martes, 31 de mayo de 2016

Terecer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 16: La predicción de la profesora Trelawney





Al día siguiente todos estaban sentados en sus respetivos lugares, desayunando y, esperando escuchar un nuevo capítulo del tercer libro del futuro. Pero había tres chicos y una chica que estaban más distraídos, los sucesos de la noche los tenía confundidos. Especialmente a Remus y Hermione.
—¿Qué paso realmente anoche, Lunático? —preguntó Sirius a Remus, bebiendo un poco de jugo de calabaza.
Crookshanks que ya había terminado de desayunar estirándose camino hasta Sirius, y de un salto subió al regazo del animago, y ahí se acomodó para dormir.
A Sirius no le incomodo la acción del gato, solo bajo la mirada un momento, y luego volvió a mirar a su amigo, para urgirle una respuesta.
Remus suspiró esa era la décimo cuarta vez que Sirius le hacia la misma pregunta.
—Hermione tuvo una pesadilla —respondió Lupin por décimo cuarta vez.
—Sí. Eso ya lo dijiste —dijo James, bajando la voz—, pero ¿por qué Hermione y tú se abrazaban como si se les fuera la vida?
Sirius asintió, y Remus se sonrojó, bajo la mirada no quería encontrarse con los ojos acusadores de sus amigos y mucho menos con los ojos de Hermione, ya que aún no le había dado una explicación de porqué él se encontraba en su habitación.
—Porque… ya lo dije, ella tuvo una pesadilla, y tuvo miedo, por eso me abrazo —contestó Remus, y en parte no era todo mentira eso que Hermione lo había abrazo.
—Está bien, Lunático, vamos hacer como que te creemos —dijo Sirius—, pero yo sé que en cualquier momento terminaras contándonos la verdad, al final no podrás soportar la presión y simplemente lo dirás todo.
Remus se encogió en su asiento. Ya que eso que decía Remus era verdad. Al final no podría soportar lo que le pasaba a él y a su lobo interior y se lo terminaría contando a sus amigos.
Por su parte Hermione estaba más callada de lo inusual, y dirigía miradas furtivas hacia Remus.
—Bien, ¿qué sucede? —le preguntó Ginny en voz baja. Esta vez la pelirroja estaba sentada a su lado.
—¿Qué sucede, sobre qué? —dijo Hermione, sin mirar a su amiga.
Ginny rodó los ojos.
—Ayer no estabas así, y hoy día estás callada…
—Es que no tengo nada que decir —la interrumpió Hermione.
Ginny siguió hablando como si no hubiera escuchado a la castaña.
—… y estás mirando a Remus cada dos minutos, claro, y eso sin mencionar que no has probado tu desayuno. Y recuerda que por tu estado tienes que comer —dijo rápidamente Ginny cuando se dio cuenta de que Hermione iba a alegar algo.
Hermione pareció meditar las palabras de su amiga, porque se llevó una cucharada de avena a la boca.
—Ya estoy comiendo, ¿ves?
—Eso no responde a mi primera pregunta —alegó la pelirroja.
Hermione se volvió para mirar a su amiga pelirroja.
—Después te explico todo —le susurró. Y eso basto para que Ginny dejara de hacer preguntas, pero estaba segura por las miradas que Hermione le dirigía a Remus que tenía que ver con él. Siempre tenía que ver con él. Desde hace unos meses se había acostumbrado que su amiga se pusiera mal por la ausencia de Remus Lupin.

***

Cuando el desayuno termino, Dumbledore le dio el libro a Bill Weasley para que continuara con la lectura. Este abrió el libro, y leyó el título:
“La predicción de la profesora Trelawney”.
—¿Qué? —exclamaron los gemelos Prewett.
—Y ahora tendremos que aguantar un capítulo donde la falsa vidente haga sus predicciones —agregó Gideon.
—Bueno, se podría decir que esa fue una de las veces en que si acertó —comentó ron por lo bajo.
Harry que lo había escuchado asintió.
—¿Predicciones? Yo diría desgracias —corrigió Sirius. James asintió estando de acuerdo—. Apuesto a que…
—No, Sirius —lo interrumpió Harry—. Esa vez la profesora Trelawney acertó. Esa vez si fue una profecía real.
—Ya lo ven. La profesora Trelawney no es ninguna charlatana, ella si hace predicciones —la defendió Parvati.
Hermione observó con impaciencia a Parvati, pero no comento nada.
—Un momento, Harry. ¿Estas tratando de decir que esa mujer si puede hacer profecías en verdad? —preguntó James.
—Bueno… —empezó Harry.
—Solo en ciertas ocasiones —completo Ron.
—Vaya —murmuraron varios.
 Y cuando los murmullos se silenciaron Bill empezó a leer.
La euforia por haber ganado la copa de quidditch le duró a Harry al menos una semana. Incluso el clima pareció celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago.
—Bueno, por lo menos no ha ocurrido nada terrible hasta el momento —comentó Lily, queriendo que la lectura de ese capítulo siguiera así de tranquilo.
