martes, 8 de marzo de 2016

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 14: El rencor de Snape


¿De qué más eres capaz de hacer, Crookshanks?, pensaba Sirius, quien todavía miraba al gato luego de recibir un maullido de confirmación.
—Bueno, creo que debemos continuar —dijo Hannah, notando todavía muy sonrojado a Neville.
—Tiene razón, señorita Abbott —dijo Dumbledore.
Y al instante Frank se ofreció para leer.
El libro levito hasta posarse en sus manos. Cambio la página y leyó:
“El rencor de Snape”.
Severus frunció el ceño al oír que el título de ese capítulo llevaba su apellido, y mucho menos le gustaba que leyeran a los cuatro vientos sobre sus rencores.
—¿Y a quien le interesa los rencores de Quejicus? —dijo James despectivamente.
—No podríamos pasar de ese capítulo —dijo Sirius—, de seguro que debe estar de los más aburrido.
James asintió.
—Para que escuchar del odio que le tiene a Lunático, Canuto, Colagusano, a mí y a Harry, si ya lo sabemos de sobra —dijo James mirando con molestia al futuro profesor de pociones.
—Lamento decirles que no podemos saltarnos ni un capítulo del libro, señores —dijo Dumbledore—, todos son necesarios. Puede empezar a leer, señor Longbottom.
Frank asintió.
En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común. Esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo Remus con cierto tono divertido en su voz.
—No soy tan fácil de atrapar, amigo —corroboró Sirius.
—Sí, sobre todo por las chicas que te quieren echar el lazo para una relación formal —bromeó James.
Los merodeadores rieron luego de lo dicho por James, seguido de las risas de los gemelos Weasley, los gemelos Prewett, Harry, Ron y los demás Weasley.
—Yo no estaría tan segura —murmuró Lily, pensando que en el nuevo futuro de Sirius alguna chica atraparía y lo dominaría.
—¿Dijiste algo, pelirroja? —preguntó Sirius.
—No, nada —respondió Lily negando con la cabeza.
Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black (James rodó los ojos con impaciencia). Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección (¿Con protección? ¿Qué clase de protección?, preguntó Ted a nadie en especial). Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.
—¿Troles? Que exagerados —rezongó James.
Sirius hizo una cara de molestia.
—Aun así no creo que los troles detengan a Sirius —comentó Andrómeda.
Harry no pudo dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que ellos, y ahora Harry, Ron y Hermione, eran los únicos que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto.
—Error —dijo Sirius—. Lunático también sabía sobre ese pasadizo.
—Es cierto —dijo Alice, mirando al castaño, el cual tenía las mejillas levemente sonrojadas—. Pero ¿por qué no dio aviso sobre ese pasadizo? —preguntó.
Remus no respondió, ya que no sabía los pensamientos de su yo del futuro. O también podía ser que su yo del futuro intuyera que Sirius no era culpable y por eso no dijo nada.
Hermione miró a Remus, y lo noto pensativo.
Remus no dijo nada sobre el pasadizo por nostalgia, y porque siempre será un merodeador y un merodeador no habla sobre sus secretos, excepto a su familia o mejores amigos, pensaba Hermione. Y una pequeña sonrisa se le formo en los labios.
—¿Crees que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Harry a Ron.
—Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído.
Los merodeadores se miraron, y los tres llegaron a una conclusión. Sirius había entrado por el sauce boxeador. Aunque claro nadie nunca creería que alguien pudiera entrar por allí, a menos que quisiera suicidarse.
—Entonces, si no entrabas por Honeydukes, ¿por dónde entrabas? —preguntó Frank.
—Bueno, pues eso será un misterio por ahora —dijo Hermione.
Frank entendió la indirecta de Hermione y continúo leyendo.
Harry se alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también con tablas, el intruso ya no podría volver a Hogsmeade.
Lily no miró a su hijo, pero estaba enojada con él por seguir con esa obsesión de atrapar a Sirius, y aunque sabía que el ojigris no lastimaría a su hijo, no podía dejar pasar la terquedad de Harry. En ese momento lamentaba que su hijo heredara su carácter.
Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido.
Ron sonrió levemente avergonzado.
—Bueno, he de reconocer que fue agradable obtener más atención de la necesaria —confesó Ron—, pero es muy molesto cuando no te dejan ni respirar —dijo haciendo alusión a los meses que Harry, Neville, él, su familia y Hermione (aunque esta última más se la pasaba metida en casa, y solo salía cuando era necesario, pero igual hablaban de ella y de su viudez) eran tratados como una celebridad solo por haber salido con vida de la guerra.
Molly solo negó con la cabeza al escuchar a su hijo.
—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente… Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída… Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio… empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.
Sirius se quedó como petrificado al oír su descripción. No podía creer lo mal que se vería, ¿él? que siempre había sido el galán, el conquistador de Hogwarts, verse como… el prisionero de Azkaban.
Rayos. Pero si lo soy, si soy el prisionero de Azkaban, pensaba Sirius.
—Sirius. Sirius, ¿te encuentras bien? —preguntó Remus en un susurro.
—¿Eh? Sí, si estoy bien —contestó Sirius saliendo de sus pensamientos.
—Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las chicas de segundo que lo habían estado escuchando.
Harry se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la de Harry? (Eso es muy considerado de tu parte, amigo, ironizó Ron. A lo que Harry respondió: Solo estaba tratando de pensar como él actuaria, o como creía que él actuaria) Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, y en aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos.
—Lo siento por eso —se disculpó Harry con su padrino.
Sirius le dedico una sonrisa triste.
—No te preocupes, Harry, yo también hubiera pensado lo mismo —respondió el animago.
Harry se sintió mal al ver a su padrino en ese estado de ánimo.
—Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás —dijo Harry pensativamente—. Habría tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato… Y entonces se habría encontrado con los profesores…
Y todo por culpa de Peter, pensaba Remus con amargura.
Neville había caído en desgracia (Alice miró a su hijo con cariño, pero luego poso su mirada enojada a Sirius, como si el Sirius de esa época tuviera la culpa). La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente (Siento haberte hecho pasar un mal rato, Neville, se disculpó Sirius. A lo que el chico le dijo que no se preocupara. Sirius asintió, pero aún se sentía mal por Neville). Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.
—Oh, mi madre nunca cambiara —dijo Frank con pesar, interrumpiéndose el mismo.
—Pero… uhm… ¿Por qué es Augusta la que te envía cartas y no nosotros? —preguntó Alice.
Neville se removió incomodo en su asiento.
—Es… complicado… —dijo Neville.
—¿Qué fue lo que nos pasó? —preguntó Frank.
—Lo siento, pero no puedo explicarlo ahora —respondió Neville sin mirar a sus padres, los cuales estaban preocupados.
Alice y Frank asintieron.
Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor; llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Harry y Ron, que estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre.
—¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron.
—Un buen consejo, hermanito —dijo Fred, sonriendo ligeramente.
—Sí, ojalá hubieras seguido tu consejo en tu segundo curso —siguió George, soltando una carcajada, seguido de su gemelo. Pero una mirada de su madre los calló.
Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergüenza a la familia.
Neville se sonrojó.
