sábado, 13 de febrero de 2016

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 13: Gryffindor contra Ravenclaw


—Me gustaría leer —dijo Susan Bones.
Katie que estaba sentada a su lado le paso el libro. La chica cambio la página y leyó:
“Gryffindor contra Ravenclaw”.
—Otro capítulo con quidditch, genial —dijeron los gemelos Prewett.
—Sí, genial —dijo Ron—, pero más genial será para Malfoy —susurró.
—¿Por qué? —preguntó Luna, parecía que no recordaba lo que pasaba en ese partido.
—Porque Malfoy estará castigado —recordó Ron.
Harry sonrió, y Draco hizo un gesto de molestia.
Parecía el fin de la amistad entre Ron y Hermione. Estaban tan enfadados que Harry no veía ninguna posibilidad de reconciliarlos.
—¡No es cierto! —dijo Ron.
—Pero lo parecía —afirmó Harry.
Ginny y los gemelos asintieron.
A Ron le enfurecía que Hermione no se hubiera tomado en ningún momento en serio los esfuerzos de Crookshanks por comerse a Scabbers, que no se hubiera preocupado por vigilarlo, y que todavía insistiera en la inocencia de Crookshanks y en que Ron tenía que buscar a Scabbers debajo de las camas.
—Era entendible que estuvieras triste por tu mascota —dijo Bill—, pero no crees que exagerabas.
—Ahora sí —reconoció Ron—, pero en ese tiempo no sabía que esa maldita rata… —el pelirrojo callo al instante de darse cuenta de lo que iba a decir.
—¿Esa maldita rata, qué? —preguntó Arthur a su hijo.
El pelirrojo no sabía que responder; él único que comprendía lo que Ron iba a decir fue Remus, pero este tampoco abrió la boca.
—Pues… ahora no lo puedo decir…, pero no se preocupen quizás hoy mismo se enteren —respondió Ron, luego de permanecer en silencio unos minutos.
Susan continuó leyendo.
Hermione, en tanto, sostenía con encono que Ron no tenía ninguna prueba de que Crookshanks se hubiera comido a Scabbers (Pero y la sangre que había en la sabana, pensaba Ted), que los pelos canela podían encontrarse allí desde Navidad y que Ron había cogido ojeriza a su gato desde el momento en que éste se le había echado a la cabeza en la tienda de animales mágicos.
—¡Por Merlín! —exclamaron los gemelos Prewett.
—Hasta cuanto más durara esta pelea por culpa del gato y la rata —dijo Fabian, mirando a su sobrino y a Hermione.
—Quizás aún falte un poco más —dijo Harry.
Los hermanos Prewett rodaron los ojos.
En cuanto a él, Harry estaba convencido de que Crookshanks se había comido a Scabbers, y cuando intentó que Hermione comprendiera que todos los indicios parecían demostrarlo, la muchacha se enfadó con Harry también.
—¡Ya sabía que te pondrías de parte de Ron! —chilló Hermione—. Primero la Saeta de Fuego, ahora Scabbers, todo es culpa mía, ¿verdad? Lo único que te pido, Harry, es que me dejes en paz. Tengo mucho que hacer.
—¿En serio, castaña? ¿Solo por eso te enojaste con Harry? —preguntó Sirius a Hermione.
Hermione lo miró ofendida.
—Estaban acusando a mi gato injustamente —defendió la castaña.
Sirius asintió.
—Bueno, según dicen a mí también me acusan injustamente y nadie me defiende con tanta pasión como tu defiendes a tu gato, castaña —bromeó.
Bueno, también defiende a Remus con la misma o hasta más pasión que al su gato, pensó Sirius.
Hermione no contestó, lo único que hizo fue sonrojarse.
Ron estaba muy afectado por la pérdida de su rata.
—Vamos, Ron. Siempre te quejabas de lo aburrida que era Scabbers —dijo Fred, con intención de animarlo—. Y además llevaba mucho tiempo descolorida. Se estaba consumiendo. Sin duda ha sido mejor para ella morir rápidamente. Un bocado… y no se dio ni cuenta.
Varios soltaron carcajadas por la manera tan peculiar de Fred de consolar a su hermano.
—Linda manera de consolar a tu hermano, sobrino —dijeron los Prewett a la vez.
—¡Ay, Fred! —dijo Molly negando con la cabeza.
—¡Fred! —exclamó Ginny indignada.
—Lo único que hacía era comer y dormir; Ron. Tú también lo decías —intervino George.
—¡En una ocasión mordió a Goyle! —dijo Ron con tristeza—. ¿Te acuerdas, Harry?
—Lo único que bueno que pudo haber hecho durante su asquerosa vida de rata —murmuró Ron.
—Sí, es verdad —respondió Harry.
—Fue su momento grandioso —comentó Fred, incapaz de contener una sonrisa—. La cicatriz que tiene Goyle en el dedo quedará como un último tributo a su memoria. Venga, Ron. Vete a Hogsmeade y cómprate otra rata. ¿Para qué lamentarse tanto?
Molly se llegó una mano a la cara con frustración. Ese par que estaba viendo frente a ella y en ese momento llevaba en su vientre eran todo un caso.
Tengo que vigilar más su comportamiento en el futuro, pensaba Molly.
En un desesperado intento de animar a Ron, Harry lo persuadió de que acudiera al último entrenamiento del equipo de Gryffindor antes del partido contra Ravenclaw, y podría dar una vuelta en la Saeta de Fuego cuando hubieran terminado. Esto alegró a Ron durante un rato («¡Estupendo! ¿podré marcar goles montado en ella?»). Así que se encaminaron juntos hacia el campo de quidditch.
—El quidditch siempre anima a todos —comentó Gideon, y su gemelo asintió.
Lily y Hermione rodaron los ojos.
—Nos sentimos ofendidos —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Por qué? —preguntó Neville.
—¿Por qué? —repitió Fred—. Nosotros tratamos de animar al pequeño Ronnie… —Ron frunció el ceño al ser llamado de esa manera.
—… pero al final terminaron despreciando nuestros esfuerzos —terminó George, quien fingía limpiarse una lágrima imaginaria.
—Pues tal vez sus palabras hubieran ayudado más si le hubieran quitado el tono jocoso —comentó Luna.
Los gemelos miraron a la rubia fingiendo estar ofendidos.
—Tontos —murmuró Ginny, sonriendo ligeramente a sus hermanos.
La señora Hooch, que seguía supervisando los entrenamientos de Gryffindor para cuidar de Harry, estaba tan impresionada por la Saeta de Fuego como todos los demás. La tomó en sus manos antes del comienzo y les dio su opinión profesional.
—¡Mirad qué equilibrio! Si la serie Nimbus tiene un defecto, es esa tendencia a escorar hacia la cola. Cuando tienen ya unos años, desarrollan una resistencia al avance. También han actualizado el palo, que es algo más delgado que el de las Barredoras. Me recuerda el de la vieja Flecha Plateada. Es una pena que dejaran de fabricarlas. Yo aprendí a volar en una y también era una escoba excelente…
—Nosotros también aprendimos a volar en una Flecha Pateada —comentaron los gemelos Prewett.
—Mi padre aún guarda su vieja Flecha Pateada como una reliquia —contó James.