Pero no podían hacerlo. Los exámenes se echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival (Sí, y algo terrible tenía que pasar para arruinar el buen tiempo. Debería estar prohibido estudiar en esos días, dijo Sirius. Lily rodó los ojos ante el comentario del animago). Incluso se había visto trabajar a Fred y a George Weasley; estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria) [Y para lo que les sirvió, a mamá no le agrado nada sus resultados, comentó Ron. A lo que los gemelos le dedicaron una mirada nada amable a su hermano menos, mientras que Molly mirada a sus gemelos con enojo, ya luego se encargaría se regañarlos]. Percy se preparaba para el ÉXTASIS (Exámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones (No nos recuerden esa época. Percy se puso más insoportable de lo que ya es, dijeron los gemelos Weasley al unísono. Percy los miró, pero simplemente trato de ignorar su comentario, porque sabía perfectamente lo que ocurriría después de que pasara esos exámenes: él se graduaría y conseguiría trabajo en el Ministerio, y luego de eso, seguiría cometer el peor error de su vida, darla la espalda a su familia). Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común (Vaya, ni siquiera Lunático y la pelirroja número uno se han puesto tan histéricos, dijo Sirius. Lily le dirigió una mirada asesina por lo que el animago ya no siguió hablando). De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que Percy era Hermione.
—Sí, y ahora comprendemos porque —dijo Ron.
—¿Por qué? —preguntó Sirius.
—Oh, esa es una respuesta interesante, que creo que dejare que lo averigüen en su momento —respondió Ron, y por primera vez en ese día Hermione sonrió.
Sirius hizo una mueca.
Harry y Ron habían dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudieron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba:

LUNES
9 en punto: Aritmancia
9 en punto: Transformaciones
Comida
1 en punto: Encantamientos
1 en punto: Runas Antiguas

—¿Qué? —exclamó James.
—Cuatro exámenes en un mismo día, y la hora de dos de esos exámenes tienen el mismo horario que los otros dos siguientes —dijo un sorprendido Sirius.
—¿Cómo es posible? —preguntó Remus, mirando directamente a Hermione por primera vez en esa mañana.
—Eso mismo nos preguntamos nosotros —dijeron los gemelos Prewett.
—No tendrías mal el horario —dijo Alice.
Hermione no dijo nada.
—Es incomprensible tener dos clases en el mismo horario, pero rendir dos exámenes a la misma hora, es una locura —comentó Ted.
McGonagall que ya sabía lo que sucedía, decidió salvar a Hermione de todo ese interrogatorio y apresuro a Bill para que siguiera leyendo.
—¿Hermione? —dijo Ron con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh… ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exámenes?
—¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, cogiendo el calendario y observándolo—. Claro que lo he copiado bien.
—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry.
—No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Habéis visto mi ejemplar de Numerología y gramática?
—Aun no puedo creer que nos hayas ocultado la verdad por todo un año —se quejó Ron.
Si, era demasiado bueno para ser verdad, pensó Hermione.
—Era un secreto, Ron —dijo Hermione.
—Pero nosotros somos tus amigos —alegó Ron, señalando a Harry y luego señalándose él—, los tres hubiéramos guardado bien el secreto.
Todos miraban a los tres chicos.
—«Tres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos» —citó Hermione. Ya que conociendo a su amigo pelirrojo, ella sabía que Ron era bueno, pero también era muy impulsivo y si le contaba sobre su secreto en un momento de enojo podría haber hablado de más.
—¿Qué? —preguntó Ron, y en su rostro se veía la confusión—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Benjamín Franklin —dijo Harry, reconociendo la frase.
—Sí —respondió Hermione—. Me sorprende, Harry, estuviste leyendo algunos libros de Franklin.
Harry sonrió.
—Te recuerdo que yo también fui a una escuela muggle en la primaria, igual que tú —dijo Harry.
—¿Quién es ese tal Benjamín Fran? —preguntó Ron sintiéndose marginado en esa conversación.
—Es Benjamín Franklin, no Fran —corrigió Hermione—. Y él era un político, científico e inventor estadounidense. Además, de que también era un experto jugador de ajedrez, si hasta llego a escribir ensayos sobre el juego. Te gustará leerlo, Ron.
—Sí. No lo creo, yo no leo, a menos que escribiera sobre quidditch —dijo Ron.
Hermione rodó los ojos.
—Bueno, a todo esto sobre los secretos, Hermione —dijo Harry—, déjame recordarte otra frase sobre Franklin: «Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo siempre será un hermano».
—Touché —dijo Hermione al comprender lo que su amigo pelinegro le había querido decir.
Por su parte Sirius, que era uno de los que estaban atentos en la plática de su ahijado con sus amigos, no podía estar más de acuerdo con esa frase. Ya que su hermano en definitiva no era su amigo, pero sus amigos si eran sus hermanos, incapaces de traicionarlo y en los que confiaba ciegamente.
Luego de esa conversación entre el trío de oro, Bill continuo leyendo.
—Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo Ron en voz muy baja.
—Parece que alguien tiene miedo, Gred —dijo George a su gemelo.
Fred asintió, y luego ambos miraron con una sonrisa burlona a su hermano.
—No tenía miedo… —empezó Ron, pero fue interrumpido por Fred.
—Pero solo querías cuidar tu pellejo.
—Cállate —refunfuñó Ron.
Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico.
—Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el sobre—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.
—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.
—Ese sí que es un buen augurio —dijo Gideon.
—El mejor de todos los augurios, el que se terminan los exámenes —concordó Fabian.
—Yo no estaría tan seguro —dijo Harry por lo bajo.
—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.
—¿Qué? —se escuchó la exclamación de varias voces.
—Eso es terrible —dijo Alice.
Frank negó con la cabeza.
—Para ellos la «apelación» es solo una formalidad. Solo para guardas las apariencias —dijo Frank.
