martes, 2 de diciembre de 2014

Primer Libro: Harry Potter y la Piedra Filosofal - Capítulo 15: El bosque prohibido




—Así, entonces ahora es mi tueno de leer —dijo Fred, tomado el libro que le daba su hermano.
Harry recordó lo terriblemente mal que se sintió por perder tantos puntos para Gryffindor.
“El bosque prohibido” —leyó Fred.
—¿Qué hacían en el bosque prohibido? —preguntaron Lily y Molly al unisonó.
—Pues que más iban hacer, pelirroja, es obvio que estaban merodeando —contestó Sirius.
—Tú cállate, Black —dijo Lily.
—¿Qué hacían en el bosque prohibido? —volvieron a preguntar Lily y Molly al unisonó.
—Ron no fue —dijo Harry al ver la mirada que Molly le dirigía a Ron. El pelirrojo lo miró con agradecimiento.
—¿Por qué? —preguntó Molly.
—Es que a él no lo castigaron como a nosotros —contestó Neville.
Molly asintió.
—¿Nosotros? ¿Eso quiere decir que a ti también te castigaron, Neville? —preguntó Alice, y el aludido se sonrojo.
—Sí —afirmó Neville—. Pero ya sabrás porque me castigaron —agregó al ver que su madre iba a preguntar.
Harry al sentir la mirada de su madre sobre él, apuró a Fred para que empiece a leer.
—Fred, empieza a leer por favor —pidió y este hizo lo que el chico le dijo.
Las cosas no podían haber salido peor.
Filch los llevó al despacho de la profesora McGonagall, en el primer piso, donde se sentaron a esperar; sin decir una palabra. Hermione temblaba. Excusas, disculpas y locas historias cruzaban la mente de Harry, cada una más débil que la otra (Pues si nosotros hubiéramos estados con ustedes, tendrían una excusa perfecta, dijeron los merodeadores, ganándose una mirada reprobatoria de la profesora McGonagall, Lily y Alice). No podía imaginar cómo se iban a librar del problema aquella vez. Estaban atrapados. ¿Cómo podían haber sido tan estúpidos para olvidar la capa? No había razón en el mundo para que la profesora McGonagall aceptara que habían estado vagando durante la noche, para no mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las clases. Si añadía a todo eso Norberto y la capa invisible, ya podían empezar a hacer las maletas.
—Es demasiado pesimista, señor Potter —se escuchó la pasiva voz de Dumbledore.
—Pues no podía ser de otra forma, puesto que eso lo heredo de Cornamenta —dijo Sirius.
—¡Oye! —se quejó James.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor? Estaba equivocado. Cuando la profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando de encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que tenías un drag…
—Casi hablo de más —dijo Neville.
Los merodeares y los gemelos Prewett asintieron.
Harry negó violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara más, pero la profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si echara fuego igual que Norberto y se irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Escuchaste Cornamenta, Lunático, dijo que McGonagall echaba fuego como Norberto —se burló Sirius, la profesora de Transformaciones lo miró seria—, lo siento —se disculpó.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El señor Filch dice que estabais en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profesora McGonagall—. No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un dragón para que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he atrapado. Supongo que te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la historia y también la creyera, ¿no?
—Esa sí que hubiera sido una buena excusa —dijo James y Sirius asintió.
—Lo malo es que Neville y ellos mismos cayeron también —dijo Remus.
Harry captó la mirada de Neville y trató de decirle, sin palabras, que aquello no era verdad, porque Neville parecía asombrado y herido (En realidad, fue mi culpa por haberme metido en donde no me llaman, reconoció Neville). Pobre metepatas Neville, Harry sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la oscuridad, para prevenirlos.
—Lamento haberte llamado metepatas —se disculpó Harry.
—No lo hiciste —dijo Neville.
—Pero lo pensé.
—No importa —contestó Neville, quitándole importancia.
—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—. Cuatro alumnos fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tú, Hermione Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter… Creía que Gryffindor significaba más para ti. Los tres sufriréis castigos… Sí, tú también, Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos días: es muy peligroso y se os descontarán cincuenta puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta? —resopló Harry. Iban a perder el primer puesto, lo que había ganado en el último partido de quidditch.
—¡¿Qué?! —exclamaron los merodeadores.
—¿Por qué les quito tantos puntos, profesora? —preguntó Lupin.
—Supongo porque se lo merecían, señor Lupin —contestó McGonagall.