—Oh, yo la he visto —afirmó Sirius.
Siguió hablando de esta manera durante un rato, hasta que Wood dijo:
—Señora Hooch, ¿le puede devolver a Harry la Saeta de Fuego? Tenemos que entrenar.
—Sí, claro. Toma, Potter —dijo la señora Hooch—. Me sentaré aquí con Weasley…
Ella y Ron abandonaron el campo y se sentaron en las gradas, y el equipo de Gryffindor rodeó a Wood para recibir las últimas instrucciones para el partido del día siguiente.
—Sí, por fin sabremos el desempeño de esa asombrosa, perfecta y maravillosa escoba —dijo un emocionado James.
Harry y Ron sonrieron por el comentario del Potter mayor.
—James —dijo Fran, llamando la atención del azabache de ojos avellanas—, a veces me asusta escucharte hablar de las escobas como si de chicas se tratasen.
Varios soltaron risas divertidas.
—Sí, muy gracioso, Frank —murmuró James.
—Debes tener cuidado con las escobas, Lily —dijo Sirius, sonriendo—, tal vez una de ellas te quite a Cornamenta.
—¡Oye! —se quejó James, se volvió hacia su novia—. Eso no es cierto, pelirroja de mi corazón —la abrazo protectoramente.
Se volvieron a escuchar risas, pero un pelinegro de Slytherin miraba a James con profunda ira.
—Estúpido —susurró.
—Harry, acabo de enterarme de quién será el buscador de Ravenclaw. Es Cho Chang (Ginny bufó bajo la divertida mirada de Harry. A lo que Ginny le preguntó: ¿Qué te causa tanta gracia, Potter? Y el pelinegro encogiéndose de hombros, le respondió: No, nada). Es una alumna de cuarto y es bastante buena (Y también está bastante buena, murmuró Terry Boot; a lo que Michael Corner lo miró mal, ya que era de su novia de la quien estaba hablando). Yo esperaba que no se encontrara en forma, porque ha tenido algunas lesiones. —Wood frunció el entrecejo para expresar su disgusto ante la total recuperación de Cho Chang (Ahora Michael le dedico una mirada furiosa al ex capitán de Gryffindor), y luego dijo—: Por otra parte, monta una Cometa 260, que al lado de la Saeta de Fuego parece un juguete. —Echó a la escoba una mirada de ferviente admiración y dijo—: ¡Vamos!
Y por fin Harry montó en la Saeta de Fuego y se elevó del suelo.
—Debe ser un sueño montar esa escoba —comentó James, soñadoramente.
Harry y Ron asintieron.
Era mejor de lo que había soñado. La Saeta giraba al más ligero roce. Parecía obedecer más a sus pensamientos que a sus manos. Corrió por el terreno de juego a tal velocidad que el estadio se convirtió en una mancha verde y gris. Harry le dio un viraje tan brusco que Alicia Spinnet profirió un grito (En verdad me asustaste, dijo la ex Gryffindor). A continuación descendió en picado con perfecto control y rozó el césped con los pies antes de volver a elevarse diez, quince, veinte metros.
—Es perfecta —dijeron los gemelos Prewett a coro.
—¡Harry, suelto la snitch! —gritó Wood.
Harry se volvió y corrió junto a una bludger hacia la portería. La adelantó con facilidad, vio la snitch que salía disparada por detrás de Wood y al cabo de diez segundos la tenía en la mano.
—¡SÍ! ¡Lo conseguiste! —gritaron James y Sirius.
Harry sonrió, y Snape miraba con molestia a los dos merodeadores.
El equipo lo vitoreó entusiasmado. Harry soltó la snitch, le dio un minuto de ventaja y se lanzó tras ella esquivando al resto del equipo. La localizó cerca de una rodilla de Katie Bell, dio un rodeo y volvió a atraparla.
En ese momento los merodeadores no podían sentirse más orgullosos de Harry, sobre todo James.
Ese es mi hijo, es todo un Potter, pensaba James, con una gran sonrisa en sus labios.
Fue la mejor sesión de entrenamiento que habían tenido nunca. El equipo, animado por la presencia de la Saeta de Fuego, realizó los mejores movimientos de forma impecable, y cuando descendieron, Wood no tenía una sola crítica que hacer, lo cual, como señaló George Weasley, era una absoluta novedad.
Oliver miró con seriedad a George.
—¿Qué? —dijo George, encogiéndose de hombres—, tú debes de reconocer…
—… que puedes ser una verdadera molestia cuando te lo propones —terminó Fred.
Sus tíos, los gemelos Prewett se rieron por lo que dijeron Fred y George.
—No sé qué problema podríamos tener mañana —dijo Wood—. Tan sólo… Harry, has resuelto tu problema con los dementores, ¿verdad?
—Sí —dijo Harry, pensando en su débil patronus y lamentando que no fuera más fuerte.
—No debería exigirse mucho, joven Potter —dijo McGonagall—, usted a conseguido más de lo que muchos magos de mayores han logrado.
Harry sonrió ligeramente a la profesora de Transformaciones.
—Los dementores no volverán a aparecer; Oliver. Dumbledore se irritaría —dijo Fred con total seguridad.
—Esperemos que no —dijo Wood—. En cualquier caso, todo el mundo ha hecho un buen trabajo. Ahora volvamos a la torre. Hay que acostarse temprano…
—Me voy a quedar un ratito. Ron quiere probar la Saeta —comentó Harry a Wood.
—Oh, Harry es un niño muy bueno —comentó Molly a Arthur.
Arthur asintió, y murmuró:
—Y también es un chico al que le ha tocado vivir muchas cosas malas.
Y mientras el resto del equipo se encaminaba a los vestuarios, Harry fue hacia Ron, que saltó la barrera de las tribunas y se dirigió hacia él.
La señora Hooch se había quedado dormida en el asiento.
—Ten —le dijo Harry entregándole la Saeta de Fuego.
Ron montó en la escoba con cara de emoción y salió zumbando en la noche, que empezaba a caer, mientras Harry paseaba por el extremo del campo, observándolo. Cuando la señora Hooch despertó sobresaltada ya era completamente de noche. Riñó a Harry y a Ron por no despertarla y los obligó a volver al castillo.
—Que aguafiestas —dijo Sirius.
Lily y Molly miraron al merodeador con caras incrédulas.
—Eres increíble, Sirius —dijo Lily con cierta molestia, molestia que el animago no detecto.
—Eso ya lo sé, pelirroja, pero que tiene que ver mi increíble persona con la aguafiestas de la señora Hooch —dijo Sirius.
James, Remus, Harry, Ron, los gemelos Weasley, Charlie, Bill, los gemelos Prewett y hasta Percy rieron por la ocurrencia del animago.
—Nada, nada, amigo —dijo James, entre risas.
Minutos después de que las risas fueron apagándose, Susan continuó leyendo.
Harry se echó al hombro la Saeta de Fuego y los dos salieron del estadio a oscuras, comentando el suave movimiento de la Saeta, su formidable aceleración y su viraje milimétrico. Estaban a mitad de camino cuando Harry, al mirar hacia la izquierda, vio algo que le hizo dar un brinco: dos ojos que brillaban en la oscuridad. Se detuvo en seco. El corazón le latía con fuerza.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó una preocupada Lily.
