domingo, 5 de marzo de 2017

Cuarto Libro: Harry Potter y el Cáliz de Fuego - Capítulo 2: La cicatriz

—Seguiré la lectura —dijo Charlie Weasley. El libro levito hasta sus manos, y este cambio la página—. “La cicatriz” —leyó el pelirrojo.
Apenas Charlie termino de leer el título, las miradas recayeron en Harry, este trato de tapar su cicatriz con el flequillo.
—Es inútil, de todas maneras todos saben que está allí tu cicatriz —dijo Luna.
Charlie viendo la incomodidad de Harry, empezó a leer.
Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.
—¿Qué? Pero eso no te ocurrió en tu primer curso —recordó Lily—, aunque en esa ocasión ocurrió porque ese miserable se encontraba cerca —hizo una pausa—. Pero ¿acaso él estaba cerca en ese momento?
Harry no supo que contestar, pero al final solo atinó a decir:
—No, Voldemort no estaba cerca.
Esa respuesta no tranquilizó mucho a Lily, pero por el momento la acepto.
Se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.
Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta. Un delgado muchacho de catorce años le devolvió la mirada con una expresión de desconcierto en los brillantes ojos verdes, que relucían bajo el enmarañado pelo negro. Examinó más de cerca la cicatriz en forma de rayo del reflejo. Parecía normal, pero seguía escociéndole.
Harry estaba sorprendido, y se preguntaba quién era el autor de esos libros, y como era que sabía cada uno de sus pasos, ya que en párrafo anterior describe exactamente lo que él hizo en ese momento… y dudaba seriamente ser él el autor porque nunca fue muy adepto a la lectura y mucho menos a escribir un libro, mejor dicho siete libros.
Y mientras Harry seguía metido en sus pensamientos, Charlie continuo leyendo.
Harry intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real… Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar…
—¿Se trata sobre lo que Hannah acaba de leer en el capítulo anterior? —preguntó Susan.
—Al parecer si se trata de eso —respondió Justin.
La chica se estremeció.
Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penumbra. Había una serpiente sobre una alfombra… un hombre pequeño llamado Peter y apodado Colagusano… y una voz fría y aguda… la voz de lord Voldemort. Sólo con pensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera deslizado por la garganta hasta el estómago.
Todos escuchaban atentos lo que supuestamente era el sueño de Harry, solo los más allegados al «El Elegido» sabían lo que realmente significaba todo.
Apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspecto tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el espasmo de horror lo había despertado… ¿o había sido el dolor de la cicatriz?
¿Y quién era aquel anciano? Porque ya tenía claro que en el sueño aparecía un hombre viejo: Harry lo había visto caer al suelo. Las imágenes le llegaban de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó representarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tratar de que el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos. Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre… y habían estado planeando un nuevo asesinato: el suyo.
Algunas miradas volvieron a recaer sobre Harry, los del pasado y algunos del futuro no entendían lo que ocurría. Solo Dumbledore y Moody sospechaban lo que sucedía, al parecer todo se trataba de una conexión entre Harry y Voldemort.
Por su parte los padres de Harry estaban preocupados sobre el plan de Voldemort donde incluía la muerte de su hijo.
Lily y James miraron a su futuro hijo tratando de hacerles preguntas, pero simplemente por más que intentaran que salieran palabras de su boca, no lo lograban, a lo que Harry dijo:
—No deben preocuparse ahora. Estoy bien, ¿no?
Y después de esto Charlie continuo leyendo.
Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y observó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en su dormitorio. En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama había un baúl grande de madera, abierto, y dentro de él un caldero, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embrujos; los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la que normalmente descansaba Hedwig, su lechuza blanca; en el suelo, junto a la cama, había un libro abierto. Lo había estado leyendo por la noche antes de dormirse. Todas las fotos del libro se movían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.
—¿Quidditch? —dijo Andrómeda, con un tono aburrido en la voz.
—Claro que sí. ¿Acaso no te parece un deporte muy interesante, primita? —preguntó Sirius, alzando una ceja.
Andrómeda solo hizo un gesto suficiencia.
