miércoles, 24 de diciembre de 2014

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 6: Gilderoy Lockhart




A la mañana siguiente todos empezaban a despertar, pero un castaño de ojos mieles se dirigía a las habitaciones de sus amigos para comprobar si ya estaba levantados o entonces tendría que despertarlos. Primero entro a la habitación de James, pero para su sorpresa su amigo ya se encontraba levantado y perfectamente vestido.
—Vaya, buenos días —saludó Remus—. Este es el segundo día que te despiertas temprano, creo que algo está andando mal en tu cabeza —bromeó.
—Sí, que gracioso, Lunático —ironizó James—. ¿Y Canuto? —preguntó.
—No lo sé, primero vine a ver si ya estabas despierto, y luego iba ir a ver a Canuto, pero me imagino que todavía debe de estar dormido, porque no lo he visto —respondió Lupin.
—Pues entonces vamos a despertarlo —dijo James con un toque bromista en la voz—, y si no se despierta a la primera usaremos otros métodos —Remus sonrió.
Ambos chicos se encaminaron hacia la habitación del animago.
Y mientras James y Remus se dirigían a la habitación de su amigo, Hermione se encontraba cepillándose su cabello, a la vez que le hablaba a su bebé, no nacido.
—Buenos días, bebé, sabes, estoy muy feliz porque otra vez vi a tu a papá, ¿no estás tú contento también? —Hermione le hablaba a su hijo.
Y el bebé empezó a dar pataditas como si le respondiera, y le diera a entender que también se encontraba feliz, la castaña dejo el peine en el buro y empezó a darle masajes a su abultado vientre.
Crookshanks veía a su ama desde un pequeño sofá donde estaba acurrucado.
—Ya verás que haremos todo lo posible para cambiar el futuro, y te juro que en nuestro nuevo futuro tu papá estará con nosotros siempre, ya lo veras hijo —dijo maternalmente.

En la habitación de Sirius, se escuchó un grito seguido de un Petrificus Totalus y luego un castaño salió de la habitación muy rápidamente —Lupin escapo a tiempo del hechizo, lastimosamente James no corrió la misma suerte— Sirius había lanzado el hechizo después de que sus amigos lo despertaran de una manera nada amable. Cuando James y Remus entraron a la habitación del animago, lo trataron de despertar, pero el chico tenía el sueño muy pesado y no despertaba, así que James levanto su varita y con un Levicorpus el cuerpo del animago quedo suspendido en el aire, pero este aún se encontraba dormido, así que Remus le lanzó un Aguamenti en la cara y eso lo termino por despertar, pero al darse cuenta de que estaba en el aire, Sirius exigió que lo bajaran y así lo hizo James, pronuncio el contra-hechizo y Sirius cayó nuevamente en su cama, lástima que eso no hizo que su enojo se evaporaba, al contrario, cuando ya estuvo nuevamente en su cama cogió su varita y lanzó un Petrificus Totalus, pero como Remus era el que estaba más cerca a la puerta pudo escapar, en cambio James si recibió el hechizo.

