miércoles, 3 de diciembre de 2014

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 1: El peor cumpleaños


Al otro día todos se levantaron muy temprano, porque estaban ansiosos por comenzar a leer el segundo libro.
La puerta de la habitación que llevaba el nombre grabado de ‘Ron Weasley’ se abrió dejando ver a un pelirrojo con cara de sueño. Este se acercó distraídamente a su mejor amigo —futuro cuñado— o mejor dicho al que creía su mejor amigo.
—Hola, Harry —dio un gran bostezo—, podrías decirle a… —el pelirrojo se interrumpió viendo a quien tenía frente a él, parpadeó muchas veces—, ¡Por las barbas de Merlín! Tú no eres Harry —exclamó abriendo muchos los ojos.
Era James Potter, muy sonriente, quien estaba frente a Ron.
—Claro que no es Harry, él es Cornamenta —corrigió un divertido Sirius.
—Sí, ya me di cuenta, pero es que estaba más dormido que despierto —se justificó Ron.
—¿Qué sucede? —preguntó un pelinegro de ojos verdes con gafas.
—Pues que tu mejor amigo confundió a Cornamenta contigo —contestó Sirius.
Harry camino hasta ponerse junto a su padre.
—Aunque no hay que negar que el parecido es asombroso —comentó Remus, mirando a su amigo y luego a Harry.
—Lo único que los diferencia es color de ojos y la cicatriz —dijo Sirius.
—Buenos días —dijeron al unisonó Ginny y Luna.
Ambas se acercaron a sus novios y le dieron un beso en la mejilla.
Los merodeadores sonrieron ante este hecho.
—Bueno, el cachorro ya está con su pelirroja, pero y tu pelirroja, Cornamenta —preguntó Sirius a su amigo.
—Se quedó platicando un momento con Alice —contestó James.
Luego de esta pequeña charla, todos se dirigieron a su mesa correspondiente. Desayunaron amenamente —lo bueno era que Lucius no soltó ninguno de sus comentarios desagradables, porque aún estaba sorprendido del comportamiento de su hijo—. Dumbledore tomo el segundo libro entre sus manos.
—El segundo libro se titula: Harry Potter y la Cámara Secreta —leyó Dumbledore.
Ginny se tensó apenas escucho el título del libro. Harry al advertir que el estado de ánimo de su novia había cambiado, paso su brazo por los hombros de Ginny, y la atrajo contra sí, para reconfortarla.
Los hermanos de Ginny, la miraban, una mirada que decía: tú no tienes la culpa de nada.
—¿La Cámara Secreta? —preguntaron los merodeadores.
—Esa no es una leyenda —dijo Lily.
—¿Existe? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Claro que existe —respondió Lucius, con una sonrisa maligna—, asustados —agregó viéndolos a cada uno.
—Por favor, si no te tememos a ti, con tu cabellera de muñeca muggle, ¿Cómo piensas que le vamos a temer a la Cámara de los Secretos? —dijo Sirius, muy calmadamente, pero con una gran sonrisa en sus labios.
James, Remus, Harry, Ron, Ginny, Luna, los Weasley, los Longbottom, los Tonks rieron y hasta Draco rió disimuladamente.
—¿Qué me dijiste, Black? —siseó Lucius.
—Lo que oíste, Malfoy —dijo Sirius, aun sonriendo.
—Por favor señores —dijo McGonagall, antes de que Lucius sacara su varita y comenzara un duelo—, no estamos aquí para discutir, sino para leer los libros —todos se quedaron callados, pero los merodeadores aun sonreían mientras miraban a Lucius.
Y antes de que Dumbledore preguntara que quien leería el primer capítulo, Bill Weasley habló.
—Me gustaría leer el primer capítulo.
—Muy bien, señor Weasley —dijo Dumbledore amablemente, pasándole el libro.
“El peor cumpleaños” —leyó Bill.
Lily al escuchar el título del primer capítulo, frunció el ceño.
Oh, Petunia, espero por tu bien que no le hayas hecho nada que lamentar a mi hijo, pensaba Lily.
Harry se dio cuenta de que todos los del pasado lo miraban.
No es nada bonito que todos se enteren de mis pensamientos y de mis sentimientos, pensaba Harry.
Pero no podía hacer nada para detenerlos, si todo era para mejorar los futuros de algunas personas.
