era un alivio estar fuera del alcance del olor del trol, además del resto.
—Tendríamos que haber obtenido más de diez puntos —se quejó Ron.
Los merodeadores y los gemelos Weasley y Prewett asintieron estando de acuerdo.
—Cinco, querrás decir; una vez que se descuenten los de Hermione.
—Se portó muy bien al sacarnos de este lío —admitió Ron—. Claro que nosotros la salvamos.
—No habría necesitado que la salváramos si no hubiéramos encerrado esa cosa con ella —le recordó Harry.
—Por supuesto —estuvo de acuerdo Lily, y Remus asintió también estando de acuerdo.
Habían llegado al retrato de la Dama Gorda.
—Hocico de cerdo —dijeron, y entraron.
La sala común estaba llena de gente y ruidos. Todos comían lo que les habían subido. Hermione, sin embargo, estaba sola, cerca de la puerta, esperándolos. Se produjo una pausa muy incómoda. Luego, sin mirarse, todos dieron: «Gracias» y corrieron a buscar platos para comer.
Pero desde aquel momento Hermione Granger se convirtió en su amiga. Hay algunas cosas que no se pueden compartir sin terminar unidos, y derrumbar un trol de tres metros y medio es una de esas cosas.
—Vaya, así que se hicieron amigos, gracias a un trol —dijo sorprendido Ted.
Los Weasley y Neville asintieron.
—Y ahí fue cuando se formó el trío de oro —agregó Neville.
—Eso significa que habrá alguien sensata en el grupo, eso me gusta —dijeron Lily y Molly a la vez.
—Sí, así como Lunático es el sensato de los merodeadores —admitió Sirius, y Remus sonrió ligeramente a la vez que se sonrojaba.
—Bien, continúe, señor Potter —pidió la profesora de Transformaciones.
—Aquí termina el capítulo, profesora —dijo James.
—Bueno, entonces —dijo Dumbledore a la vez que mira su reloj—, solo leeremos un capítulo más, para luego cenar y después de eso ya pueden descansar. Ahora pregunto, ¿Quién será el próximo en leer?
—Yo seré el siguiente en leer, profesor —se ofreció Andrómeda.
—Muy bien, señora Tonks —sonrió Dumbledore, mientras que James le daba el libro.
Andrómeda paso la página.
“Quidditch” —leyó la bruja.

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