—Es que eso es lo único que les importa, las apariencias —dijo Andrómeda.
—Es una injusticia —apoyó Ted.
Hermione levantó la vista, sobresaltada.
—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.
—Sí, eso parece —dijo Harry pensativo.
—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!
—Eso es lo que menos les interesa a los del Ministerio —dijo Seamus—. Ellos no les interesan el juicio de un hipogrifo.
Hagrid asintió. Si no lo sabría él que tuvo que pasar de todo por salvar a su hipogrifo.
—Son unos miserables —dijo Charlie.
—Y todo por culpa de Malfoy —dijo Sirius mirando fijamente a Lucius y Draco. El rubio mayor sonrió cínicamente cuando se dio cuenta de la mirada del animago, mientras que Draco se sintió avergonzado por la acusación.
Pero Harry tenía la horrible sensación de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy (Sirius y James le dirigieron miradas asesinas al rubio mayor). Draco, que había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia. Por los comentarios socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante (Es un maldito, igual que sy padre, dijo Fabian). Lo único que podía hacer Harry era contenerse para no imitar a Hermione cuando golpeó a Malfoy (Si, buena esa, castaña, le dijo Sirius a Hermione a la vez que le guiñaba un ojo. Por su parte Narcissa le dedico una mirada asesina a su primo y a Hermione). Y lo peor de todo era que no tenían tiempo ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de seguridad no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del interior de la estatua de la bruja.
—Y todo por culpa de Quejicus. Ya que como siempre estaría metiendo las narices donde no lo llaman —dijo Sirius.
—Sí, yo ando “metiendo las narices donde no me llaman”, pero tú, Black, tienes que estar escondido porque si no los dementores te atraparían, ¿verdad? —contraatacó Snape, lo más venenosamente posible.
A Sirius se le ensombreció la mirada, lo menos que quería era que alguien como Snape le recordara su futuro.
—¡Cállate, Quejicus! —dijo James.
La profesora McGonagall se para y los regaño a todos por interrumpir la lectura y por seguir con sus insultos y peleas de colegiales.
Luego de que la profesora de Transformaciones se volviera a sentar, Bill siguió leyendo.

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga (Recuerdo ese examen, fue difícil, pero a Lily le salió bien, contó James). Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado.
—No sé de qué te quejabas, Hermione. Si tú fuiste la que mejor lo hizo —comentó Ron.
Hermione no le respondió nada a Ron, ya que reconocía que estaba paranoica, en los exámenes siempre se ponía así y no podía evitarlo.
—La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla…!
—¿Las tortugas echan vapor por la boca?
—La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me quitarán puntos?
—Bueno, por lo menos a ellos no les fue peor que a Peter, ¿se acuerdan? —preguntó James.
Sirius sonrió.
—El pobre no dio una esa vez —dijo el animago.
—Sí supiera de lo que fue capaz ese “pobre” no le tendría demasiada consideración —susurró Ron a Harry.
—Tenía el asa en el caparazón y votaba humo por la nariz —contó James.
Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes. Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo el encantamiento (¿Por qué tenían que poner esa parte en el libro?, preguntó Ron ligeramente avergonzado. Por su parte sus hermanos gemelos se rieron de lo sonrojado que estaba). Después de cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.
—Me imagino que en Cuidado de Criaturas Mágicas, el examen no fue tan tedioso —comentó Frank—, con todo eso del hipogrifo, no creo que Hagrid haya tenido ánimos de preparar algo realmente difícil.
Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.
Buckbeak está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero… en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.
Ese párrafo dejo a Sirius como petrificado.
Buckbeak toda su vida ha sido libre y ha estado entre los suyos, y de un momento para otro su vida cambio. Todo por la culpa de un chiquillo que quiso demostrar que era más hábil que Harry, pensaba Sirius. Lo comprendo, puede sonar extraño, pero lo comprendo. Mi yo del futuro también era libre, pero de un momento a otro se vio encerrado en Azkaban, siendo inocente (o eso dicen) igual que el hipogrifo.
—Sirius, ¿estás bien? —preguntó James al ver a su amigo demasiado callado.
Sirius demoro en contestar, pero al final lo hizo.
—Sí, estoy bien.
James y Remus no estaban muy seguros de esa respuesta, pero sabían que cuando Sirius se ponía de ese modo era mejor darle su espacio.
Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándolo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un cero.
—Oh, Quejicus, estás haciendo méritos para ser merecedor de una buena broma al estilo merodeador —dijo James con voz fría.
Severus no le hizo caso, pero de pronto descubrió que Lily lo miraba de manera severa, eso hizo que el futuro profesor de Pociones se sintiera más miserable de lo que siempre se sentía.
Si mi yo del futuro sigue así, solo lograra que Lily me odie más, pensaba Snape, con pesar. Pero ¡Oh, Merlín! Como no querer hacerle la vida imposible a ese chico si es el vivo retrato del idiota de su padre.
—Nadie le hará una broma al profesor Snape —dijo de pronto Hermione, llamando la atención de todos. Pero la castaña se había atrevido a hablar al escuchar que los merodeadores (y Remus también participaba) estaban planeando una broma para Snape; y aunque Snape no era una de sus personas favoritas, ella siempre reconocería que lo que Snape hizo por proteger a Harry fue muy valiente—, ¿verdad, Harry? —dijo, cuando vio que Sirius iba a reclamarle.
Harry asintió.
—Hermione tiene razón, nadie le hará una broma Snape —corroboró.
