Luego de que Lee terminara de leer, Kreacher hizo aparecer la
comida, aunque no muchos tenían ganas de almorzar, ya que después del capítulo
leído había bajo los ánimos a algunos, sobre todo a los merodeadores. Sirius
estaba enojado por todas las atrocidades que decían que él había hecho.
Yo nunca me alearía con
Voldemort, y mucho menos me atrevería a traicionar a mis amigos y matar a otro, se decía Sirius.
Por otra parte James también estaba un poco enojado. No podía
creer que uno de sus mejores amigos haya sido asesinado por otro, y ese otro no
era otro que Sirius Black, su hermano del alma.
No, todo esto tiene que
ser un error, pensaba James.
Remus no se encontraba de mejor ánimo que sus amigos. Él todavía estaba peor que los dos primeros,
porque él ya había descubierto la traición de uno de sus amigos; se sentía tan
impotente al no poder hacer nada, quería decir lo que había descubierto, pero
se contenía al ver los rostros sombríos de James y Sirius, ya que si lo decía
seria mucho peor, ellos dos serian capaz de forzar la salida de la sala e ir a
buscar a Peter en ese mismo momento y lo que le harían no sería bonito.
—Lo siento, pero yo no tengo hambre —dijo Sirius, se paró y
camino hacia las habitaciones.
Todos se quedaron sorprendidos por la actitud de Sirius, menos
Harry, los Weasley y Hermione, ya que ellos al convivir con Sirius en el número
de 12 de Grimmauld Place ya conocían su actuar cuando se sentía enojado,
frustrado.
Crookshanks levanto su cabeza de su plato para mirar la espalda del
merodeador, pero luego como si hubiera estado esperando que James fuera tras
Sirius, el gato siguió comiendo.
Al instante que James fuera tras Sirius, Lupin lo siguió.
Harry quiso levantarse y seguir a los merodeadores, pero Ron lo
detuvo.
—Tal vez ellos necesitan estar solos. Estarán bien —le dijo. Harry
asintió a regañadientes.
***
—Canuto —dijo James, cuando había entrado en la habitación de su
amigo.
Pero el animago no respondió.
—Sirius —ahora dijo Remus, pero el aludido tampoco respondió, ni
siquiera los miraba.
El animago solo estaba ahí, sentado en la cama, con los codos
sobre las rodillas y sus manos sobre su cara.
—Canuto —repitió James, acercándose a él.
Sirius levanto la cabeza y miró primero a James y luego a Remus.
—Yo no lo hice, yo nunca me alearía a Voldemort, ni los
traicionaría, ni mucho menos mataría a Peter, primero me muero antes de
traicionarlos —dijo Sirius.
—Lo sabemos —dijeron James y Remus al unísono.
James camino y sentó al lado del ojigris.
—Solo un idiota creería que tú eres un loco asesino, por favor,
¿tú un asesino, Canuto? Primero te empiezan a gustar los hombres —dijo James
tratando de subirles los ánimos a Sirius.
Y lo consiguió porque Sirius rió entre dientes.
—Además, no deberías hacer caso de todo lo malo que digan de ti
en el libro, tú eres inocente. Nadie te conoce como nosotros —agregó Remus.
Sirius miró de manera sospechosa a Remus.
—¿Tú también estuviste hablando con Crookshanks, Lunático? —preguntó.
Remus lo miró con confusión.
—¿Qué tiene que ver Crookshanks
en todo esto? —preguntó Lupin.
—Pues que él me dijo lo mismo que tú —respondió Canuto.
—¿Estuviste hablando con el gato de Hermione? —preguntó James, y
Sirius asintió—. Anoche, me levante porque no podía dormir y ahí me encontré
con Crookshanks.
—¿Y le entendiste? —preguntó Remus.
—Sí, o por lo menos Canuto le entendió —respondió Sirius.
Y entonces Sirius empezó a relatarles a sus amigos todo lo que
había hablado con el gato.
—Vaya, así que tú y Crookshanks
son amigos en el futuro —comentó James.
—Eso parece —respondió Sirius.
—Y dijo que Hermione sufría de pesadillas —preguntó Remus.
—Sí. ¿Estás muy preocupado por ella, Lunático? —preguntó Sirius.
—Un poco —reconoció Remus.
—Crookshanks dijo que esa
eran una de las secuelas que había dejado la guerra —respondió Sirius.
—Vaya, me
preguntó que más habrán tenido que pasar —comentó James.
—Por lo que he
notado nada bueno —dijo Sirius, soltando un suspiro—. Pero lo bueno es que es
que Harry, los pelirrojos y la hija de Lunático están con vida.
Remus frunció
el ceño.
—¡Sigues con
eso! Yo creí que ya te había quedado claro que nunca voy a tener hijos —afirmó
Remus.
—Sí tendrás
hijos, Lunático —dijo James.
Remus negó con
la cabeza.
—Pero Hermione
no es mi hija —aseguró—, no… no la siento como mi hija…
—¿Cómo la
sientes entonces? —preguntó Sirius.
Remus se sonrojó.
Él sentía que su lobo interior la quería, la quería para él sin importarle que
Hermione le pertenecía a otro licántropo. Y él, él tampoco podía mentirse a sí
mismo negando que Hermione le atraía, más de lo que él quisiera.
—Pues al
parecer ella y yo solo somos amigos, además en el futuro será mi alumna
—respondió un sonrojado Remus.
—Esa no fue la
pregunta que te hizo Canuto, pero lo dejaremos pasar por hoy —dijo James.
—Sí, lo
dejaremos pasar por hoy, solo porque aún no estoy seguro que Hermione sea tu
hija, pero no dudes que no lo averiguare —dijo Sirius.
Remus rodó los
ojos, era imposible tratar con esos dos cuando se ponían en el plan de
sabiondos.
—Cambiando de
tema, Crookshanks me dijo algo que me
confundió —dijo Sirius.
—¿Qué cosa?
—preguntó James, muy curioso.
—Él dijo que
había tratado de atrapar a la rata para mí, para así poder demostrar mi
inocencia, pero que al final no pudo —contó Sirius—, pero…
Remus se puso
pálido al instante de escuchar sobre la rata.
Peter y Scabbers son la misma persona, Sirius no lo mato, eso
era más que obvio, pero Peter fingió su muerte, dejando solo un dedo y se
escondió en casa de los Weasley fingiendo ser una simple rata, pensaba
Remus, horrorizado. Claro, todo
concuerda, a Scabbers le falta un dedo y lo único que quedo de Peter fue un
dedo…
—¿Lunático?
¿Lunático? —decía James, pero Remus estaba absorto en sus pensamientos.
—Hey, Remus
—dijo Sirius, caminando hacia él y poniéndole una mano en el hombro, ahí recién
reacciono—, ¿qué te pasa, amigo? Esta es la segunda vez que parece que te
fueras del planeta.
—Nada, nada…
solo estoy…
—Ah, ya se lo
que te pasa —dijo James.
Remus lo
observó con precaución.
—¿Lo sabes?
—preguntó.
—Por supuesto —dijo James, sonriendo ligeramente. Si lo supiera, no estaría sonriendo,
pensaba Remus—, te hace falta tu droga —Remus se confundió—, chocolate, te hace
falta un poco de chocolate.
