domingo, 31 de diciembre de 2017

Cuarto Libro: Harry Potter y el Cáliz de Fuego - Capítulo 8: Los Mundiales de quidditch


Justin tomo el libro que Katie le había entregado. Este cambio la página y leyó:
“Los Mundiales de quidditch”.
—Bien, este capítulo promete ser interesante —comentó James.
Sí, interesante, pensaba Ginny, sobre todo el final.
Severus miró al chico de Hufflepuff con una expresión aburrida y luego miró a su némesis —el cual le había robado al amor de su vida—, estaba sonriendo —idiota, pensó—, para finalmente mirar al futuro hijo de este y su amada. El chico parecía serio, como si estuviera recordando algo que no le gustara.
Dejo de mirarlo, no importaba que fuera hijo de Lily, él sentía que lo detestaba tanto como al padre.
Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harry sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.
—Vaya —murmuró Lily, y aunque no le agradaba mucho el quidditch podía imaginarse la emoción de todas esas personas y casi quería estar allí, junto con James, compartiendo un tiempo juntos.
Frunció el ceño. Tal vez James no le prestaría mucha atención por estar pendiente del juego.
Definitivamente esa sería una mala idea, pensó Lily.
—Hay asientos para cien mil personas —explicó el señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Harry—. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando… ¡Dios los bendiga! —añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.
Lucius hizo un gesto de molestia, otro capítulo más de puras estupideces, según su parecer… y eso no era lo peor, lo peor era que ya no aguantaba ni un solo segundo más a los Weasley, a Potter y a sus idiotas amigos, y a todos los sangre sucias, comenzando por la amiga del hijo de Potter y terminando por el chico que leía.
Pero no podía pararse e irse porque sabía que apenas saliera de esa sala, Moody comenzaría a investigarlo y pediría una orden para registrar su mansión. Él tenía que ser más inteligente que todos, y aunque no lo soportara más, tenía que quedarse y escuchar lo que leían, tal vez podría escuchar algo de suma importancia.
Levantó la vista y vio al osco auror mirarlo fijamente, con una expresión seria, él simplemente sonrió de lado, burlándose del auror.
—¡Asientos de primera! —dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.
—Unos buenos asientos —comentó Ted—. Desde allí se puede visualizar muy bien todo el juego.
Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.
—Debió haber sido increíble haber he estado allí —dijo Fabian.
—Sí —aceptó su hermano—. Me preguntó, porque no fuimos a los Mundiales —dijo pensativamente.
Ninguno de los chicos Weasley ni los que conocían el horrible final de los gemelos Prewett dijo una sola palabra, para que decirles la verdad en ese momento, cuando todavía no era el momento.
Molly también se preguntaba lo mismo, ya que sus hermanos eran unos fanáticos de ese deporte; observó a cada uno de sus hijos, y por increíble que pareciera, no pudo descifrar nada.
No pudo pasarles nada malo, se dijo Molly. Tal vez solo estoy siendo demasiado paranoica.
Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio:

La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada… Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo… Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade…

—Igual que en los partidos muggles —comentó Lily.
—Ah, cierto —dijo Ted.
Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás (Hermione no pudo evitar bufar al escuchar sobre la pobre elfina y todo lo que tuvo que pasar). La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares…
—¿Orejas largas? Seguro es el elfo que liberaste —dijo Frank a Harry—. ¿Cómo se llamaba?
—Dobby —respondió Harry—, pero no, no era él.
—¿Dobby? —preguntó Harry, extrañado.
La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby… pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Harry, hasta que éste lo liberó de sus dueños, la familia Malfoy.
Lucius miró con despreció a Harry, este se dio cuenta, pero como no era la primera vez que lo miraba de esa manera, no le tomo importancia, y se volvió hacia sus amigos.
—¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra (Bueno, en realidad si son muy difíciles de diferenciarlos, dijo Alice). Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Harry les había hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.
Sirius y James miraron al señor Weasley como interrogándolo.
Remus negó la cabeza. A veces sus amigos eran demasiado impertinentes.
No lo son, dijo el lobo. Remus se puso rígido. A mí me agradan, son los mejores amigos que pudimos encontrar.
Remus le daba la razón, pero se sentía incómodo al hablar con su lobo interior, casi lo hacía sentir como si fuera un… un… lunático. Aunque sonara irónico.
—Bueno —empezó Arthur, con un sonrojo—, no siempre tengo la oportunidad de ver un elfo doméstico.
Lucius ni siquiera miró a Arthur, pero en sus labios tenía una sonrisa burlona.
—Disculpe —le dijo Harry a la elfina—, la he confundido con un conocido.
—¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señor… y usted, señor… —En ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!
—Espera —dijo Alice—, ¿ella también se comportará como Dobby? —preguntó.
—La verdad no —respondió Harry con cierto alivio—. Dobby era un elfo peculiar y no creo que ningún otro elfo pudiera ser como él.
Ron asintió.
—Era raro —comentó.
Y Hermione le planto una mirada de muerte, este lo noto y las puntas de sus orejas se le pusieron rojas.
—Sí, lo soy —contestó Harry.
—¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! —dijo ella, bajando las manos un poco, pero conservando su expresión de miedo.
—Pero, ¿por qué está asustada? —preguntó Andrómeda.
Nadie respondió y Justin continuó leyendo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Harry—. ¿Qué tal le sienta la libertad?
—¡Ah, señor! —respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro—, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.
—¿Por qué? —se extrañó Harry—. ¿Qué le pasa?
—La libertad se le ha subido a la cabeza, señor —dijo Winky con tristeza—. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.
—Pero ¿por qué? No creo que ningún mago le niegue el trabajo a un elfo —dijo Gideon.
—Claro, si a los elfos lo que más les gusta es trabajar —dijo Fabian.
Hermione miró a los hermanos Prewett como hace unos momentos miró a su sobrino, solo que esta vez no se pudo contener a decir lo que pensaba.
—Que a los elfos les gusta trabajar —empezó—. Los pobres no trabajan, son esclavizados por magos y brujas abusivos de su fuerza y…
Todos los del pasado miraron a Hermione con sorpresa; ¿qué es lo que trata de decir?, se preguntaban muchos de ellos.
