lunes, 26 de diciembre de 2016

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 21: El secreto de Hermione










Charlie cambió de página el libro.
“El secreto de Hermione” —leyó el pelirrojo.
Hermione que tenía la mirada en la mesa, subió rápidamente la mirada hacia Charlie, su rostro estaba pálido.
Mi secreto, pensaba la castaña. ¿Acaso alguien se atrevió a escribir sobre…?
Miró de reojo a Remus, el cual se encontraba aun pálido y con el semblante tenso.
No, se dijo mentalmente Hermione. Remus no puede saber sobre lo nuestro ahora, sería terrible para él, sobre todo porque se le meterá en la cabeza que podría hacer daño.
—¿Cuál secreto? —se atrevió a preguntar James.
—Pues seguramente se trata de cómo era que asistía a todas esas clases al mismo tiempo —dijo Dean.
Hermione suspiró aliviada, como había podido olvidar eso, pero es que estaba tan preocupada por su otro secreto que no recordaba su giratiempo.
—Al fin sabremos como hacías para asistir a todas esas clases —dijo Ted.
Hermione quiso sonreír, pero solo le salió una mueca.
—Bien, guarden silencio por favor —pidió Charlie, el cual respiró profundo y empezó a leer.
—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape…
—¿Qué? —exclamaron James y Sirius—. ¿Qué Quijicus qué…?
Snape sonrió socarronamente hacia ellos.
—¿Acaso Snape pudo hacer el patronus para salvarlos de los dementores? —preguntó con incredulidad Andrómeda.
—Por favor, prima… Quejicus haciendo un patronus. ¡Ja! —se burló Sirius.
—¿Y cuál sería su recuerdo feliz? —siguió James—. Tal vez cuando…
—No, James —le advirtió Lily, negando con la cabeza.
El aludido cerró la boca, pero no dejo de mirar a Snape con burla. A lo que Snape le respondió con una mirada llena de malicia.
—Gracias, señor ministro.
—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!
Snape volvió a sonreír con burla a los merodeadores. Aunque aún no sabía porque el ministro lo alagaba, estaba dichoso que los merodeadores pudieran escuchar tales palabras.
James bufó.
—Qué tontería —gruñó el padre de Harry.
—Ese ministro sí que estaba verdaderamente loco —comentó Sirius con mala intención—, darle un reconocimiento de tal grado a Quejicus…
Snape no borraba su sonrisa burlona, y más al escuchar las quejas de los merodeadores.
—Muchísimas gracias, señor ministro.
—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.
—En realidad fueron Potter; Weasley y Granger, señor ministro.
—¡¿Qué?! ¡Eso no es cierto! Ellos solo se defendían —exclamaron James y Sirius.
Por su parte los padres de Ron y Lily no podían creer lo que ese Snape decía. Y Remus, bueno, él se seguía culpando por el escape de Peter y por poner en peligro a todos.
—¡No!
—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente (¡Porque es inocente!, dijo James, y los demás chicos del futuro asintieron). No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara… Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos (¡Que idiota eres, Snape!, insultó Andrómeda, ya que no podía permitir que siguieran culpando a su primo injustamente, y más cuando el único culpable era el traidor de Pettigrew). Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza… Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.
Dumbledore miró al Snape joven.
—Bueno, en mi defensa solo tengo que decir que el joven Potter tiene una situación muy diferente a los demás chicos —dijo el director sin mostrar enojo por la acusación que Snape había hecho al ministro.
Snape frunció el ceño.
¿Por qué siempre todos los Potters se tienen que salir con la suya?, se preguntaba amargamente.
—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a Potter.
Harry parpadeó azorado.
—Sí, pero solo cuando les conviene —comentó Ron, recordando lo que le pasó a su amigo antes de empezar el quinto curso—. ¿A que fueron muy agradables contigo en tu «audiencia disciplinaria»? —le preguntó a Harry.
—¿Audiencia disciplinaria? —preguntó una alarmada Lily.
Los gemelos Weasley negaron con la cabeza.
—Gracias, Ron —murmuró Harry a su amigo—. No fue nada grave… solo fue una… confusión, sí eso, solo una confusión —dijo Harry a su madre.
—¿De verdad? —preguntó Lily.
—Eh… sí —respondió el pelinegro, evitando mirar a su madre a los ojos.
Lily suspiró aliviada, pero James se dio cuenta de la mentira que Harry le había dicho a su madre, y también se dio cuenta de que su hija hablaba con su amigo en susurros, y que el pelirrojo tenía muy rojas las orejas.
Pero aun así James no preguntó nada, ya era suficiente con ver a Remus pálido y lleno de culpa, culpa que no era para nada suya.
—Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial? Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro (Lily levanto su cabeza y enfoco sus ojos verdes en los negros de Snape, tenía muchas ganas de gritarle que no lo trataba como a cualquier otro, sino que lo trataba peor, pero luego recordó que él había ayudado a su hijo en su primer año, y tuvo que morderse la lengua. Rápidamente apartó la mira de su ex amigo. Por su parte Snape noto amargura en la mirada de Lily, y no pudo decir nada porque sabía que era verdad su acusación silenciosa. Él bajo la mirada la mirada al mismo tiempo que Lily apartaba la suya). Y cualquier otro sería expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio… después de todas las precauciones que se han tomado para protegerlo… Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino… (Remus empalideció más, y Sirius escupió un insulto acompañado de una grosería a Snape, por lo cual fue reprendido por la profesora McGonagall) y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la prohibición.
—Bien, bien…, ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin duda.
¿Travieso? ¿Eso es todo?, refunfuñaba Snape internamente.
Mientras tanto Lily se sentía un poco enojada con su hijo por desobedecer las normas del colegio, y aunque esta vez no había sido la primera ni la última vez que lo haría, esas veces que había salido del colegio no había sido por ayudar a alguien sino solo por diversión.
Harry escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdido. Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo. Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostado, en aquella cómoda cama, para siempre…
—Vaya, eso es nuevo, ya que siempre que estas en la enfermería, tratas de que esas visitas sean lo más breve posible —comentó George—, ¿verdad, Gred?
—Es verdad, Feorge —aceptó su gemelo.
—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores… ¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder; Snape?
—Eso mismo me preguntó yo —dijo Frank pensativamente.
—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.
—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y la chica…
—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.
—Mierda —dijo Sirius.
—Señor Black, no le permito más improperios —le advirtió la profesora McGonagall con los labios rectos por el enojo—. A la próxima le bajo cincuenta puntos.
Sirius ignoró a la profesora de Transformaciones, y siguió recriminándole a Snape.
—Maldito Quejicus, sabias que era inocente y aun así seguiste co…
—¡Basta! —dijo la profesora McGonagall—. No quiero escuchar una palabra más —les advirtió.
—Mejor hazle caso a Minnie, Canuto —le susurró James—, luego ya veremos cómo nos vengamos de Quejicus.
El aludido asintió.
Hubo una pausa. El cerebro de Harry parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.
Abrió los ojos.
Todo estaba borroso. Alguien le había quitado las gafas. Se hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo rojo de Ron.
Molly suspiró aliviada al escuchar que su hijo estaba siendo atendido por la enfermera, y aunque veía a su hijo frente a ella, no podía evitar preocuparse.
Mi pobre niño, pensaba la matriarca Weasley.
Harry volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se hallaba Hermione. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos abiertos. Parecía petrificada, y al ver que Harry estaba despierto, se llevó un dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor.
—Apuesto a que estabas pensando en la manera de salvar a Sirius —dijo Ted a Hermione.
—Bueno, algo había de eso, pero primero quería escuchar todo lo que decía para saber cómo actuar —contestó Hermione.
Ted asintió.
—Ojala mi pequeña Dora sea tan lista como tú cuando crezca —comentó Ted.
Hermione se tensó inmediatamente al escuchar el nombre de la auror.
Harry, Ron, Ginny, Luna y todos los que conocían los problemas que habían tenido estas chicas por causa de Remus, sabían que a Hermione no le había gustado nada lo que había dicho Ted.
Charlie notando la tensión de Hermione, continúo leyendo.
La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala hasta la cama de Harry. Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.
Lo que le hace falta ahora a Remus, pensaba Sirius al ver a su amigo distraído y preocupado.
—¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.
—¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione y Harry.
—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a vosotros dos, permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que estáis… ¿Qué haces, Potter?
—Déjame adivinar —dijo Lily—, te levantaste de la cama, te pusiste tus gafas, cogiste tu varita y fuiste corriendo a buscar a Sirius.