Remus al caminar con rapidez no se dio cuenta de que choco con alguien, pero un aroma a vainilla penetro su nariz y cuando levantó la cabeza se encontró con unos ojos color chocolates que lo miraban.
—Hermione —susurró Remus al reconocerla—, lo siento, ¿te lastime? —le preguntó cogiéndola de un brazo.
Hermione le sonrió con calidez.
—Remus —la castaña pronunció con tanto amor su nombre, que hizo que Remus se sintiera querido—, no te preocupes no me lastimaste —le sonrió—, puedo preguntarte porque venias con tan prisa.
Remus rió entre dientes.
—Es que James y yo le hicimos una broma a Sirius —y le contó la manera en que James y él despertaron al animago. Hermione también rió.
Remus la quedo mirando, le gustaba su risa. Pero lo que le parecía más raro era que él le tuviera confianza a una chica que recién el día anterior había conocido, era como si ya lo conociera de hace mucho tiempo.
Sirius tendrá razón, y en verdad Hermione será mi hija, pensaba Remus.
—A Harry y a Ron les encantará saber esto —comentó Hermione—, ¡Oh! —exclamó.
—¿Te pasa algo? —preguntó Lupin, y como toda respuesta Hermione cogió la mano de Remus y la colocó sobre su vientre.
Remus se desconcertó al principio, pero luego sonrió.
—Está pateando —susurró.
—Creo que le agrada tu voz —le dijo Hermione a Remus. Este sonrió.
A lo lejos James y Sirius veían la escena sorprendidos.
—¿Estás viendo lo mismo que yo, Cornamenta? —preguntó Sirius a su amigo, ya se le había pasado el enojo al ojigris.
—Pues si lo que tú estás viendo es a Lunático tocando el vientre y sonriendo a la amiga de mi hijo, entonces sí —respondió James.
—Entonces yo tenía razón al decir que la castaña es la futura hija de Lunático, porque míralos que bien se llevan, y además tienen muchas cosas en común —apuntó Sirius.
 —Más que padre e hija, lo que parecen son una pareja de esposos —susurró James.
Cosa que dejo pensando a Sirius, pero luego negó con la cabeza, puesto que no creía esa locura.
—¿Qué tanto miran? —preguntó Lily, cuando se acercó a los dos chicos.
—Míralos tú misma, pelirroja —contestó Sirius, señalando a Remus y Hermione.
Lily los miró, pero no pareció ver nada raro en ellos, solo parecía que hablaban animadamente.
—Solo están hablando —comentó Lily.
En eso se acercaron a ellos Harry y Ron. Ambos dieron los buenos días. Lily y James saludaron amorosamente a su hijo, y con cortesía al pelirrojo, Sirius, dio los buenos días distraídamente.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron.
—Ellos pasan —dijo James.
Harry y Ron miraron al frente, pero no hubo ni una reacción de sorpresa en la cara de ambos chicos, puesto que ellos estaban acostumbrados a ver a su amiga con Remus, claro que al Remus que veían antes era un poco mayor, pero de todas formas, les parecía muy normal.
—¿Y que con eso? —preguntaron Harry y Ron al unisonó.
—Solo están hablando —agregó Harry.
—Eso mismo les dije yo —alegó Lily.
—Pero no solo estaban hablando hace un rato Remus le estaba tocando el vientre a Hermione —contó James, Sirius asintió, Lily se sorprendió un poco, pero ni Harry ni Ron parecían sorprendidos.
—Yo también le he tocado el vientre a Hermione —dijo Harry.
—Y yo —dijo Ron—, y también Ginny, Luna, mi madre, la profesora McGonagall… —empezó a enumerar el pelirrojo.
—Sí, pero ustedes son sus amigos, en cambio Remus y la castaña apenas se conocen… —empezó Sirius.
—Hermione y Remus se conocen hace años —replicó Harry, tratando de quitarle importancia al asunto.
—Quizás en tú época, hijo —dijo James sabiamente—, pero en nuestra época no.
Sirius asintió.
—Oh, vamos, James, ya déjalo —dijo Lily—, y tú también, Black —la pelirroja calló a Sirius cuando este pensaba replicar.
A Lily también le parecía extraño el comportamiento de Remus y de la amiga de su hijo, pero no quería sacar conclusiones innecesarias, porque ella no los había visto en una situación comprometedora como había contado James, y hasta podía ser que su novio y Sirius hubieran exagerado un poco.
—Vamos —dijo de unos minutos Lily al ver que Remus y Hermione ya estaban sentados juntos, y todos empezaron a caminar hacia sus respectivos sitios, Ginny y Luna aparecieron en ese momento y también fueron con ellos.
Cuando llegaron a sus respectivos asientos, James y Sirius miraban a su amigo que seguía hablando con Hermione.
—Lunático —dijo Sirius llamando la atención de su amigo, el cual giró para verlo—, el aguamenti no es la forma correcta para despertar a un amigo.
Remus sonrió ligeramente, y Hermione rió entre dientes al ver a Sirius indignado.
—Hola, castaña —saludó Sirius, sentándose al otro lado de Remus—, te veo muy entretenida con Lunático, me preguntó porque será —volvió a hablar Sirius, pero ahora con un toque de inocencia mal fingida.
Hermione y Remus se sonrojaron.
Harry se sentó al otro lado de Hermione seguido de Ginny, Ron se sentó junto a su hermana y Luna al lado de Ron.
—Buenos días, Hagrid —saludó Luna al ver al semi-gigante, que se acercaba a ellos, después de haber estado hablando con Dumbledore y McGonagall.
Hermione y Remus agradecieron internamente a la rubia por haberlos sacado de ese incomodo momento.
—Hola a todos —saludó Hagrid con una gran sonrisa, con el gato de Hermione siguiéndolo.
Crookshanks camino hasta donde estaban Remus y Sirius, y se acomodó al medio de ambos.
Luego de que todos se dieran los buenos días, el desayuno apareció en las mesas. Todos desayunaron tranquilamente, entre pláticas y bromas, y entre miradas, sonrisas y sonrojos de parte de Hermione y Remus.
Luego de que terminaran de desayunar, Dumbledore tomo el segundo libro.
—Lily, ¿te gustaría leer el siguiente capítulo? —preguntó el director, y la pelirroja asintió.
El libro levito hasta llegar a sus manos.
Abrió el libro en la página adecuada.
“Gilderoy Lockhart” —leyó Lily.
—¡¿Qué?! —exclamó James—, tienes que leer un capítulo con el nombre de ese tonto. Lily asintió, y Sirius le dio unas palmaditas de consuelo a James.
Al día siguiente, sin embargo, Harry apenas sonrió ni una vez. Las cosas fueron de mal en peor desde el desayuno en el Gran Salón (Y sí que lo fue, pensaron Harry y Ron). Bajo el techo encantado, que aquel día estaba de un triste color gris, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de soperas con gachas de avena, fuentes de arenques ahumados, montones de tostadas y platos con huevos y beicon. Harry y Ron se sentaron en la mesa de Gryffindor junto a Hermione, que tenía su ejemplar de Viajes con los vampiros abierto y apoyado contra una taza de leche. La frialdad con que ella dijo «buenos días», hizo pensar a Harry que todavía les reprochaba la manera en que habían llegado al colegio (Sí, esa es la Hermione que conocemos, comentó Ron, ganándose una sonrisita de la castaña). Neville Longbottom, por el contrario, les saludó alegremente. Neville era un muchacho de cara redonda, propenso a los accidentes, y era la persona con peor memoria de entre todas las que Harry había conocido nunca.
—Sí, me describen a la perfección —dijo un sonrojado Neville.
Su madre le sonrió con ternura, y Neville le devolvió la sonrisa.
—El correo llegará en cualquier momento —comentó Neville—; supongo que mi abuela me enviará las cosas que me he olvidado.
—Siempre lo hace, Neville, si hasta este nuevo curso que empezamos, tu abuela te envió un paquete, el cual contenía tus túnicas —dijo Ginny, sonriendo a su amigo, el cual se volvió a sonrojar.
Efectivamente, Harry acababa de empezar sus gachas de avena cuando un centenar de lechuzas penetraron con gran estrépito en la sala, volando sobre sus cabezas, dando vueltas por la estancia y dejando caer cartas y paquetes sobre la alborotada multitud. Un gran paquete de forma irregular rebotó en la cabeza de Neville, y un segundo después, una cosa gris cayó sobre la taza de Hermione, salpicándolos a todos de leche y plumas.