—No te tomes muy apecho las palabras de Augusta, Neville —dijo Alice a su hijo, tomándolo de la mano.
Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que también él tenía carta. Hedwig llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca.
—¡Ay! Ah, Hedwig, gracias.                                                                                    
Harry rasgó el sobre mientras Hedwig picoteaba entre los copos de maíz de Neville. La nota que había dentro decía:

Queridos Harry y Ron:
¿Os apetece tornar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a recogeros al castillo. ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS PERMISO PARA SALIR SOLOS.
Un saludo,
Hagrid

—Apuesto a que querías hablar sobre Sirius —comentó Ted a Hagrid.
Pero antes de que Hagrid respondiera, Andrómeda lo hizo.
—O sobre el hipogrifo, querido.
—Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron.
—No lo creo, sobrino. Los chismes vuelan en Hogwarts —dijo Fabian.
—Y con la discreción que estas mostrando —se burló Gideon.
A Ron se le pusieron rojas las orejas.
Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya.
—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no?
—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con ellos.
—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido.
—La fama no dura para siempre, hermano —dijo Fred.
—Ojalá —murmuró Ron.
Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos (Draco hizo un gesto de molestia al recordar que Crouch Jr. lo convirtió en hurón). Al apartar los ojos de la desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario.
¿Espantosa corbata amarilla y naranja? ¿Qué tiene de malo?, se preguntaba el semi-gigante. Es una buena combinación.
Hagrid decidió no ponerle más atención al atuendo que uso aquella vez.
Por su parte los demás no hicieron ningún comentario, temiendo herir los sentimientos de Hagrid. Pero lastimosamente Lucius Malfoy no hizo lo mismo, y se dedicó a mirar con asco al semi-gigante.
Para evitar la incomodidad Harry le pidió al papá de Neville que continuar leyendo.
—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry.
Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el autobús noctámbulo…
Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de Buckbeak estaba próximo (Igual que el padre, siempre creyendo que él es primero que todo, pensó Snape), y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a preparar la defensa de Buckbeak. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos.
—Es por eso que digo que no es bueno obsesionarse con el quidditch —dijo Hermione mirando a Harry y a Ron.
—Es un deporte, y los deportes siempre son buenos —defendió James, a lo que los fanáticos de este deporte asintieron.
Hermione y Lily rodaron los ojos.
Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid.
Hagrid se sonrojó. Mientras que otros reían al recordar los dotes culinarios del semi-gigante.
—Tengo algo que comentaros —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una seriedad que resultaba rara en él.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Hermione —dijo Hagrid.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron.
—¿Y todavía lo preguntaste, Ronald? —lo regañó Molly, evidentemente muy enojada—. Después de tu mal comportamiento.
Por su parte Hermione estaba sonrojada. Ya que ella sabía que Hagrid le contaría de sus visitas a sus amigos.
Remus si guardo silencio cuando se lo pedí, recordó Hermione.

Flashback
Hermione caminaba por uno de los pasillos, lágrimas de tristeza corrían por sus mejillas, paso la manga de su túnica por sus mejillas para secar las lágrimas, pero al tener tres libros gruesos y muy pesados entre los brazos, no pudo soportar mantenerlos sostenidos con un solo brazo y estos cayeron al suelo.
—Lo que me faltaba —murmuró, agachándose para recoger los libros, pero cuando iba a recoger el tercer libro, choco con una mano más grande que la de ella, de piel pálida; ella levantó la cabeza para ver de quien se trataba, y se llevó una sorpresa al verlo allí, agachado junto a ella—. Profesor Lupin —susurró, el profesor tenía una sonrisa dulce en su adulto rostro, pero esta se borró al instante, cuando detallo bien el rostro de su alumna.
—Hermione, ¿qué te sucede? —preguntó, entregándole su libro. Ella murmuró un gracias, pero no respondió a su pregunta—. ¿Qué pasa?
—Nada —respondió Hermione sin mirarlo.
—¿Nada? —repitió—, si no tuvieras nada no hubieras llorado.
—Yo no he llorado —dijo Hermione, tratando de ocultar su estado de ánimo.
Lupin levantó una mano y la poso en la mejilla de Hermione y con un dedo le acarició debajo del ojo. Hermione apenas sintió en calor de la mano de Remus se quedó como si le hubieran lanzado el hechizo de petrificación.
Remus al notar la reacción de Hermione, creyó que la había incomodado, así que retiro su mano rápidamente, aparte de que si alguien —profesor, alumno o hasta el mismísimo Dumbledore— lo veía así con Hermione podrían pensar cosas que no eran.
—Esto es una lágrima, a menos que me digas que son rastros de lluvia, pero no he notado que llueva —dijo Lupin aligerando el tenso ambiente.
Hermione reaccionó, sus mejillas se sonrojaron e hizo un amago de sonrisa. Pero Remus noto que los ojos de su alumna seguían tristes.
—Iba a tomar té, ¿te gustaría acompañarme? —preguntó el profesor.
Hermione se sonrojó más, pero asintió.
Ambos caminaron en silencio hasta el despacho de Lupin. Abrió la puerta, y dejo que la chica pasara primero y luego paso él.
—Toma asiento, Hermione —dijo Lupin.
Hermione se quedó parada detallando el despacho de su profesor. Pero luego tomo asiento en el sofá, dejo sus libros en la mesa de centro. Y aun con las mejillas sonrojadas dirigió su mirada hacia Remus, el cual estaba haciendo té.
Minutos después Remus se acercó a ella y le paso una taza con té.
—Gracias, profesor —respondió la chica.
Remus asintió, y sentó junto a ella en el sofá. Ambos bebieron en silencio, hasta que Lupin se volvió a ella y preguntó:
—¿Por qué llorabas, Hermione?
Remus no sabía porque, pero se preocupaba mucho por Hermione tanto como por Harry.
Hermione no respondió, solo miraba su taza.
—Está bien si no quieres responder. Yo solo quería ayudarte, pero comprendo que no me tengas la suficiente confianza.
A Hermione se le pusieron los ojos brillantes.
—Harry y Ron están enojados conmigo.
Remus comprendió el porqué de la tristeza de Hermione.
—Oh, Hermione, lo siento —dijo Lupin, levantando una mano para posarla en la espalda de la chica y hacer suaves masajes. Hermione se sorprendió ante el toque, Lupin notó que la chica se había puesto tensa, así que reprendiéndose mentalmente retiro su mano—. ¿Por qué se enojaron? —preguntó.
—Porque… ellos primero se enojaron porque yo le conté a la profesora McGonagall que a Harry le habían regalado una saeta de fuego, pero que no sabía quién había sido. Yo creí que había sido Black —Remus se tensó ante la mención de ese apellido—, y la profesora creyó lo mismo que yo, así que le confiscaron la escoba a Harry para asegurarse de que no estuviera hechizada.
—Comprendo, ¿pero Ron porque se enojó contigo?
—Ron apoyó a Harry.
Remus asintió.
—Pero hace mucho que le devolvieron la escoba a Harry, si hasta ganaron el partido —dijo Remus.
—Sí, pero cuando creía que íbamos a hacer las paces, Ron gritó y bajo corriendo las escaleras con una sábana en la mano —Remus la miró con confusión—, las sabanas estaban manchadas de sangre —aclaró Hermione.
