Luego de que Padma terminara de leer el capítulo anterior, Lee
Jordan se ofreció como voluntario para leer.
—“El mapa del merodeador”
—leyó Lee.
Los gemelos Weasley sonrieron, pero los merodeadores estaban
preocupados, desconcertados, sorprendidos, como era posible que su amado mapa
apareciera si se suponía que hablaban del futuro.
—Un momento, ¿qué has dicho? —preguntó Sirius, siendo el primero
en reaccionar.
—Eso debería preguntarlo yo, señor Black —dijo McGonagall—.
¿Algo que quisieran explicarnos? —se dirigió a James, Sirius y Remus.
—Bue… —empezó Remus, pero James y Sirius interrumpieron.
—¡NADA! No tenemos nada que decir —aseguraron.
McGonagall no se conformaba con esa respuesta, y más viniendo de
los merodeadores. Iba a seguir interrogándolos cuando Albus le dijo:
—No importa, Minerva —la profesora puso cara de indignación,
pero el director rápidamente agregó—: estoy seguro que lo descubriremos.
—¿James? —dijo Lily, con una mirada de curiosidad.
—Pelirroja —dijo James.
—¿Quisieras explicarme lo que pasa? —preguntó Lily.
James se acercó más a Lily y susurró:
—Es nuestro gran invento —dijo haciendo alusión a él y sus
amigos. Lily lo miró con suspicacia—, por el momento es lo único que te puedo
decir. Además, ya descubrieron el secreto de mi capa de invisibilidad, esto…
—Entendiendo —le dijo Lily, en el mismo tono de voz.
Lee empezó a leer.
La
señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el fin de
semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de
la Nimbus 2.000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse,
pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos.
James y Sirius comprendían eso, siempre era muy difícil
desprenderse de la primera escoba, porque no era simplemente una escoba, era
¡LA PRIMERA ESCOBA!
—Te comprendo —dijo James a Harry.
—¿Sí? —dijo Harry.
James asintió.
Hermione y Lily rodaron los ojos.
—Es muy difícil desprenderse de la primera escoba —dijo James.
—¿La primera escoba? ¿Y qué me dices de las demás, Potter? —le
dijo Lily a su novio.
James se sonrojó, y solo atinó a encogerse de hombros, mientras
que algunos reían entre dientes.
Lo
visitó gente sin parar; todos con la intención de infundirle ánimos. Hagrid le
envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y Ginny
Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había
hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se metía
debajo del frutero.
Ginny se sonrojó inmediatamente al escuchar ese párrafo, mientras
que los gemelos Weasley se reían y parpadeaban exageradamente hacia Harry
haciendo que él también se sonrojara, Ron parecía incómodo, Lily y Molly
miraban con ternura a Ginny, y los merodeadores sonreían.
—Pero lo único que se te olvido fue mandarlo con un enano
vestido de cupido para entregar la tarjeta —dijeron Fred y George.
—¡Fred! ¡George! Ya basta —los regaño Molly.
El
equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez con
Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto.
Ron y Hermione no se iban hasta que llegaba la noche. Pero nada de cuanto
dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry, porque los demás sólo conocían la
mitad de lo que le preocupaba.
Aquello alarmó a Lily, temía que su hijo nunca estaría
tranquilo, ya que siempre había algo detrás de él. y no precisamente algo
bueno.
No
había dicho nada a nadie acerca del Grim,
ni siquiera a Ron y a Hermione, porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se
burlaría (Ron asintió ante esta afirmación, pero
Hermione miró a Harry con indignación, ella no se habría burlado de él,
simplemente le habría hecho entender que todo eso del Grim no era más que supersticiones). El hecho era, sin
embargo, que el Grim se
le había aparecido dos veces y en las dos ocasiones había habido accidentes
casi fatales. La primera casi lo había atropellado el autobús noctámbulo. La
segunda había caído de veinte metros de altura. ¿Iba a acosarlo el Grim
hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de su vida
esperando las apariciones del animal?
—Solo eran coincidencias, además, eso no era un Grim —dijo Hermione. Y Remus no pudo
evitar no observarla cuando escucho su voz. Pero luego Remus se reprendió
mentalmente por estar mirando a Hermione. Él tenía que entender que no podía
mirarla de la manera en que la miraba porque Hermione era la pareja de un
licántropo. Y eso se respeta, esa era una de las principales leyes de los
licántropos.
Así que haciendo un gran esfuerzo, Remus se obligó a apartar la
mirada de Hermione. Pero su lobo interior se resistía, peleaba con él.
—¿Qué quieres decir con eso, Hermione? ¿Cómo que solo eran
coincidencias? —preguntó Andrómeda.
—Pues… —empezó Hermione, pero Ron la interrumpió.
—No digas nada aun, Hermione, le quitaras lo interesante a este
tercer libro.
Andrómeda miró con ojos entrecerrados a Ron, pero admitió que el
pelirrojo tenía razón, por eso no insistió una respuesta a Hermione.
Y
luego estaban los dementores. Harry se sentía muy humillado cada vez que
pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los dementores eran espantosos, pero
nadie se desmayaba al verlos… Nadie más oía en su cabeza el eco de los gritos
de sus padres antes de morir.
Lily contuvo un sollozo al oír eso, y James se estremeció.
—No debería sentir mal por eso, joven Potter —le dijo Dumbledore
a Harry—, lo que a usted le toco vivir no se puede comparar con las vidas de
sus demás compañeros.
Harry asintió lentamente. Pero en ese tiempo él no lo veía de
esa manera, él solo se sentía vulnerable y avergonzado ante los demás por ese
detalle, pero ahora todo era distinto.
Porque
Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería,
desvelado durante la noche, contemplando las rayas que la luz de la luna
dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez. Cuando se le acercaban
los dementores, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de
lord Voldemort, y las carcajadas de lord Voldemort antes de matarla… (James volvió a estremecerse ante ese hecho, lo mismo que
Snape, pero este ocultaba todo sentimiento bajo una máscara de frialdad.
Mientras Lily se evitaba llorar, ya que por lo menos su muerte había servido de
algo, su pequeño aún vivía) Harry dormía irregularmente, sumergiéndose
en sueños plagados de manos corruptas y viscosas y de gritos de terror, y se
despertaba sobresaltado para volver a oír los gritos de su madre.
—Oh, Harry, lo lamento tanto —le dijo Lily a su futuro hijo,
dándole un fuerte apretón en la mano.
—Porque te disculpas, si tú no tienes la culpa de nada —dijo
Harry, sintiéndose incomodo, pero no por la mirada de su madre, sino por las
miradas de los demás.
Fue
un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado a
pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy.
Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se había
quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry (Rubio idiota, dijeron James y Sirius al unísono. Yo
diría infantil, comentó Lily. Draco al escuchar que lo llamaban infantil se le
tiñeron ´de rosa sus pálidas mejillas). La mayor parte de la siguiente
clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los
dementores. Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un
corazón de cocodrilo grande y viscoso (¡bien hecho,
sobrino!, felicitaron los gemelos Prewett). Le dio en la cara y
consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor.
—Eres un maldito, Quejicus, eso es injusto —gruñó Sirius.
—Por supuesto que es injusto, también debiste de quitarle puntos
a Malfoy —se exaltó James.
—O por lo menos de debió haberle quitado cincuenta puntos —dijo
Remus, con voz más pasiva que sus amigos.
—Y son precisamente ustedes tres lo que hablan de injusticias
—siseó Snape, dedicándole miradas asesinas a los merodeadores. James y Sirius
se miraron, mientras que Remus se sonrojó.
Luego de eso nadie dijo nada más y Lee continuo leyendo.
—Si
Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré
enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo.
—Estoy
segura que el profesor Lupin será el que nos dé la clase de Defensa Contra las
Artes Oscuras —aseguró Hermione.
—¿Y
cómo estas tan segura de eso, Hermione? —preguntó Harry.
Snape miró a Hermione fingiendo indiferencia, pero estaba seguro
que para ese entonces ella ya había averiguado el secreto de Remus.
Hermione se sonrojó al sentir varias miradas sobre ella. Y Remus
que había tratado de hacer uso de todo su autocontrol, volvió a mirarla, sin
poder evitarlo. El lobo estaba ganando, y eso era malo.
—Eh…
pues, me imagino que ha ocupado todo el fin de semana para recuperarse. Además,
siempre pasan cosas buenas después del fin de semana —respondió Hermione.
—¿Siempre
pasan cosas buenas después del fin de semana? No lo comprendo —dijo Ron.
—Eso no es lo único que no comprendes, pequeño Ronnie —dijo
George tratando de quitar la tensión del ambiente.
—Cállate —le dijo Ron a su hermano, el cual se rió junto con su
gemelo.
Harry
se encogió de hombros.
—Bueno,
mejor porque no miras a ver quién está, Hermione —pidió Ron.
Hermione
se asomó al aula.
—¡Estupendo!
—exclamó.
El
profesor Lupin había vuelto al aula (Hermione era la única que sabía mi secreto
en ese momento, pero entonces ¿por qué no me temía?, se preguntaba Lupin. Por supuesto, a ella parece que siempre le
agrado los licántropos, se respondió internamente Remus, haciendo mención a
que ella estaba casada con uno de su misma especie). Ciertamente, tenía
aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía
ojeras (Alice miró con preocupación a Remus).
Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron
inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad
de Lupin.