Snape frunció el ceño al escuchar que Potter hijo prácticamente lo estaba defendiendo.
No me confiare de él, es un Potter y nada bueno se espera de un Potter, pensaba Snape.
—¿Pero es Quejicus? —reclamó James a su hijo.
—No presten mucha atención a como él me trate —dijo Harry—, al final se darán cuenta de que todo lo que hizo lo hizo para…
—¿Para qué? —preguntó Sirius cuando Harry se quedó callado.
—Ya lo descubrirán —fue la respuesta de Harry, y así dio por terminada esa conversación.
A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean Fortescue le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde tenían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.
—Uno de los mejores momentos sin duda —comentó Fred.
—Por supuesto —aceptó George—, aunque el mejor momento para mí, fue cuando escapamos de Hogw… —Fred negó con la cabeza para que su gemelo se callara, ya que noto la mirada insistente de su madre.
—¿Escaparon de dónde? —les preguntó Molly a sus hijos.
—Pues del castigo de Filch —improviso Fred.
—Claro, él nos quería colgar con cadenas —agregó George.
Molly los miró no muy convencida por lo que le decían sus hijos, pero al final asintió.
El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha (Eso suena interesante, Lunático, dijo Sirius dándole una palmada amistosa en la espalda. Por su parte Remus se sonrojó y sonrió levemente). Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.
—Vaya, Lunático. ¡Te luciste! —exclamó James.
—¿Y qué esperabas Cornamenta? Es un merodeador —dijo un sonriente Sirius.
Snape por su parte rodó los ojos con molestia.
—Un examen interesante —comentó Lily sonriéndole amablemente a Remus.
—El mejor examen de DCAO —comentó Seamus, y Remus se sonrojó ante el cumplido.
—Lástima que dimitiera —susurró Dean.
—Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.
James y Lily se sintieron orgullosos de su hijo.
—Bueno, por lo menos era bueno en un curso —dijo un sonrojado Harry.
—Arrogante —dijo Snape entre dientes.
Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura (A Ron se le pusieron rojas las orejas al escuchar que su error, y más porque habían muchos espectadores). Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.
—¿Qué paso? ¿Acaso yo tuve la culpa? —preguntó un preocupado Remus.
Hermione negó con la cabeza.
—No fue tu culpa, Remus. Solo fue mi boggart —respondió la castaña con las mejillas de un color granate.
Ron y Harry trataron de ocultar su risa con una tos, cuando se dieron cuenta de que Hermione los mira con enojo.
—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?
—La pro… profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me… ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!
Varias carcajadas se escucharon por la sala, y las risas más fuertes eran de James, Sirius, los gemelos Prewett y los gemelos Weasley, y estos últimos a pesar de ya saber sobre el boggart de Hermione aún les causaba risa. Por su parte Harry, Ron y Ginny reían más modestamente, ya que no querían tener a una Hermione enfurecida.
—¿Sabes, Lunático? —dijo James entre risas—. Creo que hubiera sido buena idea que dejaras a la castaña practicar en clase.
Hermione miró enfurecida al papá de su mejor amigo.
—O mejor aún, porque no le dabas clases particulares como a Harry —dijo Sirius como quien no quiere la cosa.
Pero Remus frunció el ceño al escuchar el doble sentido en el comentario de Sirius. Pero lo dejo pasar porque sabía que si le decía algo, el animago no lo dejaría en paz, y empezaría con sus preguntas, y él todavía no tenía muy claro las respuestas.
Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras.
Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry.
—Claro. Es el momento de la «apelación» —dijo Ted.
—¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te falta poco para acabar?
—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.
—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena…, es una pena… (Idiota, dijo Ron) —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable, Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso (¿Un hipogrifo furioso?, repitió Ginny con molestia, Buckbeak es un amable hipogrifo). Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.
—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.
—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.
—Me imagino de que Fudge estaría sorprendido de que unos chicos estuvieran tan enterados sobre el tema —comentó Alice.
—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría ser absuelto!
—Ojala, y eso hubiera pasado, pero con los ineptos y vendidos que son el Ministerio pasara todo lo contrario —dijo Charlie.
Los gemelos Weasley asintieron.
Antes de que Fudge pudiera responder; dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:
—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?
—¿Qué se estaba haciendo viejo? Pero si el pobre apenas se podía mantener en pie —dijo Ron.
El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.
—¡Merlín! —exclamó Molly—, eso es tan despreciable.
—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!
—Sí, ¿por qué no lo dejaste hablar? —preguntó Sirius a Hermione.
Hermione suspiró cansadamente.
—¿Qué no es obvio? —dijo Hermione, pero Sirius no dijo nada—. El padre de Ron trabaja en el Ministerio, y él no podía reclamarle al jefe de su padre o podrían tomar represarías.
—Hermione tiene razón, Sirius —aceptó Remus—, podría ser contraproducente.
—No lo había pensado de esa manera —reconoció Sirius.
—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak
Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía (No eres el único, dijo Justin). A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry; Ron y Hermione, preocupados por Hagrid y Buckbeak, permanecieron al margen.
—Y con toda razón, quien en su sano juicio podría estar feliz por la ejecución de un animal inocente —dijo Ted.
Draco por su parte se sentía mal por su actuar en el pasado. Lo único bueno era que el hipogrifo había logrado escapar.
El último examen de Harry y Ron era de Adivinación. El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto.
—Me imagino que ese examen habrá estado fácil, ¿no? —dijo Frank—. Por lo que escuchado de esa profesora, entonces no habría nada de qué preocuparse.