Harry fue hasta el libro, lo cogió y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pelota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch (en opinión de Harry, el mejor deporte del mundo) (¡Es el mejor deporte del mundo!, alegaron los amantes del quidditch, empezando por Oliver Wood y terminando por los merodeadores. Por su parte Hermione, Lily, Molly, Andrómeda y Alice rodaron los ojos exasperadas) podía distraerlo en aquel momento. Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.
El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un sábado. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Harry distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.
Y aun así, aun así… Nervioso, Harry regresó a la cama, se sentó en ella y volvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que le incomodaba: estaba acostumbrado al dolor y a las heridas (Esto molesto a Lily, simplemente le parecía inverosímil que su hijo estuviera acostumbrado al dolor. Ella se encargaría que en el futuro todo fuera diferente en la vida de su hijo, pero para eso, primero tenía que encontrar la manera de sobrevivir). En una ocasión había perdido todos los huesos del brazo derecho, y durante la noche le habían vuelto a crecer, muy dolorosamente. No mucho después, un colmillo de treinta centímetros de largo se había clavado en aquel mismo brazo. Y durante el último curso, sin ir más lejos, se había caído desde una escoba voladora a quince metros de altura. Estaba habituado a sufrir extraños accidentes y heridas: eran inevitables cuando uno iba al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y él tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de problemas.
—Igual que Cornamenta —dijo Sirius—, creo que esa es una de las tantas maldiciones de portar el apellido Potter.
Lily se le quedo mirando a James.
—Cierra la boca, Canuto —exclamó James con miedo—, no te das cuenta que si sigues diciendo esas blasfemias Lily puede dejarme y…
—No lo creo, James —aseguró Remus, sin mejorar mucho su ánimo—, las pelirrojas es otra de la maldición Potter. Así que no temas.
Lily se sonrojo, pero terminó por sonreírle a su novio, y este respiró aliviado, temía que por una de esas «maldiciones» su pelirroja adorada lo dejara. Quizás sonara estúpido, pero él aun no podía creer su suerte, su amor de toda la vida, lo había aceptado ese curso.
No, lo que a Harry le incomodaba era que la última vez que le había dolido la cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podía andar por allí en esos momentos… La misma idea de que lord Voldemort merodeara por Privet Drive era absurda, imposible.
—¿Quién sabe? —murmuró Alice, estremeciéndose.
Frank la cogió de la mano y la apretó levemente infundiéndole valor.
Harry escuchó atentamente en el silencio. ¿Esperaba sorprender el crujido de algún peldaño de la escalera, o el susurro de una capa? Se sobresaltó al oír un tremendo ronquido de su primo Dudley, en el dormitorio de al lado.
Harry se reprendió mentalmente. Se estaba comportando como un estúpido: en la casa no había nadie aparte de él y de tío Vernon, tía Petunia y Dudley, y era evidente que ellos dormían tranquilos y que ningún problema ni dolor había perturbado su sueño.
Cuando más le gustaban los Dursley a Harry era cuando estaban dormidos; despiertos nunca constituían para él una ayuda (Es comprensible, aseguró Neville, preguntándose cómo es que Harry había aguantado todo lo que sus tíos y primo lo trataban). Tío Vernon, tía Petunia y Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía. Eran muggles (no magos) que odiaban y despreciaban la magia en cualquiera de sus formas, lo que suponía que Harry era tan bienvenido en aquella casa como una plaga de termitas (Parecen que están celosos de no poder hacer magia, dijo Ernie. Lily se quedó mirando al chico de Hufflepuff y pensó: Cuanta razón tienes, por lo menos por parte de mi hermana). Habían explicado sus largas ausencias durante el curso en Hogwarts los últimos tres años diciendo a todo el mundo que estaba internado en el Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables (¡Oh, Cielos! Petunia pagaras haber tratado mal a mi hijo, pensaba Lily con los puños tan apretados, que sus nudillos estaban pálidos). Los Dursley estaban al corriente de que, como mago menor de edad, a Harry no le permitían hacer magia fuera de Hogwarts, pero aun así le echaban la culpa de todo cuanto iba mal en la casa. Harry no había podido confiar nunca en ellos, ni contarles nada sobre su vida en el mundo de los magos. La sola idea de explicarles que le dolía la cicatriz y que le preocupaba que Voldemort pudiera estar cerca, le resultaba graciosa.