—No
es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos
trabajo?
—No
sabemos nada sobre los hombres lobo…
—¡…
dos pergaminos!
—¿Le
dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? —preguntó el
profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.
—Por supuesto que lo hicieron —comentó Frank.
—Pero lo único que hizo Quejicus fue regodearse del sufrimiento
de los estudiantes —agregó James, mirando mal a Snape.
Volvió
a producirse un barullo.
—Sí,
pero dijo que íbamos muy atrasados…
—…
no nos escuchó…
—¡…
dos pergaminos!
—¿Quién es el que se la paso repitiendo esa misma frase? —preguntó
Ted.
—Todos hablaban a la vez, dudo mucho que recuerde quien repetía
eso —se apresuró a responder Hermione, tratando de que no prestaran atención al
sonrojó de su pelirrojo amigo.
—Gracias —le susurró Ron, Hermione asintió.
El
profesor Lupin sonrió ante la indignación que se dibujaba en todas las caras.
—No
os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.
—¡Oh,
no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!
—Lógico —dijeron los gemelos Weasley y los gemelos Prewett.
Hermione los miró con seriedad a cada par de gemelos.
Eso quiere decir que
Hermione… sabía del secreto de Remus desde que hizo la tarea que les mando
Severus, pensaba Lily, mirando
de reojo a la castaña. Y aun así no salió corriendo en cuanto lo
supo. Esa es una buena señal, ya que a Hermione no le importa esa pequeña parte
de Remus, a ella solo le importa lo buena persona y amigo que es.
Por otra parte ahora los merodeadores estaban más que seguros
que Hermione sabía del pequeño problema
peludo de Remus.
Eso aun incomodaba a Remus, pero no podía hacer nada en ese
momento o se delataría, y él no quería que nadie lo mirara como a un monstruo y
lo despreciaran por algo que él nunca pidió ser.
Tuvieron
una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal
que contenía un hinkypunk,
una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y
aparentemente inofensiva.
—Atrae
a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los alumnos
tomaban apuntes—. ¿Veis el farol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el
viajero sigue la luz y entonces…
El
hinkypunk produjo
un chirrido horrible contra el cristal.
—Por supuesto, Quejicus nunca podría dar una clase como la tuya,
Lunático —alabó James, mirando mal al futuro profesor de pociones. Snape le
devolvía la mirada asesina a James.
Remus se sonrojó ante el cumplido, pero más se sorprendió al
descubrir la mirada de Hermione sobre él. Lupin apartó la mirada rápidamente,
dejando desconcertada a la chica.
¿Qué hice mal?, se preguntaba Hermione.
Al
sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se dirigieron
a la puerta, pero…
—Espera
un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gustaría hablar un momento contigo.
Harry
volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del hinkypunk.
—Me
han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los
libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible
arreglarla?
—No
—contestó Harry—, el árbol la hizo trizas.
James hizo una mueca ante la destrucción de una escoba, pero
respiró aliviado de que su hijo no le pasara lo mismo que a la escoba.
Lupin
suspiró.
—Plantaron
el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts (Lucius
y Narcissa Malfoy suspiraban aburridos, mientras que Moody no sabía porque el
que redacto los libros pondría esa parte de la conversación en el libro, no le
parecía relevante esta información, ya que no tenía nada que ver con Voldemort
o sus mortífagos. Pero los que si conocían de la condición de Remus Lupin
sabían cuán importante era el sauce boxeador en la historia). La gente
jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente para tocar el
tronco. Un chico llamado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se nos prohibió
acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa.
Sirius negó con la cabeza.
—Con lo fácil que es acercarse al sauce —susurró el ojigris,
mientras que James asentía.
Remus no hizo ningún comentario, pero recordaba lo culpable que
se sintió cuando ocurrió el accidente, ya que si él no tuviera ese pequeño
problema peludo, Dumbledore nunca habría mandado a plantar al sauce boxeador.
Por otra parte, Snape bufó al recordar que casi es atacado por
Remus convertido en licántropo cuando Sirius le dijo sobre el túnel que había
en el sauce boxeador.
—¿Ha
oído también lo de los dementores? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo.
Lupin
le dirigió una mirada rápida.
—Sí,
lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore. Están
cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los
terrenos del colegio… Fue la razón por la que te caíste, ¿no?
—Esos seres no deberían estar rondando el colegio —comentó una
indignada Molly.
—No te alteres, querida —le susurró Arthur a su esposa, haciendo
alusión de que su estado de ánimo afectaría a los bebés que esperaban.
—Sí
—respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba por
la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy…?
—No
tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente, como
si le hubiera leído el pensamiento (Siendo amigo de James durante ya casi siete
años, me imagino que no me sería nada difícil intuir lo que quería decirme,
pensaba Remus)—. Los dementores te afectan más que a los demás porque en
tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen. —Un rayo de sol invernal
cruzó el aula, iluminando el cabello gris de Lupin y las líneas de su joven
rostro—. Los dementores están entre las criaturas más nauseabundas del mundo (Casi todos asintieron estando con las palabras del Lupin
de futuro). Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con
la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la
alegría de cuanto les rodea (Sirius se estremeció
al saber que su yo del futuro tuvo que convivir con esas criaturas durante doce
años). Incluso los muggles perciben su presencia, aunque no pueden
verlos. Si alguien se acerca mucho a un dementor; éste le quitará hasta el
último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el
dementor se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser
desalmado y maligno (Ahora todos se estremecieron
al escuchar tales palabras. Hermione se puso pálida al recordar cuando Harry,
Ron y ella irrumpieron en el Ministerio de Magia para recuperar en guardapelo
de Slytherin que tenía Umbridge, y esas criaturas estaban rondando en el juicio
de los hijos de muggles). Le dejará sin otra cosa que las peores
experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry, es tan horrible que
derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué avergonzarte.
—Cuando
hay alguno cerca de mí… —Harry miró la mesa de Lupin, con los músculos del
cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre.
Lily se estremeció.
Pobre de mi hijo, tener
que pasar por todo eso, solo por un loco despiadado por la pureza de la sangre, pensaba Lily con cierta amargura.
Lupin
hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry por el
hombro, pero lo pensó mejor (James miró a Remus, él
no le veía nada de malo que su amigo hubiera querido consolar a su hijo).
Hubo un momento de silencio y luego…
—¿Por
qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza.
—Están
hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio un
chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su
suministro de presas humanas se ha agotado… Supongo que no pudieron resistirse
a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción… El ambiente
caldeado… Para ellos, tenía que ser como un banquete.
—Azkaban
debe de ser horrible —masculló Harry.
Nadie hizo algún comentario contradiciendo a Harry.
Lupin
asintió con melancolía.
—La
fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta
muros ni agua para tener a los presos encerrados, porque todos están atrapados
dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La
mayoría enloquece al cabo de unas semanas.
Sirius sintió un escalofrío en la espalda.
Sí, definitivamente mi
futuro no es nada bonito, pensaba Sirius.
—Pero
Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó…
El
maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo:
—Sí
—dijo incorporándose—. Black debe de haber descubierto la manera de hacerles
frente. Yo no lo habría creído posible… En teoría, los dementores quitan al
brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente.
—¿Black? Ya ni siquiera me llamabas por mi nombre —le reclamó
Sirius a Remus, el castaño no sabía que decir—. Y si me tratabas por el
apellido eso quiere decir que me creías culpable de todo de lo que me acusaban.
—No lo sé, Sirius… No puedes reclamarme por algo que no he hecho
todavía —dijo Remus a Sirius cuando por fin recupero el habla.
Sirius bufó.
—No puedo creer que me creyeras culpable —graznó el animago.
Crookshanks, el gato de Hermione, que estaba dormido al lado de su ama, se
subió sobre la mesa al escuchar las voces de Sirius y Remus. Caminó hacia ellos
y se quedó mirando a Sirius.
Hermione se quedó perpleja ante esa pequeña discusión y por el
actuar de su gato.
—Sirius las cosas no son como parecen —dijo la castaña,
defendiendo a su futuro esposo—, no es a Remus a quien tienes que reclamarle tu
suerte.
Sirius clavó sus ojos grises en Hermione.
—Hermione tiene razón, Sirius —ahora habló Harry.
—Claro —afirmó James—. Además, no podemos pelearnos entre
nosotros, Canuto, y mucho menos desconfiar de nosotros. Por favor, somos los
merodeadores, y en nuestro grupo no hay traidores.
El trío dorado compartieron una mirada.
Si lo hay, es Peter, quiso gritar Harry, pero mejor decidió callar.
Lucius que podía ver a los merodeadores en un ángulo perfecto
sonreía por verlos por primera vez pelearse y desconfiar de ellos.
Crookshanks maulló llamando la atención de los merodeadores, lo cuales no
le habían prestado atención por estar discutiendo.
Los merodeadores observaron al gato de cara aplastada, pero el
minino centro su mirada en Sirius, como tratando de que su viejo amigo
entendiera algo.
«No te preocupes, tú eres inocente, no hagas caso de todo lo malo que
escuches sobre ti en el libro», y de pronto las palabras de Crookshanks
llego a la cabeza de Sirius.
Soy un tonto, no debería de discutir con ninguno de mis amigos,
ellos no tienen la culpa de mi destino, pensaba Sirius.
—Lo siento, Lunático —dijo Sirius—.