—No comprendo que tiene que ver eso contigo —dijo Remus.
—Lo que pasa es que Crookshanks, mi gato se comió a Scabbers, la rata de Ron, y por eso nuevamente se enojaron conmigo.
—Lo lamento, Hermione, pero no te preocupes, ya verás que Harry, Ron y tú volverán hacer tan amigos como siempre. A veces los hombres actuamos como tontos —Hermione sonrió—, pero al final siempre terminamos aceptando nuestros errores. Además, Ron no puede enojarse contigo solo porque tu gato actuó como un gato.
—Ojala y él lo entendiera como usted —dijo Hermione.
—Ya se le pasara —la animó Lupin.
Ella sintió, y miró a Remus, el cual parecía pensativo.
—Profesor —dijo Hermione, llamando la atención del hombre—, no les diga nada de esto a Harry o a Ron, o sino creerán que soy una chismosa —pidió.
—No te preocupes, Hermione, no les diré nada —prometió Remus.
—Gracias, muchas gracias, señor —dijo Hermione. Dejo la taza de té en la mesita, iba a coger sus libros, pero antes, sin pensarlo siquiera se inclinó hacia Lupin y lo beso en la mejilla ligeramente rasposa por la barba, luego rápidamente cogió sus libros—. Tengo muchos deberes que hacer —murmuró y salió como una flecha del despacho de Remus.
Fin de Flashback

Hermione sonrió con nostalgia ante el recuerdo.
—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablabais por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato.
—¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron de malhumor.
—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid—. Ha llorado, ¿sabéis? Está pasando momentos muy difíciles (Hermione se sonrojó. Pero por su parte Molly miró con reproche a su hijo, el cual se encogió en su asiento. Todo por culpa de ese maldito traidor me enoje con Hermione, pensaba Ron). Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para ayudarme con el caso Buckbeak. Por supuesto, me ha encontrado algo muy útil… Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades…
—¿Y lo declararon inocente? —preguntó Ted.
—Es complicado —respondió Harry, con voz enigmática.
Hermione sonrió.
—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento —balbuceó Harry.
—¡No os culpo! —dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que habéis estado muy ocupados. Os he visto entrenar día y noche. Pero tengo que deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más. (Sabias palabras, Hagrid, dijo Andrómeda. El aludido se sonrojo. Y Hermione le agradeció con la mirada al semi-gigante) —Harry y Ron se miraron azorados—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y vosotros dos sin dirigirle la palabra…
—Lo sentimos, Hermione —dijeron Harry y Ron, completamente avergonzados.
—Ya paso hace años, chicos, no tiene importancia —dijo Hermione.
Sí que tiene buen corazón, ya que cualquiera en su lugar habría estado resentida, pensaba Remus, mirando de reojo a Hermione.
—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —dijo Ron enfadado—. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra.
Crookshanks era inocente —comentó Luna.
—En ese momento no lo sabía —se defendió Ron.
—Eso quiere decir que Crookshanks no se comió a tu rata, Ron —dijo James.
Ron asintió.
—¿Entonces donde estaba? —preguntó Sirius.
—Escondida —respondió Remus al instante. Todos lo miraron con sorpresa, ya que había hablado con una seguridad—. Creo que eso sería lo más obvio, ¿no?
—Sí, tienes razón, Remus. La rata estaba escondida —afirmó Ron, con cierta amargura en la voz.
—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —dijo Hagrid prudentemente.
—Ni tan prudentemente, esa fue una indirecta muy directa —dijo Seamus.
Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid.
Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo.
Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios.
—Eso quiere decir que habrá otra salida a Hogsmeade —comentó Ted.
—Acertaste —dijo Dean.
—¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a hacer? —preguntó a Harry en voz baja, al sentarse.
—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes —dijo Harry aún más bajo.
—Espero que no hayas salido nuevamente, Harry —dijo Lily, dirigiéndole una mirada severa.
Harry notó la mirada de su madre, él nunca creyó algún día recibir esa mirada de su madre. Lo había visto en Molly cuando regañaba a uno de sus hijos, y sabía que significaba problemas.
Él solo sonrió con inocencia.
Lily comprendió esa mirada. Harry si había vuelto a salir.
—Esto es tu culpa, Potter —ahora Lily se volvió hacia James, y a él lo miraba con severidad.
—¿Y ahora yo que hice, Lily? —preguntó James.
—Le heredaste tus genes suicidas —respondió la pelirroja.
James solo se encogió de hombros.
—Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y vio a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había en el muro de libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade… le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa.
—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.
—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré…
Lily miró a Hermione con agradecimiento, y aunque sabía que Sirius no era el loco asesino como lo creían, también sabía que su hijo no le haría caso y que él encontraría la forma para hacer lo que quería, y más teniendo el apoyo de su mejor amigo.
—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?
—¡Ronald Weasley! —lo regañó Molly, y el pelirrojo se estremeció ante la voz de su madre—. Esa actitud para con tu amiga, es completamente errónea.
—Lo sé, mamá —dijo Ron—. Se suponía que iba ser un capítulo donde hablaban de Snape y su rencor, pero al parecer el único perjudicado en este capítulo soy yo —esto Ron lo dijo en un susurró, para que su madre no pueda escucharlo.
Hermione abrió la boca para responder, pero Crookshanks saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió a Crookshanks y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas.
—Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado todavía en Zonko!
Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras:
—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible.
La mirada de Harry se encontró con la mirada de su amiga.
—Lo siento, Hermione —se disculpó el pelinegro.
—No importa, Harry. Además, hemos pasado por mucho, los tres —dijo Hermione, haciendo alusión a su viaje en busca de los Horrocruxes y de los años anteriores—, como para enojarme por algo… medianamente inofensivo.
Harry sonrió aliviado.
—Yo que tú no estaría tan aliviado, compañero —le susurró Ron—, tú madre te mira tan enojada como mi madre me mira a mí. Lo que significa que tendremos problemas.
Harry miró de reojo a su madre, y comprobó que lo que le decía Ron era cierto.
Ayúdame, Merlín, rogaba Harry internamente.

El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en el bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione no dejaba de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de que ella lo viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las puertas principales.
—¡Adiós, Harry! —le dijo en voz alta—. ¡Hasta la vuelta!
Ron se sonrió y guiñó un ojo.
—Vaya. Son tal para cual —comentó Charlie.
Mientras que Lily y Molly no estaban muy contentas por el comportamiento de sus hijos.
Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapa del merodeador mientras corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el mapa. Un puntito diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los ojos. La minúscula inscripción que acompañaba al puntito decía: «NEVILLE LONGBOTTOM.»
Harry sacó la varita rápidamente, musitó «Dissendio» y metió la mochila en la estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la esquina:
—¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade.
Neville recordó que la peor parte de ese episodio fue encontrarse con Snape. Miró al frente, donde Snape se encontraba sentado en la otra mesa junto a Lucius Malfoy; Snape estaba serio, aunque aún no tenía esa expresión que tanto miedo le daba cuando lo veía entrar al salón a dar clases de pociones.
—Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y volviendo a meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces?
—Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una partida de snap explosivo?