—¿Graciosa? No creo que esa sea la palabra correcta —dijo Alice—. Insólito, creo que le queda más.
—Depende del modo en que lo veas, querida —dijo Frank, pensativo.
Y sin embargo, había sido Voldemort, principalmente, el responsable de que Harry viviera con los Dursley. De no ser por él, Harry no tendría la cicatriz en la frente. De no ser por él, Harry todavía tendría padres…
Las miradas recayeron no solo en Harry, sino también en Lily y James, ya que todo lo que se decía era verdad, si no fuera por el maldito de Voldemort, Harry tendría a sus padres con él…
Pero viéndolo de otra perspectiva, si Harry no hubiera sido señalado como el único que podía derrotar a Voldemort, entonces, ¿quién sería capaz de derrotarlo? ¿Cómo podrían vencer a Voldemort?
Muchos pensaban en eso, y se estremecieron ante la idea de que Voldemort reinaría en el mundo mágico si no hubiera sido por Harry.
Charlie continúo leyendo al notar la tensión en la sala.
Tenía apenas un año la noche en que Voldemort (el mago tenebroso más poderoso del último siglo, un brujo que había ido adquiriendo poder durante once años) llegó a su casa y mató a sus padres. Voldemort dirigió su varita hacia Harry, lanzó la maldición con la que había eliminado a tantos magos y brujas adultos en su ascensión al poder e, increíblemente, ésta no hizo efecto: en lugar de matar al bebé, la maldición había rebotado contra Voldemort. Harry había sobrevivido sin otra lesión que una herida con forma de rayo en la frente, en tanto que Voldemort quedaba reducido a algo que apenas estaba vivo. Desprovisto de su poder y casi moribundo, Voldemort había huido; el terror que había atenazado a la comunidad mágica durante tanto tiempo se disipó, sus seguidores huyeron en desbandada y Harry se hizo famoso.
Cuando mencionaron que sus seguidores huyeron, las miradas recayeron sobre Lucius Malfoy, el único mortífago —según sospechaba Alastor—, en la sala, ya que Snape aún no es un seguidor de Voldemort.
El Malfoy mayor no bajo la mirada antes las miradas acusadoras.
—Decir que estar bajo la maldición Imperius no es de mucha ayuda teniendo antecedentes —murmuró Draco.
—¿Qué dijiste? —cuestionó Lucius a su futuro hijo.
—Absolutamente nada —contestó Draco impertérrito.
Fue bastante impactante para él enterarse, el día de su undécimo cumpleaños, de que era un mago. Y aún había resultado más desconcertante descubrir que en el mundo de los magos todos conocían su nombre. Al llegar a Hogwarts, las cabezas se volvían y los cuchicheos lo seguían por dondequiera que iba. Pero ya se había acostumbrado: al final de aquel verano comenzaría el cuarto curso. Y contaba los días que le faltaban para regresar al castillo.
Pero todavía quedaban dos semanas para eso. Abatido, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños (Un cumpleaños que había pasado desapercibido, como todos los años, desde que vivía con los Dursley. Sus compañeros de clases aún no se podían creer que Harry tuvo que vivir con toda esa gente que no lo apreciaba ni siquiera un poco). ¿Qué le contestarían ellos si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz?
—Nosotros podemos contestar esa pregunta —dijeron los gemelos Weasley al unísono.
Fred poso su mirada en Hermione y sonrió juguetonamente.
—Hermione consultaría en un libro para saber porque te dolía la cicatriz.
—Y nuestro querido hermano, te no hubiera sabido que decir, y lo único que se le ocurriría seria preguntarle a papá —dijo George.
A Ron se le pusieron rojas las orejas, y le dedicó una mirada de pocos amigos a sus hermanos.
Se escucharon algunas risitas en la sala porque los gemelos habían acerado al decir lo que hubieran hecho cada uno de los chicos, pero luego esas risitas se silenciaron para que Charlie pudiera seguir leyendo.
De inmediato, la voz asustada y estridente de Hermione Granger le vino a la cabeza:
¿Qué te duele la cicatriz? Harry, eso es tremendamente grave… ¡Escribe al profesor Dumbledore! Mientras tanto yo iré a consultar el libro Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes… Quizá encuentre algo sobre cicatrices producidas por maldiciones…
—Sí, lo que yo dije —se alegró Fred.