—Lo recuerdo perfectamente —dijo Hermione—, mancho mi libro.
—Pero era un libro de Lockhart —alegaron Harry y Ron, quitándole importancia.
—Pero al fin y al cabo es un libro —replicó la castaña.
—Claro, se me había olvidado que la castaña era una de las admiradoras de ese idiota —comentó Sirius.
—Señor Black, no hable de esa manera —lo regañó McGonagall.
Sirius sonrió con inocencia a la profesora.
¡Errol! —dijo Ron, sacando por las patas a la empapada lechuza. Errol se desplomó, sin sentido, sobre la mesa, con las patas hacia arriba y un sobre rojo y mojado en el pico.
James y Sirius sabían lo que era ese sobre rojo, puesto que ellos siempre recibían una igual a la semana.
Remus se dio cuenta de que Remus se había sonrojado.
»¡No…! —exclamó Ron.
—No te preocupes, no está muerto —dijo Hermione, tocando a Errol con la punta del dedo.
Remus sonrió por la inocencia de Hermione.
—No es por eso, castaña —dijo Sirius.
Hermione miró con seriedad a Sirius, y este solo le sonrió con arrogancia.
—No es por eso… sino por esto.
Ron señalaba el sobre rojo. A Harry no le parecía que tuviera nada de particular, pero Ron y Neville lo miraban como si pudiera estallar en cualquier momento.
—Y con razón —susurró James, sintiendo compasión por Ron.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Me han enviado un howler —dijo Ron con un hilo de voz.
—Será mejor que lo abras, Ron —dijo Neville, en un tímido susurro—. Si no lo hicieras, sería peor. Mi abuela una vez me envió uno, pero no lo abrí y… —tragó saliva— fue horrible.
—Sí que lo es —dijeron James y Sirius al unisonó.
—¿Por qué mi madre te envió un howler? —preguntó Frank a su hijo.
—Quizás por la misma razón por la que tu madre te lo enviaba a ti, querido —contestó Alice—, sino era porque hacías explotar calderos era porque eras muy despistado.
Padre e hijo se sonrojaron.
Harry contempló los rostros aterrorizados y luego el sobre rojo.
—¿Qué es un howler? —dijo.
—La peor pesadilla que pudieras tener —dijeron los gemelos Weasley y sus tíos Fabian y Gideon le dieron la razón.
Pero Ron fijaba toda su atención en la carta, que había empezado a humear por las esquinas.
—Ábrela —urgió Neville—. Será cuestión de unos minutos.
Ron alargó una mano temblorosa, le quitó a Errol el sobre del pico con mucho cuidado y lo abrió. Neville se tapó los oídos con los dedos (Es lo que yo hago cada vez que ellos recibían uno, contó Remus, y Hermione le sonrió). Harry no comprendió por qué lo había hecho hasta una fracción de segundo después. Por un momento, creyó que el sobre había estallado; en el salón se oyó un bramido tan potente que desprendió polvo del techo.
—Sí eso es lo que suele pasar cuando mezclas un howler con los gritos de mamá —dijo Fred y George asintió dándole la razón a su hermano.
Molly miró con seriedad a sus hijos.
—… ROBAR EL COCHE, NO ME HABRÍA EXTRAÑADO QUE TE EXPULSARAN; ESPERA A QUE TE COJA, SUPONGO QUE NO TE HAS PARADO A PENSAR LO QUE SUFRIMOS TU PADRE Y YO CUANDO VIMOS QUE EL COCHE NO ESTABA…
—¡Oh, por Merlín! —exclamó Ron, tan sonrojado como lo había estado en el momento en que recibió el howler.
Los gritos de la señora Weasley, cien veces más fuertes de lo normal, hacían tintinear los platos y las cucharas en la mesa y reverberaban en los muros de piedra de manera ensordecedora (No me hubiera gustado estar en tus zapatos, dijo Charlie, mirando a su hermano). En el salón, la gente se volvía hacia todos los lados para ver quién era el que había recibido el howler, y Ron se encogió tanto en el asiento que sólo se le podía ver la frente colorada.
—Estaba tan como lo está ahora —comentó Neville.
—Gracias, Neville —ironizó el pelirrojo.
—… ESTA NOCHE LA CARTA DE DUMBLEDORE, CREÍ QUE TU PADRE SE MORÍA DE LA VERGUENZA, NO TE HEMOS CRIADO PARA QUE TE COMPORTES ASÍ, HARRY Y TÚ PODRÍAIS HABEROS MATADO…
—Eso es cierto —dijo Lily parando de leer, y mirando a su hijo.
El chico sonrió tratando de hacer que su madre vuelva a leer. Lily le dirigió una mirada más para luego continuar leyendo.
Harry se había estado preguntando cuándo aparecería su nombre. Trataba de hacer como que no oía la voz que le estaba perforando los tímpanos.
—Por poco y te salvas del regaño —dijo Hermione a su amigo.
—No tengo tanta suerte —dijo Harry.
—… COMPLETAMENTE DISGUSTADO, EN EL TRABAJO DE TU PADRE ESTÁN HACIENDO INDAGACIONES, TODO POR CULPA TUYA (Lo siento, señor Weasley/papá, dijeron Harry y Ron. Arthur Weasley les sonrió quitándole importancia), Y SI VUELVES A HACER OTRA, POR PEQUEÑA QUE SEA, TE SACAREMOS DEL COLEGIO.
—Creo que exageraste un poco, querida —dijo Arthur, pero se quedó callado cuando vio la mirada que le dirigía su esposa.
Se hizo un silencio en el que resonaban aún las palabras de la carta. El sobre rojo, que había caído al suelo, ardió y se convirtió en cenizas. Harry y Ron se quedaron aturdidos, como si un maremoto les hubiera pasado por encima (No, mamá es mucho peor que un maremoto, comentaron los gemelos Weasley. Molly los miró con seriedad, y ellos la miraron como si no hubieran dicho nada malo). Algunos se rieron y, poco a poco, el habitual alboroto retornó al salón.
Hermione cerró el libro Viajes con los vampiros y miró a Ron, que seguía encogido.
—Bueno, no sé lo que esperabas, Ron, pero tú…
—No me digas que me lo merezco —atajó Ron.
—No iba a decirte eso —dijo Hermione, y Ron, Harry, los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett la miraron—, solo iba a decirte que tú y Harry corrieron con suerte de no haberse partido el cuello al momento de aterrizar, y que eso recompensaba el regaño de la señora Weasley.
—¿En serio? —preguntó el pelirrojo, y Hermione asintió.
Harry apartó su plato de gachas. El sentimiento de culpabilidad le revolvía las tripas. El señor Weasley tendría que afrontar una investigación en su trabajo. Después de todo lo que los padres de Ron habían hecho por él durante el verano…
—Tranquilo, Harry, creo que en realidad la culpa fue mía por haber hechizado el coche —alegó Arthur.
Molly asintió dándole la razón a su esposo.
Pero Harry no tuvo demasiado tiempo para pensar en aquello, porque la profesora McGonagall recorría la mesa de Gryffindor entregando los horarios. Harry cogió el suyo y vio que tenían en primer lugar dos horas de Herbología con los de la casa de Hufflepuff.
Neville sonrió al recordar a cierta Hufflepuff rubia de ojos marrones. Esa sonrisa no paso de desapercibida para sus padres, que lo miraban divertidos.
Harry, Ron y Hermione abandonaron juntos el castillo, cruzaron la huerta por el camino y se dirigieron a los invernaderos donde crecían las plantas mágicas. El howler había tenido al menos un efecto positivo: parecía que Hermione consideraba que ellos ya habían tenido suficiente castigo y volvía a mostrarse amable.
—Es que ya habían tenido suficiente castigo —admitió Hermione.
Al dirigirse a los invernaderos, vieron al resto de la clase congregada en la puerta, esperando a la profesora Sprout. Harry, Ron y Hermione acababan de llegar cuando la vieron acercarse con paso decidido a través de la explanada, acompañada por Gilderoy Lockhart (Los merodeadores, los gemelos Weasley, los gemelos Prewett, Harry, Ron y Ginny pusieron mala cara al oír ese nombre). La profesora Sprout llevaba un montón de vendas en los brazos, y sintiendo otra punzada de remordimiento, Harry vio a lo lejos que el sauce boxeador tenía varias de sus ramas en cabestrillo.
