miércoles, 13 de mayo de 2015

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 18: La recompensa de Dobby




Lee Jordan tomo el libro en sus manos y se dispuso a leer.
“La recompensa de Dobby”.
—Y ahora hay un capítulo dedicado a un simple elfo doméstico —murmuró Lucius con asco.
Y sin que nadie lo notara Harry le sonrió burlonamente a Lucius. El rubio se quedó mirando a Harry con una mirada de arrogancia.
¿Qué le pasa a ese mestizo?, se preguntaba Lucius.
Lee empezó a leer.
Hubo un momento de silencio cuando Harry, Ron, Ginny y Lockhart aparecieron en la puerta, llenos de barro, suciedad y, en el caso de Harry, sangre (¡Cómo siempre!, susurró Hermione). Luego alguien gritó:
—¡Ginny!
Era la señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se puso en pie de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hija.
—Seguramente debieron estar más preocupados que ahora —dijo Ginny. Y Harry asintió.
Harry, sin embargo, miraba detrás de ellos. El profesor Dumbledore estaba ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que respiraba con dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó zumbando cerca de Harry para posarse en el hombro de Dumbledore. Sin apenas darse cuenta, Harry y Ron se encontraron atrapados en el abrazo de la señora Weasley.
Lily miró a Molly y le sonrió con agradecimiento.
—Gracias —le susurró, a lo que Molly asintió.
Por su parte Harry miraba a la Molly Weasley —21 años más joven— pero que en el futuro había sido como una madre para él. Le sonrió a la mujer y ella le correspondió a la sonrisa.
—¡La habéis salvado! ¡La habéis salvado! ¿Cómo lo hicisteis?
—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la profesora McGonagall.
Y aunque todos ya sabían lo que había pasado, igual prestaron atención.
La señora Weasley soltó a Harry, que dudó un instante, luego se acercó a la mesa y depositó encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes incrustados y lo que quedaba del diario de Ryddle.
Ginny volvió a estremecerse al recordar aquel diario.
Harry empezó a contarlo todo. Habló durante casi un cuarto de hora, mientras los demás lo escuchaban absortos y en silencio (No es algo fácil de asimilar, y más si el que te lo está contando es un niño de doce años, dijo Moody). Contó lo de la voz que no salía de ningún sitio; que Hermione había comprendido que lo que él oía era un basilisco que se movía por las tuberías (Dumbledore, McGonagall y Moody centraron su atención en Hermione, y esta se sonrojó); que él y Ron siguieron a las arañas por el bosque; que Aragog les había dicho dónde había matado a su víctima el basilisco; que había adivinado que Myrtle la Llorona había sido la víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía encontrarse en los aseos…
—Contado de esa manera suena increíble y fácil de resolver todo el problema —dijo Sirius.
—Sí, suena increíble, pero vivirlas es muy distinto —dijo Ron al recordar el mal momento que pasaron Harry y él con las acromántulas.
Los demás asintieron antes la declaración del pelirrojo.
—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando Harry hizo una pausa—, así que averiguasteis dónde estaba la entrada, quebrantando un centenar de normas, añadiría yo. Pero ¿cómo demonios conseguisteis salir con vida, Potter?
—Fue casi como un milagro —dijo Ted.
—Creo que si —aceptó Harry.
Así que Harry, con la voz ronca de tanto hablar, les relató la oportuna llegada de Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que le proporcionó la espada. Pero luego titubeó. Había evitado hablar sobre la relación entre el diario de Ryddle y Ginny. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y seguía derramando silenciosas lágrimas por las mejillas. ¿Y si la expulsaban?, pensó Harry aterrorizado. El diario de Ryddle no serviría ya como prueba, pues había quedado inservible… ¿cómo podrían demostrar que era el causante de todo?
—Me siento orgulloso de ti, hijo —dijo James, y el ojiverde miró a su padre—, como todo Potter siempre protegiendo a su novia —concluyó.
Lily miró a su novio y le dedicó una cálida sonrisa. Mientras que Harry y Ginny se sonrojaron.