Parvati miró con enojo al padre de Neville por desacreditar a la profesora Trelawney.
—Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado.
—Nanay —dijo Ron.
Sirius soltó una risita burlona.
—Esa clase parece ser un verdadero desperdicio —dijo el animago—. En verdad no creo que nadie haya visto algo en esas bolas de cristal.
—Las clases de Adivinación no son un desperdicio —defendió Parvati.
—¿Ah no? ¿Y tú has podido ver algo en la bola de cristal? —contratacó Sirius.
—Bueno… —susurró Parvati—, sí, he visto cosas —dudó un poco.
Sirius sonrió, pero ya no dijo nada más porque lo que menos quería era tener una discusión innecesaria sobre Adivinación y la loca profesora que impartía ese curso.
Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de Buckbeak.
La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:
—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?
Pero nadie aclaraba nada.
—¿Qué van a poder aclarar? Si esa mujer es más charlatana que vidente —dijo Sirius por lo bajo.
—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento.
—Tal vez sea una charlatana, Canuto —dijo James, el cual había oído el comentario anterior de su amigo—, pero he de reconocer que es muy astuta.
—Tal vez —respondió el aludido.
—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.
Parvati bufo, y Hermione sonrió levemente, ella hubiera pagado por haber escuchado a Ron decirle frente a frente que tenía razón.
—Sí —dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.
Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.
—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas… Bueno, que os vaya bien.
Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.
Parvati se entristeció al escuchar la mención de su amiga.
Ella y yo éramos las únicas que en verdad poníamos interés en la clase de Adivinación, pensaba Parvati.
—Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la escalera de plata.
Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio.
Hagrid le sonrió Harry con agradecimiento por preocuparse por él y su hipogrifo.
Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera.
—¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose.
—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido…
—¿Y qué más? ¿No te predijo la muerte a ti también? —preguntó Charlie a su hermano menor.
Ron sonrió.
—claro que lo hizo —respondió Ron—, dijo que sufriría un grave accidente, por supuesto que no le creí. —Y luego dijo por lo bajo—: aunque claro, después un enorme perro casi me arranca una pierna.
Harry rió al escuchar lo que había dicho su amigo pelirrojo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué ríes? —le preguntó James a su hijo.
—No, por nada. Bueno, en realidad solo me acorde de algo —respondió Harry.
—Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció:
—¡Harry Potter!
En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola grande de cristal.
—Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola… Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella…
—¿Déjame adivinar?, no viste absolutamente nada —dijo Lily.
—Acertaste —contestó un sonriente Harry.
Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo.
—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves?
El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Hermione—. No hubieras tenido —miró a Ron y se corrigió, no hubieran tenido la necesidad de fingir, si en vez de llevar Adivinación hubieran llevado Estudios Muggle.
Harry y Ron se miraron entre ellos, y luego miraron a Hermione, y los dos pensaron lo mismo: Lo mejor sería no responder.
—Eeh… —dijo Harry—. Una forma oscura…
—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa…
La mente de Harry echó a volar y aterrizó en Buckbeak.
—Un hipogrifo —dijo con firmeza.
—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contemplando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente… El hipogrifo ¿tiene cabeza?
—Esa mujer es exasperante —dijo por lo bajo la profesora McGonagall, masajeándose una sien.
—Sí —dijo Harry con seguridad.
—¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con un hacha detrás?
—Esta demente —dijo Ted.
—No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas.
—¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando?
—¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel calor—. Parece que está bien. Está volando…
—Eso es lo que todos queremos —dijo Dean—, pero tu calificación bajara si no predices algo desgraciado. Creo que mentir un poco más y darle por su lado te hubiera servido.
—Aunque, al fin y al cabo no mentiste del todo, porque Buckbeak si estaba volando, se fue volando y con un acompañante encima de él —susurró Hermione.
—Es verdad —dijo Ginny con el mismo tono de voz que la castaña.
La profesora Trelawney suspiró.
—Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí… Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.
Lily negó con la cabeza.
—Esa mujer quería vieras una desgracia —dijo Lily con molestia—, es tan exasperante.
Hermione asintió, estado de acuerdo con Lily.
Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz potente y áspera:
—Ahora si viene su verdadera predicción —susurró Ron.
—Sucederá esta noche.
—¿Cómo? ¿Qué es lo que ocurrirá esa noche? —preguntó Andrómeda.
Severus por su parte estaba aburrido de oír tantas ridiculeces, según sus palabras.
¿Por qué accedí a venir en esta sala? No hago más que perder mi valioso tiempo, pensaba Snape.
Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta.
—¿Cómo dice? —preguntó Harry.
Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque (Dumbledore estaba atento, esa información sería sumamente importante para poder cambiar el futuro). El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:
—El Señor de las Tinieblas está solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores. Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se alzará de nuevo, con la ayuda de su vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy… antes de la medianoche… el vasallo… irá… a reunirse… con su amo…
Todos quedaron en silencio luego de ese párrafo, cada uno metido en sus pensamientos. Pero definitivamente el más impresionado fue Sirius.
«Su vasallo ha estado encadenado doce años», esa frase no dejaba de repetirse en la mente de Sirius. ¿Qué quería decir eso? ¿Qué él en verdad se había atrevido a traicionar a sus amigos? ¿Qué él al final se había pasado en el lado oscuro, siguiendo así las creencias de su madre? No, él se negaba a creerlo, simplemente no podía. Todo tenía que ser un error.