Tienes razón, no puedo reclamarte por algo que no has hecho… es solo que todo
esto me pone mal —confesó.
Remus asintió comprendiendo como
debía sentirse su amigo.
—No importa, Sirius, te entiendo
—dijo Remus.
—La próxima vez que vuelvan a
discutir los hechizare —los amenazó James—. Y le pediré ayuda a Colagusano, sin
duda no se negara ya que también estaría muy enojado si los ve discutir.
—Sí, claro —murmuró Ron.
Crookshanks saltó al regazo de Remus, ronroneó y maulló como si le estuviera
diciendo algo —que obviamente Remus no comprendió— luego sobo varias veces su
cabeza en el pecho del castaño, este le rasco detrás de la cabeza del gato, el
cual ronroneo más. Después de unos minutos, el gato volvió su mirada a Sirius, salto
del regazo de Remus al regazo del ojigris, y aun ronroneando se acomodó para
dormir en las piernas de Sirius.
—Que gato tan raro —comentó
Andrómeda.
—Ya lo creo —murmuró Sirius.
—Lo siento —dijo Hermione—, Crooks…
—empezó a llamarlo, pero Sirius la interrumpió.
—No, déjalo.
Hermione asintió.
Luego de esa pequeño intercambio de
palabras, Lee siguió leyendo.
—Usted
ahuyentó en el tren a aquel dementor —dijo Harry de repente.
—Hay
algunas defensas que uno puede utilizar —explicó Lupin—. Pero en el tren sólo
había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.
—¿Qué
defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme?
Alastor Moody estaba con el ceño fruncido porque gracias a las
discusiones de dos de los merodeadores habían perdido tiempo. Pero ahora había
centro su vista en Harry y Remus.
Lupin le habría enseñado
hacer un patronus a Potter, se preguntaba el auror.
Porque si es así, y Potter lo logro, eso
sí que sería digno de admirar. Un niño de 13 años haciendo un patronus corpóreo.
—No
soy ningún experto en la lucha contra los dementores, Harry. Más bien lo
contrario…
—Pero
si los dementores acuden a otro partido de quidditch, tengo que tener algún
arma contra ellos.
—El único hechizo que ahuyenta a los dementores es el patronus —comentó Lily—. Pero es un poco
complicado lograrlo, se tiene que tener el recuerdo más feliz y fuerte para
lograrlo. Y tú solo tenías trece años, Harry —Lily miraba a su hijo, esperando
una respuesta sobre todo eso, ella quería saber si su hijo había logrado hacer
un patronus.
Harry solo miró a su madre enigmáticamente.
Mientras que los chicos que pertenecían al ED querían decir que
Harry si había logrado conjurar un patronus,
ya que en su quinto curso fue él quien les enseño a hacerlo, pero mejor dejaron
que todo siguiera su curso.
Lupin
vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo:
—Bueno,
de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo
trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy
inoportuno para caer enfermo.
Alastor frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir eso de «Elegí un momento muy inoportuno para
caer enfermo», Albus? —preguntó el auror a Dumbledore.
—Oh, no es nada malo, Alastor —contestó Dumbledore, como si
estuviera hablando del clima.
Con
la promesa de que Lupin le daría clases antidementores, la esperanza de que tal
vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que
Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de
noviembre, el estado de ánimo de Harry mejoró mucho (A
Lily le gusto que su hijo estuviera de un mejor ánimo, y aunque no le gustaba
mucho el quidditch, en ese momento lo adoraba, porque gracias a eso su hijo
estaba más alegre). Gryffindor no había perdido todas las posibilidades
de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota. Wood recuperó
su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría
llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre (Yo diría que eso era más que una «energía obsesiva», comentó George a
su gemelo. El cual asintió y dijo: Yo diría que es un enamoramiento hacia el
quidditch; luego ambos se soltaron a reír cuando vieron la cara de desconcierto
de Wood). Harry no vio la menor señal de los dementores dentro del
recinto del colegio. La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos,
en las entradas.
—Ni siquiera allí deberían estar esas horribles criaturas —dijo
Lily, y Molly asintió estando de acuerdo.
Dos
semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente,
volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados
aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había
ambiente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos, ya había decorado
su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que
revoloteaban. Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las
vacaciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron
dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas (Percy miró ofendido a su hermano menor, mientras que
Fred y George, y Fabian y Gideon se reían, Molly con una sola mirada los callo),
y Hermione alegó que necesitaba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar
a Harry: se quedaban para hacerle compañía y él se sintió muy gradecido.
Molly y Arthur se sintieron orgullosos de Ron, al saber que lo
habían criado bien. Ron podría ser impulsivo y a veces celoso, pero era bueno,
él era un buen amigo.
Mientras que Lily, James, Sirius y Remus estaban felices de que
Harry encontrara tan buenos amigos.
Sí supieran que esa
Navidad no solo me había quedado esa para hacerle compañía a Harry, sino que también
me había quedado para no separarme de Remus, aunque no hablara con él, me conformaba
con solo míralo, pensaba Hermione.
La castaña sintió una mirada sobre ella, levanto la cabeza y se
encontró con los ojos miel de Remus, le sonrió ligeramente, y él le devolvió la
sonrisa.
El lobo había ganado y había ordenado que mirara y sonriera a Hermione.
No, se dijo mentalmente Remus, aparatando lentamente la mirada de
Hermione.
El corazón de Hermione empezó a latir con fuerza, esa sonrisa
había causado muchas cosas en ella. Y deseo acercarse a Remus y juntar sus
labios con los de él en un dulce beso.
Dios mío, pensó Hermione, parecía como si nuevamente fuera la chica
de trece años que moría por acercarse a su profesor y lo único que lograba era
quedársele viendo, reprimiendo sus deseos.
Para
satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade
para el último fin de semana del trimestre.
—¡Podemos
hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les
encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!
Hermione se apeno al recordar a sus padres, ya que aún no había
podido ir en su búsqueda, y a decir verdad los extrañaba mucho, y los
necesitaba estando en su estado.
Suspiró.
No puedo ponerme triste, le podría hacer mal a
mi bebé, y no quiero que nada malo le pase, se decía Hermione, haciendo suaves masajes en su abultado
vientre.
Resignado
a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood su
ejemplar de El mundo de la escoba,
y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. En los
entrenamientos había montado en una de las escobas del colegio, una antigua
Estrella Fugaz muy lenta que volaba a trompicones; estaba claro que necesitaba
una escoba propia.
James hizo una mueca de horror al escuchar que su hijo tuvo que
entrenar con una vieja escoba.
Para mí no más, una escoba
Estrella Fugaz ya es muy antigua, no puedo imaginar para mi hijo, pensaba James. Debo
hacer algo para que el colegio pueda proveerse de escobas nuevas.
La
mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione, envueltos
en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía a la torre
de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y
silencioso.
—¡Pss,
Harry!
Los gemelos Weasley se miraron con complicidad, cosa que no pasó
desapercibida para sus tíos como para los merodeadores.
Se
dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George que
lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.
Ahora fue el turno de los merodeadores de compartir una mirada
de complicidad, ya que sabían a donde los dirigía si pasaban la estatua de la
bruja tuerta.
—Están pensando lo mismo que yo —susurró James.
Sirius y Remus asintieron.
—Ese par encontraron nuestro mapa —susurró Sirius.
—Por eso al descubrir que nosotros éramos los merodeadores no
dudaron en pedirnos nuestros autógrafos, ¿recuerdan? —preguntó Remus en el
mismo tono de voz que sus amigos.
James y Sirius asintieron.
—¿Qué
hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino de
Hogsmeade?
—Hemos
venido a darte un poco de alegría antes de irnos —le dijo Fred guiñándole el
ojo misteriosamente—. Entra aquí…
Le
señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de
la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente
y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa.
—Un
regalo navideño por adelantado, Harry —dijo.
—No será una de sus bromas, ¿verdad, Fred; verdad, George?
—preguntó Molly, mirando a sus hijos con seriedad.
—¡Oh, madre! —exclamó Fred teatralmente.
—Nosotros nunca jugaríamos con algo tan sagrado —dijo George,
hablando con solemnidad.
Fred
sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un
ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía
nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George,
lo miró con detenimiento.
—¿Qué
es?
—Esto,
Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.
Percy negó con la cabeza ante las ocurrencias de sus hermanos.
—Nos
cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de
que tú lo necesitas más que nosotros.
—De
todas formas, nos lo sabemos de memoria. Es tuyo. A nosotros ya no nos hace
falta.
Los merodeadores volvieron a compartir una mirada. Mientras que
Lily se hacía una idea a lo que se referían.
Solo espero que esto no
meta en más problemas a mi hijo,
pensaba Lily.
—¿Y
para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry.
James se llevó una mano al pecho teatralmente.
—¡Harry! —exclamó James horrorizado.
—¿Llamaste pergamino viejo a nuestro querido mapa, el cual
demoramos casi dos años en crearlo? —preguntó Sirius, sintiéndose ofendido.
Remus negó con la cabeza, ellos mismos se habían delatado.
—¿No que no sabían nada del mapa? —preguntó una seria profesora
McGonagall.
—Profesora nos creería si le dijéramos que recién nos estamos acordando
de nuestro mapa —tanteó James, fingiendo inocencia.
McGonagall frunció el ceño.