—Ahora no… Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin.
—Lo siento, Neville —se disculpó Harry.
Neville solo se encogió de hombros quitándole importancia a esa pequeña mentira.
—¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho!
—Eh… ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado!
—¡Estupendo, entonces podrás ayudarme! —dijo Neville—. No me entra todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o…?
Neville sonrió levemente.
Ahora comprendo porque me parecía extraño su actitud, pensó Neville. Quería escaparse del colegio.
Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de Harry.
Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry.
—Y tenía que aparecer Quejicus, estábamos tan bien, pero no, tenía que…
—Oh, lo siento, Black, se me había olvidado que prefieres los párrafos donde hablan de tus ataques a niños —dijo Snape, con la voz más fría que pudo.
—¡Cierra la boca, Quejicus! —dijo James, defendiendo a su amigo.
Pero antes de que Snape contestara, Harry habló:
—¡Ya basta todos! ¿Es que acaso no pueden estar sin insultarse o discutir aunque sea por todo un capítulo? Digo, no creo que sea tan difícil, ¿o sí?
Nadie le replico a Harry, pero aun así él notaba que su padre, su padrino y Snape no dejaban de dirigirse miradas asesinas.
—¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse…
Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta.
—No nos hemos reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por casualidad.
—En parte es cierto —comentó Bill.
—¿De veras? —dijo Snape—. Tienes la costumbre de aparecer en lugares inesperados, Potter; y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero que volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar.
Lily estaba esperanzada de que Snape insistiera tanto para que Harry regrese a la sala común, y así evitaría que su hijo saliera sin permiso del colegio, pero miró a su hijo y se dio cuenta que ni las ordenes de Snape lo había detenido.
Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville en el retrato de la señora gorda, diciendo la contraseña y simulando que se había dejado el trabajo sobre los vampiros en la biblioteca y que volvía por él. Después de perder de vista a los troles de seguridad, volvió a sacar el mapa.
Definitivamente los genes Potter son un desastre, pensaba Lily. Y esa terquedad, aunque puede que la terquedad la haya heredado de mí. Esa no es una buena combinación.
El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en el despacho.
—Es una suerte de que te libraras de Snape —dijo Gideon.
—Aunque eso no quiere decir que se lo pueda encontrar otra vez —dijo Fabian.
Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba y se deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra. Borró el mapa del merodeador y echó a correr.
Los merodeadores sonrieron. Ya que aunque pareciera que Harry había heredado el carácter de Lily, lo merodeador lo llevaba en las venas.

Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la puerta de Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda.
—Soy yo —susurro.
—¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.
—Snape rondaba por allí.
Echaron a andar por High Street.
—¿Dónde estás? —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto…
—Más raro seria verlo —dijo Terry.
—Yo creo que hubiera sido divertido —dijo Susan.
Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas scops («Sólo entregas locales»), que cabían en la palma de la mano de Harry.
Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados de Fred y George (Podría ser en ese tiempo, comentó Fred. A lo que George agregó: Ahora nosotros fabricamos mejores cosas. Molly miró espantada a sus hijos. ¿Cómo que ellos fabrican mejores cosas?, se preguntaba). Harry susurró a Ron lo que quería que le comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de hipotós, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz.
—Estamos orgullosos que otro de nuestros sobrinos se preocupen por las bromas —dijeron los gemelos Prewett mirando significativamente a Percy.
El aludido solo rodó los ojos.
El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña (Los merodeadores compartieron una mirada). Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.
—Está muy descuidado, alguien debería hacer algo por esa casa —comentó James, con pesar.
—¿Por qué te interesa tanto que cuiden esa casa? —preguntó Moody, con sospecha, y aunque en esa época el auror aún tenía sus dos ojos, aun parecía que podía verte hasta el alma—. Además, no creo que nadie quiera acercarse a esa casa, les causa demasiado miedo.
James no respondió a la pregunta del auror, y los otros dos merodeadores no hicieron ningún comentario gracioso.
—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado como Harry en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado… Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.
—Gracias, hermano —ironizaron los gemelos Weasley, al descubrirse una más de sus travesuras, mientras que sentían la mirada severa de su madre.
Por su parte Remus sonrió con cierta pena, todos querían descubrir el porqué de esos fantasmas tan “violentos”, cuando en realidad no eran más que sus gritos de dolor al transformase.
Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina (Draco sabía que se trataba de él y de Crabbe y Goyle, y recordaba con molestia lo que paso en ese paseo). Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle. Malfoy decía:
—… en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres meses…
Andrómeda miró con impaciencia a su sobrino.
Ese chico puede ser tan desagradable como su padre, pesaba la hermana mayor de Narcissa.
—¿Declarar sobre su brazo? A declarar puras mentiras, dirás —comentó Terry Boot.
Draco no se defendió, ¿por qué lo haría? Si era cierto lo que decía el Ravenclaw.
Crabbe y Goyle se rieron.
—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un…» (Hagrid miró con resentimiento al rubio, pero luego decidió no tomar en cuentas sus palabras, primero porque eso había sido hace años, o lo seria, y segundo porque al fin y al cabo su hipogrifo se salvó) —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto?
En ese momento Draco se estaba ganado unas miradas nada agradables de parte de los Weasley.
Por su parte Lucius no ocultaba su sonrisa, y Narcissa, ella solo mantenía su cara de indiferencia, y aunque no le gustaba como se comportaba su hijo, no diría nada.
—Seremos pobres —dijo Arthur con seriedad—, y no vistamos ropas caras como ustedes, los Malfoy, pero los Weasley tenemos valores, algo que ustedes nunca tendrán.
—Exacto —apoyó Fleur, defendiendo a su nueva familia.
—Lo siento, señores Weasley… —empezó Draco, pero fue interrumpido por Sirius.
—¿Lo sientes? No me hagas reír, Malfoy. Tú no sientes nada. Tú eres igual de corrupto que tu padre, solo que actúas mejor que él.
—Sirius —dijo Harry.
—¡A mí no me compares con él! —dijo exaltado Draco, señalando a su padre—. Yo soy diferente. ¡Diferente a él!
A Lucius se le borró la sonrisa. ¿Su hijo lo había humillado? Pero eso no era lo peor, lo peor era que había sido humillado delante de escorias, según sus palabras.
—¡¿Cómo te atreves hablarme de ese modo, Draco?! —gruñó Lucius—. Soy tu padre, y…
—No digas nada más, padre. Créeme no te conviene —Draco miraba a su padre con irritación, y él recibía una mirada igual de parte de su progenitor—. A menos que quieras que hable y entonces, de inmediato, él —señaló a Moody—, te encerraría en Azkaban —eso lo murmuró, solo para que su padre lo escuchara.
Lucius no dijo nada más, pero se notaba que había sido algo fuerte, porque su rostro siempre pálido estaba más pálido aun.
Moody miraba con fijeza a Malfoy padre, pensando en lo que había dicho Malfoy hijo.
Frank al sentir la tensión en el ambiente, siguió leyendo para evitar alguna posible pelea por parte de los Malfoy.
Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy.
—Déjamelo a mí— le susurró al oído.
Una sonrisa traviesa se formó en los rostros de James y Sirius, incluso Remus sonreía, no por nada era un merodeador y le gustaban las bromas.