No era la primera vez que en el número 4 de Privet Drive estallaba una discusión durante el desayuno. A primera hora de la mañana, había despertado al señor Vernon Dursley un sonoro ulular procedente del dormitorio de su sobrino Harry.
—Vaya, hasta que recordó que eras su sobrino —le dijo Ron a su amigo.
Harry solo negó con la cabeza.
—¡Es la tercera vez esta semana! —se quejó, sentado a la mesa—. ¡Si no puedes dominar a esa lechuza, tendrá que irse a otra parte!
Harry intentó explicarse una vez más.
—No se puede dominar a las lechuzas —comentó Remus.
—Intenta explicarle eso al tío Vernon, Remus —dijo el ojiverde.
—Es que se aburre. Está acostumbrada a dar una vuelta por ahí. Si pudiera dejarla salir aunque sólo fuera de noche…
—¿Acaso tengo cara de idiota? —gruñó tío Vernon, con restos de huevo frito en el poblado bigote (Narcisa y Pansy hicieron una mueca de asco)—. Ya sé lo que ocurriría si saliera la lechuza.
Cambió una mirada sombría con su esposa, Petunia.
Harry quería seguir discutiendo, pero un eructo estruendoso y prolongado de Dudley, el hijo de los Dursley, ahogó sus palabras.
—Que mal educado tienen a ese niño —dijo Molly.
—Esos muggle parecen unos cerdos —dijo Lucius.
Lily miró seria al rubio, porque aunque no se comportaran bien con su hijo, eso no quería decir que iba a permitir que hablaran mal de su familia.
Lucius le sonrió con arrogancia a Lily al descubrir su mirada seria.
—¡Quiero más beicon!
—Queda más en la sartén, ricura —dijo tía Petunia, volviendo los ojos a su robusto hijo—. Tenemos que alimentarte bien mientras podamos… No me gusta la pinta que tiene la comida del colegio…
—No digas tonterías, Petunia, yo nunca pasé hambre en Smeltings —dijo con énfasis tío Vernon—. Dudley come lo suficiente, ¿verdad que sí, hijo?
—Lily, cariño —dijo James a Lily—, no te vayas a enojar, pero estás completamente segura que ellos son parientes tuyos —preguntó con temor a la reacción de su novia.
Pero para su sorpresa Lily sonrió.
—Lamentablemente sí —contestó la pelirroja.
Dudley, que estaba tan gordo que el trasero le colgaba por los lados de la silla, hizo una mueca y se volvió hacia Harry.
—Pásame la sartén.
—Se te han olvidado las palabras mágicas —repuso Harry de mal talante.
—Una mala elección de palabras —dijeron los merodeadores.
—Lo sé —dijo Harry.
El efecto que esta simple frase produjo en la familia fue increíble: Dudley ahogó un grito y se cayó de la silla con un batacazo que sacudió la cocina entera; la señora Dursley profirió un débil alarido y se tapó la boca con las manos, y el señor Dursley se puso de pie de un salto, con las venas de las sienes palpitándole.
—Vaya, y yo que pensé que mi mamá a veces era dramática —comentó James.
—¡Me refería a «por favor»! —dijo Harry inmediatamente—. No me refería a…
—¿QUÉ TE TENGO DICHO —bramó el tío, rociando saliva por toda la mesa— ACERCA DE PRONUNCIAR LA PALABRA CON «M» EN ESTA CASA?
—¿La palabra con «M»? —dijo la profesora McGonagall indignada.
—Pero yo…
—¡CÓMO TE ATREVES A ASUSTAR A DUDLEY! —dijo furioso tío Vernon, golpeando la mesa con el puño.
—Yo sólo…
—¡TE LO ADVERTÍ! ¡BAJO ESTE TECHO NO TOLERARÉ NINGUNA MENCIÓN A TU ANORMALIDAD!
—¿Anormalidad? Pero si los anormales son ellos —dijo Alice.
—Ser un mago no significa ser anormal —dijo Lily con rencor—, cuando van a entender eso.
Harry miró el rostro encarnado de su tío y la cara pálida de su tía, que trataba de levantar a Dudley del suelo.
