lunes, 31 de agosto de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 5: El dementor






Una hora después todos ya habían terminado de almorzar y Kreacher recogía todos los servicios y platos vacíos de la mesa, y haciendo una reverencia hacia Harry desapareció.
—Bien —dijo Dumbledore, cogiendo el libro—, ¿quién desea leer el siguiente capítulo? —preguntó.
—Yo leeré —dijo una rubia.
Dumbledore asintió y levito el libro hasta donde estaba Daphne Greengrass.
Daphne abrió el libro en la página donde se había quedado su hermana, cambió la página y leyó.
“El dementor.
Algunos chicos del futuro se estremecieron al escuchar el título, porque recordaron cuando viajaban en el expreso de Hogwarts aquel año, y claro, sin mencionar de que por Hogwarts estuvieron rondando los dementores. Sobretodo Harry, se sentía incómodo al recordar lo que los dementores causaban en él al comienzo.
Por su parte Sirius sabía que ese título tenía que ver con él, ya que los dementores lo estarían buscando por escapar de prisión. Eso lo hizo sentir incómodo, al igual que a Harry.
A la mañana siguiente, Tom despertó a Harry, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándole una taza de té. Harry se vistió, y trataba de convencer a Hedwig de que volviera a la jaula cuando Ron abrió de golpe la puerta y entró enfadado, poniéndose la camisa.
Ron se sonrojó, mientras Luna le daba palmaditas en la espalda, dándole entender de que ella lo apoyaba.
—Seguramente siguió discutiendo con el premio asn… —empezó James, pero Lily lo reprendió.
—¡James! —le reclamó la pelirroja, mientras los demás reían. Hasta Sirius se le olvido por un momento los dementores y rió como nunca, a Ron se le fue el sonrojo y también reía junto con los gemelos Weasley y sus tíos.
Percy miraba a todos con el ceño fruncido. Pero como él decía ser más maduros que todos, no dijo nada, simplemente espero a que todos dejaran de reír para así poder seguir escuchando la lectura.
—Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy. Ahora me acusa de haber manchado de té su foto de Penélope Clearwater. —Ron hizo una mueca—. Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada…
Nadie pudo evitar reír nuevamente, por su parte Percy solo negaba con la cabeza por la inmadurez de sus hermanos.
—Tengo algo que contarte —comenzó Harry, pero lo interrumpieron Fred y George, que se asomaron a la habitación para felicitar a Ron por haber vuelto a enfadar a Percy.
Molly miró desaprobatoriamente a Fred y George. Ellos solo sonreían inocentemente, para que no los regañara.
Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermione de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja.
Todos miraron a Molly con sorpresa, la cual se sonrojó al ser el centro de atención.
—¿Filtro amoroso? —preguntó Arthur, mirando a su esposa—, ¿no habrás usado ese filtro conmigo, verdad?
Molly se sonrojó aún más porque sus hijos esperaban con curiosidad su respuesta.
—Claro que no, Arthur —aseguró Molly de inmediato—, eso solo fue una pequeña travesura de juventud, nada más.
Luego de eso Daphne continúo leyendo.
—¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron a Harry cuando se sentaron.
—Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor.
Con el ajetreo de la partida, Harry tampoco tuvo tiempo de hablar con Ron (Y no lo tendrán, hasta que lleguen al expreso de Hogwarts, dijo Sirius). Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.
—Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.
—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers?
Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.
—¿Todo el curso se la van a estar pasando peleando por el gato y la rata? —preguntó Gideon.
—¡Claro que no! —respondieron Hermione y Ron inmediatamente.
—¡Claro que sí! —contradijo Harry, sonriendo.
Hermione y Ron se sonrojaron. Pero luego de unos segundos Ron habló.
—Ojala y hubiera dejado que Crookshanks se divierta un poco con Scabbers —dijo Ron.
Todos lo quedaron mirando, no entendían al pelirrojo, primero no quería que Crookshanks  ni se le a su rata y luego sale con eso.
Por su parte Remus se quedó pensando en la actitud de Ron, la cual se le hacía muy rara.
Algo ocultan, pensó Remus al ver a Harry y Hermione susurrándole cosas al oído a Ron, parecía como si estuvieran regañando al pelirrojo.
El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.
—Aquí están —anunció—. Vamos, Harry.
El señor Weasley condujo a Harry a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.
—¿Aurores encubiertos? —murmuró Moody.
—Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron con él Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy.
Percy miró ofendido a su hermano menor.
—¿Qué? —dijo Ron, encogiéndose de hombros—, te estabas comportando como la piedra en mi zapato.
Fred y George sonrieron burlones a Percy.
El viaje hasta King’s Cross fue muy tranquilo, comparado con el que Harry había hecho en el autobús noctámbulo. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon. Llegaron a King’s Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.
Eso es tan injusto, ellos tendrían que esperar su turno al igual que todos, pensaba Lily, recordó los atascos que su padre tenía que pasar para llevarla puntal hasta la estación.
El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry durante todo el camino de la estación.
—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry.
Sirius se incomodó al escuchar que protegían tanto a Harry, porque temían que él lo atacará era tan absurdo e irreal. Él nunca lastimaría al hijo de uno de sus mejores amigos, que aparte era su futuro ahijado.
—Gracias por cuidar de mi hijo, Arthur —dijo Lily sumamente agradecida, pero al ver al costado noto la mirada incomoda de Sirius, se apresuró a decir—, no es por desconfiarte de ti, Sirius, pero siempre es bueno que lo protejan —Sirius tuvo que asentir muy a su pesar.
El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, según parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mirada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó.
Ginny negó con la cabeza, su padre nunca podría ser discreto aunque lo intentará.
Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.
—Pues claro que me hizo correr —afirmó Ginny—, y todo por no hacer esperar a su novia.
Percy se sonrojó, mientras que sus hermanos y sus tíos se reían de él.
—¡Ya basta! —gritó Molly y todos los pelirrojos dejaron de reír al instante.
—¡Ah, ahí está Penélope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.
Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado.
Percy cada vez estaba más sonrojado y para que sus hermanos gemelos no se siguieran burlando de él, Percy trataba de esconderse tras Charlie.
Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a Hedwig y a Crookshanks en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron.
—Vaya, sí que es toda una Odisea para ustedes llegar al expreso de Hogwarts —dijo Lily a los Weasley.
Los Weasley no sabía de qué hablaba Lily, pero los que se atrevieron a preguntar fueron los gemelos Prewett.
—¿Una Odi… que?
—Una Odisea —aclaró Hermione—, es decir un viaje lleno de dificultades o aventuras.
—Además de ser una de los mejores poemas épicos de Homero —agregó Lily.
Fred y George se miraron.
—Ah, entonces lo que Harry, Ron y Hermione han tenido que pasar desde que comenzaron Hogwarts ha sido toda una Odisea —dijeron a la vez los gemelos.