—¿Chocolate? Claro —dijo Sirius—, Lunático no es Lunático sino
come un poco de chocolate —el animago camino hacia el pequeño buro y de allí
saco una barra de chocolate—. Toma, amigo, espero que con esto te dejes de
poner pálido.
Remus recibió el chocolate como un autómata.
—Gracias —susurró Remus, y empezó a abrir la envoltura.
—Creo que ya deberíamos de salir —comentó James.
Sirius hizo una mueca.
—Tienes razón, seguro que ya me extrañan —bromeó Sirius. Sí, el
bromeaba, pero en sus se podía ver la incomodidad.
—Pero yo creo que deberíamos de hablar con Crookshanks cuando todos estén durmiendo —dijo James.
—De acuerdo —aceptó Sirius, y Remus asintió sin haber puesto
atención a lo que había dicho James.
Cuando llegaron a sus sitios, todos lo miraban.
—Ya llegamos. ¿Nos extrañaron? —preguntó James.
Lily le sonrió, mientras que Snape murmuró algo por lo bajo.
—Te dije que estarían bien —susurró Ron a Harry.
Crookshanks apenas vio sentarse a Sirius volvió a acomodarse en sus
piernas.
Sirius sonrió acariciándole detrás de las orejas.
—Hola, amigo —susurró el animago.
—Bien, señorita Johnson, puede empezar a leer —dijo Dumbledore.
Angelina asintió, y cambio de página.
—“La saeta de fuego”
—leyó.
—¡La gran escoba! ¿Compraste esa gran escoba? —preguntó James a
su hijo.
—En realidad yo no la compre —respondió Harry.
—¿Entonces? —preguntó Sirius.
—Pues… —empezó Harry, pero Ron lo interrumpió.
—Se la regalaron.
—¿Quién? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Ya se enteraran —contestó Ginny, mirando disimuladamente a
Sirius.
Harry
no sabía muy bien cómo se las había apañado para regresar al sótano de
Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía
era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se
daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las
frases de la conversación que acababa de oír.
—Muy lógico —murmuró Andrómeda.
Lily se mordía el labio inferior con nerviosismo.
Solo espero que mi hijo
no cometa ninguna locura, pensaba Lily.
—Yo habgía estado en
la misma situación —comentó Fleur.
—Creo que todos lo habríamos estado, Fleur —dijo Bill.
¿Por
qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor
Weasley, Cornelius Fudge… ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus
padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?
Sirius se removió incomodo en su asiento.
—Seguramente pensaba que eso sería demasiado doloroso para ti
—dijo el señor Weasley.
—Aun así me hubiera gustado que me lo contaran y no enterarme de
esa manera —dijo Harry—. Ya que creía culpable a alguien inocente —agregó para
que Sirius no se sintiera mal.
Ron
y Hermione observaron intranquilos a Harry durante toda la cena, sin atreverse
a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca (Percy frunció el ceño. A lo que los gemelos dijeron:
Siempre tan inoportuno). Cuando subieron a la sala común atestada de
gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por
las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas
fétidas (Oh, aquellos tiempos, inolvidables,
dijeron los gemelos Weasley, sonriendo con añoranza, como si fueran unos
ancianos de ochenta años, pero la sonrisa se les borro cuando notaron la mirada
seria de su madre). Harry, que no quería que Fred y George le
preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el
dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y
rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que
Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de
sus padres (Todos comprendieron al instante lo que
Harry buscaba. Él quería encontrar a Sirius Black en esas viejas fotografías).
Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta
que…
Se
detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con
una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se
levantaba en todas direcciones (James
inconscientemente se pasó una mano por el pelo). Su madre, radiante de
felicidad, estaba cogida del brazo de su padre (Lily
sintió como miles de hipogrifos revoloteaban dentro de su estómago al
imaginarse el día de su boda con James). Y allí… aquél debía de ser. El
padrino. Harry nunca le había prestado atención.
Si
no hubiera sabido que era la misma persona no habría reconocido a Black en
aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la
cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría (Sirius
hizo un gesto de molestia, no quería ni imaginarse como se vería después de
pasar doce años en prisión). ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando
sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su
lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años
que lo dejarían irreconocible?
No debo de hacer caso de
todo lo malo que digan de mí en el libro, se repetía mentalmente Sirius.
«Pero
los dementores no le afectan —pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable
y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan
demasiado…»
Alastor miraba a Sirius y se preguntaba porque los dementores no
le afectaban como a los demás. Eso le parecía muy raro y más raro le parecía
que haya decidido escapar de Azkaban doce años después y no lo hubiera hecho a
los meses de ser apresado.
Harry
cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y
las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban
de la vista.
Se
abrió la puerta del dormitorio.
—¿Harry?
—preguntó la dubitativa voz de Ron.
Pero
Harry se quedó quieto, simulando que dormía. Oyó a Ron que salía de nuevo y se
dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos (Se suponía que harías algo para animarlo, eso fue lo que
me dijiste, le acusó Hermione. A lo que Ron alegó: Creía que dormía).
Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había
conocido (Lily miró a su hijo con tristeza de que
alguna vez haya sentido ese sentimiento de odio). Podía ver a Black
riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la foto del
álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew
(que se parecía a Neville Longbottom) (Neville hizo
un mueca de contrariedad, a lo que Harry le dirigió una mirada de disculpas)
volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un
murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián
secreto…» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la
misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le
acercaban.
Sirius apretó los puños, él nunca se alearía con un ser tan
repugnante como Voldemort, antes preferiría morir.
—Lo siento, Sirius —le dijo Harry al notar esa mirada oscura de
su padrino, la reconocía perfectamente era ira e impotencia—. Nada de lo que
pensaba era cierto.
—Harry…,
tienes un aspecto horrible.
Harry
no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado
el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta
la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta
y se frotaba el estómago, y Hermione, que había extendido sus deberes por tres
mesas.
McGonagall miraba a Hermione con cierta admiración, ya que la
castaña era incluso mucho más estudiosa y aplicada que Lily Evans.
Mientras que los Gryffindors recordaban a la castaña actuar de
manera desesperada en ese curso, y no quería que la interrumpieran, y lo peor
de todo era que no sabían porque parecía que ella tenía más deberes que los
demás.
—¿Por qué tú eres la única que parece tener más deberes que los
demás? —preguntó Frank.
—Eh, pues… —empezó Hermione, pero la voz de Remus la detuvo.
—Está bien estudiar, Hermione, pero creo que deberías tomártelo
con más calma.
—Sí, tienes razón —dijo una sonrojada Hermione—, lo comprendí,
por eso al siguiente curso solo lleve las materias necesarias y no me sature.
—¿Dónde
está todo el mundo? —preguntó Harry.
—¡Se
han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a
Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte
dentro de un minuto.
Harry
se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve
seguía cayendo. Crookshanks estaba
extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.
—¿Felpudo? —repitió Hermione, mientras que Crookshanks le dirigió una mirada nada amigable a Harry.
—Es
verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara
con preocupación.
—Estoy
bien —dijo Harry.
—Escucha,
Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente
disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.
—¿Cómo
qué? —dijo Harry.
