jueves, 14 de enero de 2016

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 10: El mapa del merodeador


Luego de que Padma terminara de leer el capítulo anterior, Lee Jordan se ofreció como voluntario para leer.
“El mapa del merodeador” —leyó Lee.
Los gemelos Weasley sonrieron, pero los merodeadores estaban preocupados, desconcertados, sorprendidos, como era posible que su amado mapa apareciera si se suponía que hablaban del futuro.
—Un momento, ¿qué has dicho? —preguntó Sirius, siendo el primero en reaccionar.
—Eso debería preguntarlo yo, señor Black —dijo McGonagall—. ¿Algo que quisieran explicarnos? —se dirigió a James, Sirius y Remus.
—Bue… —empezó Remus, pero James y Sirius interrumpieron.
—¡NADA! No tenemos nada que decir —aseguraron.
McGonagall no se conformaba con esa respuesta, y más viniendo de los merodeadores. Iba a seguir interrogándolos cuando Albus le dijo:
—No importa, Minerva —la profesora puso cara de indignación, pero el director rápidamente agregó—: estoy seguro que lo descubriremos.
—¿James? —dijo Lily, con una mirada de curiosidad.
—Pelirroja —dijo James.
—¿Quisieras explicarme lo que pasa? —preguntó Lily.
James se acercó más a Lily y susurró:
—Es nuestro gran invento —dijo haciendo alusión a él y sus amigos. Lily lo miró con suspicacia—, por el momento es lo único que te puedo decir. Además, ya descubrieron el secreto de mi capa de invisibilidad, esto…
—Entendiendo —le dijo Lily, en el mismo tono de voz.
Lee empezó a leer.
La señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de la Nimbus 2.000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos.
James y Sirius comprendían eso, siempre era muy difícil desprenderse de la primera escoba, porque no era simplemente una escoba, era ¡LA PRIMERA ESCOBA!
—Te comprendo —dijo James a Harry.
—¿Sí? —dijo Harry.
James asintió.
Hermione y Lily rodaron los ojos.
—Es muy difícil desprenderse de la primera escoba —dijo James.
—¿La primera escoba? ¿Y qué me dices de las demás, Potter? —le dijo Lily a su novio.
James se sonrojó, y solo atinó a encogerse de hombros, mientras que algunos reían entre dientes.
Lo visitó gente sin parar; todos con la intención de infundirle ánimos. Hagrid le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y Ginny Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se metía debajo del frutero.
Ginny se sonrojó inmediatamente al escuchar ese párrafo, mientras que los gemelos Weasley se reían y parpadeaban exageradamente hacia Harry haciendo que él también se sonrojara, Ron parecía incómodo, Lily y Molly miraban con ternura a Ginny, y los merodeadores sonreían.
—Pero lo único que se te olvido fue mandarlo con un enano vestido de cupido para entregar la tarjeta —dijeron Fred y George.
—¡Fred! ¡George! Ya basta —los regaño Molly.
El equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez con Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto. Ron y Hermione no se iban hasta que llegaba la noche. Pero nada de cuanto dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry, porque los demás sólo conocían la mitad de lo que le preocupaba.
Aquello alarmó a Lily, temía que su hijo nunca estaría tranquilo, ya que siempre había algo detrás de él. y no precisamente algo bueno.
No había dicho nada a nadie acerca del Grim, ni siquiera a Ron y a Hermione, porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se burlaría (Ron asintió ante esta afirmación, pero Hermione miró a Harry con indignación, ella no se habría burlado de él, simplemente le habría hecho entender que todo eso del Grim no era más que supersticiones). El hecho era, sin embargo, que el Grim se le había aparecido dos veces y en las dos ocasiones había habido accidentes casi fatales. La primera casi lo había atropellado el autobús noctámbulo. La segunda había caído de veinte metros de altura. ¿Iba a acosarlo el Grim hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de su vida esperando las apariciones del animal?
—Solo eran coincidencias, además, eso no era un Grim —dijo Hermione. Y Remus no pudo evitar no observarla cuando escucho su voz. Pero luego Remus se reprendió mentalmente por estar mirando a Hermione. Él tenía que entender que no podía mirarla de la manera en que la miraba porque Hermione era la pareja de un licántropo. Y eso se respeta, esa era una de las principales leyes de los licántropos.
Así que haciendo un gran esfuerzo, Remus se obligó a apartar la mirada de Hermione. Pero su lobo interior se resistía, peleaba con él.
—¿Qué quieres decir con eso, Hermione? ¿Cómo que solo eran coincidencias? —preguntó Andrómeda.
—Pues… —empezó Hermione, pero Ron la interrumpió.
—No digas nada aun, Hermione, le quitaras lo interesante a este tercer libro.
Andrómeda miró con ojos entrecerrados a Ron, pero admitió que el pelirrojo tenía razón, por eso no insistió una respuesta a Hermione.
Y luego estaban los dementores. Harry se sentía muy humillado cada vez que pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los dementores eran espantosos, pero nadie se desmayaba al verlos… Nadie más oía en su cabeza el eco de los gritos de sus padres antes de morir.
Lily contuvo un sollozo al oír eso, y James se estremeció.
—No debería sentir mal por eso, joven Potter —le dijo Dumbledore a Harry—, lo que a usted le toco vivir no se puede comparar con las vidas de sus demás compañeros.
Harry asintió lentamente. Pero en ese tiempo él no lo veía de esa manera, él solo se sentía vulnerable y avergonzado ante los demás por ese detalle, pero ahora todo era distinto.
Porque Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería, desvelado durante la noche, contemplando las rayas que la luz de la luna dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez. Cuando se le acercaban los dementores, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de lord Voldemort, y las carcajadas de lord Voldemort antes de matarla… (James volvió a estremecerse ante ese hecho, lo mismo que Snape, pero este ocultaba todo sentimiento bajo una máscara de frialdad. Mientras Lily se evitaba llorar, ya que por lo menos su muerte había servido de algo, su pequeño aún vivía) Harry dormía irregularmente, sumergiéndose en sueños plagados de manos corruptas y viscosas y de gritos de terror, y se despertaba sobresaltado para volver a oír los gritos de su madre.
—Oh, Harry, lo lamento tanto —le dijo Lily a su futuro hijo, dándole un fuerte apretón en la mano.
—Porque te disculpas, si tú no tienes la culpa de nada —dijo Harry, sintiéndose incomodo, pero no por la mirada de su madre, sino por las miradas de los demás.