—No te preocupes, mamá, no era nada malo —dijo Harry, tratando de tranquilizar a su madre.
—¿Seguro? —preguntó Lily a su hijo.
—Sí —aseguró Harry.
Lily iba a hablar, pero James lo hizo antes.
—Tranquila, Lily, estoy seguro que no es nada malo —James al igual que Remus suponían a quien le pertenecía esos ojos brillantes. A Sirius Black, en su forma animaga o también podría ser el gato de Hermione.
Por su parte Sirius también creía que se trataba de él. Y se preguntaba —en el caso de que fuera él— porque no aprovecho para acercarse a su ahijado ahora que solo estaba en compañía de su pelirrojo amigo, pero luego recordó a los dementores, y que si de seguro se presentaba delante de su ahijado, este reaccionaria mal luego de haber escuchado todas esas cosas malas de él.
—¿Qué ocurre? —dijo Ron.
Harry señaló hacia los ojos. Ron sacó la varita y musitó:
¡Lumos!
Un rayo de luz se extendió sobre la hierba, llegó hasta la base de un árbol e iluminó sus ramas. Allí, oculto en el follaje, estaba Crookshanks.
—¡Sal de ahí! —gritó Ron, agachándose y cogiendo una piedra del suelo (Ronald, lo amonestó Hermione. El pelirrojo solo atinó a decir: Lo siento, Hermione, pero estaba enojado). Pero antes de que pudiera hacer nada, Crookshanks se había desvanecido con un susurro de su larga cola canela.
—Ya vez, Lily, solo se trataba de Crookshanks —dijo James a su novia, la cual asintió aliviada.
Aunque eso no quiere decir que yo no haya estado con él, pensaba Sirius, mirando de reojo al gato que tenía sobre sus piernas.
—¿Lo ves? —dijo Ron furioso, tirando la piedra al suelo—. Aún le permite andar a sus anchas. Seguramente piensa acompañar los restos de Scabbers con un par de pájaros.
—Que melodramático, Ronnie —dijeron los gemelos Weasley.
—No molesten —dijo Ron.
Los gemelos se miraron y sonrieron, parecía que tramaban algo.
Harry no respondió. Respiró aliviado. Durante unos segundos había creído que aquellos ojos eran los del Grim (Hermione rodó los ojos). Siguieron hacia el castillo. Avergonzado por su instante de terror, Harry no explicó nada a su amigo. Tampoco miró a derecha ni a izquierda hasta que llegaron al bien iluminado vestíbulo.
—Es normal que tuvieras miedo —le dijo Alice amablemente.
—Pero no había ningún Grim detrás de Harry, eso solo era inventos de la profesora Trelawney —aclaró Hermione.
—No, tal vez no sea un Grim, pero tal vez si haya un tonto perro rondando por el colegio —comentó Remus, sonriendo ligeramente.
Sirius lo miró fingiendo estar ofendido, James soltó una risita, y Hermione lo miró divertida.
—¿Un perro? —preguntó Ted.
—No le hagan caso a Lunático, a veces suele decir cosas sin sentido —dijo Sirius, tratando de ocultar una sonrisa al ver la cara de desconcierto de su amigo.

***

Al día siguiente, Harry bajó a desayunar con los demás chicos de su dormitorio, que por lo visto pensaban que la Saeta de Fuego era merecedora de una especie de guardia de honor. Al entrar Harry en el Gran Comedor; todos se volvieron a mirar la Saeta de Fuego, murmurando emocionados. Harry vio con satisfacción que los del equipo de Slytherin estaban atónitos.
—Fue increíble ver la cara de idiotas de esos Slytherin —comentó Fred.
—Y fue una verdadera lástima que esa vez no juramos contra las serpientes —agregó George.
Y por sus comentarios los gemelos se ganaron unas miradas asesinas de los Slyhterins allí presentes.
—Pobretones —dijo Lucius, pero nadie le hizo caso a su comentario, cosa que molesto mucho al Malfoy mayor.
—¿Le has visto la cara? —le preguntó Ron con alegría, volviéndose para mirar a Malfoy—. ¡No se lo puede creer! ¡Es estupendo!
Draco rodó los ojos con fastidio.
Weasley era, es y siempre será un idiota, no importa las veces que intente actuar con madurez, pensaba Draco.
Wood también estaba orgulloso de la Saeta de Fuego.
—Déjala aquí, Harry —dijo, poniendo la escoba en el centro de la mesa y dándole la vuelta con cuidado, para que el nombre quedara visible. Los de Ravenclaw y Hufflepuff se acercaron para verla. Cedric Diggory fue a felicitar a Harry por haber conseguido un sustituto tan soberbio para su Nimbus (Algunos Gryffindor que habían criticado Cedric en el Torneo de los Tres Magos se sintieron mal al recordarlo, ya que el joven Hufflepuff era una buena persona). Y la novia de Percy, Penelope Clearwater, de Ravenclaw, pidió permiso para cogerla.
Percy se sonrojo inmediatamente al recordar lo que le había dicho a Harry en ese momento, así que procuro no mirar a ninguno de sus hermano ni a Harry a la cara.
—Sin sabotajes, ¿eh, Penelope? —le dijo efusivamente Percy mientras la joven examinaba detenidamente la Saeta de Fuego—. Penelope y yo hemos hecho una apuesta —dijo al equipo—. Diez galeones a ver quién gana.
Bill y Charlie miraron con incredulidad a su hermano menor.
—¿En serio tú hiciste una apuesta, Percy? —preguntó Bill.
Percy no contestó.
—No decías que hacer apuestas no traía nada bueno —dijo Charlie.
—Solo esa vez aposte, y no fue idea mía, sino de Penelope, ella me desafío con una puesta y yo no pude quedarme atrás y darle la espalda a mi casa —respondió un sonrojado y serio Percy.
Los gemelos se rieron de su hermano mayor.
Penelope dejó la Saeta de Fuego, le dio las gracias a Harry y volvió a la mesa.
—Harry, procura ganar —le dijo Percy en un susurro apremiante—, porque no tengo diez galeones. ¡Ya voy, Penelope! —Y fue con ella al terminarse la tostada.
Se escucharon varias risas dentro de la sala, sobre todo la risa de los gemelos Weasley, los gemelos Prewett, y dos de los merodeadores.
Percy se sonrojó más.
—Miserable, pobretón —dijo Lucius, pero sus palabras no fueron escuchadas por las risas de los demás.
—¿Estás seguro de que puedes manejarla, Potter? —dijo una voz fría y arrastrada.
—Y ahí está otra vez —dijo James mirando a Draco Malfoy.
—Por supuesto, Cornamenta, quien más podría ser sino la pequeña réplica del idiota Malfoy —gruñó Sirius, también adivinando que se trataba de Draco.
Draco Malfoy se había acercado para ver mejor; y Crabbe y Goyle estaban detrás de él.
—Sí, creo que sí —contestó Harry.
—Muchas características especiales, ¿verdad? —dijo Malfoy, con un brillo de malicia en los ojos—. Es una pena que no incluya paracaídas, por si aparece algún dementor.
