jueves, 29 de marzo de 2018

Cuarto Libro: Harry Potter y el Cáliz de Fuego - Capítulo 9: La Marca Tenebrosa




Hannah levantó la mano. Y el libro automáticamente floto hasta sus manos.
Miró hacia el nuevo título, y abrió mucho los ojos al leerlo en voz baja. Pasó saliva y leyó en voz alta.
“La Marca Tenebrosa”.
Ante tal título, todos reaccionaron como era presumible en ese momento, y la tensión se podía sentir en toda la sala, sobre todo por parte de las personas del pasado. Aunque eso no quiere decir que los chicos del futuro estén tranquilos ante esto, ya que recordaban muy bien esa terrible noche de 1996, la noche en donde los mortífagos irrumpieron a Hogwarts, y como si eso no fuera poco, habían acabado con la vida de su querido director.
—¡Merlín! —exclamó Molly llevándose una mano al corazón y mirando a cada uno de sus hijos.
—¿Qué? ¿Qué demonios significa eso? —espetó James mirando al trío de oro que estaban sentados juntos—. ¿Acaso ese endemoniado ser…?
Pero Harry no dejo que su padre termine de hablar, levantó la cabeza y se dirigió a Hannah.
—Por favor, Hannah, podrías seguir.
La Hufflepuff asintió con la cabeza.
—No le digáis a vuestra madre que habéis apostado —imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.
Sirius sonrió ante el visible temor de Arthur a su pequeña esposa.
—No te preocupes, papá —respondió Fred muy alegre—. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.
—Y no vimos ni un miserable knut de ese dinero —murmuró Fred indignado.
—¿Qué planes? —preguntó Gideon.
—¿Tenía que ver con chicas hermosas? —preguntó a su vez Fabian.
Los gemelos Weasley rieron entre dientes. Era mucho más que eso, era su sueño dorado, su vida y su futuro. Pero claro ninguno de los abriría la para decir nada y mucho menos delante de su madre.
Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco, pareció decidir que prefería no saberlo.
—Buena elección, cuñado —dijo Fabian—, o sino no hubieras podido evitar decírselo a nuestra adorada hermana.
—Sobre todo cuando te mira como si quisiera matarte —siguió Gideon imitando la mirada de su hermana.
Molly les dirigió esa misma mirada que había imitado Gideon.
—No lo volveremos hacer —prometieron los dos a coro.
Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña. El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles. Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse. No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir. Hermione y Ginny se metieron en su tienda, y Harry y el resto de los Weasley se pusieron el pijama y se subieron cada uno a su litera. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.
—Es más que obvio que los irlandeses estaban festejando su triunfo —comentó Ted.
—Si yo hubiera ido a ese mundial, también me hubiera quedado festejando hasta las últimas —dijo un sonriente Sirius.
—No me extraña —dijo James—. Si es lo que siempre haces cuando ganamos un partido.
—¿Qué yo siempre hago? No querrás decir que hacemos —le corrigió Sirius, levantando una perfecta ceja—. ¿Escuchaste eso, Lunático? —le preguntó a su otro amigo.
Pero Lupin estaba distraído.
—¡Hey! ¡Lunático! —lo llamó James.
—¿Eh? ¿Qué pasa? —dijo Remus después de varios minutos.
James y Sirius se miraron, y ambos coincidieron en lo mismo: a Remus le había afectado mucho enterarse de que Hermione seria su futura esposa y madre de su hijo.
—¿Te encuentras bien, Remus? —le preguntó Lily amigablemente.
—Sí —respondió con un tono anodino.
A Ron se le pusieron rojas sus orejas al notar desde la actitud de Remus. Mentalmente se reprendía haber sido un bocazas.
Harry al darse cuenta de que Hermione miraba a Remus y luego dirigía su mirada hacia ellos, le hizo una seña a Hannah para que siguiera leyendo.
—¡Cómo me alegro de haber librado hoy! —murmuró el señor Weasley ya medio dormido—. No me haría ninguna gracia tener que decirles a los irlandeses que se acabó la fiesta.
Harry, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Ron, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski». Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada… Harry se imaginó a sí mismo vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes… Potter!»
Harry se sonrojó, porque ahora todos en esa sala sabían de sus pensamientos.
Por su parte Lily miraba a su novio y luego a su hijo.
—Pero ¿qué es lo que les pasa a todos los Potter con el quidditch? —les preguntó.
—Pues muy fácil, pelirroja —dijo Sirius—. Los Potter llevan al quidditch en la sangre… en los genes… en los…
—Sí, entendí —lo cortó Lily.
Harry no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.
—¿Gritando? ¿Por qué? —preguntó Molly, aunque ya se imaginaba que todo eso tenía que ver con el título del capítulo.
Como respuesta a sus preguntas Hannah siguió leyendo.
—¡Levantaos! ¡Ron, Harry… deprisa, levantaos, es urgente!
Harry se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.
Bajó de la litera y cogió su ropa, pero el señor Weasley, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, le dijo:
—No hay tiempo, Harry… Coge sólo tu chaqueta y sal… ¡rápido!
Harry obedeció y salió a toda prisa de la tienda, delante de Ron.
Alastor escuchaba todo atentamente, pero sin dejar de mirar a Lucius Malfoy. Sabía perfectamente que todo eso tenía que ver con ese rubio escurridizo.
A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pudo ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola (—¿Disparos de qué? —preguntaron algunos chicos que no conocían nada de armas muggles. Lo bueno es que Ted pudo explicarles lo que significaba). Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.
Lily se llevó una mano al corazón al imaginarse que esa luz verde podría significar que alguien había usado la maldición asesina.
A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Harry entornó los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendió que iban tapados con capuchas y máscaras (—Mortífagos —dijo Alastor con voz osca mirando a Lucius). Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas. Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.
Y de pronto, Sirius reparo en algo en que hasta el momento no había tomado en cuenta: su hermano. Él hasta el momento no sabía nada de su hermano menor; solo lo que le habían dicho, que se había ido de viaje. Pero pensándolo bien, ¿por qué Regulus saldría de viaje? ¿Por qué dejaría abandonado a Kreacher, siendo este tan fiel a él? Y, sobre todo, porque su amorosa madre dejaría que su ahora hijo predilecto se fuera así sin más.
Sería un estúpido si se negara a sí mismo que Regulus no había terminado siendo un mortífago. ¡Por Merlín! Pero si para nadie era un secreto que su familia estaba a favor de todas las atrocidades del Señor Tenebroso. Si se decía que Bellatrix ya era parte de su selecto grupo al igual que su esposo y cuñado.
Sirius quiso preguntarle a Harry sobre su hermano y si en verdad este estaba de viaje o estaba huyendo de los aurores. Lo más seguro es que era lo segundo.
Quiso pararse, salir de esa sala e ir donde estaba su hermano y revisar su antebrazo izquierdo. Pero desistió. Primero, porque si salía de la sala, ya no podría volver a entrar. Segundo que si salía de allí no solo se conformaría con buscar a Regulus, sino también buscaría a Peter y lo mataría con sus propias manos por traidor.
Negó con la cabeza, cada quien había tomado su bando en esa guerra y lamentablemente su hermano y él estaban nuevamente enfrentados, pero ahora no solo por pertenecer a casas distintas, sino por ideales distintos.
Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, Harry vio a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.
Lucius era consciente de la mirada que el auror le dirigía, pero no le daba importancia, después de todo si él tenía algo que ver —que era lo más seguro—, todavía no pasaba y no podía acusarlo por algo que no había hecho, pero si podía contarle de todo lo que se enterada a su señor, y así llevar a cabo sus ideales.
Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y Harry reconoció a una de ellas: era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.
—Eso debió haber sido incomodo —comentó Alice—, pero en ese momento imagino que la incomodidad era el menor de sus males.
Frank asintió con la cabeza.
—Dan ganas de vomitar —susurró Ron, observando al más pequeño de los niños muggles, que había empezado a dar vueltas como una peonza, a veinte metros de altura, con la cabeza caída y balanceándose de lado a lado como si estuviera muerto—. Dan verdaderas ganas de vomitar…
—Tienes razón, hermano, daban ganas de vomitar —dijo Charlie estando de acuerdo.
Por su parte, Remus escuchaba todo sobre el ataque en el campo donde estaban; había escuchado sobre Harry y Ron, pero y Hermione. ¿Qué ocurría con ella?
El lobo dentro de él se agito nervioso por su seguridad, ya que, aunque la podía ver frente a él, temía que saliera herida.
Tenemos que cuidarla siempre, le dijo el lobo, es nuestra y es nuestro debes velar por ella.
Remus no apartó la vista de Hermione, indeciso, por una parte, creía que no era bueno para ella, pero por otra parte sentía que tenía que protegerla, así como le había dicho el lobo.
Hermione y Ginny llegaron a toda prisa, poniéndose la bata sobre el camisón, con el señor Weasley detrás. Al mismo tiempo salieron de la tienda de los chicos Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.
—Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose él también—. Vosotros id al bosque, y no os separéis. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscaros!
—Aunque al final nos terminamos separando —recordó Fred.
—Sí, y ya deberíamos de estar acostumbrados —dijo George—. Harry, Ron y Hermione son muy escurridizos.
—No ayudas, George —le susurró Ron a su hermano.
Bill, Charlie y Percy se precipitaron al encuentro de la multitud. El señor Weasley corrió tras ellos. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.