—Sí, esa era mi intención —reconoció Harry—, pero en ese momento no pude.
—Pero después si —murmuró Ron.
Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita.
Lily suspiró.
—Tengo que ver al director —explicó.
—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier momento.
—¡Doble mierda! —exclamó James—. Todo esto es tu culpa, Quejicus —lo acusó.
—Cinco puntos menos para Gryffindor, señor Potter —dijo la profesora McGonagall con severidad—. Les advertí que no quería escuchar más improperios e interrupciones.
James se calló, pero quiso lanzarle una maldición a Snape cuando lo vio sonriendo con socarronería.
—¿QUÉ?
Harry saltó de la cama. Hermione hizo lo mismo. Pero su grito se había oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y Snape.
—¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que estar en la cama… ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey.
—Sí, claro muy preocupado por Harry —dijo Ron con sarcasmo.
—No es más que un simple y triste idiota —agregó Ginny—. Siempre preocupado por su cargo de ministro lo demás no le importaba.
La profesora McGonagall miró seriamente a los hermanos, pero no los regaño.
Sí, y mi padre contribuía en engrandecer su cargo para poder manipularlo a su antojo, pensaba Draco. y yo también me vi beneficiado con eso.
—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es…
—Eso no servirá de nada —dijo Theodore Nott—, ya tiene un culpable, y aunque este no sea realmente culpable, por lo menos ya nadie le reclamara nada por no cumplir con sus obligaciones.
Muchos asintieron ante las palabras de Slytherin.
Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.
—Harry, Harry; estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control.
—¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!
—Señor ministro, por favor; escuche —rogó Hermione. Se había acercado a Harry y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago. Pettigrew, quiero decir. Y…
—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos…
—Ya se me hacía raro que no te metieras, Snape —dijo burlescamente Fabian.
—Es que no te das cuenta, hermano —dijo Gideon con cierto sarcasmo en la voz—, él solo quiere arreglar las “cosas”.
Los hermanos se miraron.
—O empeorar las cosas —dijeron a la vez.
Snape gruñó con molestia.
No soporto a los Gryffindors, pensaba el futuro profesor de pociones.
—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.
—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!
—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si me escuchan…
—Vaya, el carácter heredado por la pelirroja vuelve a salir a la vista —comentó Sirius, tratando de no pensar mucho en la situación de su yo del futuro.
—No te preocupes, Canuto —dijo James en un susurro a su amigo—. Estoy seguro que Harry te sacara de esto, y dejara en ridículo a Quejicus.
Sirius sonrió, pero no con mucho entusiasmo.
Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama.
—Ahora, por favor; señor ministro… Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan.
Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de chocolate y volvió a levantarse.
—Vaya, ya era hora de que apareciera, profesor Dumbledore —dijeron los gemelos Weasley a coro.
Dumbledore sonrió a los gemelos, los cuales eran sucesores de los merodeadores.
—Compórtense, niños —los regañó Molly.
—¿Nos llamó «niños»? —se quejó George, quien tenía las mejillas un poco sonrojadas porque noto que Angelina se reía por lo que les dijo su madre.
—No te preocupes, George, nuestra madre ya se dará cuenta de que somos unos hombres con un negocio muy prospero —alentó Fred—. ¿Por qué estas administrando bien nuestro negocio, verdad? —preguntó con ojos entrecerrados.
George fingió estremecerse.
—La duda ofende —dijo George. Para luego soltar un par de risitas llenas de complicidad.
—Profesor Dumbledore, Sirius Black…
—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director; he de insistir en que…
—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.
—Ves, Canuto, eso quiere decir que ya eres libre —dijo un entusiasmado James—. Seguro que Dumbledore si te escucho y ahora arreglará todo.
Harry, Ron y Hermione se miraron entre ellos.
—Ojala, así hubiera sido —susurró Ron.
—Aunque si lo hubieran escuchado desde el comienzo se habrían ahorrado tanto alboroto —dijo Ted.
—¡Ted! —lo amonestó Andrómeda.
 Y el aludido solo sonrió, una sonrisa similar a la de su hija.
—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?
—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.
—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.
—Así es, Quejicus, tu testimonio no cuenta, nunca ha contado, ya deberías de haberte dado cuenta, ¿no? —dijo James mirando a su némesis—. Y claro que el traidor de Peter estaba en la Casa de los Gritos, es solo que tú eres tan idiota que no te das cuenta de las cosas que están en tus… narices —dijo con saña.
Sirius soltó una risotada.
—Sí, ríe ahora, pero apuesto que lo siguiente que leerán será cuando ya te dieron el beso del dementor —aseguró Snape con verdadera maldad.
Sirius dejo de reír al instante.
—¡Ya basta, Severus! —le advirtió Lily, sacando todo ese carácter fuerte que guardaba dentro de ella. Y Snape obedeció—. Y ustedes dos, también guarden silencio.
—Cuando tu madre está molesta da tanto miedo como la mía —susurró Ron a Harry, el cual asintió.
—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad Hermione—. No llegó con tiempo para oír…
—¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA!
Remus al escuchar que Snape gritaba nuevamente a Hermione lo hizo salir de su estado depresivo y observó al futuro profesor de pociones con ira.
Remus no sabía porque el lobo que habitaba dentro de él reventaba en cólera cuando escucha que alguien lastimaba a Hermione, y no podía controlar su ímpetu.
¡ES NUESTRA Y NADIE LA OFENDE NI LA LASTIMA!, rugió la voz del lobo.
Remus dirigió su vista a Hermione y se estremeció, trato de pensar en otras cosas para no saltarle encima a la castaña.
Me estoy volviendo loco, pensaba Lupin.
—¿Estás bien, Lunático? —preguntó Sirius al ver el semblante de su amigo.
Este solo asintió.
—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser comprensivos.
—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy se lo ruego, déjennos.
—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso.
—Las intenciones son buenas, pero no creo que logre hacerlos descansar —comentó Luna, mirando soñadoramente a Hermione y luego a Remus—. Profesor Lupin parece que tiene Torposoplos rondando por su cabeza.
Lupin levanto la cabeza y se fijó en la menuda chica que estaba sentada al costado de Ron.
—¿Qué? ¿Perdón? —preguntó Remus.
—Tiene Torposoplos rondando por su cabeza —volvió a decir la rubia.
—¿Qué es eso? —preguntaron James y Sirius a coro, al mismo tiempo que veían si su amigo tenía algo raro rondado su cabeza, pero como era de esperarse: no vieron nada.
Torposoplos son… uhm… —Ron se quedó pensativo—, ah, sí, son pequeñas criaturas invisibles que entran en tu cabeza y confunden tu cerebro, ¿verdad? —preguntó Ron a Luna.
—Sí, exacto —asintió la rubia—, si quieres verlos, después te puedo dar las gafas que detentan los Torposoplos.
Todos se quedaron sorprendidos ante la extraña conversación de la joven pareja. Por su parte los gemelos Weasley solo rieron de su hermano, es que estaban tan sorprendidos que Ron se pudiera memorizar tal explicación, pero no podía memorizar lo que leía en los libros para los exámenes.
—Que estupidez —dijo Lucius.
Los Slytherin estaban de acuerdo con él, pero no dijeron nada, era lo mejor, a menos que quisieras tener a unos pares de leones encima.
Después de esa pequeña conversación, Charlie decidió seguir leyendo.
—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.
La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco.
—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba.
Sirius empalideció no podía creer que terminara de esa manera, convertido en nada. Porque ni siquiera podría luchar si no tenía una varita, y con tantos dementores… no sobreviviría.
Maldito, Quejicus, pensaba con la cara tensa.
Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió.
—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos fijos en Dumbledore.
—Al parecer alguien tiene miedo de que se descubra la verdad —comentó Alice mirando a Snape.
Esta observó a Alice de la misma manera que observaba a sus alumnos en el futuro: con verdadera frialdad; pero Alice ni se inmuto, no le temía y menos después de escuchar lo mal que trataba a su futuro hijo.
—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.
Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.
—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.
—No intentaba matarte, solo era una broma —se defendió Sirius—. Y además eso te pasa por idiota, siempre siguiendo nuestros pasos para así acusarnos con Dumbledore.
Snape rechino los dientes con amargura.
—Yo seré un idiota, pero tú —Snape lo señaló con el dedo índice—, muy pronto leerán que el dementor logro besarte y te dejaron convertido en… nada —pronunció la última palabra con gozo, como si disfrutara de solo imaginarlo.
Antes de que James o Remus —el cual estaba evocando toda su ira hacia Snape— abrieran la boca para defender a su amigo, alguien más lo hizo.