La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se acercó sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de barro del camino.
—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten…?
¡PLAF!
—¿Qué significa ese «PLAF»? —preguntó Ted.
—Yo leo tal y como está escrito —se defendió Frank—. Pero no te preocupes ahora tendrás tu respuesta.
Y continuó leyendo.
Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente.
—¡Bien hecho! —felicitaron los merodeadores a Harry, el cual solo sonrió.
—¿Qué demo…?
Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo.
—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho?
—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien comenta el tiempo que hace.
—Buena respuesta, hermanito —ahora fueron los gemelos quienes felicitaron a Ron.
Ron también sonrió.
Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje.
—Dudo que encontraras algo —dijo James a Draco, al cual se le había borrado la expresión seria de su rostro, y ahora hasta tenía una sonrisa socarrona en su pálido y apuesto rostro—. Mi capa es genial, a pesar de todos los años que tiene.
Draco ignoro el comentario acerca de la capa, y volvió a sonreír.
—Se equivoca, Potter, si encontré algo —respondió el rubio.
Esa respuesta dejo confuso a James, miró a su hijo, pero este solo se encogió de hombros.
Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo.
¡PATAPLAF!
Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados.
Varias risas se escucharon en la sala, imaginando lo ridículos que se verían esos dos mastodontes tratando de adivinar de dónde venían los ataques.
—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry.
Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus largos brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró a Crabbe. Le acertó en la espalda. Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en el aire una especie de pirueta para ver quién lo había arrojado (Pobre idiota, dijo Sirius sonriendo. James asintió). Como Ron era la única persona a la que Crabbe podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó, trastabilló y su pie grande y plano pisó la capa de Harry, que sintió un tirón y notó que la capa le resbalaba por la cara.
James y Sirius jadearon.
—Eso no es bueno —murmuró James, ahora comprendiendo la respuesta del rubio.
Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente.
—¡AAAH! —gritó, señalando la cabeza de Harry.
Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe y Goyle detrás.
—He de reconocer que si me espante —dijo Draco—. Pero llegando al castillo, fue cuando medite bien todo lo que había sucedido, y llegue a la conclusión de que no se trataba de ningún fantasma.
—Y allí fue cuando fuiste de chismoso —lo acusó Ron.
—Tan solo quería desquitarme el susto que me hicieron pasar. Y Potter me ponía muy fácil las cosas —dijo el rubio.
Harry rodó los ojos.
—Insisto. Igual que su padre —susurró Sirius.
Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde.
—Harry —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a alguien… lo mejor será que regreses rápidamente al castillo…
—¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo correr.
—Solo espero que llegues a tiempo —dijo James.
Lily miró con enojo a su novio, aunque en realidad no sabía bien con quien estar realmente enojada, con su hijo por escaparse del colegio o con James por heredarle esos genes problemáticos.
Por su parte la profesora McGonagall tenía una expresión severa en el rostro. Potter padre era incorregible, pero Potter hijo parecía tranquilo, solo parecía, porque ya se había dado cuenta que él al igual que padre solía romper las reglas muy seguido, aunque por diferentes motivos, pero igual rompía las reglas.
¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie sabía lo de la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un retortijón en el estómago. Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería perfectamente lo ocurrido.
—Pero seguro que no sería muy severo como otros profesores —dijo Ted, mirando de reojo a la profesora de Transformaciones, la cual aún se encontraba con actitud seria.
Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvió a meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y corrió todo lo que pudo por el pasadizo… Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a un profesor? (Con más rapidez de lo que te imaginas, comentó Ron) Jadeando, notando un pinchazo en el costado, Harry no dejó de correr hasta que alcanzó el tobogán de piedra. Tendría que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor (Claro que lo hizo, volvió a decir Ron). La ocultó en un rincón oscuro y empezó a escalar con rapidez. Sus manos sudorosas resbalaban en los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja, le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió. La joroba se cerró y precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se aproximaban.
—¿Por qué tengo una mala sensación? —dijo James.
—¿No te encontraste con Quejicus, verdad, Harry? —preguntó Sirius.
Harry no respondió.
Y por su parte Snape, esta vez ni siquiera tomo en cuenta el insulto de Sirius. Él estaba esperanzado de que sea él con quien se encontrara Harry, y así le pondría un castigo ejemplar.
Era Snape (¡Maldición!, exclamó James. Y Snape sonrió). Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la toga negra, y se detuvo ante él.
—¿Y…? —preguntó.
Había en el profesor un aire contenido de triunfo (Maldito, Quejicus, dijeron James y Sirius. Mientras que Remus y Lily solo miraban a Harry con pena, ya que encontrarse con Snape no era bueno). Harry trató de disimular, demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas de barro, que se apresuró a esconder en los bolsillos.
Snape se sentía feliz en ese momento. Por lo menos su yo del futuro se desquitaría con el hijo de Potter todo lo que le hizo el padre y el padrino, y porque no también Lupin y el idiota de Pettigrew.
—Ven conmigo, Potter —dijo Snape.
Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la túnica sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes (Como él, dijo Sirius. Snape le dirigió una mirada fulminante), y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación.
—Siéntate —dijo Snape.
Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie.
—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo Snape.
Harry no abrió la boca.
—Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al parecer; Weasley estaba solo.
—Pero no le contaste que te estabas burlando de Hagrid y que ofendiste a mi familia —dijo Ron, con cierto resentimiento.
—Y así lo hubiera hecho, el profesor Snape —James y Sirius hicieron un gesto de molestia, nunca se acostumbrarían a que Quejicus fuera profesor— no le hubiera bajado puntos a su casa ni lo hubiera castigado —dijo Luna.
Harry sonrió a su amiga, antes le incomodaba un poco su sinceridad, pero ahora ya estaba más que acostumbrado a ello, y hasta le gustaba. La gente sincera siempre es muy valiosa.
Harry siguió sin decir nada.
—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo crees que pudo ocurrir?
Harry trató de parecer sorprendido:
—No lo sé, profesor.
Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un hipogrifo: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear.
Maldito, Quejicus, me las pagaras, pensaba James.
—Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre qué pudo ser; Potter?
—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente.
—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire.
Lily solo esperaba que Severus no fuera tan duro con su hijo. Aunque si estaba en todo el derecho de castigarlo al ser él un profesor de Hogwarts.
Hubo un silencio prolongado.
—Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como…
Los gemelos Weasley y los gemelos Prewett soltaron pequeñas risitas, pero luego se calmaron al notar la mirada severa de la profesora McGonagall.
—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? —dijo Snape con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo, en realidad.
—Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina…
—Yo no alucinaba nada, Potter —dijo Draco—. Lo que esa vez le conté a Snape, era una de las pocas verdades que decía.
—Tenía que defenderme —se justificó Harry.
—Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto.
—He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted me mandó.
—¿Hay alguien que pueda testificarlo?
—Neville podría funcionar —dijo Ted.
—No lo creo —dijo Neville—. En ese momento le tenía tanto miedo al profesor Snape que hubiera empezado a tartamudear y entonces…
—Snape te habría castigado —completó Alice, a lo que Neville asintió.
Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible sonrisa.