—Vamos —dijo Fred, cogiendo a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.
Harry, Ron, Hermione y George los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Debían de tener miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia Roberts.
—Es obvio que tenían que tener mucho cuidado con esa familia muggle, aunque eso significase que dejasen salirse con la suya a esos «encapuchados» —dijo Percy con cierta burla en la última palabra.
Moody no pasó desapercibido la mirada que le dedicaba Percy a Lucius.
Las farolas de colores que habían iluminado el camino al estadio estaban apagadas. Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Harry avanzaba con dificultad, empujado de un lado y de otro por personas cuyos rostros no podía distinguir. De pronto oyó a Ron gritar de dolor.
Molly miró con preocupación a su hijo. Después de todo de lo que se había enterado de él en los otros tres libros, era razonable sentirse de esa manera.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hermione nerviosa, deteniéndose tan de repente que Harry chocó con ella—. ¿Dónde estás, Ron? Qué idiotez… ¡Lumos!
La varita se encendió, y su haz de luz se proyectó en el camino. Ron estaba echado en el suelo.
—He tropezado con la raíz de un árbol —dijo de malhumor, volviendo a ponerse en pie.
Molly respiró aliviada, por lo menos no se había encontrado con uno de esos encapuchados.
Por su parte, Draco ya sabía lo que sucedería a continuación, él nuevamente se comportaría como el cretino que su padre le había enseñado a ser.
—Bueno, con pies de ese tamaño, lo difícil sería no tropezar —dijo detrás de ellos una voz que arrastraba las palabras.
Sirius adivinando quien era la persona que había hecho ese comentario, miró al hijo de su prima y rodó los ojos con fastidio.
Harry, Ron y Hermione se volvieron con brusquedad. Draco Malfoy (Lo sabía, tenía que ser el hijo de esa maldita serpiente, se dijo internamente Sirius) estaba solo, cerca de ellos, apoyado tranquilamente en un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía que había estado contemplando todo lo sucedido desde un hueco entre los árboles.
Ron mandó a Malfoy a hacer algo que, como bien sabía Harry, nunca habría dicho delante de su madre.
Molly miró a su hijo menor reprobatoriamente, como diciéndole: «¡Tú y yo ya hablaremos de esto, jovencito!». Ron bajo la mirada mientras las puntas de sus orejas se ponían rojas.
—Cuida esa lengua, Weasley —le respondió Malfoy, con un brillo en los ojos—. ¿No sería mejor que echarais a correr? No os gustaría que la vieran, supongo…
Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el cámping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Hermione desafiante.
—Es obvio lo que quiere decir —dijo Snape con esa voz sedosa que usaba para intimidar a sus alumnos.
Lily clavó sus verdes ojos en los negros de Snape, y este se sintió peor que si los merodeadores le hicieran el punto blanco de sus bromas.
—Que van detrás de los muggles, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta… Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.
—¡Hermione es bruja! —exclamó Harry.
—Sigue tu camino, Potter —dijo Malfoy sonriendo maliciosamente—. Pero si crees que no pueden distinguir a un sangre sucia, quédate aquí.
Hannah miró con disculpa a los hijos de muggles por —sin poder evitarlo— tener que leer ese insulto tan despectivo.
—¡Te voy a lavar la boca! —gritó Ron. Todos los presentes sabían que sangre sucia era una denominación muy ofensiva para referirse a un mago o bruja que tenía padres muggles.
Y Snape bien que lo sabía, ya que por culpa de ese insulto perdió a su única mejor amiga.
No levantó su cabeza para mirarla porque todavía se sentía tan avergonzado como arrepentido, y también porque temía volver a encontrarse con sus ojos acusadores y llenos de reproche.
—No importa, Ron —dijo Hermione rápidamente, agarrándolo del brazo para impedirle que se acercara a Malfoy.
Desde el otro lado de los árboles llegó otra explosión, más fuerte que cualquiera de las anteriores. Cerca de ellos gritaron algunas personas.
Malfoy soltó una risita.
—Qué fácil es asustarlos, ¿verdad? —dijo con calma—. Supongo que papá os dijo que os escondierais. ¿Qué pretende? ¿Rescatar a los muggles?
—¿Dónde están tus padres? —preguntó Harry, a quien le hervía la sangre—. Tendrán una máscara puesta, ¿no?
—Solo uno de ellos —dijo Draco pensando en voz alta.
Toda la sala quedo en silencio, y Draco se dio cuenta de lo que había hecho, se volvió para mirar a su padre, el cual se encontraba más pálido que de costumbre y la mirada que le dedicaba era indescifrable, mientras que su madre lo miró incrédula.
Moody sonrió, pero más parecía una mueca.
—Tomare eso como una confesión, joven Malfoy —dijo el auror.
—¿Qué le pasa al hurón? —susurró Ron—. Últimamente esta extraño.
—Tal vez solo quiere hacer lo correcto —respondió Harry.
Pocos minutos después, Hannah retomó la lectura.
Malfoy se volvió hacia Harry, sin dejar de sonreír.
—Bueno, si así fuera, me temo que no te lo diría, Potter.
—Creo que ahora ya lo dijiste —comentó Sirius.
Draco frunció el ceño, pero no volvió a decir nada, todos sabían o sospechaban en esa época que su padre era un mortífago, pero ahora él lo había confirmado; y para su padre eso era traición.
—Venga, vámonos —los apremió Hermione, arrojándole a Malfoy una mirada de asco—. Tenemos que buscar a los otros.
—Mantén agachada tu cabezota, Granger —dijo Malfoy con desprecio.
Remus apretó los puños debajo de la mesa, cada vez que escucha que alguien trataba mal a Hermione la sangre le hervía. Y Draco Malfoy ya estaba sobrepasando los límites de su paciencia.
—Vámonos —repitió Hermione, y arrastró a Ron y a Harry de nuevo al camino.
—¡Os apuesto lo que queráis a que su padre es uno de los enmascarados! —exclamó Ron, furioso.
—¡Bueno, con un poco de suerte, el Ministerio lo atrapará! —repuso Hermione enfáticamente—. ¿Dónde están los otros?
Fred, George y Ginny habían desaparecido (Antes de que Molly regañara a los gemelos, ellos dijeron: «Ya lo habíamos dicho, mamá, esos tres son muy escurridizos»), aunque el camino estaba abarrotado de gente que huía sin dejar de echar nerviosas miradas por encima del hombro hacia el campamento.
Un grupo de adolescentes en pijama discutía a voces, un poco apartados del camino. Al ver a Harry, Ron y Hermione, una muchacha de pelo espeso y rizado se volvió y les preguntó rápidamente:
Où est Madame Maxime? Nous l’avons perdue…
—Eh… ¿qué? —preguntó Ron.
—Lo mismo preguntó yo, ¿qué? —dijo Frank.
—Estaba pgeguntando por Madame Maximine —tradujo Fleur.
—¿Y quién es ella? —preguntó Ted.
—Es la directora de nuestra escuela, la Academia de Magia Beauxbatons —respondió Fleur.
—Y también es la novia de Hagrid —dijo Ron con una sonrisita burlona.
Ahora todos se volvieron para mirar al mencionado.
—No era mi novia… ella… ella y yo solo somo buenos… amigos —respondió Hagrid con las mejillas sonrojadas.
—¿Qué tan «buenos» amigos? —le preguntó Sirius.
—¡Sirius Black! —lo regañó Lily—. Eso no es de tu incumbencia.
—Oh, por supuest… —Sirius se quedo callado, no queriendo recibir todo un discurso por parte de Lily.
—¡Oh…!
La muchacha que acababa de hablar le dio la espalda, y, cuando reemprendieron la marcha, la oyeron decir claramente:
—«Ogwarts.»
—Beauxbatons —murmuró Hermione.
—¿Cómo? —dijo Harry.
—Que deben de ser de Beauxbatons —susurró Hermione—. Ya sabéis: la Academia de Magia Beauxbatons… He leído algunas cosas sobre ella en Evaluación de la educación mágica en Europa.
—Ah… Ya… —respondió Harry.
—Vaya, al parecer Harry no encontró muy interesante la «Evaluación de la educación mágica de Europa» —dijo con sorna Seamus.
—Sí, pero ya estoy acostumbrada a la falta de interés de Harry y Ron respecto a lo académico —dijo Hermione, suspirando.
—No es falta de interés… —empezó a hablar Ron, pero fue interrumpido por James.
—Es igual a Lunático, cuando él nos trata de explicar alguna clase, la mayoría de las veces nosotros tratamos de distraerlo —dijo—. Al parecer tienen eso en común —sonrió mirado a su amigo y a la mejor amiga de su hijo.
Remus se sonrojó al escuchar el comentario de James, sobre todo por la verdad descubierta.
—Fred y George no pueden haber ido muy lejos —dijo Ron, que sacó la varita mágica, la encendió como la de Hermione y entrecerró los ojos para ver mejor a lo largo del camino.
Harry buscó la suya en los bolsillos de la chaqueta, pero no la encontró. Lo único que había en ellos eran los omniculares.
—No, no lo puedo creer… ¡He perdido la varita!
—¡¿Qué?! —exclamaron varias voces, en especial James y Sirius.
Snape solo sonrió con saña.
Idiota como su padre, pensó.
—¿Cómo pudiste perder tu varita especialmente en ese momento? —dijo Sirius.
—No fue mi culpa —se defendió Harry.