Hermione se sonrojó al escuchar nuevamente risitas.
Sí, ése sería el consejo de Hermione: acudir sin demora al director de Hogwarts, y entretanto consultar un libro (Sin duda eso sería lo que haría, afirmó Ginny). Harry observó a través de la ventana el oscuro cielo entre negro y azul. Dudaba mucho que un libro pudiera ayudarlo en aquel momento. Por lo que sabía, era la única persona viva que había sobrevivido a una maldición como la de Voldemort, así que era muy improbable que encontrara sus síntomas en Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes (Eso es verdad, tú eres el único que ha sobrevivido a una maldición asesina, dijo Oliver a Harry). En cuanto a lo de informar al director, Harry no tenía la más remota idea de adónde iba Dumbledore en sus vacaciones de verano. Por un instante le divirtió imaginárselo, con su larga barba plateada, túnica talar de mago y sombrero puntiagudo, tumbándose al sol en una playa en algún lugar del mundo y dándose loción protectora en su curvada nariz (Muchos soltaron risitas al imaginarse al igual que el Harry del libro, al viejo director en la playa, y rieron aún más cuando escucharon lo que dijo Dumbledore: «Oh, hace muchos años que no voy a una playa, pero no sería mala idea ir un día de estos»). Pero, dondequiera que estuviera Dumbledore, Harry estaba seguro de que Hedwig lo encontraría: la lechuza de Harry nunca había dejado de entregar una carta a su destinatario, aunque careciera de dirección. Pero ¿qué pondría en ella?

Querido profesor Dumbledore:
Siento molestarlo, pero la cicatriz me ha dolido esta mañana.
Atentamente, Harry Potter.

Incluso en su mente, las palabras sonaban tontas.
—No es tonto, solo falta expresarlo de una mejor manera —dijo Lily—. Además, no está de más que le contarás sobre ese dolor.
—Tu madre tiene razón, Harry —dijo James solemnemente.
Lily sonrió por el tono de voz que uso su novio.
Así que intentó imaginarse la reacción de su otro mejor amigo, Ron Weasley, y al instante el pecoso rostro de Ron, con su larga nariz, flotaba ante él con una expresión de desconcierto:
¿Qué te duele la cicatriz? Pero… pero no puede ser que Quien-tú-sabes esté ahí cerca, ¿verdad? Quiero decir… que te habrías dado cuenta, ¿no? Intentaría liquidarte, ¿no es cierto? No sé, Harry, a lo mejor las cicatrices producidas por maldiciones duelen siempre un poco… Le preguntaré a mi padre…
Las risas se hicieron presentes apenas Charlie termino de leer ese párrafo, sobre todo las risas que más resonaban eran de los gemelos Weasley junto con Lee, los gemelos Prewett y los merodeadores.
—Es casi como yo dije, preguntarle a papá —dijo George.
—Parece que te conocen muy bien, ¿eh, hermanito? —dijo Fred.
Ahora no solo eran las orejas de Ron que estaban rojas, sino también su pecoso rostro.
—Dejen de molestar a su hermano —los regañó Molly, y estos dejaron de molestarlo, pero no borraron sus sonrisas burlonas.
El señor Weasley era un mago plenamente cualificado que trabajaba en el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles del Ministerio de Magia, pero no tenía experiencia en materia de maldiciones, que Harry supiera. En cualquier caso, no le hacía gracia la idea de que toda la familia Weasley se enterara de que él, Harry, se había preocupado mucho a causa de un dolor que seguramente duraría muy poco. La señora Weasley alborotaría aún más que Hermione; y Fred y George, los gemelos de dieciséis años hermanos de Ron, podrían pensar que Harry estaba perdiendo el valor (Nunca pensaríamos algo así de ti, aseguraron los gemelos Weasley. Tal vez solo nos burlaríamos un poco, pero nunca creeríamos que fueras un cobarde…, iban a seguir hablando, pero una mirada severa de su madre los paro en seco). Los Weasley eran su familia favorita: esperaba que pudieran invitarlo a quedarse algún tiempo con ellos (Ron le había mencionado algo sobre los Mundiales de quidditch), y no quería que esa visita estuviera salpicada de indagaciones sobre su cicatriz.