—Hermione —le dijo Harry, sabiendo que, si en ese momento ella empezaba a dar su discurso de arduos trabajos de los elfos, luego seguiría la P.E.D.D.O., algo que seguramente ningún mago de esa época aceptaría, aunque tampoco la aceptaban en su tiempo…
—¿Qué? —chilló la castaña, frunciendo.
Harry se sobresaltó.
—Lo que Harry quiere decir, es que ahora no es momento, Hermione —dijo Ginny calmadamente.
Hermione miró a su amiga pelirroja fijamente por unos segundos, pero finalmente termino asintiendo.
—¿Por qué no? —inquirió Harry.
Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar:
—Pretende que le paguen por trabajar, señor.
Los magos y brujas del pasado se quedaron anonadados por lo que acababan de escuchar, como era eso de que un mago le pagase a un elfo doméstico por su trabajo; era inverosímil.
—No creo que ningún mago esté dispuesto a pagarle a un elfo —dijo Sirius—. Por eso no me extraña que no encuentre trabajo.
Hermione miró a Sirius con enfado, éste se sorprendió por aquella mirada, y repaso mentalmente que había dicho de malo, al no encontrar nada malo en su comentario se encogió de hombros pensando de que se trataba de algo referente a sus hormonas.
—Imagina que Kreacher le exigiera un sueldo a tu madre, Canuto —dijo James con burla.
—Lo habría asesinado, aunque no me habría importado —dijo Sirius, recibiendo otra mirada furiosa por parte de Hermione—. Es ridículo. O ¿acaso tú le pagas a Kreacher, Harry?
Harry se quedó callado. Y todos se volvieron para mirarlo.
—Yo… en realidad, si lo hago —confesó el pelinegro.
Más miradas llenas de sorpresa recayeron sobre Harry.
—¿Por qué harías algo así? —preguntó James.
—Porque Harry sabe valorar el arduo trabajo de un elfo —respondió Hermione, orgullosa de que su amigo aceptara su sugerencia de darle una paga a Kreacher.
—¿Y Kreacher acepto que le pagaras? —preguntó Sirius, mirando a su futuro ahijado como si tuviera una extraña enfermedad.
—No quiso que le pague, y cuando insistí, se lanzó al suelo a llorar y a decir que no era un buen elfo —contó Harry. Hermione se mordió el labio inferior, no le gustaba que los elfos se lastimen a sí mismos—. Pero cuando le ordene que aceptar la paga, él obedeció.
Después de escuchar todas esas cosas tan absurdas —según el pensamiento de algunos magos—, Justin continúo leyendo.
—¿Que le paguen? —repitió Harry, sin entender—. Bueno… ¿por qué no tendrían que pagarle?
La idea pareció espeluznar a Winky, que cerró los dedos un poco para volver a ocultar parcialmente el rostro.
—¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor! —explicó en un chillido amortiguado (Andrómeda no había comentado nada a la conversación anterior, pero ahora con la respuesta de la elfina, ella asintió estando de acuerdo)—. No, no, no. Le he dicho a Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, como a un vulgar duende.
—¿En serio podrían hacer eso? —preguntó Lily.
—Tal vez, el comportamiento de ese elfo no es usual, Lily —respondió James.
Hermione frunció el ceño, pensando en conseguir a más magos que apoyen a la P.E.D.D.O. para conseguir que los elfos tengan los mismos derechos que los magos y brujas.
—Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco —opinó Harry.
—La diversión no es para los elfos domésticos, Harry Potter —repuso Winky con firmeza desde detrás de las manos que le ocultaban el rostro—. Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas, Harry Potter… —Miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva—. Pero mi amo me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.
—Envía a su elfina solo a cuidar su lugar —dijo Fabian con intriga.
—Yo creo que eso es estúpido —dijo a su vez su gemelo, Gideon.
—No solo por eso —comentó Ron—, en realidad es por otra razón.
—¿Qué otra razón? —preguntó Ted.
—Eh… —murmuró el menor de los varones Weasley.
—Ya sé. Luego nos enteraremos —volvió a hablar Ted.
Ron asintió.
—¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no soportas las alturas? —preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.
—Mi amo… mi amo quiere que le guarde una butaca, Harry Potter, porque está muy ocupado —dijo Winky, inclinando la cabeza hacia la butaca vacía que tenía a su lado—. Winky está deseando volver a la tienda de su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una buena elfina doméstica.
—Sigo creyendo que es estúpido mandar a cuidar una butaca, si los asientos ya estaban apartados —dijo Gideon.
—Aunque la elfina no solo estaba cuidando butacas —le recordó su hermano.
Los gemelos Prewett se volvieron a mirar a su sobrino, como queriendo leerle la mente. Ron solo evito devolverles la mirada.
Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry se volvió a los otros.
—¿Así que eso es un elfo doméstico? —murmuró Ron—. Son extraños, ¿verdad?
—Dobby era aún más extraño —aseguró Harry.
—El más extraño de su especie —comentó Luna, ganándose una mirada de todos, ya que ella era considera la “lunática” del colegio—. Fue muy noble lo que hizo… —después de decir eso último Luna se quedó mirando hacia un punto en la mesa.
—¿Qué hizo? —le preguntó Ted a la rubia, pero está aún seguía muy concentrada en la mesa.
Los demás soltaron el aire que estaban conteniendo, ya que pensaban que Luna iba hablar de más, pero como siempre ella hacia las cosas menos esperadas.
Pasados unos pocos minutos y Luna seguía sin responder, por lo que Justin siguió leyendo.
Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos, mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.
—¡Sensacional! —exclamó, girando el botón de retroceso que tenía a un lado—. Puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter el dedo en la nariz una vez… y otra… y otra…
Las mujeres hicieron una mueca de asco, mientras que algunos chicos —sobre todo los bromistas— sonreían ante lo que habían escuchado.
Hermione, mientras tanto, leía con interés su programa forrado de terciopelo y adornado con borlas.
—Antes de que empiece el partido habrá una exhibición de las mascotas de los equipos —leyó en voz alta.