—Claro que no, Harry —dijo Lily mirando con el ceño fruncido a Sirius—. Tu padrino suele exagerar las cosas.
Y aunque ella también estaba preocupada por ese hecho, no iba a reclamarle nada a Harry, ella entendía que ese momento era de loco, y que cosas como esa sucedían, sobre todo cuando solo se es un niño.
—¿Bromeas?
Ron y Hermione levantaron las suyas lo suficiente para iluminar el terreno a cierta distancia. Harry miró a su alrededor, pero no había ni rastro de la varita.
—A lo mejor te la has dejado en la tienda —dijo Ron.
—O tal vez se te ha caído del bolsillo mientras corríamos —sugirió Hermione, nerviosa.
—Sí —respondió Harry—, tal vez…
—Esto cada vez se pone peor —dijo James—. ¿Qué harás sin tu varita?
—Sobrevivir a como de lugar —respondió Harry, recordando que esa no seria la última vez que se quedara sin su varita.
No solía separarse de su varita cuando estaba en el mundo mágico, y hallarse sin ella en aquella situación lo hacía sentirse muy vulnerable.
Un crujido los asustó a los tres. Winky, la elfina doméstica, intentaba abrirse paso entre unos matorrales. Se movía de manera muy rara, con mucha dificultad, como si una mano invisible la sujetara por la espalda.
—Eso es extraño —dijo Andrómeda—. ¿Qué le impedía correr con normalidad?
—Y lo más importante, ¿por qué es tan interesante escribir sobre la manera extraña de andar de la elfina? —dijo Frank.
Hermione miró a Frank con desaprobación. Ella nunca entendería la manía de los magos y brujas de no tomarle importancia a los elfos. Ellos tenían tantos derechos como cualquier otra persona.
Neville notó la mirada de su amiga hacia su padre, estaba más que claro que Hermione desaprobaba el comentario de su padre, aunque este no lo había dicho con mala intención.
—¡Hay magos malos por ahí! —chilló como loca, mientras se inclinaba hacia delante y trataba de seguir corriendo—. ¡Gente en lo alto! ¡En lo alto del aire! ¡Winky prefiere desaparecer de la vista!
Y se metió entre los árboles del otro lado del camino, jadeando y chillando como si tratara de vencer la fuerza que la empujaba hacia atrás.
El trío de oro no dejaba de pensar en lo cerca que habían estado de ese hombre, si tan solo lo hubieran sabido, hubieran podido evitar tantas cosas trágicas.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Ron, mirando con curiosidad a Winky mientras ella escapaba—. ¿Por qué no puede correr con normalidad?
—Me imagino que no le dieron permiso para esconderse —explicó Harry.
—Era más que eso —dijo Harry.
Se acordó de Dobby: cada vez que intentaba hacer algo que a los Malfoy no les hubiera gustado, se veía obligado a golpearse.
—¿Sabéis? ¡Los elfos domésticos llevan una vida muy dura! —dijo, indignada, Hermione—. ¡Es esclavitud, eso es lo que es! Ese señor Crouch la hizo subir a lo alto del estadio, aunque a ella la aterrorizara, ¡y la ha embrujado para que ni siquiera pueda correr cuando aquéllos están arrasando las tiendas de campaña! ¿Por qué nadie hace nada al respecto?
—No a muchos les importa lo que ocurra con los elfos domésticos —dijo Alice.
—Pues lo bueno es que ya haya alguien defendiendo sus derechos —comentó Neville—. Y yo estoy de acuerdo con ese alguien.
Hermione le sonrió a su amigo.
—Pues yo creo que los elfos son felices sirviendo —dijo Sirius.
Hermione se volvió y miró a Sirius con seriedad, e iba a decir que era por eso que Kreacher no lo tenía en estima, pero prefirió quedarse callada.
—Bueno, los elfos son felices así, ¿no? —observó Ron—. Ya oíste a Winky antes del partido: «La diversión no es para los elfos domésticos…» Eso es lo que le gusta, que la manden.
—Es gente como tú, Ron —replicó Hermione, acalorada—, la que mantiene estos sistemas injustos y podridos, simplemente porque son demasiado perezosos para…
Remus empezaba a comprender lo que Harry quería decir con «Tengan cuidado, no querrán que Hermione los escuche, ¿verdad?». Hermione tenía mucha compasión por los elfos y le molestaba mucho como eran tratados.
ES POR ESO QUE ES PERFECTA PARA NOSOTROS, le dijo el lobo internamente.
Remus negó con la cabeza tratando de ignorar al lobo.
Oyeron otra fuerte explosión proveniente del otro lado del bosque.
—¿Qué tal si seguimos? —propuso Ron.
Harry lo vio dirigir una mirada inquieta a Hermione. Tal vez fuera cierto lo que Malfoy les había dicho. Tal vez Hermione corría más peligro que ellos. Reemprendieron la marcha. Harry seguía revolviendo en los bolsillos, aunque sabía que la varita no estaba allí.
Siguieron el oscuro camino internándose en el bosque más y más, todavía tratando de encontrar a Fred, George y Ginny. Pasaron junto a unos duendes que se reían a carcajadas, reunidos alrededor de una bolsa de monedas de oro que sin duda habían ganado apostando en el partido, y que no parecían dar ninguna importancia a lo que ocurría en el cámping (—Típico de los duendes, a ellos no les importa nada, a menos que les afecte directamente —dijo Ted, su esposa asintió con la cabeza estando de acuerdo con él). Poco después llegaron a una zona iluminada por una luz plateada, y al mirar por entre los árboles vieron a tres veelas altas y hermosas de pie en un claro del bosque, rodeadas por un grupo de jóvenes magos que hablaban a voces.
—Yo gano cien bolsas de galeones al año —gritaba uno de ellos—. Me dedico a matar dragones a cuenta de la Comisión para las Criaturas Peligrosas.
—Sí, claro. Como si fuera tan fácil matar dragones —refunfuñó Charlie.
—De eso nada —le gritó su amigo—: tú te dedicas a lavar platos en el Caldero Chorreante. Pero yo soy cazador de vampiros. Hasta ahora he matado a unos noventa…
Un tercer joven, cuyos granos eran visibles incluso a la tenue luz plateada que emitían las veelas, lo cortó:
—Yo estoy a punto de convertirme en el ministro de Magia más joven de todos los tiempos.
—Por Merlín. Sí que el poder de las veelas los altera en demasía —comentó Dean.
—Y eso no es nada —dijo Seamus.
A Harry le hizo mucha gracia porque reconoció al de los granos. Se llamaba Stan Shunpike, y en realidad era cobrador en un autobús de tres pisos llamado autobús noctámbulo.
Se volvió para decírselo a Ron, pero vio que éste había adoptado una extraña expresión relajada, y un segundo después su amigo decía en voz muy alta:
—¿Os he contado que he inventado una escoba para ir a Júpiter?
Los dos pares de gemelos y los merodeadores —incluso Remus que había prestado atención a esto último— rieron por el comentario del Ron del libro.
Ron por su parte tenía no solo las orejas, sino también las mejillas del mismo color que su cabello.
—¿Es en serio, Ron? —preguntó un burlón George.
—Al parecer si es muy en serio —dijo Fred aun riendo.
—¡Ya basta ustedes dos! —Molly regañó a sus hijos—. Y todos ustedes también, dejen de burlarse de mi hijo.
Ron se sonrojó más al escuchar que su madre lo defendía.
Las risas cesaron, pero las sonrisas burlonas aún permanecían en sus rostros.
—¡Lo que hay que oír! —exclamó Hermione con un resoplido, y entre ella y Harry agarraron firmemente a Ron de los brazos, le dieron media vuelta y siguieron caminando. Para cuando las voces de las veelas y sus tres admiradores se habían apagado, se encontraban en lo más profundo del bosque. Estaban solos, y todo parecía mucho más silencioso.
Harry miró a su alrededor.
—Creo que podríamos aguardar aquí. Podemos oír a cualquiera a un kilómetro de distancia.
—Esa es una buena idea —dijo Lily, ya que aún estaba muy preocupada por su hijo del libro, el cual había perdido su varita.
Apenas había acabado de decirlo cuando Ludo Bagman salió de detrás de un árbol, justo delante de ellos.
Incluso a la débil luz de las dos varitas, Harry pudo apreciar que Bagman estaba muy cambiado. Había perdido su aspecto alegre, su rostro ya no tenía aquel color sonrosado y parecía como si le hubieran quitado los muelles de los pies. Se lo veía pálido y tenso.
—¿Quién está ahí? —dijo pestañeando y tratando de distinguir sus rostros—. ¿Qué hacéis aquí solos?
Se miraron unos a otros, sorprendidos.
—¿Cómo es posible que no tenga ni idea de lo que está pasando? —preguntó Alice.
—Bueno, creo que en ese momento él tenía otras preocupaciones personales —respondió Harry.
—Pues es inaudito —refutó Alice.
—Bueno, en el campamento hay una especie de disturbio —explicó Ron.
Bagman lo miró.
—¿Qué?
—El cámping. Unos cuantos han atrapado a una familia de muggles…
Bagman lanzó un juramento.
—¡Maldición! —dijo, muy preocupado, y sin otra palabra desapareció haciendo «¡plin!».
—Vaya, que valiente —ironizó Frank.
—Ya lo creo —dijeron los gemelos Weasley.