Crabbe y Goyle se rieron.
—Y es una pena que no tengas tres brazos —le contestó Harry—. De esa forma podrías coger la snitch.
—¡Ese es mi hijo! —exclamó James.
—Una gran respuesta rompe egos a serpientes rastreras —celebró Sirius.
Por su parte Remus solo reía de la ocurrencia de su amigo, al igual que Harry sonreía al ver a su padrino nuevamente más animado y a su padre comportarse de una manera infantil.
El equipo de Gryffindor se rió con ganas. Malfoy entornó sus ojos claros y se marchó ofendido. Lo vieron reunirse con los demás jugadores de Slytherin, que juntaron las cabezas, seguramente para preguntarle a Malfoy si la escoba de Harry era de verdad una Saeta de Fuego.
Y no solo para hablar de la escoba, sino también de planear como molestar a Potter, recordó Draco.
A las once menos cuarto el equipo de Gryffindor se dirigió a los vestuarios. El tiempo no podía ser más distinto del que había imperado en el partido contra Hufflepuff. Hacía un día fresco y despejado, con una brisa muy ligera. Esta vez no habría problemas de visibilidad, y Harry, aunque estaba nervioso, empezaba a sentir la emoción que sólo podía producir un partido de quidditch. Oían al resto del colegio que se dirigía al estadio. Harry se quitó las ropas negras del colegio, sacó del bolsillo la varita y se la metió dentro de la camiseta que iba a llevar bajo las ropas de quidditch. Esperaba no necesitarla (Internamente Lily, James, Sirius, Remus, y los señores Weasley esperaban lo mismo). Se preguntó de repente si el profesor Lupin estaría entre el público viendo el partido.
Depende de la luna, pensó Remus.
—Ya sabéis lo que tenéis que hacer —dijo Wood cuando se disponían a salir del vestuario—. Si perdemos este partido, estamos eliminados. Sólo… sólo tenéis que hacerlo como en el entrenamiento de ayer y todo irá de perlas.
—Vaya, esa vez no nos presionó mucho —se burlaron los gemelos Weasley.
Harry y Ron soltaron risitas, mientras que Oliver rodaba los ojos.
Salieron al campo y fueron recibidos con un aplauso tumultuoso. El equipo de Ravenclaw, de color azul, aguardaba ya en el campo. La buscadora, Cho Chang, era la única chica del equipo y a pesar de los nervios, no pudo dejar de notar que era muy guapa (Ginny bufó al escuchar los pensamientos de su novio. A lo que Sirius y James canturrearon: ¡Parece que alguien esta celosa! Ginny les dedico una mirada gélida y los hizo borrar sus sonrisas burlonas). Ella le sonrió cuando los equipos se alinearon uno frente al otro (Arrastrada, pensó Ginny), detrás de sus capitanes, y sintió una ligera sacudida en el estómago que no creyó que tuviera nada que ver con los nervios.
Ginny se volvió a mirar con el ceño fruncido a su novio, el cual estaba ligeramente sonrojado.
—Ella… ella no significo nada para mí —dijo Harry, tratando de que su novia no se enoje.
Sirius miró la escena de su ahijado y su novia atentamente.
—Vaya, otro Potter controlado por una pelirroja, tuve la esperanza de que con Harry fuera diferente —comentó el animago.
—¡Oye! —se quejó James.
—¿Qué has dicho, Sirius Black? —preguntaron Lily y Ginny a la vez, mirando con seriedad al animago.
—Solo fue una… broma —dijo Sirius, mirando con cierto temor a ambas pelirrojas.
Tengo que tener cuidado con ellas, pensó Sirius, y evitando mirarlas por más tiempo, se encontró con la mirada de Hermione, la cual sonreí dulcemente. También tengo que tener cuidado con ella. Ya que las castañas también son peligrosas.
—Wood, Davies, daos la mano —ordenó la señora Hooch.
Y Wood le estrechó la mano al capitán de Ravenclaw.
—Montad en las escobas… Cuando suene el silbato… ¡Tres, dos, uno!
Harry despegó del suelo y la Saeta de Fuego se levantó más rápido que ninguna otra escoba. Planeó por el estadio y empezó a buscar la snitch, escuchando todo el tiempo los comentarios de Lee Jordan, el amigo de los gemelos Fred y George:
—Tus comentarios eran geniales, Lee —dijeron los gemelos Weasley, a lo que el aludido hizo una ligera reverencia.
—Los comentarios de Luna también son geniales —dijo Ron mirando a su rubia novia, a la cual se le pusieron coloradas las mejillas.
—Pero al parecer no solo los comentarios de Luna es lo que le gusta más a Ronnie… —dijo George, sonriendo pícaramente.
—… sino también… —Fred fue interrumpido por el gritó de su madre.
—¡Fred, George! ¡Silencio!
—Sí, mamá —dijeron a la vez.
Harry noto que Ron estaba tan rojo como su propio cabello, pero fue considerado con su amigo y no se burló de él. Además de eso ya se estaban encargando los gemelos, que a pesar del regaño de su madre, ellos igual se burlaban haciéndose señas.
—Han empezado a jugar y el objeto de expectación en este partido es la Saeta de Fuego que monta Harry Potter, del equipo de Gryffindor. Según la revista El mundo de la escoba, la Saeta es la escoba elegida por los equipos nacionales para el campeonato mundial de este año.
—Jordan, ¿te importaría explicar lo que ocurre en el partido? —interrumpió la voz de la profesora McGonagall.
—Se suponía que tenías que comentar el partido, chico, no las características de la escoba —comentó un sonriente Ted.
—Pues a mí me pareció que no había nada de malo en hablar un poco sobre esa maravillosa escoba —dijo Lee, encogiéndose de hombros.
Los merodeadores junto con los gemelos Weasley y Prewett soltaron risas.
—Tiene razón, profesora. Sólo daba algo de información complementaria. La Saeta de Fuego, por cierto, está dotada de frenos automáticos y…
—¡Jordan!
—Era regañado injustamente —dijo Lee llevándose una mano en el corazón teatralmente.
Los gemelos se rieron por la broma de su amigo, mientras que la profesora McGonagall los mira reprobatoriamente.
—Vale, vale. Gryffindor tiene la pelota. Katie Bell se dirige a la meta…
Harry pasó como un rayo al lado de Katie y en dirección contraria, buscando a su alrededor un resplandor dorado y notando que Cho Chang le pisaba los talones. La jugadora volaba muy bien (Ginny volvió a bufar). Continuamente se le cruzaba, obligándolo a cambiar de dirección.
—Enséñale cómo se acelera, Harry —le gritó Fred al pasar velozmente por su lado en persecución de una bludger que se dirigía hacia Alicia.
Harry aceleró la Saeta al rodear los postes de la meta de Ravenclaw, seguido de Cho. La vio en el momento en que Katie conseguía el primer tanto del partido y las gradas ocupadas por los de Gryffindor enloquecían de entusiasmo: la snitch, muy próxima al suelo, cerca de una de las barreras.
—No te distraigas, Harry. Las chicas son hermosas, pero en ese momento ella es tu enemiga —le aconsejó James a su hijo.