—Eso siempre es digno de ver —dijo el señor Weasley—. Las selecciones nacionales traen criaturas de su tierra para que hagan una pequeña exhibición.
—Esa vez habían veelas —comentó Seamus.
—¿En serio? —preguntó Sirius, entusiasmado y de reojo miraba a la esposa de Bill—. ¿Y hablaste con una de ellas?
—No —contestó el Gryffindor, negando con la cabeza.
—Que aburrido eres —murmuró.
Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas que obviamente eran magos importantes. Percy se levantaba de un salto tan a menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento (Fred y George no perdieron el tiempo para molestar a su hermano, a lo que Percy solo les dedicó una mirada seria, pero esa seriedad era arruinada por sus mejillas sonrojadas). Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron (Ahora no solo los gemelos se reían de Percy, sus tíos se habían sumado a las risas). Muy embarazado, las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo (Percy no podía creer su comportamiento tan estúpido de ese tiempo. Si tan solo hubiera sabido lo cobarde e idiota que era Fudge no hubiera hecho nada para agradarle). Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban.
—Ya sabe, Harry Potter —le dijo muy alto al ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés—. ¡Harry Potter…! Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe… Tiene que saber quién es…
—Hubiera querido que no me conociera —murmuró Harry, tapándose instintivamente la cicatriz con el flequillo de su cabello.
El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía.
—Sabía que al final lo conseguiríamos —le dijo Fudge a Harry cansinamente—. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch (—Me preguntó cómo es que ese hombre llego a ser ministro —dijo Ted, negando con la cabeza). Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos… ¡Ah, ahí está Lucius!
—¿Qué? Pero ¿qué hace ese idiota allí? —preguntó Sirius.
A lo que Lucius simplemente lo ignoró.
—Probablemente ver los mundiales —contestó Remus.
—Y tan bien que iba todo —dijo James.
—Es cierto —dijo Ron, estando de acuerdo con el padre de su mejor amigo.
Por su parte, Draco tuvo que aceptar lo que decían de su familia, ya que él había ayudado para dar esa imagen tan desagradable.
Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Los que se encaminaban hacía tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby: Lucius Malfoy, su hijo Draco y una mujer que Harry supuso que sería la madre de Draco.
Narcissa se sorprendió, ya que era la primera vez que la nombraban en esos libros.
Harry y Draco Malfoy habían sido enemigos desde su primer día en Hogwarts. De piel pálida, cara afilada y pelo rubio platino, Draco se parecía mucho a su padre. También su madre era rubia, alta y delgada, y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a demonios.
La aludida clavó una mirada despectiva hacia Harry y sus amigos.
—Eso no es novedad —dijo Sirius, mofándose—, desde que la conozco siempre ha tenido esa cara de asco.
—Prefiero tener cara de asco a ser un maldito traidor a la sangre —dijo Narcissa no pudiendo contener su rabia.
Draco miró a su madre y negó con la cabeza.
Si supieras, madre, pensaba Draco. En el futuro engañaste al Señor Tenebroso para salvarle la vida al ahijado de tu primo.
—¡Ah, Fudge! —dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcissa, ni a nuestro hijo, Draco.
—¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al señor Oblansk… Obalonsk… al señor… Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo (—En realidad el ministro búlgaro si entendía lo que decía Fudge —dijeron los gemelos Weasley a coro). Veamos quién más… Supongo que conoces a Arthur Weasley.
—Creo que lo que más conoce son los puños de papá —dijo Ginny.
Varios soltaron risitas al recordar la pelea que tuvieron Lucius y Arthur antes de comenzar el segundo año de Harry.
Lucius miró a Ginny con furia, e iba a soltar uno de sus clásicos insultos, cuando se dio cuenta de que Moody lo observaba.
—Niña insolente —murmuró con rabia.
Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado. Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado.
—Por Dios, Arthur —dijo con suavidad—, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.
Todos los Weasley se contuvieron para no responderle a Lucius como debía.
Por su parte Arthur no le tomo importancia a lo que había escuchado, ya que se daba cuenta de que Lucius siempre tenía que sacar a colación su posición económica como si fuera una coraza que lo protegía. Según Lucius era un hombre fuerte y arrogante, pero con su actitud demostraba que era un idiota y cobarde.
—Imbécil —dijo Sirius.
Fudge, que no escuchaba, dijo:
—Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.
—Eso se llama soborno —dijo James, frunciendo el ceño.
—¿Y qué otras aportaciones más hacia para conseguir lo que quería? —dijo Sirius desdeñosamente.
—A decir verdad, Fudge era muy fácil de sobornar —dijo Draco—. Padre solo tenía que…
—¡Draco! —siseó Lucius, mirando a su hijo con enfado.
—¿Qué sucede, padre? —preguntó Draco, sin inmutarse ante el tono de voz de Lucius—. Ah, cierto, solo podemos hablar de esto en privado. Lo siento, se me olvido.
Lucius apretó su varita dentro del bolsillo de su túnica, respiró profundo para no hechizar a su propio hijo por inconsciente.
Mientras todos los demás miraban a Draco con sorpresa. Draco tenía toda la apariencia de un Malfoy, en los libros se comportaba como un Malfoy, pero este Draco que tenía en persona era completamente diferente.
—Si quieres luego podemos hablar en privado sobre los sobornos de tu padre —dijo Moody toscamente a Draco.
Este no contestó, pero tampoco negó tener esa conversación.
—¡Ah… qué bien! —dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.
El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada, pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor Malfoy: los Malfoy se enorgullecían de ser de sangre limpia; lo que quería decir que consideraban de segunda clase a cualquiera que procediera de familia muggle, como Hermione. Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a decir nada delante del ministro de Magia (—Claro que no tenía que mantener su imagen de buen benefactor ante el ministro —dijo Ron). Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos. También Draco lanzó a Harry, Ron y Hermione una mirada de desprecio, y luego se sentó entre sus padres.
No comprendo, pensaba James. ¿Qué le sucede al Draco Malfoy de esta sala? ¿Qué fue lo que le ocurrió para cambiar tanto?