—No se puede decir que el señor Bagman esté a la última, ¿verdad? —observó Hermione frunciendo el entrecejo.
—Pero fue un gran golpeador —puntualizó Ron, que salió del camino para dirigirse a un pequeño claro; se sentó en la hierba seca, al pie de un árbol—. Las Avispas de Wimbourne ganaron la liga tres veces consecutivas estando él en el equipo.
—Sí, tal vez era un buen jugador de quidditch, pero eso no quiere decir que no tenga defectos —dijo Andrómeda.
Se sacó del bolsillo la pequeña figura de Krum, lo posó en el suelo y lo observó caminar durante un rato.
Como el auténtico Krum, la miniatura resultaba un poco patosa y encorvada, mucho menos impresionante sobre sus pies que montado en una escoba (—En persona tampoco me parece impresionante —dijo Ron. Harry y Hermione lo miraron como diciéndole: «Antes no pensabas de esa manera»). Harry permanecía atento a cualquier ruido que llegara del cámping. Todo parecía tranquilo: tal vez el jaleo hubiera acabado.
—Espero que los otros estén bien —dijo Hermione después de un rato.
—Estarán bien —afirmó Ron.
—¿Te imaginas que tu padre atrapa a Lucius Malfoy? —dijo Harry, sentándose al lado de Ron y contemplando la desgarbada miniatura de Krum sobre las hojas caídas en el suelo—. Siempre ha dicho que le gustaría pillarlo.
Lucius miró a Arthur, y tenía el impulso de soltar un comentario viperino como era su costumbre, pero después de la confesión de su traidor de su hijo, tenía que contenerse.
Pero antes de dejarse atrapar por un Weasley, Lucius preferiría besar a un elfo.
Arthur también lo observó, y él le devolvió una mirada de superioridad.
—Eso borraría la sonrisa de satisfacción de la cara de Draco —comentó Ron.
Draco sabía que Ron tenía razón, ya lo había vivido finalizando su quinto curso, pero ahora no estaba tan seguro de que eso le borrara la sonrisa de satisfacción, es más agradecería que atraparan a su padre para que así él pudiera aprender su lección y cambiara de parecer.
—Pero esos pobres muggles… —dijo Hermione con nerviosismo—. ¿Y si no pueden bajarlos?
—Podrán —le aseguró Ron—. Hallarán la manera.
—Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí —declaró Hermione—. Lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creéis que habrán bebido, o simplemente…?
Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Harry y Ron se apresuraron a mirar también. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.
Hannah detuvo su lectura ocasionando que los presentes —por lo menos del pasado— se preocuparan por lo que sucedería a continuación.
—¿Quién es? —llamó Harry.
Sólo se oyó el silencio. Harry se puso en pie y miró hacia el árbol. Estaba demasiado oscuro para ver muy lejos, pero tenía la sensación de que había alguien justo un poco más allá de donde llegaba su visión.
—¿Quién está ahí? —preguntó.
Y entonces, sin previo aviso, una voz diferente de cualquier otra que hubieran escuchado en el bosque desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:
—¡MORSMORDRE!
El silencio volvió a reinar en la sala. No sabían quién había conjurado ese hechizo y que podría hacerles a los tres chicos, están solos allí.
La profesora McGonagall miró a sus futuros alumnos.
—Me preguntó, porque siempre que pasa algo, ustedes tres tienen que estar involucrados en los problemas —los interrogó.
—Nosotros no buscamos los problemas, generalmente son los problemas los que nos encuentra a nosotros —dijeron los tres chicos a coro.
Quizá la profesora hubiera sonreído, pero no en esos momentos de tensión.
Hannah siguió con la lectura.
Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Harry habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.
—¿Qué…? —exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba.
Durante una fracción de segundo, Harry creyó que aquello era otra formación de leprechauns (Imbécil, pensaba Lucius). Luego comprendió que se trataba de una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraban, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación.
—La Marca Tenebrosa —gruñó Alastor, pensando en que tenía que atrapar a todos los seguidores de Voldemort de una vez por todas, y así evitar muertes de personas inocentes.
De pronto, el bosque se llenó de gritos. Harry no comprendía por qué, pero la única causa posible era la repentina aparición de la calavera, que ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón. Buscó en la oscuridad a la persona que había hecho aparecer la calavera, pero no vio a nadie.
—¿Quién está ahí? —gritó de nuevo.
—¡Harry, vamos, muévete! —Hermione lo había agarrado por la parte de atrás de la chaqueta, y tiraba de él.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry, sobresaltándose al ver la cara de ella tan pálida y aterrorizada.
—¡Es la Marca Tenebrosa, Harry! —gimió Hermione, tirando de él con toda su fuerza—. ¡El signo de Quien-tú-sabes!
—¿Cómo es que tú sabías eso y Harry no? —le preguntó Lily a Hermione.
—Me entere de esa marca en Auge y calda de las Artes Oscuras —respondió Hermione.
—¿El de Voldemort?
—¡Vamos, Harry!
Harry se volvió, mientras Ron recogía a toda prisa su miniatura de Krum, y los tres se dispusieron a cruzar el claro. Pero tan sólo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon.
Harry paseó la mirada por los magos y tardó menos de un segundo en darse cuenta de que todos habían sacado la varita mágica y que las veinte varitas los apuntaban. Sin pensarlo más, gritó:
—¡AL SUELO! —y, agarrando a sus dos amigos, los arrastró con él sobre la hierba.
¡Desmaius! —gritaron las veinte voces.
—¡Oh, Merlín! Los encapuchados los rodearon —dijo una nerviosa Molly.
—Tranquila, mamá —dijo Ron—. No eran los encapuchados.
—¿Entonces?
—Pues, Hannah lo leerá ahora.
Hubo una serie de destellos cegadores, y Harry sintió que el pelo se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Al levantar la cabeza un centímetro, vio unos chorros de luz roja que salían de las varitas de los magos, pasaban por encima de ellos, cruzándose, rebotaban en los troncos de los árboles y se perdían luego en la oscuridad.
—¡Alto! —gritó una voz familiar—. ¡ALTO! ¡Es mi hijo!
Los padres de los chicos se sintieron aliviados de que Arthur estuviera entre los otros magos, ya que así él podría defenderlos.
El pelo de Harry volvió a asentarse. Levantó un poco más la cabeza. El mago que tenía delante acababa de bajar la varita. Al darse la vuelta vio al señor Weasley, que avanzaba hacia ellos a zancadas, aterrorizado.
—Ron… Harry… —Su voz sonaba temblorosa—. Hermione… ¿Estáis bien?
—Apártate, Arthur —dijo una voz fría y cortante.
Era el señor Crouch. Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Harry se puso en pie de cara a ellos. Crouch tenía el rostro crispado de rabia.
—¿Quién de vosotros lo ha hecho? —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¿Quién de vosotros ha invocado la Marca Tenebrosa?
—Pero ¿con que derecho los acusa? —dijo Lily indignada—. Solo son niños, no pueden hacer la marca.
—El señor Crouch era muy desconfiado —dijo Hermione—, y con motivos.
—¿Qué motivos? —le preguntó James.
—Principalmente su hijo —respondió Harry—. Pero ya se enterarán luego sobre él.
Lucius Malfoy al escuchar la mención de Barty Jr., supo de qué se trataba, el chico era amigo suyo y de Snape, y según este último Barty Jr. quería pertenecer a las filas del Señor Tenebroso.
—¡Nosotros no hemos invocado eso! —exclamó Harry, señalando la calavera.
—¡No hemos hecho nada! —añadió Ron, frotándose el codo y mirando a su padre con expresión indignada—. ¿Por qué nos atacáis?
—¡No mienta, señor Potter! —gritó el señor Crouch. Seguía apuntando a Ron con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido—. ¡Lo hemos descubierto en el lugar del crimen!
—Pero son solo niños —dijo Molly—, es ilógico querer acusarlos.
—Barty… —susurró una bruja vestida con una bata larga de lana—. Son niños, Barty. Nunca podrían haberlo hecho…
—Por lo menos alguien es sensata —dijo Alice.
—Decidme, ¿de dónde ha salido la Marca Tenebrosa? —preguntó apresuradamente el señor Weasley.
—De allí —respondió Hermione temblorosa, señalando el lugar del que había partido la voz—. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras… un conjuro.
—¿Conque estaban allí? —dijo el señor Crouch, volviendo sus desorbitados ojos hacia Hermione, con la desconfianza impresa en cada rasgó del rostro—. ¿Conque pronunciaron un conjuro? Usted parece muy bien informada de la manera en que se invoca la Marca Tenebrosa, señorita.
—Me sorprende que Crouch sea tan necio —dijo la profesora McGonagall—. ¿Por qué se comportará de esa manera?
Percy que siempre había sentido predilección por el señor Crouch, se preguntaba cómo es que no había intuido que algo no estaba bien con él. Definitivamente estaba ciego.
Pero, aparte del señor Crouch, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Harry, Ron y Hermione pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Hermione habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles.
—Demasiado tarde —dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana—. Se han desaparecido.
—Es más que obvio que el que invoco la Marca Tenebrosa no se iba a quedar allí a esperar a que lo atraparan —dijo Sirius cruzando sus brazos sobre su pecho.
—Y en vez de perder tiempo en acusar a los chicos, debieron ir a buscar al verdadero culpable —dijo James, imitando la pose de su amigo.
