lunes, 18 de enero de 2016

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 11: La saeta de fuego


Luego de que Lee terminara de leer, Kreacher hizo aparecer la comida, aunque no muchos tenían ganas de almorzar, ya que después del capítulo leído había bajo los ánimos a algunos, sobre todo a los merodeadores. Sirius estaba enojado por todas las atrocidades que decían que él había hecho.
Yo nunca me alearía con Voldemort, y mucho menos me atrevería a traicionar a mis amigos y matar a otro, se decía Sirius.
Por otra parte James también estaba un poco enojado. No podía creer que uno de sus mejores amigos haya sido asesinado por otro, y ese otro no era otro que Sirius Black, su hermano del alma.
No, todo esto tiene que ser un error, pensaba James.
Remus no se encontraba de mejor ánimo que sus amigos.  Él todavía estaba peor que los dos primeros, porque él ya había descubierto la traición de uno de sus amigos; se sentía tan impotente al no poder hacer nada, quería decir lo que había descubierto, pero se contenía al ver los rostros sombríos de James y Sirius, ya que si lo decía seria mucho peor, ellos dos serian capaz de forzar la salida de la sala e ir a buscar a Peter en ese mismo momento y lo que le harían no sería bonito.
—Lo siento, pero yo no tengo hambre —dijo Sirius, se paró y camino hacia las habitaciones.
Todos se quedaron sorprendidos por la actitud de Sirius, menos Harry, los Weasley y Hermione, ya que ellos al convivir con Sirius en el número de 12 de Grimmauld Place ya conocían su actuar cuando se sentía enojado, frustrado.
Crookshanks levanto su cabeza de su plato para mirar la espalda del merodeador, pero luego como si hubiera estado esperando que James fuera tras Sirius, el gato siguió comiendo.
Al instante que James fuera tras Sirius, Lupin lo siguió.
Harry quiso levantarse y seguir a los merodeadores, pero Ron lo detuvo.
—Tal vez ellos necesitan estar solos. Estarán bien —le dijo. Harry asintió a regañadientes.