—¡Severus! —dijo Draco, arrastrando cada silaba al hablar, como solo él sabía hacerlo. Todos quedaron sorprendidos (bueno, menos lo que ya conocían su manera de hablar), ya que siempre que leían las palabras que el rubio decía no se comparaba a su verdadero forma de hablar. Tan Malfoy. Snape lo observó detenidamente, sin rencor o molestia, solo lo observaba midiendo lo que haría el rubio—. Reconozco las rencillas que ambos se tienen, pero después de todo, al que estas ofendiendo es mi tío —Sirius hizo un mohín—, y no me agrada. Estás ofendiendo a un Black, y yo también soy un Black, y me siento ofendido —Snape iba a hablar, pero Draco no lo dejo—, no me malinterpretes, me agrada cuando quitas puntos a los leones y me causa risa cuando los haces llorar —el rubio sonrió como si estuviera recordando algo—, pero contente con meterte con alguien de mi familia —advirtió—. Puedes meterte con Potter o con Lupin si quieres.
Snape sonrió a su futuro ahijado, sin rastro de molestia. Debía reconocer que el chico le agradaba, un  poco mimado en ocasiones, pero le agradaba.
—¿Qué? —protestaron ambos Potter, mientras que Remus miraba asombrado.
Y no solo Remus estaba asombrado, los demás también, ya que nadie tenía esa forma tan peculiar de defender a alguien como Draco.
—Eh… bueno… —dijo Charlie.
—Continué leyendo, señor Weasley —le ordenó McGonagall, la cual seguía asombrada.
—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió Dumbledore con tranquilidad.
Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.
—Señor profesor; Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew.
—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.
—Es una rata.
—La pata delantera de Pettigrew… quiero decir; el dedo: él mismo se lo cortó.
—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.
—Vaya, parece que hasta se les olvido respirar —dijo Gideon.
—Sobrino, ¿estás bien? —preguntó Fabian, Charlie lo miró confundido, no comprendía la pregunta—. Respira —aconsejó—, has leído demasiado rápido, pero de seguro que ellos lo hicieron más rápido —señaló a Harry y a Hermione.
Algunos rieron, pero Molly negó con la cabeza, sus hermanos eran… imposibles.
Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.
—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice (Eso no animaba tanto a Sirius), salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.
—Maldita sea —murmuró Sirius—. ¿En qué estaba pensando cuando se me ocurrió que Peter sería mejor guardián secreto que yo?
—Solo querías lo mejor para nosotros —dijo James.
—Y lo jodi todo —volvió a murmurar Sirius.
—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de mantenerse callado.
—No creo que pudiera ser de mucha ayuda —dijo un afligido Remus, casi viéndose así mismo corriendo descontrolado por el Bosque Prohibido.
Y además, quien confiaría en la palabra de un licántropo, se dijo mentalmente.
—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso (Pues que estúpidos, dijeron al unísono James y Sirius. Mientras que Hermione se mordía el labio inferior con fuerza, mientras que se decía mentalmente: «Tontas supersticiones»). Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos…
—Pero…
—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra.
Snape no pudo evitar sonreír con triunfo.
Esto se siente tan bien que hasta tengo ganas de cantar, pensaba el futuro profesor de pociones.
—¿Voy a… mo-morir? —preguntó Sirius a su ahijado.
Este tragó saliva.
—¡No! —respondió Ron tan natural que Sirius respiró aliviado.
No en ese momento, pensaba Ron.
A Snape se le borró la sonrisa.
—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta que le gastó.
—¿Broma tonta? —gruñó Snape—. ¡Tú no sabes nada, niña! ¡Nada!
—Lo siento —se disculpó Hermione—. Tal vez no me supe expresar.
—No tienes por qué disculparte con Quejicus, castaña —dijo Sirius—. Déjalo, lo mejor es ignorarlo.
—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora gorda…, entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor… (Esa impulsividad siempre te mete en problemas, dijo Lily al animago. Este solo se encogió de hombros) Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.
—Pero usted nos cree.
—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia.
—¡Ja! Como si el ministro fuera la virtud personificada —dijo James.
—Pero lo que el profesor Dumbledore dice es verdad, nos guste o no, James —dijo Lily.
Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar todo (Vaya, eso me honra verdaderamente, joven Potter, dijo Dumbledore amablemente. Harry solo sonrió al viejo director). Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado.
—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul claro pasaban de Harry a Hermione.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntaron los gemelos Prewett.
Como toda respuesta Charlie continuo leyendo.
—Pero… —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Frank.
—¿Esto tiene que ver con tu secreto, Hermione? —preguntó Ted.
Hermione asintió.
—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros.
—¿Qué quiere decir eso? No entiendo nada —se quejó Terry Boot.
—Nosotras tampoco —dijeron las mellizas Patil.
En realidad nadie entendía nada, excepto Dumbledore y la profesora McGonagall.
Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.
—Os voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
—Lo mismo nos preguntamos nosotros —dijeron los gemelos Prewett.
—¿Qué significa eso de tres vueltas? —preguntó Fabian.
—La pregunta correcta seria, ¿A qué le tiene que dar tres vueltas? —dijo Gideon.
Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina.
—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido! —Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.
—¡Un momento! —exclamaron James y Sirius.
—Se trata de un giratiempos —ahora los que hablaron a la vez fueron Lily y Remus.
—Yo pude leer algo sobre ese extraño artefacto en un libro de la biblioteca —comentó Lily—. Existen muy pocos de ellos, y están en el ministerio de magia.
—Sí, exactamente en el Departamento de los Misterios —completo Luna—. O lo habían —murmuró.
—Shh, cuidado y te escuchen, Luna —susurró Ginny.
—¿Cómo conseguiste el giratiempo? —le preguntó James a Hermione.
—Creo que eso lo sabremos después —contestó Harry a su padre, dando emoción a su respuesta.
—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.
Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.
La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar; pero no podía oír su propia voz.
—¡Fascinante! —exclamó Oliver de verdad maravillado, ya que ni siquiera en uno de sus partidos podría sentir esa misma emoción que viajar horas atrás al pasado.
Y no era el único, los demás también estaban maravillados con un artefacto como ese.
Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.
—Hermione, ¿qué…?
—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.
—Pero… ¿Por qué se tienen que meter en ese armario? —preguntó un confundido Ernie Macmillan.
—Porque no podemos encontrarnos con nuestros otros yo, o podría haber problemas —respondió Hermione como si fuera una profesora dando una lección a su alumno.
—¿Qué…, cómo…? Hermione, ¿qué ha pasado?
—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.
Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.
—Es comprensible —dijo Lily—, yo también hubiera hecho lo mismo.
Por su parte Snape ya no prestaba atención a la lectura, ya que no quería saber cómo ese par de niños salvaban al desadaptado del merodeador.
Imbéciles, el padre, el hijo y el padrino, pensaba Snape.
—Pero…
—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo… Sí, creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.
—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí fuera?
—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—. Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y… vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar; pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal…
—Eso es extraño —comentó Susan Bones.
—Ni siquiera nosotros hemos pasado tantas cosas —dijo James mirando asombrado al trío de amigos.
Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería que Hermione le respondiera a algunas preguntas.
—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?
—Esa es una buena pregunta —dijo Frank.
—Aunque tal vez el profesor Dumbledore se lo dio, ¿ya saben? Él fue quien les dijo eso darle «solo tres vueltas» —recordó Ted.
—Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall el día que volvimos de vacaciones (La aludida no se sorprendió mucho, ya que ella se suponía algo como eso viendo lo buena alumna que era Hermione). Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin. Le doy vuelta para volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?
—Pues que más, el profesor Dumbledore quiere que rescaten a Sirius, y todos creería que él volvió a escapar, y lo mejor de todo es que no sospecharían de los niños porque ellos se encuentran en la enfermería —dedujo Andrómeda.
—Eso podría funcionar —aceptó su esposo.
—Yo no estaría tan seguro —opinó Percy—. De todas maneras culparían a alguien de dejarlo escapar. Y del primero que sospecharían seria del director.
—Es cierto —dijo Arthur.
Tratando de despejar las dudas, Charlie continuo leyendo.
Harry la miró en la oscuridad.
—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid…