Pero, yo estuve encadenado doce años en Azkaban, pensaba Sirius.
—No estarás pensando que tú eres el vasallo de Voldemort, ¿verdad, Canuto? —dijo James, tratando de sacar a Sirius de sus pensamientos. El aludido no respondió nada, pero levanto la cabeza y lo observó—. Tú eres inocente, Harry dice que cometieron un error contigo, y no solo mi hijo sino también todos los demás, incluso el gato que tienes en las piernas.
—Y sí… —empezó a decir Sirius, pero Remus lo interrumpió.
—Por supuesto que eres inocente, Sirius. Yo te lo aseguro.
—¿Cómo puedes asegurarme algo que todavía no has vivido? —preguntó Sirius—. ¿Acaso tu sabes quién es el vasallo que se encontrara con amo?
Remus se quedó callado, no podía decirles que si lo sabía o al menos lo sospechaba, ya que eso los lastimaría así como lo estaba lastimando a él.
—Tengo una teoría —dijo Remus—, y por supuesto no eres tú, Sirius. Y no, no diré de quien sospecho, no aun.
—¿Por qué no? —preguntó James.
—Por qué quiero creer que me estoy equivocando —fue la respuesta final de Remus, dejando confundidos a los otros dos merodeadores.
Por su parte los demás no se habían enterado de la conversación de los merodeadores, porque todo lo habían dicho solo para que ellos solos lo escucharan.
Mientras tanto, Moody empezó a sospechar de Sirius cuando escucho que el vasallo de Voldemort había estado encadenado doce años, pero luego lo descarto, porque si Sirius fuera parte de los mortífagos, los chicos del futuro no lo tratarían bien y dirían que él era inocente cada vez que podían.
Lucius miraba disimuladamente a Sirius.
No, no lo creo, el Lord nunca aceptaría como mortífago a un Gryffindor traidor a la sangre. Ese vasallo debe ser otro, pensaba Lucius. Pero, claro, eso no le quita lo divertido a la situación.
Si, definitivamente, Lucius Malfoy era un cretino al disfrutar de la angustia de Sirius.
 Luego de unos minutos Bill retomo la lectura.
Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.
—Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes…? Me he quedado traspuesta.
—¿Qué? Pues no parecía estar traspuesta cuando dijo todo esa «predicción» —dijo Susan.
—Ya ven, la profesora Trelawney si es una verdadera vidente —defendió Parvati.
Nadie hizo caso del comentario de Parvati.
Harry se quedó allí un momento, mirándola.
—¿Pasa algo, Harry?
—Usted… acaba de decirme que… el Señor de las Tinieblas volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él…
La profesora Trelawney se sobresaltó.
—¿El Señor de las Tinieblas? ¿El que no debe nombrarse? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema… Alzarse de nuevo, Dios mío…
—Cada vez entiendo menos —dijo Ernie.
—Puede que solo haya entrado en un trance —dijo Susan.
—No lo creo —dijo Justin—, se escuchaba tan real.
Hermione suspiró.
—Si fue una predicción, pero no la tuvo voluntariamente —aclaró Hermione—, es que no se dan cuenta de que Trelawney no puede controlar lo que ve, y tampoco es consciente de cuando tienen una visión.
Dumbledore asintió estando de acuerdo con Hermione.
—Tiene toda la razón, señora Granger —dijo Dumbledore—. Eso es exactamente lo que pasa con la profesora Trelawney, me imagino que fue por eso que decidí contratarla en el futuro. Tal vez, podría haber estado en peligro si la dejaba fuera de Hogwarts.
—¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Señor de las Tinieblas…
—Creo que tú también te has quedado dormido —repuso la profesora Trelawney—. Desde luego, nunca predeciría algo así.
—La pobre mujer ni cuenta se da de lo que predice —dijo Andrómeda, negando con la cabeza.
Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, haciéndose preguntas… ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido acabar el examen con un final impresionante?
—No creo que sea tan hábil como para hacer eso —dijo Dean.
Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resonaban aún en su cabeza. Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.
—La profesora Trelawney me acaba de decir…
Pero se detuvo al fijarse en sus caras.
—¡Oh, no! ¿Y ahora que paso? —preguntó Molly—. ¿Acaso tiene que ver con el hipogrifo?
—Sí —respondió Ron a su madre—. Y no eran buenas noticias.
—Buckbeak ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Hagrid acaba de enviar esto.
La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.

Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo veáis.
Hagrid

—No creo que te hicieran mucho caso, ¿verdad, Hagrid? —preguntó Frank.
Hagrid sonrió nerviosamente.
—Creo que cuando se les dice a Harry, a Ron o a Hermione «no» siempre suelen hacer todo lo contrario —contestó el semi-gigante.
—Eso no nos ayuda, Hagrid —dijo Ron al notar la mirada entre enojada y preocupada de su madre.
—Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No puede estar allí solo, esperando al verdugo!
—Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry…
—A menos que recuperaran la capa —dijeron los gemelos Prewett—. Esa sería la única manera de salir sin ser vistos.
Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando.
—Si al menos tuviéramos la capa invisible…
—¿Dónde está? —dijo Hermione.
Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja tuerta.
—… Si Snape me vuelve a ver por allí, me veré en un serio aprieto —concluyó.
Maldito, Quejicus, pensaba James.  Solo espero que no moleste más que de costumbre al momento de recuperar la capa.
—Eso es verdad —dijo Hermione, poniéndose en pie—. Si te ve… ¿Cómo se abre la joroba de la bruja?