***

—Canuto —dijo James, cuando había entrado en la habitación de su amigo.
Pero el animago no respondió.
—Sirius —ahora dijo Remus, pero el aludido tampoco respondió, ni siquiera los miraba.
El animago solo estaba ahí, sentado en la cama, con los codos sobre las rodillas y sus manos sobre su cara.
—Canuto —repitió James, acercándose a él.
Sirius levanto la cabeza y miró primero a James y luego a Remus.
—Yo no lo hice, yo nunca me alearía a Voldemort, ni los traicionaría, ni mucho menos mataría a Peter, primero me muero antes de traicionarlos —dijo Sirius.
—Lo sabemos —dijeron James y Remus al unísono.
James camino y sentó al lado del ojigris.
—Solo un idiota creería que tú eres un loco asesino, por favor, ¿tú un asesino, Canuto? Primero te empiezan a gustar los hombres —dijo James tratando de subirles los ánimos a Sirius.
Y lo consiguió porque Sirius rió entre dientes.
—Además, no deberías hacer caso de todo lo malo que digan de ti en el libro, tú eres inocente. Nadie te conoce como nosotros —agregó Remus.
Sirius miró de manera sospechosa a Remus.
—¿Tú también estuviste hablando con Crookshanks, Lunático? —preguntó.
Remus lo miró con confusión.
—¿Qué tiene que ver Crookshanks en todo esto? —preguntó Lupin.
—Pues que él me dijo lo mismo que tú —respondió Canuto.
—¿Estuviste hablando con el gato de Hermione? —preguntó James, y Sirius asintió—. Anoche, me levante porque no podía dormir y ahí me encontré con Crookshanks.
—¿Y le entendiste? —preguntó Remus.
—Sí, o por lo menos Canuto le entendió —respondió Sirius.
Y entonces Sirius empezó a relatarles a sus amigos todo lo que había hablado con el gato.
—Vaya, así que tú y Crookshanks son amigos en el futuro —comentó James.
—Eso parece —respondió Sirius.
—Y dijo que Hermione sufría de pesadillas —preguntó Remus.
—Sí. ¿Estás muy preocupado por ella, Lunático? —preguntó Sirius.
—Un poco —reconoció Remus.
Crookshanks dijo que esa eran una de las secuelas que había dejado la guerra —respondió Sirius.
—Vaya, me preguntó que más habrán tenido que pasar —comentó James.
—Por lo que he notado nada bueno —dijo Sirius, soltando un suspiro—. Pero lo bueno es que es que Harry, los pelirrojos y la hija de Lunático están con vida.
Remus frunció el ceño.
—¡Sigues con eso! Yo creí que ya te había quedado claro que nunca voy a tener hijos —afirmó Remus.
—Sí tendrás hijos, Lunático —dijo James.
Remus negó con la cabeza.
—Pero Hermione no es mi hija —aseguró—, no… no la siento como mi hija…
—¿Cómo la sientes entonces? —preguntó Sirius.
Remus se sonrojó. Él sentía que su lobo interior la quería, la quería para él sin importarle que Hermione le pertenecía a otro licántropo. Y él, él tampoco podía mentirse a sí mismo negando que Hermione le atraía, más de lo que él quisiera.
—Pues al parecer ella y yo solo somos amigos, además en el futuro será mi alumna —respondió un sonrojado Remus.
—Esa no fue la pregunta que te hizo Canuto, pero lo dejaremos pasar por hoy —dijo James.
—Sí, lo dejaremos pasar por hoy, solo porque aún no estoy seguro que Hermione sea tu hija, pero no dudes que no lo averiguare —dijo Sirius.
Remus rodó los ojos, era imposible tratar con esos dos cuando se ponían en el plan de sabiondos.
—Cambiando de tema, Crookshanks me dijo algo que me confundió —dijo Sirius.
—¿Qué cosa? —preguntó James, muy curioso.
—Él dijo que había tratado de atrapar a la rata para mí, para así poder demostrar mi inocencia, pero que al final no pudo —contó Sirius—, pero…
Remus se puso pálido al instante de escuchar sobre la rata.
Peter y Scabbers son la misma persona, Sirius no lo mato, eso era más que obvio, pero Peter fingió su muerte, dejando solo un dedo y se escondió en casa de los Weasley fingiendo ser una simple rata, pensaba Remus, horrorizado. Claro, todo concuerda, a Scabbers le falta un dedo y lo único que quedo de Peter fue un dedo…
—¿Lunático? ¿Lunático? —decía James, pero Remus estaba absorto en sus pensamientos.
—Hey, Remus —dijo Sirius, caminando hacia él y poniéndole una mano en el hombro, ahí recién reacciono—, ¿qué te pasa, amigo? Esta es la segunda vez que parece que te fueras del planeta.
—Nada, nada… solo estoy…
—Ah, ya se lo que te pasa —dijo James.
Remus lo observó con precaución.
—¿Lo sabes? —preguntó.
—Por supuesto —dijo James, sonriendo ligeramente. Si lo supiera, no estaría sonriendo, pensaba Remus—, te hace falta tu droga —Remus se confundió—, chocolate, te hace falta un poco de chocolate.
—¿Chocolate? Claro —dijo Sirius—, Lunático no es Lunático sino come un poco de chocolate —el animago camino hacia el pequeño buro y de allí saco una barra de chocolate—. Toma, amigo, espero que con esto te dejes de poner pálido.
Remus recibió el chocolate como un autómata.
—Gracias —susurró Remus, y empezó a abrir la envoltura.
—Creo que ya deberíamos de salir —comentó James.
Sirius hizo una mueca.
—Tienes razón, seguro que ya me extrañan —bromeó Sirius. Sí, el bromeaba, pero en sus se podía ver la incomodidad.
—Pero yo creo que deberíamos de hablar con Crookshanks cuando todos estén durmiendo —dijo James.
—De acuerdo —aceptó Sirius, y Remus asintió sin haber puesto atención a lo que había dicho James.
Cuando llegaron a sus sitios, todos lo miraban.
—Ya llegamos. ¿Nos extrañaron? —preguntó James.
Lily le sonrió, mientras que Snape murmuró algo por lo bajo.
—Te dije que estarían bien —susurró Ron a Harry.
Crookshanks apenas vio sentarse a Sirius volvió a acomodarse en sus piernas.
Sirius sonrió acariciándole detrás de las orejas.
—Hola, amigo —susurró el animago.
—Bien, señorita Johnson, puede empezar a leer —dijo Dumbledore.
Angelina asintió, y cambio de página.
“La saeta de fuego” —leyó.
—¡La gran escoba! ¿Compraste esa gran escoba? —preguntó James a su hijo.
—En realidad yo no la compre —respondió Harry.
—¿Entonces? —preguntó Sirius.
—Pues… —empezó Harry, pero Ron lo interrumpió.
—Se la regalaron.
—¿Quién? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Ya se enteraran —contestó Ginny, mirando disimuladamente a Sirius.
Harry no sabía muy bien cómo se las había apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír.
—Muy lógico —murmuró Andrómeda.
Lily se mordía el labio inferior con nerviosismo.
Solo espero que mi hijo no cometa ninguna locura, pensaba Lily.
—Yo habgía estado en la misma situación —comentó Fleur.
—Creo que todos lo habríamos estado, Fleur —dijo Bill.
¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge… ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?
Sirius se removió incomodo en su asiento.
—Seguramente pensaba que eso sería demasiado doloroso para ti —dijo el señor Weasley.
—Aun así me hubiera gustado que me lo contaran y no enterarme de esa manera —dijo Harry—. Ya que creía culpable a alguien inocente —agregó para que Sirius no se sintiera mal.
Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca (Percy frunció el ceño. A lo que los gemelos dijeron: Siempre tan inoportuno). Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas (Oh, aquellos tiempos, inolvidables, dijeron los gemelos Weasley, sonriendo con añoranza, como si fueran unos ancianos de ochenta años, pero la sonrisa se les borro cuando notaron la mirada seria de su madre). Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres (Todos comprendieron al instante lo que Harry buscaba. Él quería encontrar a Sirius Black en esas viejas fotografías). Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que…
Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones (James inconscientemente se pasó una mano por el pelo). Su madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre (Lily sintió como miles de hipogrifos revoloteaban dentro de su estómago al imaginarse el día de su boda con James). Y allí… aquél debía de ser. El padrino. Harry nunca le había prestado atención.
Si no hubiera sabido que era la misma persona no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría (Sirius hizo un gesto de molestia, no quería ni imaginarse como se vería después de pasar doce años en prisión). ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?
No debo de hacer caso de todo lo malo que digan de mí en el libro, se repetía mentalmente Sirius.
«Pero los dementores no le afectan —pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado…»
Alastor miraba a Sirius y se preguntaba porque los dementores no le afectaban como a los demás. Eso le parecía muy raro y más raro le parecía que haya decidido escapar de Azkaban doce años después y no lo hubiera hecho a los meses de ser apresado.
Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.
Se abrió la puerta del dormitorio.
—¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron.
Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía. Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos (Se suponía que harías algo para animarlo, eso fue lo que me dijiste, le acusó Hermione. A lo que Ron alegó: Creía que dormía). Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido (Lily miró a su hijo con tristeza de que alguna vez haya sentido ese sentimiento de odio). Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) (Neville hizo un mueca de contrariedad, a lo que Harry le dirigió una mirada de disculpas) volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto…» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le acercaban.
Sirius apretó los puños, él nunca se alearía con un ser tan repugnante como Voldemort, antes preferiría morir.
—Lo siento, Sirius —le dijo Harry al notar esa mirada oscura de su padrino, la reconocía perfectamente era ira e impotencia—. Nada de lo que pensaba era cierto.