—No lo creo —declaró un mago de barba escasa de color castaño. Era Amos Diggory, el padre de Cedric—. Nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado…
—¡Ten cuidado, Amos! —le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.
Hermione se llevó las manos a la boca cuando lo vio desaparecer.
Al cabo de unos segundos lo oyeron gritar:
—¿Logro encontrar al culpable? —preguntó Andrómeda.
—Me temo que no —respondió Ron—. Bueno, solo un estúpido creería que esa criatura era el culpable.
Todos los miraron con interrogación, a lo que Hannah siguió leyendo para que comprendieran lo que Ron quería decir.
—¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es… Pero… ¡caray!
—¿Has atrapado a alguien? —le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad—. ¿A quién? ¿Quién es?
Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Harry reconoció enseguida el paño de cocina. Era Winky.
—¿Qué? —murmuró Arthur.
—Es imposible que una elfina pudiera conjurar ese la Marca Tenebrosa —dijo Molly.
Todos comprendieron ahora lo que Ron había querido decir y por supuesto, solo un estúpido creería que una elfina domestica conjuraría tal hechizo.
El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en Winky. Luego pareció despertar.
—Esto… es… imposible —balbuceó—. No…
Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que éste había encontrado a Winky.
—¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el señor Diggory—. No hay nadie más.
—Eso es lo que él cree —susurró Ron—. El culpable aún estaba allí.
—¿Qué dices, Ron? —le preguntó Sirius que lo había visto mover los labios.
—Nada —respondió el aludido. Sirius quiso insistir, pero recordando su la conversación de la otra noche, donde Ron había confesado que Hermione era la esposa de Remus, temió que dijera que él lo había provocado para que contara la verdad acerca de la relación de su amigo Lunático y la castaña.
Las castañas son tan peligrosas como las pelirrojas, se recordó Sirius.
Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.
—Es un poco embarazoso —declaró con gravedad el señor Diggory, bajando la vista hacia la inconsciente Winky—. La elfina doméstica de Barty Crouch… Lo que quiero decir…
—Déjalo, Amos —le dijo el señor Weasley en voz baja—. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se necesita una varita.
—Eso es verdad —dijo Frank—, solo un mago puede hacer tal hechizo.
—Pero ¿quién es el mago que lo hizo? —preguntó Alice.
Nadie respondió y Hannah siguió leyendo.
—Sí —admitió el señor Diggory—. Y ella tenía una varita.
—¿Qué? —exclamó el señor Weasley.
—Aquí, mira. —El señor Diggory cogió una varita y se la mostró—. La tenía en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Usó de la Varita Mágica: «El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana.»
—¿Cómo pueden creer que fue la elfina quien uso la varita? —preguntó Gideon.
—Solo un tonto, hermano —respondió Fabian, negando con la cabeza.
Entonces oyeron otro «¡plin!», y Ludo Bagman se apareció justo al lado del padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento (—Claro, está escapando de sus acreedores —dijeron los gemelos Weasley). Giró sobre sí mismo, observando con los ojos desorbitados la calavera verde.
—¡La Marca Tenebrosa! —dijo, jadeando, y casi pisa a Winky al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante—. ¿Quién ha sido? ¿Los habéis atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?
El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.
—¿Dónde has estado, Barty? —le preguntó Bagman—. ¿Por qué no estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca… (—Sí, seguro. Su elfina le estaba guardando un asiento —ironizó Ginny. Los demás la miraron, pero no comentaron nada al respecto, porque estaban más pendientes con lo de la marca) ¡Gárgolas tragonas! —Bagman acababa de ver a Winky, tendida a sus pies—. ¿Qué le ha pasado?
—He estado ocupado, Ludo —respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios—. Hemos dejado sin sentido a mi elfina.
—¿Sin sentido? ¿Vosotros? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué…?
De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.
—O lo que creyó comprender —dijo Fred.
Su gemelo asintió, como diciendo: «Ese Bagman es muy corto de seseras».
—¡No! —dijo—. ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!
—Y tenía una —explicó el señor Diggory—. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creó que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.
Hermione puso mala cara al recordar el mal momento que le hicieron pasar a la pobre elfina que nada tenía que ver en sus problemas.
Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero éste interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:
¡Enervate!
Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo.
Vio los pies de Diggory y poco a poco, temblando, fue levantando los ojos hasta llegar a su cara, y luego, más despacio todavía, siguió elevándolos hasta el cielo. Harry vio la calavera reflejada dos veces en sus enormes ojos vidriosos. Winky ahogó un grito, miró asustada a la multitud de gente que la rodeaba y estalló en sollozos de terror.
—Pobre Winky —dijo Luna—. Siempre es muy amable conmigo.
—¿La conoces? —le preguntó Alice.
—Sí, ahora trabaja en Hogwarts —contestó la rubia.
Pero antes de que Alice volviera a preguntar sobre la elfina, su hijo, Neville le dijo que ya se enteraría luego de como es que la elfina llega a trabajar en Hogwarts.
—¡Elfina! —dijo severamente el señor Diggory—. ¿Sabes quién soy? ¡Soy miembro del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas!
Winky se balanceó de atrás adelante sobre la hierba, respirando entrecortadamente. Harry no pudo menos que acordarse de Dobby en sus momentos de aterrorizada desobediencia.
—Como ves, elfina, la Marca Tenebrosa ha sido conjurada en este lugar hace tan sólo un instante —explicó el señor Diggory—. ¡Y a ti te hemos descubierto un poco después, justo debajo! ¡Si eres tan amable de darnos una explicación…!
—El señor Diggory es muy desconsiderado con Winky —murmuró una indignara Hermione—. Si quería interrogarla debería haber sido amable con ella.
—No podría ser amable, el señor Diggory siempre fue un maleducado —le dijo Ginny al escucharla murmurar.
Hermione hizo un gesto de molestia, pero asintió con la cabeza estando de acuerdo con su amiga pelirroja.
—¡Yo… yo… yo no lo he hecho, señor! —repuso Winky jadeando—. ¡Ni siquiera hubiera sabido cómo hacerlo, señor!
—¡Te hemos encontrado con una varita en la mano! —gritó el señor Diggory, blandiéndola ante ella.
Cuando la luz verde que iluminaba el claro del bosque procedente de la calavera dio de lleno en la varita, Harry la reconoció.
—¡Oh, no! ¿Acaso esa era tu varita? —le preguntó James a su hijo.
—Sí, era mi varita —confirmó Harry.
—Pero ¿cómo es que…? —James no termino la pregunta—. Y con ella conjuraron la Marca Tenebrosa.
—Así es. Y ni siquiera me di cuenta de que me habían robado la varita —respondió Harry.
—¿La elfina? —le preguntó ahora su madre.
Harry negó con la cabeza.
—¡Eh… es la mía! —exclamo.
Todo el mundo lo miró.
—¿Cómo has dicho? —preguntó el señor Diggory, sin dar crédito a sus oídos.
—¡Que es mi varita! —dijo Harry—. ¡Se me cayó!
—¿Que se te cayó? —repitió el señor Diggory, extrañado—. ¿Es eso una confesión? ¿La tiraste después de haber invocado la Marca?
—¡Que tan impertinente! —dijo una molesta Molly.
—Es más que eso, mamá —dijo Ginny.
—¡Amos, recuerda con quién hablas! —intervino el señor Weasley, muy enojado—. ¿Te parece posible que Harry Potter invocara la Marca Tenebrosa?
—Eh… no, por supuesto —farfulló el señor Diggory—. Lo siento… Me he dejado llevar.
—Que idiota —refunfuñó Sirius.
—Mucho más idiota que cuando era estudiante en Hogwarts —lo apoyó James—. Si que se ha superado —ironizó.
—De todas formas, no fue ahí donde se me cayó —añadió Harry, señalando con el pulgar hacia los árboles que había justo debajo de la calavera—. La eché en falta nada más internarnos en el bosque.
—Así que —dijo el señor Diggory, mirando con severidad a Winky, que se había encogido de miedo— la encontraste tú, ¿eh, elfina? Y la cogiste y quisiste divertirte un rato con ella, ¿eh?
—¡Yo no he hecho magia con ella, señor! —chilló Winky, mientras las lágrimas le resbalaban por ambos lados de su nariz, aplastada y bulbosa—. ¡Yo… yo… yo sólo la cogí, señor! ¡Yo no he conjurado la Marca Tenebrosa, señor, ni siquiera sabría cómo hacerlo!
Hermione estaba sensible debido a su embarazo, y si antes se sentía enojada e indignada ahora tenía unas tremendas ganas de llorar al recordar a la elfina.
—¡No fue ella! —intervino Hermione. Estaba muy nerviosa por tener que hablar delante de todos aquellos magos del Ministerio, pero lo hacía con determinación—. ¡Winky tiene una vocecita chillona, y la voz que oímos pronunciar el conjuro era mucho más grave! —Miró a Ron y Harry, en busca de apoyo—. No se parecía en nada a la de Winky, ¿a qué no?
—No —confirmó Harry, negando con la cabeza—. Sin lugar a dudas, no era la de un elfo.
—No, era una voz humana —dijo Ron.
—Bueno, pronto lo veremos —gruñó el señor Diggory, sin darles mucho crédito—. Hay una manera muy sencilla de averiguar cuál ha sido el último conjuro efectuado con una varita mágica. ¿Sabías eso, elfina?