—¿Qué quieren decir con eso? —preguntaron los merodeadores con cierta curiosidad.
—Nada —dijeron el trío.
—¿Cómo que nada? —dijo George.
—Y lo que… —Fred dejo de hablar cuando noto las miradas de súplica de su hermano, Harry y Hermione—, y lo que… no pues yo quería decirles, pero luego lo miran a uno con su carita de “no lo vuelvo hacer”, y simplemente así no se puede —dijo Fred encogiéndose de hombros.
—¿Y desde cuando te importan las caras de súplica que pongan? —le cuestionó Charlie.
Como respuesta Fred se volvió a encoger de hombros.
Luego de ese intercambio de palabras, Daphne continúo leyendo.
La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Hermione y por último a Harry. Éste se sintió embarazado, pero muy agradecido cuando ella le dio un abrazo de más.
Lily sintió tristeza y agradecimiento a la vez; tristeza por no poder ser ella quien abrazara a Harry en esos momentos, y agradecida con Molly por darle el amor de madre que ella no podía.
—Cuídate, Harry ¿Lo harás? —dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes. Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron… no, no son de conserva de buey… Fred… ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño…!
—Típico de mamá —dijeron los gemelos.
—Harry —le dijo en voz baja el señor Weasley—, ven aquí un momento.
Señaló una columna con la cabeza y Harry lo siguió hasta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley.
—Tengo que decirte una cosa antes de que te vayas —dijo el señor Weasley con voz tensa.
—No es necesario, señor Weasley. Ya lo sé.
—Eso debió sorprenderte mucho, ¿eh, cuñadito? —dijeron los gemelos Prewett.
—¿Que lo sabes? ¿Cómo has podido saberlo?
—Yo… eh… les oí anoche a usted y a su mujer. No pude evitarlo. Lo siento…
—No quería que te enteraras de esa forma —dijo el señor Weasley, nervioso.
—No… Ha sido la mejor manera. Así me he podido enterar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.
—Siempre pensando en los demás antes que en ti —le dijo Ginny por lo bajo a su novio.
Este solo sonrió como disculpándose.
—Harry, debes de estar muy asustado…
—Cualquiera en su lugar lo estaría —comentó Lee Jordan.
—No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incrédulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad?
—Lo siento —se disculpó Harry, viendo a su padrino—, no es que haya querido compararte con él, es solo que… —Harry ya no supo que más decir.
—Entiendo —le dijo Sirius.
El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada.
—Harry, sabía que estabas hecho…, bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengas miedo, pero…
James a medida que escuchaba sobre su hijo, se sentía cada vez más orgulloso de él.
—¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!
—Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley. Pero se volvió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra…
—¿De qué seré un buen chico y me quedaré en el castillo? —preguntó Harry con tristeza.
—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black.
—¿Por qué iría en busca de un supuesto asesino? —preguntó Frank.
—Porque conociendo a Harry, uno sabe que eso es justo lo que hará —respondió Neville con simpleza.
Harry lo miró fijamente.
—¿Qué?
Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren.
—Prométeme, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra…
—¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quiere matarme? —preguntó Harry, sin comprender.
—Y justamente tú es quien lo pregunta —le reclamó Ginny.
—Bueno… —dijo Harry.
—No hay excusa que valga, Harry, todos te conocemos perfectamente —dijo Hermione.
—Prométeme que, oigas lo que oigas…
—¡Arthur; aprisa! —gritó la señora Weasley.
Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Harry corrió hacia la puerta del vagón, y Ron la abrió y se echó atrás para dejarle paso. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.
—Tengo que hablaros a solas —dijo entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren cogió velocidad.
En ese momento Ginny resopló, recordando como la botaba su hermano. Todos miraron a la pelirroja sin entender porque resoplaba.
—Vete, Ginny —dijo Ron.
Y ahí entendieron él porque de la actitud de la pelirroja.
—¡Ronald! —lo regañó Molly—, no tenías que tratar así a tu hermana.
—Es que íbamos hablar de algo importante y privado, mamá —se defendió el pelirrojo.
—¡Qué agradable eres! —respondió Ginny de mal humor; y se marchó muy ofendida.
—Eran tan cruel conmigo —dijo Ginny, mirando a Ron.
—Necesitábamos privacidad, Ginny —volvió a defenderse Ron.
—Sí, claro —dijo la pelirroja.
Harry, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final.
Hermione sabiendo lo que pasaría a continuación, miró a Remus y le sonrió. Esa había sido la primera vez que ella lo había visto, él estaba dormido, ella primero se sorprendió al ver a un hombre en el vagón, y a medida que Harry, Ron y ella hablaban, ella de vez en cuando lo miraba. Eso no quería decir que no le pusiera atención a lo que decían sus amigos, era solo que una fuerza magnética la hiciera que no dejara de ver a Remus, aunque en ese momento solo le podía ver el cabello castaño.
Remus levantó la mirada y se encontró con los ojos chocolates de Hermione, esta le volvió a sonreír, pero de una manera distinta a las otras sonrisas que le había regalado. El corazón de Lupin le empezó a latir mucho más rápido que antes, pero tratando de no hacer caso a su corazón, él le devolvió la sonrisa.
¿Qué le sucederá? ¿Por qué me sonríe de esa manera?, se preguntaba Remus; aunque se ve mucho más linda.
En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que llevaba el carrito de la comida.
Este hecho había sorprendido mucho a los del pasado.
—¿Un hombre? —exclamaron los gemelos Prewett.
—Pero no se supone que el expreso es específicamente para los estudiantes —ahora habló Frank.
Harry, Ron y Hermione se miraron y sonrieron, pero esta última volvió a mirar a Remus, el cual se sonrojó al sentir la mirada de la castaña sobre él.
—Tal vez sea un auror —dijo Alice.
—Pues si es un auror, en definitiva está haciendo muy mal en quedarse dormido —dijo Ted.
El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.
No sabían porque, pero esa descripción le hicieron creer a James y Sirius que se trataba de su amigo Lupin. Lily también creí lo mismo que los otros dos merodeadores, y ahora teniendo en cuenta de que ni James, ni Sirius estarían con Remus, Lily se imaginó que la vida de su amigo no fue un lecho de rosas.
Pero aún le queda Peter, pensó Lily esperanzada.
Por su parte Remus sintió algo extraño al escuchar la descripción de ese extraño hombre. No sabía porque, pero en el fondo le parecía que se trataba de él.
Remus suspiró, al imaginar lo que sería de su vida sin dos de sus amigos, uno muerto, el otro encerrado en prisión… y Peter, bueno de él no sabía nada todavía, solo esperaba poder seguir contando con su amistad en esos años donde ni James, ni Sirius estarían.
En verdad espero que a Peter no le haya pasado nada malo, porque él será mi única compañía, ya que se perfectamente que nunca podré formar una familia, pensaba tristemente Remus.
—¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.
—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato.