Harry sonrió, algo similar le había dicho Wood, pero su padre había sido más sutil en llamarla solo «enemiga» y no como Wood que le había dicho que tirada a Cho con tal de ganar.
Harry descendió en picado; Cho lo vio y salió rápidamente tras él. Harry aumentó la velocidad. Estaba embargado de emoción. Su especialidad eran los descensos en picado. Estaba a tres metros de distancia…
Entonces, una bludger impulsada por uno de los golpeadores de Ravenclaw surgió ante Harry veloz como un rayo. Harry viró. La esquivó por un centímetro. Tras esos escasos y cruciales segundos, la snitch desapareció.
—¡Oh, no! —exclamaron James y Sirius.
Lily los miró mal, una pelota casi golpea a su hijo y ellos se preocupaban por otra pelotita con alas.
Los seguidores de Gryffindor dieron un grito de decepción y los de Ravenclaw aplaudieron a rabiar a su golpeador. George Weasley desfogó su rabia enviando la segunda bludger directamente contra el golpeador que había lanzado contra Harry. El golpeador tuvo que dar en el aire una vuelta de campana para esquivarla.
—Eso es, sobrino —lo felicitó Fabian.
—Aunque hubiera sido mejor que le hubieras dado a ese jugador —dijo Gideon.
Molly negó con la cabeza, ese par nunca cambiaria.
—¡Gryffindor gana por ochenta a cero! ¡Y miren esa Saeta de Fuego! Potter le está sacando partido. Vean cómo gira. La Cometa de Chang no está a su altura. La precisión y equilibrio de la Saeta es realmente evidente en estos largos…
—¡JORDAN! ¿TE PAGAN PARA QUE HAGAS PUBLICIDAD DE LAS SAETAS DE FUEGO? ¡SIGUE COMENTANDO EL PARTIDO!
—No, no me pagaban. La publicidad la hacía gratis —dijo Jordan.
—Señor Jordan, guarde silencio —lo regañó McGonagall.
—Pero si ya no soy su alum… —el ex Gryffindor se calló al ver la mirada que le dirigía la profesora.
Ravenclaw jugaba a la defensiva. Ya habían marcado tres goles, lo cual había reducido la distancia con Gryffindor a cincuenta puntos. Si Cho atrapaba la snitch antes que él, Ravenclaw ganaría. Harry descendió evitando por muy poco a un cazador de Ravenclaw y buscó la snitch por todo el campo, desesperadamente. Vio un destello dorado y un aleteo de pequeñas alas: la snitch rodeaba la meta de Gryffindor.
Harry aceleró con los ojos fijos en la mota de oro que tenía delante. Pero un segundo después surgió Cho, bloqueándole.
—¡HARRY, NO ES MOMENTO PARA PORTARSE COMO UN CABALLERO! —gritó Wood cuando Harry viró para evitar una colisión—. ¡SI ES NECESARIO, TÍRALA DE LA ESCOBA!
—Estoy de acuerdo con Wood —dijo Ginny. Wood la miró con suspicacia—. La hubieras tirado de la escoba, total era un partido, no un…
—Ginevra Weasley —la regañó Molly—. ¿Cómo puedes decir eso? esa chica se pudo haber lastimado mucho se hubiera caído.
Ginny no respondió nada, ya que sabía perfectamente que no era bueno contradecir a su madre.
Harry volvió la cabeza y vio a Cho. La muchacha sonreía. La snitch había desaparecido de nuevo. Harry ascendió con la Saeta y enseguida se encontró a siete metros por encima del nivel de juego. Por el rabillo del ojo vio que Cho lo seguía… Prefería marcarlo a buscar la snitch. Bien, pues… si quería perseguirlo, tendría que atenerse a las consecuencias…
Lily se estremeció, sabía a lo que se refería su hijo con «atenerse a los consecuencias»: Dementores.
Volvió a bajar en picado; Cho, creyendo que había vuelto a ver la snitch, quiso seguirle. Harry frenó muy bruscamente. Cho se precipitó hacia abajo. Harry, una vez más, ascendió veloz como un rayo y entonces la vio por tercera vez: la snitch brillaba por encima del medio campo de Ravenclaw. Aceleró; también lo hizo Cho, muchos metros por debajo. Harry iba delante, acercándose cada vez más a la snitch. Entonces…
—¡Ah! —gritó Cho, señalando hacia abajo.
—¿Qué paso ahora? —preguntó Andrómeda.
—¿Dementores? —preguntó una nerviosa Lily a su hijo.
—No exactamente —respondió Harry.
Lily lo miró con confusión, mientras que Ron y los demás Gryffindors miraban a Draco con burla. El aludido los ignoró.
—¿Qué pasa? —preguntó James notando las miradas que le dirigían a cierto rubio Slytherin.
—Oh, ahora lo sabrán —dijo Hermione, sonriendo ligeramente.
Harry se distrajo y bajó la vista. Tres dementores altos, encapuchados y vestidos de negro lo miraban.
Lily miraba a su hijo; eran dementores los que estaban en el campo de juego, pero su hijo había dicho «No exactamente». ¿Qué quería decir con eso? Si claramente lo había leído Susan.
Por su parte Alastor creía que había algo raro. Si habían varios dementores en el colegio, ¿por qué solo tres estaban en el partido?
Esto me huele mal, pensaba el auror.
No se detuvo a pensar. Metió la mano por el cuello de la ropa, sacó la varita y gritó:
¡Expecto patronum!
Algo blanco y plateado, enorme, salió de la punta de la varita. Sabía que había disparado hacia los dementores, pero no se entretuvo en comprobarlo. Con la mente aún despejada, miró delante de él. Ya casi estaba. Alargó la mano, con la que aún empuñaba la varita, y pudo hacerse con la pequeña y rebelde snitch.
—¡SÍ! ¡LA ATRAPÓ! —gritaban los fanáticos del quidditch, sobre todo James y Sirius.
Pero a Lily no le interesaba que su hijo hubiera atrapo la dichosa snitch, ella solo quería saber que había pasado con los dementores. Ella temía que su hijo saliera lastimado.
Alastor tampoco prestaba atención al último párrafo leído, él también quería saber sobre esos supuestos dementores.
Se oyó el silbato de la señora Hooch. Harry dio media vuelta en el aire y vio seis borrones rojos que se le venían encima. Al momento siguiente, todo el equipo lo abrazaba tan fuerte que casi lo derribaron de la escoba. De abajo llegaba el griterío de la afición de Gryffindor.
—¡Éste es mi valiente! —exclamaba Wood una y otra vez.
—Deberías estar celosa de Wood, Ginny —dijo George.
—Sí, deberías, Ginny —confirmó Fred. La aludida lo miró con confusión—. ¿Acaso no escuchaste como llamo nuestro querido ex capitán a Harry?
—Lo llamo: «Mi valiente» —dijeron los gemelos a la vez, pero con una voz demasiado femenina.
Harry se sonrojó, a Ginny se le estaba formando una sonrisa en los labios, y Wood estaba rojo de coraje.
—¡CIERREN LA BOCA, WEASLEYS! —gritó Wood, mientras que los demás reían.
Cuando las risas terminaron, Susan continúo leyendo.