—No pasa nada, Minerva —dijo Dumbledore, sonriendo ligeramente
hacia los merodeadores.
La profesora no podía creer lo que decía Dumbledore, pero ya no
objeto nada más, ya que cuando terminaran de leer todos los libros ella misma
tendría una buena platica con los merodeadores.
—¡Un
pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de
dolor; como si Harry lo hubiera ofendido gravemente (Así
nos sentíamos, alegó George mientras Fred asentía)—. Explícaselo,
George.
—Bueno,
Harry… cuando estábamos en primero… y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes…
—Harry se rió (Algunos también reían en la sala, ya
que nadie creía que ese par alguna vez hubieran sido inocentes). Dudaba
que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—. Bueno, más inocentes de
lo que somos ahora… tuvimos un pequeño problema con Filch.
—Tiramos
una bomba fétida en el pasillo y se molestó.
Molly miró molesta a sus hijos.
—Así
que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual…
—…
castigo…
—…
de descuartizamiento…
—…
y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía
«Confiscado y altamente peligroso».
—No
me digáis… —dijo Harry sonriendo.
Fred y George se paradón de sus asientos e hicieron reverencias
como los actores de teatro al finalizar su obra. Al ver esto Molly, se llevó
una mano a la cara con pesar, mientras que Fabian y Gedeon celebraban a sus
sobrinos, y los merodeadores estaban gratamente sorprendidos por la astucia de
los gemelos Weasley.
—Bueno,
¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred— George se encargó de distraerlo lanzando
otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí… esto.
—No
fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía utilizarlo.
Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.
—Se lo confisco a Colagusano a mediados de setiembre, cuando a
media noche iba a las cocinas por unos cuantos bocadillos —confesó Sirius, y
cuando se dio cuenta de su error, se llevó las manos a la boca—. Bueno, creo
que no fue exactamente a media noche…
—No podrás arreglarlo, Sirius, te todas formas ya te escucharon
—dijo Remus, negando con la cabeza.
—¿Y
sabéis utilizarlo?
—Si
—dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pequeña maravilla nos ha enseñado
más que todos los profesores del colegio.
McGonagall miró entre enojada y ofendida a los gemelos Weasley.
—Me
estáis tomando el pelo —dijo Harry, mirando el pergamino.
—Ah,
¿sí? ¿Te estamos tomando el pelo? —dijo George.
Sacó
la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció:
—¿Leerá la clave? —preguntó James.
—Seguramente —dijo Sirius.
—No se puede hacer nada, me imagino que el mapa se volverá muy
común de ahora en adelante —dijo Remus.
—Juro
solemnemente que mis intenciones no son buenas.
Lily miró primero a su novio, Sirius y por último a Remus.
—¿Por qué no me sorprende esa clave? —dijo sin quitar la mirada
de los merodeadores.
—Mi hermosa pelirroja, nuestro mapa tenía que tener una digna
clave —dijo James, sonriendo traviesamente.
E
inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George,
empezaron a aparecer unas finas líneas de tinta, como filamentos de telaraña.
Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de
las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte
superior. Palabras en caracteres grandes, verdes y floreados que proclamaban:
—¿Verdes? Creí que no les gustaba el verde, ya que lo
consideraban muy Slytherin —dijo Andrómeda, con una ceja alzada.
—No era un verde Slytherin —defendió Sirius.
—¿Entonces? —preguntó Frank.
Sirius y Remus sonrieron.
—Es un verde… verde-ojos-de-Lily —confesó James, mirando a su
novia, Lily se sonrojo, pero que su corazón empezara a latir mucho más rápido
por el amor que cada segundo crecía más y más por ese merodeador de ojos
avellana—. El verde más hermoso de todos.
—Esto es incómodo —susurró Ron, llamando la atención de Harry.
—¿Por qué? —preguntó Harry.
—Amigo, no creo que quieras ver a tus padres besarse, ¿o sí?
—susurró, señalando a James y Lily que cada vez juntaban más sus rostros.
A Harry se le encendieron las mejillas. Ron tenía razón, seria
incomodo ver a sus padres besarse. Así que rápidamente le hizo una seña a Lee
para que siguiera leyendo.
Los señores Lunático, Colagusano,
Canuto y Cornamenta
proveedores de artículos para magos
traviesos
están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR
Snape dedico una mirada asesina a los merodeadores.
Mientras que los demás estaban ansiosos por saber que mostraba
ese mapa en si.
Era
un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos.
Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta que se movían por
él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta (Todos estaban sorprendido por lo que ocultaba el mapa,
hasta Lucius se vio un poco sorprendido, pero luego volvió a su máscara de frialdad.
Lily miró con sorpresa a los merodeadores y preguntó: ¿Cuándo hicieron ese
mapa? El primero en responder fue Sirius: Veras, pelirroja, tuvimos la idea en
nuestro cuarto curso. Ahora hablo James: Pero lo llevamos a cabo en nuestro
quinto curso, contó. Remus agregó: Nos llevó mucho tiempo, pero al final lo
logramos. La profesora McGonagall sabía del gran talento que tenían esos chicos
y estaba orgullosa de ellos, lo único malo era que usaban sus talentos para
hacer bromas). Estupefacto, Harry se inclinó sobre el mapa. Una mota de
la esquina superior izquierda, etiquetada con el nombre del profesor
Dumbledore, lo mostraba caminando por su estudio. La gata del portero, la Señora
Norris, patrullaba por la segunda planta, y
Peeves se hallaba en aquel momento en la sala de los trofeos, dando tumbos. Y
mientras los ojos de Harry recorrían los pasillos que conocía, se percató de
otra cosa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que él no había
entrado nunca. Muchos parecían conducir…
—Hogsmeade —dijeron los merodeadores a coro.
—Exactamente
a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndolos con el dedo—. Hay siete en total. Ahora
bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros estamos seguros de
que nadie más conoce estos otros. Olvídate de éste de detrás del espejo de la
cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está
completamente bloqueado (¿Qué? ¿Por qué hicieron
eso?, dijo Sirius. Pero una mirada de McGonagall lo hizo dejar de quejarse).
Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el
sauce boxeador está plantado justo en la entrada (Los
merodeadores compartieron una mirada cómplice). Pero éste de aquí lleva
directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y
la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizás hayas notado, en la
joroba de la bruja tuerta.
—Lunático,
Colagusano, Canuto y Cornamenta —suspiró George, señalando la cabecera del
mapa—. Les debemos tanto…
—Eso es un gran honor para nosotros —dijo Sirius.
—Por supuesto —corroboró James y Remus.
—Aunque pensándolo mejor, no creo poder deberle algo a
Colagusano —susurró George a su gemelo, el cual asintió.
—Hombres
nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación de
quebrantadores de la ley —dijo Fred solemnemente.
James sonrió con fanfarronería sintiéndose orgulloso, Sirius
tenía una sonrisa arrogante en sus labios mientras inclinaba la cabeza a modo
de reverencia, y Remus tenía una leve sonrisa y sus ojos miel le brillaban como
si hubiera hecho alguna travesura.
Ese brillo le encantó a Hermione. Nunca había visto que los ojos
de Remus brillaran tanto.
Seguramente estar con sus
amigos e ignorar la traición de Peter marca la diferencia que en nuestra época,
llena de muerte e injusticias,
pensaba Hermione.
—Bien
—añadió George—. No olvides borrarlo después de haberlo utilizado.
—De
lo contrario, cualquiera podría leerlo —dijo Fred en tono de advertencia.
—No
tienes más que tocarlo con la varita y decir: «¡Travesura realizada!», y se
quedará en blanco.
—Una frase muy común en ustedes —recordó Frank.
—Yo diría, predilecta —dijo Lily, mientras que James le sonreía.
—Así
que, joven Harry —dijo Fred, imitando a Percy admirablemente—, pórtate bien.
—Nos
veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándole un ojo.
Lily miró a los gemelos Weasley y luego a su hijo, no había que
ser una adivina para saber lo que haría su hijo. Pero a pesar de saberlo no
estaba enojada con ninguno de los tres por romper las reglas, más bien estaba
agradecida con los gemelos por haberlo ayudado a ir al pueblo.
Salieron
del aula sonriendo con satisfacción.
Harry
se quedó allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que
correspondía a la Señora Norris se
volvía a la izquierda y se paraba a olfatear algo en el suelo (Alastor estaba más que interesado en el mapa, así que
preguntó: ¿Cómo funciona el mapa con los ocultamientos? Y antes de que uno de
los merodeadores respondieran, Fred lo hizo: Funciona de la misma manera, ni
los hechizos de ocultamiento, ni la capa de invisibilidad altera el
funcionamiento del mapa. George agregó: Incluso detectaría a un animago
transformado. El auror asintió demasiado interesado. Mientras Ron hizo una
mueca de molestia al saber que ninguno de sus hermanos le había avisado que
cuando revisaban el mapa él aparecía en compañía de Peter Pettigrew, incluso
cuando dormía). Si realmente Filch no lo conocía, él no tendría que
pasar por el lado de los dementores. Pero incluso mientras permanecía allí,
emocionado, recordó algo que en una ocasión había oído al señor Weasley: «No
confíes en nada que piense si no ves dónde tiene el cerebro.»
—En eso tienes razón, Arthur —dijo James.
—Pero nuestro mapa… —dijo Sirius.
—Nuestro mapa solo servía para hacer bromas —terminó Remus.