—Harry…, tienes un aspecto horrible.
Harry no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas.
McGonagall miraba a Hermione con cierta admiración, ya que la castaña era incluso mucho más estudiosa y aplicada que Lily Evans.
Mientras que los Gryffindors recordaban a la castaña actuar de manera desesperada en ese curso, y no quería que la interrumpieran, y lo peor de todo era que no sabían porque parecía que ella tenía más deberes que los demás.
—¿Por qué tú eres la única que parece tener más deberes que los demás? —preguntó Frank.
—Eh, pues… —empezó Hermione, pero la voz de Remus la detuvo.
—Está bien estudiar, Hermione, pero creo que deberías tomártelo con más calma.
—Sí, tienes razón —dijo una sonrojada Hermione—, lo comprendí, por eso al siguiente curso solo lleve las materias necesarias y no me sature.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry.
—¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.
Harry se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.
—¿Felpudo? —repitió Hermione, mientras que Crookshanks le dirigió una mirada nada amigable a Harry.
—Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación.
—Estoy bien —dijo Harry.
—Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.
—¿Cómo qué? —dijo Harry.
—Como ir detrás de Black —dijo Ron, tajante.
—No le des ideas, querido sobrino —dijeron los gemelos Prewett.
Harry se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada.
—Vaya, y nosotros que pensábamos que lo habíamos hecho sonar casual —comentó Ron.
—No lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione.
—Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron.
—Siento haber dicho eso, Sirius —se disculpó Ron.
—No importa —dijo Sirius encogiéndose de hombros.
Harry los miró. No entendían nada.
—¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con temor—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si descubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la había traicionado y le había enviado a Voldemort…
Lily contuvo un sollozo, se sentía tan mal por el último recuerdo que su hijo tenía de ella, pero también se sentía mal porque creyeran que Sirius era el responsable de toda esa tragedia; y ella estaba segura que todo lo que decían de Sirius no eran más que calumnias, ella conocía al ojigris, y él podría ser irresponsable, impulsivo, bromista, arrogante y a veces un poco idiota, pero nunca un asesino y traidor.
—No puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban… ¡y se llevará su merecido!
Hermione se mordió el labio inferior con nerviosismo y bajo la mirada avergonzada por sus palabras.
—Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azkaban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás.
—Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres… matar a Black?
Todos miraron a Harry, pero él no dijo nada al respecto, ¿para qué?, solo haría sentir mal a su padrino. Además, de que se sentía muy avergonzado por lo que estuvo a punto de hacer al final de su tercer curso.
—No seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry?
Harry volvió a quedarse callado. No sabía qué pretendía. Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mientras Black estaba libre era insoportable.
—Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»
Sirius le dirigió una mirada asesina a Draco.
—Yo solo lo dije para molestar a Potter —se justificó el rubio.
—Déjalo, Sirius, el chico es un idiota igual que su padre —dijo James a su amigo.
—No soy como mi padre —siseó Draco, causando la sorpresa de todos, y la molestia de Lucius.
—¿Qué quieres decir con, Draco? —exigió Lucius.
—Oh, ya lo veras, padre —respondió Draco.
Todos se quedaron en silencio luego de eso, y Angelina empezó a leer nuevamente.
—¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha… ¿sabes lo que recibió a cambio la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy peligroso.
Pobre mujer. Al fin y al cabo ella no tuvo la culpa de que su hijo fuera un miserable, pensaba Hermione.
—La Orden de Merlín, primera clase le quedo demasiado grande —murmuró Harry.
—El padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.
Por supuesto que pertenecía a su círculo de allegados, pensaba el rubio con amargura.
—Llámalo Quien Tú Sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado.
—Entonces está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort…
—¡Y a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew! (No es cierto, en ese tiempo era un bastardo, sí, pero no me hubiera gustado presenciar eso. Lo único que quería era que se metiera en problemas, admitió Draco) Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el partido de quidditch.
—No todo tiene que ver con quidditch, Ronald —dijo Hermione.
El pelirrojo iba a replicar, pero mejor decidió quedarse callado.
—Harry, por favor —dijo Hermione, con los ojos brillantes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terrible. Pero no… no te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere… Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿verdad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black!
—Hermione tiene razón, hijo, a nosotros nunca nos hubiera gustado que te pusieras en peligro —aceptó Lily.
—No sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brusquedad.
Harry se maldijo en su fuero interno, ya que pensaba que esas palabras que había pronunciado con verdadera ira y odio llegarían a oídos de su padrino, pero ahora veía con horror que sus palabras estaban lastimando a su adolescente padrino y eso no le gustaba.
Hubo un silencio en el que Crookshanks se estiró voluptuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estremeció.
Seguramente que Peter estaba en ese momento en el bolsillo de Ron, pensaba Lupin, al escuchar ese último párrafo.
—Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo.
—¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.
—Aguafiestas —murmuraron los gemelos Weasley.
—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!
Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.
—No lo dejaste pasar, ¿verdad? —preguntó Lily a su hijo, pero en el fondo sabia la respuesta.
Harry le sonrió con culpabilidad a su madre.
—Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apresuradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego.
—No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.
—Tan terco como su madre, si, definitivamente es igual a ti, pelirroja, me recuerda a cuando te negabas a una de las citas a las que Cornamenta te invitaba —trato de bromear Sirius.
—Oh, Black, estás jugando con fuego y si sigues por ese camino te vas a quemar —lo amenazó Lily. Logrando que los merodeadores rieran quedamente.
Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.
Caminaron lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.
Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.
—¿No estabas en tu cabaña, Hagrid? —preguntó Ted.
Y Hagrid solo se sonrojó en respuesta.
—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa.
Ron pegó la oreja a la puerta.
—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?
Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.
—¿Qué te paso, Hagrid? —preguntó una preocupada Lily.
Hagrid se sonrojo aún más todavía.
—Estaba triste —respondió con la cabeza baja.
—¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.
—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?
Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.
—¿Qué puede ser tan malo? —preguntó Alice.
—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry.
Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa (Lamento eso, Harry, se disculpó Hagrid. A lo que Harry solo le sonrió como diciéndole que no pasaba nada). Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Hermione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta.
—No sé porque creo que todo esto tiene que ver con Malfoy —dijo Sirius a los otros dos merodeadores.
—Puede ser —dijo James.
—¿Pero que le puede haber hecho Malfoy? —preguntó Remus.
Sirius se lo pensó un rato.
Buckbeak —dijo Sirius.
—Cierto, el hipogrifo —confirmó James—. Oh, esos Malfoy —gruñó.
—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada.
Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.
—¿Qué es, Hagrid?
Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:

Estimado Señor Hagrid:
Lucius sonrió con burla.
Esa cosa un “señor”, por supuesto, ¿en qué planeta?, pensó con maldad.
En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente.