—De acuerdo —dijo Harry—, de acuerdo…
Tío Vernon volvió a sentarse, resoplando como un rinoceronte al que le faltara el aire y vigilando estrechamente a Harry por el rabillo de sus ojos pequeños y penetrantes. Desde que Harry había vuelto a casa para pasar las vacaciones de verano, tío Vernon lo había tratado como si fuera una bomba que pudiera estallar en cualquier momento; porque Harry no era un muchacho normal. De hecho, no podía ser menos normal de lo que era.
—Siendo hijo de James y de Lily, y ahijado de Sirius, no creo que sea muy normal que digamos —dijo Remus tratando de aligerar el ambiente de tensión.
Lily le sonrió a su amigo, mientras que James y Sirius ponían cara de ofendidos, pero al final también sonrieron.
—Si piensa que tú no eres normal —dijo Ron a Harry—, entonces su hijo como será, con esos padres tan inteligentes que le toco.
—Sshhh…, no te vaya oír —susurró Harry.
Ambos miraron a Lupin, pero este se encontraba con el semblante tranquilo, lo que suponía que no había escuchado nada, afortunadamente.
Harry Potter era un mago…, un mago que acababa de terminar el primer curso en el Colegio Hogwarts de Magia. Y si a los Dursley no les gustaba que Harry pasara con ellos las vacaciones, su desagrado no era nada comparado con el de su sobrino.
—No te preocupes, hijo —dijo James—, ahora que cambiemos el futuro, pasaras todas las vacaciones con nosotros y serán muy divertidas.
—Sí, podrás hacer magia cuando se te dé la gana —dijo Sirius, pero al notar la mirada de McGonagall se corrigió—, digo, nos divertiremos mucho haciendo bromas, ¿verdad, Lunático?
Remus sonrió y asintió.
Añoraba tanto Hogwarts que estar lejos de allí era como tener un dolor de estómago permanente (Se lo que se siente, dijo Sirius. Y Severus también estaba de acuerdo con Sirius aunque nunca lo admitiera). Añoraba el castillo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas; las clases (aunque quizá no a Snape, el profesor de Pociones) (Los merodeadores sonrieron ligeramente, puesto que no podían decir nada porque habían prometido no molestar a Snape); las lechuzas que llevaban el correo; los banquetes en el Gran Comedor; dormir en su cama con dosel en el dormitorio de la torre; visitar a Hagrid, el guardabosques, que vivía en una cabaña en las inmediaciones del bosque prohibido; y, sobre todo, añoraba el quidditch, el deporte más popular en el mundo mágico, que se jugaba con seis altos postes que hacían de porterías, cuatro balones voladores y catorce jugadores montados en escobas.
—El quiddicth es lo mejor —dijeron James, Sirius, Harry, Ron, Ginny, los gemelos Weasley y Prewett al mismo tiempo.
En cuanto Harry llegó a la casa, tío Vernon le guardó en un baúl bajo llave, en la alacena que había bajo la escalera, todos sus libros de hechizos, la varita mágica, las túnicas, el caldero y la escoba de primerísima calidad, la Nimbus 2.000 (¿Qué hicieron, qué?, exclamaron Lily, Molly y McGonagall). ¿Qué les importaba a los Dursley si Harry perdía su puesto en el equipo de quidditch de Gryffindor por no haber practicado en todo el verano? ¿Qué más les daba a los Dursley si Harry volvía al colegio sin haber hecho los deberes? (McGongall frunció el ceño) Los Dursley eran lo que los magos llamaban muggles, es decir, que no tenían ni una gota de sangre mágica en las venas, y para ellos tener un mago en la familia era algo completamente vergonzoso. Tío Vernon había incluso cerrado con candado la jaula de Hedwig, la lechuza de Harry, para que no pudiera llevar mensajes a nadie del mundo mágico.
—¡Eso es ilegal! ¡Están privando de su libertad a mi hijo! —gritó Lily.
—Cariño, cálmate —trato de apaciguarle James.
—¡Voy a matar a mi hermana y al estúpido de su esposo! —siguió gritando Lily, sin hacer caso a James.
—Mamá —dijo Harry, se le hacía tan raro pronunciar esa palabra, pero a la vez lo llenaba de una felicidad infinita—, ya paso, además algunas personas me rescataron de esa casa —Harry miró a su amigo y a los gemelos Weasley, y estos le sonrieron.
—¿A qué te refieres con eso? —preguntó James.
—Ya lo sabrán —contestó el ojiverde.