—Como
ir detrás de Black —dijo Ron, tajante.
—No le des ideas, querido sobrino —dijeron los gemelos Prewett.
Harry
se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba
dormido. No dijo nada.
—Vaya, y nosotros que pensábamos que lo habíamos hecho sonar
casual —comentó Ron.
—No
lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione.
—Porque
no vale la pena morir por Black —dijo Ron.
—Siento haber dicho eso, Sirius —se disculpó Ron.
—No importa —dijo Sirius encogiéndose de hombros.
Harry
los miró. No entendían nada.
—¿Sabéis
qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron
con la cabeza, con temor—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y
si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser
asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si descubrierais que alguien que en
principio era amigo suyo la había traicionado y le había enviado a Voldemort…
Lily contuvo un sollozo, se sentía tan mal por el último
recuerdo que su hijo tenía de ella, pero también se sentía mal porque creyeran
que Sirius era el responsable de toda esa tragedia; y ella estaba segura que
todo lo que decían de Sirius no eran más que calumnias, ella conocía al
ojigris, y él podría ser irresponsable, impulsivo, bromista, arrogante y a
veces un poco idiota, pero nunca un asesino y traidor.
—No
puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los dementores atraparán
a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban… ¡y se llevará su merecido!
Hermione se mordió el labio inferior con nerviosismo y bajo la
mirada avergonzada por sus palabras.
—Ya
oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azkaban como a la gente normal.
No es un castigo para él como lo es para los demás.
—Entonces,
¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres… matar a Black?
Todos miraron a Harry, pero él no dijo nada al respecto, ¿para qué?,
solo haría sentir mal a su padrino. Además, de que se sentía muy avergonzado
por lo que estuvo a punto de hacer al final de su tercer curso.
—No
seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad
que no, Harry?
Harry
volvió a quedarse callado. No sabía qué pretendía. Lo único que sabía es que la
idea de no hacer nada mientras Black estaba libre era insoportable.
—Malfoy
sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de
Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»
Sirius le dirigió una mirada asesina a Draco.
—Yo solo lo dije para molestar a Potter —se justificó el rubio.
—Déjalo, Sirius, el chico es un idiota igual que su padre —dijo
James a su amigo.
—No soy como mi padre —siseó Draco, causando la sorpresa de
todos, y la molestia de Lucius.
—¿Qué quieres decir con, Draco? —exigió Lucius.
—Oh, ya lo veras, padre —respondió Draco.
Todos se quedaron en silencio luego de eso, y Angelina empezó a
leer nuevamente.
—¿Vas
a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha…
¿sabes lo que recibió a cambio la madre de Pettigrew después de que Black lo
matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de
Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar.
Black está loco, Harry, y es muy peligroso.
Pobre mujer. Al fin y al
cabo ella no tuvo la culpa de que su hijo fuera un miserable, pensaba Hermione.
—La Orden de Merlín, primera clase le quedo demasiado grande
—murmuró Harry.
—El
padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las
explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.
Por supuesto que
pertenecía a su círculo de allegados, pensaba el rubio con amargura.
—Llámalo
Quien Tú Sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado.
—Entonces
está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort…
—¡Y
a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew! (No es cierto, en ese tiempo era un bastardo, sí, pero no
me hubiera gustado presenciar eso. Lo único que quería era que se metiera en
problemas, admitió Draco) Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que
te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el partido de quidditch.
—No todo tiene que ver con quidditch, Ronald —dijo Hermione.
El pelirrojo iba a replicar, pero mejor decidió quedarse
callado.
—Harry,
por favor —dijo Hermione, con los ojos brillantes de lágrimas—, sé sensato.
Black hizo algo terrible, terrible. Pero no… no te pongas en peligro. Eso es lo
que Black quiere… Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo.
Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿verdad? ¡No querrían que fueras a
buscar a Black!
—Hermione tiene razón, hijo, a nosotros nunca nos hubiera
gustado que te pusieras en peligro —aceptó Lily.
—No
sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos
nunca —dijo Harry con brusquedad.
Harry se maldijo en su fuero interno, ya que pensaba que esas
palabras que había pronunciado con verdadera ira y odio llegarían a oídos de su
padrino, pero ahora veía con horror que sus palabras estaban lastimando a su adolescente
padrino y eso no le gustaba.
Hubo
un silencio en el que Crookshanks se
estiró voluptuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estremeció.
Seguramente que Peter
estaba en ese momento en el bolsillo de Ron, pensaba Lupin, al escuchar ese último párrafo.
—Mira
—dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es
Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le hemos visitado desde hace un montón de
tiempo.
—¡No!
—dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.
—Aguafiestas —murmuraron los gemelos Weasley.
—Sí,
vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a
Black al hablarme de mis padres!
Seguir
discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.
—No lo dejaste pasar, ¿verdad? —preguntó Lily a su hijo, pero en
el fondo sabia la respuesta.
Harry le sonrió con culpabilidad a su madre.
—Podríamos
echar una partida de ajedrez —dijo apresuradamente—. O de gobstones. Percy dejó
un juego.
—No.
Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.
—Tan terco como su madre, si, definitivamente es igual a ti,
pelirroja, me recuerda a cuando te negabas a una de las citas a las que
Cornamenta te invitaba —trato de bromear Sirius.
—Oh, Black, estás jugando con fuego y si sigues por ese camino
te vas a quemar —lo amenazó Lily. Logrando que los merodeadores rieran
quedamente.
Así
que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando
el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el
castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.
Caminaron
lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante,
mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque
prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña
de Hagrid parecía una tarta helada.
Ron
llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.
—¿No estabas en tu cabaña, Hagrid? —preguntó Ted.
Y Hagrid solo se sonrojó en respuesta.
—No
habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa.
Ron
pegó la oreja a la puerta.
—Hay
un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?
Harry
y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían
unos suspiros de dolor.
—¿Qué te paso, Hagrid? —preguntó una preocupada Lily.
Hagrid se sonrojo aún más todavía.
—Estaba triste —respondió con la cabeza baja.
—¿Pensáis
que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.
—¡Hagrid!
—gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?
Hubo
un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con
los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera
del chaleco de cuero.
—¿Qué puede ser tan malo? —preguntó Alice.
—¡Lo
habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry.
Como
Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no
era cuestión de risa (Lamento eso, Harry, se
disculpó Hagrid. A lo que Harry solo le sonrió como diciéndole que no pasaba
nada). Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y
Hermione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en
la cabaña, con la ayuda de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se
derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno
de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta.
—No sé porque creo que todo esto tiene que ver con Malfoy —dijo
Sirius a los otros dos merodeadores.
—Puede ser —dijo James.
—¿Pero que le puede haber hecho Malfoy? —preguntó Remus.
Sirius se lo pensó un rato.
—Buckbeak —dijo Sirius.
—Cierto, el hipogrifo —confirmó
James—. Oh, esos Malfoy —gruñó.
—¿Qué
pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada.
Harry
vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.
—¿Qué
es, Hagrid?
Hagrid
redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:
Estimado
Señor Hagrid:
Lucius sonrió con burla.
Esa cosa un “señor”, por supuesto, ¿en qué planeta?, pensó con maldad.