—Y eso que no han escuchado todo —susurró Harry.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGonagall, resoplando a través de su nariz puntiaguda.
—Ciento cincuenta puntos perdidos, así de porrazo —susurró Lily.
—¡Ciento cincuenta puntos! ¡Ciento cincuenta puntos! —repetía James y Snape sonrió al ver a los leones con cara de conmoción.
—Usted, no puede hacernos esto, Minnie —reclamó Sirius.
—Señor Black, primero, aun no lo he hecho, y segundo, no me llamé Minnie —recalcó.
—Profesora… por favor…
—Usted, usted no…
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Potter. Ahora, volved a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el último lugar. En una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que Gryffindor ganara la copa de la casa (No los recuerden, dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett). Harry sentía como si le retorcieran el estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo?
—Si eres igual a James, tal vez harías algo temerario y estúpido —dijo Lily con el ceño fruncido.
—Yo no hago casas temerarias y estúpidas, Lily —dijo James.
—¿A no? ¿Quieres que te lo recuerde? —preguntó Lily y James negó con la cabeza.
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Neville, que duró horas. No se le ocurría nada que decir para consolarlo. Sabía que Neville, como él mismo, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el resto de los de Gryffindor descubrieran lo que ellos habían hecho?
—Yo también tendría pavor —dijo Sirius.
Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigantesco reloj de arena, que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error. ¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter, el héroe de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos puntos, él y otros dos estúpidos de primer año.
—Fue un día horrible —dijo Neville.
—Y yo nunca había visto a Granger tan callada en clases —comentó Draco.
Harry y Ron asintieron.
De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, Harry súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff le giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la copa. Por dondequiera que Harry pasara, lo señalaban con el dedo y no se molestaban en bajar la voz para insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo aplaudían y lo vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Potter; te debemos una!».
—Ni aun así ganamos la copa —susurró Pansy.
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos muchas veces desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Se trata de los puntos que perdieron Harry, Hermione y Neville, no de nosotros Ron —reclamaron los gemelos Weasley, al ver la cara de su madre.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? —dijo Harry tristemente.
—Bueno… no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero Harry se juró que, de ahí en adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo (Pero no lo cumplió, dijo Ginny). Todo había sido por andar averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzado que fue a ver a Wood y le ofreció su renuncia.
—¿Renunciar? —dijeron los merodeadores.
—Renunciar no servirá de nada, será peor porque sin un buscador el equipo no puede jugar, y así como recuperadas puntos —dijo James.
—James tiene razón —dijo Remus.
—¿Renunciar? —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Los merodeadores asintieron.
Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del equipo no le hablaba durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban «el buscador».
Hermione y Neville también sufrían. No pasaban tantos malos ratos como Harry porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había dejado de llamar la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja, trabajando en silencio.
—Pero de esa forma tampoco van a ganar puntos —dijo Remus.
—Sí, aunque Harry, Ron y Hermione tienen una forma muy peculiar de ganar puntos —dijo Neville.
Las miradas se centraron en Harry y Ron.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran los exámenes. Las lecciones que tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente. Él, Ron y Hermione se quedaban juntos, trabajando hasta altas horas de la noche, tratando de recordar los ingredientes de complicadas pociones, aprendiendo de memoria hechizos y encantamientos y repitiendo las fechas de descubrimientos mágicos y rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las nuevas resoluciones de Harry de no interferir en nada que no le concerniera sufrieron una prueba inesperada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó que alguien gemía en un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba, oyó la voz de Quirrell.
—Y ahí se rompió el juramento que hiciste —dijo Ginny y Harry le sonrió.
—Todavía no —dijo Harry.
—No… no… otra vez no, por favor…
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se acercó.
—Muy bien… muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula, enderezándose el turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar. Desapareció de su vista y Harry pensó que ni siquiera lo había visto. Esperó hasta que dejaron de oírse los pasos de Quirrell y entonces inspeccionó el aula. Parecía vacía, pero la puerta del otro extremo estaba entreabierta. Harry estaba a mitad de camino, cuando recordó que se había prometido no meterse en lo que no le correspondía.
—Por lo menos lo recordaste —dijo Andrómeda.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filosofales a que Snape acababa de salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería estar de mejor humor… Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
—Pues no demostró su buen humor por esos días —dijeron los gemelos Weasley (Fred parando de leer).