—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—. Acabamos de oírnos salir.
—¡Oh, Merlín! Eso quiere decir que volverán a presenciar la ejecución del hipogrifo —recordó Molly.
Hagrid sintió la misma impotencia al recordar lo mal que la paso cuando ejecutaron a Buckbeak.
Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.
—Dumbledore dijo simplemente… dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente… —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a Buckbeak!
Los del pasado miraban intrigados a Harry y Hermione, preguntándose si en verdad habian podido salvar a Buckbeak.
—Pero… ¿en qué ayudará eso a Sirius?
—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!
—¡Esa es una gran idea! —exclamó un emocionado James.
—La mejor idea que escuchado —apoyó Sirius, a decir verdad él apoyaría cualquier idea que lo alejara de los dementores o de volver a ser encerrado en Azkaban. Y lo mejor de todo sería que tendría un hipogrifo si lograba escapar—. ¿Y funciono? —preguntó.
—Pues… —dijo Harry—. Charlie lo dirá.
El aludido entendió con el mensaje de ojiverde y siguió con lectura.
Hermione parecía aterrorizada.
—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!
—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos…
Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.
Todos estaban expectantes por saber lo que pasaría, tanto los del futuro como los del pasado, ya que los del futuro nunca se llegaron a enterar en realidad como había vuelto a escapar Sirius Black.
—¡Si alguien se asomara a la ventana…! —chilló Hermione, mirando hacia atrás, hacia el castillo.
—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque. Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.
—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.
Remus escuchaba todo lo que Hermione junto con Harry pasarían para salvar a su amigo, y se sintió orgulloso de ella, levantó la mirada, y la observó, esta tenía las mejillas sonrojadas. Lupin se preguntaba el porqué de su sonrojo.
Su lobo interior se removió inquieto cuando la castaña centro su mirada en la de él y le sonrió.
¡DEBEMOS TOMAR LO QUE ES NUESTRO AHORA!, rugió su lobo interior.
Remus se asustó ante el mandato del lobo, bajo la mirada y la centro en la mesa, negando con la cabeza la sensación de posesión que se apoderaba de él.
Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque…
A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más tarde, llegó Hermione jadeando.
—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note. Que no nos vean, Harry.
Por su parte Snape que no podía evitar escuchar las proezas de los chicos para salvar a uno de sus némesis, maldecía mentalmente al hijo de James Potter y la castaña que lo acompañaba. Y también maldecía a Dumbledore por darle la idea.
Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó su propia voz que decía:
—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —susurró Hagrid.
Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.
—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo.
—Ya lo creo que si —dijeron los gemelos Prewett—. Peor que el perro de tres cabezas y que el basilisco.
—Y todavía falta más cosas —dijo Fred.
—Sí, todavía faltan cuatro libros más y lo que significa más peligro —agregó George.
—No nos ayuden tanto —ironizó Ron.
—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos más a Buckbeak!
Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.
—Bien, ya es hora de liberarlo —dijo Sirius, y James asintió.
—No —contradijo Remus—, porque si lo liberan en ese momento los de la comisión pensaran que Hagrid lo dejo escapar, lo que significaría problemas para Hagrid.
—¿Ahora? —susurró Harry.
—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!
—Eh… eso es casi lo mismo de lo que dijo Lunático —dijo James.
—Sí, que coincidencia —agregó Sirius mirando sugerentemente a Remus, el aludido puso mala cara adivinando los pensamientos de su amigo—. Diría que es tu hija, pero ahora esa hipótesis ya no me parece tan factible —susurró a Remus.
Remus ignoró a Sirius, era lo mejor.
—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer irrealizable.
En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.
—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un momento encontraré a Scabbers.
Los merodeadores fruncieron el ceño a la vez cuando mencionaron a su traidor ex amigo. Incluso Snape frunció el ceño, ya que por culpa de Peter su amada Lily moría.
Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione.
—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?
—Eso sería lo peor que podrían hacer —dijo la profesora McGonagall, y su rostro demostraba seriedad—. Sus yo de ese momento correrían peligro.
—Solo era una idea —se justificó Harry.
—Bien, pues solo espero que haya quedado en una idea —dijo la seria profesora de Transformaciones.
—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore… Si nos ven…
—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.
—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de Hagrid? —dijo Hermione.
—Creería… creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio.
—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. La profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles cuando los brujos se han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo, pasado o futuro!
—Qué bueno que haya hecho caso todas las indicaciones que le di, señora Granger —dijo la profesora McGonagall—. Eso evitara que algo terrible ocurra
—Le entendí perfectamente, profesora —respondió Hermione.
La profesora asintió, le agradaba Hermione, no solo por ser una alumna modelo sino también por su atitud.
—Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que…
Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central. Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.
—¡Estamos a punto de salir! —dijo Hermione en voz baja.
Oliver Wood observó su buscador estrella y a Hermione, por más que lo escuchaba no podía creer en todo lo que esos chicos habían hecho, cuando él en ese momento lo único que le importaba era ganar la copa antes de graduarse de Hogwarts.
Increíbles, pensó.
Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de Hagrid y Harry se vio a sí mismo con Ron y con Hermione saliendo por ella con Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto, permanecer detrás del árbol y verse a sí mismo en el huerto de las calabazas.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, marchaos.
—Hagrid, no podemos… Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo…
—¡Marchaos! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío.
Harry vio a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto de calabazas.
—Marchaos, rápido. No escuchéis.
Hagrid se estremeció al pensar en esos momentos y le daban ganas de llorar por su hipogrifo, aun aunque el animal este bien en el futuro.
Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la puerta de atrás. Harry vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y oyó alejarse tres pares de pies. Él, Ron y Hermione se habían marchado, pero el Harry y la Hermione que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.
—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.
—Fu… fuera —contestó Hagrid.
Harry escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.
—Bien, ya se aseguraron de que allí esta Buckbeak, ahora si lo pueden liberar —comentó Alice.
—Sí, me parece un buen momento para ayudar a Buckbeak y sin que culpen a Hagrid de dejarlo escapar —apoyó Frank.
—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair tendréis que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el procedimiento.
El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese momento o nunca.
—Espera aquí —susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré.
—Buena idea, el hipogrifo te conoce, por lo cual no será tan difícil atraerlo a ti porque te tiene un poco de confianza —opinó James.
—Efectivamente —alegó Hagrid—. Cuando un hipogrifo te da su confianza te es muy fiel.
—Eso lo sé —dijeron al unísono Harry, Ron y Hermione, puesto que ellos habían presenciado la confianza que se tenían Buckbeak y Sirius cuando estaban en Grimmauld Place.
Mientras Fudge volvía a hablar; Harry salió disparado de detrás del árbol, saltó la valla del huerto de calabazas y se acercó a Buckbeak.
—«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta del sol…»
Espero que todas esas ridiculez del ministerio les lleve mucho tiempo para así puedan escapar Sirius y Buckbeak, pensaba James.
Guardándose de parpadear; Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos naranja de Buckbeak e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas rodillas y volvió a enderezarse. Harry soltó la cuerda que ataba a Buckbeak a la valla.
—«… sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair…»
—Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—, ven, vamos a salvarte. Sin hacer ruido, sin hacer ruido…
—¡Oh, Merlín! Rápido o se quedaran sin tiempo y los atraparan —decían los gemelos Prewett.
—Tranquilos —les dijo Ron a sus tíos—. Todo sale bien.
La afirmación de Ron le levanto el ánimo a Sirius.
Sí, logro escapar, eso es una suerte, pensaba Sirius.
—«… por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.
Harry tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había clavado en el suelo las patas delanteras.