Harry no se parecía en nada al resto de la familia. Tío Vernon era corpulento, carecía de cuello y llevaba un gran bigote negro; tía Petunia tenía cara de caballo y era huesuda (Mi mujer soñada, creo que se la quitare al gordo de Vernon, dijo Sirius, causando la risa de todos); Dudley era rubio, sonrosado y gordo. Harry, en cambio, era pequeño y flacucho, con ojos de un verde brillante (Son tan lindos, dijeron James y Ginny al unisonó, pero James  miraba a Lily y Ginny a Harry, lo cual provoco que madre e hijo se sonrojaran) y un pelo negro azabache siempre alborotado (Eso es tan Cornamenta, dijeron Sirius y Remus). Llevaba gafas redondas (Oh, James, mis ojos con tu ceguera, comentó Lily, y James besó la mejilla de su novia) y en la frente tenía una delgada cicatriz en forma de rayo.
—Oh, esa cicatriz —se lamentó Lily, mirando a su hijo.
Era esta cicatriz lo que convertía a Harry en alguien muy especial, incluso entre los magos. La cicatriz era el único vestigio del misterioso pasado de Harry y del motivo por el que lo habían dejado, hacia once años, en la puerta de los Dursley.
A la edad de un año, Harry había sobrevivido milagrosamente a la maldición del hechicero tenebroso más importante de todos los tiempos, lord Voldemort, cuyo nombre muchos magos y brujas aún temían pronunciar. Los padres de Harry habían muerto (Lily se estremeció al escuchar nuevamente que James y ella morirían y dejarían solo a su único hijo) en el ataque de Voldemort, pero Harry se había librado, quedándole la cicatriz en forma de rayo. Por alguna razón desconocida, Voldemort había perdido sus poderes en el mismo instante en que había fracasado en su intento de matar a Harry.
—Gracia a Merlín y no logro matarte —dijo Lily, mirando a su hijo.
De forma que Harry se había criado con sus tíos maternos. Había pasado diez años con ellos sin comprender por qué motivo sucedían cosas raras a su alrededor, sin que él hiciera nada, y creyendo la versión de los Dursley, que le habían dicho que la cicatriz era consecuencia del accidente de automóvil que se había llevado la vida de sus padres.
—Es la peor mentira que se haya podido inventar, Petunia —gruñó Lily.
Pero más adelante, hacía exactamente un año, Harry había recibido una carta de Hogwarts y así se había enterado de toda la verdad. Ocupó su plaza en el colegio de magia, donde tanto él como su cicatriz se hicieron famosos… (Una fama que yo nunca quise, susurró Harry); pero el curso escolar había acabado y él se encontraba otra vez pasando el verano con los Dursley, quienes lo trataban como a un perro que se hubiera revolcado en estiércol.
Severus miraba al hijo de la única mujer que amaba, sintiéndose igual que Harry, cada vez que empezaban las vacaciones, eran un suplicio para él, su padre nunca lo trato muy bien que digamos, la única que lo quería era su madre.
Los Dursley ni siquiera se habían acordado de que aquel día Harry cumplía doce años (¿Cómo te pudo hacer eso Petunia?, dijo Lily, con tristeza y enojo. Harry se encogió de hombros quitándole importancia). No es que él tuviera muchas esperanzas, porque nunca le habían hecho un regalo como Dios manda, y no digamos una tarta… Pero de ahí a olvidarse completamente…
Ginny abrazo a su novio para que no se sintiera mal. Mientras tanto Draco y Pansy no podían creer que el gran Harry Potter hubiera pasado un cumpleaños tan deprimente. Puesto que ellos siempre creyeron lo contrario.
En aquel instante, tío Vernon se aclaró la garganta con afectación y dijo:
—Bueno, como todos sabemos, hoy es un día muy importante.
—Se acordaron, no puedo creerlo —dijo Lily incrédula.
Los merodeadores también estaban sorprendidos.
—No tan rápido —susurró Harry.
Harry levantó la mirada, incrédulo.
—Puede que hoy sea el día en que cierre el trato más importante de toda mi vida profesional —dijo tío Vernon.
—Demasiado bueno para ser verdad —dijeron los merodeadores, saliendo de su asombro.