—Porque igual regañaba y le quitaba puntos a Gryffindor —agregó George.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione estaba repasándole Astronomía a Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo! —dijo Ron—. Si Quirrell le dijo cómo romper su encantamiento anti-Fuerzas Oscuras…
—Pero todavía queda Fluffy —dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin preguntarle a Hagrid —dijo Ron, mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por aquí hay un libro que dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas. ¿Qué vamos a hacer, Harry?
—No hay un libro que diga como burlar a Fluffy —dijeron James y Sirius al unisonó.
—¿Y ustedes como saben eso? —preguntó Lily.
—Porque vamos a la biblioteca, pelirroja —contestó.
—¿Ustedes van a la biblioteca? —preguntó Alice sorprendida.
—Claro —contestó James—, que seamos bromistas no significa que nunca hemos ido a la biblioteca.
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ron, pero Hermione respondió antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si se nos ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a perder.
—Por fin alguien sensata —dijeron Lily, Molly y Alice.
—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Harry—. Quirrell está demasiado atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que decir que no sabía cómo entró el trol en Halloween y que él no estaba cerca del tercer piso en ese momento. ¿A quién pensáis que van a creer, a él o a nosotros? No es exactamente un secreto que lo detestamos. Dumbledore creerá que nos lo hemos inventado para hacer que lo echen. Filch no nos ayudaría aunque su vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Snape y, mientras más alumnos pueda echar, mejor para él. Y no olvidéis que se supone que no sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas explicaciones.
—Sí, les hubiera creído —dijo Dumbledore.
—Pero en ese momento, nosotros pensamos que no —contestó Harry.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco…
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos investigado demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a aprender los nombres de sus lunas.
—En eso te pareces a la pelirroja de tu madre —dijo Sirius, Lily lo miró, pero en vez de regañarlo, hizo todo lo contrario, le sonrió.
Sirius suspiró.

A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermione y Neville, en la mesa del desayuno. Eran todas iguales.
—Eso me suena a castigo —comentó Remus.
—Vuestro castigo tendrá lugar a las… —empezó Fred interrumpiéndose.
—El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada —continuaron James y Sirius.
—Prof. M. McGonagall —terminó George.

Vuestro castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada.
Prof. M. McGonagall

—Deberían sentir vergüenza al saber lo que escribirá la profesora —regañó Molly a sus hijos.
En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Harry había olvidado que todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba que Hermione se quejara por tener que perder una noche de estudio, pero la muchacha no dijo una palabra. Como Harry, sentía que se merecían lo que les tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron en la sala común y bajaron al vestíbulo de entrada con Neville. Filch ya estaba allí y también Malfoy. Harry también había olvidado que a Malfoy lo habían condenado a un castigo.
—Al menos Malfoy también los acompañará en el castigo —dijeron los gemelos Prewett, ellos consideraban demasiado el castigo, puesto que ya les habían quitado ciento cincuenta puntos.
—Seguidme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia fuera—. Seguro que os lo pensaréis dos veces antes de faltar a otra regla de la escuela, ¿verdad? —dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí… trabajo duro y dolor son los mejores maestros, si queréis mi opinión… es una lástima que hayan abandonado los viejos castigos… colgaros de las muñecas, del techo, unos pocos días. Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan… Bien, allá vamos, y no penséis en escapar, porque será peor para vosotros si lo hacéis.
—¿Colgarlos de las muñecas? —preguntaron alarmadas Lily, Molly y Alice.
Narcisa no abrió la boca para objetar nada, pero se sentía indignada con las palabras de Filch.
—No te preocupes, Lily, ese es típico discurso de Filch —colmó James.
—Piensa que con eso nos asusta —dijo Sirius.
—Creo que debería de hablar seriamente con Filch, acerca de su trato con los alumnos —reflexionó Dumbledore.
Fred al darse cuenta que todos se quedaron en silencio, decidió continuar con la lectura.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con dificultad. Harry se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. Debía de ser algo verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad. Delante, Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid. Entonces oyeron un grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.
—¿Hagrid se encargará de su castigo? —preguntó Lily.
—Eso quiere decir, que no será tan malo el castigo —dijeron los merodeadores.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía ser tan malo. Su alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papanatas, ¿no? Bueno, piénsalo mejor, muchacho… es al bosque adonde iréis y mucho me habré equivocado si volvéis todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvo de golpe.