—No deberías de sentir remordimientos —dijo Ron a Harry—, porque ni el sauce ni la profesora Sprout hubieran resultado heridos si no fuera por la grandiosa ayuda del experto de Lockhart —Ron escupía las palabras al mencionar el apellido de dicho profesor.
Harry sonrió en agradecimiento.
La profesora Sprout era una bruja pequeña y rechoncha que llevaba un sombrero remendado sobre la cabellera suelta. Generalmente, sus ropas siempre estaban manchadas de tierra, y si tía Petunia hubiera visto cómo llevaba las uñas, se habría desmayado (Lily negó con la cabeza al recordar lo quisquillosa que es su hermana). Gilderoy Lockhart, sin embargo, iba inmaculado con su túnica amplia color turquesa y su pelo dorado que brillaba bajo un sombrero igualmente turquesa con ribetes de oro, perfectamente colocado.
—Insisto, ese idiota es gay —dijo Sirius, y James, Remus, Harry, Ron, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett asintieron.
—¡Hola, qué hay! —saludó Lockhart, sonriendo al grupo de estudiantes—. Estaba explicando a la profesora Sprout la manera en que hay que curar a un sauce boxeador. ¡Pero no quiero que penséis que sé más que ella de botánica! Lo que pasa es que en mis viajes me he encontrado varias de estas especies exóticas y…
—¡Oh, por Merlín! Lockhart es más egocéntrico que Sirius —dijo Lily interrumpiéndose ella misma.
Sirius puso cara de ofendido.
—Eso es un insulto, compararme con ese imbécil es insultarme, pelirroja —le reclamó. Lily solo sonrió y continuó con la lectura.
—¡Hoy iremos al Invernadero 3, muchachos! —dijo la profesora Sprout, que parecía claramente disgustada, lo cual no concordaba en absoluto con el buen humor habitual en ella.
—Lockhart es capaz de poner de mal humor a cualquiera —dijo Harry, que por experiencia propia hablaba.
Snape muy a su pesar tenía que reconocer que lo que había dicho Harry era cierto, porque por lo poco que por lo poco que sabía de él, le parecía insoportable.
Se oyeron murmullos de interés. Hasta entonces, sólo habían trabajado en el Invernadero 1. En el Invernadero 3 había plantas mucho más interesantes y peligrosas. La profesora Sprout cogió una llave grande que llevaba en el cinto y abrió con ella la puerta. A Harry le llegó el olor de la tierra húmeda y el abono mezclados con el perfume intenso de unas flores gigantes, del tamaño de un paraguas, que colgaban del techo. Se disponía a entrar detrás de Ron y Hermione cuando Lockhart lo detuvo sacando la mano rapidísimamente.
—Debiste haber huido —le dijo James a su hijo.
—No pude —contestó el chico, con pesar.
—¡Harry! Quería hablar contigo… Profesora Sprout, no le importa si retengo a Harry un par de minutos, ¿verdad?
A juzgar por la cara que puso la profesora Sprout, sí le importaba, pero Lockhart añadió:
—Sólo un momento —y le cerró la puerta del invernadero en las narices.
—Maleducado —gruñó Molly.
—Pues si se lo hubiera hecho a Minnie no vivía para contarlo —comentó James.
La profesora frunció el ceño al escuchar que la llamaban Minnie nuevamente, pero tenía que admitir que no le hubiera permitido esa intromisión en su clase a Lockhart.
—Harry —dijo Lockhart. Sus grandes dientes blancos brillaban al sol cuando movía la cabeza—. Harry, Harry, Harry.
—¿Qué pasa, Lily? ¿Por qué repites el nombre de nuestro hijo? —preguntó James.
Snape puso mala cara, aun le costaba escuchar la frase “nuestro hijo” cuando James y Lily se refería a Harry.
—No soy yo, la que repite, bueno básicamente si, pero yo solo leo lo que dice en el libro —se defendió la pelirroja.
—Es Lockhart —aclaró Harry.
—Tenía que ser ese imbécil —dijo James.
Harry no dijo nada. Estaba completamente perplejo. No tenía ni idea de qué se trataba. Estaba a punto de decírselo, cuando Lockhart prosiguió:
—Nunca nada me había impresionado tanto como esto, ¡llegar a Hogwarts volando en un coche! Claro que enseguida supe por qué lo habías hecho. Se veía a la legua. Harry, Harry, Harry.
—No solo es gay, sino también un retrasado —dijo Sirius por lo bajo, para que solo lo escucharan James y Remus, pero también lo escuchó Hermione, quien soltó una risita.
Era increíble cómo se las arreglaba para enseñar todos los dientes incluso cuando no estaba hablando.
—Te metí el gusanillo de la publicidad, ¿eh? —dijo Lockhart—. Le has encontrado el gusto. Te viste compartiendo conmigo la primera página del periódico y no pudiste resistir salir de nuevo.
Harry soltó un suspiró.
—¡Pero que dice! —bramó Lily, parando de leer.
—No, profesor, verá…
—Harry, Harry, Harry —dijo Lockhart, cogiéndole por el hombro—. Lo comprendo. Es natural querer probar un poco más una vez que uno le ha cogido el gusto. Y me avergüenzo de mí mismo por habértelo hecho probar, porque es lógico que se te subiera a la cabeza. Pero mira, muchacho, no puedes ir volando en coche para convertirte en noticia (Claro, como si a mí me encantará llamar la atención, ironizó el ojiverde). Tienes que tomártelo con calma, ¿de acuerdo? Ya tendrás tiempo para estas cosas cuando seas mayor. Sí, sí, ya sé lo que estás pensando: «¡Es muy fácil para él, siendo ya un mago de fama internacional!»  (¿Quién le hizo creer que él era un mago con fama internacional?, preguntó Charlie. Harry se encogió de hombros) Pero cuando yo tenía doce años, era tan poco importante como tú ahora. ¡De hecho, creo que era menos importante! Quiero decir que hay gente que ha oído hablar de ti, ¿no?, por todo ese asunto con El-que-no-debe-ser-nombrado —contempló la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente—. Lo sé, lo sé, no es tanto como ganar cinco veces seguidas el Premio a la Sonrisa más Encantadora, concedido por la revista Corazón de bruja, como he hecho yo, pero por algo hay que empezar.
—¡No puedo creerlo! —exclamó McGongall.
—Cuando me lo encuentre voy a golpearlo —prometió James.
—Me imagino que quiere golpear al Lockhart de esta época, ¿verdad?, porque el de nuestra época está recluido en San Mungo —susurró a Harry.
—Lo golpearemos, Cornamenta —apoyó Sirius.
—Eso ya pasó, ahora no serviría de nada —dijo Harry, tratando de calmar a su padre y a su padrino.
Le guiñó un ojo a Harry y se alejó con paso seguro. Harry se quedó atónito durante unos instantes, y luego, recordando que tenía que estar ya en el invernadero, abrió la puerta y entró.
La profesora Sprout estaba en el centro del invernadero, detrás de una mesa montada sobre caballetes. Sobre la mesa había unas veinte orejeras. Cuando Harry ocupó su sitio entre Ron y Hermione, la profesora dijo:
—Hoy nos vamos a dedicar a replantar mandrágoras. Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?
—Hermione/Granger —dijeron a coro, Harry, Ron, Ginny, los gemelos Weasley, Draco y Pansy.
La castaña se sonrojó.
—Igual que Lunático —susurró Sirius, pero Remus lo escucho, solo que decidió no decir nada al respecto porque si no Sirius lo empezaría a molestar.
Sin que nadie se sorprendiera, Hermione fue la primera en alzar la mano.
—Era obvio —dijeron Harry y Ron.
—La mandrágora, o mandrágula, es un reconstituyente muy eficaz —dijo Hermione en un tono que daba la impresión, como de costumbre, de que se había tragado el libro de texto—. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.
—Y sí que sirvió de mucho —comentó Hermione, acordándose de que cuando no solo ella quedo petrificada.
—¿Por qué lo dices, castaña? —preguntó Sirius.
—Ya lo entenderás luego —respondió la chica.
—Excelente, diez puntos para Gryffindor —dijo la profesora Sprout—. La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por qué?
—Hermione —volvieron a decir los chicos del futuro.
Al levantar de nuevo velozmente la mano, Hermione casi se lleva por delante las gafas de Harry.
—Lo siento —se disculpó Hermione.
—No importa, Herms —contestó Harry, sonriendo a su amiga.