—Por supuesto, el mapa no tenía nada que ver con ese maldito
diario —dijeron los gemelos Weasley.
Ginny se estremeció al oír sobre el diario.
Aquel
mapa parecía uno de aquellos peligrosos objetos mágicos contra los que el señor
Weasley les advertía. «Artículos para magos traviesos…» Ahora bien, meditó
Harry, él sólo quería utilizarlo para ir a Hogsmeade. No era lo mismo que robar
o atacar a alguien… Y Fred y George lo habían utilizado durante años sin que
ocurriera nada horrible.
Snape puso mala cara.
Sí, claro, nada horrible, gruñó en su fuero interno. Pero
yo tuve que soportar por años a esos desadaptados, y lo peor de todo era que la
mayoría de las veces ellos salían inmunes, nada más porque no estaban por lo
alrededores.
Harry
recorrió con el dedo el pasadizo secreto que llevaba a Honeydukes.
Entonces,
muy rápidamente, como si obedeciera una orden, enrolló el mapa, se lo escondió
en la túnica y se fue a toda prisa hacia la puerta del aula. La abrió cinco
centímetros. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salió del aula y se
colocó detrás de la estatua de la bruja tuerta.
—Ya está cerca —murmuró James.
¿Qué
tenía que hacer? Sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él había
aparecido una mota de tinta con el rótulo «Harry Potter». Esta mota se
encontraba exactamente donde estaba el verdadero Harry, hacia la mitad del
corredor de la tercera planta. Harry lo miró con atención. Su otro yo de tinta
parecía golpear a la bruja con la varita. Rápidamente, Harry extrajo su varita
y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al
lado de la mota había un diminuto letrero, como un bocadillo de tebeo. Decía: «Dissendio.»
—Hasta habían dejado instrucciones —dijo Alice.
—Todo sea por los futuros bromistas —respondieron solemnemente
James y Sirius.
—¡Dissendio!
—susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua
de la bruja.
Inmediatamente,
la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudiera pasar por ella
una persona delgada. Harry miró a ambos lados del corredor, guardó el mapa, metió
la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo
trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y
húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Estaba totalmente oscuro.
Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!,
y vio que se encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro.
Levantó el mapa, lo golpeó con la punta de la varita y dijo: «¡Travesura
realizada!» El mapa se quedó inmediatamente en blanco. Lo dobló con cuidado, se
lo guardó en la túnica, y con el corazón latiéndole con fuerza, sintiéndose al
mismo tiempo emocionado y temeroso, se puso en camino.
Los merodeadores escuchaban nostálgicos ese párrafo. Ya que les
hacía recordar la primera vez que vivieron esa aventura.
—Qué recuerdos más maravillosos —dijo Sirius.
—Sí, que viejos recuerdos —dijo James.
—¿Viejos recuerdos? —susurró Remus—. Un día antes de que
empezáramos a leer los libros nos habíamos escapado a Hogsmeade solo porque a
Sirius se le provoco grageas de todos los sabores.
—Y a ti ranas de chocolate —lo acusó Sirius, en el mismo tono de
voz que uso Remus.
Remus se sonrojó.
El
pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la madriguera de un conejo
gigante que a ninguna otra cosa. Harry corrió por él, con la varita por delante,
tropezando de vez en cuando en el suelo irregular.
Tardó
mucho, pero a Harry le animaba la idea de llegar a Honeydukes. Después de una
hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleró el paso.
Tenía la cara caliente y los pies muy fríos.
Diez
minutos después, llegó al pie de una escalera de piedra que se perdía en las
alturas. Procurando no hacer ruido, comenzó a subir. Cien escalones,
doscientos… perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies… Luego, de
improviso, su cabeza dio en algo duro (Sirius y
Remus no pudieron evitar reír, porque a James siempre se golpeaba la cabeza con
lo mismo con que se chocó Harry). Parecía una trampilla. Aguzó el oído
mientras se frotaba la cabeza. No oía nada. Muy despacio, levantó ligeramente
la trampilla y miró por la rendija.
—Encontraras un sótano —dijo James.
Se
encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera (James sonrió con suficiencia al adelantarse a Lee).
Salió y volvió a bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo
cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba
allí. Harry anduvo sigilosamente hacia la escalera de madera. Ahora oía voces,
además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y
cerrarse.
Mientras
se preguntaba qué haría, oyó abrirse otra puerta mucho más cerca de él. Alguien
se dirigía hacia allí.
—Creo que te hubiera convenido que llevaras la capa —dijo
Sirius.
Harry asintió pensativo, en ese momento había estado tan feliz
de poder ir a Hogsmeade que no se acordó de llevar su capa.
—Y
coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo una
voz femenina.
Un
par de pies bajaba por la escalera. Harry se ocultó tras un cajón grande y
aguardó a que pasaran. Oyó que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la
pared de enfrente. Tal vez no se presentara otra oportunidad…
Rápida
y sigilosamente, salió del escondite y subió por la escalera. Al mirar hacia
atrás vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en una
caja (Vaya, al hombre sí que no le acento la vejes,
comentó Sirius. James asintió y Remus negó con la cabeza). Harry llegó a
la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesó y se encontró tras el
mostrador de Honeydukes. Agachó la cabeza, salió a gatas y se volvió a
incorporar.
—Por fin eres libre —dijeron los gemelos Prewett, causando una
carcajada en sus gemelos sobrinos al escucharlos hablar con un tono solemne.
Honeydukes
estaba tan abarrotada de alumnos de Hogwarts que nadie se fijó en Harry (Esa debió haber sido la primera vez en tu vida que pasas
desapercibido, Harry, dijo Seamus). Pasó por detrás de ellos, mirando a
su alrededor; y tuvo que contener la risa al imaginarse la cara que pondría
Dudley si pudiera ver dónde se encontraba. La tienda estaba llena de estantes
repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar (Y conociendo a tu gordo y goloso primo, estamos seguros
que ni todos esos dulces le serian suficiente, dijeron los gemelos Weasley,
recordando esa primera y única vez que vieron a Dudley y para no perder la
costumbre le hicieron una broma). Cremosos trozos de turrón, cubitos de
helado de coco de color rosa trémulo, gruesos caramelos de café con leche,
cientos de chocolates diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno
de alubias de sabores y otro de Meigas Fritas, las bolas de helado levitador de
las que le había hablado Ron. En otra pared había dulces de efectos especiales:
el chicle droobles,
que hacía los mejores globos (podía llenar una habitación de globos de color
jacinto que tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor a menta,
diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones
de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en
forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas de azúcar
hilado y caramelos que estallaban.
—Estoy empezando a tener hambre, Gideon —comentó Fabian a su
gemelo.
—Y yo también —contestó su hermano.
Y no eran los únicos, a muchos también se le habían antojado sus
dulces favoritos al escuchar mencionarlos, pero no podían hacer nada para
conseguirlos mientras estén aun en la Sala de los Menesteres. Lo único que
podían hacer era continuar con la lectura, ya cuando acabaran de leer los
siguientes libros, recién ahí podrían abastecerse de sus dulces.
Harry
se apretujó entre una multitud de chicos de sexto, y vio un letrero colgado en
el rincón más apartado de la tienda («Sabores insólitos»). Ron y Hermione
estaban debajo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a sangre (No se los recomiendo, son asquerosos de verdad, advirtió
Terry Boot haciendo una mueca de asco). Harry se les acercó a
hurtadillas por detrás.
—Uf,
no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros —decía Hermione.
—¿Y
qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz de
Hermione.
—Aún
peor —dijo Harry.
A
Ron casi se le cayó el bote.
—Me pegaste un susto de muerte, compañero —confesó Ron.
—¡Harry!
—gritó Hermione—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo… como lo has hecho…?
—¡Ahí
va! —dijo Ron muy impresionado—. ¡Has aprendido a materializarte!
—Eso es imposible, ningún niño de trece años podría
materializarse y mucho menos si es de Hogwarts —aclaró McGonagall.
Hermione asintió.
—Si hubieras leído… —empezó la castaña.
—Historia de Hogwarts
no tendría que haber dicho tal cosa —dramatizó Ron.
Hermione lo miró con el ceño fruncido, y el pelirrojo se encogió
en su sitio y tomo de la mano a Luna, por si acaso tuviera que protegerse de
algún ataque de su amiga. Ya que sus cambios de humor eran peligrosos.
—Eso fue muy grosero, Ronald —lo regañó Ginny.
—Por
supuesto que no —dijo Harry. Bajó la voz para que ninguno de los de sexto
pudiera oírle y les contó lo del mapa del merodeador.
—¿Por
qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos!
—Porque tú eres muy intenso, pequeño Ronnie —dijo George.
—Y en cualquier momento te hubieras delatado y por lo tanto a
nosotros —dijo Fred.
—¡Pero
Harry no se quedará con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—. Se
lo entregará a la profesora McGonagall. ¿A que sí, Harry?
—¡¿Qué?! —exclamaron los merodeadores, Hermione se sorprendió al
ver que Remus también protestaba ante su idea de que Harry le entregara el mapa
del merodeador a la profesora McGonagall.
—Solo un bromista o bromista puede poseer el mapa —alegó James.
Todos miraban a Hermione como si se hubiera vuelto loca. Si
hasta Percy la miraba de esa manera. Y no era que a él le gustara las bromas,
pero ese mapa le hubiera servido de mucho al hacer sus rondas cuando era prefecto.