Miró de reojo a Draco. Era un Malfoy de pies a cabeza físicamente, pero su mirada gris era distinta a la de sus padres.
—Asquerosos —murmuró Ron cuando él, Harry y Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego.
Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.
—¿Y ahora que le sucede a ese? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Luego se enterarán —respondió Ron.
—¿Todos listos? —preguntó. Su redonda cara relucía de emoción como un queso de bola grande—. Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?
—Cuando tú quieras, Ludo —respondió Fudge complacido.
Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:
¡Sonorus! —Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas—. Damas y caballeros… ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!
Los hombres se emocionaron al escuchar eso, sobre todo los del pasado.
—Por fin —dijeron James y Sirius.
Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (Grageas multisabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada bocado!) y mostró a continuación: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.
—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a… ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!
Los chicos sonrieron al recordar a las hermosas mascotas del equipo de Bulgaria.
Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.
—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah! —De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son veelas!
—Genial, veelas —dijo Sirius—. Y, además, una buena forma para apoyar a Bulgaria.
—Insisto en que ninguna veela es tan hermosa como mi Lily —dijo James.
Lily le sonrió y beso la mejilla de su novio, mientras que Sirius rodó los ojos. Su amigo se había vuelto tan cursi desde que andaba con Lily, que había veces en que no lo reconocía.
—¿Qué son vee…?
Pero un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas que Harry hubiera visto nunca… pero no eran (no podían ser) humanas (—Son seges semihumanos, pego con algunas cualidades mágicas —explicó Fleur, ya que ella siendo parte de esta especie, conocía muy bien todas sus características). Esto lo desconcertó por un momento, mientras trataba de averiguar qué eran realmente: qué podía hacer brillar su piel de aquel modo, con un resplandor plateado; o qué era lo que hacía que, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abriera en abanico detrás de la cabeza. Pero en aquel momento comenzó la música, y Harry dejó de preguntarse sobre su carácter humano. De hecho, no se hizo ninguna pregunta en absoluto.
—Vaya, parece que las veelas te dejaron más que impresionado —dijo Sirius a su ahijado, con un tono de voz que hizo sonrojar a Harry.
Ginny se volvió para mirar a su novio.
Harry no dijo nada, pero sus mejillas tomaron el color del cabello de los Weasley.
Las veelas se pusieron a bailar, y la mente de Harry se quedó totalmente en blanco, sólo ocupada por una suerte de dicha. En ese momento, lo único que en el mundo merecía la pena era seguir viendo a las veelas; porque, si ellas dejaban de bailar, ocurrirían cosas terribles…
—No crees que eso es llegar al extremo —dijeron los gemelos Weasley.
—Bueno… tal vez, pero aún tenía trece años —dijo Harry, justificándose.
A medida que las veelas aumentaban la velocidad de su danza, unos pensamientos desenfrenados, aún indefinidos, se iban apoderando de la aturdida mente de Harry. Quería hacer algo muy impresionante, y tenía que ser en aquel mismo instante. Saltar desde la tribuna al estadio parecía una buena idea… pero ¿sería suficiente?
—Harry, ¿qué haces? —le llegó la voz de Hermione desde muy lejos.
—¿Qué? ¿En verdad ibas a saltar de la tribuna? —preguntó James a su hijo.
Harry asintió, con las mejillas nuevamente sonrojadas.
No cabe duda. De tal palo tal astilla. Ambos idiotas, pensaba Snape, y una sonrisa burlona se formó en sus delgados labios.
Cesó la música. Harry cerró los ojos y volvió a abrirlos. Se había levantado del asiento, y tenía un pie sobre la pared de la tribuna principal. A su lado, Ron permanecía inmóvil, en la postura que habría adoptado si hubiera pretendido saltar desde un trampolín.
—Bueno, en tu defensa, joven Potter… —dijo Gideon, imitando una voz pomposa, como la de Percy.
—… he de decir que no eras el único en esas circunstancias —ahora habló Fabian, mirando fijamente a su sobrino menor—. Nuestro querido sobrino te hacia compañía. E imagino que los demás hombres también estaban iguales que ustedes dos.
En ese momento Ron, no solo tenía las orejas rojas, sino también sus mejillas.
Sus hermanos gemelos se burlaron de él, cosa que no mejoraba su estado abochornado.
El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran, y lo mismo le pasaba a Harry. Por supuesto, apoyaría a Bulgaria, y apenas acertaba a comprender qué hacía en su pecho aquel trébol grande y verde. Ron, mientras tanto, hacía trizas, sin darse cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó hacia él para quitárselo de las manos.
—Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda —le dijo.
Las risas volvieron a escucharse al saber de las reacciones de los dos varones del trío de oro. Estos por su parte, no miraban a nadie sintiéndose avergonzados.
—Bueno —se dejó escuchar la voz de Luna—, tal vez si podrías haber lamentado haber destruido tu sombrero ahora que las veelas se fueron —se dirigió a Ron, su novio.
—¿Eh? —musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.
Hermione chasqueó fuerte la lengua y tiró de Harry para que se volviera a sentar.
—¡Lo que hay que ver! —exclamó.
—Los hombres pueden ser verdaderamente idiotas y… tercos —murmuró Hermione—. Aunque unos más que otros, eso no hay que negarlo —siguió murmurando.
—¿Sucede algo malo, Hermione? —preguntó Ginny mirando de reojo a su amiga.
—No, nada —respondió la castaña, negando con la cabeza. Pero su mente estaba sumergida en los recuerdos; de la constante negativa de Remus.
Se encontraban en la Madriguera, y solo faltaban cinco días para regresar a Hogwarts, así que Hermione no perdería la oportunidad de volverle a decir que lo amaba. Espero un par de horas que Remus terminara la reunión que tenía con los miembros de la Orden, y cuando este había salido de la casa y estaba dispuesto a desaparecerse, Hermione se paró frente a él, y tomándolo de sorpresa nuevamente había logrado besarlo —y esta vez a ella no le importaba si los encontraban besándose—. Remus se sorprendió y trato de alejarla, pero luego le siguió el beso.
Cuando ambos se separaron por falta de aire, Remus retrocedió un paso y la miró seriamente.