—¿Yo? —preguntó Remus con sorpresa, levantando la cabeza. A Lupin no le sorprendía que sea él, por la descripción se lo imagino, lo que si le sorprendió fue el título de Profesor. Aunque tenía que admitir que la idea de ser profesor le entusiasmaba—. ¿Yo? ¿Profesor?
—¡Vaya! ¡Lunático te pasaste al lado oscuro! —dijeron a coro James y Sirius.
Remus no contestó aun no podía creer que en el futuro fuera profesor.
—Sí, pero a todo esto… —dijo Fabian.
—¿Cómo lo sabes? —preguntaron Gideon y Fabian a coro, mirando a Hermione.
—¿Cómo lo sabes?
Los gemelos Prewett sonrieron al intuir que esa misma pregunta la había hecho su sobrino.
—Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lupin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas.
Remus se sonrojó ante la descripción de sus desgastadas cosas.
En el futuro seré mucho más pobre que ahora. Claro, quien le querría dar empleo a un licántropo, pensaba Remus.
—Pues Dumbledore si te dio empleo —le susurró James, como respuesta a su pregunta no formulada.
—Por supuesto, y ya deja de auto-compadecerte —le susurró Sirius del otro lado, sabiendo la costumbre que tenía su amigo de menospreciarse.
Remus asintió, sí que extrañaría a sus amigos en el futuro.
Hermione había estado atenta a la reacción de Remus, y lo había visto bajar la cabeza, en señal de que se había avergonzado, y aunque no había escuchado nada de lo que James y Sirius le había dicho a Remus, estaba segura de que sus palabras le habían levantado un poco el ánimo a su futuro esposo. A ella le hubiera gustado hacer lo mismo que los dos animagos, le hubiera gustado poder acercarse a él y susurrarle que a ella no le importaba que él fuera pobre, que lo único que le importaba era lo maravillosa persona que era. Del maravilloso hombre del cual ella se había enamorado.
—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.
—Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Serás un maravilloso profesor, Remus —le dijo Lily para levantarle los ánimos a su amigo.
—¡Por supuesto que lo fue! —dijeron Hermione, Harry y Ron, siendo secundados por todos los chicos a los que Remus había dado clases. Y aunque los Slytherin no dijeron nada, estaban de acuerdo con las palabras del trío.
Remus se sonrojó, pero ahora porque escuchaba los halagos de sus futuros alumnos.
Harry, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado.
—Lo que nos resulta de lo más extraño —dijeron los Prewett.
—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda. Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar?
—¡Ronald! —regañaron Molly y para sorpresa de Remus, también Hermione.
—Lo siento —se disculpó Ron mirando a Remus—, pero solo tenía trece años y no sabía lo que decía —se justificó.
Remus solo le sonrió con su amable expresión que tenía por naturaleza.
—Tampoco sabes lo que dices ahora —le reprochó Ginny. Mientras Fred y George reían.
Ron miró a su hermana con el ceño fruncido.
—No preocupes, Ron, yo creo que fuiste sincero al decir lo que pensabas en ese momento —dijo Luna.
Ron le sonrió a su novia.
—Gracias, Luna, tú eres la única que me comprende —dijo el pelirrojo.
—Solo porque es tu novia, y esta ciega de amor… —empezó George.
—… pero cuando recupere la vista, te vera tal cual eres —terminó Fred.
A Ron se le pusieron rojas las orejas de lo enojado que se sentía en ese momento con sus hermanos.
Y antes de que Ron empezara a hablar, Daphne decidió seguir con la lectura, porque ya se imaginaba que si a Ron le hubiera dado tiempo de hablar, los hermanos Weasley se hubieran enfrascado en una discusión interminable.
Harry explicó la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:
—¿Sirius Black escapó para ir detrás de ti? ¡Ah, Harry, tendrás que tener muchísimo cuidado! No vayas en busca de problemas…
—Yo no busco problemas —respondió Harry, molesto—. Los problemas normalmente me encuentran a mí.
—Igual que a mí, mejor dicho igual que a nosotros —dijo James, señalando a sus amigos y luego señalándose él.
Lily lo miró con ojos entrecerrados.
—Pues los problemas no te encontrarían o los encontrarían —dijo Lily, también dirigiéndoles una mirada a Sirius y Remus—, si dejaran de hacer tantas bromas y si dejaran de salir por las noches.
—No simplemente es salir, es merodear —corrigió Sirius.
—¡Qué tonto tendría que ser Harry para ir detrás de un chalado que quiere matarlo! —exclamó Ron, temblando.
—¡Oye! —dijo Sirius mirando a Ron—. Yo no estoy chalado. La única chalada de la “familia” es Bellatrix.
Narcissa frunció el ceño, Andrómeda se incomodó al escuchar hablar de su hermana, y la cara de Hermione se contorsionó de dolor, llevó una mano al brazo izquierdo donde Bellatrix Lestrange la había marcado.
Remus que había estado muy atento a Hermione, no sabía porque Hermione puso esa expresión de dolor y sobretodo porque se había tocado el brazo.
¿Acaso siente dolor?, se preguntó Lupin con preocupación.
Se tomaban la noticia peor de lo que Harry había esperado. Tanto Ron como Hermione parecían tenerle a Black más miedo que él.
Sirius miró a Ron y a Hermione.
La castaña levanto la vista al notar una mirada sobre ella, lentamente quito su mano de su brazo.
—Bueno, he de reconocer que en ese momento si le temía —dijo Hermione, ligeramente sonrojada.
—Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban —dijo Ron, incómodo—. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad.
—Pero lo atraparán, ¿a que sí? —dijo Hermione convencida—. Bueno, están buscándolo también todos los muggles…
—Ah, muchas gracias por tus buenos deseos, castaña —dijo Sirius irónicamente.
—L-lo siento —se disculpó Hermione, ahora completamente sonrojada.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Ron.
De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.
—Viene de tu baúl, Harry —dijo Ron poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.
Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de Ron, brillando muy intensamente.
—Eso es muy peculiar, porque tendría que sonar ese chivatoscopio si supuestamente no hay peligro dentro del vagón —dijo Moody con cierta sospecha.
Harry, Ron y Hermione se miraron, habían sido muy tontos al dejar pasar ese hecho.
—¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó Hermione con interés, levantándose para verlo mejor.
—Sí… Pero claro, es de los más baratos —dijo Ron—. Se puso como loco cuando lo até a la pata de Errol para enviárselo a Harry.
—¿No hacías nada malo en ese momento? —preguntó Hermione con perspicacia.
—¡No! Bueno…, no debía utilizar a Errol. Ya sabes que no está preparado para viajes largos… Pero ¿de qué otra manera hubiera podido hacerle llegar a Harry el regalo?
Lily miró a Ron, ella estaba feliz de que su hijo hubiera hecho tan buenos amigos.
—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, porque su silbido les perforaba los oídos— o le despertará.