—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—. Hay toda clase de cosas allí… dicen que hay hombres lobo.
—Al menos no ese año —susurró Ron.
Harry se dio cuenta que Remus se puso pálido al escuchar la mención de los hombre lobos, pero no era el único, su padre y su padrino también se dieron cuenta del cambio que sufrió Remus.
—Hay cosas peores que un hombre lobo —dijo Harry quitándole importancia a la licantropía de Remus.
—Por supuesto —afirmaron James y Sirius.
—Ahí tenemos a Voldemort —dijo James.
Remus miró con agradecimiento a sus amigos, y estos le sonrieron como respuesta.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar un ruido ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no? —dijo Filch, con voz radiante—. Tendríais que haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado a los talones. Llevaba una gran ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.
—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien, Harry, Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad Filch—. Después de todo, están aquí por un castigo.
—Un castigo que me hizo ver cosas que nunca creí ver —susurró Harry, al recordar a Quirrell bebiendo sangre de unicornio.
—Por eso llegáis tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer. A partir de ahora, me hago cargo yo.
—Así se habla —dijeron los merodeadores.
—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de ellos —añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo, agitando el farol en la oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto de notar miedo en su voz.
—Que cobarde, Malfoy —le dijo Ron al rubio, con un ligero toque de burla.
—Pero por lo menos no le temo a las arañas, Weasley —contraatacó Draco.
—Ya quisiera haberte visto con Aragog delante de ti —contestó Ron con un ligero escalofrío recorrer su espalda, al recordar a la araña.
—¿Quién es Aragog? —preguntaron los merodeadores, los gemelos Prewett, Fran y Ted.
—Ya lo sabrán —respondió Ron.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con severidad—. Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
Lucius Malfoy miró mal a la profesora de Transformaciones.
—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto, él…
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó Hagrid—. ¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Haréis algo que sea útil, o si no os iréis. Si crees que tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al castillo y coge tus cosas. ¡Vete!
—Estúpida bestia, como se atreve a hablarle así a un Malfoy —dijo Lucius.
Todos los que eran amigos del semigigante miraron mal al rubio mayor.
—Señor Malfoy no le permito que hable así de mi amigo —advirtió Harry, con molestia. Lucius iba a repicar, pero Dumbledore habló antes.
—Por favor, señor Malfoy no le falte el respeto a uno de mis mejores amigos —Dumbledore también habló con tono de advertencia, a lo que Lucius ya no dijo nada.
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada.
—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchad con cuidado, porque lo que vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue. Seguidme por aquí, un momento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia un estrecho sendero de tierra, que desaparecía entre los espesos árboles negros. Una suave brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al bosque.
—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en la tierra? ¿Eso plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido malherido por alguien. Es la segunda vez en una semana. Encontré uno muerto el último miércoles. Vamos a tratar de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que siga sufriendo.
—¿Por Merlín! ¿Quién puede ser tan desalmado como para matar un unicornio? —dijo Lily.
—Era más que un desalmado —susurró Ron.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuentra a nosotros primero? —dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.
—No creo que alguien se atreva a atacarlos estando Hagrid con ellos —Ted.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir si estáis conmigo o con Fang —dijo Hagrid—. Y seguid el sendero. Ahora vamos a dividirnos en dos equipos y seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por todo el lugar, debieron herirlo ayer por la noche, por lo menos.
—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Malfoy, mirando los largos colmillos del perro.
—Error —dijeron los merodeadores.
—¿Por qué? —preguntó Andrómeda.
—Porque Fang es un cobarde de primera —contestó Remus.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—. Entonces yo, Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville y Fang, por el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de acuerdo? Sacad vuestras varitas y practicad ahora… está bien… Y si alguno tiene problemas, las chispas serán rojas y nos reuniremos todos… así que tened cuidado… en marcha.
—No me parece una buena idea separarse —comentó Ojoloco.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron que el sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la izquierda y Malfoy, Neville y Fang se dirigieron a la derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en cuando, un rayo de luna a través de las ramas iluminaba una mancha de sangre azul plateada entre las hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios? —preguntó Harry.
—No somos tan rápidos —musitó Remus.
—Es que yo creí que eran como en las películas —se justificó Harry, haciendo reír a su madre.
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fácil cazar un unicornio, son criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que hubieran hecho daño a ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el agua que corría: debía de haber un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el serpenteante sendero.