—No vuelvas a besarme, no es correcto —insistió Remus.
—¿No es correcto? Pero si tú también me besaste —rebatió la chica.
Remus no dijo nada porque sabía que era cierto, él se había resistido, pero Lunático no, el lobo no pudo resistirse. Es más, parecía que Lunático siempre había estado interesado en Hermione, porque ahora que ella había dado el primer paso para acercarse a él, el lobo nunca perdía la oportunidad de verla, aunque sea de lejos, y por consiguiente él también.
—Soy un hombre lobo —dijo Remus para alejarla.
—A mí también me gusta Lunático.
Lunático se revolvió dichoso y escandaloso dentro de él.
—No tengo nada que ofrecerte.
—Yo solo deseo tu amor.
Remus la miró con ternura, pero luego se puso serio nuevamente.
—Te llevo veinte años, podría ser tu padre.
—No me importa la edad y no eres mi padre.
Remus la miró intentando buscar otro impedimento para no estar con ella, pero Hermione hablo antes, sorprendiéndolo.
—¿Por qué insistes en despreciarte tanto, Remus? ¿Por qué no tan solo me dejas quererte, ser parte de tu vida?
Remus negó con la cabeza.
—¿Quieres quererme, y ser parte de mi vida? ¡Bien! ¡Pues hazlo! Pero te advierto que saldrás lastimada porque yo nunca voy… a quererte de la manera que tú esperas —dijo con severidad.
Estás palabras hicieron que Hermione se pusiera pálida y que sus ojos se llenaran de lágrimas.
Remus se arrepintió al instante de sus palabras, habían sonado muy duras y la había lastimado. Trato de disculparse, pero una voz llamando a Hermione se lo impidió.
—¡Hermione! —volvió a insistir la voz de Harry.
Hermione suspiró antes de hablar nuevamente.
—Ya voy, Harry —contestó la chica y se alegró de que su voz haya salido normal. Ella empezó a dirigirse hacia su amigo, pero a la mitad del camino paro y dio media vuelta, miró a Remus que aún seguía parado en el mismo lugar y dijo—: escúchame bien, Remus Lupin, tus palabras no harán que me aleje de ti… por lo menos no tan fácilmente —volvió a girarse y siguió con su camino.
Remus sonrió sin muchos ánimos, había veces que detestaba que Hermione fuera tan persistente y terca.
Salió de su recuerdo cuando sintió la cabeza de su gato pasarse por sus piernas, ella miró hacia su mascota, el cual de un salto ya estaba sentado entre ella y Ginny.
—Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a… ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!
En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡oooooooh!» y luego «¡aaaaaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio. A continuación, se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.
—Creo que las mascotas de Irlanda son leprechauns —comentó Ted.
—Acertaste —dijo Dean Thomas.
—¡Maravilloso! —exclamó Ron cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud. Entornando los ojos para ver mejor el trébol, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.
—¡Son leprechauns! —explicó el señor Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores, muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los asientos.
—Eso me suena a soborno —dijo Fabian.
Su gemelo asintió.
—Sí, al parecer el equipo de Bulgaria intentaba seducir y el de Irlanda sobornar al público. Bonita manera de atraer a sus seguidores —dijo Gideon.
—Pero se llevarían una gran sorpresa al ver que sus monedas se desaparecerán en cuestión de un par de horas —dijo Percy con ademan de sabiondo.
A Ron se le pusieron rojas las orejas al recordar que le había pagado los omniculares a Harry con esas monedas.
—¡Aquí tienes! —dijo Ron muy contento, poniéndole a Harry un montón de monedas de oro en la mano—. ¡Por los omniculares! ¡Ahora me tendrás que comprar un regalo de Navidad, je, je!
—Ron, ¿acaso no sabías que esas monedas er…? —preguntó Charlie.
—No, no lo sabía. Porque si lo hubiera sabido, no le habría pagado a Harry con ellas —contestó un avergonzado Ron a su hermano.
—Ya te dije que no importa, Ron —dijo Harry, tratando de que Ron olvidara su vergüenza.
El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.
—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes… ¡Dimitrov!
Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.
—¡Ivanova!
Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.
—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy… ¡Krum!
—Imbécil —murmuró Ron, y aunque ya no estuviera enamorado de Hermione, Viktor Krum nunca más seria de su agrado.
—¡Es él, es él! —gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares. Harry se apresuró a enfocar los suyos.
—¡Y aquí tenemos al fan número uno de Krum! —se burlaron los gemelos Weasley.
—¡NO SOY SU FAN! —gritó Ron, cansado de que sus hermanos lo molestaran con ese búlgaro—. Krum es solo un imbécil —gruñó.
Nadie dijo nada, pero de fondo se escuchaba las risas de los gemelos Weasley.
Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.
—Se nota que siempre te gustaron los mayores —susurró Ginny a Hermione.
Hermione miró a Ginny, la cual tenía una sonrisita ladina en sus labios.
—Ginevra, no me hagas a hablar —susurró Hermione a la pelirroja.
Esta solo rió entre dientes al ver el sonrojo de Hermione.
—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a… ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy… ¡Lynch!
Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry dio vueltas a una ruedecilla lateral de los omniculares para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.
—Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hassan Mustafa!
—Un árbitro de Egipto —dijo Sirius extrañado—. ¿Por qué?
—Para que sea imparcial en el juego —respondió Oliver Wood.
Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote, que no tenía nada que envidiar al de tío Vernon. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a Mustafa mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafa emprendió el vuelo detrás de las bolas.
Los hombres del pasado, esperaban emocionados escuchar el relato del mundial. Y así lo hizo Justin, ya que comenzó a leer inmediatamente.
—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!
Aquello era quidditch como Harry no había visto nunca (—Claro, porque el quidditch de Hogwarts es completamente distinto al quidditch de los mundiales —dijo Frank). Se apretaba tanto los omniculares contra los cristales de las gafas que se hacía daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Harry volvió a poner la ruedecilla en posición de «lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la parte de arriba y empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los tímpanos.
Los chicos que también habían comprado unos omniculares, recordaban haber hecho lo mismo que Harry para poder ver detalladamente cada jugada.