—El llanto de la mandrágora es fatal para quien lo oye —dijo Hermione instantáneamente.
—Exacto. Otros diez puntos (Increíble, ganaste 20 puntos para Gryffindor en menos de cinco minutos, dijo Sirius, mirando a Hermione, quien estaba sonrojada. Te supero, pelirroja, concluyó) —dijo la profesora Sprout—. Bueno, las mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes.
Mientras hablaba, señalaba una fila de bandejas hondas, y todos se echaron hacia delante para ver mejor. Un centenar de pequeñas plantas con sus hojas de color verde violáceo crecían en fila. A Harry, que no tenía ni idea de lo que Hermione había querido decir con lo de «el llanto de la mandrágora», le parecían completamente vulgares.
—Pues sus beneficios y su precio no es nada vulgar —comentó Neville.
—Sí ahora lo sé —dijo Harry, agradecido que gracias a las mandrágoras su mejor amiga y los demás chicos hayan podido recuperarse de la petrificación.
—Poneos unas orejeras cada uno —dijo la profesora Sprout.
Hubo un forcejeo porque todos querían coger las únicas que no eran ni de peluche ni de color rosa.
McGonagall rodó los ojos.
—Cuando os diga que os las pongáis, aseguraos de que vuestros oídos quedan completamente tapados —dijo la profesora Sprout—. Cuando os las podáis quitar, levantaré el pulgar. De acuerdo, poneos las orejeras.
Harry se las puso rápidamente. Insonorizaban completamente los oídos. La profesora Sprout se puso unas de color rosa, se remangó, cogió firmemente una de las plantas y tiró de ella con fuerza.
Harry dejó escapar un grito de sorpresa que nadie pudo oír.
—A todos nos pasa —dijo James, dándole apoyó a su hijo.
En lugar de raíces, surgió de la tierra un niño recién nacido, pequeño, lleno de barro y extremadamente feo. Las hojas le salían directamente de la cabeza. Tenía la piel de un color verde claro con manchas, y se veía que estaba llorando con toda la fuerza de sus pulmones.
A Hermione se le revolvió el estómago y le dieron náuseas al escuchar la descripción de la planta, pero respiró profundo varias veces para que las náuseas se le pasaran.
Luego de unas cuantas respiraciones más lo había logrado.
Remus la miró.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó, un poco preocupado.
La chica asintió.
—Sí, no es nada —respondió y le dedicó una sonrisa.
La profesora Sprout cogió una maceta grande de debajo de la mesa, metió dentro la mandrágora y la cubrió con una tierra abonada, negra y húmeda, hasta que sólo quedaron visibles las hojas. La profesora Sprout se sacudió las manos, levantó el pulgar y se quitó ella también las orejeras.
—Como nuestras mandrágoras son sólo plantones pequeños, sus llantos todavía no son mortales —dijo ella con toda tranquilidad, como si lo que acababa de hacer no fuera más impresionante que regar una begonia—. Sin embargo, os dejarían inconscientes durante varias horas, y como estoy segura de que ninguno de vosotros quiere perderse su primer día de clase, aseguraos de que os ponéis bien las orejeras para hacer el trabajo. Ya os avisaré cuando sea hora de recoger.
—¡Por Merlín! Es como si estuviera en clases —dramatizó Sirius.
—No seas exagerado —dijeron Remus y Hermione a la vez, los cuales sonrieron al ver que habían dicho lo mismo.
Sirius los miró con fingida molestia.
»Cuatro por bandeja. Hay suficientes macetas aquí. La tierra abonada está en aquellos sacos. Y tened mucho cuidado con las Tentacula Venenosa, porque les están saliendo los dientes.
—Insisto es como si estuviera en clases —volvió a hablar el animago, y James sonrió.
Mientras que los gemelos Weasley y los gemelos Prewett asentían.
Mientras hablaba, dio un fuerte manotazo a una planta roja con espinas, haciéndole que retirara los largos tentáculos que se habían acercado a su hombro muy disimulada y lentamente.
Harry, Ron y Hermione compartieron su bandeja con un muchacho de Hufflepuff que Harry conocía de vista, pero con quien no había hablado nunca.
—Justin Finch-Fletchley —dijo alegremente, dándole la mano a Harry—. Claro que sé quién eres, el famoso Harry Potter. Y tú eres Hermione Granger, siempre la primera en todo. —Hermione sonrió al estrecharle la mano—. Y Ron Weasley. ¿No era tuyo el coche volador?
—Ese chico me agrada —dijo James.
—Pues no le agradara dentro de unos capítulos —dijo Hermione, y los merodeadores la miraron confundidos.
Ron no sonrió. Obviamente, todavía se acordaba del howler.
—Ese Lockhart es famoso, ¿verdad? —dijo contento Justin, cuando empezaban a llenar sus macetas con estiércol de dragón—. ¡Qué tío más valiente! (Harry, Hermione y Ron soltaron una risita de complicidad) ¿Habéis leído sus libros? Yo me habría muerto de miedo si un hombre lobo me hubiera acorralado en una cabina de teléfonos, pero él se mantuvo sereno y ¡zas! Formidable.
—Tal vez podríamos comprobar que tan formidable es cuando tenga frente a él a un verdadero hombre lobo —dijo Sirius con una sonrisita, mirando disimuladamente a Remus.
Remus empalideció y Hermione se dio cuenta del estado de ánimo de su esposo.
—Ni se te ocurra —gruñó Hermione, ganándose las miradas de todos.
—¿Estás defendiendo a Lockhart? —preguntó James.
—No lo defiendo a él —dijo la chica.
—¿Entonces? —preguntó Sirius.
—Pues yo estoy defendiendo al hombre lobo —Remus, James, Sirius, Lily, Molly, Arthur,  los gemelos Prewett, Andrómeda, Ted, Alice, Frank, los Malfoy, Snape, la profesora McGonagall y Dumbledore la miraron sorprendidos, pero sin duda el más sorprendido era Remus—, no me parece justo que utilizaras a un hombre lobo solo para comprobar lo “formidable” que es Lockhart. Acaso crees que los hombres lobo no tienen sentimientos, y que por eso tú los puedes utilizar a tu conveniencia; porque si es así déjame decirte que ellos sienten como cualquier persona, y que solo porque una vez al mes sean diferentes no los hace menos humanos.
—Yo no dije eso, castaña —dijo Sirius después de unos minutos de estar en silencio.
—Hermione —dijeron Harry y Ron en tono de advertencia.
La chica miró a sus amigos, dándose cuenta de que casi habla de más. Respiró profundo.
—Lo siento —dijo Hermione—, creo que…
—No importa —susurró James, interrumpiendo a la castaña—, ¿te gustan los licántropos? Quiero decir, ¿no te asustan? —preguntó luego.
Hermione negó con la cabeza.
—Los licántropos son amables, educados, y como ya dije solo son diferentes una vez al mes, como cualquier humano cuando se encuentra de mal humor —dijo Hermione, mirando de reojo a Remus.
James y Sirius asintieron estando de acuerdo con Hermione.
Remus salió de su estado de shock y sonrió nerviosamente, no pudiendo creer que la chica hablara así de los licántropos. Y sobre todo que no les temiera. Sin duda eso le parecía más raro a Remus.
Lupin pensó un poco más sobre todas las palabras dichas por la chica, ahora le caía mejor que antes.
Tal vez Hermione sea como James, Sirius y Peter. A ellos tampoco les importa mi condición, pensaba Lupin.
—Bueno —empezó Lupin, hablando por primera vez después de toda esa problemática; todos lo miraron—, Lily puedes continuar —la chica asintió y continuó leyendo.
»Me habían reservado plaza en Eton, pero estoy muy contento de haber venido aquí. Naturalmente, mi madre estaba algo disgustada, pero desde que le hice leer los libros de Lockhart, empezó a comprender lo útil que puede resultar tener en la familia a un mago bien instruido…
—Lockhart un mago instruido —rió Ron—, es como ver a Lucius Malfoy siendo amigos de los muggles —susurró, Harry, Ginny y Luna rieron.