—Pero eso es bueno, Hagrid —dijeron los gemelos Prewett.
—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro.
Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.
Draco se removió incomodo en su asiento, ya que él había tenido que ver en eso, porque si no le hubiera contado a su padre sobre el accidente que tuvo —por no seguir las indicaciones de Hagrid— nada de eso hubiera pasado.

Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preocupación en lo que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá permanecer atado y aislado.
Atentamente…

—Sabía que Malfoy tenía que ver en todo esto —dijo Sirius con amargura, mientras que Lucius le sonreía con altanería.
—Eres un maldito, Malfoy —dijo James.
—Yo no hablo con traidores a la sangre —contestó Lucius.
James iba a sacar su varita, pero la voz de Hermione lo detuvo.
—No merece la pena, señor Potter.
Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.
—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente.
Andrómeda negó con la cabeza.
—Nada es justo cuando un Malfoy está en medio —dijo la hermana mayor de Narcissa.
—No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas… —dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.
Un ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de sangre el suelo.
—¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!
—Eso es tan tierno de tu parte, Hagrid —comentó Luna.
Alice, la madre de Neville, asintió estando de acuerdo con la rubia.
Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buckbeak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.
—Bueno, considerando a la acromantula del segundo curso —dijo Fabian, haciendo que Hagrid se le pusieran brillantes los ojos, por las lágrimas contenidas.
—Y al dragón y al perro de tres cabezas —dijo Gideon.
—Pues sí, Buckbeak entra en la categoría de «ricura» —terminaron a coro los gemelos Prewett.
—Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso.
—¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak
Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos.
Lucius sonrió con maldad.
Draco lo vio de reojo a su padre y negó con la cabeza al detectar esa sonrisa.
Será muy difícil hacer cambiar de parecer a padre, pensaba Draco.
—Al final él comprenderá —Astoria le susurró en el oído de Draco, como si hubiera adivinado sus pensamientos.
Draco tomo la mano de Astoria y le dio un ligero apretón.
—¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.
—Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Hagrid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.
Todos se preguntaban cuál sería la reacción de Harry después de que Hagrid mencionara a Sirius.
Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temiendo que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.
Por lo menos en ese momento dejo su odio innecesario atrás, pensaba Lily.
—Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena defensa. Nos puedes llamar como testigos…
—No creo que el testimonio de tres chicos le valiera de mucho para esos tipos —dijo Arthur.
Y Charlie asintió.
—Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente.
Hagrid miró con agradecimiento a Hermione, aunque al final no le sirvió de mucho todo lo que la castaña le había escrito porque él no pudo defender a Buckbeak como quería.
Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Hermione miraron a Ron implorándole ayuda.
—Eh… ¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.
Molly le sonrió enternecida a su hijo, el cual se encontraba sonrojado por la burla de sus hermanos gemelos.
Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la nariz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:
—Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que recobrarme…
Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.
—Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acariciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases.
—No eres un mal profesor, Hagrid —dijo Hermione—, tus clases son muy entretenidas porque siempre son prácticas. Y si algunos dicen que les gustan tus clases, no es por ti, es solo que no a todos les gustan tanto los animales como a ti.
—Oh, Hermione, tú eres tan buena conmigo —dijo Hagrid con la voz entrecortada, sacando un inmenso pañuelo para secarse las lágrimas traicioneras.
—De verdad que nos gustan —se apresuró a decir Hermione.
—¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?
—Muertos —dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada lechuga.
—¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le temblaba.
—Mala idea en hacer esa pregunta, hermanito —dijeron los gemelos Weasley.
—Y los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar junto a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban.
Se quedó callado, bebiéndose el té. Harry, Ron y Hermione lo miraban sin aliento. No le habían oído nunca mencionar su estancia en Azkaban (No creo que sea un tema agradable del cual platicar, dijo Ted). Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez:
—¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid?
Hermione se sonrojó ligeramente.
Fui una imprudente al hacer esa pregunta, pensaba Hermione.
—No te puedes hacer ni idea —respondió Hagrid, en voz baja—. Nunca me había encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norberto… —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norberto era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—. Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir viviendo (¿Cómo pude soportar estar doce años impresión?, se preguntaba Sirius, luego de escuchar lo que describía Hagrid). Yo hubiera querido morir mientras dormía. Cuando me soltaron, fue como volver a nacer; todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue maravilloso. Sin embargo, los dementores no querían dejarme marchar.
—¡Pero si eras inocente! —exclamó Hermione.
—Los dementores son unas criaturas que no comprenden de esas cosas, a ellos lo único que les importa es arrebatarles los recuerdos felices a las personas —explicó Dumbledore, con una mirada seria.
Algunos se estremecieron ante la explicación.
Hagrid resopló.
—¿Y crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o inocentes. —Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando… Pero ¿cómo se le explica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y… me da miedo transgredir la ley… —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban.
—Oh, Hagrid —dijo Alice, con voz tierna como si le hablara a un niño—, solo espero que todo salga bien.
Hagrid asintió.
—Por lo menos Buckbeak salió con vida —respondió el semi-gigante.
Alice quiso preguntar que como lo logro, pero al final se contuvo, mejor esperaría a que la lectura siguiera su curso y así se enteraría de lo que paso.

La visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione deseaban. Harry no se había olvidado de Black, pero tampoco podía estar rumiando continuamente su venganza y al mismo tiempo ayudar a Hagrid a ganar su caso (Ayudar a Hagrid mantendrá ocupado a mi hijo y eso evitara meterse en problemas, pensaba Lily). Él, Ron y Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak. Los tres se sentaron delante del abundante fuego, pasando lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famosos de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los otros.
—Sí que estabas preocupado por ayudar a Hagrid, Ron —dijo un sorprendido Fred.
—Es cierto, porque para que te pusieras a leer un libro por voluntad propia es muy difícil —siguió George.
Ron observó a sus hermanos con enojo.
—Aquí hay algo. Hubo un caso, en 1722… pero el hipogrifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le hicieron. Es repugnante.
—Esto podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta… ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acercarse…
—Eso no es de mucha ayuda —comentaron los gemelos Prewett.
Entretanto, en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas. En los pasillos había un fuerte y delicioso olor a comida que, antes de Nochebuena, se había hecho tan potente que incluso Scabbers sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear.
Ron bufó.
Le molestaba de sobremanera haber convivido prácticamente toda su niñez con el traidor de Colagusano, y lo peor de todo era que hasta dormía con él.
Qué asco, pensaba el pelirrojo.
La mañana de Navidad, Ron despertó a Harry tirándole la almohada.
—Bonita forma de despertar a tu mejor amigo, Ron —los gemelos Weasley fingieron regañar a su hermano, pero al final la risa los delato.
—Tontos —les dijo Ron.
—¡Despierta, los regalos!
Harry cogió las gafas y se las puso. Entornando los ojos para ver en la semioscuridad, miró a los pies de la cama, donde se alzaba una pequeña montaña de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus regalos.
—Otro jersey de mamá. Marrón otra vez. Mira a ver si tú tienes otro.
—Debiste haberme dicho que no te gustaba el color marrón, querido —dijo una apenada Molly.
—No importa, mamá… me gustan los yerseys que me haces, en serio —mintió Ron para no hacer sentir mal a su madre.
Harry tenía otro. La señora Weasley le había enviado un jersey rojo con el león de Gryffindor en la parte de delante, una docena de pastas caseras, un trozo de pastel y una caja de turrón (James y Lily agradecieron a Molly por las atenciones que tenía con su hijo). Al retirar las cosas, vio un paquete largo y estrecho que había debajo.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron mirando el paquete y sosteniendo en la mano los calcetines marrones que acababa de desenvolver.
—No sé…
Harry abrió el paquete y ahogó un grito al ver rodar sobre la colcha una escoba magnífica y brillante. Ron dejó caer los calcetines y saltó de la cama para verla de cerca.
—¡Oh, Merlín! ¡Es esa fabulosa escoba! —exclamó James tan rápidamente que casi se olvidó de respirar.
—Respira, James —lo amonestó Lily—, es solo una escoba.
Hermione asintió, mientras que todos los amantes de quidditch miraron a Lily como si fuera un extraterrestre.
—¿Qué? —preguntó Lily.
—No es solo una escoba, pelirroja —dijo Sirius—, es la mejor escoba del momento, todos quisieran tener una, hasta yo, aunque en este tiempo aún no se ha inventado.
Lily y Hermione rodaron los ojos con exasperación.
—No puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego, idéntica a la escoba de ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la tienda del callejón Diagon. El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano encima. La sentía vibrar. La soltó y quedó suspendida en el aire, a la altura justa para que él montara. Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a las aerodinámicas ramitas de abedul y perfectamente lisas que formaban la cola.
—Sin duda una de las mejores escobas —dijeron los gemelos Prewett.
—Me pregunto quién pudo haberle hecho un regalo tan costoso —dijo Remus.
Harry y Ron compartieron una mirada cómplice.
—¿Quién te la ha enviado? —preguntó Ron en voz baja.
—Mira a ver si hay tarjeta —dijo Harry.
Ron rasgó el papel en que iba envuelta la escoba.
—¡Nada! Caramba, ¿quién se gastaría tanto dinero en hacerte un regalo?
—Todos nos preguntamos lo mismo —dijo Ted.
—Bueno —dijo Harry, atónito—. Estoy seguro de que no fueron los Dursley.
—Por supuesto que no, conociendo a tus tíos… —empezó George.
—… ellos no te regalarían ni siquiera las ramas de un árbol para que así empieces a armar tu escoba —terminó Fred.
Lily hizo un gesto de molestia al recordar que su hermana y el ogro que tenía por esposo nunca trataron bien a su hijo.
—Estoy seguro de que fue Dumbledore —dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de Fuego, admirando cada centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible…
—Había sido de mi padre —dijo Harry—. Dumbledore se limitó a remitírmela. No se gastaría en mí cientos de galeones. No puede ir regalando a los alumnos cosas así.
—Ya lo creo —dijo Alice—, tan solo imagínense que sea el profesor Dumbledore quien le hubiera regalado esa escoba tan cara a Harry, y si eso llegara a oídos de los demás jugadores de quidditch, todos querrían que el profesor les comprara una escoba igual.
—Ése es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfermo! ¡Ésta es una escoba de profesional!
—No me lo puedo creer —musitó Harry pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry pensando en Malfoy.
Draco rodó los ojos.
—Que infantil, Weasley —le dijo con sorna, aunque tenía que admitir que estuvo celoso de que Harry Potter tuviera una escoba como esa y él solo una Nimbus 2001.
—¿Quién…?
—Ya sé… quién ha podido ser… ¡Lupin!
—¿Qué? —dijo Harry riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría comprarse una túnica nueva.
Remus se sonrojo.
—Ese no fue un comentario educado, Harry Potter —lo regañó Hermione.
Ni Sirius, ni James paso desapercibido que Hermione había defendido a su amigo. Y esa no era la primera vez, ya que la castaña siempre sacaba cara por Remus, de uno u de otra manera.
—Yo, en verdad lo siento, no lo dije con intención de ofenderte, Remus —se disculpó Harry. Aunque en el fondo esperaba que la tierra se abriera y se lo tragara por haber dicho eso, y aunque solo tenía trece años en ese tiempo estuvo mal lo que dijo.
—Está bien, Harry, no hay problema —dijo Remus, sonriendo nerviosamente, pero aun con el rostro sonrojado.
—Sí, pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y decidiera acercarse al callejón Diagon para comprártela.
—¿Qué estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo.
—Bueno, no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas?
Si Lupin no se encontraba en la enfermería el día del partido, entonces ¿dónde estaba?, se preguntaba Alastor, mirando sospechosamente a Remus.
Harry miró a Ron frunciendo el entrecejo.
—No me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste.
—¿De qué os reís los dos?
Hermione acababa de entrar con el camisón puesto y llevando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello.
—Eso es muy injusto —dijo Sirius.
—¿Qué es lo injusto, Canuto? —preguntó James.
—Pues que las chicas puedan entrar a nuestras habitaciones y nosotros no podamos entrar en las habitaciones de ellas —respondió Sirius.
—No lo creo, Sirius —dijo Remus, y el aludido lo miró—, algunos como tú se aprovecharían de ese privilegio.
—Eres cruel, Lunático —dijo Sirius, bromeando un poco.
—¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso (Eso no es novedad, comentaron los gemelos Weasley, ganándose una mirada de reproche de su hermano menor). Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta.
—¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado?
—No tengo ni idea. No traía tarjeta.
Ante su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el labio.
—¿Por qué? —le preguntó Andrómeda a Hermione.
—Pues temía que la persona que le hubiera regalado a Harry una escoba tan cara, podría tener segundas intenciones —respondió Hermione.
—¿Creías que podrían lastimarlo? —preguntó una asustada Lily.
Hermione asintió.
—Pero… —empezó a decir James, pero Sirius lo interrumpió.
—No hay que ser muy inteligente para saber que la castañita pensaba que yo le había regalo esa escoba a Harry y que por medio de esta lo lastimaría.
—Lo siento, Sirius —se disculpó Hermione—, no era mi intención desconfiar de ti.