—¿Estás bien, Hermione? —susurró Hagrid—. No te preocupes, no puede estar muy lejos si está tan malherido, y entonces podremos… ¡PONEOS DETRÁS DE ESE ÁRBOL!
—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó Remus.
—Ahí empieza lo bueno —susurró Harry.
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró fuera del sendero, detrás de un grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó, lista para disparar. Los tres escucharon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas. Parecía como una capa que se arrastrara por el suelo. Hagrid miraba hacia el sendero oscuro pero, después de unos pocos segundos, el sonido se alejó.
—¿De quién se trataba? —preguntó Arthur con curiosidad.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debería estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Yo y mi bocota —se lamentó Harry, al ver la cara de Lupin.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio —dijo Hagrid con gesto sombrío—. Bien, seguidme, pero tened cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en un claro un poco más adelante, algo se movió visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver… estoy armado!
Todos estaban expectantes a que Fred siguiera leyendo, puesto que había detenido la lectura.
—Continua Fred —exigió su gemelo—. ¿Por qué paras de leer?
—Solo quería ver si estaban atentos —respondió Fred con burla.
—Por favor, señor Weasley, no se haga el gracioso, y continúe —ordeno la profesora McGonagall.
Y apareció en el claro… ¿era un hombre o un caballo? De la cintura para arriba, un hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de pelaje zaino de un caballo, con una cola larga y rojiza. Harry y Hermione se quedaron boquiabiertos.
—Es un centauro —dijeron James y Sirius.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan. Tenía una voz profunda y acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid, tocando su ballesta—. Hay alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, éste es Harry Potter y ella es Hermione Granger. Ambos son alumnos del colegio. Y él es Ronan. Es un centauro.
—Ya nos dimos cuenta —murmuró Remus.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Respuestas casi similares, y así no acepta que podría ser su hija —dijo Sirius, causando la risa de James y ganándose un golpe en las costillas de parte de Remus.
—¿Por qué lo hiciste, Lunático? —preguntó Sirius, sobándose el lugar adolorido.
—Tú bien sabes porque —contestó Remus.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y aprendéis mucho en el colegio?
—Eh…
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró. Torció la cabeza y miró hacia el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.
—Esa es una mala señal —dijo por lo bajo Lily.
—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro de haberte encontrado, Ronan, porque hay un unicornio herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mirada clavada en el cielo, sin pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas —dijo—. Ha sido así durante los siglos pasados y lo es ahora.
Cuánta razón tenía, pensó Harry.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan, mientras Hagrid lo miraba con impaciencia—. Está inusualmente brillante.
—Eso no me gusta nada —dijo Moody.
—Esa es una mala señal —repitió Lily, pero ahora en voz alta.
—¿Por qué? —preguntó Frank.
—Porque cuando Marte brilla es signo de que una guerra se aproxima —respondió Remus.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco más cerca de nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Hasta que, finalmente, dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
—Y si que los esconde —dijo Ginny.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid levantara de nuevo su ballesta, pero era sólo un segundo centauro, de cabello y cuerpo negro y con aspecto más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto algo extraño últimamente. Han herido a un unicornio. ¿Sabes algo sobre eso?
—No creo que ese tal Bane diga algo —comentó Sirius.
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Ya ven, contestó lo mismo que Ronan —dijo Sirius.
—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si alguno ve algo, me avisáis, ¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione lo siguieron, saliendo del claro y mirando por encima del hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon.
—Nunca —dijo irritado Hagrid— tratéis de obtener una respuesta directa de un centauro. Son unos malditos astrólogos. No se interesan por nada más cercano que la luna.
—En realidad, dijeron mucho, es solo que no le prestaron la suficiente atención —aclaró Remus, mientras Lily asentía.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más… Se mantienen apartados la mayor parte del tiempo, pero siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen una mente profunda… saben cosas… pero no dicen mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Harry.
—No lo creo —dijeron los gemelos Prewett, negando con la cabeza.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era lo que está matando a los unicornios… Nunca he oído algo así.
Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos. Harry seguía mirando por encima de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación de que los vigilaban. Estaba muy contento de que Hagrid y su ballesta fueran con ellos. Acababan de pasar una curva en el sendero cuando Hermione se aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen problemas!
El rostro de Narcisa Malfoy reflejaba preocupación por su hijo, al escuchar sobre las chispas rojas.
—¡Vosotros esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el sendero, volveré a buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asustados, hasta que ya no oyeron más que las hojas que se movían alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy, pero si le sucede algo a Neville… está aquí por nuestra culpa.