Harry volvió a concentrar su atención en la tostada. Por supuesto, pensó con amargura, tío Vernon se refería a su estúpida cena. No había hablado de otra cosa en los últimos quince días (Pero esa sería una excelente oportunidad para arruinarle la dichosa cenita, cachorro, dijo Sirius. Y Harry solo sonrió, porque aun sin proponérselo le arruino la cena a su tío). Un rico constructor y su esposa irían a cenar, y tío Vernon esperaba obtener un pedido descomunal. La empresa de tío Vernon fabricaba taladros.
—Esa palabra es graciosa —dijo Luna, con voz soñadora.
—¿Cuál palabra, Lunita? —preguntó Ron.
—Taladros —dijo la rubia, y luego sonrió. Ron también sonrió, sin saber exactamente porque.
—Creo que deberíamos repasarlo todo otra vez —dijo tío Vernon—. Tendremos que estar en nuestros puestos a las ocho en punto. Petunia, ¿tú estarás…?
—No puede ser cierto —dijo McGonagall.
—Ellos no son normales —dijo Sirius, mirando a sus amigos, que también asintieron.
—En el salón —respondió enseguida tía Petunia—, esperando para darles la bienvenida a nuestra casa.
Lily estaba consternada por la forma de actuar de su hermana.
—Bien, bien. ¿Y Dudley?
—Estaré esperando para abrir la puerta. —Dudley esbozó una sonrisa idiota—. ¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?
—¡Les va a parecer adorable! —exclamó embelesada tía Petunia.
—Les va a parecer patético —dijo Sirius, y Harry, Ron y los gemelos Weasley rieron.
—Y eso que no lo tuviste que escuchar —dijo Harry.
—Excelente, Dudley —dijo tío Vernon. A continuación, se volvió hacia Harry—. ¿Y tú?
—Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy —dijo Harry, con voz inexpresiva.
—¡¿Qué?! —exclamaron Lily y los merodeadores.
—Te encerraron en tu habitación —preguntó Lily a su hijo.
—No exactamente —contestó el chico.
—Exacto —corroboró con crueldad tío Vernon—. Yo los haré pasar al salón, te los presentaré, Petunia, y les serviré algo de beber. A las ocho quince…
—Es enfermizo su manera de actuar —dijo Andrómeda.
Los Malfoy muy a su pesar, estaba de acuerdo con Andrómeda, porque ni siquiera ellos actuaban de esa forma.
—Anunciaré que está lista la cena —dijo tía Petunia—. Y tú, Dudley, dirás…
—¿Me permite acompañarla al comedor, señora Mason? —dijo Dudley, ofreciendo su grueso brazo a una mujer invisible.
—¡Mi caballerito ideal! —suspiró tía Petunia.
—¿Caballerito ideal, ese chico? —dijo Molly incrédula, de haber escuchado esa frase.
—¿Y tú? —preguntó tío Vernon a Harry con brutalidad.
—Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy —recitó Harry.
—Creo que los mataré —dijo James.
—Y yo te ayudo, cariño —dijo Lily.
—Exacto. Bien, tendríamos que tener preparados algunos cumplidos para la cena. Petunia, ¿sugieres alguno?
—Vernon me ha asegurado que es usted un jugador de golf excelente, señor Mason… Dígame dónde ha comprado ese vestido, señora Mason…
—Esto es gracioso, Harry, ¿Por qué no me habías contado esto? —preguntó Ron a su amigo.
—No le vi el caso contarte eso —se justificó el chico.
—Perfecto… ¿Dudley?
—¿Qué tal: «En el colegio nos han mandado escribir una redacción sobre nuestro héroe preferido, señor Mason, y yo la he hecho sobre usted»?
Todos estaban anonadados, hasta incluso los Malfoy y Snape.
Esto fue más de lo que tía Petunia y Harry podían soportar. Tía Petunia rompió a llorar de la emoción y abrazó a su hijo, mientras Harry escondía la cabeza debajo de la mesa para que no lo vieran reírse.
—Te comprendemos, cachorro —dijo paternalmente Sirius—, yo no habría aguantado tanto tiempo sin reír.
—¿Y tú, niño?
Al enderezarse, Harry hizo un esfuerzo por mantener serio el semblante.
—Me quedaré en mi dormitorio, sin hacer ruido para que no se note que estoy —repitió.
Cada vez que Lily escuchaba esa frase se enojaba más, tanto así que su cara ya estaba tan roja como su cabello.