Formación de ataque «cabeza de halcón», leyó en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron, con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en picado sobre los búlgaros. Finta de Porskov, indicó el letrero a continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle, apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la quaffle a Moran. Uno de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus fuerzas a una bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó para evitar la bludger, y la quaffle se le cayó. Levski, elevándose desde abajo, la atrapó.
—¡TROY MARCA! —bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos—. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!
—¿Qué? —gritó Harry, mirando a un lado y a otro como loco a través de los omniculares—. ¡Pero si Levski acaba de coger la quaffle!
—Um, creo que deberías ver el partido a una velocidad normal, sino te confundirás —dijo Ted.
Harry asintió, recordando que Hermione le había dicho algo parecido.
Snape hizo un gesto burlón a Harry, pero al parecer este no lo noto, porque Ron le estaba hablando.
Idiota, igual que el padre, pensaba el futuro profesor de pociones.
—¡Harry, si no ves el partido a velocidad normal, te vas a perder un montón de jugadas! —le gritó Hermione, que botaba en su asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.
Harry miró por encima de los omniculares, y vio que los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las veelas los miraban mal encaradas.
Enfadado consigo mismo, Harry volvió a poner la ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara.
Snape resopló, le aburría escuchar sobre los mundiales, pero lo que más detestaba era al imbécil que había decidido escribir sobre todo el juego. ¿Qué de interesante tenía eso? ¿Acaso eso ayudaría a cambiar el “futuro”?, se preguntaba.
Y volvió a resoplar, cruzando sus brazos sobre su pecho.
Harry sabía lo suficiente de quidditch para darse cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios. Formaban un equipo perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en el pecho no dejaba de gritar sus nombres: «¡Troy… Mullet… Moran!» Al cabo de diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de verde.
El juego se tomó aún más rápido, pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.
—¡Meteos los dedos en las orejas! —les gritó el señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo.
—Bien dicho, Arthur —dijo Sirius—. Así ni Harry ni Ron intentaran saltar de las tribunas —sonrió pícaramente a su ahijado y su amigo.
Los aludidos se sonrojaron. Y se preguntaron porque tenían que aparecer sus momentos vergonzosos.
Harry además cerró los ojos: no quería que su mente se evadiera del juego. Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al terreno de juego: las veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la quaffle.
—¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova… ¡¡eh!! —bramó Bagman.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas (—Vaya, impresionante —dijo Ted asombrado por las maniobras del equipo de Bulgaria). Harry siguió su descenso con los omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la snitch…
—¡Se van a estrellar! —gritó Hermione a su lado.
Y así parecía… hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.
—¡Tonto! —se lamentó el señor Weasley—. ¡Krum lo ha engañado!
—Vaya, parece que ese Krum tiene algunas cartas guardadas bajo la manga —comentó Ted.
—Y no solo para el quidditch —dijo Zabini, quien había compartido una sonrisa burlona con Draco, para luego mirar a cierta leona de cabellos rebeldes.
Hermione le clavo su mirada, desafiante, a esas serpientes, que ahora se la habían agarrado con ella.
Ginny rió entre dientes, y Hermione tuvo que apartar la mirada de los Slytherin.
—¿Qué? —dijo Ginny, fingiendo inocencia.
Hermione no le dijo nada, solo frunció el ceño, este libro sería difícil para ella, ya que se hablaría de su supuesta relación entre Viktor, Harry y ella; y todo por culpa de la arpía de Rita Skeeter.
—¡Tiempo muerto! —gritó la voz de Bagman—. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!
—Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! —le dijo Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared de la tribuna principal, horrorizada—. Que es lo que andaba buscando Krum, claro…
—Ese Krum, me pareció guapo, pero también un salvaje —murmuró Ginny, recordando la maniobra de búlgaro.
Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus omniculares, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos.
Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo. Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry volvió a poner sus omniculares en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando aún más de cerca el rostro de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar la snitch sin la interferencia de otros jugadores.
—Te das cuenta, Canuto —dijo James en un tono bajo a su amigo—, tal vez podríamos hacer lo mismo que Krum, a esas malditas serpientes.
—Sí, tendremos que informarle a nuestro buscador de esta jugada —dijo Sirius en el mismo tono de voz que James—, pero tenemos que tener cuidado con Quejicus, porque, aunque él no jugué, podría ir a contarle a Talkalot sobre esa jugada.
James asintió solemnemente, mirando a su némesis, el cual parecía muy aburrido por la lectura.
Finalmente, Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafa volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto nunca.
En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.
—Ya se parecen a los Slytherin —dijo James mirando seriamente hacia el grupo de los chicos del futuro.
—Pues solo jugamos de esa manera cuando estamos desesperados —dijo Theodore Nott, tratando de defender a su casa.
Ron rió sarcásticamente.
—Ustedes lo hacían incluso cuando nos llevaban ventaja —dijo Ron.
—Sí, Ron tiene razón, y ustedes tienen que admitirlo —replicaron los gemelos Weasley.
Draco rodó los ojos, iba a hablar, pero una voz mandona habló primero.
—¡Ya basta! —dijo Hermione, harta de sus disputas por el quidditch, ahora no era el momento indicado—. Dejen de preocuparse por nimiedades.
Todos guardaron silencio y Justin continuo con la lectura.
Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafa indicó falta.
—Y Mustafa está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento… ¡Excesivo uso de los codos! —informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor—. Y… ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!
—Esos búlgaros son igual de tramposos que los Slytherin —susurró Ron, con cierto enojo.
Harry que lo había escuchado solo negó con la cabeza. Su amigo nunca dejaría atrás su rencor hacia Krum y por eso ahora detestaba a todos los búlgaros.
Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.
Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron los dedos en los oídos; pero Hermione, que no se había tomado la molestia de hacerlo, no tardó en tirar a Harry del brazo (—Por supuesto, es una gran ventaja que las mujeres no se vean afectadas por las veelas —dijo Ted.). Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los dedos de las orejas.
—¡Fíjate en el árbitro! —le dijo riéndose.
Harry miró el terreno de juego. Hassan Mustafa había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.