—Gracias —dijo Neville, con agradecimiento.
—Sí, gracias, Potter —dijo con ironía Draco.
—En ese tiempo tú te comportabas como un cretino con nosotros —contestó Harry—, además estoy seguro que a ti tampoco te hubiera preocupado si nos pasaba algo a Hermione, Neville o a mí.
Draco reconoció que en ese Potter tenía razón.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus oídos eran más agudos que nunca. Harry detectaba cada ráfaga de viento, cada ramita que se rompía. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaban los otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de Hagrid. Malfoy, Neville y Fang estaban con él. Hagrid estaba furioso. Malfoy se había escondido detrás de Neville y, en broma, lo había cogido. Neville se aterró y envió las chispas.
Neville se sonrojó y Draco sonrió al recordar esa broma.
Pero Draco no pudo escaparse de las miradas con enojo de Alice y Frank Longbottom.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del alboroto que habéis hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos… Neville, tú te quedas conmigo y Hermione. Harry, tú vas con Fang y este idiota (Algunos rieron de cómo llamó Hagrid a Draco, claro, los únicos que no rieron fueron los padres del rubio y Pansy). Lo siento —añadió en un susurro dirigiéndose a Harry— pero a él le va a costar mucho asustarte y tenemos que terminar con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque, con Malfoy y Fang (No creo que esto acabe bien, dijo Ted). Anduvieron cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta que el sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy gruesos. Harry pensó que la sangre también parecía más espesa. Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se hubiera arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a través de las enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira… —murmuró, levantando un brazo para detener a Malfoy.
—Supongo que encontraron más sangre —murmuró Alice.
—En realidad, encontramos al unicornio —aclaró Harry.
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca había visto nada tan hermoso y tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos extraños por su caída y su melena color blanco perla se desparramaba sobre las hojas oscuras.
Molly estaba pálida, Lily, Alice y Andrómeda estaban horrorizadas y apenadas por el pobre unicornio.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo que se deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba en el borde del claro se agitó… Entonces, de entre las sombras, una figura encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho. Harry, Malfoy y Fang permanecieron paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su sangre.
—Eso es horrible —dijeron las mujeres de la sala.
—¿Acaso era un vampiro? —tanteó Andrómeda.
—No, no era un vampiro, era algo peor —contestó Harry.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó… lo mismo que Fang. La figura encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Harry. La sangre del unicornio le chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente hacia él… Harry estaba paralizado de miedo.
—Tú también debiste correr, Harry —le dijo Lily, temándole de la mano a su hijo.
—No lo pensé en ese momento —contestó Harry.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido, como si la cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió. Oyó cascos galopando a sus espaldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de rodillas. Pasaron unos minutos antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había ido. Un centauro estaba ante él. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más joven, tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a ponerse de pie.
—Vaya, un centauro te ayudo —dijo visiblemente muy sorprendido Moody, a lo que Harry asintió.
—Sí… gracias… ¿qué ha sido eso?
—Es lo mismo que quisiera saber —dijo Moody.
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos zafiros. Observó a Harry con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se veía amoratada en la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que regreses con Hagrid. El bosque no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar? Así será más rápido… Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas delanteras, para que Harry pudiera montar en su lomo.
—Aún me sorprende que el profesor Firenze te dejara montar en su lomo —comentó Neville.
—¿Un centauro como profesor? —preguntaron James, Sirius y los gemelos Prewett.
Los chicos del futuro asintieron.
—Y lo dejo montar en su lomo —murmuró Remus.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Ronan y Bane aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los flancos sudados.
—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? ¡Tienes un humano sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es el chico Potter. Mientras más rápido se vaya del bosque, mejor.
Lily se prometió que si algún día se encontraba con el centauro Firenze le agradecería por haber ayudado a su hijo.
—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—. Recuerda, Firenze, juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obrando lo mejor posible —dijo, con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar como burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!
—Alguien debería enseñarles modales a esos centauros —dijo Molly, con indignación.
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Harry tuvo que aferrarse para no caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No comprendes por qué lo mataron? ¿O los planetas no te han dejado saber ese secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho en este bosque, con humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.
—Bien dicho —dijo Sirius.
—Ese centauro me cae bien —agregó James.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose lo mejor que podía, y dejó atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó—. Y a propósito, ¿qué era esa cosa de la que me salvaste?