—Bueno —empezó a decir Harry—, en esa época Ginny y yo no éramos…
—Lo importante es que defendías a nuestra hermanita, Harry —dijeron los gemelos Weasley.
Lee siguió leyendo cuando dejaron de hablar.
Instintivamente, Harry miró a Dumbledore, y éste esbozó una leve sonrisa. La hoguera de la chimenea hacía brillar sus lentes de media luna.
—Lo que más me intriga —dijo Dumbledore amablemente—, es cómo se las arregló lord Voldemort para embrujar a Ginny, cuando mis fuentes me indican que actualmente se halla oculto en los bosques de Albania.
—¿El profesor Dumbledore sabia donde se encontraba Voldemort? —susurró Lily a su novio.
—Seguramente sí —respondió James en el mismo tono de voz de Lily—, nunca sabré como hace Dumbledore para siempre estar un paso delante de todo.
Harry se sintió maravillosamente aliviado.
—Y quien no —dijo Dean.
—¿Qué… qué? —preguntó el señor Weasley con voz atónita—. ¿Sabe qui-quién? ¿Ginny embrujada? Pero Ginny no ha… Ginny no ha sido… ¿verdad?
—Fue el diario —dijo inmediatamente Harry, cogiéndolo y enseñándoselo a Dumbledore—. Ryddle lo escribió cuando tenía dieciséis años.
—Lo que aún se me hace muy sorprendente —dijo Frank—, ¿lograr guardar tus recuerdos en un diario, y conservar la misma edad que tenías en esa época? No creo que muchos magos logren hacer eso.
—Tienes razón, Longbottom, no todos lo logran —dijo con voz ronca Moody—, solo los malignos —susurró esto último para sí mismo.
Dumbledore cogió el diario que sostenía Harry y examinó minuciosamente sus páginas quemadas y mojadas.
—Soberbio —dijo con suavidad—. Por supuesto, él ha sido probablemente el alumno más inteligente que ha tenido nunca Hogwarts. —Se volvió hacia los Weasley, que lo miraban perplejos—. Muy pocos saben que lord Voldemort se llamó antes Tom Ryddle. Yo mismo le di clase, hace cincuenta años, en Hogwarts. Desapareció tras abandonar el colegio… (Y debió seguir estando desaparecido, musitó Charlie con rabia) Recorrió el mundo…, profundizó en las Artes Oscuras, tuvo trato con los peores de entre los nuestros, acometió peligros, transformaciones mágicas, hasta tal punto que cuando resurgió como lord Voldemort resultaba irreconocible (Sí, se quedó con esa maldita cara de serpiente, susurró Ron con asco). Prácticamente nadie relacionó a lord Voldemort con el muchacho inteligente y encantador que recibió aquí el Premio Anual.
Ni a mí se me hubiera ocurrido relacionarlos. ¿Quién en su sano juicio relacionaría al premio anual de Hogwarts con un mago tenebroso como Voldemort?, pensaba Moody.
—Pero Ginny —dijo la señora Weasley—. ¿Qué tiene que ver nuestra Ginny con él?
—¡Su… su diario! —dijo Ginny entre sollozos—. He estado escribiendo en él, y me ha estado contestando durante todo el curso…
Ginny frunció el ceño. Esa parte de su vida aun le afectaba, por más que trataba de olvidarlo, parecía que siempre iba a estar presente en sus recuerdos, y ahora más tenía esos recuerdos en la cabeza porque acababa de haber sido leído.
—¡Ginny! —exclamó su padre, atónito—. ¿No te he enseñado una cosa? ¿Qué te he dicho siempre? No confíes en cosas que tengan la capacidad de pensar, pero de las cuales no sepas dónde tienen el cerebro. ¿Por qué no me enseñaste el diario a mí o a tu madre? Un objeto tan sospechoso como ése, ¡tenía que ser cosa de magia negra!
—En ese momento no lo sabía —respondió Ginny a todas las personas que tenían las miradas centradas en ella.
—No…, no lo sabía —sollozó Ginny—. Lo encontré dentro de uno de los libros que me había comprado mamá. Pensé que alguien lo había dejado allí y se le había olvidado…
Draco miró de reojo a su padre.