—Yo también podría haber sido de ayuda —dijo Sirius a su futuro ahijado—. ¿No pensaste en escribirme a mí?
Y antes de que Harry pudiera contestar, Snape se le adelanto.
—Al parecer ni tu ahijado te cree lo suficientemente útil.
—¡Cierra la maldita boca, Quejicus! —gruñó Sirius.
—Porque no intentas cerrármela, tú —lo reto.
—Con mucho gusto —dijo Sirius sacando su varita, pero antes de que pudiera lanzar cualquier hechizo la profesora McGonagall con un Expelliarmus no verbal, lo desarmo.
—Esta es la última que le paso, señor Black —dijo severamente la profesora—, ahora vuelva a sentarse —le ordeno, pero éste aún seguía de pie—. ¡Ahora! —lo apremió, y a Sirius no le quedó más remedio que sentarse—. Y usted, señor Snape, guarde silencio, porque si no también le voy a tener que decomisar su varita.
Snape asintió, ahora perdiendo su sonrisa porque a él también le habían reñido.
Harry ya no le pudo respondió la pregunta a su padrino, porque Charlie continuo leyendo.
Harry se frotó la frente con los nudillos. Lo que realmente quería (y casi le avergonzaba admitirlo ante sí mismo) era alguien como… alguien como un padre: un mago adulto al que pudiera pedir consejo sin sentirse estúpido, alguien que lo cuidara, que hubiera tenido experiencia con la magia oscura…
James se sintió mal al no poder estar con su hijo en esos momentos, brindándole todo su apoyo, y decirle que: No importaba lo que pasara, que él siempre estaría junto a él, y le ayudaría a superar todo lo malo.
Pero lamentablemente eso no era posible.
Y entonces encontró la solución. Era tan simple y tan obvia, que no podía creer que hubiera tardado tanto en dar con ella: Sirius.
El Sirius de la Sala de los Menesteres levantó la cabeza, un poco enfurruñado, y miró a Harry.
—Hasta que por fin te acuerdas de tu pobre padrino —dijo el animago entre ofendido y divertido.
Harry se acomodó las gafas incómodo.
—Lo lamento, pero no hacía mucho que te conocía y… no sabía si debía meterte en más problemas de los que ya tenías —se explicó el menor de los Potter.
—Oh, vamos —dijo Sirius pasándose una mano por sus cabellos—, un problema más un problema menos, no hace mucha la diferencia —hizo una pausa—. Lo que quiero decir es que… no importa si me metes en problemas o no… lo importante es que sepas que puedes confiar en mí —dijo con seriedad.
Harry sintió que sus ojos le picaban por las lágrimas contenidas y en su garganta se formó un nudo.
—Lo sé —fue lo único que pudo decir.
James y Lily se sintieron agradecidos con Sirius.
—Mientras Lily y yo no estemos a tu lado, Harry, no dudes que puedes confiar en Canuto y Lunático —dijo James.
Harry asintió.
La lectura siguió.
Harry saltó de un brinco de la cama, fue rápidamente al otro extremo del dormitorio y se sentó a la mesa. Sacó un trozo de pergamino, cargó de tinta la pluma de águila, escribió «Querido Sirius», y luego se detuvo, pensando cuál sería la mejor forma de expresar su problema y sin dejar de extrañarse de que no se hubiera acordado antes de Sirius. Pero bien mirado no era nada sorprendente: al fin y al cabo, hacía menos de un año que había averiguado que Sirius era su padrino.
—Es comprensible, Sirius —dijo Remus, al ver una mueca por parte de su amigo.
Negó con la cabeza. A veces Sirius podía ser tan infantil.
Había un motivo muy simple para explicar la total ausencia de Sirius en la vida de Harry: había estado en Azkaban, la horrenda prisión del mundo mágico vigilada por unas criaturas llamadas dementores, unos monstruos ciegos que absorbían el alma y que habían ido hasta Hogwarts en persecución de Sirius cuando éste escapó (Sirius y algunos chicos más no pudieron evitar estremecerse al recordar a estas horribles criaturas). Pero Sirius era inocente, ya que los asesinatos por los que lo habían condenado eran en realidad obra de Colagusano, el secuaz de Voldemort a quien casi todo el mundo creía muerto (Tal vez no le falte mucho para morir. Solo deja que salga de esta sala y le ponga las manos encima a esa rata asquerosa, pensaba Sirius). Harry, Ron y Hermione, sin embargo, sabían que la verdad era otra: el curso anterior habían tenido a Colagusano frente a frente, aunque luego sólo el profesor Dumbledore les había creído.