Alicia, Angelina y Katie besaron a Harry, y Fred le dio un abrazo tan fuerte que Harry creyó que se le iba a salir la cabeza. En completo desorden, el equipo se las ingenió para abrirse camino y volver al terreno de juego. Harry descendió de la escoba y vio a un montón de seguidores de Gryffindor saltando al campo, con Ron en cabeza. Antes de que se diera cuenta, lo rodeaba una multitud alegre que le ovacionaba.
—¡Sí! —gritó Ron, subiéndole a Harry el brazo—. ¡Sí!
—Bien hecho, Harry —le dijo Percy muy contento—. Acabo de ganar diez galeones. Tengo que encontrar a Penelope. Disculpa.
Charlie fue el primero que empezó a reír de Percy, y luego lo siguieron los demás Weasley.
—No creo que estuvieras tan contento si hubiera ganado el equipo contraria, Percy —dijo Bill.
El aludido se sonrojó, y miró casi con ojos suplicantes a Susan para que siguiera leyendo. Esta así lo hizo.
—¡Estupendo, Harry! —gritó Seamus Finnigan.
—¡Muy bien! —dijo Hagrid con voz de trueno, por encima de las cabezas de los de Gryffindor.
—Fue un patronus bastante bueno —susurró una voz a Harry junto al oído.
Harry se volvió y vio al profesor Lupin, que estaba encantado y sorprendido.
—¿Estabas allí, Lunático? —preguntó Sirius.
—Al parecer sí —respondió Remus, encogiéndose de hombros.
Por supuesto que estabas allí, Remus. Si yo me la pase más viéndote a ti que al partido, pensaba Hermione, con las mejillas levemente sonrojadas. Pero luego de un momento a otro te fuiste, y no pude seguirte porque sería muy obvio.
—Los dementores no me afectaron en absoluto —dijo Harry emocionado—. No sentí nada.
—Eso sería porque… porque no eran dementores —dijo el profesor Lupin—. Ven y lo verás.
—¿No eran dementores? —preguntó Lily, y Harry negó con la cabeza—. Entonces, ¿qué eran?
—Pues… eh, Susan puedes seguir leyendo —pidió Harry amablemente a la Hufflepuff pelirroja. Ella asintió, mientras que por su parte Draco tenía las mejillas sonrojadas; y Blaise y Theo sonreían levemente, sin que lo notara su rubio amigo.
Sacó a Harry de la multitud para enseñarle el borde del terreno de juego.
—Le has dado un buen susto al señor Malfoy —dijo Lupin.
—¿Qué? —dijeron los merodeadores. Mientras que todas las miradas se centraban en el rubio.
Maldita sea, no puedo creer lo idiota que era, pensaba Draco, sin mirar a nadie; aunque sentía las miradas de sus padres sobre él.
Harry se quedó mirando. Tendidos en confuso montón estaban Malfoy, Crabbe, Goyle y Marcus Flint, el capitán del equipo de Slytherin, todos forcejeando por quitarse unas túnicas largas, negras y con capucha. Parecía como si Malfoy se hubiera puesto de pie sobre los hombros de Goyle. Delante de ellos, muy enfadada, estaba la profesora McGonagall.
—¡Eso es trampa! ¡Trataban de sabotear el partido! —gritó James.
—No al partido, trataban de sabotear a Harry, para que no atrapara la snitch —dijo Sirius, visiblemente enojado igual que James.
—¡AH! ¡YA CALLENSE LOS DOS! ¡LO ÚNICO EN QUE PIENSAN ES EN EL MALDITO QUIDDITCH! —gritó Lily, exasperada por el fanatismo de su novio y el de su amigo por ese condenado deporte.
Snape sonreía con satisfacción al ver a Lily gritando a sus dos némesis. Mientras que Harry y los demás del futuro estaban realmente sorprendido. Aunque Harry ahora comprobaba lo que una vez le había contado Sirius: Tu madre era buena, muy buena amiga y persona, pero tenía un carácter de los mil demonios cuando se enojaba y lo mejor era mantenerse alejado de ella o simplemente hacerle caso a todo lo que dijera. Los del pasado, como Remus, los Longbottom, la profesora McGonagall y Dumbledore ya estaban acostumbrados a eso, y los demás simplemente habían escuchado algo por el estilo, así que no se sorprendieron tanto.
Harry sonrió.
Ahora veo de donde Harry heredo ese carácter. Tal vez Harry no gritaba tanto, pero no era recomendable hacerlo enojar, pensaba Hermione, recordando cuando Harry llego a Grimmauld Place hecho una furia por no haberle contado nada de la Orden.
—Está bien, pelirroja hermosa, ya nos callamos —dijo James, más sumiso.
Sirius asintió.
—Solo cálmate, pelirroja —susurró el animago.
Remus rió entre dientes.
—¡Un truco indigno! —gritaba—. ¡Un intento cobarde e innoble de sabotear al buscador de Gryffindor! (James y Sirius quisieron decirle a Lily: Ya vez, pelirroja, Minnie también cree que sabotearon a Harry. Pero mejor se quedaron callados, no querían ser regañados nuevamente) ¡Castigo para todos y cincuenta puntos menos para Slytherin! Pondré esto en conocimiento del profesor Dumbledore, no os quepa la menor duda. ¡Ah, aquí llega!
—Solo espero que Dumbledore les haya dado un castigo ejemplar —dijeron los gemelos Prewett.
Lucius dejo de mirar a su hijo y se volvió hacia los Prewett, dedicándole una mirada fría.
—Antes creí haber escuchado al capitán de su casa decirle a Potter que tirada de la escoba a la chica del equipo contrario. No les parece algo muy irónico —siseó Lucius.
Los leones no supieron que responder, ya que lo que dijo Malfoy era verdad. Pero Sirius no se quedó callado.
—Cállate, serpiente rastrera, tú no tienes derecho a hablar, ya que ustedes las serpientes siempre hacen trampa.
—Yo no hablo con futuros presidiarios —dijo Lucius, con toda la intención de lastimar a Sirius. Y lo consiguió porque al instante se le oscureció la mirada al animago.
Pero antes de que James, Remus, Harry, Hermione o los demás Weasley defendieran a Sirius, Draco habló.
—Padre, cállate; no te vayas a morder la lengua —siseó Draco.
Lucius volvió su mirada a su hijo. ¿Qué había tratado de decir con eso? ¿Acaso él también estaría encerrado en Azkaban?
No, imposible, se dijo el rubio mayor.
—Vamos, Sirius, no le hagas caso. Tú eres inocente —le dijo Hermione.
Sirius solo asintió.
Si algo podía ponerle la guinda a la victoria de Gryffindor era aquello. Ron, que se había abierto camino para llegar junto a Harry, se partía de la risa mientras veían a Malfoy forcejeando para quitarse la túnica, con la cabeza de Goyle todavía dentro.
—¡Vamos, Harry! —dijo George, abriéndose camino—. ¡Vamos a celebrarlo ahora en la sala común de Gryffindor!
—Bien —contestó Harry.
Y más contento de lo que se había sentido en mucho tiempo, acompañó al resto del equipo hacia la salida del estadio y otra vez al castillo, vestidos aún con túnica escarlata.
—Me encantan las fiestas después de los partidos —comentó Ginny, recordando que su quito curso Harry la beso en plena fiesta, sin importarle lo que dijeran los demás, sin importarle lo que dijera su hermano.