Señaló al profesor Lupin con la cabeza. Ron metió el chivatoscopio en un calcetín especialmente horroroso de tío Vernon, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.
De pronto algo hizo clic en el cerebro de Lupin, o mejor dicho fue uno de sus pensamientos más pesimistas y de auto-menosprecio.
No será que el chivatoscopio empezó a sonar porque detecto que yo soy un licántropo, pensó Remus horrorizado.
—No por ti —susurraron James y Sirius en el oído de Remus, respondiendo a su pensamiento.
—Podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade —dijo Ron, volviendo a sentarse. Fred y George me han dicho que en Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.
—¿Sabes más cosas de Hogsmeade? —dijo Hermione con entusiasmo—. He leído que es la única población enteramente no muggle de Gran Bretaña…
—Sí, eso creo —respondió Ron de modo brusco—. Pero no es por eso por lo que quiero ir. ¡Sólo quiero entrar en Honeydukes!
—Lo suponía —dijo Bill.
—Eres tan glotón, pequeño Ronnie —dijeron los gemelos Weasley con burla.
—¿Qué es eso? —preguntó Hermione.
—Es una tienda de golosinas —respondió Ron, poniendo cara de felicidad—, donde tienen de todo… Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca… y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación…
—Sí, las plumas de azúcar son muy útiles… —dijo George.
—… sobre todo cuando están en una de esas clases del profesor Binns —dijo Fred.
La profesora McGonagall frunció el ceño, preparándose ya para los dolores de cabeza que le daría a causa de los gemelos Weasley.
—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante —presionó Hermione con impaciencia—. En Lugares históricos de la brujería se dice que la taberna fue el centro en que se gestó la revuelta de los duendes de 1612. Y la Casa de los Gritos se considera el edificio más embrujado de Gran Bretaña…
En ese momento los merodeadores se miraron y sonrieron sin poder evitarlo, ya ellos junto a una rata fueron la que le dieron esa reputación a la Casa de los Gritos. Y frente a ellos el trío dorado miraron a los merodeadores y también se sonrieron.
—… Y enormes bolas de helado que te levantan unos centímetros del suelo mientras les das lenguetazos —continuó Ron, que no oía nada de lo que decía Hermione.
—Es que el pequeño Ronnie, solo escucha lo que le conviene —apuntaron los gemelos Weasley.
Hermione se volvió hacia Harry.
—¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade?
—Supongo que sí—respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaréis cuando lo hayáis descubierto.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.
—Pues que esos insensatos que tiene por tíos no le firmaron la autorización —comentó Alice.
—Y nadie le querrá firmar la autorización porque temen de que lo lastimen —dijo Frank, evitando decir el nombre de cierto merodeador para no hacerlo sentir mal.
—Yo no puedo ir. Los Dursley no firmaron la autorización y Fudge tampoco quiso hacerlo.
Ron se quedó horrorizado.
—¿Que no puedes venir? Pero… hay que buscar la forma… McGonagall o algún otro te dará permiso…
—Por mucho que hubiera querido ayudar, no podría haber firmado esa autorización porque no soy familiar del señor Potter —dijo la profesora McGonagall, con cierto pesar.
Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.
—Podemos preguntar a Fred y a George. Ellos conocen todos los pasadizos secretos para salir del castillo…
No hubo necesidad de pedirles ayuda a Fred y a George, ellos solitos se ofrecieron a ayudarme, recordó Harry, sonriendo ligeramente.
—¡Ron! —le interrumpió Hermione—. Creo que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black…
Hermione evitaba mirara hacia al frente porque sabía que Sirius la estaba mirando con reproche. Pero no se arrepentía de sus palabras de ese momento, porque ella solo se estaba preocupando por su amigo.
—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Harry.
La profesora McGonagall no sabía cómo hubiera reaccionado su yo del futuro si Harry se acercaba a ella para pedirle que le firmara la autorización, pero con todo eso de Sirius, tal vez ella pensaría que el merodeador era culpable de los crímenes de los cuales se le acusaban.
—Pero si nosotros estamos con él… Black no se atreverá a…
—No digas tonterías, Ron —interrumpió Hermione—. Black ha matado a un montón de gente en mitad de una calle concurrida. ¿Crees realmente que va a dejar de atacar a Harry porque estemos con él?
—Repito, yo nunca lastimaría a nadie, y menos al hijo de Cornamenta —dijo Sirius, mientras por debajo de la mesa apretaba los puños.
—Lo sé y lo siento —dijo Hermione avergonzada—, pero en ese momento no lo sabía.
—Ella no tiene la culpa de nada, Sirius —le dijo por lo bajo Remus, al notar que su amigo podría desquitarse con cualquiera su mal humor.
Sirius asintió.
Mientras hablaba, Hermione enredaba las manos en la correa de la cesta en que iba Crookshanks.
—¡No dejes suelta esa cosa! —exclamó Ron.
—Y ahí van empezar nuevamente —dijeron los gemelos Prewett, con tono cansino.
Pero ya era demasiado tarde. Crookshanks saltó con ligereza de la cesta, se desperezó, bostezó y se subió de un brinco a las rodillas de Ron; el bulto del bolsillo de Ron estaba temblando y él se quitó al gato de encima, dándole un empujón irritado.
—¡Apártate de aquí!
—¡No, Ron! —exclamó Hermione con enfado.
—Y yo repito, ojala hubiera dejado que Crookshanks jugara un rato con la rata —susurró Ron.
—¿Qué dijiste? —le preguntó James.
—¿Yo? —dijo Ron, señalándose—, nada —mintió.
James lo miró con ojos entrecerrados por unos segundos, pero luego volvió a prestar atención a la lectura.
Ron estaba a punto de responder cuando el profesor Lupin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo.
Remus se sonrojó.
El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.
A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado. Crookshanks se había instalado en un asiento vacío, con su cara aplastada vuelta hacia Ron, y tenía los ojos amarillentos fijos en su bolsillo superior.
—Parece que Crookshanks va a tener mucho protagonismo en este libro —comentó Lee.
Los merodeadores se quedaron pensativos.
Hermione miró a su gato y sonrió, cosa que no pasó desapercibida por los merodeadores y por Lily.
A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.
—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Ron, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.
Hermione se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.
Y en ese momento en que me acerque a Remus por primera vez, fue que sentí una sensación extraña, era como si ese vacío que siempre había tenido en mi corazón, fuera por fin llenado. No sabía cómo interpretar lo que me pasaba en ese momento —pero ahora sí, estaba enamorada—, lo único que sabía era que ese vacío nunca más volviera. Y cuando hablé, mi voz se escuchó nerviosa, me sentía nerviosa, lo bueno fue que ni Harry ni Ron lo notaron, recordaba Hermione.
—Eeh… ¿profesor? —dijo—. Disculpe… ¿profesor?
El dormido no se inmutó.
—No te preocupes, querida —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.