—Pero si le dieran Veritaserum, Sirius podría decir la verdad, y así todos sabrían que él es inocente… y lo mejor de todo sin tener la necesidad de buscar a Pettigrew —dijo Frank.
—Sí. Pero te olvidas de algo importante —dijo Remus—, apenas algún trabajador del Ministerio encontrara a Sirius no lo dejarían ni siquiera decir una palabra.
Sirius apretó los puños con ira.
Te detesto, Peter. Te detesto, pensaba Sirius.
Durante una hora de gloriosa felicidad, Harry había creído que podría abandonar a los Dursley, porque Sirius le había ofrecido un hogar una vez que su nombre estuviera rehabilitado (Lo lamento, dijo Sirius a Harry. Pero este parpadeó confundido y dijo: No es tu culpa, además, así hayas podido limpiar tu nombre, no creo que hubiera podido abandonar a los Dursley. Ya descubrirán porque; agregó al notar varias miradas interrogantes). Pero aquella oportunidad se había esfumado muy pronto: Colagusano se había escapado antes de que hubieran podido llevarlo al Ministerio de Magia, y Sirius había tenido que huir volando para salvar la vida. Harry lo había ayudado a hacerlo sobre el lomo de un hipogrifo llamado Buckbeak, y desde entonces Sirius permanecía oculto. Harry se había pasado el verano pensando en la casa que habría tenido si Colagusano no se hubiera escapado. Había resultado especialmente duro volver con los Dursley sabiendo que había estado a punto de librarse de ellos para siempre.
Para poder librarme de ellos, primero tenía que aguantarlos cuatro años más, pensaba Harry.
No obstante, y aunque no pudiera estar con Sirius, éste había sido de cierta ayuda para Harry. Gracias a Sirius, ahora podía tener todas sus cosas con él en el dormitorio. Antes, los Dursley no lo habían consentido: su deseo de hacerle la vida a Harry tan penosa como fuera posible, unido al miedo que les inspiraba su poder, habían hecho que todos los veranos precedentes guardaran bajo llave el baúl escolar de Harry en la alacena que había debajo de la escalera. Pero su actitud había cambiado al averiguar que su sobrino tenía como padrino a un asesino peligroso (oportunamente, Harry había olvidado decirles que Sirius era inocente).
—Eso me sigue pareciendo muy Slytherin, Potter —comentó Pansy Parkinson pensativamente.
—Bueno, casi pude pertenecer a la casa de las serpientes —dijo Harry, como quitándole importancia al asunto.
A los merodeadores no les agradaba recordar mucho que el sombrero seleccionador casi manda a Slytherin a Harry.
Desde que había vuelto a Privet Drive, Harry había recibido dos cartas de Sirius. No se las había entregado una lechuza, como era habitual en el correo entre magos, sino unos pájaros tropicales grandes y de brillantes colores (No crees que eso llamaría más la atención, Sirius, le recriminó Andrómeda a su primo. El aludido asintió, y respondió: Sí, podría llamar la atención, pero yo siempre tomo mis precauciones. Terminó guiñándole un ojo a su prima, y esta solo negó con la cabeza, murmurando un «imposible»). A Hedwig no le habían hecho gracia aquellos llamativos intrusos y se había resistido a dejarlos beber de su bebedero antes de volver a emprender el vuelo. A Harry, en cambio, le habían gustado: le habían hecho imaginarse palmeras y arena blanca, y esperaba que dondequiera que se encontrara Sirius (él nunca decía dónde, por si interceptaban la carta) se lo estuviera pasando bien (De seguro que sí, Harry, dijo un sonriente Sirius). Harry dudaba que los dementores sobrevivieran durante mucho tiempo en un lugar muy soleado. Quizá por eso Sirius había ido hacia el sur. Las cartas de su padrino (ocultas bajo la utilísima tabla suelta que había debajo de la cama de Harry) mostraban un tono alegre, y en ambas le insistía en que lo llamara si lo necesitaba. Pues bien, en aquel momento lo necesitaba…
—Por supuesto —dijo Sirius—. Y puedes preguntarme todo lo que quieras. Vamos, pregúntale todo lo que quieras a tu padrino. Y el sabio Sirius te dará las respuestas que necesitas.