La mayoría de los presentes pensaban que el señor Diggory era un estúpido al seguir creyendo que una elfina domestica había sido la que había invocado la Marca Tenebrosa. Además de que ese hechizo solo ayudaría a saber cuáles fueron los últimos hechizos, pero quien lanza el hechizo.
Winky temblaba y negaba frenéticamente con la cabeza, batiendo las orejas, mientras el señor Diggory volvía a levantar su varita y juntaba la punta con el extremo de la varita de Harry.
¡Prior Incantato! —dijo con voz potente el señor Diggory.
Harry oyó que Hermione ahogaba un grito, horrorizada, cuando una calavera con lengua en forma de serpiente surgió del punto en que las dos varitas hacían contacto. Era, sin embargo, un simple reflejo de la calavera verde que se alzaba sobre ellos, y parecía hecha de un humo gris espeso: el fantasma de un conjuro.
¡Deletrius! —gritó el señor Diggory, y la calavera se desvaneció en una voluta de humo—. ¡Bien! —exclamó con una expresión incontenible de triunfo, bajando la vista hacia Winky, que seguía agitándose convulsivamente.
—Insisto, Diggory es idiota —dijo Sirius meneando la cabeza.
James asintió con la cabeza.
—¡Yo no lo he hecho! —chilló la elfina, moviendo los ojos aterrorizada—. ¡No he sido, no he sido, yo ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Soy una elfina buena, no uso varita, no sé cómo se hace!
—¡Te hemos atrapado con las manos en la masa, elfina! —gritó el señor Diggory—. ¡Te hemos cogido con la varita que ha obrado el conjuro!
—Ese hombre es insufrible —comentó Ted.
—Es un necio —dijo Alice—, no se da cuenta de que la elfina es inocente. Solo uno de esos magos oscuros es capaz de hacer ese hechizo.
—Amos —dijo en voz alta el señor Weasley—, piensa en lo que dices. Son poquísimos los magos que saben llevar a cabo ese conjuro… ¿Quién se lo podría haber enseñado?
—Quizá Amos quiere sugerir que yo tengo por costumbre enseñar a mis sirvientes a invocar la Marca Tenebrosa. —El señor Crouch había hablado impregnando cada sílaba de una cólera fría.
—¿No creen que es media sospechosa su actitud de Crouch? —preguntó James.
—¿En qué sentido? —preguntó uno confuso Remus.
—Es como… como si temiera que lo acusaran de algo —respondió Sirius, pensativamente.
Si supieran, pensaba Harry.
Se hizo un silencio muy tenso. Amos Diggory se asustó.
—No… no… señor Crouch, en absoluto…
—Te ha faltado muy poco para acusar a las dos personas de entre los presentes que son menos sospechosas de invocar la Marca Tenebrosa: a Harry Potter… ¡y a mí mismo! Supongo que conoces la historia del niño, Amos.
—Por supuesto… Todo el mundo la conoce… —musitó el señor Diggory, desconcertado.
—¡Y yo espero que recuerdes las muchas pruebas que he dado, a lo largo de mi prolongada trayectoria profesional, de que desprecio y detesto las Artes Oscuras y a cuantos las practican! —gritó el señor Crouch, con los ojos de nuevo desorbitados.
—¿Qué pruebas son esas? —preguntó Lily.
—El señor Crouch es capaz de todo con tal de demostrar su buena imagen —dijo Ron.
Después de la respuesta de Ron, todos se quedaron pensando en quería decir con eso, ¿cómo que era capaz de todo? ¿Qué podría hacer exactamente?
—Señor Crouch, yo… ¡yo nunca sugeriría que usted tuviera la más remota relación con este incidente! —farfulló Amos Diggory. Su rala barba de color castaño conseguía en parte disimular su sonrojo.
—¡Si acusas a mi elfina me acusas a mí, Diggory! —vociferó el señor Crouch—. ¿Dónde podría haber aprendido la invocación?
El trío de oro compartió una mirada significativa. Ellos bien sabían quién podría haber enseñado ese hechizo a la elfina; aunque la pobre criatura era inocente.
—Po… podría haberla aprendido… en cualquier sitio…
—Eso es, Amos… —repuso el señor Weasley—. En cualquier sitio. Winky —añadió en tono amable, dirigiéndose a la elfina, pero ella se estremeció como si él también le estuviera gritando—, ¿dónde exactamente encontraste la varita mágica?
Winky retorcía el dobladillo del paño de cocina tan violentamente que se le deshilachaba entre los dedos.
—Yo… yo la he encontrado… la he encontrado ahí, señor… —susurró— Ahí… entre los árboles, señor.
—Por supuesto el que la uso, se marcho dejando la varita tirada para que el inocente que encontrara la varita fuera acusado —dijo Sirius.
Hermione frunció el ceño, y maldijo internamente a Barty Jr. por hacer pasar un mal momento a la elfina.
—¿Te das cuenta, Amos? —dijo el señor Weasley—. Quienesquiera que invocaran la Marca podrían haberse desaparecido justo después de haberlo hecho, dejando tras ellos la varita de Harry. Una buena idea, no usar su propia varita, que luego podría delatarlos. Y Winky tuvo la desgracia de encontrársela un poco después y de haberla cogido.
—¡Pero entonces ella tuvo que estar muy cerca del verdadero culpable! —exclamó el señor Diggory, impaciente—. ¿Viste a alguien, elfina?
Winky comenzó a temblar más que antes. Sus enormes ojos pasaron vacilantes del señor Diggory a Ludo Bagman, y luego al señor Crouch (—Al parecer esa elfina esconde algo, se le nota muy nerviosa —dijo Gideon, mientras su gemelo asentía con la cabeza estando de acuerdo). Tragó saliva y dijo:
—No he visto a nadie, señor… A nadie.
—Es definitivo, la elfina oculta algo. Y algo muy grave —confirmó Fabian.
—Puede que sí, pero aun así Winky es inocente —alegó Hermione—, ella solo sigue órdenes.
Algunas miradas recayeron sobre Hermione, pero ella no explico nada.
—Amos —dijo secamente el señor Crouch—, soy plenamente consciente de que lo normal, en este caso, sería que te llevaras a Winky a tu departamento para interrogarla. Sin embargo, te ruego que dejes que sea yo quien trate con ella.
El señor Diggory no pareció tomar en consideración aquella sugerencia, pero para Harry era evidente que el señor Crouch era un miembro del Ministerio demasiado importante para decirle que no.
—Puedes estar seguro de que será castigada —agregó el señor Crouch fríamente.
—La verdad es que no se con quién le iría peor —dijo Alice—, con su amo o con Diggory.
—Teniendo en cuenta como termino, yo creo que con los dos le hubiera ido igual —dijo pensativamente Ron.
—¿Cómo termino? —le preguntó Arthur.
—Pues… despedida —respondió Ron.
Y nadie tuvo tiempo de comentar nada, ya que Hannah siguió leyendo.
—A… a… amo… —tartamudeó Winky, mirando al señor Crouch con los ojos bañados en lágrimas—. A… a… amo, se lo ruego…
El señor Crouch bajó la mirada, con el rostro tan tenso que todas sus arrugas se le marcaban profundamente. No había ni un asomo de piedad en su mirada.
—Tal vez Crouch diga que esta contra las artes oscuras y que lucha contra ella, pero no tiene nada de compasión por esa miserable criatura —comentó Angelina.
—Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible —dijo despacio—. Le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.
Hermione se llevó sus manos a su abultado vientre para evitar apretar los puños, ya que tenía las palmas de las manos lastimadas de tanto apretar los puños con anterioridad; la única integrante del trío dorado se sentía indignada, Crouch no le había ordenado a su elfina quedarse en su tienda, sino vigilar a su desquiciado hijo. ¿Cómo se puede ser tan miserable?, pensaba ella,
—¡No! —gritó Winky, postrándose a los pies del señor Crouch—. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!
Harry sabía que la única manera de liberar a un elfo doméstico era que su amo le regalara una prenda de su propiedad. Daba pena ver la manera en que Winky se aferraba a su paño de cocina sollozando a los pies de su amo.
A Hermione se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar el sufrimiento de la elfina.
—¡Pero estaba aterrorizada! —saltó Hermione indignada, mirando al señor Crouch—. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo levitar a la gente! ¡Usted no le puede reprochar que huyera!
El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del contacto de su elfina, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos.
—Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a Hermione—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.
—Crouch está llevando las cosas demasiado lejos —dijo Ted con el ceño fruncido—. Y Hermione tiene razón, si la elfina desobedeció fue por su temor a las alturas y porque podría ser atacada en cualquier momento. Eso solo se llama tener sentido de supervivencia.
Su esposa asintió estando de acuerdo con él.
Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos resonaban en el claro del bosque.
Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Weasley diciendo con suavidad:
—Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede decir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Harry…
El señor Diggory se la devolvió a Harry, y éste se la guardó en el bolsillo.
—Y desde ese momento tienes que tener más cuidado con tu varita —le dijo James a su hizo.
Harry asintió con la cabeza, aunque evito decir que su varita se había partido en dos escapando de Voldemort.
—Vamos, vosotros tres —les dijo en voz baja el señor Weasley. Pero Hermione no quería moverse. No apartaba la vista de la elfina, que seguía sollozando—. ¡Hermione! —la apremió el señor Weasley. Ella se volvió y siguió a Harry y a Ron, que dejaban el claro para internarse entre los árboles.