—Eso espero —dijo el tío duramente—. Los Mason no saben nada de tu existencia y seguirán sin saber nada. Al terminar la cena, tú, Petunia, volverás al salón con la señora Mason para tomar el café y yo abordaré el tema de los taladros. Con un poco de suerte, cerraremos el trato, y el contrato estará firmado antes del telediario de las diez. Y mañana mismo nos iremos a comprar un apartamento en Mallorca.
—Es un imbécil —dijeron al unisonó los gemelos Prewett.
—Señores Prewett, por favor, no hablen de esa manera —los regañó McGonagall.
A Harry aquello no le emocionaba mucho. No creía que los Dursley fueran a quererlo más en Mallorca que en Privet Drive.
—No te preocupes, hijo, no tendrás que verles ni siquiera la cara cuando cambiemos el futuro —prometió James.
—Bien…, voy a ir a la ciudad a recoger los esmóquines para Dudley y para mí. Y tú —gruñó a Harry—, mantente fuera de la vista de tu tía mientras limpia.
Harry salió por la puerta de atrás. Era un día radiante, soleado. Cruzó el césped, se dejó caer en el banco del jardín y canturreó entre dientes: «Cumpleaños feliz…, cumpleaños feliz…, me deseo yo mismo…»
—¡Oh, mi pequeño, Harry! —dijo Lily sollozando y abrazando a su hijo—. Siento no haber estado en esos momentos contigo.
—No te preocupes —dijo Harry, tratando de consolar a su madre.
No había recibido postales ni regalos, y tendría que pasarse la noche fingiendo que no existía. Abatido, fijó la vista en el seto. Nunca se había sentido tan solo. Antes que ninguna otra cosa de Hogwarts, antes incluso que jugar al quidditch, lo que de verdad echaba de menos era a sus mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger (Nosotros también te echábamos de menos, dijo Ron, dándole una palmada en la espalda a su amigo). Pero ellos no parecían acordarse de él (Si nos acordábamos de ti, volvió a hablar Ron). Ninguno de los dos le había escrito en todo el verano, a pesar de que Ron le había dicho que lo invitaría a pasar unos días en su casa.
—Algo no encaja ahí —dijeron los merodeadores.
—Claro, si se comportaron tan bien contigo en Hogwarts es imposible que se olvidaran de ti tan pronto —agregó Remus.
—Ya enteraran que fue lo que realmente paso —dijo Harry.
Un montón de veces había estado a punto de emplear la magia para abrir la jaula de Hedwig y enviarla a Ron y a Hermione con una carta, pero no valía la pena correr el riesgo. A los magos menores de edad no les estaba permitido emplear la magia fuera del colegio (Odiamos esa regla, dijeron los merodeadores, los gemelos Weasley, los gemelos Prewett, Frank, Ted, Harry, Ron y Ginny). Harry no se lo había dicho a los Dursley; sabía que la única razón por la que no lo encerraban en la alacena debajo de la escalera junto con su varita mágica y su escoba voladora era porque temían que él pudiera convertirlos en escarabajos (Convertirlo en escarabajos, seria genial, pero te recomendaría mejor que los convirtieras en gorilas, dijo Sirius, pero Lily lo miró seria, y él ya no comento nada más). Durante las dos primeras semanas, Harry se había divertido murmurando entre dientes palabras sin sentido y viendo cómo Dudley escapaba de la habitación todo lo deprisa que le permitían sus gordas piernas (Harry sonrió al recordar eso). Pero el prolongado silencio de Ron y Hermione le había hecho sentirse tan apartado del mundo mágico, que incluso el burlarse de Dudley había perdido la gracia…, y ahora Ron y Hermione se habían olvidado de su cumpleaños.
—¡No lo olvidamos! —le reprochó el pelirrojo.
—Pues eso no lo sabía —contestó Harry.
¡Lo que habría dado en aquel momento por recibir un mensaje de Hogwarts, de un mago o una bruja! Casi le habría alegrado ver a su mortal enemigo, Draco Malfoy, para convencerse de que aquello no había sido solamente un sueño…
Draco sonrió ligeramente.
—Sí, que estabas muy deprimido —comentó Neville.