—¿Qué? —susurró James.
Los del pasado estaban ansiosos por saber el porqué del actuar del animal, es que acaso no presentía el peligro.
—Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión en el interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te quedaras aquí dentro.
—No, quiero estar con él… No quiero que esté solo.
Se oyeron pasos dentro de la cabaña.
—Muévete, Buckbeak —susurró Harry.
Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de Hagrid.
—¿Por qué justo ahora el hipogrifo les pone las cosas difíciles? —preguntaba Terry Boot.
Como respuesta, Charlie continuó leyendo.
—Un momento, Macnair; por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo algo más aprisa.
La cara pálida de Hermione asomaba por detrás de un árbol.
—¡Harry; date prisa! —dijo.
—Bueno, tal vez un poco de ayuda hubiera sido de ayuda —dijeron los gemelos Weasley a Hermione. Pero esta los miró con seriedad, por lo que los pelirrojos no tuvieron otra opción que sonreírle tontamente e inocentemente a la castaña.
—Cuidado —susurró a sus hermanos—, recuerden sus hormonas alborotadas, no vaya hacer que terminen hechizados.
—Tranquilo, Ron, eso no pasara —dijeron los aludidos.
—Después no digan que no se lo advertí —refunfuñó el menor de los varones Weasley.
Harry aún oía la voz de Dumbledore en la cabaña. Dio otro tirón a la cuerda. Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles…
—¡Rápido, rápido! —gritó Hermione, saliendo como una flecha de detrás del árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara más aprisa. Harry miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del alcance de las miradas. Desde allí no veían el huerto de Hagrid.
—¡Para! —le dijo a Hermione—. Podrían oírnos.
—Eso es cierto —dijo Padma.
—Y podrían ir a buscarlo por los alrededores —agregó su melliza.
La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry Hermione y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.
Silencio. Luego…
—¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está la bestia?
—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!
—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado.
¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.
—¡No! —dijeron los merodeadores al unísono.
—Te oirá y querrá ir contigo —agregó Sirius.
Hagrid se sonrojó.
Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en esta ocasión pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos:
—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo. Buckbeak, qué listo eres.
—Entonces… —dijo Andrómeda, parpadeando varias veces—, tal vez fue eso lo que escucharon y ustedes lo malinterpretaron.
—Así es, pero en ese momento solo pensábamos que lo habían matado a Buckbeak —dijo Hermione.
Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y Hermione la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.
—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el bosque.
—Macnair; si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—. Rastrea el cielo, si quieres… Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.
—Siempre lo supo —dijo Michael mirando al profesor Dumbledore—, inclusive su yo de ese momento sabía lo que pasaba.
—No voy a negar eso —admitió el profesor Dumbledore.
—Por… por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado flojo—. Entre, entre…
Harry y Hermione escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.
—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.
—Pues rescatar a Sirius —apremió James.
—Todo en su momento, James —le dijo Lily cariñosamente.
El aludido asintió y sonrió bobamente al escuchar el tono de voz de su novia.
—Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Hermione con miedo—. Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos a que pase el peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con Buckbeak. No volverá por allí hasta dentro de dos horas… Esto va a resultar difícil…
Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel momento.
—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.
—Esa es una buena idea —aprobó Arthur.
—Pero no deben intervenir —dijo Moody con si típica voz brusca—. Y estar en alerta —agregó.
—De acuerdo —dijo Hermione, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más firme—. Pero hemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo.
Moody asintió a la Hermione del libro.
Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.
—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.
Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió el eco de su grito.
—Aléjate de él…, aléjate… Scabbers, ven aquí…
—Ya apareció tu gato, Hermione —dijo Ted.
—Creo que sí —respondió la chica.
Y entonces vieron a otras dos figuras que salían de la nada. Harry se vio a sí mismo y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en picado.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
Crookshanks bufó por el adjetivo.
Sirius se quedó mirando al gato que estaba a sus pies.
Parece que tiene el carácter de la dueña, pensaba Sirius mirando de reojo a Hermione.
—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido de las raíces del sauce. Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible, ¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces (Suerte la tuya de no haber estado en mi lugar, dijo Ron)—. ¡Eh, mira! El árbol acaba de pegarme. Y también a ti. ¡Qué situación más rara!
—Menos mal que lo reconoces —dijo Seamus, y Dean asintió—, y ahí no acaba todo imagino.
—Eh… algo hay de eso —susurró Harry.
El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y de repente el árbol se quedó quieto.
Crookshanks ya ha apretado el nudo —explicó Hermione.
—Allá vamos… —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.
En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después, oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se dirigían al castillo.
—¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Hermione—. ¡Ojalá Dumbledore hubiera venido con nosotros…!
—No parece una buena idea —dijo James—, porque si Dumbledore va con ustedes, los demás de la comisión también lo harían.
—Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza (James sonrió, su hijo y él tenían las mismas respuestas)—. Te apuesto lo que quieras a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a Sirius allí mismo.
—Sí, el muy maldito hubiera sido capaz —dijo Sirius, apretando los puños.
Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego…
—¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la escalera y se dirigía corriendo hacia el sauce. Harry miró al cielo. Las nubes ocultaban la luna.
 Fue un maldito mal momento para mí, Remus maldijo internamente, y aunque él nunca acostumbraba a maldecir, había ocasiones que no podía evitarlo, y una de esas ocasiones era su condición de licántropo.
Vieron que Lupin cogía del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el hueco que había entre las raíces.
—¡Ojalá hubiera cogido la capa! —dijo Harry—. Está ahí… —Se volvió a Hermione—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría coger Snape.
—¡Harry, no nos deben ver!
—¡Por supuesto que no! —dijeron Lily y McGonagall a la vez.
—Debes de reconocer que en estos momentos, cuando Minnie y tu pelirroja coinciden en algo da miedo —susurró Sirius a James.
James asintió.
—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Hermione con irritación—. ¿Estar aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a coger la capa!
—¡Harry, no!
Hermione sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese momento oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano.
—Vaya, parece que alguien ha estado celebrando —ironizó Gideon.
—Lo que más me sorprende es lo rápido en que te embriagaste, Hagrid —dijo Fabian.
El aludido se sonrojó, mientras que los demás se reían del guardabosques de Hogwarts.
—¡Gideon! ¡Fabian! —los amonestó Molly.
Sus hermanos solo sonrieron fingiendo inocencia.
—¿Lo ves? —susurró Hermione—. ¿Ves lo que habría ocurrido? ¡Tenemos que estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak!
El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Harry aferró también la cuerda para sujetar a Buckbeak. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el castillo. Desapareció. Buckbeak cejó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con tristeza.
—Pobre —se lamentó Hagrid.
Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos.
Harry cerró fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del árbol, mirando a su alrededor. Cogió la capa y la sostuvo en alto.
—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes.
James, Sirius y Remus —este último aún seguía enojado por Snape por siempre estar gritando y ofendiendo a Hermione— sonrieron por las palabras del Harry de libro.
—Lo siento, señor —Harry se disculpó con Snape de ese tiempo, y la sonrisa de los merodeadores se les borraron.
Pero Snape lo ignoró olímpicamente.
—¿Qué? —dijo Snape.
Pero antes de que James empezar con eso de «ordenarle no volver a defender a Snape», Harry le hizo una seña a Charlie para que continuara leyendo.
—¡Chist!
Snape cogió la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol, apretó el nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.