—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter (No lo tienen que proteger de mí, lo tienen que proteger de ti, pensaba Sirius). Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va donde le apetece sin pensar en las consecuencias.
Harry se sentía culpable. Él en verdad valoraba mucho el sacrificio de Snape al protegerlo, pero en ese momento él lo detestaba porque pensaba que solo quería fastidiarlo, aunque una parte había de eso, pero siempre lo protegió, a su manera, pero lo protegió.
Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas.
—¡Cómo te pareces a tu padre! —dijo de repente Snape, con los ojos relampagueantes—. También él era muy arrogante. No era malo jugando al quidditch y eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas partes con sus amigos y admiradores. El parecido es asombroso.
James se tensó.
—Oh, vamos, Snape —dijo de repente James, llamando la atención del Slytherin—, sabía que no me perdonas que te quitara a Lily —Snape apretó la mandíbula—, pero no sabía que tampoco me perdonas que yo si sepa jugar al quidditch y tú no —James sonrió triunfante—. Y eso…
—James, ¡ya basta! —dijo Lily, tan seria, que a James le recordó la temporada en que su pelirroja no quería que ni siquiera le dirigiera la palabra. Eso lo asusto, así que opto por cerrar la boca.
Por su parte Lily no dejaba de preguntarse, ¿qué había pasado con su amigo? O bueno, con su ex amigo, porque desde que la llamo «Sangre Sucia» no habían vuelto a hablar. Pero aun así ella no entendía que pudo haber amargado su corazón en todos esos años.
—Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poderse contener—. Y yo tampoco.
—Tu padre tampoco respetaba mucho las normas —prosiguió Snape, en sus trece, con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la gente que estaba por debajo, no para los ganadores de la copa de quidditch. Era tan engreído…
—¡CÁLLESE!
James ahora sí que estaba enojado, demasiado enojado con Snape. ¿Cómo se atrevía ese pelo-grasiento —según las palabras de James— a hablarle de ese modo a su hijo? Está bien, él sabía que había algo de cierto en sus palabras; él siempre se sintió orgulloso de sí mismo, de su postura y de ser un buen jugador de quidditch, ya que este último detalle le traía demasiada popularidad con las chicas —pero desde que estaba con Lily no tenía ojos para ninguna otra—. Y el punto allí era que su hijo era una persona distinta a él —sí, eran igual físicamente—, pero en carácter eran distintos, Harry era noble, bueno, maduro para su edad, y hasta incluso un poco tímido. Pero que Snape se vengara de él con su hijo era caer muy bajo, y eso no se lo perdonaría nunca y lo primero que haría al salir de la Sala de los Menesteres seria hacerle la peor broma del mundo a Snape. Antes solo lo molestaba por diversión y quizás por un poco de celos porque antes su Lily siempre para con él, pero ahora lo haría para vengar a su hijo.
Nadie molesta a un Potter y se queda tan tranquilo, pensaba James, dirigiendo una mirada asesina a Snape.
Este por su parte solo lo miraba con una sonrisa de satisfacción.
Harry se puso en pie. Lo invadía una rabia que no había sentido desde su última noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto rígido ni que sus ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante:
—¿Qué has dicho, Potter?
—¡Le he dicho que deje de hablar de mi padre! Conozco la verdad. Él le salvó a usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi padre, usted ni siquiera estaría aquí!
James se quedó estático después de que Frank terminara de leer ese párrafo.
Rayos, pensó James.
—¿Le salvaste la vida a Quejicus? —le preguntó un horrorizado Sirius a su amigo de gafas.
—Bueno… no pongas esa cara —le dijo James a Sirius—, ya sabes, lo que pasó esa noche…
El entendimiento llego a Sirius y también a Remus. El primero solo murmuró un “Oh”, mientras que el segundo se puso pálido.
Sirius recordaba ese día, él solo quería molestar un poco a Snape porque siempre paraba detrás de ellos, tratando de atraparlos en una situación comprometedora y así acusarlos con el director. Pero la situación se le escapó de las manos cuando Remus casi terminando su transformación percibió la presencia de Snape. Este último estaba espantado y si no fuera por James, tal vez hubiera ocurrido una desgracia.
Lily estaba pensativa, miró a su novio y luego a Snape, y viceversa.
—James, ¿cómo es que le salvaste la vida a Severus? —preguntó por fin la pelirroja.
—Vamos, Potter, dile, cuéntale la verdad —Snape hablo antes que James—. Cuéntale sobre tu glorioso acto de heroísmo.
—Cállate, Quejicus. Todo fue mi culpa —dijo Sirius, llamando la atención de los presentes, pero aun así nadie se atrevía a preguntar nada. Excepto Lily.
—James… —insistió Lily.
—Luego… luego te cuento todo lo que quieras, Lily —dijo, casi rogo James.
Lily asintió, visiblemente curiosa.
La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria.
—¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la vida? —susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado desagradables para los delicados oídos de su estimadísimo Potter?
Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitir que no lo sabía. Pero parecía que Snape había adivinado la verdad.
—Por supuesto, solo cuentan lo que le convienen —dijo entre dientes Snape, y de reojo miró a Dumbledore. El cual se encontraba con un rostro sereno, esperando calmadamente a que Frank siguiera leyendo.
—Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre —añadió con una horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues permíteme que te desengañe (James frunció el ceño). Tu santo padre y sus amigos me gastaron una broma muy divertida, que habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera tenido miedo en el último momento y no se hubiera echado atrás. No hubo nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su propia piel tanto como la mía. Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de Hogwarts.
—Ya dije que fue mi culpa —rectifico Sirius—. Yo lo planeé todo. Ni James, ni Remus, ni mucho menos Peter sabían lo que yo planeaba.
—¿Y por qué debería de creerte, Black? —dijo Snape, con sus ojos oscuros mucho más oscuros por la ira.
—Porque es la verdad —dijo Sirius—. Además, tú también debes de aceptar tu parte de culpa. Siempre andabas detrás de nosotros, espiándonos. Me harte de eso… y solo tuve una idea descabellada, y luego de que te diera esa pista, se lo conté a James y él te detuvo. Así fue como pasaron las cosas —concluyó.
Snape miró a Sirius, como diciéndole: “No te creo nada”.
—Mira, Snape, allá tú si me crees o no, no pienso seguir convenciéndote —gruñó Sirius.
Todos los del pasado tenían curiosidad de saber en qué consistía esa broma que casi lleva a la muerte de Snape, pero nuevamente nadie pregunto nada. El ambiente estaba muy tenso, y no querían en una discusión innecesaria, además tenían la esperanza que esa broma la contaran al finalizar el libro, o quizás en el siguiente libro.
Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos.
—¡Da la vuelta a tus bolsillos, Potter! —le ordenó de repente.
Harry no se movió. Oía los latidos que le retumbaban en los oídos.
—¡Da la vuelta a tus bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dales la vuelta, Potter!
Temblando de miedo, Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de broma de Zonko y el mapa del merodeador.
Los merodeadores se miraron entre ellos, Snape no podía quedarse con el mapa.
Snape cogió la bolsa de Zonko.
—Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando tener la posibilidad de poner a Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de Hogsmeade la última vez…
—Una excusa muy frágil, Harry —dijeron los gemelos Weasley.