No le irá nada bien, cuando descubran que padre puso el diario de Ryddle en el caldero de la mini Weasley, pensaba Draco.
—¿Estaba entre sus libros? —preguntó Moody y Ginny asintió—, eso muy curioso, porque según sabemos, sus libros fueron comprados en una tienda de segunda mano.
—Así es —respondió la pelirroja.
Moody frunció el ceño.
—Me preguntó, ¿qué hacia el diario de Ryddle en una tienda como esa? —dijo el auror.
El trío de oro y Ginny se miraron.
—Es verdad —dijo Andrómeda—, no había pensado en eso.
—Pues si queremos saberlo, entonces Lee debería seguir leyendo —dijo Hermione haciéndole una seña al chico.
Este al instante siguió leyendo.
—La señorita Weasley debería ir directamente a la enfermería —terció Dumbledore con voz firme—. Para ella ha sido una experiencia terrible (Sin duda que lo fue, pensaba Ginny). No habrá castigo (Sería el colmo que la castigaran, dijeron los gemelos Prewett). Lord Voldemort ha engañado a magos más viejos y más sabios. —Fue a abrir la puerta—. Reposo en cama y tal vez un tazón de chocolate caliente. A mí siempre me anima —añadió, guiñándole un ojo bondadosamente—. La señora Pomfrey estará todavía despierta. Debe de estar dando zumo de mandrágora a las víctimas del basilisco. Seguramente despertarán de un momento a otro.
—Esa es una buena noticia —comentó Lily.
—Sí, por fin todos los petrificados despertaran —dijo Remus, pero él solo miraba a Hermione cuando hablaba.
Hermione sintió una mirada sobre ella, así que miró a la persona que la observaba, grata fue su sorpresa al descubrir a Remus. Ella le sonrió y le sostuvo la mirada, pero no por mucho tiempo porque Remus bajo la mirada ligeramente sonrojado.
—¡Así que Hermione está bien! —dijo Ron con alegría.
—¿Se han dado cuenta que Ron siempre parece muy interesado en la castaña? —preguntó Sirius en susurros a sus amigos.
Remus rápidamente miró a su amigo, ligeramente con el ceño fruncido.
—Ahora que lo dices, yo creo que a Ron le gustaba Hermione —respondió James—, ¿creen que habrán tenido alguna relación? —preguntó.
—Ron se preocupa por Hermione porque son amigos, así como Harry también se preocupa por ella. Y no creo que hayan tenido alguna relación, como dije ellos solo son amigos —dijo Remus con seriedad.
—Bueno, tal vez no tuvieron una relación, pero de seguro que compartieron unos buenos besos —concluyó Sirius.
James sonrió, pero Remus solo centro su mirada en Lee que tenía el libro entre sus manos.
—No les han causado un daño irreversible —dijo Dumbledore.
La señora Weasley salió con Ginny, y el padre iba detrás, todavía muy impresionado.
—¿Sabes, Minerva? —dijo pensativamente el profesor Dumbledore a la profesora McGonagall—, creo que esto se merece un buen banquete. ¿Te puedo pedir que vayas a avisar a los de la cocina?
—Guau, esa sí que fue una indirecta muy directa —susurró Fabian a su hermano.
—Sí, Dumbledore quería hablar con nuestro sobrinito y Harry a solas, por eso despacho a la pobre McGonagall —susurró Gideon.
—Bien —dijo resueltamente la profesora McGonagall, encaminándose también hacia la puerta—, te dejaré para que ajustes cuentas con Potter y Weasley.
—Eso es —dijo Dumbledore.
—¿Qué? No pensara castigarlos, ¿verdad? —preguntó Alice.
—Después de todo lo que tuvieron que pasar, seria injusto que los castigaran —dijo Ted.
—No creo que los haya castigado —respondió Dumbledore, pensando en como reaccionaria su yo del futuro.
Salió, y Harry y Ron miraron a Dumbledore dubitativos. ¿Qué había querido decir exactamente la profesora McGonagall con aquello de «ajustar cuentas»? ¿Acaso los iban a castigar?