—Todos queremos saber quién es esa criatura tan cruel —dijo Andrómeda, y los demás asintieron.
—Sí, pero no creo que conteste —dijo Sirius, que ya le estaba molestando que las preguntas se quedaran sin respuesta.
Firenze redujo el paso y previno a Harry que tuviera la cabeza agachada, a causa de las ramas, pero no contestó. Siguieron andando entre los árboles y en silencio, durante tanto tiempo que Harry creyó que Firenze no volvería a hablarle. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar particularmente tupido, Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña pregunta—. En la clase de Pociones solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio.
Remus y Lily asintieron al comprender lo que trataba de explicar Firenze.
—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo Firenze—. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer semejante crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a la luz de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó en voz alta—. Si te van a maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?
—Unas sabias palabras, señor Potter —dijo Dumbledore.
Harry se sonrojó por el cumplido.
—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que necesites sea mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca mueras. ¿Harry Potter, sabes qué está escondido en el colegio en este preciso momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto… el Elixir de Vida! Pero no entiendo quién…
—Es él —dijo James.
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado muchos años para regresar al poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?
—Es Voldemort —dijo Sirius, causando un escalofrío en algunos por haber mencionado ese nombre.
Harry no confirmó nada, sabía que todos ya se habían dado cuenta.
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de Harry. Por encima del ruido del follaje, le pareció oír una vez más lo que Hagrid le había dicho la noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi opinión, son tonterías. No creo que le quede lo suficiente de humano como para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era Vol…?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.
—Estoy bien —dijo Harry, casi sin saber lo que contestaba—. El unicornio está muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a examinar al unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter —dijo Firenze—. Los planetas ya se han leído antes equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una de esas veces.
—Lo bueno es que si se equivocaron, porque por lo menos ese año no hubo guerra —dijo Neville, tranquilizando a Lily.
Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a Harry temblando.

Ron se había quedado dormido en la oscuridad de la sala común, esperando a que volvieran (Por fin ya están a salvo, dijo Alice y Lily). Cuando Harry lo sacudió para despertarlo, gritó algo sobre una falta en quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy abiertos, mientras Harry les contaba, a él y a Hermione, lo que había sucedido en el bosque.
—Porque no me parece raro —comentaron Fred y George.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea. Todavía temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort… y Voldemort está esperando en el bosque… ¡Y todo el tiempo pensábamos que Snape sólo quería ser rico!
—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ron, en un aterrorizado susurro, como si pensara que Voldemort pudiera oírlos.
—Estando tan cerca, claro que podría —susurró Ron.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho… Bane estaba furioso… Hablaba de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá… Deben decir que Voldemort ha vuelto… Bane piensa que Firenze debió dejar que Voldemort me matara. Supongo que eso también está escrito en las estrellas.
—No digas eso —dijeron Lily y James a Harry.
Puesto que de solo pensar que su hijo podría morir, los ponía mal. Ellos podían aceptar su propia muerte, pero la de su único hijo no.
—Lo siento —se disculpó Harry.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Snape robe la Piedra —continuó febrilmente Harry—… Entonces Voldemort podrá venir y terminar conmigo… Bueno, supongo que Bane estará contento.
—Maldito centauro —murmuró Lily.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al que Quien-tú-sabes siempre ha temido. Con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De todos modos, ¿quién puede decir que los centauros tienen razón? A mí me parecen adivinos y la profesora McGonagall dice que ésa es una rama de la magia muy inexacta.
—Eso es verdad —dijo Lily, ganándose una sonrisa de la profesora de Transformaciones.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la cama agotados, con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no habían terminado.
Cuando Harry abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente doblada. Tenía sujeta una nota:

Por las dudas.
—Gracias, profesor Dumbledore —dijo James.
—¿Por qué me agradece, señor Potter?
—Porque el único que le devolvería la capa a mi hijo, seria usted —respondió el cazador.
—Aquí termina el capítulo —anunció Fred.
—Muy bien, señor Weasley, gracias —dijo Dumbledore, miró a todos—. Señorita Lovegood —la aludida lo miró con ojos soñadores—, le gustaría continuar con la lectura.
La rubia asintió.
—Por supuesto, profesor —contestó, y Fred le paso el libro.
—Toma, cuñadita —dijo Fred, haciendo sonrojar a Luna y a Ron.

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