Esto causa la risa de James, los gemelos Weasley, los gemelos Prewett y una sonrisa por parte de Remus.
—Arrogante —dijo Lily, pero con un tono juguetón.
La lámpara de Harry pareció oscurecerse a medida que la fría luz gris que precede al amanecer se introducía en el dormitorio. Finalmente, cuando los primeros rayos de sol daban un tono dorado a las paredes y empezaba a oírse ruido en la habitación de tío Vernon y tía Petunia, Harry despejó la mesa de trozos estrujados de pergamino y releyó la carta ya acabada:

Querido Sirius:
Gracias por tu última carta. Vaya pájaro más grande: casi no podía entrar por la ventana.
Aquí todo sigue como siempre. La dieta de Dudley no va demasiado bien. Mi tía lo descubrió ayer escondiendo en su habitación unas rosquillas que había traído de la calle (Según la descripción de tu primo, Harry, creo que ni las dietas le ayuden a bajar de peso si sigue comiendo harinas, comentó Alice). Le dijeron que tendrían que rebajarle la paga si seguía haciéndolo, y él se puso como loco y tiró la videoconsola por la ventana. Es una especie de ordenador en el que se puede jugar. Fue algo bastante tonto, realmente, porque ahora ni siquiera puede evadirse con su Mega-Mutilation, tercera generación.
—Vaya —dijo Dean soltando un silbido—, una Mega-Mutilation, tercera generación. ¿Cómo es que tu primo pudo cometer semejante pecado al lanzarlo por la ventana? —el Gryffindor parecía escandalizado.
—¿Qué tiene de especial? —le preguntó Seamus.
Dean se volvió a mirarlo, como si este hubiera dicho una blasfemia.
—¿Qué tiene de especial? ¡¿Qué tienes de especial?! —exclamó Dean—. No solo es un juego, es El Juego.
Después de la respuesta de Dean, Charlie se le quedo mirando por unos segundos y luego volvió su mirada al libro.
Yo estoy bien, sobre todo gracias a que tienen muchísimo miedo de que aparezcas de pronto y los conviertas en murciélagos.
—Oh, esa sería una gran idea —dijo un sonriente Sirius.
Sin embargo, esta mañana me ha pasado algo raro. La cicatriz me ha vuelto a doler. La última vez que ocurrió fue porque Voldemort estaba en Hogwarts. Pero supongo que es imposible que él ronde ahora por aquí, ¿verdad? ¿Sabes si es normal que las cicatrices producidas por maldiciones duelan años después?
Enviaré esta carta en cuanto regrese Hedwig. Ahora está por ahí, cazando. Recuerdos a Buckbeak de mi parte.
Harry

—Bueno, no tengo idea si las cicatrices duelan después de años, pero ya pensaré en una respuesta —parecía que Sirius le estuviera respondiendo al Harry del libro.
—Pero no que eras sabio y que tenías respuestas para todo —se mofó Lily.
Sirius puso cara de ofendido.
—Yo no sé la respuesta, pero mi yo del futuro si la sabes, estoy seguro —se defendió el animago—, ¿verdad que la sé? —le preguntó a Harry.
Este solo sonrió.
«Sí —pensó Harry—, no está mal así.» No había por qué explicar lo del sueño, pues no quería dar la impresión de que estaba muy preocupado. Plegó el pergamino y lo dejó a un lado de la mesa, preparado para cuando volviera Hedwig. Luego se puso de pie, se desperezó y abrió de nuevo el armario. Sin mirar al espejo, empezó a vestirse para bajar a desayunar.
—Creo que también debiste mencionarle tu sueño —le dijo James a su hijo.
—Tal vez —concedió Harry.
—Aquí termina el capítulo —anunció Charlie.
—Muy bien. Gracias, señor Weasley —dijo Dumbledore.