Aunque no todo el curso en Hogwarts resultó divertido. Al final del último trimestre, Harry se había enfrentado cara a cara nada menos que con el mismísimo lord Voldemort (Y lo venció una vez más, dijeron los merodeadores). Aun cuando no fuera más que una sombra de lo que había sido en otro tiempo, Voldemort seguía resultando terrorífico, era astuto y estaba decidido a recuperar el poder perdido. Por segunda vez, Harry había logrado escapar de las garras de Voldemort, pero por los pelos, y aún ahora, semanas más tarde, continuaba despertándose en mitad de la noche, empapado en un sudor frío, preguntándose dónde estaría Voldemort, recordando su rostro lívido, sus ojos muy abiertos, furiosos…
Lily, Molly y a Alice sintieron como se le erizaban los vellos, al escuchar que Voldemort podría estar en cualquier parte.
De pronto, Harry se irguió en el banco del jardín. Se había quedado ensimismado mirando el seto… y el seto le devolvía la mirada. Entre las hojas habían aparecido dos grandes ojos verdes.
—No comprendo, ¿Acaso los setos tienen ojos en el mundo muggle? —preguntó Arthur, muy confundido.
—Claro que los setos no tienen ojos —respondieron Harry y Lily al unisonó.
Una voz burlona resonó detrás de él en el jardín y Harry se puso de pie de un salto.
—Sé qué día es hoy —canturreó Dudley, acercándosele con andares de pato.
Los ojos grandes se cerraron y desaparecieron.
—Qué extraño —dijo Remus.
—¿Qué? —preguntó Harry, sin apartar la vista del lugar por donde habían desaparecido.
—Sé qué día es hoy —repitió Dudley a su lado.
—Enhorabuena —dijo James.
—¡Milagro! ¡Se aprendido los días de las semana! —exclamó Sirius, con burla.
—Enhorabuena —respondió Harry—. ¡Por fin has aprendido los días de la semana!
—Estamos muy orgullosos de ti, Harry, serás un excelente merodeador —dijeron James y Sirius al unisonó. Mientras Remus negaba con la cabeza.
—Hoy es tu cumpleaños —dijo con sorna—. ¿Cómo es que no has recibido postales de felicitación? ¿Ni siquiera en aquel monstruoso lugar has hecho amigos?
—¿Monstruoso lugar? Oh, voy a matar a tu primo —dijo Ron.
—No creo que haga falta ya, él ha cambiado —dijo Harry.
—¿Cambiado, de qué? ¿De calcetines? —ironizó Sirius.
—Es en serio —aseguró Harry.
—Pues hasta que no lo vea, o mejor dicho hasta que no lo escuche no lo creeré —dijo James.
—Procura que tu mamá no te oiga hablar sobre mi colegio —contestó Harry con frialdad.
Dudley se subió los pantalones, que no se le sostenían en la ancha cintura.
—¿Por qué miras el seto? —preguntó con recelo.
—Estoy pensando cuál sería el mejor conjuro para prenderle fuego —dijo Harry.
—Eso hará que se haga pipi en los pantalones —dijeron los gemelos Prewett y los merodeadores rieron.
—¿Y en verdad le prendiste fuego al seto? —preguntaron James y Sirius como niños.
—No, no lo hice —contestó Harry.
—Pues hubiera sido muy divertido que lo hubieras hecho —dijo Sirius.
Lily y Remus negaron con la cabeza.
Al oírlo, Dudley trastabilló hacia atrás y el pánico se reflejó en su cara gordita.
—No…, no puedes… Papá dijo que no harías ma-magia… Ha dicho que te echará de casa…, y no tienes otro sitio donde ir…, no tienes amigos con los que quedarte…
—Claro que los tiene —dijeron al unisonó los Weasley y Neville.
—¡Abracadabra! —dijo Harry con voz enérgica—. ¡Pata de cabra! ¡Patatum, patatam!
Harry rió, mientras los merodeadores, Lily, Ron, Luna, Neville y Ginny lo miraban curiosos.
—¡Mamaaaaaaá! —vociferó Dudley, dando traspiés al salir a toda pastilla hacia la casa—, ¡mamaaaaaaá! ¡Harry está haciendo lo que tú sabes!
—Que cobarde es ese cerdito, porque eso ni siquiera es un hechizo en verdad —dijo Sirius.