Fue un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy. Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry (Rubio idiota, dijeron James y Sirius al unísono. Yo diría infantil, comentó Lily. Draco al escuchar que lo llamaban infantil se le tiñeron ´de rosa sus pálidas mejillas). La mayor parte de la siguiente clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los dementores. Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un corazón de cocodrilo grande y viscoso (¡bien hecho, sobrino!, felicitaron los gemelos Prewett). Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor.
—Eres un maldito, Quejicus, eso es injusto —gruñó Sirius.
—Por supuesto que es injusto, también debiste de quitarle puntos a Malfoy —se exaltó James.
—O por lo menos de debió haberle quitado cincuenta puntos —dijo Remus, con voz más pasiva que sus amigos.
—Y son precisamente ustedes tres lo que hablan de injusticias —siseó Snape, dedicándole miradas asesinas a los merodeadores. James y Sirius se miraron, mientras que Remus se sonrojó.
Luego de eso nadie dijo nada más y Lee continuo leyendo.
—Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo.
—Estoy segura que el profesor Lupin será el que nos dé la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras —aseguró Hermione.
—¿Y cómo estas tan segura de eso, Hermione? —preguntó Harry.
Snape miró a Hermione fingiendo indiferencia, pero estaba seguro que para ese entonces ella ya había averiguado el secreto de Remus.
Hermione se sonrojó al sentir varias miradas sobre ella. Y Remus que había tratado de hacer uso de todo su autocontrol, volvió a mirarla, sin poder evitarlo. El lobo estaba ganando, y eso era malo.
—Eh… pues, me imagino que ha ocupado todo el fin de semana para recuperarse. Además, siempre pasan cosas buenas después del fin de semana —respondió Hermione.
—¿Siempre pasan cosas buenas después del fin de semana? No lo comprendo —dijo Ron.
—Eso no es lo único que no comprendes, pequeño Ronnie —dijo George tratando de quitar la tensión del ambiente.
—Cállate —le dijo Ron a su hermano, el cual se rió junto con su gemelo.
Harry se encogió de hombros.
—Bueno, mejor porque no miras a ver quién está, Hermione —pidió Ron.
Hermione se asomó al aula.
—¡Estupendo! —exclamó.
El profesor Lupin había vuelto al aula (Hermione era la única que sabía mi secreto en ese momento, pero entonces ¿por qué no me temía?, se preguntaba Lupin. Por supuesto, a ella parece que siempre le agrado los licántropos, se respondió internamente Remus, haciendo mención a que ella estaba casada con uno de su misma especie). Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras (Alice miró con preocupación a Remus). Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad de Lupin.
—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?
—No sabemos nada sobre los hombres lobo…
—¡… dos pergaminos!
—¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? —preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.
—Por supuesto que lo hicieron —comentó Frank.
—Pero lo único que hizo Quejicus fue regodearse del sufrimiento de los estudiantes —agregó James, mirando mal a Snape.
Volvió a producirse un barullo.
—Sí, pero dijo que íbamos muy atrasados…
—… no nos escuchó…
—¡… dos pergaminos!
—¿Quién es el que se la paso repitiendo esa misma frase? —preguntó Ted.
—Todos hablaban a la vez, dudo mucho que recuerde quien repetía eso —se apresuró a responder Hermione, tratando de que no prestaran atención al sonrojó de su pelirrojo amigo.
—Gracias —le susurró Ron, Hermione asintió.
El profesor Lupin sonrió ante la indignación que se dibujaba en todas las caras.
—No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.
—¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!
—Lógico —dijeron los gemelos Weasley y los gemelos Prewett.
Hermione los miró con seriedad a cada par de gemelos.
Eso quiere decir que Hermione… sabía del secreto de Remus desde que hizo la tarea que les mando Severus, pensaba Lily, mirando de reojo a la castaña.  Y aun así no salió corriendo en cuanto lo supo. Esa es una buena señal, ya que a Hermione no le importa esa pequeña parte de Remus, a ella solo le importa lo buena persona y amigo que es.
Por otra parte ahora los merodeadores estaban más que seguros que Hermione sabía del pequeño problema peludo de Remus.
Eso aun incomodaba a Remus, pero no podía hacer nada en ese momento o se delataría, y él no quería que nadie lo mirara como a un monstruo y lo despreciaran por algo que él nunca pidió ser.
Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal que contenía un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva.
—Atrae a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los alumnos tomaban apuntes—. ¿Veis el farol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el viajero sigue la luz y entonces…
El hinkypunk produjo un chirrido horrible contra el cristal.
—Por supuesto, Quejicus nunca podría dar una clase como la tuya, Lunático —alabó James, mirando mal al futuro profesor de pociones. Snape le devolvía la mirada asesina a James.
Remus se sonrojó ante el cumplido, pero más se sorprendió al descubrir la mirada de Hermione sobre él. Lupin apartó la mirada rápidamente, dejando desconcertada a la chica.
¿Qué hice mal?, se preguntaba Hermione. 
Al sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se dirigieron a la puerta, pero…
—Espera un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gustaría hablar un momento contigo.
Harry volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del hinkypunk.
—Me han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible arreglarla?
—No —contestó Harry—, el árbol la hizo trizas.
James hizo una mueca ante la destrucción de una escoba, pero respiró aliviado de que su hijo no le pasara lo mismo que a la escoba.
Lupin suspiró.
—Plantaron el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts (Lucius y Narcissa Malfoy suspiraban aburridos, mientras que Moody no sabía porque el que redacto los libros pondría esa parte de la conversación en el libro, no le parecía relevante esta información, ya que no tenía nada que ver con Voldemort o sus mortífagos. Pero los que si conocían de la condición de Remus Lupin sabían cuán importante era el sauce boxeador en la historia). La gente jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente para tocar el tronco. Un chico llamado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se nos prohibió acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa.
Sirius negó con la cabeza.
—Con lo fácil que es acercarse al sauce —susurró el ojigris, mientras que James asentía.
Remus no hizo ningún comentario, pero recordaba lo culpable que se sintió cuando ocurrió el accidente, ya que si él no tuviera ese pequeño problema peludo, Dumbledore nunca habría mandado a plantar al sauce boxeador.
Por otra parte, Snape bufó al recordar que casi es atacado por Remus convertido en licántropo cuando Sirius le dijo sobre el túnel que había en el sauce boxeador.
—¿Ha oído también lo de los dementores? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo.
Lupin le dirigió una mirada rápida.
—Sí, lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore. Están cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los terrenos del colegio… Fue la razón por la que te caíste, ¿no?
—Esos seres no deberían estar rondando el colegio —comentó una indignada Molly.
—No te alteres, querida —le susurró Arthur a su esposa, haciendo alusión de que su estado de ánimo afectaría a los bebés que esperaban.
—Sí —respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba por la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy…?
—No tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente, como si le hubiera leído el pensamiento (Siendo amigo de James durante ya casi siete años, me imagino que no me sería nada difícil intuir lo que quería decirme, pensaba Remus)—. Los dementores te afectan más que a los demás porque en tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen. —Un rayo de sol invernal cruzó el aula, iluminando el cabello gris de Lupin y las líneas de su joven rostro—. Los dementores están entre las criaturas más nauseabundas del mundo (Casi todos asintieron estando con las palabras del Lupin de futuro). Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la alegría de cuanto les rodea (Sirius se estremeció al saber que su yo del futuro tuvo que convivir con esas criaturas durante doce años). Incluso los muggles perciben su presencia, aunque no pueden verlos. Si alguien se acerca mucho a un dementor; éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el dementor se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno (Ahora todos se estremecieron al escuchar tales palabras. Hermione se puso pálida al recordar cuando Harry, Ron y ella irrumpieron en el Ministerio de Magia para recuperar en guardapelo de Slytherin que tenía Umbridge, y esas criaturas estaban rondando en el juicio de los hijos de muggles). Le dejará sin otra cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry, es tan horrible que derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué avergonzarte.
—Cuando hay alguno cerca de mí… —Harry miró la mesa de Lupin, con los músculos del cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre.
Lily se estremeció.
Pobre de mi hijo, tener que pasar por todo eso, solo por un loco despiadado por la pureza de la sangre, pensaba Lily con cierta amargura.
Lupin hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry por el hombro, pero lo pensó mejor (James miró a Remus, él no le veía nada de malo que su amigo hubiera querido consolar a su hijo). Hubo un momento de silencio y luego…
—¿Por qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza.
—Están hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio un chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su suministro de presas humanas se ha agotado… Supongo que no pudieron resistirse a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción… El ambiente caldeado… Para ellos, tenía que ser como un banquete.
—Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry.
Nadie hizo algún comentario contradiciendo a Harry.
Lupin asintió con melancolía.
—La fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta muros ni agua para tener a los presos encerrados, porque todos están atrapados dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La mayoría enloquece al cabo de unas semanas.
Sirius sintió un escalofrío en la espalda.
Sí, definitivamente mi futuro no es nada bonito, pensaba Sirius.
—Pero Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó…
El maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo:
—Sí —dijo incorporándose—. Black debe de haber descubierto la manera de hacerles frente. Yo no lo habría creído posible… En teoría, los dementores quitan al brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente.
—¿Black? Ya ni siquiera me llamabas por mi nombre —le reclamó Sirius a Remus, el castaño no sabía que decir—. Y si me tratabas por el apellido eso quiere decir que me creías culpable de todo de lo que me acusaban.
—No lo sé, Sirius… No puedes reclamarme por algo que no he hecho todavía —dijo Remus a Sirius cuando por fin recupero el habla.
Sirius bufó.
—No puedo creer que me creyeras culpable —graznó el animago.
Crookshanks, el gato de Hermione, que estaba dormido al lado de su ama, se subió sobre la mesa al escuchar las voces de Sirius y Remus. Caminó hacia ellos y se quedó mirando a Sirius.
Hermione se quedó perpleja ante esa pequeña discusión y por el actuar de su gato.
—Sirius las cosas no son como parecen —dijo la castaña, defendiendo a su futuro esposo—, no es a Remus a quien tienes que reclamarle tu suerte.
Sirius clavó sus ojos grises en Hermione.
—Hermione tiene razón, Sirius —ahora habló Harry.
—Claro —afirmó James—. Además, no podemos pelearnos entre nosotros, Canuto, y mucho menos desconfiar de nosotros. Por favor, somos los merodeadores, y en nuestro grupo no hay traidores.
El trío dorado compartieron una mirada.
Si lo hay, es Peter, quiso gritar Harry, pero mejor decidió callar.
Lucius que podía ver a los merodeadores en un ángulo perfecto sonreía por verlos por primera vez pelearse y desconfiar de ellos.
Crookshanks maulló llamando la atención de los merodeadores, lo cuales no le habían prestado atención por estar discutiendo.
Los merodeadores observaron al gato de cara aplastada, pero el minino centro su mirada en Sirius, como tratando de que su viejo amigo entendiera algo.
«No te preocupes, tú eres inocente, no hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro», y de pronto las palabras de Crookshanks llego a la cabeza de Sirius.
Soy un tonto, no debería de discutir con ninguno de mis amigos, ellos no tienen la culpa de mi destino, pensaba Sirius.
—Lo siento, Lunático —dijo Sirius—. Tienes razón, no puedo reclamarte por algo que no has hecho… es solo que todo esto me pone mal —confesó.
Remus asintió comprendiendo como debía sentirse su amigo.
—No importa, Sirius, te entiendo —dijo Remus.
—La próxima vez que vuelvan a discutir los hechizare —los amenazó James—. Y le pediré ayuda a Colagusano, sin duda no se negara ya que también estaría muy enojado si los ve discutir.
—Sí, claro —murmuró Ron.
Crookshanks saltó al regazo de Remus, ronroneó y maulló como si le estuviera diciendo algo —que obviamente Remus no comprendió— luego sobo varias veces su cabeza en el pecho del castaño, este le rasco detrás de la cabeza del gato, el cual ronroneo más. Después de unos minutos, el gato volvió su mirada a Sirius, salto del regazo de Remus al regazo del ojigris, y aun ronroneando se acomodó para dormir en las piernas de Sirius.
—Que gato tan raro —comentó Andrómeda.
—Ya lo creo —murmuró Sirius.
—Lo siento —dijo Hermione—, Crooks… —empezó a llamarlo, pero Sirius la interrumpió.
—No, déjalo.
Hermione asintió.
Luego de esa pequeño intercambio de palabras, Lee siguió leyendo.
—Usted ahuyentó en el tren a aquel dementor —dijo Harry de repente.
—Hay algunas defensas que uno puede utilizar —explicó Lupin—. Pero en el tren sólo había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.
—¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme?
Alastor Moody estaba con el ceño fruncido porque gracias a las discusiones de dos de los merodeadores habían perdido tiempo. Pero ahora había centro su vista en Harry y Remus.
Lupin le habría enseñado hacer un patronus a Potter, se preguntaba el auror. Porque si es así, y Potter lo logro, eso sí que sería digno de admirar. Un niño de 13 años haciendo un patronus corpóreo.
—No soy ningún experto en la lucha contra los dementores, Harry. Más bien lo contrario…
—Pero si los dementores acuden a otro partido de quidditch, tengo que tener algún arma contra ellos.
—El único hechizo que ahuyenta a los dementores es el patronus —comentó Lily—. Pero es un poco complicado lograrlo, se tiene que tener el recuerdo más feliz y fuerte para lograrlo. Y tú solo tenías trece años, Harry —Lily miraba a su hijo, esperando una respuesta sobre todo eso, ella quería saber si su hijo había logrado hacer un patronus.
Harry solo miró a su madre enigmáticamente.
Mientras que los chicos que pertenecían al ED querían decir que Harry si había logrado conjurar un patronus, ya que en su quinto curso fue él quien les enseño a hacerlo, pero mejor dejaron que todo siguiera su curso.
Lupin vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo:
—Bueno, de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo.
Alastor frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir eso de «Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo», Albus? —preguntó el auror a Dumbledore.
—Oh, no es nada malo, Alastor —contestó Dumbledore, como si estuviera hablando del clima.