Apenas Sirius escucho lo que Hermione había dicho salió de sus pensamientos pesimistas, y hasta se atrevió a sonreír levemente.
—No puedo creerlo —dijo en voz baja—. No me digas que pensabas romper una regla más —Hermione no dijo nada—, vaya, esto me recuerda a alguien.
—¿A quién? —preguntó James con más ánimos al ver a su amigo de mejor humor.
—Pues a Lunático, él también era igual que la castaña —respondió el ojigris—, siempre pareciendo muy correcto, pero al final terminaba comportándose como un verdadero merodeador.
Hermione parecía exasperada.
—Sí, rompí una regla más, pero fue por una causa noble —respondió.
—Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!» —explicó Harry—. Pero…
Hermione no aguardó a que terminara la frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista.
—¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron, mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha.
—Por supuesto que lo hizo, pequeño Ronnie —dijo Fred.
—Pues si estaba más claro que el agua —agregó George.
A eso había ido. Hermione regresó al cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la túnica.
—¡Hermione, no sé qué te pasa últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy (Cosa que no me pareció mal, dijo Ron. Hermione sonrió), luego te vas de la clase de la profesora Trelawney…
Hermione se sintió halagada.

***

Bajaron a cenar con los demás, pero no regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cruzados para que no se viera el bulto. Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta asegurarse de que éste estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por la puerta.
—Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos taparnos con la capa.
—Y ahí es el momento de la acción del año —dijeron los gemelos Prewett.
Harry, ron y Hermione se miraron, no podían negar esa afirmación, puesto que era cierto. Pero claro, no lo dirían en voz alta.
Caminando muy juntos, de puntillas y bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los árboles.
Llegaron a la cabaña y llamaron a la puerta. Hagrid tardó en contestar; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor; pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.
—Somos nosotros —susurró Harry—. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —dijo Hagrid, también susurrando.
—Sí, no deberían, pero es evidente que no te dejarían solo en ese momento, Hagrid —dijo Alice.
—Aunque se metieran en problemas en el proceso —dijo Frank.
Pero se hizo a un lado, y ellos entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa. Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando.
—¿Queréis un té? —invitó.
Sus manos enormes temblaban al coger la tetera.
Y no era para menos, todos se podían hacer una idea de cómo se encontraba Hagrid en ese momento: muy mal.
—¿Dónde está Buckbeak, Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.
—Lo… lo tengo en el exterior —dijo Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire fresco antes de…
—Me imagino que eso sería lo mejor que podías hacer por Buckbeak en ese momento tan difícil —dijo Frank a Hagrid.
A Hagrid le temblaba tanto la mano que la jarra se le cayó y se hizo añicos.
—Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione inmediatamente, apresurándose a limpiar el suelo.
—Hay otra en el aparador —dijo Hagrid sentándose y limpiándose la frente con la manga. Harry miró a Ron, que le devolvió una mirada de desesperanza.
—¿No hay nada que hacer; Hagrid? —preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore…
A todos los del pasado a quienes les importaba el destino del hipogrifo tenían la esperanza de que el profesor Dumbledore pudiera hacer algo para detener ese acto de crueldad e injusticia.
—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak es inofensivo, pero tienen miedo. Ya sabéis cómo es Lucius Malfoy… Me imagino que los ha amenazado… Y el verdugo, Macnair, es un viejo amigo suyo (Por supuesto, no me extraña nada que sean amigos, dijo Moody mirando a Lucius fijamente. El rubio no se inmuto o por lo menos fingió indiferencia). Pero será rápido y limpio, y yo estaré a su lado.
Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían la cabaña buscando algún retazo de esperanza.
—Dumbledore estará presente. Me ha escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore…
—Por supuesto que estaría acompañándote en ese mal momento, Hagrid —corroboró Dumbledore—. Los amigos siempre se apoyan en los momentos difíciles —agregó
Lucius miraba a Dumbledore como si en lugar de ver a un gran mago estuviera viendo a una cucaracha.
—Me van hacer llorar —dijo entre diente.
Hermione, que había estado rebuscando en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener las lágrimas.
—Nosotros también estaremos contigo, Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.
—Tenéis que volver al castillo. Os he dicho que no quería que lo vierais. Y tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y Dumbledore te pillan fueran sin permiso, Harry, te verás en un aprieto.
—Tenías mucha razón en decir eso, Hagrid, pero dudo mucho que uno de los tres te hiciera caso —dijo Lily, mirando de reojo a su hijo, Ron y Hermione.
Ningunos de los tres lo afirmó, pero ellos sabían que era cierto. Nunca dejarían a Hagrid solo en ese momento tan difícil.
Por el rostro de Hermione corrían lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al coger la botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito.
—¡Ron! No… no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!
—¡¿Qué?! —exclamaron varios.
—¿No se suponía que estaba muerto, porque el gato de Hermione se lo había comido? —preguntó Ted.
—Ojala y así hubiera sido —dijo Ron por lo bajo.
—Tal vez Crookshanks y Scabbers solo tuvieron un enfrentamiento, y la rata logro escapar, pero herido —dijo Andrómeda.
—Nada de eso, esa rata cobarde nunca se atrevería a enfrentarse a nadie, ni siquiera a un gato —dijo Ron con amargura.
Remus se quedó mirando a Ron. El desprecio con el que hablaba el pelirrojo sobre su «rata» solo hacía que Lupin se sintiera contrariado. Ya que estaban hablando de su amigo, o por lo menos del que fue su amigo.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Molly.