—¡Oh, por Merlín! El árbitro también ha caído en los encantos de las veelas —dijo Molly, negando con la cabeza.
—Y lo mejor de todo, es que el árbitro no dejaba de hacer el ridículo —dijeron los gemelos Weasley, con una sonrisa ladina en sus labios.
—¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafa en la espinilla. Mustafa volvió en sí. Harry, mirando por los omniculares, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.
—Y, si no me equivoco, ¡Mustafa está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es algo que no habíamos visto nunca… ¡Ah, la cosa podría ponerse fea…!
—Bueno, si expulsa a las veelas, lo justo sería que también expulsaran a loa leprechauns —dijo Alice.
—Sí, eso sería lo justo —dijo Frank estando de acuerdo con su esposa.
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafa, y discutían con él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!» (—Esos leprechauns se parecen a ustedes dos —dijo Ginny señalando a sus hermanos gemelos. Los cuales la miraron ofendidos, pero luego sonrieron) Pero a Mustafa no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.
—¡Dos penaltis a favor de Irlanda! —gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia—. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas… Sí… ahí van… Troy toma la quaffle…
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de la escoba.
—Y esa fue una rotunda falta —dijo Seamus.
—Deberían expulsarlo de la cancha —dijo Dean—. Que saquen la tarjeta roja.
—Dean —dijo Harry—, no pueden expulsar a los jugadores de la cancha como en el futbol.
—Yo creo que deberían de hacerlo —dijo Ted.
—¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.
—¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran… volando deliberadamente para chocar con ella… Eso será otro penalti… ¡Sí, ya oímos el silbato!
Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A través de sus omniculares, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.
—¿Aun te siguen interesando las veelas? —preguntó James a Sirius, en un susurro.
Sirius miró de soslayo a la rubia esposa de Bill.
—No, ya no, se me había olvidado que las veelas son peligrosas cuando se enojan —susurró Sirius—. Incluso pueden ser peor que una Lily enojada. No —murmuró negando con la cabeza—, creo que Lily les hace la competencia.
—¡Oye! —se quejó James.
—Pobre de ti —le dijo Sirius.
James solo atinó a cruzarse de brazos, enfurruñado.
—¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto—, es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!
—No creo que ese consejo le haya servido mucho a Ron —dijo Hermione, recordando su conversación de cuando el pelirrojo buscaba pareja para el baile de Navidad.
Ron se volvió para mirar a su amiga.
—¿Aun sigues recordando eso? —le increpó.
—Como si fuera ayer —le contestó Hermione en el mismo tono amargo que había usado Ron.
—¿De qué hablan? —preguntaron los gemelos Prewett.
Pero nadie le contestó.
—Tenía catorce años, aún no había madurado —dijo Ron, defendiéndose.
—¿Es que ya maduraste, hermano? —se burlaron los gemelos Weasley—. ¿Cuándo? No nos habíamos dado cuenta.
—¡Ustedes cállense! —les gritó Ron, sus orejas y sus mejillas estaban escarlatas.
Fred y George se rieron.
Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. Harry movía los omniculares de un lado para otro sin parar porque la quaffle cambiaba de manos a la velocidad de una bala.
—Levski… Dimitrov… Moran… Troy… Mullet… Ivanova… De nuevo Moran… Moran… ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!
—Creo que Bagman demora más en decir los nombres de los jugadores que la quaffle pasar de mano en mano —comentó Seamus.
Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov…
Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.
Ron sonrió.
—Con ese golpe lo dejo más tonto de lo que ya era —dijo Ron.
—Viktor no es tonto, Ron —amonestó Hermione defendiendo a su amigo búlgaro.
—Si es tonto —insistió Ron.
—¿Por qué defiendes tanto a Krum, castaña? —preguntó Sirius, mirando directamente a Hermione.
Ella también lo miró.
—Sirius —dijo Remus, con un tono de advertencia en la voz.
Pero, aunque Remus advirtiera a Sirius, su lobo interior rugía furioso, preguntándose lo mismo que había preguntado Sirius.
Ahora Hermione giró su rostro para mirar a Remus, el cual estaba demasiado serio, este la miró cuando sintió su mirada, pero la seriedad no se borró de su rostro.
Hermione aparto la mirada, sintiendo tristeza. No sabía porque Remus estaba enojado con ella. Respiró profundo cuando sintió las lágrimas acumularse en sus ojos.
La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafa no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas.
—Yo nunca saldría con una veela —dijo Sirius.
Fleur se volvió y miró enojada al futuro padrino de Harry. Y este no pudo evitar sentir cierto temor a su mirada, imaginándose que en cualquier momento podría tirarle un puñado de fuego a la cara.
Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.
Pensaba, tiempo pasado, se dijo Ron. Ya que no quería decirlo en voz alta porque Hermione saltaría al instante para defender a esa masa de músculos idiota.
—¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo…
—¡Mira a Lynch! —le contestó Harry.
El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad.
—¡Ha visto la snitch! —gritó Harry—. ¡La ha visto! ¡Míralo!
—Todo indica que Irlanda ganara —dijo Andrómeda.
—Este es el momento en que el juego se pone interesante —dijo Sirius a la vez.
Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador… pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo…
—¡Van a estrellarse! —gritó Hermione.
—¡Nada de eso! —negó Ron.
—¡Lynch sí! —gritó Harry.
Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.
—Eso no es deporte, es salvajismo —dijo Lily, frunciendo levemente el ceño.
—Pero el salvajismo es divertido, mi Lily hermosa —dijo James, haciendo un gesto gracioso.
Lily fingió seriedad, pero finalmente terminó sonriendo a las ocurrencias de su novio.
Snape había visto todo, y lleno de celos, solo le hizo un gesto desdeñoso a James, pero este no lo noto por estar mirando a Lily.
—La snitch, ¿dónde está la snitch? —gritó Charlie, desde su lugar en la fila.
—¡La tiene…! ¡Krum la tiene…! ¡Ha terminado! —gritó Harry.
—¿Qué? ¿Krum consiguió atrapar la snitch? —dijeron los gemelos Prewett.
Ron asintió de mala gana.
Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano.