—Está dormido, ¿verdad? —dijo Ron en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento—. Quiero decir que… no está muerto, claro.
Hermione se estremeció, y de pronto sus ojos se llenaron de lágrimas porque la imagen de Remus muerto se le vino a la cabeza. Empezó a dar leves caricias a su vientre para tratar de reprimir el llanto.
Harry y los gemelos Weasley notaron el estado de ánimo de la castaña, así que los pelirrojos se apresuraron a hablar.
—Y aquí está otra prueba más… —empezó George.
—… de la insensibilidad de nuestro pequeño hermano —terminó Fred.
Ron enrojeció.
—No, no: respira —susurró Hermione, cogiendo el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry.
Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno (Remus miró confuso al trío de amigos). A media tarde, cuando empezó a llover y la lluvia emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.
—Ya habían tardado en aparecer —comentó Terry Boot.
Draco levantó la vista, y una sonrisa cínica se formó en su rostro.
—Vaya, Boot se hubiera sabido que te gustaban mis visitas, tal vez hubiera ido a molestar a tu vagón —dijo Draco. Terry frunció el ceño, y Draco soltó una risita, pero una risa distinta a sus antiguas risas, esta parecía más natural—, no pongas esa cara solo era una broma.
Lucius miró con recelo a su hijo, pensando en hacer algo efectivo para que su primogénito dejara de comportarse de esa manera en el futuro, ya que un Malfoy no hacia bromas, porque un Malfoy no era un payaso, un Malfoy imponía respeto por cualquier lugar al que iba.
Draco Malfoy y Harry se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hogwarts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin. Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y llevaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goyle llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.
—Sí, igual de atractivos que sus padres —ironizó Andrómeda.
Alice soltó una risita.
—Bueno, mirad quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado y la rata.
Crabbe y Goyle se rieron como bobos.
Los merodeadores miraron con el ceño fruncido a Draco, el cual solo se encogió de hombros.
—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?
—Lo siento, señores Weasley —dijo Draco, avergonzado, pero su tono de voz era solemne—, en ese tiempo yo solo era un chico maleducado.
Molly y Arthur que se sintieron ofendidos por las palabras del rubio del libro, se quedaron desconcertados con las disculpas dadas por Draco.
Lucius Malfoy parecía que quería torturar a su hijo con la mirada.
—No tienes que disculparte con esos, eres un Malfoy —siseó, pero Draco ignoró a su padre.
Daphne siguió leyendo, antes de que hubiera una fuerte discusión entre padre e hijo. Ella conocía a Draco y sabía que no era un chico que aguantaba mucho, y ahora con su nueva actitud, estaba segura que explotaría y le diría un par de cosas —nada agradables— a su padre.
Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.
—Estabas despierto, ¿verdad, Lunático? —afirmó James.
—Sí, porque no creo que hayas podido ser tan oportuno —dijo Sirius.
Remus no sabía que responder.
—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.
—Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué decías, Malfoy?
Seamus y Dean sonrieron.
Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.
—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia.
—Típico de los Malfoy —dijo Sirius, mirando con furia a Lucius. El rubio le devolvió una mirada de desdén.
Y desaparecieron.
Harry y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nudillos.
—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así sobre mi familia, le cogeré la cabeza y…
Ron hizo un gesto violento.
—¿Y lo hiciste? ¿Lo golpeaste? —preguntaron los gemelos Prewett a su sobrino.
Draco rodó los ojos, mientras que Narcissa fulminaba con la mirada a Ron.
—No, yo no pude hacerlo —admitió Ron, sus tíos negaron con la cabeza—, pero alguien más lo hizo por mí —dijo mirando de reojo a Hermione.
Harry sonrió.
Draco al escuchar eso, se le pusieron las mejillas ligeramente coloradas.
—¿Quién fue? —volvieron a preguntar los Prewett.
—¡Basta ya! —los reprendió Molly.
Los Prewett se callaron de inmediato.
—Cuidado, Ron —susurró Hermione, señalando al profesor Lupin—. Cuidado… puedes golpearlo…
—Parece que alguien se preocupa mucho por ti, Lunático —le susurró Sirius a Lupin. El aludido se sonrojó, pero no comento nada al respecto.
Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.
—No entiendo. ¿Estás o no estás dormido? —preguntó Alice a Remus.
—No lo sé, eso aún no ha ocurrido —respondió Remus, aun sonrojado.
La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.
A Remus aún le sonaba tan extraño que lo nombraran a él como “el profesor Lupin”.
—Debemos de estar llegando —dijo Ron, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lupin por la ventanilla, ahora completamente negra.
Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.
Los chicos del futuro se pusieron serios de repente, puesto que sabían lo que sucedería luego. Puesto que el tren no paraba porque habían llegado.
—Parece muy pronto el que hayan llegado —comentó Arthur.
—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete…
—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mirando el reloj.
—Entonces, ¿por qué nos detenemos?
—Eso sí que es raro —dijo Andrómeda.
Solo espero que yo no tenga nada que ver en esto, pensaba Sirius, con el rostro sombrío.
El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.
Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.
Los chicos del futuro se estremecieron. Y los del pasado no sabían la razón por sus actitudes, pero algo les decía que se venía algo malo.
—¿Qué sucede? —dijo detrás de Harry la voz de Ron.
—¡Ay! —gritó Hermione—. ¡Me has pisado, Ron!
Harry volvió a tientas a su asiento.
—¿Habremos tenido una avería?
—No sé…
—Fue algo mucho peor —se atrevió a decir Seamus. Todos miraron al chico, pero luego decidieron atender la lectura.
Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de Ron, que limpiaba el cristal y miraba fuera.
—Algo pasa ahí fuera —dijo Ron—. Creo que está subiendo gente…
—¿Gente? ¿A medio camino? No lo creo —dijo Lily, con el rostro entre preocupado y serio. Pero de pronto algo le hizo entender lo que sucedía, el título del capítulo era “El dementor”—. Oh, no —susurró la pelirroja llevándose las manos a la boca.
—¿Qué sucede, Lily? —le preguntó James pasándole un brazo por la cintura.
—Dementores —susurró Lily.
James comprendió inmediatamente lo que eso significaba, y miró a su futuro hijo.
La puerta del compartimento se abrió de repente y alguien cayó sobre las piernas de Harry, haciéndole daño.
—¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento…
—Hola, Neville —dijo Harry, tanteando en la oscuridad, y tirando hacia arriba de la capa de Neville.
—¿Harry? ¿Eres tú? ¿Qué sucede?
—¡No tengo ni idea! Siéntate…
Se oyó un bufido y un chillido de dolor. Neville había ido a sentarse sobre Crookshanks.
Neville se sonrojó. Y Hannah le sonrió, dándole un poco de confort.
—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede. —Harry notó que pasaba por su lado, oyó abrirse de nuevo la puerta, y después un golpe y dos fuertes chillidos de dolor.
—¿Quién eres?