—¡No!
—contestó Harry.
Los merodeadores suspiraron aliviados.
—¿Estás
loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo tan
estupendo?
—Muchas gracias por tus palabras, Ron —dijo Sirius.
—¡Si
lo entrego tendré que explicar dónde lo conseguí! Filch se enteraría de que
Fred y George se lo cogieron.
—Muchas gracias por cuidar nuestras espaldas, Harry —dijo Fred.
—Sí, casi te perdonamos que te quedaras con nuestra única
hermana —agregó George.
—¡George! —advirtió Ginny, completamente sonrojada de enojo y de
vergüenza.
Por su parte Harry se encogió en su sitio, también muy
sonrojado.
—Pero
¿y Sirius Black? —susurró Hermione—. ¡Podría estar utilizando alguno de los
pasadizos del mapa para entrar en el castillo! (Claro
que los utilizaba, afirmó Ron) ¡Los profesores tienen que saberlo!
—No
puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Harry—. Hay siete pasadizos
secretos en el mapa, ¿verdad? Fred y George saben que Filch conoce cuatro. Y en
cuanto a los otros tres… uno está bloqueado y nadie lo puede atravesar; otro
tiene plantado en la entrada el sauce boxeador; de forma que no se puede salir (Los merodeadores se miraron, sabían perfectamente como
pasar el sauce boxeador sin ser dañado. Lo cruzaban todas las lunas llenas, y
otras cuando iban a hacer una de las suyas); y el que acabo de atravesar
yo…, bien…, es realmente difícil distinguir la entrada, ahí abajo, en el
sótano… Así que a menos que supiera que se encontraba allí…
Conozco todas las
entradas, pero claro, nadie sabe eso aún, pensaba Sirius.
Harry
dudó. ¿Y si Black sabía que la entrada del pasadizo estaba allí? Ron, sin
embargo, se aclaró la garganta y señaló un rótulo que estaba pegado en la parte
interior de la puerta de la tienda:
POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA
Se
recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las
calles cada noche después de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida
pensando en la seguridad de los habitantes de Hogsmeade y se levantará tras la
captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos
finalicen las compras mucho antes de que se haga de noche.
¡Felices
Pascuas!
—Sí, claro, «¡Felices Pascuas!», con esas criaturas rondando por
el pueblo —ironizó Ted.
—¿Lo
veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Black tratando de entrar en
Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los
propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.
—Sí,
pero… —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones—. Mira, a
pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no tiene
autorización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y todavía no
ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si apareciera
ahora?
—Yo creo que sería muy estúpido hacer eso —comentó Neville—.
Había demasiada gente que lo podría haber pillado.
Sus padres asintieron estando de acuerdo con él.
—A menos que vaya con su forma de animago —susurró James.
—Pues
que las pasaría moradas para localizar aquí a Harry —dijo Ron, señalando con la
cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas con
parteluz—. Vamos, Hermione, es Navidad. Harry se merece un descanso.
Hermione
se mordió el labio. Parecía muy preocupada.
—Deberías relajarte un poco, castañita —dijo Sirius, con una
sonrisa perruna en sus labios, al parecer estaba más que feliz de que su
ahijado haya roto las reglas y todo gracias al mapa al que él aporto para
crearlo.
—¿Me
vas a delatar? —le preguntó Harry con una sonrisa.
Y la sonrisa que Harry había puesto fue todo lo que Hermione necesito
para no obligarlo a regresar a Hogwarts. Además, Ron tenía razón, era Navidad y
no podía negarle un paseo a uno de sus mejores amigos.
—Claro
que no, pero, la verdad…
—¿Has
visto las Meigas Fritas, Harry? —preguntó Ron, cogiéndolo del brazo y
llevándoselo hasta el tonel en que estaban—. ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las
píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en
la lengua (Molly miró con severidad a los gemelos,
porque aunque había escuchado que había sido Fred el que le había dado esa
píldora ácida a Ron, sabía que George había ayudado a su hermano).
Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se quedó
pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y cogería una
cucaracha si le dijera que son cacahuetes?
—Ni por asomo —se burló Fred.
—Son demasiado diferentes —señaló Luna.
Después
de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca de la
calle.
Hogsmeade
era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas con techumbre de paja
estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había adornos
navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles.
—Un paisaje hermoso —comentó Susan Bones.
A
Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Hermione, no había cogido su
capa. Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y
Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.
—Ahí
está correos.
—Zonko
está allí.
—Podríamos
ir a la cabaña de los gritos.
—Os
propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si tomamos
una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?
Harry sonrió al recordar su primera salida a Hogsmeade, pero al
instante se le borro la sonrisa al recordar una conversación que nunca debió
escuchar. Ya que lo único que había hecho fue amargarlo.
A
Harry le apetecía muchísimo, porque el viento era horrible y tenía las manos
congeladas. Así que cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el bar.
Estaba
calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena
figura servía a un grupo de pendencieros en la barra.
Sirius sonrió de lado, recordando la última salida a Hogsmeade,
se la había pasado coqueteando con la mujer.
—Ésa
es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió
sonrojándose un poco.
—Es inevitable —dijo Charlie, sonriendo de lado.
—Sí, hasta Percy se sonrojaba cada vez que la veía —dijo Oliver
Wood, haciendo que el rostro del tercer varón Weasley se pusiera del mismo
color de su cabello.
Los gemelos Weasley y los gemelos Prewett rieron de la cara
avergonzada de Percy.
Harry
y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar; donde quedaba libre una
mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la
chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y
espumosa cerveza de mantequilla.
—¡Felices
Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento.
Harry
bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida, y
reconfortaba cada célula del cuerpo.
—Nada mejor que una cerveza de mantequilla en pleno invierno
—señaló Ernie.
Una
repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de
Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo por encima de la jarra y casi se
atragantó.
—¿Qué paso? —preguntó Katie.
La respuesta llego a sus oídos cuando Le continúo con la
lectura.
El
profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con
una ráfaga de copos de nieve (Mierda, susurró
Sirius). Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con
un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una
capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia (Eso si es mala suerte, dijo Ted). En menos de un
segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry a agacharse y esconderse debajo de la
mesa, empujándolo con las manos. Chorreando cerveza de mantequilla y en
cuclillas, empuñando con fuerza la jarra vacía, Harry observó los pies de los
tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían, se daban la vuelta y
avanzaban hacia donde él estaba.
Hermione
susurró:
—¡Mobiliarbo!
El
árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se
corrió hacia un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos,
ocultándolos (Eso es lo bueno de tener una amiga
inteligente, siempre te salva de apuros, dijeron a coro los gemelos Prewett).
Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Harry vio las patas de cuatro
sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al
ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.
Luego
vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y
oyó una voz femenina:
—Una
tacita de alhelí…
—Para
mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.
—Dos
litros de hidromiel caliente con especias…
—Es obvio que ese es el pedido de Hagrid —dijo James.
El semi-gigante se sonrojó.
—Gracias,
Rosmerta —dijo Hagrid.
—Un
jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.
—¡Mmm!
—dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.
—El
ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.
—Gracias,
Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte.
Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros…
—Muchas
gracias, señor ministro.
—Parece que al tonto de Fudge también le gusta Rosmerta —comentó
Charlie—, y no lo culpo.
—Vaya, hermano, estoy es sorprendente… —dijo Fred.
—¿Por qué? —preguntó un confuso Charlie.
—Porque acabas de hacernos ver que también te gustan las mujeres
—respondió George. Charlie lo miró mal—, y yo que creí que algún día vendrías a
casa diciendo que te habías casado con alguna dragona —terminó soltando una
gran carcajada, seguida de su gemelo.
—Cierren la boca, ustedes dos —amonestó Charlie.
Harry
vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del corazón
en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los profesores
era el último fin de semana del trimestre? ¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados?
Necesitaba tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería
volver al colegio aquella noche… A la pierna de Hermione le dio un tic.
—Y eso que no le vías la cara de angustia que tenía —dijo Ron—,
no dejaba de murmurara: «Lo van a descubrir, lo van a descubrir».
—Perdón por preocuparme —dijo Hermione con voz ácida.
—¿Qué
le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta.
Harry
vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera
comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:
—¿Qué
va a ser; querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el
colegio en Halloween.
—Sí,
oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.
—¿Se
lo contaste a todo el bar; Hagrid? —dijo la profesora McGonagall enfadada.
Hagrid se sonrojó y bajo la cabeza avergonzado.
—No lo hice por chismoso, solo por informar —susurró Hagrid.
McGonagall solo negó con la cabeza.
—¿Cree
que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.
—Estoy
seguro —dijo Fudge escuetamente.
—Pero no tenían idea del porque —susurró Ron a Harry.
—¿Sabe
que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora
Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor
ministro.
—Rosmerta
querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son
precauciones necesarias… Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos:
están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.
—No deberían si quiera rondar el castillo —chilló Molly.
—Menos
mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente.
—¿Cómo
íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?
—Bien
dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a
treinta centímetros del suelo.
—De
todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor.
Todos sabemos de lo que Black es capaz…
—Me gustaría saber de lo que soy capaz —dijo Sirius, con tono
neutro—, porque hasta ahora, yo sé que soy muy bueno para las bromas.
—Por supuesto, Canuto, no sería capaz de nada más. Él no se
atrevería a matar ni a una mosca —defendió James.