—Tenía que intentarlo —dijo Harry.
—¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor…! ¿Y esto qué es?
Snape acababa de coger el mapa. Harry hizo un enorme esfuerzo por mantenerse impasible.
—Un trozo de pergamino que me sobró —dijo encogiéndose de hombros.
Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Harry.
—Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo —dijo—. ¿Puedo tirarlo?
Acercó la mano al fuego.
—¡NO! —exclamaron James, Sirius y Remus. Su mapa no podía ser destruido, les costó mucho trabajo hacerlo. Muchas noches en vela, y su mapa terminaría quemado, no, no podía ser.
—Harry, dime que Quejicus no quemo nuestro valioso mapa —preguntó James, horrorizado con la idea.
—No, no lo quemo —respondió Harry. El alma le volvió al cuerpo a los merodeadores.
—¡No! —exclamó Harry rápidamente.
—¿Cómo? —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro precioso regalo del señor Weasley? ¿O es… otra cosa? ¿Quizá una carta escrita con tinta invisible? ¿O tal vez… instrucciones para llegar a Hogsmeade evitando a los dementores?
—Es mucho más que eso —dijeron los merodeadores.
—Por supuesto —afirmaron los gemelos Weasley, ya que ellos en un tiempo también habían sido los propietarios de ese mapa.
Harry parpadeó. Los ojos de Snape brillaban.
—Veamos, veamos… —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa sobre la mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta de la varita.
Los merodeadores sonrieron.
—Eso no servirá —dijo Remus.
No ocurrió nada. Harry enlazó las manos para evitar que temblaran.
—¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía.
Siguió en blanco. Harry respiró aliviado.
—¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la información que ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la varita.
Harry soltó una risita recordando lo que apareció escrito en el mapa. Lily que había estado atenta a su hijo, lo miró con más fijeza queriendo encontrarle la gracia a lo último que había leído Frank.
Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del mapa fueron apareciendo algunas palabras: «El señor Lunático presenta sus respetos al profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que no le atañen.»
Los merodeadores reían, ellos habían puesto una cantidad considerable de respuestas sobre su mapa, si es que algún día caía en manos desconocidas o de alguien que no le gustaban las bromas.
Por su parte Snape, asesinaba a los merodeadores con la mirada. Mientras que los demás bromistas también reían.
Cuando se hubieron calmado un poco, Frank siguió leyendo.
Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto. Pero el mapa no se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras líneas: «El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo quisiera añadir que el profesor Snape es feo e imbécil.»
Las risas aumentaron en la sala, igual que la ira de Snape. Por su parte James le hacía burla al futuro profesor de Pociones.
Habría resultado muy gracioso en otra situación menos grave. Y había más: «El señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho de que un idiota semejante haya llegado a profesor.»
Para ese entonces los gemelos Weasley empezaron hacer reverencias hacia los merodeadores.
—Sabias respuestas —dijeron los gemelos, fingiendo secarse una lágrima.
Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las últimas palabras: «El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja que se lave el pelo, el muy asqueroso.»
Dos de los merodeadores seguían riendo por el aporte de su otro amigo, pero Remus no, él al igual que los del futuro se sentía incómodo, molesto y enervado ante su sola mención.
Pero afortunadamente nadie se dio cuenta de esto.
Harry aguardó el golpe.
—Bueno… —dijo Snape con voz suave—. Ya veremos.
Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo brillante y lo arrojó a las llamas.
—¡Lupin! —gritó Snape dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo!
—Parece que nuevamente estás salvado, Harry —comentó James.
—Sí, pero igual no tuve el mapa de regreso conmigo —dijo Harry.
—¿Por qué? —preguntaron los merodeadores, pensando que el mapa se lo había quedado Snape.
—Ahora lo sabrán —fue lo único que dijo Harry.
Totalmente asombrado, Harry se quedó mirando el fuego. Una gran forma apareció en él, revolviéndose muy rápido.
Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea sacudiéndose las cenizas de la toga raída.
—¿Llamabas, Severus? —preguntó Lupin, amablemente.
—¿Por qué tratas con tanta amabilidad a Quejicus? —le reprochó James y Sirius a Remus.
Este solo se encogió de hombros y evito decir que tal vez solo se comportaba como el adulto que era en esa época.
—Sí —respondió Snape, con el rostro crispado por la furia y regresando a su mesa con amplias zancadas—. Le he dicho a Potter que vaciara los bolsillos y llevaba esto.
Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin apareció una expresión extraña y hermética.
—Y con razón, me imagino que aun pensaba que el mapa lo tenía Filch —comentó Ted.
—Es lo más probable —dijo Andrómeda.
—¿Qué te parece? —dijo Snape. Lupin siguió mirando el mapa. Harry tenía la impresión de que Lupin estaba muy concentrado—. ¿Qué te parece? —repitió Snape—. Este pergamino está claramente encantado con Artes Oscuras (Eso es lo más ridículo que escuchado. ¿Artes Oscuras? Si, como no, dijo James). Entra dentro de tu especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que lo pudo conseguir Potter?
—Esta insinuando que fuiste tú quien se lo entrego —dijo Sirius.
—Creo que si —dijo Lupin.
Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Harry, le advirtió que no lo interrumpiera.
—¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz amable—. ¿De verdad lo crees, Severus? (Insisto, demasiada amabilidad para hablar con Quejicus, masculló Sirius) A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que intenta leerlo. Infantil, pero seguramente no peligroso. Supongo que Harry lo ha comprado en una tienda de artículos de broma.
—Ninguna tienda de broma podría hacer algo tan extraordinario como nuestro mapa —dijo James, completamente orgulloso de su aporte en la creación del mapa.
Sirius y Remus asintieron. Mientras que Snape no dejaba de mirarlos con furia.
—¿De verdad? —preguntó Snape. Tenía la quijada rígida a causa del enfado—. ¿Crees que una tienda de artículos de broma le vendería algo como esto? ¿No crees que es más probable que lo consiguiera directamente de los fabricantes?
—Sí, en definitiva quiere culparte, amigo —dijo James a Remus.
Harry no entendía qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que Lupin tampoco.
James y Sirius rieron.
—Un merodeador nunca se dejara descubrir —dijo James.
—Y mucho menos por alguien tan idiota como Quejicus —agregó Sirius.
—¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas? —preguntó—. Harry, ¿conoces a alguno de estos señores?
—No —respondió rápidamente Harry.
—Claro que lo conoce, nada más que en ese momento no lo sabía —dijeron los gemelos Weasley.
—Y ustedes tampoco —dijo Seamus a los gemelos, los cuales pusieron mala cara.
—No te burles de nosotros, Finnigan —dijo Fred.
—O podrías amanecer… desnudo en el Gran Comedor —dijo George, con una sonrisita socarrona.
Seamus se imaginó en esa situación, y no le gusto nada.
—¿Lo ves, Severus? —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que es de Zonko.
En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró de pronto delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e intentando hablar.
—Yo… le di… a Harry… ese objeto —dijo con la voz ahogada—. Lo compré en Zonko hace mucho tiempo…
—Tu aparición fue algo tardía, hermano —dijo Fred.