—Ya está —dijo Hermione en voz baja—. Ahora ya estamos todos dentro. Y ahora sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir…
—Ya no falta mucho —comentó Hannah Abbott.
Y Neville asintió.
Cogió el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol más cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los brazos.
—Harry, hay algo que no comprendo… ¿Por qué no atraparon a Sirius los dementores? Recuerdo que se aproximaban a él antes de que yo me desmayara.
—Es cierto, aun no comprendo que fue lo que paso para que se salvaran de los dementores —dijo Michael.
Harry rodó los ojos, había veces en que Michael Corner lo desesperaba en sobremanera.
Es que aún no se daba cuenta, se decía Harry.
Harry se sentó también. Explicó lo que había visto. Cómo, en el momento en que el dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, algo grande y plateado llegó galopando por el lago y ahuyentó a los dementores.
Cuando terminó Harry de explicarlo, Hermione tenía la boca abierta.
—Pero ¿qué era?
—Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo Harry—. Un verdadero patronus, un patronus poderoso.
—Pero ¿quién lo hizo aparecer?
—Esa es la pregunta del millón de galeones —dijo Ted.
—Tal vez el profesor Dumbledore —dedujo Dean.
—No lo creo —dijo Ron.
—La mejor manera de enterarnos es seguir escuchando la lectura —dijo Ginny—, Charlie, por favor —pidió a su hermano, el cual siguió con la lectura.
Harry no dijo nada. Volvió a pensar en la persona que había visto en la otra orilla del lago. Imaginaba quién podía ser… Pero ¿cómo era posible?
—¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Hermione con impaciencia—. ¿Era uno de los profesores?
—No.
—Bueno, eso descarta al profesor Dumbledore —dijo Seamus a Dean.
—Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los dementores… Si el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver…?
—Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imaginase. No pensaba con claridad. Me desmayé inmediatamente después…
—Porque no nos dices quien te pareció, y tal vez nosotros podríamos ayudarte a averiguar quién era —dijo Fabian y su gemelo asintió.
—Sí, vamos, dinos a quien se parecía —dijo Gideon.
—Pues aquí lo dice —dijo Charlie observando la página, y retomo la lectura.
—¿Quién te pareció que era?
—Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar aquello—, me pareció mi padre.
—¿Qué? ¿Yo? —dijo un sorprendido James—. Pero… no se supone que… estoy muerto…
—Tal vez es tu fantasma, Cornamenta —dijo Sirius, con los ojos abiertos como platos—, quizás viniste ayudarme… a mí y a tu hijo.
Remus negó con la cabeza.
—No creo que un fantasma pueda hacer un patronus, Sirius —dijo Lupin.
—O tal vez James no esta… —empezó Alice, pero fue interrumpida por su hijo.
—No, mamá, el señor Potter en verdad esta… muerto —aclaró Neville.
Por su parte Snape refunfuño. Hasta él que no había estado muy atento a la lectura pudo deducirlo: no era Potter padre quien hizo el patronus sino Potter hijo, claro con la ayuda de ese giratiempo.
No cabe duda que son unos imbéciles, pensaba Snape.
Miró a Hermione y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo miraba con una mezcla de inquietud y pena.
—Harry, tu padre está…, bueno…, está muerto —dijo en voz baja.
—Lo sé —dijo Harry rápidamente.
—¿Crees que era su fantasma?
—No lo sé. No… Parecía sólido.
—Pero entonces…
—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se parecía a él (Pues no creo que haya podido regresar de la muerte, musitó James para él, aun asombrado). Tengo fotos suyas… —Hermione seguía mirándolo como preocupada por su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación. Se volvió para echar un vistazo a Buckbeak, que metía el pico en la tierra, buscando lombrices. Pero no miraba realmente al hipogrifo.
Pobre de mi pequeño, todo esto le afecta demasiado, pensaba Lily con los ojos brillantes a punto de llorar. Cambiaremos tu futuro, Harry. Lo prometo. Estaré contigo, junto con tu padre, y te veremos crecer, y quien sabe, hasta podrías tener hermanos.
Pensaba en su padre y en sus tres amigos de toda la vida. Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta… ¿No habrían estado aquella noche los cuatro en los terrenos del castillo? Colagusano había vuelto a aparecer aquella noche, cuando todo el mundo pensaba que estaba muerto. ¿Era imposible que su padre hubiera hecho lo mismo? ¿Había visto visiones en el lago? La figura había estado demasiado lejos para distinguirla bien, y sin embargo, antes de perder el sentido, había estado seguro de lo que veía.
James notando apenada a su novia, paso un brazo por su cintura atrayéndola a él. Luego observó a su hijo, el cual se encontraba pensativo. Como le hubiera gustado asegurarle a su hijo que sí, era él quien lo ayudo con los dementores, pero sabía que era una blasfemia.
Ya vendrán tiempos mejores, pensaba positivamente. Pero claro, primero le tengo que hacer pagar a Peter su traición.
Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y desaparecía tras las nubes. Hermione se sentó de cara al sauce, esperando.
Y entonces, después de una hora…
—¡Ya salen! —exclamó Hermione. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las raíces. Luego salió Hermione. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo. El corazón de Harry comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un momento a otro pasaría la nube y la luna quedaría al descubierto…
Hermione miró disimuladamente a Remus. No quería que su amado Remus se volviera a sentir culpable por algo que no podía evitar.
Ojala y no sean tan explícitos con su transformación, rogaba Hermione internamente.
Segundos después Remus captó su mirada, y ella lo observó de tal manera que le infundió comprensión y amor. Él se sintió distinto ante esto, y fue como si todo el peso de la culpabilidad que sentía se iba desvaneciendo poco a poco.
—Harry —musitó Hermione, como si adivinara lo que pensaba él—, tenemos que quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.
—¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en voz baja.
—¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó Hermione—. No podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No debes hacer nada más!
—Está bien.
La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio del césped. Luego las vieron moverse.
Remus trataba de no prestar atención a su transformación, pensando en unos ojos chocolates.
ELLA ES NUESTRA CALMA. ELLA ES NUESTRA FORTALEZA. ELLA ES AMOR. ELLA ES NUESTRA. La voz grave del lobo dentro de él le volvía a susurrar cosas, y Remus no quería hacer caso de ellas.
Negó con la cabeza.
Que Hermione sea amable con nosotros, no quiere decir que sea nuestra, trato de razonar con su lobo interior, pero el lobo rugió todo lo contrario.
—Lunático, ¿qué te pasa? —le preguntó James.
—Nada —respondió este, sin mirarlo.
—¡Mira a Lupin! —susurró Hermione—. Se está transformando.
Hermione se maldijo internamente por decir aquello, volvió a mirar a Lupin para disculparse, pero ahora este no la miraba, él miraba la mesa.
—¡Hermione! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!
—No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo.
—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí!
Hermione ahogó un grito.
Remus empalideció al instante al saber que podría lastimar a Harry y Hermione si no huían rápido.
—No pasó nada, no nos lastimaste —le dijo Harry a Remus.
Este lo miró solo por unos segundos y asintió.
—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido! ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!
—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!
—Que oportuno fue que estuvieras celebrando, Hagrid —dijeron los gemelos Weasley sonriendo, pero una mirada de advertencia de su madre los hizo ponerse serios.
Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.
Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó pasar a Hermione y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.
—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco! —dijo a Harry.
—Sí…
Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría (Pero, entonces como harán para saber el momento indicado para ir por Sirius, dijo Andrómeda, preocupada por su primo). Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito.
—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los ojos para mirarlo. Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?
Andrómeda asintió, y murmuró un «exacto».
—No te preocupes tanto, Andrómeda —dijo Sirius—, estoy seguro que todo saldrá bien.
Snape maldijo internamente.
—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak… Pero ten cuidado, Harry. Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.
Hermione se volvió a maldecir por haber dicho tal cosa.
Estúpida Hermione, estás haciendo sentir mal a Remus. ¿Y así dices amarlo tanto? ¡Estúpida!, se regañó mentalmente.
Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir que los dementores se acercaban a Sirius… El otro Harry y la otra Hermione irían hacia él en cualquier momento…
Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.
Todos sentían curiosidad de saber quién era el que había lanzado el patronus. Y no veían el momento en que Charlie lo mencionara.
Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran, quería ver él. Tenía que enterarse…