En relación con nuestra indagación sobre el ataque de
un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la
garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan
lamentable incidente.
—Pero eso es bueno, Hagrid —dijeron los gemelos Prewett.
—Estupendo,
Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro.
Pero
Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a
Harry a que siguiera leyendo.
Draco se removió incomodo en su asiento, ya que él había tenido
que ver en eso, porque si no le hubiera contado a su padre sobre el accidente
que tuvo —por no seguir las indicaciones de Hagrid— nada de eso hubiera pasado.
Sin embargo, debemos hacer constar nuestra
preocupación en lo que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar
curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y este asunto
será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La
vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el
hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado.
Mientras tanto, el hipogrifo deberá permanecer atado y aislado.
Atentamente…
—Sabía que Malfoy tenía que ver en todo esto —dijo Sirius con
amargura, mientras que Lucius le sonreía con altanería.
—Eres un maldito, Malfoy —dijo James.
—Yo no hablo con traidores a la sangre —contestó Lucius.
James iba a sacar su varita, pero la voz de Hermione lo detuvo.
—No merece la pena, señor Potter.
Seguía
la relación de los miembros del Consejo Escolar.
—¡Vaya!
—dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak
no es malo. Seguro que lo consideran inocente.
Andrómeda negó con la cabeza.
—Nada es justo cuando un Malfoy está en medio —dijo la hermana
mayor de Narcissa.
—No
conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas…
—dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado
con los animales interesantes.
Un
ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que
Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak,
el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de
sangre el suelo.
—¡No
podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—.
¡Completamente solo! ¡En Navidad!
—Eso es tan tierno de tu parte, Hagrid —comentó Luna.
Alice, la madre de Neville, asintió estando de acuerdo con la
rubia.
Harry,
Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él
llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos
terroríficos». Pero Buckbeak no
parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de
Hagrid, era una verdadera ricura.
—Bueno, considerando a la acromantula del segundo curso —dijo
Fabian, haciendo que Hagrid se le pusieran brillantes los ojos, por las
lágrimas contenidas.
—Y al dragón y al perro de tres cabezas —dijo Gideon.
—Pues sí, Buckbeak entra en la categoría de «ricura»
—terminaron a coro los gemelos Prewett.
—Tendrás
que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una
mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar
que Buckbeak no
es peligroso.
—¡Dará
igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos
esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak…
Se
pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia
delante, hundiendo el rostro en los brazos.
Lucius sonrió con maldad.
Draco lo vio de reojo a su padre y negó con la cabeza al
detectar esa sonrisa.
Será muy difícil hacer
cambiar de parecer a padre, pensaba Draco.
—Al final él comprenderá —Astoria le susurró en el oído de
Draco, como si hubiera adivinado sus pensamientos.
Draco tomo la mano de Astoria y le dio un ligero apretón.
—¿Y
Dumbledore? —preguntó Harry.
—Ya
ha hecho por mí más que suficiente —gimió Hagrid—. Con mantener a los
dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.
Todos se preguntaban cuál sería la reacción de Harry después de
que Hagrid mencionara a Sirius.
Ron
y Hermione miraron rápidamente a Harry, temiendo que comenzara a reprender a
Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a
hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y
asustado.
Por lo menos en ese
momento dejo su odio innecesario atrás, pensaba Lily.
—Escucha,
Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que
necesitas es una buena defensa. Nos puedes llamar como testigos…
—No creo que el testimonio de tres chicos le valiera de mucho
para esos tipos —dijo Arthur.
Y Charlie asintió.
—Estoy
segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo
Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te
informaré de qué sucedió exactamente.
Hagrid miró con agradecimiento a Hermione, aunque al final no le
sirvió de mucho todo lo que la castaña le había escrito porque él no pudo
defender a Buckbeak como quería.
Hagrid
lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Hermione miraron a Ron implorándole
ayuda.
—Eh…
¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi
madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.
Molly le sonrió enternecida a su hijo, el cual se encontraba sonrojado
por la burla de sus hermanos gemelos.
Por
fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de
té delante, Hagrid se sonó la nariz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y
dijo:
—Tenéis
razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que recobrarme…
Fang,
el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una
rodilla de Hagrid.
—Estos
días he estado muy raro —dijo Hagrid, acariciando a Fang
con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He
estado muy preocupado por Buckbeak y
porque a nadie le gustan mis clases.
—No eres un mal profesor, Hagrid —dijo Hermione—, tus clases son
muy entretenidas porque siempre son prácticas. Y si algunos dicen que les
gustan tus clases, no es por ti, es solo que no a todos les gustan tanto los
animales como a ti.
—Oh, Hermione, tú eres tan buena conmigo —dijo Hagrid con la voz
entrecortada, sacando un inmenso pañuelo para secarse las lágrimas
traicioneras.
—De
verdad que nos gustan —se apresuró a decir Hermione.
—¡Sí,
son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los
gusarajos?
—Muertos
—dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada lechuga.
—¡Oh,
no! —exclamó Ron. El labio le temblaba.
—Mala idea en hacer esa pregunta, hermanito —dijeron los gemelos
Weasley.
—Y
los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento
repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar
junto a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban.
Se
quedó callado, bebiéndose el té. Harry, Ron y Hermione lo miraban sin aliento.
No le habían oído nunca mencionar su estancia en Azkaban (No creo que sea un tema agradable del cual platicar,
dijo Ted). Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez:
—¿Tan
horrible es Azkaban, Hagrid?
Hermione se sonrojó ligeramente.
Fui una imprudente al
hacer esa pregunta, pensaba Hermione.
—No
te puedes hacer ni idea —respondió Hagrid, en voz baja—. Nunca me había
encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de
recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió
mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norberto…
—Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norberto
era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de
cartas—. Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de
seguir viviendo (¿Cómo pude soportar estar doce años impresión?, se preguntaba
Sirius, luego de escuchar lo que describía Hagrid). Yo hubiera querido
morir mientras dormía. Cuando me soltaron, fue como volver a nacer; todas las
cosas volvían a aparecer ante mí. Fue maravilloso. Sin embargo, los dementores
no querían dejarme marchar.
—¡Pero
si eras inocente! —exclamó Hermione.
—Los dementores son unas criaturas que no comprenden de esas cosas,
a ellos lo único que les importa es arrebatarles los recuerdos felices a las
personas —explicó Dumbledore, con una mirada seria.
Algunos se estremecieron ante la explicación.
Hagrid
resopló.
—¿Y
crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a
quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o
inocentes. —Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su
taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak,
para que se alejara volando… Pero ¿cómo se le explica a un hipogrifo que tiene
que esconderse? Y… me da miedo transgredir la ley… —Los miró, con lágrimas
cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban.
—Oh, Hagrid —dijo Alice, con voz tierna como si le hablara a un
niño—, solo espero que todo salga bien.
Hagrid asintió.
—Por lo menos Buckbeak salió con vida —respondió el
semi-gigante.
Alice quiso preguntar que como lo
logro, pero al final se contuvo, mejor esperaría a que la lectura siguiera su
curso y así se enteraría de lo que paso.