—Oh, ya falta poco para que sepan la verdad de todo esto, mamá —contestó Ron, dando así por terminada esa pequeña conversación.
Ron la miró boquiabierto.
—¿Qué dices?
Hermione acercó la jarra a la mesa y la volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.
¡Scabbers! —exclamó Ron desconcertado—. Scabbers, ¿qué haces aquí?
—Me imagino que escapando de Crookshanks —dijo Alice.
—No solo de Crookshanks, también de la venganza del  hombre que fue su amigo —dijo por lo bajo Harry.
Cogió a la rata, que forcejeaba por escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas, y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.
—No te preocupes, Scabbers —dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.
—Por supuesto que tenía mucho que temer —susurró Ginny, sintiendo ira al recordar que esa rata había vivido con su familia más de una década solo para escapar de las represalias de sus amigos los mortífagos.
De pronto, Hagrid se puso en pie, mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto del color del pergamino.
—Ya vienen…
Harry, Ron y Hermione se dieron rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.
—Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le temblaba todo el cuerpo—. No deben veros aquí… Marchaos ya.
—No sé porque tengo el presentimiento de que ninguno de los tres se fueron en verdad —dijo Andrómeda.
—Bueno… —empezó Harry, pero Lily lo interrumpió.
—Mejor no digan nada para justificarse, sé que se quedaron por los alrededores.
Ron se metió a Scabbers en el bolsillo y Hermione cogió la capa.
—Salid por detrás.
Lo siguieron hacia la puerta trasera que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y aún más al ver a Buckbeak a pocos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buckbeak parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso.
—Pobre animal —se lamentó Molly.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los tres amigos—. Venga, marchaos.
Pero no se movieron.
—Hagrid, no podemos… Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo…
—No creo que los de la Comisión tomaran en cuenta el testimonio de tres chicos de trece años —dijo Moody con su voz ronca—. Son demasiado idiotas.
—Sí, son idiotas —dijo Ron.
—Nosotros diríamos que son más que idiotas —dijeron los gemelos Weasley.
—¡Marchaos! —ordenó Hagrid con firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un lío.
No tenían opción. Mientras Hermione echaba la capa sobre los otros dos, oyeron hablar al otro lado de la cabaña. Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer.
—Marchaos, rápido —dijo con acritud—. No escuchéis.
Y volvió a entrar en la cabaña al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante.
Lentamente, como en trance, Harry, Ron y Hermione rodearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta se cerró con un golpe seco.
—Y ya que estaban por ahí, ¿por qué no desataron al hipogrifo? —preguntó Seamus con curiosidad.
—No se nos ocurrió —dijo Harry.
—Estábamos nerviosos —alegó Ron.
—Por no decir que también sería demasiado arriesgado —agregó Hermione.
—Vámonos aprisa, por favor —susurró Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar…
Empezaron a subir hacia el castillo. El sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.
Ron se detuvo en seco.
—No es el momento correcto para detenerse, Ron —dijo Justin.
—No lo hice apropósito —alegó Ron—, todo fue culpa de esa maldita rata, se movía tanto que no podía sujetarla.
Una vez más nadie paso de desapercibido la manera en que Ron hablaba de su mascota.
—¿Sabes? Aun no entiendo porque antes te agradaba tener como mascota a Scabbers y luego de un momento a otro pasaste a odiarla —dijo Andrómeda.
—Luego se enteraran porque todos odiamos a esa rata —respondió Ron.
—Por favor; Ron —comenzó Hermione.
—Se trata de Scabbers…, quiere salir.
Ron se inclinaba intentando impedir que Scabbers se escapara, pero la rata estaba fuera de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.
—Vaya, sí que Scabbers estaba muy nervioso, pero eso es raro, si ahí no estaba Crookshanks —comentó Lily pensativa.
Scabbers, tonta, soy yo —susurró Ron.
Oyeron abrirse una puerta detrás de ellos y luego voces masculinas.
—¡Por favor; Ron, vámonos, están a punto de hacerlo! —insistió Hermione.
—Vale, ¡quédate quieta, Scabbers!
Siguieron caminando; al igual que Hermione, Harry procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban detrás de ellos (Si yo hubiera estado en el lugar de ustedes tampoco hubiera querido escuchar nada, dijo Padma). Ron volvió a detenerse.
—No la puedo sujetar… Calla, Scabbers, o nos oirá todo el mundo.
La rata chillaba como loca, pero no lo bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid. Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire. Hermione se tambaleó.
—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo puedo creer; lo han hecho!
—¡¿Qué?! ¿En verdad lo hicieron? —dijo Lily con el rostro entristecido.
—Pero ustedes dijeron que el hipogrifo se salvaba —recordó Ted.
—Y si se salva, y por supuesto logra escapar —dijo Hermione.
—Pero… si acaban de leer que ya lo habían ejecutado —dijo Alice.
Luna que había permanecido callada, por fin se decidió a hablar.
Buckbeak se salva y todo gracias a Harry, Ron y Hermione.
—Pero, ¿cómo lograron salvarlo? —preguntó Remus.
—Es que acaso uno de ustedes tiene el poder de revivir a los muertos, ¿o qué? —preguntó Sirius—. Así que todos queremos sabes ¿cómo lo lograron?
—Y qué cosa no pueden hacer cuando ellos tres están juntos —volvió a hablar Luna.