Lily suspiró cansada, ya sabía que su hijo no se quedaría quieto.
Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes. Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la orilla opuesta… No tendría que acercarse a ellos.
Echó a correr. No pensaba más que en su padre… Si era él, si era él realmente, tenía que saberlo, tenía que averiguarlo.
Moody observó a Harry, ya había deducido lo que pasaría. Frunció el ceño.
Así que el que lanzó el patronus, fuiste tú, chico. Es admirable, pero también muy estúpido no tomar precauciones. Está claro que falta pulir tus estrategias, pensaba el auror.
Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.
Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él y miró por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente. Sintió emoción y terror: faltaba muy poco.
—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.
James se pasó una mano por desordenados cabellos, desordenándoselos más.
Como voy a aparecer, sino soy yo, se decía.
Pero nadie acudió (Por supuesto, ya lo dije, no soy yo, pensaba James). Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los dementores del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento de que apareciera el salvador. Pero no veía a nadie.
Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí mismo.
Todas las miradas recayeron sobre Harry. Estaban sorprendidos, Harry con solo trece años había podido hacer un patronus perfecto.
—Hmp —murmuró Moody—. Eso era obvio.
Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.
¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.
Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado, deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Lo vio bajar la cabeza y cargar contra los dementores… En ese momento galopaba en torno a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron.
—¡Vaya, eso es increíble, Harry! —exclamó Ted.
Harry se sonrojó levemente ante el cumplido.
Todos habían escuchado con sorpresa la lectura —ya que los del pasado y los del futuro— sabían lo que había sucedido realmente, ya que la verdad solo se la guardaban el trío de oro, y por supuesto el director.
Y aunque los compañeros de Harry sabían que él había podido hacer un patronus desde chico, ya que él les enseño hacer el suyo —o por lo menos los que estaban en el E.D.— no dejaban de sorprenderse de lo que habían escuchado.
El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un ciervo. Brillaba tanto como la luna… Regresaba hacia él.
—¿Un ciervo? —dijo James sorprendido y orgulloso—. ¿Tu patronus es un ciervo? —preguntó, y Harry asintió—. Mi patronus también es un ciervo —contó.
Harry sonrió.
—Sí, ya lo sabía —dijo.
James sonrió, y junto con él Lily y sus dos amigos merodeadores.
Hermione respiró tranquila al ver que Remus ya no estaba pálido y casi recuperaba su humor.
Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba a Harry con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y Harry comprendió:
—Cornamenta —susurró.
—Vaya, al final si tenías razón Harry —dijo James.
—¿Sobre qué? —preguntó Harry.
—Sobre que los cuatro merodeadores (a lo que Sirius le interrumpió diciendo que solo eran tres) nos habíamos juntado —aclaró Remus.
—Lunático, Cornamenta (haciendo alusión a su patronus) y yo —dijo Sirius, sonriendo verdaderamente.
Luego de esa pequeña conversación, Charlie continúo la lectura.
Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus dedos.
Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del corazón, oyó tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que se acercaba a toda prisa, tirando de Buckbeak.
—¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías.
—Pues qué bueno que no te obedeció, castaña —dijo Sirius.
Hermione resopló.
—Lo sé —fue lo único que dijo.
—Sólo he salvado nuestra vida… Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo explicaré.
Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido.
—¿Te ha visto alguien?
—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!
—No puedo creerlo… ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!
—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho… ¿No es absurdo?
—Tiene lógica —dijo Remus.
—Todo fue gracias a ti, Remus, por tus clases —dijo Harry.
Lupin se sonrojó.
—En realidad todo fue gracias a tu empeño —corrigió Remus.
Hermione sonrió.
—No lo sé… ¡Harry, mira a Snape!
Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black. Una cuarta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.
James y Sirius pusieron mala cara, ya que Snape se aprovecharía ese momento para contar las cosas a su modo, y por su puesto culpando a Sirius de todo.
—Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—. Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia.
Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra.
—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.
—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!
—¡Oh, no? ¿Y ahora quién es? —preguntó Frank.
—No nos digan que les pondrán las cosas difíciles —dijo Alice.
—No es eso —dijo Harry, y le hizo una seña para que Charlie continuara leyendo.
Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.
—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!
Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar. Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.
—¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí.
—Me imagino que habrá sido horrible para ti, ¿no, Hermione? —dijo Luna.
—Lo peor. Detesto volar —aseguró Hermione.
—Pero no creo que sea para tanto —dijo Fred—, has montado un Thestral…
—… y también un drag… —iba a decir George, pero fue interrumpido por su hermana.
—Nadie les ha pedido que hablen —los regañó.
Mientras que todos miraban sorprendidos a Hermione, Fred le murmuraba a su gemelo:
—Ya se me había olvidado el carácter de nuestra dulce hermanita.
George hizo un gesto raro, no le gustaba recordar que su hermano estaba muerto en el futuro.
Espoleó a Buckbeak con los talones.
Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba con fuerza a la cintura de Harry, que la oía murmurar:
—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta.
Los merodeadores y los dos pares de gemelos —Weasley y Prewett— reían de lo que Hermione había tenido que pasar.
Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las ventanas que pasaban como relámpagos.
—¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo.
Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles.
—¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal.
Black levantó la mirada. Harry vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.
—Me imagino que para mí yo del futuro debió haber sido sorprendente verlos llegar con Buckbeak —dijo Sirius—. Pero ¿cómo harán para sacarme de esa sala? —preguntó con curiosidad.
—Ahora lo sabrás —dijo Charlie, y empezó a leer.
—¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda a la túnica de Harry.
¡Alohomora!
La ventana se abrió de golpe.
—¿Cómo… cómo…? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.
—¿En serio, Canuto? Todavía te pones hacer preguntas —dijo amistosamente James.
—Tú también hubieras hecho preguntas si hubieras estado en mi lugar, Cornamenta —lo acuso el animago.
—Tal vez sí —reconoció James.
Imbéciles, pensaba Snape.
—Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.
Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de Buckbeak y montó detrás de Hermione.
—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos!
—¡Lo lograron! —exclamaron los gemelos Prewett.
—Eso no es novedad —dijo Neville—, ellos siempre se salen con la suya.
—No siempre —dijo Ron.
—Bueno, pero la mayoría de las veces sí —dijo Hannah.
El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry y Hermione se bajaron inmediatamente.
—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.
Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.
—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius.
—Estaba recuperándome, pero no es momento de seguir hablando —dijo Ron.
—¡Oye! Solo me preocupaba por ti —se defendió Sirius.
Ron rió al ver el gesto de ofendido que había puesto el padrino de su amigo.
—Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se curará. ¡Rápido, vete!
Pero Black seguía mirando a Harry.
—¿Cómo te lo puedo agradecer?
—Pues largándote de una vez, idiota —dijo James desesperado.
Sirius puso cara de ofendido, pero al final termino sonriendo.
—Tienes razón —dijo.
—¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Hermione.
Black observó a Hermione detenidamente.
—Lunático tenía razón. Realmente eres la bruja más brillante de tu edad —dijo a Hermione. Esta se sonrojó ante el cumplido, pero sonrió levemente.
Luego Sirius dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.
—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre!
Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Hermione se echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo… Animal y jinete empequeñecieron conforme Harry los miraba… Luego, una nube pasó ante la luna… y se perdieron de vista.
—Fin del capítulo —anunció Charlie.
—Lo único que no me gusta es que van a seguir creyendo que eres un criminal, Sirius —dijo Andrómeda.
—Ya lo resolveremos después, lo importante es que pude escapar —dijo Sirius, con una sonrisa que parecía que no se borraría de su rostro.