Después ya no tuvieron muchas posibilidades de charlar. Se habían vuelto a poner las orejeras y tenían que concentrarse en las mandrágoras. Para la profesora Sprout había resultado muy fácil, pero en realidad no lo era (Pero tampoco es tan difícil, dijo Neville). A las mandrágoras no les gustaba salir de la tierra, pero tampoco parecía que quisieran volver a ella. Se retorcían, pataleaban, sacudían sus pequeños puños y rechinaban los dientes. Harry se pasó diez minutos largos intentando meter una algo más grande en la maceta.
El chico se sonrojó al escuchar una risita de parte de los gemelos Weasley.
Al final de la clase, Harry, al igual que los demás, estaba empapado en sudor, le dolían varias partes del cuerpo y estaba lleno de tierra. Volvieron al castillo para lavarse un poco, y los de Gryffindor marcharon corriendo a la clase de Transformaciones.
—Es mejor llegar temprano a las clases de Minnie —aconsejó Sirius.
La profesora lo miró seria, pero no le reclamo nada, ya estaba cansada de hacerlo e igual no le hacían caso.
Las clases de la profesora McGonagall eran siempre muy duras, pero aquel primer día resultó especialmente difícil. Todo lo que Harry había aprendido el año anterior parecía habérsele ido de la cabeza durante el verano (McGonagall negó con la cabeza, pero lo comprendía, porque sabía que Harry no había podido estudiar porque sus tíos le habían guardado todas sus libros de magia en el sótano). Tenía que convertir un escarabajo en un botón, pero lo único que conseguía era cansar al escarabajo, porque cada vez que éste esquivaba la varita mágica, se le caía del pupitre.
Lily miró a su hijo con ternura, y se prometió que en el nuevo futuro ella misma lo ayudaría a practicar para que no se le haga difícil las materias.
A Ron aún le iba peor (Es comprensible, su varita estaba rota, apuntó Percy). Había recompuesto su varita con un poco de celo que le habían dado, pero parecía que la reparación no había sido suficiente. Crujía y echaba chispas en los momentos más raros, y cada vez que Ron intentaba transformar su escarabajo, quedaba envuelto en un espeso humo gris que olía a huevos podridos. Incapaz de ver lo que hacía, aplastó el escarabajo con el codo sin querer y tuvo que pedir otro. A la profesora McGonagall no le hizo mucha gracia.
—Sí, recuerdo ese día —dijo Ron.
—Pobre de ti, hermano —Bill se compadeció de él.
Harry se sintió aliviado al oír la campana de la comida. Sentía el cerebro como una esponja escurrida. Todos salieron ordenadamente de la clase salvo él y Ron, que todavía estaba dando golpes furiosos en el pupitre con la varita.
—Dar golpes en el pupitre no hará que funcione mejor —dijo Hermione.
—Bueno, no, pero al menos desquitaba mi cólera —aclaró el pelirrojo. Hermione negó con la cabeza.
—¡Chisme inútil, que no sirves para nada!
—Pídeles otra a tus padres —sugirió Harry cuando la varita produjo una descarga de disparos, como si fuera una traca.
—Ya, y recibiré como respuesta otro howler —dijo Ron, metiendo en la bolsa la varita, que en aquel momento estaba silbando— que diga: «Es culpa tuya que se te haya partido la varita.»
—Sí, probablemente te hubiera dicho eso —dijo Ginny.
Bajaron a comer, pero el humor de Ron no mejoró cuando Hermione le enseñó el puñado de botones que había conseguido en la clase de Transformaciones.
—Lo siento —se disculpó Hermione—, creo que actué como una sabelotodo.
—No importa —dijo Ron quitándole importancia.
—¿Qué hay esta tarde? —dijo Harry, cambiando de tema rápidamente.
—Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo Hermione en el acto.
—¿Por qué —preguntó Ron, cogiéndole el horario— has rodeado todas las clases de Lockhart con corazoncitos?
Hermione le quitó el horario. Se había puesto roja.
Hermione al escuchar eso también había enrojecido. Se había olvidado de ese detalle.
La chica sentía muchas miradas sobre ella, por eso no miraba a nadie exactamente.
—¿Estabas enamorada de ese idiota? —se atrevió a preguntar Sirius.
—¡Por supuesto que no! —respondió rápidamente Hermione, más sonrojada que nunca.
—¡Oh, por Merlín! —exclamó James.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—No me digas que… que el niño que esperas es… es de… de… Lockhart —volvió a hablar James, apuntando con el dedo el vientre de la chica.
Remus miró a Hermione y luego su vista bajo a su vientre.
—¡No! —respondió Hermione, que ahora y no estaba sonrojada, sino pálida por la ocurrencia de James.
Harry, Ron, Ginny y Luna también estaban muy sorprendidos. Pero Harry y Ron de solo imaginar a su amiga con Lockhart los enfermaba.
—Claro que no —apoyó Ron—, ese idiota no es padre del hijo de Hermione, el padre es R… —Ron dejo de hablar al recibir un pisotón de Ginny.
Hermione miró entre asustada y enojada a su amigo pelirrojo.
—¿Quién? —preguntaron James y Sirius. Remus no decía nada, solo prestaba atención a todo.
—Eh, se me olvido, creo que últimamente se me olvidan las cosas —dijo Ron, no muy convincente.
—Menos mal que paraste a tiempo, Ron, sino le hubieras causado un gran problema a Hermione —le susurró Luna a su novio.
McGonagall le dijo a Lily que siguiera leyendo luego de que todos se quedaran en silencio.
Terminaron de comer y salieron al patio. Estaba nublado. Hermione se sentó en un peldaño de piedra y volvió a hundir las narices en Viajes con los vampiros. Harry y Ron se pusieron a hablar de quidditch, y pasaron varios minutos antes de que Harry se diera cuenta de que alguien lo vigilaba estrechamente (No me digas que era otra vez ese idiota, murmuraron los merodeadores. Harry negó con la cabeza). Al levantar la vista, vio al muchacho pequeño de pelo castaño que la noche anterior se había puesto el sombrero seleccionador. Lo miraba como paralizado. Tenía en las manos lo que parecía una cámara de fotos muggle normal y corriente, y cuando Harry miró hacia él, se ruborizó en extremo.
—Era Colin —dijo Hermione, recordando al muchacho.
—Sí, era Colin, Ginny siempre se disputaba con él el puesto de fan número 1 de Harry —dijeron los gemelos.
Ginny se sonrojó, y Harry rió quedamente.
—¿Me dejas, Harry? Soy… soy Colin Creevey —dijo entrecortadamente, dando un indeciso paso hacia delante—. Estoy en Gryffindor también. ¿Podría…, me dejas… que te haga una foto? —dijo, levantando la cámara esperanzado.
—¿Una foto? —repitió Harry sin comprender.
—Con ella podré demostrar que te he visto —dijo Colin Creevey con impaciencia, acercándose un poco más, como si no se atreviera—. Lo sé todo sobre ti (Eso da miedo, dijo un divertido Sirius). Todos me lo han contado: cómo sobreviviste cuando Quien-tú-sabes intentó matarte y cómo desapareció él, y toda esa historia, y que conservas en la frente la cicatriz en forma de rayo (con los ojos recorrió la línea del pelo de Harry). Y me ha dicho un compañero del dormitorio que si revelo el negativo en la poción adecuada, la foto saldrá con movimiento. —Colin exhaló un soplido de emoción y continuó—: Esto es estupendo, ¿verdad? Yo no tenía ni idea de que las cosas raras que hacía eran magia, hasta que recibí la carta de Hogwarts. Mi padre es lechero y tampoco podía creérselo (¿Cómo permiten que entren tantas escorias en Hogwarts?, gruñó Lucius Malfoy). Así que me dedico a tomar montones de fotos para enviárselas a casa. Y sería estupendo hacerte una. —Miró a Harry casi rogándole—. Tal vez tu amigo querría sacárnosla para que pudiera salir yo a tu lado. ¿Y me la podrías firmar luego?
—¿Le firmaste la foto? —preguntó Remus, estaba un poco sonriente.
Harry negó con la cabeza.
—¿Firmar fotos? ¿Te dedicas a firmar fotos, Potter?
—Y el hurón hizo acto de presencia —dijeron los gemelos Weasley.
Draco solo hizo una mueca de disgusto, pero no dijo nada.
En todo el patio resonó la voz potente y cáustica de Draco Malfoy. Se había puesto detrás de Colin, flanqueado, como siempre en Hogwarts, por Crabbe y Goyle, sus amigotes.
—¡Todo el mundo a la cola! —gritó Malfoy a la multitud—. ¡Harry Potter firma fotos!