Harry le sonrió sonrojado a Ginny, y esta le devolvió la sonrisa con una mirada enamorada.
Ron los observó y rodó los ojos.
—¡Ay, por favor! —susurró con voz adolorida, puesto que sabía lo que su hermana y mejor amigo recordaban.
Era como si hubieran ganado ya la copa de quidditch; la fiesta se prolongó todo el día y hasta bien entrada la noche. Fred y George Weasley desaparecieron un par de horas y volvieron con los brazos cargados con botellas de cerveza de mantequilla, refresco de calabaza y bolsas de dulces de Honeydukes.
—¿Cómo lo habéis hecho? —preguntó Angelina Johnson, mientras George arrojaba sapos de menta a todos.
—Con la ayuda de Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —susurró Fred al oído de Harry.
—Vaya, es emocionante enterarse que tenemos dignos discípulos —dijo James sonriente.
Sirius sonrió ligeramente, mientras que Remus le daba palmadas de ánimo a malhumorado animago.
Pero a Molly esto no le hacía nada de gracia.
—¿Qué tienen que decir sobre esto? —les cuestionó Molly a sus hijos gemelos.
—Que nos hubiéramos tardado menos si en las cocinas hubieran golosinas —contestaron a coro los gemelos.
—Esto es terrible —medio gritó Molly—. En el futuro los voy a tener más vigilados —sentenció.
Los gemelos se miraron entre ellos.
Rayos, eso no es bueno, pensaron.
Sólo había una persona que no participaba en la fiesta. Hermione (Remus se volvió a mirarla, ella le sonrió tímidamente), inverosímilmente sentada en un rincón, se esforzaba por leer un libro enorme que se titulaba Vida doméstica y costumbres sociales de los muggles británicos. Harry dejó la mesa en que Fred y George habían empezado a hacer juegos malabares con botellas de cerveza de mantequilla, y se acercó a ella.
Lily sonrió, ya que esperaba que su hijo se reconciliara con su mejor amiga.
—¿No has venido al partido? —le preguntó.
—Claro que sí —respondió Hermione, con voz curiosamente aguda, sin levantar la vista—. Y me alegro mucho de que ganáramos, y creo que tú lo hiciste muy bien, pero tengo que terminar esto para el lunes.
No quería levantar la vista porque no quería que Harry notara mi sonrojo, ya que antes de llegar a la sala común se había encontrado con Remus, él me había sonreído con amabilidad y me había saludo con la mano, pensaba Hermione.
—Sé que estudiar era una de tus prioridades, pero creo que divertirse también debería serlo —le aconsejó Frank.
Hermione simplemente asintió.
—Vamos, Hermione, ven a tomar algo —dijo Harry, mirando hacia Ron y preguntándose si estaría de un humor lo bastante bueno para enterrar el hacha de guerra.
Ron se sonrojó, se sentía mal por haberse peleado con su amiga, y más al recordar que había sido por culpa de esa maldita rata, que no valía ni un mísero Knut.
—No puedo, Harry, aún tengo que leer cuatrocientas veintidós páginas —contestó Hermione, que parecía un poco histérica—. Además… —también miró a Ron—, él no quiere que vaya.
No pudo negarlo, porque Ron escogió aquel preciso momento para decir en voz alta:
—Si Scabbers no hubiera muerto, podría comerse ahora unas cuantas moscas de café con leche, le gustaban tanto…
—Eso que dijiste estuvo muy mal, Ronald Weasley —dijo Arthur, sorprendiendo así a sus hijos, ya que la que siempre los regañaba era su madre.
Ron se sonrojó más.
Remus que sabía que Scabbers y su amigo Peter eran los mismos sintió unas ganas de salir de la sala para ir hacia él y golpearlo a lo muggle, porque por su culpa Ron se había enojado con Hermione. Que en ese tiempo seria una pequeña y frágil Hermione. Se preguntó si su yo del futuro se preocuparía por ella, esperaba que sí.
Traidor, pensó Remus con amargura al volverle a la cabeza a su supuesto amigo.
Hermione se echó a llorar (Maldito Peter, pensó Remus, ya que por su culpa Hermione estaba llorado. No lo culpaba a Ron a pesar de que él había comentado tal cosa, porque él solo era un niño, pero Peter, ese era un maldito traidor). Antes de que Harry pudiera hacer o decir nada, se puso el mamotreto en la axila y, sin dejar de sollozar, salió corriendo hacia la escalera que conducía al dormitorio de las chicas, y se perdió de vista.
—¿No puedes darle una oportunidad? —preguntó Harry a Ron en voz baja.
—No —respondió Ron rotundamente—. Si al menos lo lamentara, pero Hermione nunca admitirá que obró mal. Es como si Scabbers se hubiera ido de vacaciones o algo parecido.
—No, pues no se fue de vacaciones —dijo Hermione, un poco molesta—, el muy cobarde solo se estaba escondiendo.
—¿Escondiendo? —dijo Remus.
—Sí —respondió Hermione.
—¿Del gato? —preguntó Ted.
—Es lo más probable —dijo Andrómeda.
No solo del gato, también de Sirius, pensó Harry.
La fiesta de Gryffindor sólo terminó cuando la profesora McGonagall se presentó a la una de la madrugada, con su bata de tela escocesa y la redecilla en el pelo, para mandarles que se fueran a dormir (Aguafiestas, dijeron los gemelos Prewett, ganándose una mirada severa de la profesora de Transformaciones). Harry y Ron subieron al dormitorio, todavía comentando el partido. Al final, exhausto, Harry se metió en la cama de dosel, corrió las cortinas para tapar un rayo de luna, se acostó y se durmió inmediatamente.
Tuvo un sueño muy raro. Caminaba por un bosque, con la Saeta de Fuego al hombro, persiguiendo algo de color blanco plateado. El ser serpenteaba por entre los árboles y Harry apenas podía vislumbrarlo entre las hojas. Con ganas de alcanzarlo, apretó el paso, pero al ir más aprisa, su presa lo imitó. Harry echó a correr y oyó un ruido de cascos que adquirían velocidad. Harry corría con desesperación y oía un galope delante de él. Entró en un claro del bosque y…
—¡AAAAAAAAAAAAAAGH! ¡NOOOOOOOOOOOO!
—¿Qué te ocurrió, hijo? —preguntó una alarmada Lily.
—A mí no me pasaba nada, ya que no fui yo quien grito —respondió Harry.
Ron se sonrojó, pero en realidad él no había tenido la culpa por gritar, ya que Sirius le había dado un susto de muerte al verlo con un cuchillo en la mano.
Harry despertó tan de repente como si le hubieran golpeado en la cara. Desorientado en medio de la total oscuridad, buscó a tientas las cortinas de la cama. Oía ruidos a su alrededor; y la voz de Seamus Finnigan desde el otro extremo del dormitorio:
—¿Qué ocurre?
A Harry le pareció que se cerraba la puerta del dormitorio (¿Alguien había entrado?, preguntó Alice. Neville asintió sonrojado). Tras encontrar la separación de las cortinas, las abrió al mismo tiempo que Dean Thomas encendía su lámpara.