La
visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido
el efecto que Ron y Hermione deseaban. Harry no se había olvidado de Black,
pero tampoco podía estar rumiando continuamente su venganza y al mismo tiempo
ayudar a Hagrid a ganar su caso (Ayudar a Hagrid mantendrá ocupado a mi hijo
y eso evitara meterse en problemas, pensaba Lily). Él, Ron y
Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común
cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak.
Los tres se sentaron delante del abundante fuego, pasando lentamente las
páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famosos de animales
merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los
otros.
—Sí que estabas preocupado por ayudar a Hagrid, Ron —dijo un
sorprendido Fred.
—Es cierto, porque para que te pusieras a leer un libro por
voluntad propia es muy difícil —siguió George.
Ron observó a sus hermanos con enojo.
—Aquí
hay algo. Hubo un caso, en 1722… pero el hipogrifo fue declarado culpable. ¡Uf!
Mirad lo que le hicieron. Es repugnante.
—Esto
podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó
a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta… ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el
mundo le daba demasiado miedo acercarse…
—Eso no es de mucha ayuda —comentaron los gemelos Prewett.
Entretanto,
en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños,
que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para
apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro
de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce
habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas. En los pasillos
había un fuerte y delicioso olor a comida que, antes de Nochebuena, se había
hecho tan potente que incluso Scabbers
sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear.
Ron bufó.
Le molestaba de sobremanera haber convivido prácticamente toda
su niñez con el traidor de Colagusano, y lo peor de todo era que hasta dormía
con él.
Qué asco, pensaba el pelirrojo.
La
mañana de Navidad, Ron despertó a Harry tirándole la almohada.
—Bonita forma de despertar a tu mejor amigo, Ron —los gemelos
Weasley fingieron regañar a su hermano, pero al final la risa los delato.
—Tontos —les dijo Ron.
—¡Despierta,
los regalos!
Harry
cogió las gafas y se las puso. Entornando los ojos para ver en la
semioscuridad, miró a los pies de la cama, donde se alzaba una pequeña montaña
de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus regalos.
—Otro
jersey de mamá. Marrón otra vez. Mira a ver si tú tienes otro.
—Debiste haberme dicho que no te gustaba el color marrón,
querido —dijo una apenada Molly.
—No importa, mamá… me gustan los yerseys que me haces, en serio
—mintió Ron para no hacer sentir mal a su madre.
Harry
tenía otro. La señora Weasley le había enviado un jersey rojo con el león de
Gryffindor en la parte de delante, una docena de pastas caseras, un trozo de
pastel y una caja de turrón (James y Lily
agradecieron a Molly por las atenciones que tenía con su hijo). Al
retirar las cosas, vio un paquete largo y estrecho que había debajo.
—¿Qué
es eso? —preguntó Ron mirando el paquete y sosteniendo en la mano los
calcetines marrones que acababa de desenvolver.
—No
sé…
Harry
abrió el paquete y ahogó un grito al ver rodar sobre la colcha una escoba
magnífica y brillante. Ron dejó caer los calcetines y saltó de la cama para
verla de cerca.
—¡Oh, Merlín! ¡Es esa fabulosa escoba! —exclamó James tan
rápidamente que casi se olvidó de respirar.
—Respira, James —lo amonestó Lily—, es solo una escoba.
Hermione asintió, mientras que todos los amantes de quidditch
miraron a Lily como si fuera un extraterrestre.
—¿Qué? —preguntó Lily.
—No es solo una escoba, pelirroja —dijo Sirius—, es la mejor
escoba del momento, todos quisieran tener una, hasta yo, aunque en este tiempo
aún no se ha inventado.
Lily y Hermione rodaron los ojos con exasperación.
—No
puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego,
idéntica a la escoba de ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la
tienda del callejón Diagon. El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano
encima. La sentía vibrar. La soltó y quedó suspendida en el aire, a la altura
justa para que él montara. Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a
las aerodinámicas ramitas de abedul y perfectamente lisas que formaban la cola.
—Sin duda una de las mejores escobas —dijeron los gemelos
Prewett.
—Me pregunto quién pudo haberle hecho un regalo tan costoso —dijo
Remus.
Harry y Ron compartieron una mirada cómplice.
—¿Quién
te la ha enviado? —preguntó Ron en voz baja.
—Mira
a ver si hay tarjeta —dijo Harry.
Ron
rasgó el papel en que iba envuelta la escoba.
—¡Nada!
Caramba, ¿quién se gastaría tanto dinero en hacerte un regalo?
—Todos nos preguntamos lo mismo —dijo Ted.
—Bueno
—dijo Harry, atónito—. Estoy seguro de que no fueron los Dursley.
—Por supuesto que no, conociendo a tus tíos… —empezó George.
—… ellos no te regalarían ni siquiera las ramas de un árbol para
que así empieces a armar tu escoba —terminó Fred.
Lily hizo un gesto de molestia al recordar que su hermana y el
ogro que tenía por esposo nunca trataron bien a su hijo.
—Estoy
seguro de que fue Dumbledore —dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de
Fuego, admirando cada centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible…
—Había
sido de mi padre —dijo Harry—. Dumbledore se limitó a remitírmela. No se
gastaría en mí cientos de galeones. No puede ir regalando a los alumnos cosas
así.
—Ya lo creo —dijo Alice—, tan solo imagínense que sea el
profesor Dumbledore quien le hubiera regalado esa escoba tan cara a Harry, y si
eso llegara a oídos de los demás jugadores de quidditch, todos querrían que el
profesor les comprara una escoba igual.
—Ése
es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún
imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió
estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfermo!
¡Ésta es una escoba de profesional!
—No
me lo puedo creer —musitó Harry pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras
Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry pensando en Malfoy.
Draco rodó los ojos.
—Que infantil, Weasley —le dijo con sorna, aunque tenía que
admitir que estuvo celoso de que Harry Potter tuviera una escoba como esa y él
solo una Nimbus 2001.
—¿Quién…?
—Ya
sé… quién ha podido ser… ¡Lupin!
—¿Qué?
—dijo Harry riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría
comprarse una túnica nueva.
Remus se sonrojo.
—Ese no fue un comentario educado, Harry Potter —lo regañó
Hermione.
Ni Sirius, ni James paso desapercibido que Hermione había
defendido a su amigo. Y esa no era la primera vez, ya que la castaña siempre
sacaba cara por Remus, de uno u de otra manera.
—Yo, en verdad lo siento, no lo dije con intención de ofenderte,
Remus —se disculpó Harry. Aunque en el fondo esperaba que la tierra se abriera
y se lo tragara por haber dicho eso, y aunque solo tenía trece años en ese
tiempo estuvo mal lo que dijo.
—Está bien, Harry, no hay problema —dijo Remus, sonriendo
nerviosamente, pero aun con el rostro sonrojado.
—Sí,
pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera,
pero tal vez se enterase y decidiera acercarse al callejón Diagon para
comprártela.
—¿Qué
estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo.
—Bueno,
no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los
orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas?
Si Lupin no se encontraba
en la enfermería el día del partido, entonces ¿dónde estaba?, se preguntaba Alastor, mirando sospechosamente a Remus.
Harry
miró a Ron frunciendo el entrecejo.
—No
me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste.
—¿De
qué os reís los dos?