Snape miró con burla a Sirius.
Y entonces cuando casi me
hace entrar al túnel del sauce boxeador, sabiendo que ahí estaba la bestia de
su amigo, no es un intento de asesinato, pensaba Snape con amargura.
—¿Sabéis?
Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente
que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera
pensado… (Sirius bajo la vista apesadumbrado. No él
nunca se pasaría al lado Tenebroso. ¡Nunca! Primero le dejaban de gustar las
mujeres) Quiero decir, lo recuerdo cuando era un raño en Hogwarts. Si me
hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir; habría creído que habíais
tomado demasiado hidromiel.
Por lo menos hay alguien
que duda de mis supuestos crímenes,
pensaba Sirius.
—No
sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La gente
desconoce lo peor.
—¿Lo
peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—. ¿Peor que
matar a toda esa gente?
—Eso no es cierto, Sirius no es un asesino —alegó Remus.
—Por supuesto que no —dijo James.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro, Potter? Te recuerdo que tú
estabas muerto en esa época —siseó Snape.
—¡Silencio! —dijo McGonagall, evitando una futura pelea—. No voy
a permitir que se falten el respeto. Estamos aquí para escuchar como poder
evitar algunos hechos desagradables de nuestro futuro, no a levantarse falsos.
Ni los merodeadores ni Snape dijeron nada, pero eso no evitaba
que se dirigieran miradas asesinas.
—Desde
luego, eso quiero decir —dijo Fudge.
—No
puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?
—Dices
que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora
McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo?
—No creo que sea una pregunta difícil de responder —dijo Frank,
mirando a los merodeadores.
—Pues
claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno sin el
otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de
cómicos, Sirius Black y James Potter!
—Vaya, no creo que esa haya sido la mejor manera de saber que el
mejor amigo de su padre era un supuesto asesino —comentó Ted.
Harry asintió.
A
Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron
le dio con el pie.
—Exactamente
—dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los
dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos
tenido dos alborotadores como ellos.
—Nos ofende, profesora McGonagall —dijeron los gemelos Weasley,
fingiendo estar ofendidos.
La profesora los miró reprobatoriamente.
—No
sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos
atrás.
—Vaya. Gracias mi grandote amigo… —empezó Fred.
—Por lo menos alguien reconoce nuestros esfuerzos por ser los
mejores bromistas —terminó George.
—¡Cualquiera
habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—.
¡Inseparables!
Ambos pelinegros sonrieron.
—¡Por
supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún
otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda
cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe
nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.
—Me sorprendí mucho al saberlo —confesó Harry—, y más pensando
como todos que Sirius detrás de mí para matarme.
—¡Nunca haría eso! —exclamó Sirius.
—Lo sé. No tienes que convencerme de ello —respondió Harry.
—¿Por
qué Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta.
—Eso es imposible —alegaron James y Remus.
—Aún
peor; querida… —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible—. Los
Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba
incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías. Uno le
dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily (Harry miró disimuladamente a Snape). Les aconsejó
ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se
pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el
encantamiento Fidelio.
—No es posible —susurró Lily.
—Por supuesto que no —dijo James, intuyendo lo que escucharía a
continuación, ya que sabía en qué consistía ese hechizo—, Sirius nunca nos
vendería con Voldemort.
—¿Cómo
funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El
profesor Flitwick carraspeó.
—Es
un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone el
ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta
dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es
imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por
divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes
podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca,
aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.
—¿Así
que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.
—Según la lógica, eso sería lo más obvio —dijo Dean, observando
al padre y padrino de Harry.
—Naturalmente
—dijo la profesora McGonagall—. James Potter le dijo a Dumbledore que Black
daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando
en ocultarse él también… Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se
ofreció como guardián secreto de los Potter.
—¿Sospechaba
de Black? —exclamó la señora Rosmerta.
Las miradas recayeron sobre el anciano director, esperando a que
dijera algo. Dumbledore junto sus manos y miró al frente.
—No creo que sospechara del señor Black —empezó Dumbledore—,
según he podido deducir es que mi yo del futuro quería proteger a los Potter para
que no ocurriera nada lamentable, pero al parecer no lo logro.
—Dumbledore
estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien
Tú Sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa—.
De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un
traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes.
—¿Pero quien podría ser el traidor? —preguntó Alice.
—Esa maldita rata —susurró Ron.
Remus al tener el oído más desarrollado gracias a su condición
de licántropo escucho lo que susurró Ron, lo miró. ¿Qué quería decir con esa
«maldita rata»? ¿Acaso se estaba refiriendo a su mascota? ¿Pero que tenía que
ver su mascota con sus amigos?
De pronto Remus empezó a recordar que cada vez que mencionaban a
la mascota de Ron, siempre había insultos o frases inconclusas.
Y ahí fue cuando Remus lo entendió. Hasta ahora todos los
merodeadores habían aparecido; James muerto, Sirius prófugo de la justicia, él
profesor de DCAO, pero ¿y Peter? ¿Por qué no se decía nada de Peter? ¿Acaso
Peter y la mascota de Ron eran la misma persona? Era por eso que algunos hacían
mala cara cuando mencionaban a Scabbers.
Peter… Peter era el traidor.
Remus estaba horrorizado por su descubrimiento, y empalideció.
—Lunático, ¿qué pasa, amigo? —preguntó Sirius.
—¿Remus? —lo llamó Lily al ver que no había respondió a Sirius.
Hermione se preocupó al ver pálido a Remus.
—Remus —ahora lo llamo la castaña—, Remus —nada, seguía sin
reaccionar—. ¡REMUS! —gritó.
Remus reaccionó y observo a Hermione.
—¿Qué? ¿Qué paso? —preguntó.
—Eso queremos saber nosotros —dijo James—, te quedaste como
petrificado. ¿Qué te pasa?
—No es nada —respondió, Hermione lo miró con preocupación y él
lo noto—, en realidad, solo me duele un poco la cabeza, pero ya se me va a
pasar —mintió. No podía decirles a sus amigos de buenas a primeras lo que había
descubierto, además, él tenía la esperanza de equivocarse, que todo lo que
había descubierto sobre Peter, sea falso.
Hermione aun lo miraba con preocupación.
—No me va a pasar nada —dijo, tratando de que Hermione no se
preocupara por él—. Lee, por favor podrías continuar —pidió.
Lee asintió.
—¿Y
a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?
—Así
es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a
cabo el encantamiento Fidelio…
—¿Black
los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.
—¡No! —dijo James negando con la cabeza—. Es mentira. ¿Quién es
el imbécil que escribió ese libro? ¡No dice más que estupideces! ¡Sirius, ni
ninguno de mis amigos me traicionaría! —gritó enojado.
Esta era la primera vez que McGonagall y Dumbledore veían a
James Potter tan enojado.
—James me hace acordar a Harry cuando llego al número 12 de
Grimmauld Place —susurró Ron a Hermione, la cual asintió.
—Tranquilícese, señor Potter —pidió McGonagall—, tal vez esa
conversación solo sea el primer paso para descubrir la verdad, para atar cabos.
—James —dijo Lily, poniendo una mano sobre el brazo de su
novio—. No es verdad lo que dicen —afirmó.
James miró los ojos verdes de su novia, y se obligó a
tranquilizarse, no servía de nada salirse de control, total tarde o temprano se
demostraría la inocencia de su amigo.
—Desde
luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar
abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes (Sirius
apretó los puños con impotencia. Crookshanks
que estaba sobre su regazo se acomodó y sobo su cabeza tratando de
tranquilizarlo). Y parece que tenía la intención de hacerlo en el
momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos, Quien Tú Sabes
sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos,
completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda.
Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego.
No tenía otra elección que escapar…
—Eso no es verdad —defendió Harry.
—Sucio
y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en
silencio.
Sirius hizo una mueca.
—Lo siento, en ese momento no sabía lo que realmente había
pasado —se disculpó Hagrid, con las mejillas sonrojadas.
—Chist
—dijo la profesora McGonagall.
—¡Me
lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio antes de
que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de
Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito.
Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto… Y Sirius Black
apareció en aquella moto voladora que solía llevar (Ni
siquiera volver a escuchar sobre su moto voladora hizo que Sirius se animara).
No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él
había sido el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del
ataque de Quien Vosotros Sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar.
Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL
TRAIDOR ASESINO! —exclamó Hagrid.
A Sirius se le distorsiono la cara de dolor al escuchar ese
párrafo.
Lucius que estaba atento a la reacción de Sirius, sonrió al
verlo derrotado. Aunque claro, Lucius no creía que alguien como Black, un
traidor a la sangre haya alguna vez pertenecido a las filas del Señor
Tenebroso.
Y aunque sea un
Gryffindor le faltan agallas,
pensaba Lucius.
—Hagrid,
por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz.
—¿Cómo
iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y
a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien Vosotros Sabéis! Y entonces
me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él…» (¿En serio? Pero tú nunca has sido responsable de algo,
dices que eso no es lo tuyo, recordó James. Sirius lo único que hizo fue
encogerse de hombros) ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le
dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de
sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su
moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me
dijo (Pues imagino que si había sufrido la muerte
de mis amigos, una moto no me interesaría tanto, dijo Sirius, entendiendo a su
yo del futuro). Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro
en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no
la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil
de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía
que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo.
Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado
de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se
pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe…
—¡Merlín! —exclamó Andrómeda—. Fuiste muy imprudente, Hagrid —lo
amonestó—, Harry estaba escuchando todo —recordó, ya que al parecer todos
habían olvidado que Harry y sus amigos estaban también en Las Tres Escobas.
Lily miró con preocupación a su hijo.
—Espero que no hayas cometido alguna locura al escuchar eso
—dijo Lily a su hijo.
—Eh… —dijo Harry—, porque mejor no seguimos escuchando a Lee.
Lee siguió leyendo, pero la preocupación de Lily no menguo.
Tras
la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo
con cierta satisfacción:
—Pero
no consiguió huir; ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.
—¡Ah,
si lo hubiéramos encontrado nosotros…! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos
nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter (Remus se tensó al escuchar el nombre de su otro amigo,
después de todo lo que había descubierto. Mientras que James y Sirius se
preguntaban: ¿Peter? ¿Él había sido el que había capturado a Sirius?).
Enloquecido de dolor; sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de
los Potter, él mismo lo persiguió.
—¿Pettigrew…?
¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta.
El trío dorado se tensó al recordar que Rosmerta hablaba de
Peter como si fuera un inocente. Por culpa de esa rata Harry se había quedado
huérfano, Sirius había estado en prisión por doce años siendo inocente y Remus
se había quedado solo y depresivo.
—Adoraba
a Black y a Potter. Eran sus héroes (Permítame
dudarlo, susurró Hermione con amargura. Y nuevamente Remus escucho el susurró. Si es cierto, Peter es el traidor,
pensaba Remus) —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente
como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa
ahora… —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino.
La profesora McGonagall sentía algo parecido a su yo del futuro,
pero una parte de ella le decía que no lo sintiera, que Sirius era inocente y
que no confiara en todo lo malo que se decía de él.
—Venga,
venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un héroe (¿Peter esta muerto?, preguntaron los merodeadores. Pero
nadie respondió). Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos
que borrarles la memoria…) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a
Black. Dicen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste…?» Y
entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a
Pettigrew.
Harry tenía una mirada sombría.
Eso es mentira. Él, Peter
era el traidor, le hubiera gustado
gritar a todo pulmón, pero sabía que no era el mejor momento, al fin y al cabo
ya se enterarían de la verdad.
La
profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:
—¡Qué
chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que
habérselo dejado al Ministerio…
—Se me hace raro el actuar de Peter —comentó James, con una
seriedad irreconocible en él.
—Tienes razón, Cornamenta —dijo un pensativo Sirius—, por más
que Peter hubiera creído en mi culpabilidad, él nunca hubiera ido solo a
enfrentarme. Peter primero hubiera buscado a Lunático para tener un respaldo,
pero el Peter que describen en el libro es completamente distinto al que
conocemos.
—¿Estas tratando de decir que Peter es un cobarde? —preguntó
Remus.
—¿Cómo podría? Es un Gryffindor —dijo James—, pero sin duda aquí
hay algo raro.
Los chicos del futuro miraban a los merodeadores divagar, pero
ninguno se atrevió a decir la verdad.
—Os
digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría
perdido el tiempo con varitas… Lo habría descuartizado, miembro por miembro
—gruñó Hagrid.
Sirius miró al semi-gigante, la sola idea de ser descuartizado
no era una de las mejores maneras de morir sin duda.
—Lo siento —se volvió a disculpar Hagrid.
—No
sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los muy
preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría
tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel
entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de
la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos
cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a
veces sueño con ello (Los gemelos Weasley rodaron
los ojos). Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había
reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando.
Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante… Una túnica
manchada de sangre y unos… unos trozos de su cuerpo.
—¿Qué trozos? —se atrevió a preguntar Lily.
—Mamá no creo que sea necesario… —empezó a decir Harry, pero una
mirada que no aceptaba negaciones lo hizo callarse.
—¿De qué trozos de cuerpo habla? —volvió a preguntar Lily.
Harry miró a sus amigos.
—De… de su meñique —respondió Ron, ganándole a Harry.
—¿Qué? Eso es imposible —dijo James.
—No hay un hechizo que puede destrozar un cuerpo y solo dejar un
dedo —dijo Remus, frunciendo el ceño—, estoy seguro que algo más tuvo que haber
provocado ese desastre, y por supuesto Sirius es inocente —agregó.
Sirius agradeció a Remus que lo haya defendido.
La
voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.
—Bueno,
ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron
veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue
investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín (Harry bufó), que creo que fue de algún consuelo
para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.
—Doce años —dijo Charlie.
La
señora Rosmerta dio un largo suspiro.
—¿Es
cierto que está loco, señor ministro?
—Y quien no lo estaría al ser encerrado en prisión siendo
inocente —comentó Luna.
—Me
gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la
derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew
y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y
desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección
de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la
oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio… Pero me quedé sorprendido de
lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue
desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría (¿De
qué se aburría?, dijo Fabian, no debería estar ausente al tener a los
dementores tan cerca de él). Me preguntó si había acabado de leer el
periódico. Tan sereno como os podáis imaginar; me dijo que echaba de menos los
crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los
dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más
vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puerta día y noche.
Sirius se estremeció al imaginarse viviendo de esa manera.
¿Cómo es que sobreviví
tantos años en compañía de esas criaturas sin que me hayan afectado?, se preguntaba el animago.
—Esto es interesante —dijo Alastor.
—¿Qué cosa? —preguntó McGonagall.
—Pues eso que los dementores no le afecten. Pero como era de
suponer a nadie le importo mucho ese hecho —respondió el auror—. Y además… —el
auror se quedó callado, pensando. Nadie interrumpió sus pensamientos.
—Pero
¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor
ministro! No intentará reunirse con Quien Usted Sabe, ¿verdad?
—Me
atrevería a afirmar que es su… su… objetivo final —respondió Fudge
evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien Tú
Sabes, solo y sin amigos, es una cosa… pero con su más devoto seguidor, me
estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse…
—Vaya, no recordaba que Fudge si creía que Voldemort si podría regresar
—dijo Ron.
—Me preguntó, que fue lo que lo hizo cambiar de parecer dos años
después —dijo Hermione.
Draco que había estado escuchando a los Gryffindor, no sabía cómo
decirles que tal vez su padre había tenido algo que ver con el cambio de Fudge.
Hubo
un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado
su vaso.
—Si
tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos
acercando al castillo.
Todos
los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus
propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos
tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a
abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores
desaparecieron.
—¿Harry?
—Esa información será muy difícil de digerir —dijo Bill,
imaginando a un Harry de trece años lleno de rabia, sacando falsas conclusiones
después de la conversación que había escuchado.
Las
caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente,
sin saber qué decir.
—Creo que nadie sabría que decir en ese momento —comento Hannah.
—Fin del capítulo —anunció Lee.
Por fin, pensó Lily. Como fue que un capítulo bueno se convirtió en
uno horrible.
Por dios fantastico literalmente salte al ver que ya avias actualizado merodeadora no tardes tanto en subir otro capitulo porfavor...
ResponderEliminarSaludos
Tu actualización es lo único bueno del día, seguramente ya te enteraste del deceso de Rickman, una verdadera lástima . En cuanto al capitulo, ojala que la próxima vez no tardes mucho.
ResponderEliminarBesos
OMG tenia el presentimiento de que habias actualizado y me he alegrado muchisimo de que despues de tanto tiempo hubiera un nuevo capitulo, que ha mi parecer es un poco nose como describirlo, por un lado es genial Harry ha ido al pueblo pero y esto es del libro enterarse de esa forma brusca no ha sido bueno, y que lo esten leyendo todavia lo pone peor.
ResponderEliminarA mi parecer Sirius va a sufrir mucho este libro por todo lo que se piensa aunque el sabe que todo lo que dicen ya no lo piensan pero debe ser duro enterarse. Y dios mio Remus ya intuye cosa que él no sabe si realmente es cierto que la rata es la traidora, asi que cuando acabe no se sorprendera mucho (o eso pienso) aunque si le dolera como a James y Sirius la traicion.
PD: Espero que no tardes tanto en actualizar.
Besos lily
oh por dios, me encanto, me gusto mucho ese comentario de hermione sobre que remus ya estaría de vuelta y que las cosas buenas llegan después del fin de semana,me gusto bastante el capitulo,ya quiero seguir leyendo, gracias por actualizar, valió la pena la espera, ojala puedas subir un nuevo capitulo pronto, este es mi libro favorito, gracias por seguir con esta historia, espero que estés bien y que disfrutes de tus vacaciones, un placer leer tu historia
ResponderEliminardecir que me fascino es poco, pero por favor ¡actualiza!
ResponderEliminaroh, merlin, me encanto este capitulo, sobre todo la parte en que Hermione da a entender de que Remus si daria la clase porque ya habia pasado la luna llena =)
ResponderEliminarpor favor no te demores en actualizar, casi siento que muero cada vez que reviso tu blog y no encuentro un nuevo capitulo
besos, que estes bien
y repito, ¡actualiza! mas seguido, ¡son vacaciones!
ResponderEliminarpor favor actualiza, fue un gran capitulo, valio la pena la espera, la gran espera...
ResponderEliminaren verdad espero que estes bien para que asi puedas actualizar mas seguido
saludos