Harry pagó caro aquel instante de diversión. Como Dudley y el seto estaban intactos, tía Petunia sabía que Harry no había hecho magia en realidad, pero aun así intentó pegarle en la cabeza con la sartén que tenía a medio enjabonar y Harry tuvo que esquivar el golpe (Voy a asesinar a mi hermana muy lenta y dolorosamente, prometió Lily). Luego le dio tareas que hacer, asegurándole que no comería hasta que hubiera acabado.
—Esa mujer está verdaderamente loca, como va dejar sin comer a un niño —dijo Molly, que parecía muy horrorizada.
Lily no dijo nada, pero ya estaba pensando lo que le iba a hacer a Petunia cuando fuera a su casa para navidad.
Mientras Dudley no hacia otra cosa que mirarlo y comer helados, Harry limpió las ventanas, lavó el coche, cortó el césped, recortó los arriates, podó y regó los rosales y dio una capa de pintura al banco del jardín.
—Un niño de doce años no debe hacer todo ese trabajo duro —dijo una indignada McGonagall.
Draco estaba sorprendido de que Harry supiera hacer todo eso, y sin magia, así que no pudo evitar preguntar.
—¿Sabes a hacer todo eso Potter?
—Sí —contestó Harry, mirando al rubio, como esperando una burla, pero esta burla no llego, parecía en que en verdad estaba sorprendido.
Y no era el único, Pansy Parkinson también estaba muy sorprendida.
—¿Quién te enseño? —preguntó la pelinegra.
Harry solo se encogió de hombros.
El sol ardiente le abrasaba la nuca. Harry sabía que no tenía que haber picado el anzuelo de Dudley, pero éste le había dicho exactamente lo mismo que él estaba pensando…, que quizá tampoco en Hogwarts tuviera amigos.
—Eso es mentira —dijeron los chicos del futuro. Claro menos Draco y Pansy, porque aunque ya se andarán peleando o insultando, eso no quería decir que fueran amigos, aun.
«Tendrían que ver ahora al famoso Harry Potter», pensaba sin compasión, echando abono a los arriates, con la espalda dolorida y el sudor goteándole por la cara.
Los merodeadores ya estaban planeando una buena venganza para los Dursley por todo lo que le hacían a Harry.
Eran las siete de la tarde cuando finalmente, exhausto, oyó que lo llamaba tía Petunia.
—¡Entra! ¡Y pisa sobre los periódicos!
Fue un alivio para Harry entrar en la sombra de la reluciente cocina. Encima del frigorífico estaba el pudín de la cena: un montículo de nata montada con violetas de azúcar. Una pieza de cerdo asado chisporroteaba en el horno.
—¡Come deprisa! ¡Los Mason no tardarán! —le dijo con brusquedad tía Petunia, señalando dos rebanadas de pan y un pedazo de queso que había en la mesa. Ella ya llevaba puesto el vestido de noche de color salmón.
—¡¿Qué?! —gritó Lily—. Ellos comerán cerdo asado y postre y a ti solo ten dan pan y queso —siguió gritando Lily, muy indignada.
—Eso es mejor que nada —dijo Harry, mientras trataba de calmar a su madre.
—Pero un niño, no puede alimentarse bien, tan solo con eso —dijo Molly.
Harry se lavó las manos y engulló su miserable cena. No bien hubo terminado, tía Petunia le quitó el plato.
—¡Arriba! ¡Deprisa!
Al cruzar la puerta de la sala de estar, Harry vio a su tío Vernon y a Dudley con esmoquin y pajarita (Se ha de haber visto como dos cerdos con ropa, se burló Sirius, y James y Remus no pudieron evitar reír). Acababa de llegar al rellano superior cuando sonó el timbre de la puerta y al pie de la escalera apareció la cara furiosa de tío Vernon.
—Recuerda, muchacho: un solo ruido y…
—¿Cómo se atreve a amenazarte? —rugió James.
Harry entró de puntillas en su dormitorio, cerró la puerta y se echó en la cama.
El problema era que ya había alguien sentado en ella.
—¿Alguien? ¿Quién estaba en tu cama, hijo? —preguntó una alarmada Lily.
—Tranquila, no es nada malo —calmó Harry.
—Era Dobby —susurró Ron y Harry asintió.
—Bien, aquí termina el primer capítulo —anunció Bill.
—Muchas gracias, señor Weasley —dijo Dumbledore—. Ahora, ¿quién quiere leer el siguiente capítulo? —preguntó.

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