—Descuida, ya me estoy acostumbrando a esto —dijo el animago, mostrando una sonrisa que nadie pudo descifrar, excepto sus amigos y Harry.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.
—No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad?
Ron suspiró exasperado:
—Es la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró.
—Así que debe de ser carísima…
—Probablemente costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.
—Eso es cierto —dijo Daphne—, la saeta de fuego costaba unos buenos galeones.
—Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin si quiera decir quién es?
—¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?
—Creo que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione.
—No te ofendas, Hermione, pero si actuabas un poco aguafiestas —le dijo Seamus.
Hermione lo miró ofendida.
—Yo solo me preocupaba por ellos —respondió la castaña, señalando a Harry y a Ron.
—Seamus, amigo —le susurró Dean—, no es bueno hacer enojar a una mujer embarazada.
—¿Por qué? —preguntó Seamus, en el mismo tono de voz que uso Dean.
—Porque si no se ponen a llorar descontroladamente, se ponen coléricas y te podrían golpear con lo primero que encuentren o en este caso hasta de podría lanzar la maldición asesina.
Harry y Ron la miraron.
—¿Qué crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.
Pero antes de que Hermione pudiera responder; Crookshanks, saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.
—Oh, no, otra vez tu gato tratando de dar caza a la rata de Ron —comentó Frank a Hermione.
Remus se incomodó al escuchar sobre “Scarbbers”.
—¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry; volcándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.
Los gemelos Prewett y los gemelos Weasley rieron de Ron.
—Vaya, Ron, derrotado por un pequeño gatito —se burlaron ambos pares de gemelos.
Hasta Luna rieron quedamente. Ron la miró ofendido.
—Se supone que debes de estar de mi parte —le reclamó.
—Y lo estoy, pero no deja de ser gracioso que patearas el baúl de Harry —dijo la rubia.
—Pues me dolió mucho y casi pierdo un dedo —exageró Ron.
—Que exagerado, Ron —dijo Ginny rodando los ojos.
A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y metálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se había salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vueltas encendido en medio del dormitorio.
—Otra vez ese extraño comportamiento en el chivatoscopio —dijo Andrómeda.
—Ni tan extraño —murmuró Remus.
—¿Dijiste algo, Lunático? —le preguntó James.
—Nada —respondió Remus, negando con la cabeza.
—¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo…
En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos.
—Debe molestarle el ruido —dijo Susan Bones.
—Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron.
—Entre más escucho de Crookshanks, me doy cuenta de que no es un gato común y corriente, Hermione —dijo Alice.
Claro que no común y corriente, Crookshanks  es mitad kneazle, pensaba Sirius, acariciando al gato detrás de las orejas.
Crookshanks es especial —fue la única respuesta de Hermione.
Harry volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo.
Sin duda parece estarla pasando mal, pensaba Remus. Será solo por Crookshanks o seria que el Sirius del futuro ya había descubierto la verdad y también quería darle caza.
—No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.
—¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!
—Por supuesto que estaba estresado —afirmó Ron—, pero no solo por Crookshanks.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Arthur a su hijo.
—Digamos que alguien más estaba detrás de él —respondió Ron, y se apresura a hacerle una seña a Angelina para que continuara leyendo.
Pero Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida. Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría su muerte.
—Créeme, amigo, no lo lamente —susurró Ron a Harry.
Fue un miserable, pero no fue agradable verlo morir, pensó Ron.
Aquella mañana, en la sala común de Gryffindor; el espíritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una patada. Ron seguía enfadado por el nuevo intento de Crookshanks de comerse a Scabbers (Tontos leones, dijo Snape entre dientes). Harry desistió de reconciliarlos (Aparte de que sería una tarea difícil, dijo Neville) y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor. No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella también hubiera criticado a su gato.
—Sí, muy gracioso, Harry —dijo con sarcasmo la castaña, cuando vio sonreír al ojiverde y a los merodeadores.
A la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos.
Se encontraban allí los profesores Dumbledore, McGonagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el conserje, que se había quitado la habitual chaqueta marrón y llevaba puesto un frac viejo y mohoso. Sólo había otros tres alumnos: dos del primer curso, muy nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de rostro huraño.
—Hagrid no está —comentó Frank.
—Estaba haciéndole compañía a Buckbeak, el pobrecito parecía presentir que algo malo pasaba —respondió Hagrid.
—Comprendo —dijo Molly.
—Lupin también parece estar ausente —dijo el auror, con voz sospechosa.
Remus se puso pálido. Él sabía porque no estaba en el Gran Comedor, y todo era por la luna llena.
Hermione noto la palidez de Remus y quiso ir donde el auror y decirle que no se metiera con su esposo porque él era una persona correcta.
—Seguramente seguía enfermo, Alastor —dijo Dumbledore.
El auror asintió, pero aun miraba a Remus con sospecha. Le parecía raro su ausencia en Navidad y el día del partido se suponía que él tenía que estar en la enfermería, pero no lo estaba.
—¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de los colegios. ¡Sentaos, sentaos!
Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.
—¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.
Todos los que recordaron el boggart de Neville rieron al recordar a Snape vestido como la abuela del hijo de Frank y Alice. Snape frunció el ceño, pero cuando escucho la risa de Lily relajo el rostro, con ella no podía enojarse.
Harry, acordándose del boggart, miró a Ron y los dos se rieron (Malditos mocosos, dijo entre dientes Snape). Snape apretó los labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél.
—Nunca me gusto esos sombreros que usa mamá —susurró Frank a Alice—. Como broma seria genial, pero ella lo usa todos los días.
—Oh, cariño, nada puedes hacer para evitarlo —dijo Alice—, tu madre es muy terca.
—Lo sé —dijo Frank.
—¡A comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo.
Mientras Harry se servía patatas asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su aspecto de libélula gigante.
—Eso fue grosero, Harry —le reclamó Parvati.
—Pero en verdad parecía una libélula gigante —afirmó Ron, defendiendo a su amigo del reclamo de Parvati.
Parvati miró mal a Harry y Ron.
—¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledore, poniéndose en pie.
—He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza.
—Así que solo asistió al almuerzo porque se vio compartiendo la mesa con los demás —dijo Ted, haciendo una mueca rara.
—Está un poquito demente —comentó Andrómeda.
Parvati bufó al escuchar lo que decían de su amada profesora.
—Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla…
E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó una exasperada Lily.
—Se dio cuenta de que si ella se sentaba en la mesa serian trece —respondió Hermione.
Lily rodó los ojos, entendiendo lo que eso quería decir para la profesora.
—¡No me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir!
—¡Oh, por Merlín! —exclamó Lily con molestia—. Porque siempre tiene que estar hablando de muerte.
—Nos arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría.
La profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima.
—¿Quieres callos, Sybill?
La profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo:
—No lo digas —dijo Sirius, y Angelina detuvo la lectura—, predijo otra muerte —bromeó.
James y Remus rieron, mientras que Parvati fruncía el ceño.
—Pero ¿dónde está mi querido profesor Lupin?
—Vaya, Lunático, tienes una admiradora —dijo James sonriendo como el gato de Alicia en el país de las maravillas.
Remus se sonrojó.
—Y le hacías visitas nocturnas en la torre norte, Lunático —insinuó Sirius.
—¡Claro que no! —dijo Hermione, elevando un poco la voz, ya que de solo pensar a su Remus con la profesora Trelawney se le revolvía el estómago.
Todos la miraron, esperando a que dijera algo más, pero Hermione que se había dado cuenta de su arrebato solo se sonrojó.