Hermione
acababa de entrar con el camisón puesto y llevando a Crookshanks,
que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello.
—Eso es muy injusto —dijo Sirius.
—¿Qué es lo injusto, Canuto? —preguntó James.
—Pues que las chicas puedan entrar a nuestras habitaciones y
nosotros no podamos entrar en las habitaciones de ellas —respondió Sirius.
—No lo creo, Sirius —dijo Remus, y el aludido lo miró—, algunos
como tú se aprovecharían de ese privilegio.
—Eres cruel, Lunático —dijo Sirius, bromeando un poco.
—¡No
lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers
de las profundidades de la cama y metiéndosela en el
bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso (Eso
no es novedad, comentaron los gemelos Weasley, ganándose una mirada de reproche
de su hermano menor). Dejó a Crookshanks
en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con
la boca abierta.
—¡Vaya,
Harry! ¿Quién te la ha enviado?
—No
tengo ni idea. No traía tarjeta.
Ante
su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se
ensombreció su rostro y se mordió el labio.
—¿Por qué? —le preguntó Andrómeda a Hermione.
—Pues temía que la persona que le hubiera regalado a Harry una
escoba tan cara, podría tener segundas intenciones —respondió Hermione.
—¿Creías que podrían lastimarlo? —preguntó una asustada Lily.
Hermione asintió.
—Pero… —empezó a decir James, pero Sirius lo interrumpió.
—No hay que ser muy inteligente para saber que la castañita
pensaba que yo le había regalo esa escoba a Harry y que por medio de esta lo
lastimaría.
—Lo siento, Sirius —se disculpó Hermione—, no era mi intención
desconfiar de ti.
—Descuida, ya me estoy acostumbrando a esto —dijo el animago,
mostrando una sonrisa que nadie pudo descifrar, excepto sus amigos y Harry.
—¿Qué
te ocurre? —le preguntó Ron.
—No
sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es
una escoba magnífica, ¿verdad?
Ron
suspiró exasperado:
—Es
la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró.
—Así
que debe de ser carísima…
—Probablemente
costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara
radiante.
—Eso es cierto —dijo Daphne—, la saeta de fuego costaba unos
buenos galeones.
—Bueno,
¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin si quiera decir quién es?
—¿Y
qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una
vuelta en ella? ¿Puedo?
—Creo
que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione.
—No te ofendas, Hermione, pero si actuabas un poco aguafiestas
—le dijo Seamus.
Hermione lo miró ofendida.
—Yo solo me preocupaba por ellos —respondió la castaña,
señalando a Harry y a Ron.
—Seamus, amigo —le susurró Dean—, no es bueno hacer enojar a una
mujer embarazada.
—¿Por qué? —preguntó Seamus, en el mismo tono de voz que uso
Dean.
—Porque si no se ponen a llorar descontroladamente, se ponen
coléricas y te podrían golpear con lo primero que encuentren o en este caso
hasta de podría lanzar la maldición asesina.
Harry
y Ron la miraron.
—¿Qué
crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.
Pero
antes de que Hermione pudiera responder; Crookshanks,
saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.
—Oh, no, otra vez tu gato tratando de dar caza a la rata de Ron
—comentó Frank a Hermione.
Remus se incomodó al escuchar sobre “Scarbbers”.
—¡LLÉVATELO
DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks
le rasgaban el pijama y que Scabbers
intentaba una huida desesperada por encima de su hombro.
Cogió a Scabbers por
la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks,
pero calculó mal y le dio al baúl de Harry; volcándolo. Ron se puso a dar
saltos, aullando de dolor.
Los gemelos Prewett y los gemelos Weasley rieron de Ron.
—Vaya, Ron, derrotado por un pequeño gatito —se burlaron ambos
pares de gemelos.
Hasta Luna rieron quedamente. Ron la miró ofendido.
—Se supone que debes de estar de mi parte —le reclamó.
—Y lo estoy, pero no deja de ser gracioso que patearas el baúl
de Harry —dijo la rubia.
—Pues me dolió mucho y casi pierdo un dedo —exageró Ron.
—Que exagerado, Ron —dijo Ginny rodando los ojos.
A
Crookshanks se
le erizó el pelo. Un silbido agudo y metálico llenó el dormitorio. El
chivatoscopio de bolsillo se había salido de los viejos calcetines de tío
Vernon y daba vueltas encendido en medio del dormitorio.
—Otra vez ese extraño comportamiento en el chivatoscopio —dijo
Andrómeda.
—Ni tan extraño —murmuró Remus.
—¿Dijiste algo, Lunático? —le preguntó James.
—Nada —respondió Remus, negando con la cabeza.
—¡Se
me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca
me pongo esos calcetines si puedo evitarlo…
En
la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks
le bufaba y enseñaba los colmillos.
—Debe molestarle el ruido —dijo Susan Bones.
—Sería
mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la
cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese
chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio,
los ojos amarillos de Crookshanks todavía
maliciosamente fijos en Ron.
—Entre más escucho de Crookshanks,
me doy cuenta de que no es un gato común y corriente, Hermione —dijo Alice.
Claro que no común y
corriente, Crookshanks es
mitad kneazle, pensaba Sirius, acariciando al gato
detrás de las orejas.
—Crookshanks es
especial —fue la única respuesta de Hermione.
Harry
volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único
que se oyó entonces fueron los gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers
estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque
siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente
ver que Scabbers,
antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del
pelo.
Sin duda parece estarla
pasando mal, pensaba Remus. Será solo por Crookshanks o seria que el
Sirius del futuro ya había descubierto la verdad y también quería darle caza.
—No
tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.
—¡Es
el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se
encontraría perfectamente!
—Por supuesto que estaba estresado —afirmó Ron—, pero no solo
por Crookshanks.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Arthur a su hijo.
—Digamos que alguien más estaba detrás de él —respondió Ron, y
se apresura a hacerle una seña a Angelina para que continuara leyendo.
Pero
Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho
que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers
tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al
final de su vida. Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers
era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría
su muerte.
—Créeme, amigo, no lo lamente —susurró Ron a Harry.
Fue un miserable, pero no
fue agradable verlo morir, pensó Ron.
Aquella
mañana, en la sala común de Gryffindor; el espíritu navideño estuvo ausente.
Hermione había encerrado a Crookshanks en
su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una
patada. Ron seguía enfadado por el nuevo intento de Crookshanks
de comerse a Scabbers (Tontos leones, dijo Snape entre
dientes). Harry desistió de reconciliarlos (Aparte de que sería una tarea difícil, dijo Neville)
y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala
común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor.
No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella
también hubiera criticado a su gato.
—Sí, muy gracioso, Harry —dijo con sarcasmo la castaña, cuando
vio sonreír al ojiverde y a los merodeadores.
A
la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a
arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una
mesa con doce cubiertos.
Se
encontraban allí los profesores Dumbledore, McGonagall, Snape, Sprout y
Flitwick, junto con Filch, el conserje, que se había quitado la habitual
chaqueta marrón y llevaba puesto un frac viejo y mohoso. Sólo había otros tres
alumnos: dos del primer curso, muy nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de
rostro huraño.
—Hagrid no está —comentó Frank.