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LES DESEO AUNQUE SEA ATRASADO
UNA





11 comentarios:

  1. LA PRINCESA DE SIRUS27 de diciembre de 2016, 19:10

    aaaaahhhhhh, estoy tan emocionada, actualizaste rapido, muchas gracias, merodeadora black

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  2. LA PRINCESA DE SIRUS27 de diciembre de 2016, 19:20

    Y POR CIERTO ¡FELIZ NAVIDAD! A TI TAMBIEN

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  3. Que genial que hayas podido actualizar tan pronto, gracias :-D

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  4. genial, el capitulo estuvo maravilloso, y lo mejor de todo es que ya casi acabas con mi libro favorito ♥
    pero por favor has que Remus ya se entere de que Hermione sera su futura esposa, ya quiero ver mas interaccion por parte de ellos dos.
    Ah, y feliz navidad a ti tambien

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  5. Debo decir que me alegra que actualices rápido.. amo lo bien escrita que esta esta historia más que todo en los diálogo; Leí muchas historias que tenían una linda trama pero los diálogos están escritos algo infantiles y no me gustaban.. espero que sigas y felices fiestas :)

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  6. gracias por actualizar, espero que hayas pasado muy bien tu navidad y que lo pases genial en año nuevo, me gusto mucho el capitulo, opino lo mismo que cat love, ya quiero que remus sepa que hermione es su mujer.

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  7. cielos que bueno que hayas actualizado!!

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  8. Hermione Lupin Black31 de diciembre de 2016, 15:53

    genial, estuvo muy interesante este capitulo, me gusto

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  9. me fascino este capitulo, ya casi se acerca el final, pero ojala puedas escribir un acercamiento entre Hermione y Remus, me agrada mucho es pareja, aunque no es muy comun

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