—¿Cómo puedes saber eso, castaña? —preguntó Sirius.
—Eh… pues…
—Creo que eso no es importante —dijo Harry interrumpiendo a su amiga—, porque mejor no seguimos con la lectura —y sin esperar respuesta miró a Angelina para que continuara leyendo.
La ex Gryffindor asintió.
—Gracias, Harry —susurró Hermione a Harry.
—Me temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledore, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad.
A pesar de que Remus había escuchado sobre su “recaída” no le tomo importancia, él solo se preguntaba porque Hermione había reaccionado de esa manera.
Todo es tan confuso, pensaba.
—Pero seguro que ya lo sabías, Sybill.
La profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall.
—Por supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los demás.
—Pues parece que no se esforzaba lo suficiente —dijo Dean.
—¿Tú también, Dean? —lo amonestó Parvati.
—Oh, vamos, no es para tanto —dijo Seamus y Dean asintió.
—Eso explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall.
La profesora Trelawney elevó la voz:
—Si te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto (¡Esta loca!, exclamaron James y Sirius). Él mismo parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó.
 Cuando escuché que Remus nos dejaría pronto, no pude evitar preocuparme, recordó Hermione. Pero luego me lo pensé mejor y decidí no hacerle caso a lo que había dicho la profesora Trelawney.
—Me lo imagino.
—Dudo —observó Dumbledore, con una voz alegre, pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en peligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?
—Sí, señor director —dijo Snape.
James y Sirius miraron con aprensión a Snape. Mientras que Remus se preguntaba qué porque era vital que el tomara la poción que Snape le preparaba.
—Tan solo espero que hayas querido envenenar a Lunático, Quejicus —dijo James.
—No era veneno —se apresura a decir Harry—, se podría decir que era una especie de calmante —agregó cuando James lo miró con interrogación.
—¿Calmante? —preguntó Sirius.
—Ya lo descubrirán —dijo Hermione, quien parecía impaciente.
—Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado las salchichas? Son estupendas.
El muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y cogió la fuente de salchichas con manos temblorosas.
La profesora Trelawney se comportó casi con normalidad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Atiborrados con el banquete y tocados con los gorros que habían salido de los cohetes sorpresa, Harry y Ron fueron los primeros en levantarse de la mesa, y la profesora dio un grito.
—Es  exasperante —susurró McGonagall.
—Y ahí comienza el drama —dijo Ron.
—¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se ha levantado primero? ¿Quién?
—No sé —dijo Ron, mirando a Harry con inquietud.
—Dudo que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo.
Los merodeadores se quedaron mirando a la profesora McGonagall de su tiempo. Ella se sintió incomoda.
—¿Qué les sucede, señores Potter, Black y Lupin? —preguntó.
—Siempre lo supe —dijo James.
—Es sorprendente —dijo Remus.
La profesora los miraba con el ceño fruncido.
—Minnie, tienes la chispa merodeadora —ahora habló Sirius, con los ojos brillantes como si estuviera a punto de llorar.
—Oh, vasta, ustedes tres —los regañó la profesora, pero tratando de no sonreír por las ocurrencias de sus alumnos.
Incluso Ron se rió. La profesora Trelawney se molestó.
—¿Vienes? —dijo Harry a Hermione.
—No —contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall.
—¿Y qué tenías que hablar con Minnie? —la interrogó James.
Hermione no respondió, solo se mordió el labio inferior.
—Probablemente para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no había ningún loco con un hacha.
Hermione miró con seriedad a su pelirrojo amigo.
Cuando llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts y su robusto caballo. Se levantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel.
—¡Felices, hip, Pascuas! ¿La contraseña?
—«Vil bellaco» —dijo Ron.
—Que contraseña —comentó Ted.
—¡Lo mismo que vos, señor! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se abría hacia delante para dejarles paso.
Harry fue directamente al dormitorio, cogió la Saeta de Fuego y el equipo de mantenimiento de escobas mágicas que Hermione le había regalado para su cumpleaños, bajó con todo y se puso a mirar si podía hacerle algo a la escoba; pero no había ramitas torcidas que cortar y el palo estaba ya tan brillante que resultaba inútil querer sacarle más brillo. Él y Ron se limitaron a sentarse y a admirarla desde cada ángulo (¿La admiraron en vez de salir a dar una vuelta con ella?, dijeron los gemelos Prewett negando con la cabeza) hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora McGonagall.
—¿Y qué hacia la profesora McGonagall allí? Ni Harry ni Ron habían infringido las normas —dijo Sirius.
Hermione se sonrojó.
Aunque la profesora McGonagall era la jefa de la casa de Gryffindor; Harry sólo la había visto en la sala común en una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él y Ron la miraron mientras sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.
—No me da buena espina —comentó Sirius, mirando a Hermione.
—Conque es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que te han enviado una escoba, Potter.
Harry y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés.
—Tal vez también le gusta leer de esa manera así como a mí —dijo Luna—, ¿querías encontrar hechizos secretos, Hermione? —le preguntó.
Hermione negó con la cabeza.
—¿Puedo? —pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Mmm… ¿y no venía con ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tarjeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo?
—Nada —respondió Harry, como si no comprendiera.
—Ya veo… —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar; Potter.
—¡¿Qué?! ¿Por qué? —exclamaron James, Sirius, los gemelos Prewett y uno que otros alumnos que sentían admiración por la saeta de fuego.
—¿Qué?, ¿qué? —dijo Harry, poniéndose de pie de pronto—. ¿Por qué?
—Tendremos que examinarla para comprobar que no tiene ningún hechizo —explicó la profesora McGonagall—. Por supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch y el profesor Flitwick la desmontarán.
—¿Desmontarla? —dijeron James y Sirius.
—No es tan grave —dijo Lily. James la miró ofendido y Sirius como si ella se hubiera vuelto loca.
—¿Desmontarla? —repitió Ron, como si la profesora McGonagall estuviera loca.
—Tardaremos sólo unas semanas —aclaró la profesora McGonagall—. Te la devolveremos cuando estemos seguros de que no está embrujada.
—No tiene nada malo —dijo Harry. La voz le temblaba—. Francamente, profesora…
—No la convencerás de lo contrario, Harry —dijeron los gemelos Weasley.
—Eso no lo sabes —observó la profesora McGonagall con total amabilidad—, no lo podrás saber hasta que hayas volado en ella, por lo menos. Y me temo que eso será imposible hasta que estemos seguros de que no se ha manipulado. Te tendré informado.
La profesora McGonagall dio media vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella.
Harry se quedó mirándola, con la lata de pulimento aún en la mano. Ron se volvió hacia Hermione.
—¿Por qué has ido corriendo a la profesora McGonagall?
—Exacto, ¿por qué? —preguntó Sirius.
—Solo quería proteger a Harry, ya lo había dicho —respondió Hermione, entre nerviosa e exasperada.
—Pero no es posible…
—James, Hermione solo quería proteger a tu hijo y tu pretendes discutir por una escoba —lo regañó Lily.
—Pero, pelirroja… —se quejó James, pero una sola mirada de Lily lo callo.
Sirius negó con la cabeza.
—Lo tiene dominado —susurró.
Hermione dejó el libro a un lado. Seguía con la cara colorada. Pero se levantó y se enfrentó a Ron con actitud desafiante:
—Porque pensé (y la profesora McGonagall está de acuerdo conmigo) que la escoba podía habérsela enviado Sirius Black.
—¿Yo? —dijo un asombrado Sirius—. Pero como podría haber hecho eso.
—Sirius te lo diré en sus palabras —dijo James y Sirius lo miró atento—, eres un merodeador —y como si eso explicara todo, Sirius sonrió.
—¿Yo te regale la saeta de fuego? —le preguntó a su ahijado, el cual asintió.
—Vaya, ¿no creen que soy el mejor padrino del mundo? —preguntó el animago.
Remus sonrió divertido, parte de la alegría de Sirius había regresado al enterarse de que él había sido el que le había regalado la escoba.
—Claro que lo eres —aceptó Harry—, pero no solo por regalarme una saeta de fuego, también porque fuiste como un padre para mí.