El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido (—Vaya, de nada le sirvió a Krum atrapar la snitch —dijo Sirius). Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.
—¡IRLANDA HA GANADO! —voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego—. ¡KRUM HA COGIDO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!
—Nosotros si —dijeron los gemelos Weasley.
—Un momento —dijeron los gemelos Prewett—, eso quiere decir que ustedes ganaron la apuesta —señaló a sus sobrinos.
—Así es —dijo Fred.
—Pero no contábamos con que Bagman sea tan tramposo —continuó George.
—Eso quiere decir que Bagman no les pago —preguntó James.
—Se podría decir que no lo hizo —respondieron los gemelos Weasley.
—¿Y para qué ha cogido la snitch? —exclamó Ron, al mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas por encima de la cabeza—. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!
—Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos —le respondió Harry, gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y aplaudiendo con todas sus fuerzas—: los cazadores del equipo de Irlanda son demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo…
—Eso es cierto —dijo James.
—Igual creo que es un idiota —dijo Ron, rencorosamente.
—Pero es muy simpático —comentó Luna.
—¿Qué? —Ron giró tan rápidamente su cuello, que casi pudo habérselo roto. Miró a su novia con las mejillas rojas de ira—. ¿A ti también te gusta ese idiota de Krum? —preguntó escandalizado.
—¿Krum? ¿El que tiene que ver? —preguntó a su vez Luna, la cual miraba confundida a Ron.
—¿Cómo qué, que tiene que ver? Acabas de decir que es muy simpático —le reclamó.
—Yo no hablaba de Krum —aseguró Luna. Ahora Ron la miró confundido—. Yo hablaba de los nargles.
Ron parpadeó confuso, ya el enojo se le había evaporado, luego paso un brazo por los hombros de la rubia.
—Ay, Luna —dijo Ron, suspirando. Nunca podría entender a su novia del todo.
—Ha estado magnífico, ¿verdad? —dijo Hermione, inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de medimagos se abría camino hacia él entre los leprechauns y las veelas, que seguían peleándose—. Está hecho una pena…
—Estaba horrible —murmuró Ron, aun abrazando por los hombros a Luna.
Harry y Ginny negaron con la cabeza.
Harry volvió a mirar por los omniculares. Era difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los leprechauns zumbaban de un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y con aspecto abatido. A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda atronaba en cada rincón. Las veelas recuperaron su aspecto habitual, nuevamente hermosas, aunque tristes.
—«Vueno», hemos luchado «vrravamente» —dijo detrás de Harry una voz lúgubre. Miró hacia atrás: era el ministro búlgaro de Magia.
—Espera, el ministro búlgaro sabía hablar nuestro idioma —dijo Gideon.
—Así parece —dijo su gemelo, Fabian—, y también parece que le ha estado tomando el pelo a Fudge.
Ambos rieron, siendo acompañado por sus sobrinos, Fred y George.
Cuando se hubieron callado, Justin siguió leyendo.
—¡Usted habla nuestro idioma! —dijo Fudge, ofendido—. ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!
—«Vueno», eso fue muy «divertida» —dijo el ministro búlgaro, encogiéndose de hombros.
Nuevamente se escucharon varias risas. Sin duda, escuchar que dejaban en ridículo a Fudge a todos les hacía gracia.
—¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la Copa del Mundo de quidditch! —voceó Bagman.
A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse pasado el día comunicándose por señas sin razón.
—Eso le pasa por imbécil —dijo Ron burlonamente.
—Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos perdedores: ¡la selección de Bulgaria! —gritó Bagman.
Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros. Abajo, la multitud aplaudía con aprecio. Harry vio miles y miles de omniculares apuntando en dirección a ellos.
Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía realmente muy mal aspecto (—Siempre tuvo mal aspecto, que de raro tiene eso —dijo Ron). Los ojos negros relucían en medio del rostro ensangrentado. Todavía agarraba la snitch. Harry percibió que en tierra sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo (—Hay algunas personas que son más agiles sobre una escoba que sobre tierra firme —comentó Luna—. Eso me recuerda a… —pero calló de repente, al darse cuenta tardíamente que, si mencionaba el nombre de cierta aurora, podría incomodar a su amiga Hermione). Pero, cuando Bagman pronunció el nombre de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora.
Ron hizo un gesto desdeñoso, ante lo último.
Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su aprobación. A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.
Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo como aturdido), Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró: ¡Quietus!
—Se hablará de esto durante años —dijo con la voz ronca—. Ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya durado más… Ah, ya… ya… ¿Cuánto os debo?
Fred y George fruncieron el ceño, nunca olvidaran la canallada que les hizo Bagman al momento de pagar su apuesta.
—Menudo tramposo —dijeron al unisonó.
Fred y George acababan de subirse sobre los respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia sonrisa y la mano tendida hacia él.
—Nunca nos pagó el muy cretino —volvieron a rezongar los gemelos Weasley.
—¿Y cómo se vengaron? —le preguntaron sus tíos, los Prewett.
—¡Fabian! ¡Gideon! —los amonestó Molly, y luego dirigiéndose a sus hijos, les dijo—: Eso les enseñara a no estar apostando —su ceño estaba fruncido.
Ambos pares de gemelos no replicaron a nada de lo que había dicho Molly. Ya que no querían hacerla enojar más de lo que ya estaba.
Albus Dumbledore se aclaró la garganta y miró a todos.
—Leeremos un capítulo más y luego cenaremos —dijo—. Ahora, ¿quién leerá el siguiente capítulo? —preguntó.
Hannah levantó la mano. Y el libro automáticamente floto hasta sus manos.


ANTE TODO, QUERÍA DECIRLES ¡FELIZ NAVIDAD! —AUNQUE SEA ATRASADO—. Y TAMBIÉN DESEARLES UN… 
¡FELIZ AÑO NUEVO! 
QUE, EN ESTE NUEVO AÑO, PUEDAN CUMPLIR TODOS SUS SUEÑOS, ESTAR MÁS UNIDOS CON SUS SERES QUERIDOS, Y SOBRE TODO QUE EL AMOR SIEMPRE ESTÉ EN CADA UNO DE SUS HOGARES.