—No es verdad —dijo Harry de mal humor, apretando los puños—. ¡Cállate, Malfoy!
—Lo que pasa es que le tienes envidia —dijo Colin, cuyo cuerpo entero no era más grueso que el cuello de Crabbe.
—Sí, eso, al parecer alguien se muere de envidia —dijo Sirius, mirando a Draco que estaba serio.
—¿Envidia? —repitió Draco.
—Sí, ya sabes, eso que sientes cuando alguien te supera en algo que nunca podrás hacer —dijo Luna con sinceridad.
Sirius rió.
—Mira Lunát… Lovegood —Draco se corrigió al instante—, yo no sentía envidia de Potter, mi único propósito era molestarlo —admitió.
—Pues hacías un buen trabajo —dijo Harry, y el rubio sonrió con arrogancia.
—¿Envidia? —dijo Malfoy, que ya no necesitaba seguir gritando, porque la mitad del patio lo escuchaba—. ¿De qué? ¿De tener una asquerosa cicatriz en la frente? No, gracias. ¿Desde cuándo uno es más importante por tener la cabeza rajada por una cicatriz?
Lily, los merodeadores, Arthur y Molly Weasley miraron con seriedad a Draco. Mientras Lucius tenía una sonrisa de orgullo en sus labios.
Crabbe y Goyle se estaban riendo con una risita idiota.
—Échate al retrete y tira de la cadena, Malfoy —dijo Ron con cara de malas pulgas. Crabbe dejó de reír y empezó a restregarse de manera amenazadora los nudillos, que eran del tamaño de castañas.
—Bien dicho —lo felicitó Charlie, y Molly lo miró con seriedad.
—Weasley, ten cuidado —dijo Malfoy con un aire despectivo—. No te metas en problemas o vendrá tu mamá y te sacará del colegio —luego imitó un tono de voz chillón y amenazante—. «Si vuelves a hacer otra…»
—Idiota —bufaron los gemelos Weasley.
Varios alumnos de quinto curso de la casa de Slytherin que había por allí cerca rieron la gracia a carcajadas.
—A Weasley le gustaría que le firmaras una foto, Potter —sonrió Malfoy—. Pronto valdrá más que la casa entera de su familia.
Los hermanos Weasley iban a comenzar una discusión, pero una mirada de sus padres basto para que no hicieran nada.
—No vale la pena —les dijo Molly.
—Lo siento, Weasley —dijo Draco mirando a Ron.
—¿Se está disculpando con Ron? ¿De qué me perdí? —preguntó Fred a su gemelo.
—Bueno, Malfoy ya no es tan… Malfoy estos últimos meses —respondió George.
—Vaya —susurró Fred mirando al rubio.
—Draco, tú no tienes que disculparte con esos traidores a la sangre —lo reprendió su padre.
Draco ignoró el comentario de su padre, para evitar una discusión innecesaria.
Ron sacó su varita reparada con celo, pero Hermione cerró Viajes con los vampiros de un golpe y susurró:
—¡Cuidado!
—Lunático la castaña es igual a ti —dijo Sirius.
Remus lo miró fijamente.
—No empieces —susurró.
—Si es cierto, Lunático también nos prevenía cuando estábamos en un aprieto —corroboró James.
—¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que pasa aquí? —Gilderoy Lockhart caminaba hacia ellos a grandes zancadas, y la túnica color turquesa se le arremolinaba por detrás—. ¿Quién firma fotos?
—Eso es lo único que le preocupa —dijo Alice con molestia.
Y los chicos del futuro asintieron.
Harry quería hablar, pero Lockhart lo interrumpió pasándole un brazo por los hombros y diciéndole en voz alta y tono jovial:
—¡No sé por qué lo he preguntado! ¡Volvemos a las andadas, Harry!
—Cada vez lo soporto menos —murmuró James.
Sujeto por Lockhart y muerto de vergüenza, Harry vio que Malfoy se mezclaba sonriente con la multitud.
—Vamos, señor Creevey —dijo Lockhart, sonriendo a Colin—. Una foto de los dos será mucho mejor. Y te la firmaremos los dos.
Colin buscó la cámara a tientas y sacó la foto al mismo tiempo que la campana señalaba el inicio de las clases de la tarde.
—De la que te libraste —le dijo Andrómeda a Harry.
—No lo creo, nos tocaba DCAO —contestó Harry.
—¡Adentro todos, venga, por ahí! —gritó Lockhart a los alumnos, y se dirigió al castillo llevando de los hombros a Harry, que hubiera deseado disponer de un buen conjuro para desaparecer.
»Quisiera darte un consejo, Harry —le dijo Lockhart paternalmente (¿Paternalmente?, repitió James con molestia) al entrar en el edificio por una puerta lateral—. Te he ayudado a pasar desapercibido con el joven Creevey, porque si me fotografiaba también a mí, tus compañeros no pensarían que te querías dar tanta importancia.
—Pero si el que se quería dar importancia era él —dijo Harry.
—Eso no tienes que decírnoslo, se notaba a leguas —dijo Ron.
Sin hacer caso a las protestas de Harry, Lockhart lo llevó por un pasillo lleno de estudiantes que los miraban, y luego subieron por una escalera.
—Déjame que te diga que repartir fotos firmadas en este estadio de tu carrera puede que no sea muy sensato. Para serte franco, Harry, parece un poco engreído (Pero si acaba de hablar el rey de la modestia, dijo Ted con sarcasmo). Bien puede llegar el día en que necesites llevar un montón de fotos a mano adondequiera que vayas, como me ocurre a mí, pero —rió— no creo que hayas llegado ya a ese punto.
—Definitivamente ese Lockhart es más arrogante que Sirius —dijo Lily parando la lectura.
—Oye, pelirroja, no me compares con ese —reclamó Sirius.
—Sirius no es tan arrogante —dijo Harry, y todos lo miraron como diciendo “sí, claro” —, o bueno, por lo menos en mi época, no lo era… quiero decir es tanto —el ojiverde se corrigió al instante, porque al decir “era” significaba que Sirius ya no estaba con él y todavía él no lo podía saber.
—¿En serio? —preguntó Remus, con una sonrisita de burla.
Harry asintió.
—Ya vez, Lunático, Harry está diciendo que en su época soy para nada arrogante —dijo Sirius.
James soltó una risita que lo quiso hacer pasar como tos al ver la cara que puso su amigo.
Habían alcanzado el aula de Lockhart y éste dejó libre por fin a Harry, que se arregló la túnica y buscó un asiento al final del aula, donde se parapetó detrás de los siete libros de Lockhart, de forma que se evitaba la contemplación del Lockhart de carne y hueso.
El resto de la clase entró en el aula ruidosamente, y Ron y Hermione se sentaron a ambos lados de Harry.
—Como siempre —apuntó Neville.
—Se podía freír un huevo en tu cara —dijo Ron—. Más te vale que Creevey y Ginny no se conozcan, porque fundarían el club de fans de Harry Potter.
Ginny le dio un golpe en la cabeza a Ron.
—Tarado —le dijo.
—Fue solo una broma —se defendió el pelirrojo.
—Cállate —le interrumpió Harry. Lo único que le faltaba es que a oídos de Lockhart llegaran las palabras «club de fans de Harry Potter».
—¿Estás seguro de que no lo tenías? —preguntó Sirius, mirando a Ginny.
—Sí —contestó Harry, no muy convencido.
Cuando todos estuvieron sentados, Lockhart se aclaró sonoramente la garganta y se hizo el silencio. Se acercó a Neville Longbottom, cogió el ejemplar de Recorridos con los trols y lo levantó para enseñar la portada, con su propia fotografía que guiñaba un ojo.
—¡Por Merlín! —susurró la profesora McGonagall.
—Yo —dijo, señalando la foto y guiñando el ojo él también— soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de bruja, pero no quiero hablar de eso (No, por supuesto que no, ironizó Remus). ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte!
—Sí, claro —dijeron los merodeadores con sarcasmo.
Hagrid gruñó enojado.
Esperó que se rieran todos, pero sólo hubo alguna sonrisa.
—Veo que todos habéis comprado mis obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No os preocupéis, sólo es para comprobar si los habéis leído bien, cuánto habéis asimilado…
—Por fin dice algo sensato —dijo Remus.
—No te hagas muchas ilusiones —susurró Ron.
Cuando terminó de repartir los folios con el cuestionario, volvió a la cabecera de la clase y dijo:
—Disponéis de treinta minutos. Podéis comenzar… ¡ya! Harry miró el papel y leyó:

1.    ¿Cuál es el color favorito de Gilderoy Lockhart?

—¿En serio esa es una pregunta de DCAO? —preguntó un incrédulo Remus.
Hermione asintió.

2.    ¿Cuál es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?

—Ganar fama con los logros de otros magos sin mover ni un solo dedo —dijo Ron con enojo, al recordar que ese profesor no hizo nada para salvar a su hermana del basilisco, y que si no hubiera sido por Harry, Ginny estuviera muerta.

3.    ¿Cuál es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart?

—Ganar cinco veces seguidas el premio a la sonrisa más encantadora —dijo Ron con burla.
—Yo creo que desmemoriarse el mismo ha sido su mayor logro —susurró Harry, y Hermione y Ron rieron.

Así seguía y seguía, a lo largo de tres páginas, hasta:

54. ¿Qué día es el cumpleaños de Gilderoy Lockhart, y cuál sería su regalo ideal?

—Oh, Albus, no puedes contratar a ese hombre como profesor de DCAO, es un completo farsante —dijo una escandalizada McGonagall.
—¿Qué clase de profesor es ese? —gruñó Moody.

Media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeó delante de la clase.
—Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi color favorito es el lila (¿Lila? ¿En serio?, preguntó Remus. Es patético, dijeron James y Sirius). Lo digo en Un año con el Yeti. Y algunos tenéis que volver a leer con mayor detenimiento Paseos con los hombres lobo. En el capítulo doce afirmo con claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden!
—Aparte de ser un idiota, tampoco tiene buen gusto con el whisky —dijo Sirius.
Volvió a guiñarles un ojo pícaramente. Ron miraba a Lockhart con una expresión de incredulidad en el rostro; Seamus Finnigan y Dean Thomas, que se sentaban delante, se convulsionaban en una risa silenciosa. Hermione, por el contrario, escuchaba a Lockhart con embelesada atención y dio un respingo cuando éste mencionó su nombre.
Hermione se volvió a sonrojar.
—… pero la señorita Hermione Granger sí conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi propia gama de productos para el cuidado del cabello (Les digo que es gay, dijo Sirius a sus amigos), ¡buena chica! De hecho —dio la vuelta al papel—, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger?
Hermione alzó una mano temblorosa.
—¡Excelente! —dijo Lockhart con una sonrisa—, ¡excelente! ¡Diez puntos para Gryffindor! Y en cuanto a…
De debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la vieran.
—Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotaros de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula os tengáis que encarar a las cosas que más teméis. Pero sabed que no os ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que os pido es que conservéis la calma.
—¿Y ahora con que otra tontería más va salir ese imbécil? —dijeron los gemelos Prewett.
En contra de lo que se había propuesto, Harry asomó la cabeza por detrás del montón de libros para ver mejor la jaula. Lockhart puso una mano sobre la funda. Dean y Seamus habían dejado de reír. Neville se encogía en su asiento de la primera fila.
—Tengo que pediros que no gritéis —dijo Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.
—¿Quiénes? —preguntó Alice.
Cuando toda la clase estaba con el corazón en un puño, Lockhart levantó la funda.
—Sí —dijo con entonación teatral—, duendecillos de Cornualles recién cogidos.
Varios soltaron una risita, en cambio la profesora de Transformaciones tenía una cara de incredulidad.
—¿No puede ser verdad? —dijo Remus.
—Pues si es verdad —confirmó Hermione.
Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una carcajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de terror.
—¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.
—Bueno, es que no son… muy peligrosos, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.
—Bueno, no son peligrosos, pero si lo sueltas en un lugar cerrado, pueden ser verdaderamente difícil controlarlos —dijo McGonagall.
—No creo que Lockhart sea tan estúpido como para soltarlos en el aula —dijo Ted.
Harry, Ron, Hermione y Neville compartieron una mirada cómplice.
—¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador—. ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!
Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca.
—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacéis con ellos! —y abrió la jaula.
—Es un imbécil —dijo Molly.
—Es más que un imbécil, ese tiene el cerebro de troll —dijo Sirius y todos le dieron la razón.
Se armó un pandemónium. Los duendecillos salieron disparados como cohetes en todas direcciones. Dos cogieron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire (¡Oh, no!, exclamó Alice abrazando a su hijo). Algunos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales rotos a los de la fila de atrás. El resto se dedicó a destruir la clase más rápidamente que un rinoceronte en estampida. Cogían los tinteros y rociaban de tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de las paredes, le daban vuelta a la papelera y cogían bolsas y libros y los arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de la lámpara del techo.
—Voy a matar a ese hombre —dijo Alice.
—Vamos a matarlo —corrigió Frank.
—Cuanta incompetencia —dijo McGonagall con molestia.
—Vamos ya, rodeadlos, rodeadlos, sólo son duendecillos… —gritaba Lockhart.
Se remangó, blandió su varita mágica y gritó:
¡Peskipiski Pestenomi!
—No puede ser —murmuró Arthur.
—Ese ni siquiera es un hechizo —dijeron los merodeadores.
—Aunque un hechizo de broma de Fred y George si puede ser —dijo Ron mirando a sus hermanos gemelos.
Los gemelos sonrieron.
No sirvió absolutamente de nada; uno de los duendecillos le arrebató la varita y la tiró por la ventana. Lockhart tragó saliva y se escondió debajo de su mesa (Cobarde, dijeron los merodeadores, y los gemelos Prewett), a tiempo de evitar ser aplastado por Neville, que cayó al suelo un segundo más tarde, al ceder la lámpara.
Alice y Frank miraron a su hijo con preocupación.
—Estoy bien —tranquilizó Neville a sus padres.
Sonó la campana y todos corrieron hacia la salida. En la calma relativa que siguió, Lockhart se irguió, vio a Harry, Ron y Hermione y les dijo:
—Bueno, vosotros tres meteréis en la jaula los que quedan —salió y cerró la puerta.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Hagrid.
—¿Habéis visto? —bramó Ron, cuando uno de los duendecillos que quedaban le mordió en la oreja haciéndole daño.
—Sólo quiere que adquiramos experiencia práctica —dijo Hermione, inmovilizando a dos duendecillos a la vez con un útil hechizo congelador y metiéndolos en la jaula.
—Un buen hechizo —felicitó Remus a Hermione, la cual se puso roja, y lo único que atino a hacer, fue sonreírle.
—¿Experiencia práctica? —dijo Harry, intentando atrapar a uno que bailaba fuera de su alcance sacando la lengua—. Hermione, él no tenía ni idea de lo que hacía.
—Completamente de acuerdo —dijeron Ron y Neville a coro.
—Mentira —dijo Hermione—. Ya has leído sus libros, fíjate en todas las cosas asombrosas que ha hecho…
—Que él dice que ha hecho —añadió Ron.
—Buen punto —dijeron los merodeadores.
—Aquí termina el capítulo —dijo Lily.
—Por fin, ya me había cansado escuchar todas las estupideces de ese idiota —dijo James.



Les deseo que pasen una Feliz Navidad a todos, espero que la pasen en familia, bendiciones a sus hogares

2 comentarios:

  1. me encancanto el capitulo, esta muy bueno y me encanto remus con herm, son perfectos, buen regalo de navidad el leer un capitulo nuevo de esta historia.
    Espero que lo pases muy bien esta navidad y ojala sigas escribiendo y que puedas actualizar pronto bueno saludo s y feliz navidad

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  2. Hola, excelente capítulo. Hermione y Remus siguen siendo muy adorables, me encanta la forma en la que ella lo defiende. Gracias por actualizar y ojalá puedas hacerlo pronto de nuevo. Espero que también tengas una feliz navidad y un muy buen comienzo de año.
    Saludos, AuLingWood.

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