—¿Quién eres?
—¿Ginny?
—¿Hermione?
—¿Qué haces?
—Buscaba a Ron…
—Entra y siéntate…
—Aquí no —dijo Harry apresuradamente—. ¡Estoy yo!
Ese pequeño percance logro disminuir la tensión del ambiente. Aunque Ginny y Harry preferían que esa parte no saliera en el libro, puesto que los dos estaban avergonzados.
—Apuesto a que ahora ya no le molestara tener a la pequeña Ginny en sus piernas —susurró Sirius a sus amigos, los cuales solo se dedicaron a mirar a la sonrojada pareja.
—¡Ay! —exclamó Neville.
—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.
Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.
—Despertaste en un buen momento, Lunático —le dijo James, con verdadero alivio.
Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.
Eso es, siempre alerta, pensaba Moody.
—No os mováis —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.
De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Harry miró hacia abajo y lo que vio le hizo contraer el estómago. De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua…
Harry se estremeció.
—Un dementor —dijo Lily con pánico.
Sirius también se estremeció, y pensar que su yo del futuro había tenido que convivir con esos terribles seres durante doce años, lo ponía mal.
¿Cómo pude aguantar tanto?, se preguntaba el animago.
Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado la mirada de Harry, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra.
Y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.
Hermione sintió nauseas al escuchar esa parte, así que se obligó a respirar profundo para controlar su malestar. Y el bebé dentro de ella se movió inquieto al sentir su inquietud.
La castaña empezó a hacer suaves masajes en su abultado vientre.
—Esa maldita cosa los va a atacar —dijo Molly horrorizada.
—Tranquila, señora Weasley no pasó nada malo —dijo Harry, tratando de calmar a una señora Weasley embarazada.
Un frío intenso se extendió por encima de todos. Harry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón…
Todos miraron preocupados al chico de la cicatriz.
Este solo sonrió tratando de tranquilizar a todos. Aunque en realidad la había pasado muy mal en ese momento y recordarlo le hacía sentir un escalofrió por su espalda.
Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del agua se hacía más fuerte…
Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los brazos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él…
Lily cerró los ojos horrorizada. ¿Cómo era posible que su hijo tuviera que pasar por tantas cosas desagradables? Y que ella no pudiera estar con él en esos momentos la destruía.
—¿Gritos de súplica? —preguntó Remus, con confusión.
Los dementores se alimentan de tus miedos, de tus recuerdos o pensamientos más tristes. A menos que… esos gritos fueran de…, pensaba Remus mirando a Lily.
—¿Pero de quién serian esos gritos? —preguntó Lily, con una voz queda.
Harry solo bajo la mirada, no sería él quien lo dijera, ya se darían cuanta después a quien le pertenecía esos gritos.
Ginny al darse cuenta del estado de ánimo de Harry, le apretó la mano, para hacerle ver que ella siempre estaría con él.
—¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien?
Alguien le daba palmadas en la cara.
—¿Qué?
Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba… El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Ron y Hermione estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos vio a Neville y al profesor Lupin, mirándolo. Harry sentía ganas de vomitar. Al levantar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío.
Harry aparto la mirada, no quería que nadie lo viera débil, le avergonzaba en verdad sentirse de esa forma.
—¿Pero por qué se desmayó? —preguntó Ted.
—Porque Harry había pasado mucho más cosas que cualquier chico de su edad —respondió McGonagall con seriedad.
Todos se quedaron en silencio, reflexionando la respuesta de la profesora de Transformaciones. Hasta que luego de unos minutos Daphne continuo con la lectura.
Ron y Hermione lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ron, asustado.
—Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese… ese ser? ¿Quién gritaba?
—No gritaba nadie —respondió Ron, aún más asustado.
Ron sintió un escalofrió al recordar la voz susto de su amigo en ese momento.
—Aún me sigue pareciendo extraño eso del grito —dijo Frank, pero nadie respondió nada acerca de que se debían los gritos.
Harry examinó el compartimento iluminado. Ginny y Neville lo miraron, muy pálidos.
—Pero he oído gritos…
Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.
—Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo especialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.
—Gracias por eso, Remus —le dijo Lily a Lupin. El aludido solo asintió con la cabeza.
—Lo bueno es que Lunático siempre tiene chocolate —dijo James, sonriendo a su amigo.
Harry cogió el chocolate, pero no se lo comió.
—¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.
—Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban.
Sirius se puso pálido, no quería pasar ni un solo segundo cerca de esas criaturas.
Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.
—Coméoslo —insistió—. Os vendrá bien. Disculpadme, tengo que hablar con el maquinista…
Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.
—Y ahora empezara el interrogatorio a Harry —dijeron los gemelos Prewett.
—¿Seguro que estás bien, Harry? —preguntó Hermione con preocupación, mirando a Harry.
—No entiendo… ¿Qué ha sucedido? —preguntó Harry, secándose el sudor de la cara.
—Bueno, ese ser… el dementor… se quedó ahí mirándonos (es decir; creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú…
—Creí que te estaba dando un ataque o algo así —dijo Ron, que parecía todavía asustado—. Te quedaste como rígido, te caíste del asiento y empezaste a agitarte…
—¡Oh, por Merlín! —exclamó Lily.
—¿Y se puede saber qué fue lo que te paso, Potter? ¿Por qué te desmayaste? —preguntó Draco, pero ahora sin ganas de burlarse, sino con curiosidad.
—Ya te enteraras luego, Malfoy —respondió Harry.
—Blandengue —susurró Lucius, a la vez que miraba a Harry con desprecio.
—Y entonces el profesor Lupin pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó Hermione—. Y dijo: «Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete.» (James y Sirius miraron al licántropo. Y James preguntó: “¿Tú también creías que Sirius era un criminal?”. Remus no sabía que responder ante eso, todavía no había sucedido. Ron respondió: “Todo el mundo mágico creía que Sirius era culpable, así que me imagino que Remus también lo creía”) Pero el dementor no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue…
Y desde ese momento que lo vi actuar con tenacidad, lo empecé admirar. Él no solo había hecho que el vacío que sentía desapareciera sino que también lo admirada, recodaba Hermione.
La castaña le dirigió una mirada a Lupin y luego le sonrió, el aludido también le sonrió pensando que Hermione le sonreía por agradecimiento por lo que había hecho en el futuro. Pero Remus no sabía que esa sonrisa significaba más que un simple agradecimiento, esa sonrisa significaba admiración y amor, sobre todo amor.
—Ha sido horrible —dijo Neville, en voz más alta de lo normal—. ¿Notasteis el frío cuando entró?
—Yo tuve una sensación muy rara —respondió Ron, moviendo los hombros con inquietud—, como si no pudiera ya volver a sentirme contento…
—Fue una sensación horrible —afirmó el pelirrojo. Harry, Hermione, Ginny y Neville asintieron.