Con la promesa de que Lupin le daría clases antidementores, la esperanza de que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de noviembre, el estado de ánimo de Harry mejoró mucho (A Lily le gusto que su hijo estuviera de un mejor ánimo, y aunque no le gustaba mucho el quidditch, en ese momento lo adoraba, porque gracias a eso su hijo estaba más alegre). Gryffindor no había perdido todas las posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota. Wood recuperó su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre (Yo diría que eso era más que una «energía obsesiva», comentó George a su gemelo. El cual asintió y dijo: Yo diría que es un enamoramiento hacia el quidditch; luego ambos se soltaron a reír cuando vieron la cara de desconcierto de Wood). Harry no vio la menor señal de los dementores dentro del recinto del colegio. La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas.
—Ni siquiera allí deberían estar esas horribles criaturas —dijo Lily, y Molly asintió estando de acuerdo.
Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había ambiente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos, ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban. Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las vacaciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas (Percy miró ofendido a su hermano menor, mientras que Fred y George, y Fabian y Gideon se reían, Molly con una sola mirada los callo), y Hermione alegó que necesitaba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar a Harry: se quedaban para hacerle compañía y él se sintió muy gradecido.
Molly y Arthur se sintieron orgullosos de Ron, al saber que lo habían criado bien. Ron podría ser impulsivo y a veces celoso, pero era bueno, él era un buen amigo.
Mientras que Lily, James, Sirius y Remus estaban felices de que Harry encontrara tan buenos amigos.
Sí supieran que esa Navidad no solo me había quedado esa para hacerle compañía a Harry, sino que también me había quedado para no separarme de Remus, aunque no hablara con él, me conformaba con solo míralo, pensaba Hermione.
La castaña sintió una mirada sobre ella, levanto la cabeza y se encontró con los ojos miel de Remus, le sonrió ligeramente, y él le devolvió la sonrisa.
El lobo había ganado y había ordenado que mirara y sonriera a Hermione.
No, se dijo mentalmente Remus, aparatando lentamente la mirada de Hermione.
El corazón de Hermione empezó a latir con fuerza, esa sonrisa había causado muchas cosas en ella. Y deseo acercarse a Remus y juntar sus labios con los de él en un dulce beso.
Dios mío, pensó Hermione, parecía como si nuevamente fuera la chica de trece años que moría por acercarse a su profesor y lo único que lograba era quedársele viendo, reprimiendo sus deseos.
Para satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre.
—¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!
Hermione se apeno al recordar a sus padres, ya que aún no había podido ir en su búsqueda, y a decir verdad los extrañaba mucho, y los necesitaba estando en su estado.
Suspiró.
 No puedo ponerme triste, le podría hacer mal a mi bebé, y no quiero que nada malo le pase, se decía Hermione, haciendo suaves masajes en su abultado vientre.
Resignado a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood su ejemplar de El mundo de la escoba, y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. En los entrenamientos había montado en una de las escobas del colegio, una antigua Estrella Fugaz muy lenta que volaba a trompicones; estaba claro que necesitaba una escoba propia.
James hizo una mueca de horror al escuchar que su hijo tuvo que entrenar con una vieja escoba.
Para mí no más, una escoba Estrella Fugaz ya es muy antigua, no puedo imaginar para mi hijo, pensaba James. Debo hacer algo para que el colegio pueda proveerse de escobas nuevas.
La mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y silencioso.
—¡Pss, Harry!
Los gemelos Weasley se miraron con complicidad, cosa que no pasó desapercibida para sus tíos como para los merodeadores.
Se dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George que lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.
Ahora fue el turno de los merodeadores de compartir una mirada de complicidad, ya que sabían a donde los dirigía si pasaban la estatua de la bruja tuerta.
—Están pensando lo mismo que yo —susurró James.
Sirius y Remus asintieron.
—Ese par encontraron nuestro mapa —susurró Sirius.
—Por eso al descubrir que nosotros éramos los merodeadores no dudaron en pedirnos nuestros autógrafos, ¿recuerdan? —preguntó Remus en el mismo tono de voz que sus amigos.
James y Sirius asintieron.
—¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino de Hogsmeade?
—Hemos venido a darte un poco de alegría antes de irnos —le dijo Fred guiñándole el ojo misteriosamente—. Entra aquí…
Le señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa.
—Un regalo navideño por adelantado, Harry —dijo.
—No será una de sus bromas, ¿verdad, Fred; verdad, George? —preguntó Molly, mirando a sus hijos con seriedad.
—¡Oh, madre! —exclamó Fred teatralmente.
—Nosotros nunca jugaríamos con algo tan sagrado —dijo George, hablando con solemnidad.
Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George, lo miró con detenimiento.
—¿Qué es?
—Esto, Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.
Percy negó con la cabeza ante las ocurrencias de sus hermanos.
—Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros.
—De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Es tuyo. A nosotros ya no nos hace falta.
Los merodeadores volvieron a compartir una mirada. Mientras que Lily se hacía una idea a lo que se referían.
Solo espero que esto no meta en más problemas a mi hijo, pensaba Lily.
—¿Y para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry.
James se llevó una mano al pecho teatralmente.
—¡Harry! —exclamó James horrorizado.
—¿Llamaste pergamino viejo a nuestro querido mapa, el cual demoramos casi dos años en crearlo? —preguntó Sirius, sintiéndose ofendido.
Remus negó con la cabeza, ellos mismos se habían delatado.
—¿No que no sabían nada del mapa? —preguntó una seria profesora McGonagall.
—Profesora nos creería si le dijéramos que recién nos estamos acordando de nuestro mapa —tanteó James, fingiendo inocencia.
McGonagall frunció el ceño.
—No pasa nada, Minerva —dijo Dumbledore, sonriendo ligeramente hacia los merodeadores.
La profesora no podía creer lo que decía Dumbledore, pero ya no objeto nada más, ya que cuando terminaran de leer todos los libros ella misma tendría una buena platica con los merodeadores.
—¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor; como si Harry lo hubiera ofendido gravemente (Así nos sentíamos, alegó George mientras Fred asentía)—. Explícaselo, George.
—Bueno, Harry… cuando estábamos en primero… y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes… —Harry se rió (Algunos también reían en la sala, ya que nadie creía que ese par alguna vez hubieran sido inocentes). Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—. Bueno, más inocentes de lo que somos ahora… tuvimos un pequeño problema con Filch.
—Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó.
Molly miró molesta a sus hijos.
—Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual…
—… castigo…
—… de descuartizamiento…
—… y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía «Confiscado y altamente peligroso».
—No me digáis… —dijo Harry sonriendo.
Fred y George se paradón de sus asientos e hicieron reverencias como los actores de teatro al finalizar su obra. Al ver esto Molly, se llevó una mano a la cara con pesar, mientras que Fabian y Gedeon celebraban a sus sobrinos, y los merodeadores estaban gratamente sorprendidos por la astucia de los gemelos Weasley.
—Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred— George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí… esto.
—No fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.
—Se lo confisco a Colagusano a mediados de setiembre, cuando a media noche iba a las cocinas por unos cuantos bocadillos —confesó Sirius, y cuando se dio cuenta de su error, se llevó las manos a la boca—. Bueno, creo que no fue exactamente a media noche…
—No podrás arreglarlo, Sirius, te todas formas ya te escucharon —dijo Remus, negando con la cabeza.
—¿Y sabéis utilizarlo?
—Si —dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pequeña maravilla nos ha enseñado más que todos los profesores del colegio.
McGonagall miró entre enojada y ofendida a los gemelos Weasley.
—Me estáis tomando el pelo —dijo Harry, mirando el pergamino.
—Ah, ¿sí? ¿Te estamos tomando el pelo? —dijo George.
Sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció:
—¿Leerá la clave? —preguntó James.
—Seguramente —dijo Sirius.
—No se puede hacer nada, me imagino que el mapa se volverá muy común de ahora en adelante —dijo Remus.
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
Lily miró primero a su novio, Sirius y por último a Remus.
—¿Por qué no me sorprende esa clave? —dijo sin quitar la mirada de los merodeadores.
—Mi hermosa pelirroja, nuestro mapa tenía que tener una digna clave —dijo James, sonriendo traviesamente.
E inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George, empezaron a aparecer unas finas líneas de tinta, como filamentos de telaraña. Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte superior. Palabras en caracteres grandes, verdes y floreados que proclamaban:
—¿Verdes? Creí que no les gustaba el verde, ya que lo consideraban muy Slytherin —dijo Andrómeda, con una ceja alzada.
—No era un verde Slytherin —defendió Sirius.
—¿Entonces? —preguntó Frank.
Sirius y Remus sonrieron.
—Es un verde… verde-ojos-de-Lily —confesó James, mirando a su novia, Lily se sonrojo, pero que su corazón empezara a latir mucho más rápido por el amor que cada segundo crecía más y más por ese merodeador de ojos avellana—. El verde más hermoso de todos.
—Esto es incómodo —susurró Ron, llamando la atención de Harry.
—¿Por qué? —preguntó Harry.
—Amigo, no creo que quieras ver a tus padres besarse, ¿o sí? —susurró, señalando a James y Lily que cada vez juntaban más sus rostros.
A Harry se le encendieron las mejillas. Ron tenía razón, seria incomodo ver a sus padres besarse. Así que rápidamente le hizo una seña a Lee para que siguiera leyendo.

Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
proveedores de artículos para magos traviesos
están orgullosos de presentar
EL MAPA DEL MERODEADOR

Snape dedico una mirada asesina a los merodeadores.
Mientras que los demás estaban ansiosos por saber que mostraba ese mapa en si.
Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos. Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta que se movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta (Todos estaban sorprendido por lo que ocultaba el mapa, hasta Lucius se vio un poco sorprendido, pero luego volvió a su máscara de frialdad. Lily miró con sorpresa a los merodeadores y preguntó: ¿Cuándo hicieron ese mapa? El primero en responder fue Sirius: Veras, pelirroja, tuvimos la idea en nuestro cuarto curso. Ahora hablo James: Pero lo llevamos a cabo en nuestro quinto curso, contó. Remus agregó: Nos llevó mucho tiempo, pero al final lo logramos. La profesora McGonagall sabía del gran talento que tenían esos chicos y estaba orgullosa de ellos, lo único malo era que usaban sus talentos para hacer bromas). Estupefacto, Harry se inclinó sobre el mapa. Una mota de la esquina superior izquierda, etiquetada con el nombre del profesor Dumbledore, lo mostraba caminando por su estudio. La gata del portero, la Señora Norris, patrullaba por la segunda planta, y Peeves se hallaba en aquel momento en la sala de los trofeos, dando tumbos. Y mientras los ojos de Harry recorrían los pasillos que conocía, se percató de otra cosa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que él no había entrado nunca. Muchos parecían conducir…
—Hogsmeade —dijeron los merodeadores a coro.
—Exactamente a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndolos con el dedo—. Hay siete en total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros estamos seguros de que nadie más conoce estos otros. Olvídate de éste de detrás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloqueado (¿Qué? ¿Por qué hicieron eso?, dijo Sirius. Pero una mirada de McGonagall lo hizo dejar de quejarse). Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utilizado nunca, porque el sauce boxeador está plantado justo en la entrada (Los merodeadores compartieron una mirada cómplice). Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizás hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta.
—Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —suspiró George, señalando la cabecera del mapa—. Les debemos tanto…
—Eso es un gran honor para nosotros —dijo Sirius.
—Por supuesto —corroboró James y Remus.
—Aunque pensándolo mejor, no creo poder deberle algo a Colagusano —susurró George a su gemelo, el cual asintió.
—Hombres nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación de quebrantadores de la ley —dijo Fred solemnemente.
James sonrió con fanfarronería sintiéndose orgulloso, Sirius tenía una sonrisa arrogante en sus labios mientras inclinaba la cabeza a modo de reverencia, y Remus tenía una leve sonrisa y sus ojos miel le brillaban como si hubiera hecho alguna travesura.
Ese brillo le encantó a Hermione. Nunca había visto que los ojos de Remus brillaran tanto.
Seguramente estar con sus amigos e ignorar la traición de Peter marca la diferencia que en nuestra época, llena de muerte e injusticias, pensaba Hermione.
—Bien —añadió George—. No olvides borrarlo después de haberlo utilizado.
—De lo contrario, cualquiera podría leerlo —dijo Fred en tono de advertencia.
—No tienes más que tocarlo con la varita y decir: «¡Travesura realizada!», y se quedará en blanco.
—Una frase muy común en ustedes —recordó Frank.
—Yo diría, predilecta —dijo Lily, mientras que James le sonreía.
—Así que, joven Harry —dijo Fred, imitando a Percy admirablemente—, pórtate bien.
—Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, guiñándole un ojo.
Lily miró a los gemelos Weasley y luego a su hijo, no había que ser una adivina para saber lo que haría su hijo. Pero a pesar de saberlo no estaba enojada con ninguno de los tres por romper las reglas, más bien estaba agradecida con los gemelos por haberlo ayudado a ir al pueblo.
Salieron del aula sonriendo con satisfacción.
Harry se quedó allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que correspondía a la Señora Norris se volvía a la izquierda y se paraba a olfatear algo en el suelo (Alastor estaba más que interesado en el mapa, así que preguntó: ¿Cómo funciona el mapa con los ocultamientos? Y antes de que uno de los merodeadores respondieran, Fred lo hizo: Funciona de la misma manera, ni los hechizos de ocultamiento, ni la capa de invisibilidad altera el funcionamiento del mapa. George agregó: Incluso detectaría a un animago transformado. El auror asintió demasiado interesado. Mientras Ron hizo una mueca de molestia al saber que ninguno de sus hermanos le había avisado que cuando revisaban el mapa él aparecía en compañía de Peter Pettigrew, incluso cuando dormía). Si realmente Filch no lo conocía, él no tendría que pasar por el lado de los dementores. Pero incluso mientras permanecía allí, emocionado, recordó algo que en una ocasión había oído al señor Weasley: «No confíes en nada que piense si no ves dónde tiene el cerebro.»
—En eso tienes razón, Arthur —dijo James.
—Pero nuestro mapa… —dijo Sirius.
—Nuestro mapa solo servía para hacer bromas —terminó Remus.
—Por supuesto, el mapa no tenía nada que ver con ese maldito diario —dijeron los gemelos Weasley.
Ginny se estremeció al oír sobre el diario.
Aquel mapa parecía uno de aquellos peligrosos objetos mágicos contra los que el señor Weasley les advertía. «Artículos para magos traviesos…» Ahora bien, meditó Harry, él sólo quería utilizarlo para ir a Hogsmeade. No era lo mismo que robar o atacar a alguien… Y Fred y George lo habían utilizado durante años sin que ocurriera nada horrible.
Snape puso mala cara.
Sí, claro, nada horrible, gruñó en su fuero interno. Pero yo tuve que soportar por años a esos desadaptados, y lo peor de todo era que la mayoría de las veces ellos salían inmunes, nada más porque no estaban por lo alrededores.
Harry recorrió con el dedo el pasadizo secreto que llevaba a Honeydukes.
Entonces, muy rápidamente, como si obedeciera una orden, enrolló el mapa, se lo escondió en la túnica y se fue a toda prisa hacia la puerta del aula. La abrió cinco centímetros. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salió del aula y se colocó detrás de la estatua de la bruja tuerta.
—Ya está cerca —murmuró James.
¿Qué tenía que hacer? Sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él había aparecido una mota de tinta con el rótulo «Harry Potter». Esta mota se encontraba exactamente donde estaba el verdadero Harry, hacia la mitad del corredor de la tercera planta. Harry lo miró con atención. Su otro yo de tinta parecía golpear a la bruja con la varita. Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de la mota había un diminuto letrero, como un bocadillo de tebeo. Decía: «Dissendio.»
—Hasta habían dejado instrucciones —dijo Alice.
—Todo sea por los futuros bromistas —respondieron solemnemente James y Sirius.
¡Dissendio! —susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la bruja.
Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudiera pasar por ella una persona delgada. Harry miró a ambos lados del corredor, guardó el mapa, metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Estaba totalmente oscuro. Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!, y vio que se encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro. Levantó el mapa, lo golpeó con la punta de la varita y dijo: «¡Travesura realizada!» El mapa se quedó inmediatamente en blanco. Lo dobló con cuidado, se lo guardó en la túnica, y con el corazón latiéndole con fuerza, sintiéndose al mismo tiempo emocionado y temeroso, se puso en camino.
Los merodeadores escuchaban nostálgicos ese párrafo. Ya que les hacía recordar la primera vez que vivieron esa aventura.
—Qué recuerdos más maravillosos —dijo Sirius.
—Sí, que viejos recuerdos —dijo James.
—¿Viejos recuerdos? —susurró Remus—. Un día antes de que empezáramos a leer los libros nos habíamos escapado a Hogsmeade solo porque a Sirius se le provoco grageas de todos los sabores.
—Y a ti ranas de chocolate —lo acusó Sirius, en el mismo tono de voz que uso Remus.