—Creo recordar que os dije que tendría que expulsaros si volvíais a quebrantar alguna norma del colegio —dijo Dumbledore.
Ron abrió la boca horrorizado.
—No creo que lo haya dicho en serio —dijeron los merodeadores a coro.
—Lo cual demuestra que todos tenemos que tragarnos nuestras palabras alguna vez —prosiguió Dumbledore, sonriendo—. Recibiréis ambos el Premio por Servicios Especiales al Colegio y… veamos…, sí, creo que doscientos puntos para Gryffindor por cada uno.
—¡Genial! —gritaron los merodeadores y los gemelos Prewett.
Y los Gryffindors del futuro aplaudieron aunque eso ya había sucedió.
—Ya me había hecho asustar, Dumbledore —dijo Sirius al director.
—Señor Black, más respeto con el director —regañó como siempre McGonagall.
—Aunque a mi parecer son muy pocos puntos por todo lo que tuvieron que arriesgar —volvió a hablar Sirius, no haciendo caso al regaño de la profesora.
—Bueno, ya que no pudieron ganar la copa de quidditch, con esos cuatrocientos puntos podrán ganar la copa de la casa.
Lily negó con la cabeza.
—Ya decía yo que no te olvidarías tan fácilmente del quidditch —dijo la pelirroja
Cuando la algarabía hubo cesado, Lee continuó leyendo.
Ron se puso tan sonrosado como las flores de San Valentín de Lockhart, y volvió a cerrar la boca.
—Pero hay alguien que parece que no dice nada sobre su participación en la peligrosa aventura —añadió Dumbledore—. ¿Por qué esa modestia, Gilderoy?
—Es cierto —dijo Frank—, porque si ese hechizo no le hubiera caído a él mismo, en ese momento estaría regodeándose con fabulosas historias donde solo él sería el protagonista.
Todos asintieron estando de acuerdo con Frank.
Harry dio un respingo. Se había olvidado por completo de Lockhart. Se volvió y vio que estaba en un rincón del despacho, con una vaga sonrisa en el rostro. Cuando Dumbledore se dirigió a él, Lockhart miró con indiferencia para ver quién le hablaba.
—Profesor Dumbledore —dijo Ron enseguida—, hubo un accidente en la Cámara de los Secretos. El profesor Lockhart…
—¿Soy profesor? —preguntó sorprendido—. ¡Dios mío! Supongo que seré un inútil, ¿no?
—¡Por fin lo reconoció! —gritaron los merodeadores.
—Señores Potter, Black y Lupin guarden silencio —los regañó McGonagall.
Snape frunció el ceño.
—Solo quieren llamar la atención —murmuró.
—El título de profesor le quedaba demasiado grande —comentó Luna.
Todos empezaron a reír ante el comentario de la rubia.
—Querida futura sobrina, tienes toda la razón —dijeron los Prewett.
—Esa chica es un poco rara, pero me cae bien —dio Sirius a sus amigos. Los cuales asintieron.
—… intentó hacer un embrujo desmemorizante y el tiro le salió por la culata —explicó Ron a Dumbledore tranquilamente.
—Hay que ver —dijo Dumbledore, moviendo la cabeza de forma que le temblaba el largo bigote plateado—, ¡herido con su propia espada, Gilderoy!
—Es algo irónico, pero creo que se lo merecía —dijo Lily.
—Cornamenta —dijo Sirius y este lo miró—, creo que a tu pelirroja le empieza a brotar alma merodeadora.
—Eso sería genial —dijo James con una sonrisa, imaginándose a su novia planear bromas hacia los Slytherin.
—¿Espada? —dijo Lockhart con voz tenue—. No, no tengo espada. Pero este chico sí tiene una. —señaló a Harry—. Él se la podrá prestar.
—Imbécil —susurró Snape con asco.
—¿Te importaría llevar también al profesor Lockhart a la enfermería? —dijo Dumbledore a Ron—. Quisiera tener unas palabras con Harry.
—Y ahora tendré que aguantar escuchar la conmovedora charla del hijo de Potter y el viejo loco —murmuró Lucius con desdén.