Ginny, que estaba encogida en su rincón y parecía sentirse casi tan mal como Harry, sollozó. Hermione se le acercó y le pasó un brazo por detrás, para reconfortaría.
—Y como no, después de lo que había vivido en el curso anterior —dijo Bill, comprendiendo a su pequeña hermana.
—Pero ¿no os habéis caído del asiento? —preguntó Harry, extrañado.
—No —respondió Ron, volviendo a mirar a Harry con preocupación—. Ginny temblaba como loca, aunque…
Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el control de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho?
—¿Vergüenza? No creo que deberías de sentir vergüenza por eso, dado el caso de que esas cosas son horribles, tú no tienes la culpa de nada —dijo Lily mirando a su futuro hijo.
Harry asintió.
El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:
—No he envenenado el chocolate, ¿sabéis?
Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.
—Es que el chocolate contiene endorfina —dijo Hermione.
Muchos la miraron con confusión.
—¿Qué es eso? —se atrevió a preguntar Oliver Wood.
—Lo que Hermione quiere decir es que te levanto el ánimo, dándote una sensación de bienestar —respondió Remus.
—Lunático fue el único que entendió a la castaña —susurró Sirius a James, el cual asintió.
—Parece que se complementan —susurró James.
—Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dijo el profesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?
Harry no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre.
—Pues tal vez te reconocí porque eres idéntico a James y tienes los ojos de Lily —dijo Remus.
—Sí —dijo, un poco confuso.
No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.
—Que gran combinación, dementores y lluvia —ironizó Frank.
—¡Por aquí los de primer curso! —gritaba una voz familiar. Harry, Ron y Hermione se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.
—¿Estáis bien los tres? —gritó Hagrid, por encima de la multitud.
—No estamos muy bien que digamos —admitió Ron.
Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los alumnos al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponía Harry) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.
—No eran caballos invisibles —aclaró Luna.
—¿Ah no? ¿Entonces que eran? —preguntó Sirius.
—Thestral —respondió la rubia con simpleza.
—He leído acerca de esas criaturas —dijo Remus, pensativamente.
La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.
Harry bufó.
—Solo estábamos preocupados por ti —le dijo Hermione.
—Lo siento —dijo el ojiverde.
Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.
Al bajar; Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:
—Déjame adivinar: Malfoy —dijo Sirius.
Ron asintió.
—¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?
Los merodeadores miraron a Neville.
—No se lo dije a él, yo se los comenté a Seamus y a Dean para que luego no le hagan preguntas incomodas a Harry, pero Malfoy me estuvo escuchando —se defendió Neville—. Lo lamento —añadió.
—No te preocupes —le dijo Harry.
Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado (Remus miró con el ceño fruncido a Draco), y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.
—¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.
—¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?
Draco se sentía avergonzado de su anterior comportamiento, solo era un niño mimado, que con solo abrir la boca obtenía lo que quería. Pero vivir toda una guerra —y estando del bando equivocado— salir con vida de ella y por último enfrentar los juicios en el ministerio de sus padres y de el mismo, lo había hecho madurar y mirar las cosas de diferente manera.
—Eso no es un juego, pudo haber pasado algo realmente terrible —dijo Alice mirando al rubio.
Las mejillas del rubio se volvieron a teñir levemente de rojo.
—¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.
Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
—Oh, no, eh… profesor…
Lucius sonrió con malicia.
Esa si es la forma en que se comporta un Malfoy, se decía Lucius.
James y Sirius taladraban con la mirada a Draco por burlarse de su amigo, mientras tanto Remus se sintió avergonzado por su situación económica.
—Lo siento —dijo Draco a Remus.
Remus lo miró, pero no le dijo nada.
Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.
Hermione pinchaba a Ron en la espalda para que se diera prisa, y los tres se unieron a la multitud apiñada en la parte superior; a través de las gigantescas puertas de roble, y en el interior del vestíbulo, que estaba iluminado con antorchas y acogía una magnífica escalera de mármol que conducía a los pisos superiores.
A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, cuando lo llamó una voz:
—¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!
—¿Qué? Recién acaban de llegar, no creo que se hayan metido en problemas tan rápido —dijo Andrómeda.
—Eso es cierto, no creo que se hayan metido en problemas tan rápido —dijo Sirius.
—Y lo dice el que se metía en problemas apenas una hora después de que llegaba a Hogwarts —le dijo Lily.
Por otra parte Hermione sonrió porque ya sabía quién los llamaba y para que requerían de su presencia.
Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor; los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo. Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo.
—Se lo que se siente —dijo James—, Minnie te mira con como diciendo sé que lo has hecho, no trates de ocultarlo.
La profesora McGonagall miró con seriedad a James.
—No tenéis que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con vosotros en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.
Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGonagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa multitud (Estaba preocupado y curioso, dijo Ron); la acompañaron a través del vestíbulo, subieron la escalera de mármol y recorrieron un pasillo.
Ya en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acogedor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se sentaran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto:
—El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunicando que te sentiste indispuesto en el tren, Potter.
—Eres un chismoso, Lunático —le dijo Sirius.
Lily lo miró seria.
—No, no es un chismoso. Remus solo se está comportando como un adulto responsable —defendió Lily.
Antes de que Harry pudiera responder; se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastante embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío.
—Estoy bien —dijo—, no necesito nada…
—Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca—. Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso.
—Parece que la señora Pomfrey te conoce muy bien, Harry —apuntó Angelina.
Harry se sonrojó.
—Ha sido un dementor; Poppy ——dijo la profesora McGonagall.
Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.
—Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada…
—Palabra equivocada —dijo Luna.
—¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.
—Ser delicado no tiene nada de malo —le dijo Lily.
Harry no respondió, puesto que no estaba de acuerdo con su madre.
—Por supuesto que no —admitió distraídamente la señora Pomfrey, tomándole el pulso.
—¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la profesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería?
—¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería.
Draco sonrió.
—¿En serio, Potter? Te ataca un dementor, ¿y a ti te preocupa más lo que yo te diría? —dijo el rubio.
—Sí, Malfoy, siempre me ha preocupado lo que tú digas de mí —ironizó Harry.
—Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry.
—Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos.
—¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!
—¡El mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que haya tenido Hogwarts! —exclamaron los gemelos Weasley.
—Si es cierto —dijeron Ernie y Justin. Y fueron secundados por los demás chicos del futuro.
Remus se sonrojó.
—¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —preguntó la profesora McGonagall.
—Sí —dijo Harry.
—Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras hablo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.
—¿Por qué quería hablar contigo sobre tus horarios? ¿Acaso quería aumentarte más cursos? —preguntó Ted a la castaña.
—Eh… no, no era por eso —fue lo único que respondió Hermione.
Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, hacia el Gran Comedor.
Los del pasado miraron con curiosidad a Hermione, pero ella no aclaro nada.
Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas largas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas.
—¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja.
—Como si le prestáramos mucha atención —dijo Ron.
—Habla por ti, Ronald —lo regañó Hermione.