Remus se sonrojó.
El pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la madriguera de un conejo gigante que a ninguna otra cosa. Harry corrió por él, con la varita por delante, tropezando de vez en cuando en el suelo irregular.
Tardó mucho, pero a Harry le animaba la idea de llegar a Honeydukes. Después de una hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleró el paso. Tenía la cara caliente y los pies muy fríos.
Diez minutos después, llegó al pie de una escalera de piedra que se perdía en las alturas. Procurando no hacer ruido, comenzó a subir. Cien escalones, doscientos… perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies… Luego, de improviso, su cabeza dio en algo duro (Sirius y Remus no pudieron evitar reír, porque a James siempre se golpeaba la cabeza con lo mismo con que se chocó Harry). Parecía una trampilla. Aguzó el oído mientras se frotaba la cabeza. No oía nada. Muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija.
—Encontraras un sótano —dijo James.
Se encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera (James sonrió con suficiencia al adelantarse a Lee). Salió y volvió a bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Harry anduvo sigilosamente hacia la escalera de madera. Ahora oía voces, además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.
Mientras se preguntaba qué haría, oyó abrirse otra puerta mucho más cerca de él. Alguien se dirigía hacia allí.
—Creo que te hubiera convenido que llevaras la capa —dijo Sirius.
Harry asintió pensativo, en ese momento había estado tan feliz de poder ir a Hogsmeade que no se acordó de llevar su capa.
—Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo una voz femenina.
Un par de pies bajaba por la escalera. Harry se ocultó tras un cajón grande y aguardó a que pasaran. Oyó que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de enfrente. Tal vez no se presentara otra oportunidad…
Rápida y sigilosamente, salió del escondite y subió por la escalera. Al mirar hacia atrás vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en una caja (Vaya, al hombre sí que no le acento la vejes, comentó Sirius. James asintió y Remus negó con la cabeza). Harry llegó a la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesó y se encontró tras el mostrador de Honeydukes. Agachó la cabeza, salió a gatas y se volvió a incorporar.
—Por fin eres libre —dijeron los gemelos Prewett, causando una carcajada en sus gemelos sobrinos al escucharlos hablar con un tono solemne.
Honeydukes estaba tan abarrotada de alumnos de Hogwarts que nadie se fijó en Harry (Esa debió haber sido la primera vez en tu vida que pasas desapercibido, Harry, dijo Seamus). Pasó por detrás de ellos, mirando a su alrededor; y tuvo que contener la risa al imaginarse la cara que pondría Dudley si pudiera ver dónde se encontraba. La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar (Y conociendo a tu gordo y goloso primo, estamos seguros que ni todos esos dulces le serian suficiente, dijeron los gemelos Weasley, recordando esa primera y única vez que vieron a Dudley y para no perder la costumbre le hicieron una broma). Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa trémulo, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocolates diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno de alubias de sabores y otro de Meigas Fritas, las bolas de helado levitador de las que le había hablado Ron. En otra pared había dulces de efectos especiales: el chicle droobles, que hacía los mejores globos (podía llenar una habitación de globos de color jacinto que tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor a menta, diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frágiles plumas de azúcar hilado y caramelos que estallaban.
—Estoy empezando a tener hambre, Gideon —comentó Fabian a su gemelo.
—Y yo también —contestó su hermano.
Y no eran los únicos, a muchos también se le habían antojado sus dulces favoritos al escuchar mencionarlos, pero no podían hacer nada para conseguirlos mientras estén aun en la Sala de los Menesteres. Lo único que podían hacer era continuar con la lectura, ya cuando acabaran de leer los siguientes libros, recién ahí podrían abastecerse de sus dulces.
Harry se apretujó entre una multitud de chicos de sexto, y vio un letrero colgado en el rincón más apartado de la tienda («Sabores insólitos»). Ron y Hermione estaban debajo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a sangre (No se los recomiendo, son asquerosos de verdad, advirtió Terry Boot haciendo una mueca de asco). Harry se les acercó a hurtadillas por detrás.
—Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros —decía Hermione.
—¿Y qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz de Hermione.
—Aún peor —dijo Harry.
A Ron casi se le cayó el bote.
—Me pegaste un susto de muerte, compañero —confesó Ron.
—¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo… como lo has hecho…?
—¡Ahí va! —dijo Ron muy impresionado—. ¡Has aprendido a materializarte!
—Eso es imposible, ningún niño de trece años podría materializarse y mucho menos si es de Hogwarts —aclaró McGonagall.
Hermione asintió.
—Si hubieras leído… —empezó la castaña.
Historia de Hogwarts no tendría que haber dicho tal cosa —dramatizó Ron.
Hermione lo miró con el ceño fruncido, y el pelirrojo se encogió en su sitio y tomo de la mano a Luna, por si acaso tuviera que protegerse de algún ataque de su amiga. Ya que sus cambios de humor eran peligrosos.
—Eso fue muy grosero, Ronald —lo regañó Ginny.
—Por supuesto que no —dijo Harry. Bajó la voz para que ninguno de los de sexto pudiera oírle y les contó lo del mapa del merodeador.
—¿Por qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos!
—Porque tú eres muy intenso, pequeño Ronnie —dijo George.
—Y en cualquier momento te hubieras delatado y por lo tanto a nosotros —dijo Fred.
—¡Pero Harry no se quedará con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—. Se lo entregará a la profesora McGonagall. ¿A que sí, Harry?
—¡¿Qué?! —exclamaron los merodeadores, Hermione se sorprendió al ver que Remus también protestaba ante su idea de que Harry le entregara el mapa del merodeador a la profesora McGonagall.
—Solo un bromista o bromista puede poseer el mapa —alegó James.
Todos miraban a Hermione como si se hubiera vuelto loca. Si hasta Percy la miraba de esa manera. Y no era que a él le gustara las bromas, pero ese mapa le hubiera servido de mucho al hacer sus rondas cuando era prefecto.
—¡No! —contestó Harry.
Los merodeadores suspiraron aliviados.
—¿Estás loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo tan estupendo?
—Muchas gracias por tus palabras, Ron —dijo Sirius.
—¡Si lo entrego tendré que explicar dónde lo conseguí! Filch se enteraría de que Fred y George se lo cogieron.
—Muchas gracias por cuidar nuestras espaldas, Harry —dijo Fred.
—Sí, casi te perdonamos que te quedaras con nuestra única hermana —agregó George.
—¡George! —advirtió Ginny, completamente sonrojada de enojo y de vergüenza.
Por su parte Harry se encogió en su sitio, también muy sonrojado.
—Pero ¿y Sirius Black? —susurró Hermione—. ¡Podría estar utilizando alguno de los pasadizos del mapa para entrar en el castillo! (Claro que los utilizaba, afirmó Ron) ¡Los profesores tienen que saberlo!
—No puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Harry—. Hay siete pasadizos secretos en el mapa, ¿verdad? Fred y George saben que Filch conoce cuatro. Y en cuanto a los otros tres… uno está bloqueado y nadie lo puede atravesar; otro tiene plantado en la entrada el sauce boxeador; de forma que no se puede salir (Los merodeadores se miraron, sabían perfectamente como pasar el sauce boxeador sin ser dañado. Lo cruzaban todas las lunas llenas, y otras cuando iban a hacer una de las suyas); y el que acabo de atravesar yo…, bien…, es realmente difícil distinguir la entrada, ahí abajo, en el sótano… Así que a menos que supiera que se encontraba allí…
Conozco todas las entradas, pero claro, nadie sabe eso aún, pensaba Sirius.
Harry dudó. ¿Y si Black sabía que la entrada del pasadizo estaba allí? Ron, sin embargo, se aclaró la garganta y señaló un rótulo que estaba pegado en la parte interior de la puerta de la tienda:

POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA

Se recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las calles cada noche después de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida pensando en la seguridad de los habitantes de Hogsmeade y se levantará tras la captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos finalicen las compras mucho antes de que se haga de noche.
¡Felices Pascuas!

—Sí, claro, «¡Felices Pascuas!», con esas criaturas rondando por el pueblo —ironizó Ted.
—¿Lo veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Black tratando de entrar en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los propietarios de Honeydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.
—Sí, pero… —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones—. Mira, a pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no tiene autorización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y todavía no ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si apareciera ahora?
—Yo creo que sería muy estúpido hacer eso —comentó Neville—. Había demasiada gente que lo podría haber pillado.
Sus padres asintieron estando de acuerdo con él.
—A menos que vaya con su forma de animago —susurró James.
—Pues que las pasaría moradas para localizar aquí a Harry —dijo Ron, señalando con la cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas con parteluz—. Vamos, Hermione, es Navidad. Harry se merece un descanso.
Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada.
—Deberías relajarte un poco, castañita —dijo Sirius, con una sonrisa perruna en sus labios, al parecer estaba más que feliz de que su ahijado haya roto las reglas y todo gracias al mapa al que él aporto para crearlo.
—¿Me vas a delatar? —le preguntó Harry con una sonrisa.
Y la sonrisa que Harry había puesto fue todo lo que Hermione necesito para no obligarlo a regresar a Hogwarts. Además, Ron tenía razón, era Navidad y no podía negarle un paseo a uno de sus mejores amigos.
—Claro que no, pero, la verdad…
—¿Has visto las Meigas Fritas, Harry? —preguntó Ron, cogiéndolo del brazo y llevándoselo hasta el tonel en que estaban—. ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en la lengua (Molly miró con severidad a los gemelos, porque aunque había escuchado que había sido Fred el que le había dado esa píldora ácida a Ron, sabía que George había ayudado a su hermano). Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se quedó pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y cogería una cucaracha si le dijera que son cacahuetes?
—Ni por asomo —se burló Fred.
—Son demasiado diferentes —señaló Luna.
Después de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca de la calle.
Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tiendas y casitas con techumbre de paja estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había adornos navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles.
—Un paisaje hermoso —comentó Susan Bones.
A Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Hermione, no había cogido su capa. Subieron por la calle, inclinando la cabeza contra el viento. Ron y Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.
—Ahí está correos.
—Zonko está allí.
—Podríamos ir a la cabaña de los gritos.
—Os propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?
Harry sonrió al recordar su primera salida a Hogsmeade, pero al instante se le borro la sonrisa al recordar una conversación que nunca debió escuchar. Ya que lo único que había hecho fue amargarlo.
A Harry le apetecía muchísimo, porque el viento era horrible y tenía las manos congeladas. Así que cruzaron la calle y a los pocos minutos entraron en el bar.
Estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra.
Sirius sonrió de lado, recordando la última salida a Hogsmeade, se la había pasado coqueteando con la mujer.
—Ésa es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió sonrojándose un poco.
—Es inevitable —dijo Charlie, sonriendo de lado.
—Sí, hasta Percy se sonrojaba cada vez que la veía —dijo Oliver Wood, haciendo que el rostro del tercer varón Weasley se pusiera del mismo color de su cabello.
Los gemelos Weasley y los gemelos Prewett rieron de la cara avergonzada de Percy.
Harry y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar; donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla.
—¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy contento.
Harry bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que había probado en la vida, y reconfortaba cada célula del cuerpo.
—Nada mejor que una cerveza de mantequilla en pleno invierno —señaló Ernie.
Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo por encima de la jarra y casi se atragantó.
—¿Qué paso? —preguntó Katie.
La respuesta llego a sus oídos cuando Le continúo con la lectura.
El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acababan de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve (Mierda, susurró Sirius). Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia (Eso si es mala suerte, dijo Ted). En menos de un segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry a agacharse y esconderse debajo de la mesa, empujándolo con las manos. Chorreando cerveza de mantequilla y en cuclillas, empuñando con fuerza la jarra vacía, Harry observó los pies de los tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían, se daban la vuelta y avanzaban hacia donde él estaba.
Hermione susurró:
¡Mobiliarbo!
El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se elevó unos centímetros, se corrió hacia un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos, ocultándolos (Eso es lo bueno de tener una amiga inteligente, siempre te salva de apuros, dijeron a coro los gemelos Prewett). Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Harry vio las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.
Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina:
—Una tacita de alhelí…
—Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.
—Dos litros de hidromiel caliente con especias…
—Es obvio que ese es el pedido de Hagrid —dijo James.
El semi-gigante se sonrojó.
—Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.
—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.
—¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.
—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor ministro.
—Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros…
—Muchas gracias, señor ministro.
—Parece que al tonto de Fudge también le gusta Rosmerta —comentó Charlie—, y no lo culpo.
—Vaya, hermano, estoy es sorprendente… —dijo Fred.
—¿Por qué? —preguntó un confuso Charlie.
—Porque acabas de hacernos ver que también te gustan las mujeres —respondió George. Charlie lo miró mal—, y yo que creí que algún día vendrías a casa diciendo que te habías casado con alguna dragona —terminó soltando una gran carcajada, seguida de su gemelo.
—Cierren la boca, ustedes dos —amonestó Charlie.
Harry vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del corazón en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los profesores era el último fin de semana del trimestre? ¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados? Necesitaba tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería volver al colegio aquella noche… A la pierna de Hermione le dio un tic.
—Y eso que no le vías la cara de angustia que tenía —dijo Ron—, no dejaba de murmurara: «Lo van a descubrir, lo van a descubrir».
—Perdón por preocuparme —dijo Hermione con voz ácida.
—¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta.
Harry vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:
—¿Qué va a ser; querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.
—Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.
—¿Se lo contaste a todo el bar; Hagrid? —dijo la profesora McGonagall enfadada.
Hagrid se sonrojó y bajo la cabeza avergonzado.
—No lo hice por chismoso, solo por informar —susurró Hagrid.
McGonagall solo negó con la cabeza.
—¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.
—Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.
—Pero no tenían idea del porque —susurró Ron a Harry.
—¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.
—Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son precauciones necesarias… Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.
—No deberían si quiera rondar el castillo —chilló Molly.
—Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente.
—¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondando por allí?
—Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flitwick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo.
—De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz…
—Me gustaría saber de lo que soy capaz —dijo Sirius, con tono neutro—, porque hasta ahora, yo sé que soy muy bueno para las bromas.
—Por supuesto, Canuto, no sería capaz de nada más. Él no se atrevería a matar ni a una mosca —defendió James.
Snape miró con burla a Sirius.
Y entonces cuando casi me hace entrar al túnel del sauce boxeador, sabiendo que ahí estaba la bestia de su amigo, no es un intento de asesinato, pensaba Snape con amargura.
—¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensado… (Sirius bajo la vista apesadumbrado. No él nunca se pasaría al lado Tenebroso. ¡Nunca! Primero le dejaban de gustar las mujeres) Quiero decir, lo recuerdo cuando era un raño en Hogwarts. Si me hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir; habría creído que habíais tomado demasiado hidromiel.
Por lo menos hay alguien que duda de mis supuestos crímenes, pensaba Sirius.
—No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fudge con aspereza—. La gente desconoce lo peor.
—¿Lo peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impregnada de curiosidad—. ¿Peor que matar a toda esa gente?
—Eso no es cierto, Sirius no es un asesino —alegó Remus.
—Por supuesto que no —dijo James.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro, Potter? Te recuerdo que tú estabas muerto en esa época —siseó Snape.
—¡Silencio! —dijo McGonagall, evitando una futura pelea—. No voy a permitir que se falten el respeto. Estamos aquí para escuchar como poder evitar algunos hechos desagradables de nuestro futuro, no a levantarse falsos.
Ni los merodeadores ni Snape dijeron nada, pero eso no evitaba que se dirigieran miradas asesinas.
—Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.
—No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?
—Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo?
—No creo que sea una pregunta difícil de responder —dijo Frank, mirando a los merodeadores.
—Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligeramente—. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter!
—Vaya, no creo que esa haya sido la mejor manera de saber que el mejor amigo de su padre era un supuesto asesino —comentó Ted.
Harry asintió.
A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie.
—Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos.
—Nos ofende, profesora McGonagall —dijeron los gemelos Weasley, fingiendo estar ofendidos.
La profesora los miró reprobatoriamente.
—No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.
—Vaya. Gracias mi grandote amigo… —empezó Fred.
—Por lo menos alguien reconoce nuestros esfuerzos por ser los mejores bromistas —terminó George.
—¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—. ¡Inseparables!
Ambos pelinegros sonrieron.
—¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.
—Me sorprendí mucho al saberlo —confesó Harry—, y más pensando como todos que Sirius detrás de mí para matarme.
—¡Nunca haría eso! —exclamó Sirius.
—Lo sé. No tienes que convencerme de ello —respondió Harry.
—¿Por qué Black se alió con Quien Ustedes Saben? —susurró la señora Rosmerta.
—Eso es imposible —alegaron James y Remus.
—Aún peor; querida… —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily (Harry miró disimuladamente a Snape). Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.
—No es posible —susurró Lily.
—Por supuesto que no —dijo James, intuyendo lo que escucharía a continuación, ya que sabía en qué consistía ese hechizo—, Sirius nunca nos vendería con Voldemort.
—¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El profesor Flitwick carraspeó.
—Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.
—¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.
—Según la lógica, eso sería lo más obvio —dijo Dean, observando al padre y padrino de Harry.
—Naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también… Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter.
—¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.
Las miradas recayeron sobre el anciano director, esperando a que dijera algo. Dumbledore junto sus manos y miró al frente.
—No creo que sospechara del señor Black —empezó Dumbledore—, según he podido deducir es que mi yo del futuro quería proteger a los Potter para que no ocurriera nada lamentable, pero al parecer no lo logro.
—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien Tú Sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes.
—¿Pero quien podría ser el traidor? —preguntó Alice.
—Esa maldita rata —susurró Ron.
Remus al tener el oído más desarrollado gracias a su condición de licántropo escucho lo que susurró Ron, lo miró. ¿Qué quería decir con esa «maldita rata»? ¿Acaso se estaba refiriendo a su mascota? ¿Pero que tenía que ver su mascota con sus amigos?
De pronto Remus empezó a recordar que cada vez que mencionaban a la mascota de Ron, siempre había insultos o frases inconclusas.
Y ahí fue cuando Remus lo entendió. Hasta ahora todos los merodeadores habían aparecido; James muerto, Sirius prófugo de la justicia, él profesor de DCAO, pero ¿y Peter? ¿Por qué no se decía nada de Peter? ¿Acaso Peter y la mascota de Ron eran la misma persona? Era por eso que algunos hacían mala cara cuando mencionaban a Scabbers. Peter… Peter era el traidor.
Remus estaba horrorizado por su descubrimiento, y empalideció.
—Lunático, ¿qué pasa, amigo? —preguntó Sirius.
—¿Remus? —lo llamó Lily al ver que no había respondió a Sirius.
Hermione se preocupó al ver pálido a Remus.
—Remus —ahora lo llamo la castaña—, Remus —nada, seguía sin reaccionar—. ¡REMUS! —gritó.
Remus reaccionó y observo a Hermione.
—¿Qué? ¿Qué paso? —preguntó.
—Eso queremos saber nosotros —dijo James—, te quedaste como petrificado. ¿Qué te pasa?
—No es nada —respondió, Hermione lo miró con preocupación y él lo noto—, en realidad, solo me duele un poco la cabeza, pero ya se me va a pasar —mintió. No podía decirles a sus amigos de buenas a primeras lo que había descubierto, además, él tenía la esperanza de equivocarse, que todo lo que había descubierto sobre Peter, sea falso.
Hermione aun lo miraba con preocupación.
—No me va a pasar nada —dijo, tratando de que Hermione no se preocupara por él—. Lee, por favor podrías continuar —pidió.
Lee asintió.
—¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?
—Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio…
—¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.
—¡No! —dijo James negando con la cabeza—. Es mentira. ¿Quién es el imbécil que escribió ese libro? ¡No dice más que estupideces! ¡Sirius, ni ninguno de mis amigos me traicionaría! —gritó enojado.
Esta era la primera vez que McGonagall y Dumbledore veían a James Potter tan enojado.
—James me hace acordar a Harry cuando llego al número 12 de Grimmauld Place —susurró Ron a Hermione, la cual asintió.
—Tranquilícese, señor Potter —pidió McGonagall—, tal vez esa conversación solo sea el primer paso para descubrir la verdad, para atar cabos.
—James —dijo Lily, poniendo una mano sobre el brazo de su novio—. No es verdad lo que dicen —afirmó.
James miró los ojos verdes de su novia, y se obligó a tranquilizarse, no servía de nada salirse de control, total tarde o temprano se demostraría la inocencia de su amigo.
—Desde luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes (Sirius apretó los puños con impotencia. Crookshanks que estaba sobre su regazo se acomodó y sobo su cabeza tratando de tranquilizarlo). Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos, Quien Tú Sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar…
—Eso no es verdad —defendió Harry.
—Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio.
Sirius hizo una mueca.
—Lo siento, en ese momento no sabía lo que realmente había pasado —se disculpó Hagrid, con las mejillas sonrojadas.
—Chist —dijo la profesora McGonagall.
—¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio antes de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto… Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar (Ni siquiera volver a escuchar sobre su moto voladora hizo que Sirius se animara). No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del ataque de Quien Vosotros Sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO! —exclamó Hagrid.
A Sirius se le distorsiono la cara de dolor al escuchar ese párrafo.
Lucius que estaba atento a la reacción de Sirius, sonrió al verlo derrotado. Aunque claro, Lucius no creía que alguien como Black, un traidor a la sangre haya alguna vez pertenecido a las filas del Señor Tenebroso.
Y aunque sea un Gryffindor le faltan agallas, pensaba Lucius.
—Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz.
—¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien Vosotros Sabéis! Y entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él…» (¿En serio? Pero tú nunca has sido responsable de algo, dices que eso no es lo tuyo, recordó James. Sirius lo único que hizo fue encogerse de hombros) ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo (Pues imagino que si había sufrido la muerte de mis amigos, una moto no me interesaría tanto, dijo Sirius, entendiendo a su yo del futuro). Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe…
—¡Merlín! —exclamó Andrómeda—. Fuiste muy imprudente, Hagrid —lo amonestó—, Harry estaba escuchando todo —recordó, ya que al parecer todos habían olvidado que Harry y sus amigos estaban también en Las Tres Escobas.
Lily miró con preocupación a su hijo.
—Espero que no hayas cometido alguna locura al escuchar eso —dijo Lily a su hijo.
—Eh… —dijo Harry—, porque mejor no seguimos escuchando a Lee.
Lee siguió leyendo, pero la preocupación de Lily no menguo.
Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo con cierta satisfacción:
—Pero no consiguió huir; ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.
—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros…! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter (Remus se tensó al escuchar el nombre de su otro amigo, después de todo lo que había descubierto. Mientras que James y Sirius se preguntaban: ¿Peter? ¿Él había sido el que había capturado a Sirius?). Enloquecido de dolor; sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Potter, él mismo lo persiguió.
—¿Pettigrew…? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta.
El trío dorado se tensó al recordar que Rosmerta hablaba de Peter como si fuera un inocente. Por culpa de esa rata Harry se había quedado huérfano, Sirius había estado en prisión por doce años siendo inocente y Remus se había quedado solo y depresivo.
—Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes (Permítame dudarlo, susurró Hermione con amargura. Y nuevamente Remus escucho el susurró. Si es cierto, Peter es el traidor, pensaba Remus) —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa ahora… —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino.
La profesora McGonagall sentía algo parecido a su yo del futuro, pero una parte de ella le decía que no lo sintiera, que Sirius era inocente y que no confiara en todo lo malo que se decía de él.
—Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un héroe (¿Peter esta muerto?, preguntaron los merodeadores. Pero nadie respondió). Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria…) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste…?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.
Harry tenía una mirada sombría.
Eso es mentira. Él, Peter era el traidor, le hubiera gustado gritar a todo pulmón, pero sabía que no era el mejor momento, al fin y al cabo ya se enterarían de la verdad.
La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:
—¡Qué chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que habérselo dejado al Ministerio…
—Se me hace raro el actuar de Peter —comentó James, con una seriedad irreconocible en él.
—Tienes razón, Cornamenta —dijo un pensativo Sirius—, por más que Peter hubiera creído en mi culpabilidad, él nunca hubiera ido solo a enfrentarme. Peter primero hubiera buscado a Lunático para tener un respaldo, pero el Peter que describen en el libro es completamente distinto al que conocemos.
—¿Estas tratando de decir que Peter es un cobarde? —preguntó Remus.
—¿Cómo podría? Es un Gryffindor —dijo James—, pero sin duda aquí hay algo raro.
Los chicos del futuro miraban a los merodeadores divagar, pero ninguno se atrevió a decir la verdad.
—Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas… Lo habría descuartizado, miembro por miembro —gruñó Hagrid.
Sirius miró al semi-gigante, la sola idea de ser descuartizado no era una de las mejores maneras de morir sin duda.
—Lo siento —se volvió a disculpar Hagrid.
—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello (Los gemelos Weasley rodaron los ojos). Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante… Una túnica manchada de sangre y unos… unos trozos de su cuerpo.
—¿Qué trozos? —se atrevió a preguntar Lily.
—Mamá no creo que sea necesario… —empezó a decir Harry, pero una mirada que no aceptaba negaciones lo hizo callarse.
—¿De qué trozos de cuerpo habla? —volvió a preguntar Lily.
Harry miró a sus amigos.
—De… de su meñique —respondió Ron, ganándole a Harry.
—¿Qué? Eso es imposible —dijo James.
—No hay un hechizo que puede destrozar un cuerpo y solo dejar un dedo —dijo Remus, frunciendo el ceño—, estoy seguro que algo más tuvo que haber provocado ese desastre, y por supuesto Sirius es inocente —agregó.
Sirius agradeció a Remus que lo haya defendido.
La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.
—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín (Harry bufó), que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.
—Doce años —dijo Charlie.
La señora Rosmerta dio un largo suspiro.
—¿Es cierto que está loco, señor ministro?
—Y quien no lo estaría al ser encerrado en prisión siendo inocente —comentó Luna.
—Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio… Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría (¿De qué se aburría?, dijo Fabian, no debería estar ausente al tener a los dementores tan cerca de él). Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar; me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puerta día y noche.
Sirius se estremeció al imaginarse viviendo de esa manera.
¿Cómo es que sobreviví tantos años en compañía de esas criaturas sin que me hayan afectado?, se preguntaba el animago.
—Esto es interesante —dijo Alastor.
—¿Qué cosa? —preguntó McGonagall.
—Pues eso que los dementores no le afecten. Pero como era de suponer a nadie le importo mucho ese hecho —respondió el auror—. Y además… —el auror se quedó callado, pensando. Nadie interrumpió sus pensamientos.
—Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien Usted Sabe, ¿verdad?
—Me atrevería a afirmar que es su… su… objetivo final —respondió Fudge evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien Tú Sabes, solo y sin amigos, es una cosa… pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse…
—Vaya, no recordaba que Fudge si creía que Voldemort si podría regresar —dijo Ron.
—Me preguntó, que fue lo que lo hizo cambiar de parecer dos años después —dijo Hermione.
Draco que había estado escuchando a los Gryffindor, no sabía cómo decirles que tal vez su padre había tenido algo que ver con el cambio de Fudge.
Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso.
—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.
Todos los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.
—¿Harry?
—Esa información será muy difícil de digerir —dijo Bill, imaginando a un Harry de trece años lleno de rabia, sacando falsas conclusiones después de la conversación que había escuchado.
Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente, sin saber qué decir.
—Creo que nadie sabría que decir en ese momento —comento Hannah.
—Fin del capítulo —anunció Lee.
Por fin, pensó Lily. Como fue que un capítulo bueno se convirtió en uno horrible.