—Estaba haciéndole compañía a Buckbeak, el pobrecito parecía presentir que algo malo pasaba —respondió
Hagrid.
—Comprendo —dijo Molly.
—Lupin también parece estar ausente
—dijo el auror, con voz sospechosa.
Remus se puso pálido. Él sabía porque
no estaba en el Gran Comedor, y todo era por la luna llena.
Hermione noto la palidez de Remus y
quiso ir donde el auror y decirle que no se metiera con su esposo porque él era
una persona correcta.
—Seguramente seguía enfermo, Alastor
—dijo Dumbledore.
El auror asintió, pero aun miraba a
Remus con sospecha. Le parecía raro su ausencia en Navidad y el día del partido
se suponía que él tenía que estar en la enfermería, pero no lo estaba.
—¡Felices
Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—.
Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de los colegios.
¡Sentaos, sentaos!
Harry,
Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.
—¡Cohetes
sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno
grande de color de plata. Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un
estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja
grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.
Todos los que recordaron el boggart de Neville rieron al
recordar a Snape vestido como la abuela del hijo de Frank y Alice. Snape
frunció el ceño, pero cuando escucho la risa de Lily relajo el rostro, con ella
no podía enojarse.
Harry,
acordándose del boggart, miró a Ron y los dos se rieron (Malditos mocosos, dijo entre dientes Snape). Snape apretó los
labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por
aquél.
—Nunca me gusto esos sombreros que usa mamá —susurró Frank a
Alice—. Como broma seria genial, pero ella lo usa todos los días.
—Oh, cariño, nada puedes hacer para evitarlo —dijo Alice—, tu
madre es muy terca.
—Lo sé —dijo Frank.
—¡A
comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo.
Mientras
Harry se servía patatas asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a
abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera
sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas
que acentuaba su aspecto de libélula gigante.
—Eso fue grosero, Harry —le reclamó Parvati.
—Pero en verdad parecía una libélula gigante —afirmó Ron,
defendiendo a su amigo del reclamo de Parvati.
Parvati miró mal a Harry y Ron.
—¡Sybill,
qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledore, poniéndose en pie.
—He
estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora
Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando
mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los
designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero os ruego que me
perdonéis por la tardanza.
—Así que solo asistió al almuerzo porque se vio compartiendo la
mesa con los demás —dijo Ted, haciendo una mueca rara.
—Está un poquito demente —comentó Andrómeda.
Parvati bufó al escuchar lo que decían de su amada profesora.
—Por
supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla…
E
hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas
antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora
Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la
mesa y de pronto dio un leve grito.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó una exasperada Lily.
—Se dio cuenta de que si ella se sentaba en la mesa serian trece
—respondió Hermione.
Lily rodó los ojos, entendiendo lo que eso quería decir para la
profesora.
—¡No
me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte!
¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es
el primero en morir!
—¡Oh, por Merlín! —exclamó Lily con molestia—. Porque siempre
tiene que estar hablando de muerte.
—Nos
arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor,
siéntate. El pavo se enfría.
La
profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos
cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa.
La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima.
—¿Quieres
callos, Sybill?
La
profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a
su alrededor y dijo:
—No lo digas —dijo Sirius, y Angelina detuvo la lectura—,
predijo otra muerte —bromeó.
James y Remus rieron, mientras que Parvati fruncía el ceño.
—Pero
¿dónde está mi querido profesor Lupin?
—Vaya, Lunático, tienes una admiradora —dijo James sonriendo
como el gato de Alicia en el país de las maravillas.
Remus se sonrojó.
—Y le hacías visitas nocturnas en la torre norte, Lunático
—insinuó Sirius.
—¡Claro que no! —dijo Hermione, elevando un poco la voz, ya que
de solo pensar a su Remus con la profesora Trelawney se le revolvía el
estómago.
Todos la miraron, esperando a que dijera algo más, pero Hermione
que se había dado cuenta de su arrebato solo se sonrojó.
—¿Cómo puedes saber eso, castaña? —preguntó Sirius.
—Eh… pues…
—Creo que eso no es importante —dijo Harry interrumpiendo a su
amiga—, porque mejor no seguimos con la lectura —y sin esperar respuesta miró a
Angelina para que continuara leyendo.
La ex Gryffindor asintió.
—Gracias, Harry —susurró Hermione a Harry.
—Me
temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledore, animando a todos a que se
sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad.
A pesar de que Remus había escuchado sobre su “recaída” no le
tomo importancia, él solo se preguntaba porque Hermione había reaccionado de
esa manera.
Todo es tan confuso, pensaba.
—Pero
seguro que ya lo sabías, Sybill.
La
profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall.
—Por
supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de
saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior,
para no poner nerviosos a los demás.
—Pues parece que no se esforzaba lo suficiente —dijo Dean.
—¿Tú también, Dean? —lo amonestó Parvati.
—Oh, vamos, no es para tanto —dijo Seamus y Dean asintió.
—Eso
explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall.
La
profesora Trelawney elevó la voz:
—Si
te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto (¡Esta loca!, exclamaron James y Sirius). Él mismo
parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino
en la bola de cristal, huyó.
Cuando escuché que Remus nos dejaría pronto,
no pude evitar preocuparme, recordó Hermione. Pero luego me lo pensé mejor y decidí no
hacerle caso a lo que había dicho la profesora Trelawney.
—Me
lo imagino.
—Dudo
—observó Dumbledore, con una voz alegre, pero fuerte que puso fin a la
conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin
esté en peligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?
—Sí,
señor director —dijo Snape.
James y Sirius miraron con aprensión a Snape. Mientras que Remus
se preguntaba qué porque era vital que el tomara la poción que Snape le
preparaba.
—Tan solo espero que hayas querido envenenar a Lunático,
Quejicus —dijo James.
—No era veneno —se apresura a decir Harry—, se podría decir que
era una especie de calmante —agregó cuando James lo miró con interrogación.
—¿Calmante? —preguntó Sirius.
—Ya lo descubrirán —dijo Hermione, quien parecía impaciente.
—Bien
—dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier
momento. Derek, ¿has probado las salchichas? Son estupendas.
El
muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había
dirigido directamente a él, y cogió la fuente de salchichas con manos
temblorosas.
La
profesora Trelawney se comportó casi con normalidad hasta que, dos horas
después, terminó la comida. Atiborrados con el banquete y tocados con los
gorros que habían salido de los cohetes sorpresa, Harry y Ron fueron los
primeros en levantarse de la mesa, y la profesora dio un grito.
—Es exasperante —susurró
McGonagall.
—Y ahí comienza el drama —dijo Ron.
—¡Queridos
míos! ¿Quién de los dos se ha levantado primero? ¿Quién?
—No
sé —dijo Ron, mirando a Harry con inquietud.
—Dudo
que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que
un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que
salga al vestíbulo.
Los merodeadores se quedaron mirando a la profesora McGonagall
de su tiempo. Ella se sintió incomoda.
—¿Qué les sucede, señores Potter, Black y Lupin? —preguntó.
—Siempre lo supe —dijo James.
—Es sorprendente —dijo Remus.
La profesora los miraba con el ceño fruncido.