8 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Es bueno ver que actualices pronto, al parecer soy la primera (Yeah)
    Bueno con respecto al capitulo ,ya se puede ver un poco mas de contacto de nuestra OTP. C:
    Nos vemos en la próxima actualización
    Besos

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  2. Yei actualizaste me mori cuando lo vi en verdad no tardes en actualizar plis me uero por ver como raccionan todos al ver que hermione golpea a draco y que ella tiene un jira tiempos en verdad amo tu historia
    Saludos*^▁^*

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  3. ohh...estoy muy feliz de que hayas actualizado, no creí que lo harías tan rápido, me gusto mucho el capitulo, eso de que molestaran a remus con la profesora de adivinación y hermione se pusiera celosa, fue muy bueno, el otro capitulo estará muy bueno con eso de que remus le enseñe el hechizo a harry y se va a ver como estos comienzan a ignorar a hermione, lo estaré esperando con ansias, gracias por actualizar tan pronto.

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  4. ¡si!, que rapido actualizaste esta vez, y me gusto mucho el capitulo, así que ¡actualiza!

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  5. oh, que genial que hayas actualizado tan rapido, el capitulo estuvo genial, me encanto la parte en que Hermione se pone un poco celosa cuando insinuan de que Remus tenia algo que ver con la loca profesora de adivinacion
    espero que te encuentres bien
    saludos

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  6. ah, y por favor actualiza pronto, me encanta tu blog =p

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  7. me encanto, actualiza por favor, amo ♥ tu historia

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