Los nuevos alumnos de Hogwarts obtenían casa por medio del Sombrero Seleccionador; que iba gritando el nombre de la casa más adecuada para cada uno (Gryffindor; Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin). La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor?
—Y más cuando un rubio contándoselo a todos —dijo James, con enojo.
Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos.
—¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry.
Comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló.
—Y sin embargo, me lo termino de contar al día siguiente —dijo Ron.
El profesor Dumbledore, aunque viejo, siempre daba la impresión de tener mucha energía. Su pelo plateado y su barba tenían más de medio metro de longitud; llevaba gafas de media luna; y tenía una nariz extremadamente curva. Solían referirse a él como al mayor mago de la época (Siempre exageran cuando hablan de mí, dijo Dumbledore), pero no era por eso por lo que Harry le tenía tanto respeto. No se podía menos de confiar en Albus Dumbledore, y cuando Harry lo vio sonreír con franqueza a todos los estudiantes, se sintió tranquilo por vez primera desde que el dementor había entrado en el compartimento del tren.
Los ojos azules de Dumbledore brillaron, e hizo una leve inclinación de cabeza hacia Harry.
—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete os deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos sabéis después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio (No creo que a alguien le agrade, dijo Hagrid)—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces (Pero sí si eres un animago, susurró Hermione), ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron (Esa sí que fue una indirecta muy directa, dijo Remus)—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, os advierto a todos y cada uno de vosotros que no debéis darles ningún motivo para que os hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.
—Pero como que no hicieron muy bien su trabajo, ¿no? —comentó Ron a Harry y Hermione.
Harry y Hermione asintieron.
Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente (Fred y George negaron con la cabeza). Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.
—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores (¿Dos?, preguntó Lily. Nadie respondió, pero el trío dorado dirigieron una mirada a Hagrid, el cual estaba sonrojado). En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.
De pronto todos los chicos del futuro empezaron a aplaudir —claro que la que aplaudía con más ganas era Hermione— y a silbar, hasta Astoria. Los únicos que no aplaudían eran Draco, Theo, Blaise y Pansy, pero no era porque sintieran aversión por Lupin, sino porque eso ya había pasado, o bueno estaba por suceder.
—¿Qué es lo que le sucede? —le preguntó Lucius a su hijo, mirando a Astoria.
Draco también miró a su novia.
—Nada. Yo la veo perfectamente bien —respondió Draco, con voz seca.
Lucius empezó a creer que Astoria Greengrass ya no era la mujer perfecta para su único hijo y mucho menos para ser la madre de su nieto.
Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos. El profesor Lupin parecía un Adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas.
Remus se volvió a sonrojar.
—Remus no necesita de togas elegantes para demostrar lo buena persona y profesor que es —defendió Hermione.
James y Sirius se miraron sorprendidos antes las palabras de Hermione, lo había defendido con tanto fervor, que parecía que Remus era algo de ella.
—¿Será su padre en verdad? —preguntó James en un susurro.
—Ahora que la escuchado, no me lo parece tanto, pero no te preocupes Cornamenta, lo averiguare —sentenció Sirius, también hablando en susurros.
Luego los dos merodeadores miraron a su amigo, el cual estaba más sonrojado, después miraron a Hermione y la vieron igual de sonrojada que su amigo.
—¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído.
El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero incluso a Harry, que aborrecía a Snape (El sentimiento es mutuo, pensaba Snape), le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él.
Lily miró a su ex amigo con severidad.
Snape al notar su mirada, giro su rostro y miró hacia Dumbledore.
—En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.
Todos los del pasado miraron a Hagrid, el cual ya se encontraba muy sonrojado, con los aplausos que se volvieron a escuchar en la sala.
—Esta sí que es una agradable noticia —dijo Dumbledore.
—¡No puedo creerlo, Hagrid! ¡Eres profesor! —dijo James con alegría.
—¡Otro más que se pasa al lado oscuro! —dijo Sirius, sonriendo ligeramente.
Remus también sonreía a Hagrid, se sentía feliz por él.
Lucius miró con asco a Hagrid y a Dumbledore.
Luego de unos minutos los aplausos cesaron y Daphne continúo leyendo.
Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.
En la sala Hagrid tenía los ojos brillantes. Nunca dejaría de agradecerle a Dumbledore por darle la oportunidad de ser profesor en una de más materias que más le gustaba a él.
—¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?
—Es cierto como no relacionamos antes a Hagrid con ese detalle —dijeron los gemelos Prewett.
Hagrid sonrió con las mejillas sonrojadas.
Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.
—Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!
Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repente se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.
Fue un banquete delicioso. El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor (Es un honor, todo un honor ser profesor, dijo el semi-gigante). Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido (Hagrid puso un gesto de desagrado al recordar eso). Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.
—Pero no por eso van a darle el puesto de profesor a una bestia —murmuró Lucius, mirando con desdén a Hagrid.
Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.
—¡Enhorabuena, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.
Bueno, he de reconocer que yo no solo me acerque a la mesa de profesores para felicitar a Hagrid, el motivo más importante era que quería estar cerca de Remus nuevamente, para mirarlo aunque sea de reojo, pensaba Hermione.
La castaña quiso mirar a Remus, pero por lo que había dicho hace unos minutos casi la puso en evidencia, así que se contuvo y siguió con su vista al libro que tenía la rubia entre las manos.
—Todo ha sido gracias a vosotros tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo… Un gran tipo, Dumbledore… Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.
—Pues me alegro mucho haber podido cumplir con tu deseo, Hagrid —dijo Dumbledore.
—Oh, por supuesto que lo hizo, Dumbledore, y nunca dejare de agradecerle por eso —contestó Hagrid, con emoción en la voz.
Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.
—No sea tan aguafiestas, Minnie —dijo James.
La profesora McGonagall miró a James y negó con la cabeza, ya había perdido la cuenta de cuantas veces le había dicho —les había dicho— que no la llamaran “Minnie”.
Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de señora gorda, vestida de rosa:
—¿Contraseña?
—¡Dejadme pasar; dejadme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!
—¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas.
—Y ese curso fue el peor de todos —dijo Neville, sonrojado al recordar cuando perdió un pedazo de pergamino con todas las contraseñas escritas.
Alice y Frank se quedaron mirando a su hijo con interrogación, pero él no dijo nada más.
Después de cruzar el retrato y recorrer la sala común, chicos y chicas se separaron hacia las respectivas escaleras. Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conocido dormitorio de forma circular; con sus cinco camas con dosel, y Harry, mirando a su alrededor; sintió que por fin estaba en casa.
Lo mismo siento yo cuando regreso a Hogwarts, pensaba Sirius.
—Bueno, aquí termina el capítulo —dijo Daphne dejando el libro sobre la mesa.
—Muchas gracias, señorita Greengrass —dijo Dumbledore—. ¿Quién desea leer el siguiente capítulo? —preguntó.