8 comentarios:

  1. Por dios fantastico literalmente salte al ver que ya avias actualizado merodeadora no tardes tanto en subir otro capitulo porfavor...
    Saludos

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  2. Tu actualización es lo único bueno del día, seguramente ya te enteraste del deceso de Rickman, una verdadera lástima . En cuanto al capitulo, ojala que la próxima vez no tardes mucho.
    Besos

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  3. OMG tenia el presentimiento de que habias actualizado y me he alegrado muchisimo de que despues de tanto tiempo hubiera un nuevo capitulo, que ha mi parecer es un poco nose como describirlo, por un lado es genial Harry ha ido al pueblo pero y esto es del libro enterarse de esa forma brusca no ha sido bueno, y que lo esten leyendo todavia lo pone peor.
    A mi parecer Sirius va a sufrir mucho este libro por todo lo que se piensa aunque el sabe que todo lo que dicen ya no lo piensan pero debe ser duro enterarse. Y dios mio Remus ya intuye cosa que él no sabe si realmente es cierto que la rata es la traidora, asi que cuando acabe no se sorprendera mucho (o eso pienso) aunque si le dolera como a James y Sirius la traicion.
    PD: Espero que no tardes tanto en actualizar.
    Besos lily

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  4. oh por dios, me encanto, me gusto mucho ese comentario de hermione sobre que remus ya estaría de vuelta y que las cosas buenas llegan después del fin de semana,me gusto bastante el capitulo,ya quiero seguir leyendo, gracias por actualizar, valió la pena la espera, ojala puedas subir un nuevo capitulo pronto, este es mi libro favorito, gracias por seguir con esta historia, espero que estés bien y que disfrutes de tus vacaciones, un placer leer tu historia

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  5. decir que me fascino es poco, pero por favor ¡actualiza!

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  6. oh, merlin, me encanto este capitulo, sobre todo la parte en que Hermione da a entender de que Remus si daria la clase porque ya habia pasado la luna llena =)
    por favor no te demores en actualizar, casi siento que muero cada vez que reviso tu blog y no encuentro un nuevo capitulo
    besos, que estes bien

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  7. y repito, ¡actualiza! mas seguido, ¡son vacaciones!

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  8. por favor actualiza, fue un gran capitulo, valio la pena la espera, la gran espera...
    en verdad espero que estes bien para que asi puedas actualizar mas seguido
    saludos

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