—Pues primero fui a la sala común a ver si Harry estaba allí, pero como no lo encontré lo fui a buscar a las mazmorras —dijo Ron.
—¿Cómo sabías que estaba en las mazmorras? —preguntó Lily.
—Bueno, pues… —Ron miró de reojo a Snape—, el único profesor que siempre molestaba a Harry era Snape.
Maldito, Quejicus, volvió a pensar James.
—Bien —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su alrededor—. ¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te importa —Plegó el mapa y se lo metió en la toga—. Harry, Ron, venid conmigo. Tengo que deciros algo relacionado con el trabajo sobre los vampiros. Discúlpanos, Severus.
—Te salvaste, Harry. Lunático no te hará nada, ni siquiera le restara puntos a tu casa —dijo Sirius, mientras James asentía.
Lily negó con la cabeza, a veces su novio y Sirius podían ser tan, pero tan inmaduros.
Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho. Él, Ron y Lupin hicieron todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió a Lupin.
—Señor profesor; yo…
—No quiero disculpas —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y bajó la voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el señor Filch hace muchos años. Sí, sé que es un mapa —dijo ante los asombrados Harry y Ron—. No quiero saber cómo ha caído en vuestras manos (No hace faltan que nos aplaudan, por favor, dijeron unos risueños gemelos Weasley). Me asombra, sin embargo, que no lo entregarais, especialmente después de lo sucedido en la última ocasión en que un alumno dejó por ahí información relativa al castillo (Ese fue Colagusano, dijo Sirius). No te lo puedo devolver; Harry.
—¿Cómo? ¿Por qué no se lo vas a devolver? —preguntaron James y Sirius a un confundido Remus.
—¿Cómo quieren que lo sepa? Aun no sucede —se defendió Remus.
Hermione estaba exasperada de que ese par acusaran a Remus como si hubiera cometido un pecado mortal.
—¡Ah, ya basta! —exclamó Hermione, llamando la atención de los merodeadores—. Remus solo se estaba comportando como el profesor responsable que era, y no como el adolescente que ustedes todavía creen que es.
—Exacto —la apoyó Lily—. Y si Remus consideraba no devolverle el mapa a Harry, pues estaba en todo su derecho.
James y Sirius ya no replicaron nada, pero Remus mira con agradecimiento a Lily y a Hermione, sobre todo a esta última.
Harry ya lo suponía, y quería explicarse.
—¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes?
—Porque… porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte del colegio. Habrían pensado que era muy divertido.
—En verdad, creo que si lo hubiéramos hecho —dijo James, pero se corrigió cuando noto la mirada que le dirigía su novia—, pero en una situación completamente diferente.
—¿Los conoce? —dijo Harry impresionado.
—Nos hemos visto —dijo Lupin lacónicamente (Oye, ¿cómo que «nos hemos visto»?, le reclamó Sirius a Remus. A lo que este último contestó: Seguramente no podía decir todo en ese momento, Sirius). Miraba a Harry más serio que nunca—. No esperes que te vuelva a encubrir; Harry. No puedo conseguir que te tomes en serio a Sirius Black, pero creía que los gritos que oyes cuando se te aproximan los dementores te habían hecho algún efecto. Tus padres dieron su vida para que tú siguieras vivo, Harry. Y tú les correspondes muy mal… cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma.
Esta era primera vez de todo lo que llevaban leyendo el tercer libro, en que James y Sirius conocían y comprendían a Remus Lupin adulto, ya que hasta ahora aun pensaban en el adolescente Remus, tal y como hace unos minutos le había dicho Hermione.
Y para nadie paso de desapercibido las claras palabras de Remus, quizás fueron muy fuertes para un niño de trece años, pero todos estaban seguros que aunque Sirius Black era inocente, no era bueno salir del colegio sin permiso, exponiéndose así a muchos peligros.
—Gracias, Remus —murmuró Lily a su amigo castaña, el cual solo sonrió avergonzado.
Se marchó y Harry se sintió mucho peor que en el despacho de Snape. Despacio, subieron la escalera de mármol. Al pasar al lado de la estatua de la bruja tuerta, Harry se acordó de la capa invisible. Seguía allí abajo, pero no se atrevió a ir por ella.
—Es culpa mía —dijo Ron de pronto—. Yo te persuadí de que fueras. Lupin tiene razón. Fue una idiotez. No debimos hacerlo.
—Me pareció escuchar anteriormente que alguien también les advirtió de ese “idiotez” —dijo Charlie.
Hermione sonreía levente al ver a su amigo pelirrojo sonrojado.
—Sí, ya lo sé. Hermione nos advirtió, pero… —Ron ya no pudo seguir hablando porque Bill lo interrumpió.
—Pero no le hiciste caso, porque aun estabas enojado con ella.
—No me echen toda la culpa a mí, Harry tampoco le hizo caso —se defendió Ron.
—Oye —le reclamó el pelinegro.
De pronto se escuchó una risita. Todos se volvieron hacia la persona que se rió. Era Hermione.
—Se comportan como niños —dijo la castaña, aun sonriendo.
Ron iba a decir algo, pero Harry lo detuvo.
—Déjala, es mejor que se reía de nosotros a que empiece a regañarnos y nunca termine —le susurró a su amigo. El pelirrojo asintió.
Dejó de hablar. Habían llegado al corredor en que los troles de seguridad estaban haciendo la ronda y por el que Hermione avanzaba hacia ellos. Al verle la cara, a Harry no le cupo ninguna duda de que estaba enterada de lo ocurrido. Sintió una enorme desazón. ¿Se lo habría contado a la profesora McGonagall?
—¿Has venido a darte el gusto? —le preguntó Ron cuando se detuvo la muchacha—. ¿O acabas de delatarnos?
—¡Ronald Weasley! —lo regañó Molly—. Tú y yo hablaremos muy seriamente de tu comportamiento, jovencito —agregó, sin darle tiempo de replicar a su hijo.
Ron lo único que hizo fue encogerse en su sitio. Ya que eso de hablar era más bien regañar.
—No —respondió Hermione. Tenía en las manos una carta y el labio le temblaba—. Sólo creí que debíais saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a Buckbeak.
—¡Oh, Merlín! —exclamó Lily, mientras que Alice tenía el rostro afligido.
—Lo siento tanto, Hagrid —dijo Andrómeda al semi-gigante.
—Un momento —dijo Sirius, quien veía a Hagrid con fijeza y noto que este estaba igual de tranquilo que siempre—, ¿qué acaso no te importa lo que le pase a tu hipogrifo? —le preguntó a Hagrid.
—Por supuesto que me importa —respondió al instante Hagrid.
—Entonces, ¿por qué parece como si no te importara? —preguntó James.
—Bueno, pues porque unas personas me ayudaron a salvarlo —dijo Hagrid misteriosamente.
—¿Quién? —preguntó Ted.
—Ya lo descubrirán —dijo Luna, mirando soñadoramente a su alrededor


Disculpen por la tardanza, mis queridas lectoras, sé que no tengo justificación, pero solo espero que comprendan que he estado muy ocupada. 
Bueno, no las entretengo más, espero que disfruten de la lectura 
Mis más cordiales saludos 
Merodeadora Black