Ron estaba incorporado en la cama, con las cortinas echadas a un lado y una expresión de pánico en el rostro.
—¡Black! ¡Sirius Black! ¡Con un cuchillo!
—¡Por Merlín, Canuto! —suspiró James—. Ni a mí se me habría ocurrido entrar así a la habitación. Aunque hubiera sido una gran broma.
—Oh, ya deja de pensar en bromas, James, que esto no tiene nada de gracioso —lo regañó Lily.
—Lo siento —dijo James.
Sirius no había dicho nada.
Cielos, sí que mi yo del futuro estaba demente, pensaba el animago.
—Pero, ¿cómo pudo entrar si no sabía la contraseña? ¿O si las sabía? —preguntó Andrómeda.
—Sí, sí sabía las contraseñas —respondió un sonrojado Neville.
Hermione también se sonrojo porque su gata había sido el que había robado las contraseñas que Neville tenía apuntadas en un pergamino y luego se lo había dado a Sirius.
—¿Qué?
—¡Aquí! ¡Ahora mismo! ¡Rasgó las cortinas! ¡Me despertó!
—¿No estarías soñando, Ron? —preguntó Dean.
—¡Mirad las cortinas! ¡Os digo que estaba aquí!
Todos se levantaron de la cama; Harry fue el primero en llegar a la puerta del dormitorio. Se lanzaron por la escalera. Las puertas se abrían tras ellos y los interpelaban voces soñolientas:
—¿Quién ha gritado?
—¿Qué hacéis?
Sirius reacciono de su ensoñación y miró a Ron.
—¿No quise lastimarte, verdad? —preguntó esperanzado, ya que temía que su yo del futuro estuviera tan loco que ahora quisiera matar a chicos inocentes.
—No, por supuesto que no —aseguró Ron.
Sirius respiró profundo.
—Entonces, ¿por qué…? —quiso preguntar Sirius, pero Harry lo interrumpió.
—Buscabas a alguien más, solo eso.
—¿A quién? —preguntó nuevamente Sirius.
—Ya lo entenderás todo, pero por ahora no te podemos decir más —dijo Ron.
La sala común estaba iluminada por los últimos rescoldos del fuego y llena de restos de la fiesta. No había nadie allí.
—¿Estás seguro de que no soñabas, Ron?
—¡Os digo que lo vi!
—¿Por qué armáis tanto jaleo?
—¡La profesora McGonagall nos ha mandado acostarnos!
Algunas chicas habían bajado poniéndose la bata y bostezando.
—Estupendo, ¿continuamos? —preguntó Fred Weasley con animación.
—¡Fred Weasley! Ese no era momento para tus bromas —lo regañó Molly.
—Siempre es bueno hacer bromas, así sea en momentos como esos —murmuró por lo bajo Fred.
—¡Todo el mundo a la cama! —ordenó Percy, entrando aprisa en la sala común y poniéndose, mientras hablaba, su insignia de Premio Anual en el pijama.
—¿En serio, sobrino? —preguntaron los gemelos Prewett.
Molly los miró con seriedad, y ellos ya no dijeron más nada.
—Percy… ¡Sirius Black! —dijo Ron, con voz débil—. ¡En nuestro dormitorio! ¡Con un cuchillo! ¡Me despertó!
Todos contuvieron la respiración.
—¡Absurdo! —dijo Percy con cara de susto—. Has comido demasiado, Ron. Has tenido una pesadilla.
Debegías de habegle dado un voto de confianza a tu hegmano, Pegcy —dijo Fleur.
—Sí, pero no lo hizo —acusó Ron.
—Te digo que…
—¡Venga, ya basta!
Llegó la profesora McGonagall. Cerró la puerta de la sala común y miró furiosa a su alrededor.
—¡Me encanta que Gryffindor haya ganado el partido, pero esto es ridículo! ¡Percy, no esperaba esto de ti!
—Yo no había hecho nada —se defendió Percy.
—¡Le aseguro que no he dado permiso, profesora! —dijo Percy, indignado—. ¡Precisamente les estaba diciendo a todos que regresaran a la cama! ¡Mi hermano Ron tuvo una pesadilla…!
—¡NO FUE UNA PESADILLA! —gritó Ron—. PROFESORA, ME DESPERTÉ Y SIRIUS BLACK ESTABA DELANTE DE MÍ, CON UN CUCHILLO EN LA MANO!
—Ahora que lo medito, parece que tu yo del futuro tiene complejo de Jack el destripador —comentó Ted.
—Ted, ahora no —le dijo Andrómeda, al ver lo mal que estaba su primo.
—Lo siento —se disculpó Ted.
La profesora McGonagall lo miró fijamente.
—No digas tonterías, Weasley. ¿Cómo iba a pasar por el retrato?
—¡Hay que preguntarle! —dijo Ron, señalando con el dedo la parte trasera del cuadro de sir Cadogan—. Hay que preguntarle si ha visto…
Mirando a Ron con recelo, la profesora McGonagall abrió el retrato y salió. Todos los de la sala común escucharon conteniendo la respiración.
—Sir Cadogan, ¿ha dejado entrar a un hombre en la torre de Gryffindor?
—¡Sí, gentil señora! —gritó sir Cadogan.
—Tal vez él le dio la contraseña —dijo Frank.
—No lo creo, querido —dijo Alice.
—¿Pero qué clase de guardián es? —gruñó Alastor.
Todos, dentro y fuera de la sala común, se quedaron callados, anonadados.
—¿De… de verdad? —dijo la profesora McGonagall—. Pero ¿y la contraseña?
—¡Me la dijo! —respondió altanero sir Cadogan—. Se sabía las de toda la semana, señora. ¡Las traía escritas en un papel!
Al instante Neville se encogió en su asiento completamente sonrojado.
—Pero ¿cómo es eso de que tenía todas las contraseñas de la semana en un papel? —preguntó Lily.
Los Gryffindors miraron a un sonrojado Neville. Pero antes de que alguien comentara algo a Neville, Harry le pidió a Susan que continuara con la lectura.
La profesora McGonagall volvió a pasar por el retrato para encontrarse con la multitud, que estaba estupefacta. Se había quedado blanca como la tiza.
—¿Quién ha sido? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Quién ha sido el tonto que ha escrito las contraseñas de la semana y las ha perdido?
Hubo un silencio total, roto por un leve grito de terror. Neville Longbottom, temblando desde los pies calzados con zapatillas de tela hasta la cabeza, levantó la mano muy lentamente.
—¿Tenías las contraseñas anotadas en un papel? —preguntó Alice a su hijo, el cual asintió—. ¿Y perdiste tus contraseñas? —Neville volvió a asentir.
—Aunque… las perdiste exactamente, Neville —dijo Hermione, ligeramente avergonzada.
—¿Tú tomaste el papel con las contraseñas? —preguntó Frank a la castaña.
Todos miraban fijamente a Hermione.
—Ella no lo hizo —defendieron Harry y Ron.
Sirius entendió al instante la respuesta de Harry y Ron. Ya que si Hermione no había sido, y ha esta se le notaba avergonzada por algo, entonces eso quería decir que había sido Crookshanks.
Miró hacia su regazo y el gato maulló como dándole la razón.