—¿Qué le va a pasar a Winky? —preguntó Hermione, en cuanto salieron del claro.
—No lo sé —respondió el padre de Ron.
—¡Qué manera de tratarla! —dijo Hermione furiosa—. El señor Diggory, sin dejar de llamarla «elfina»… ¡y el señor Crouch! ¡Sabe que no lo hizo y aun así la va a despedir! Le da igual que estuviera aterrorizada, o alterada… ¡Es como si no fuera humana!
—Bueno, pues los elfos domésticos no son humanos —dijo Sirius.
Hermione le dirigió una mirada furibunda.
—Tal vez no sean humanos, pero ellos tienen sentimientos, Sirius Black —le respondió la castaña.
—No quise decir… —trató de defenderse el animago, pero fue interrumpido por Ron.
—Mejor ya no digas nada, Sirius —dijo—. No podrás ganarle.
Ron se ganó una mirada parecida a la de Sirius, cuando Hermione escucho lo que dijo.
—Es que no lo es —repuso Ron.
Hermione se le enfrentó.
—Eso no quiere decir que no tenga sentimientos, Ron. Da asco la manera…
Ron miró a Sirius como diciendo: «Ves, yo tuve la misma discusión con ella».
Sirius rodó los ojos.
Que manía tiene la castaña con los elfos, pensaba Sirius.
—Estoy de acuerdo contigo, Hermione —se apresuró a decir el señor Weasley, haciéndole señas de que siguiera adelante—, pero no es el momento de discutir los derechos de los elfos. Me gustaría que estuviéramos de vuelta en la tienda lo antes posible. ¿Qué ocurrió con los otros?
—Los perdimos en la oscuridad —explicó Ron—. Papá, ¿por qué le preocupaba tanto a todo el mundo aquella cosa en forma de calavera?
—Os lo explicaré en la tienda —contestó el señor Weasley con cierto nerviosismo.
—Esa no será una conversación agradable —comentó los gemelos Prewett.
Pero cuando llegaron al final del bosque no los dejaron pasar: una multitud de magos y brujas atemorizados se había congregado allí, y al ver aproximarse al señor Weasley muchos de ellos se adelantaron.
—¿Qué ha sucedido?
—¿Quién la ha invocado, Arthur?
—¡No será… él!
—No hubiera podido ser Voldemort —dijo Harry haciendo estremecer a algunos de pasado por mencionar el nombre del mago oscuro—. En esos momentos ese miserable solo era despojos —él aun recordaba que Pettigrew lo tenía que llevar en brazos, esa noche que los vio en el cementerio.
Lucius se sintió ofendido por como el hijo de Potter hablaba de su señor. Pero ya vería ese mocoso de lo que sería capaz el Señor Oscuro con los traidores a la sangre y sangre sucias.
—Por supuesto que no es él —contestó el señor Weasley sin demostrar mucha paciencia—. No sabemos quién ha sido, porque se desaparecieron. Ahora, por favor, perdonadme. Quiero ir a dormir.
Atravesó la multitud seguido de Harry, Ron y Hermione, y regresó al cámping. Ya estaba todo en calma: no había ni rastro de los magos enmascarados, aunque algunas de las tiendas destruidas seguían humeando.
Charlie asomaba la cabeza fuera de la tienda de los chicos.
—¿Qué pasa, papá? —le dijo en la oscuridad—. Fred, George y Ginny volvieron bien, pero los otros…
—Estaban como siempre —dijo Fred.
—Sí, metiéndose en problemas —continuó George.
—¿Y son ustedes lo que dicen eso? —contraatacó Ron, levantando una pelirroja ceja sugerentemente.
Molly solo cerró los ojos, armándose de paciencia por lo que le tocaría vivir con los hijos que tenía y tendría.
—Aquí los traigo —respondió el señor Weasley, agachándose para entrar en la tienda. Harry, Ron y Hermione entraron detrás.
Bill estaba sentado a la pequeña mesa de la cocina, aplicándose una sábana al brazo, que sangraba profusamente. Charlie tenía un desgarrón muy grande en la camisa, y Percy hacía ostentación de su nariz ensangrentada. Fred, George y Ginny parecían incólumes pero asustados.
—¡Oh, por Merlín! —exclamó Molly llevándose una mano al corazón—. Pero…
—No te preocupes, mamá —trató de calmarla Charlie—, las heridas no eran graves. Es más, yo he tenido heridas peores cuidando dragones.
—¿Y se supone que eso debe tranquilizarme? —ironizó Molly mirando a cada uno de sus hijos.
—Charlie, mejor quédate callado —le dijo Ginny—. O mamá es capaz de encerrarte para que no regreses a Rumania.
—¿Los habéis atrapado, papá? —preguntó Bill de inmediato—. ¿Quién invocó la Marca?
—No, no los hemos atrapado —repuso el señor Weasley—. Hemos encontrado a la elfina del señor Crouch con la varita de Harry, pero no hemos conseguido averiguar quién hizo realmente aparecer la Marca.
—¿Qué? —preguntaron a un tiempo Bill, Charlie y Percy.
—¿La varita de Harry? —dijo Fred.
—¿La elfina del señor Crouch? —inquirió Percy, atónito.
—Sí, la elfina de la que en su tiempo era tu adorado jefe —se burlaron los gemelos Weasley.
Percy frunció el ceño enojado, pero decidió no decir nada, porque no vaya ser de malas y sus hermanos contaran cuando él se alejó de su familia. Era un Gryffindor, pero aún no estaba preparado para hablar de ello con sus padres del pasado.
Con ayuda de Harry, Ron y Hermione, el señor Weasley les explicó todo lo sucedido en el bosque. Al finalizar el relato, Percy se mostraba indignado.
—¡Bueno, el señor Crouch tiene toda la razón en querer deshacerse de semejante elfina! —dijo—. Escapar cuando él le mandó expresamente que se quedara… Avergonzarlo ante todo el Ministerio… ¿En qué situación habría quedado él si la hubieran llevado ante el Departamento de Regulación y Control…?
—Querido sobrino —dijeron los Prewett negando con la cabeza—. ¿No crees que deberías ser más amable?
—Y no deberías defender a nadie que ni siquiera recuerda tu nombre —agregó Gideon.
Percy apartó la mirada avergonzado.
—Ella no hizo nada… —lo interrumpió Hermione con brusquedad—. ¡Sólo estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado!
Percy se quedó desconcertado. Hermione siempre se había llevado muy bien con él… Mejor, de hecho, que cualquiera de los demás.
Percy sonrió levemente, esa noche Hermione lo había sorprendido con su actitud tan dura. Sin duda cuando Hermione defendía algo o alguien podía ser violenta y muy terca. Y a decir verdad le hubiera causado miedo su actitud si en ese momento ella no hubiera sido una niña.
—¡Hermione, un mago que ocupa una posición cómo la del señor Crouch no puede permitirse tener una elfina doméstica que hace tonterías con una varita mágica! —declaró Percy pomposamente, recuperando el aplomo.
—¡No hizo tonterías con la varita! —gritó Hermione—. ¡Sólo la recogió del suelo!
—Bueno, ¿puede explicar alguien qué era esa cosa en forma de calavera? —pidió Ron, impaciente—. No le ha hecho daño a nadie… ¿Por qué le dais tanta importancia?
—Es que no es solo la aparición de un hechizo en forma de calavera sino su significado —comentó Andrómeda.
—Es comprensible que no sepan su significado, son solo niños —dijo la profesora McGonagall.
—Pero Hermione si sabía lo que significaba —la señaló Ron.
—Porque yo leía, Ron, mientras que tú solo pensaba en el quidditch —respondió Hermione.
—No solo yo, Harry también pensaba en quidditch —lo acusó Ron.
Harry rodó los ojos.
—Ya te lo dije, Ron, es el símbolo de Quien-tú-sabes —explicó Hermione, antes de que pudiera contestar ningún otro—. He leído sobre el tema en Auge y calda de las Artes Oscuras.
—Y no se la había vuelto a ver desde hacía trece años —añadió en voz baja el señor Weasley—. Es natural que la gente se aterrorizara… Ha sido casi cómo volver a ver a Quien-tú-sabes.
—Sigo sin entenderlo —dijo Ron, frunciendo el entrecejo—. Quiero decir que no deja de ser simplemente una señal en el cielo…
—Es más que eso, muchacho —dijo Alastor cruzando los brazos.
—No lo sabía en ese momento —se defendió Ron.
—Ron, Quien-tú-sabes y sus seguidores mostraban la Marca Tenebrosa en el cielo cada vez que cometían un asesinato —repuso el señor Weasley—. El terror que inspiraba… No puedes ni imaginártelo: eres demasiado joven. Imagínate que vuelves a casa y ves la Marca Tenebrosa flotando justo encima, y comprendes lo que estás a punto de encontrar dentro… —El señor Weasley se estremeció—. Era lo que más temía todo el mundo… lo peor…
Muchos se estremecieron como el Arthur del libro y más los que habían sufrido alguna perdida por la culpa de los mortífagos o de las manos del propio Voldemort.