—Minnie, tienes la chispa merodeadora —ahora habló Sirius, con
los ojos brillantes como si estuviera a punto de llorar.
—Oh, vasta, ustedes tres —los regañó la profesora, pero tratando
de no sonreír por las ocurrencias de sus alumnos.
Incluso
Ron se rió. La profesora Trelawney se molestó.
—¿Vienes?
—dijo Harry a Hermione.
—No
—contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall.
—¿Y qué tenías que hablar con Minnie? —la interrogó James.
Hermione no respondió, solo se mordió el labio inferior.
—Probablemente
para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no
había ningún loco con un hacha.
Hermione miró con seriedad a su pelirrojo amigo.
Cuando
llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la
Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts y su robusto
caballo. Se levantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una
jarra de hidromiel.
—¡Felices,
hip, Pascuas! ¿La contraseña?
—«Vil
bellaco» —dijo Ron.
—Que contraseña —comentó Ted.
—¡Lo
mismo que vos, señor! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se
abría hacia delante para dejarles paso.
Harry
fue directamente al dormitorio, cogió la Saeta de Fuego y el equipo de
mantenimiento de escobas mágicas que Hermione le había regalado para su cumpleaños,
bajó con todo y se puso a mirar si podía hacerle algo a la escoba; pero no
había ramitas torcidas que cortar y el palo estaba ya tan brillante que
resultaba inútil querer sacarle más brillo. Él y Ron se limitaron a sentarse y
a admirarla desde cada ángulo (¿La admiraron en vez
de salir a dar una vuelta con ella?, dijeron los gemelos Prewett negando con la
cabeza) hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció
acompañada por la profesora McGonagall.
—¿Y qué hacia la profesora McGonagall allí? Ni Harry ni Ron
habían infringido las normas —dijo Sirius.
Hermione se sonrojó.
Aunque
la profesora McGonagall era la jefa de la casa de Gryffindor; Harry sólo la
había visto en la sala común en una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él
y Ron la miraron mientras sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su
lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.
—No me da buena espina —comentó Sirius, mirando a Hermione.
—Conque
es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a
la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de
decir que te han enviado una escoba, Potter.
Harry
y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima
del libro, que estaba del revés.
—Tal vez también le gusta leer de esa manera así como a mí —dijo
Luna—, ¿querías encontrar hechizos secretos, Hermione? —le preguntó.
Hermione negó con la cabeza.
—¿Puedo?
—pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de
las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—.
Mmm… ¿y no venía con ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tarjeta? ¿Ningún mensaje de
ningún tipo?
—Nada
—respondió Harry, como si no comprendiera.
—Ya
veo… —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar;
Potter.
—¡¿Qué?! ¿Por qué? —exclamaron James, Sirius, los gemelos
Prewett y uno que otros alumnos que sentían admiración por la saeta de fuego.
—¿Qué?,
¿qué? —dijo Harry, poniéndose de pie de pronto—. ¿Por qué?
—Tendremos
que examinarla para comprobar que no tiene ningún hechizo —explicó la profesora
McGonagall—. Por supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch
y el profesor Flitwick la desmontarán.
—¿Desmontarla? —dijeron James y Sirius.
—No es tan grave —dijo Lily. James la miró ofendido y Sirius
como si ella se hubiera vuelto loca.
—¿Desmontarla?
—repitió Ron, como si la profesora McGonagall estuviera loca.
—Tardaremos
sólo unas semanas —aclaró la profesora McGonagall—. Te la devolveremos cuando
estemos seguros de que no está embrujada.
—No
tiene nada malo —dijo Harry. La voz le temblaba—. Francamente, profesora…
—No la convencerás de lo contrario, Harry —dijeron los gemelos
Weasley.
—Eso
no lo sabes —observó la profesora McGonagall con total amabilidad—, no lo
podrás saber hasta que hayas volado en ella, por lo menos. Y me temo que eso
será imposible hasta que estemos seguros de que no se ha manipulado. Te tendré
informado.
La
profesora McGonagall dio media vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el
retrato, que se cerró tras ella.
Harry
se quedó mirándola, con la lata de pulimento aún en la mano. Ron se volvió
hacia Hermione.
—¿Por
qué has ido corriendo a la profesora McGonagall?
—Exacto, ¿por qué? —preguntó Sirius.
—Solo quería proteger a Harry, ya lo había dicho —respondió
Hermione, entre nerviosa e exasperada.
—Pero no es posible…
—James, Hermione solo quería proteger a tu hijo y tu pretendes
discutir por una escoba —lo regañó Lily.
—Pero, pelirroja… —se quejó James, pero una sola mirada de Lily
lo callo.
Sirius negó con la cabeza.
—Lo tiene dominado —susurró.
Hermione
dejó el libro a un lado. Seguía con la cara colorada. Pero se levantó y se
enfrentó a Ron con actitud desafiante:
—Porque
pensé (y la profesora McGonagall está de acuerdo conmigo) que la escoba podía
habérsela enviado Sirius Black.
—¿Yo? —dijo un asombrado Sirius—. Pero como podría haber hecho
eso.
—Sirius te lo diré en sus palabras —dijo James y Sirius lo miró
atento—, eres un merodeador —y como si eso explicara todo, Sirius sonrió.
—¿Yo te regale la saeta de fuego? —le preguntó a su ahijado, el
cual asintió.
—Vaya, ¿no creen que soy el mejor padrino del mundo? —preguntó
el animago.
Remus sonrió divertido, parte de la alegría de Sirius había
regresado al enterarse de que él había sido el que le había regalado la escoba.
—Claro que lo eres —aceptó Harry—, pero no solo por regalarme
una saeta de fuego, también porque fuiste como un padre para mí.
¡Hola!
ResponderEliminarEs bueno ver que actualices pronto, al parecer soy la primera (Yeah)
Bueno con respecto al capitulo ,ya se puede ver un poco mas de contacto de nuestra OTP. C:
Nos vemos en la próxima actualización
Besos
Yei actualizaste me mori cuando lo vi en verdad no tardes en actualizar plis me uero por ver como raccionan todos al ver que hermione golpea a draco y que ella tiene un jira tiempos en verdad amo tu historia
ResponderEliminarSaludos*^▁^*
ohh...estoy muy feliz de que hayas actualizado, no creí que lo harías tan rápido, me gusto mucho el capitulo, eso de que molestaran a remus con la profesora de adivinación y hermione se pusiera celosa, fue muy bueno, el otro capitulo estará muy bueno con eso de que remus le enseñe el hechizo a harry y se va a ver como estos comienzan a ignorar a hermione, lo estaré esperando con ansias, gracias por actualizar tan pronto.
ResponderEliminarActualizaste siiiiiii
ResponderEliminar¡si!, que rapido actualizaste esta vez, y me gusto mucho el capitulo, así que ¡actualiza!
ResponderEliminaroh, que genial que hayas actualizado tan rapido, el capitulo estuvo genial, me encanto la parte en que Hermione se pone un poco celosa cuando insinuan de que Remus tenia algo que ver con la loca profesora de adivinacion
ResponderEliminarespero que te encuentres bien
saludos
ah, y por favor actualiza pronto, me encanta tu blog =p
ResponderEliminarme encanto, actualiza por favor, amo ♥ tu historia
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