Se hizo el silencio. Luego Bill, quitándose la sábana del brazo para comprobar el estado de su herida, dijo:
—Bueno, quienquiera que la hiciera aparecer esta noche, a nosotros nos fastidió, porque los mortífagos echaron a correr en cuanto la vieron (—¿Qué? ¿Los mortífagos escapando de la Marca Tenebrosa? —preguntó Ted confundido—. ¡Eso sí que esta raro!). Todos se desaparecieron antes de que nosotros hubiéramos llegado lo bastante cerca para desenmascarar a ninguno de ellos. Afortunadamente, pudimos coger a la familia Roberts antes de que dieran contra el suelo. En estos momentos les están modificando la memoria.
—¿Mortífagos? —repitió Harry—. ¿Qué son los mortífagos?
—Es como se llaman a sí mismos los partidarios de Quien-tú-sabes —explicó Bill—. Creo que esta noche hemos visto lo que queda de ellos; quiero decir, los que se libraron de Azkaban.
—Pero esta vez no volverán a escapar —gruñó Alastor dedicándole una mirada amenazadora a Lucius.
Por su parte Sirius volvió a pensar en su hermano, ¿estaría huyendo o encerrado en Azkaban? O incluso podría… no, no quería pensar en que estuviera muerto, pero tampoco decían nada sobre que estaba en Azkaban, porque si lo estuviera su yo del futuro lo hubiera mencionado en el libro anterior… así que seguro estaba huyendo.
—Pero no tenemos pruebas de eso, Bill —observó el señor Weasley—, aunque es probable que tengas razón —agregó, desesperanzado.
—Apuesto a que sí —dijo Ron de pronto—. ¡Papá, encontramos a Draco Malfoy en el bosque, y prácticamente admitió que su padre era uno de aquellos chalados de las máscaras! ¡Y todos sabemos lo bien que se llevaban los Malfoy con Quien-tú-sabes!
Lucius maldijo internamente al traidor de su hijo.
—Pero ¿qué pretendían los partidarios de Voldemort…? —empezó a decir Harry.
Todos se estremecieron. Como la mayoría de los magos, los Weasley evitaban siempre pronunciar el nombre de Voldemort.
—Lo siento —añadió apresuradamente Harry—. ¿Qué pretendían los partidarios de Quien-vosotros-sabéis, haciendo levitar a los muggles? Quiero decir, ¿para qué lo hicieron?
—Porque eso es lo que esos malditos bastardos consideran diversión —dijo Sirius amargamente.
—Señor Black, modere su lenguaje —lo amonestó la profesora McGonagall.
—No querrás que los alague, ¿verdad, Minnie? —dijo Sirius.
La profesora dejo pasar que su alumno la tratara de tú, pero si le dio un pequeño sermón sobre cómo comportarse delante de sus profesores y personas mayores.
—¿Para qué? —dijo el señor Weasley, con una risa forzada—. Harry, ésa es su idea de la diversión. La mitad de los asesinatos de muggles que tuvieron lugar bajo el poder de Quien-tú-sabes se cometieron nada más que por diversión. Me imagino que anoche bebieron bastante y no pudieron aguantar las ganas de recordarnos que todavía están ahí y son unos cuantos. Una encantadora reunión para ellos —terminó, haciendo un gesto de asco.
—Pero, si eran mortífagos, ¿por qué se desaparecieron al ver la Marca Tenebrosa? —preguntó Ron—. Tendrían que haber estado encantados de verla, ¿no?
—Tal vez porque el mortífago que invocó la Marca Tenebrosa no estaba reunido con ellos —manifestó Ted.
—Algo de eso sucedió —confirmó Harry.
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó su madre, a lo que Harry le dijo que después se descubriría todo.
—Piensa un poco, Ron —dijo Bill—. Si de verdad eran mortífagos, hicieron lo indecible para no entrar en Azkaban cuando cayó Quien-tú-sabes, y dijeron todo tipo de mentiras sobre que él los había obligado a matar y a torturar a la gente. Estoy seguro de que ellos tendrían aún más miedo que nosotros si volviera. Cuando perdió sus poderes, negaron haber tenido relación con él y se apresuraron a regresar a su vida cotidiana. Imagino que no les guarda mucho aprecio, ¿no crees?
—Entonces… los que hicieron aparecer la Marca Tenebrosa… —dijo Hermione pensativamente— ¿lo hicieron para mostrar su apoyo a los mortífagos o para espantarlos?
Los del pasado se quedaron pensando en cual podría ser la respuesta, todo era tan confuso y más si ninguno de los chicos del futuro quería aclarar sus dudas, alegando que esperaran, que ya se enterarían de todo después.
—Puede ser cualquier cosa, Hermione —admitió el señor Weasley—. Pero te diré algo: sólo los mortífagos sabían formar la Marca. Me sorprendería mucho que la persona que lo hizo no hubiera sido en otro tiempo un mortífago, aunque no lo sea ahora… Escuchad: es muy tarde, y si vuestra madre se entera de lo sucedido se preocupará muchísimo (Ya estoy preocupada, pensaba Molly). Lo que vamos a hacer es dormir unas cuantas horas y luego intentaremos irnos de aquí en uno de los primeros trasladores.
A Harry le zumbaba la cabeza cuando regresó a la litera. Tenía motivos para estar reventado de cansancio, porque eran casi las tres de la madrugada; sin embargo, se sentía completamente despejado… y preocupado.
—Es lógico, después de todo saber que los seguidores de ese mago oscuro están por ahí aparentando ser personas inocentes, pero que en la primera oportunidad hacen desastres, es para preocuparse realmente y estar siempre en alerta —dijo Alice.
—Estamos acostumbrados en estar en alerta permanente —dijeron el trío de oro y los Weasley.
—Eso es lo que siempre nos decía Moody —recordó Hermione.
El auror miró a los chicos y se preguntó en que momento los conocería y cuando trabajaría con ellos en esa guerra.
Hacía tres días (parecía mucho más, pero realmente eran sólo tres días) que había despertado con la cicatriz ardiéndole. Y aquella noche, por primera vez en trece años, había aparecido en el cielo la Marca de lord Voldemort. ¿Qué significaba todo aquello?
Pensó en la carta que le había escrito a Sirius antes de dejar Privet Drive. ¿La habría recibido ya? ¿Cuándo contestaría? Harry estaba acostado de cara a la lona, pero ya no tenía fantasías de escobas voladoras que lo fueran introduciendo en el sueño paulatinamente, y pasó mucho tiempo desde que comenzaron los ronquidos de Charlie hasta que, finalmente, él también cayó dormido.
Hannah terminó de leer el capítulo, y apenas el libro levitó hacia las manos del director, sobre las mesas aparecieron las fuentes con comida.
Pero muchos no tenían ánimos de cenar, entre ellos los señores Malfoy, los cuales se levantaron y se fueron a su habitación.
Draco respiró profundo, se levantó de su silla, se acomodó su túnica y caminó hacia la habitación de sus padres.
Los presentes se quedaron mirando a la familia de rubios marcharse con los rostros sombríos, solo esperaban que su discusión —porque obvio discutirían— no los hiciera intervenir.

***

—¿Con qué derecho entras a nuestra habitación sin llamar? —siseó Lucius mirando a su futuro hijo con desprecio.
—Si hubiera tocado a su puerta, no me hubieras abierto —contestó Draco sin inmutarse ante la mirada de su padre.
—¡Fuera! —gruñó Lucius.
—¡Lucius! —se escandalizó Narcissa, pero su esposo la ignoro.
—¡No! —dijo Draco impertérrito—. Tenemos que hablar.
Narcissa se dio cuenta de la magnitud del problema, así que evitando que alguien pudiera escucharlos, puso un hechizo silenciador.
—Yo no tengo nada que hablar con un hijo que me traiciona. Con un hijo que ni siquiera ha sido engendrado y que estoy pensando muy seriamente si quiero engendrar.
—¡Eso sí que no, Lucius! —gritó Narcissa, colocándose delante de su esposo. Este la miró unos segundos para luego volver a posar su mirada en el chico que estaba detrás de su madre.
—¡Tú no eres el hijo que esperaba! —siseó.
—Y tú no eres el padre que quería, pero no me queda de otra —dijo Draco sin apartar la vista de los ojos de su padre.
—¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo? —gritó Lucius apartando a su esposa para ponerse frente a su futuro hijo.
—Me atrevo por esto —dijo Draco y empezó a subirse la manga de su túnica y luego de su camisa, revelando así la Marca Tenebrosa tatuada en su pálida piel.
Narcissa se alejó un paso al ver la Marca, sintiéndose horrorizada. Su hijo también era un mortífago, y no es que ella no compartiera las ideas del Señor Tenebroso, pero estaba completamente en contra en que su hijo formara parte de sus filas.
—Tengo la Marca desde que cumplí dieciséis años, después de que tú, padre, fallaran en una misión —contó Draco con voz dura—. Esto fue un castigo por parte del Señor Tenebroso.
Lucius miraba la Marca en el brazo de su futuro hijo en silencio, pero con la mirada indescifrable.
—¿Y tienes idea de cuál fue la primera misión que me encomendó? —preguntó Draco y espero unos minutos esperando que su padre dijera algo, pero como siguió en silencio, continuó—: Arreglar un armario para poder dejar entrar a los mortífagos a Hogwarts y luego matar a Dumbledore.
—¿Qué? —dijo Lucius rompiendo el silencio.
—Con el claro fin de que no lo consiguiera y así poder acabar el mismo conmigo.
Narcissa había retrocedido tanto que ahora se encontraba sentada en una esquina de la cama, con los ojos llenos de lágrimas.
Y Lucius nuevamente se quedó en silencio, muy pensativo.