Draco escuchó a su padre, pero no dijo nada, ni siquiera lo miró, simplemente lo ignoró.
Lockhart salió. Ron miró con curiosidad a Harry y Dumbledore mientras cerraba la puerta.
Dumbledore fue hacia una de las sillas que había junto al fuego.
—Siéntate, Harry —dijo, y Harry tomó asiento, incomprensiblemente azorado—. Antes que nada, Harry, quiero darte las gracias —dijo Dumbledore, parpadeando de nuevo—. Debes de haber demostrado verdadera lealtad hacia mí en la cámara. Sólo eso puede hacer que acuda Fawkes.
—Entonces se debió a eso a que el fénix se apareciera así de la nada —comentó James sorprendido.
—Así es, señor Potter —confirmó Dumbledore.
—Increíble —dijo Seamus con emoción.
Acarició al fénix, que agitaba las alas posado sobre una de sus rodillas. Harry sonrió con embarazo cuando Dumbledore lo miró directamente a los ojos.
—Así que has conocido a Tom Ryddle —dijo Dumbledore pensativo—. Imagino que tendría mucho interés en verte.
De pronto, Harry mencionó algo que le reconcomía:
—Profesor Dumbledore… Ryddle dijo que yo soy como él. Una extraña afinidad, dijo…
—¡Eso no es cierto! —exclamó Hermione—, Harry y Voldemort no se parecen nada.
—¿De verdad? —preguntó Dumbledore, mirando a un Harry pensativo, por debajo de sus espesas cejas plateadas—. ¿Y a ti qué te parece, Harry?
—¡Me parece que no soy como él! —contestó Harry, más alto de lo que pretendía—. Quiero decir que yo…, yo soy de Gryffindor, yo soy…
Pero calló. Resurgía una duda que le acechaba.
—No debes dudar, tú y Voldemort son completamente distintos —dijo Lily maternalmente a su futuro hijo, como si recién Harry acabara de salir de la cámara y estuviera preocupado.
Harry le sonrió a su madre, a él le hubiera gustado tanto recibir esas palabras en ese momento.
—Igual hubieses sido una buena persona y amigo si hubieras quedado en Slytherin —dijo Hermione.
—Profesor —añadió después de un instante—, el Sombrero Seleccionador me dijo que yo… haría un buen papel en Slytherin. Todos creyeron un tiempo que yo era el heredero de Slytherin, porque sé hablar pársel
Todos esperaban impacientes la respuesta del director, porque los del pasado no sabían a que se debía que Harry pudiera hablar esa rara lengua.
—Tú sabes hablar pársel, Harry —dijo tranquilamente Dumbledore—, porque lord Voldemort, que es el último descendiente de Salazar Slytherin, habla pársel. Si no estoy muy equivocado, él te transfirió algunos de sus poderes la noche en que te hizo esa cicatriz. No era su intención, seguro…
Todos quedaron anonadados por la nueva declaración. El primero en hablar fue James.
—¿Voldemort le transmitió sus poderes a Harry? —preguntó James con sorpresa y preocupación a la vez. Mientras Lily miraba a su hijo con curiosidad.
—Así parece, señor Potter —dijo Dumbledore.
—¿Pero cómo? —preguntó Sirius.
—Magia muy oscura sin duda —respondió el auror—, y ya creo saber de cual se trata —susurró pensativamente.
—Pero aun no nos dice ¿Cómo Voldemort hizo eso? —insistió Sirius.
—A ciencia cierta, creo que nunca lo sabremos —respondió Dumbledore con seriedad—. Aunque tendríamos que esperar a que la lectura avance, tal vez allí está la respuesta a sus dudas.
Luego de eso nadie dijo nada, y Lee siguió leyendo.
—¿Voldemort puso algo de él en mí? —preguntó Harry, atónito.
—Eso parece.
—Así que yo debería estar en Slytherin —dijo Harry, mirando con desesperación a Dumbledore—. El Sombrero Seleccionador distinguió en mí poderes de Slytherin y…
—Pero Harry es un verdadero Gryffindor, sino la espada nunca se le habría presentado —comentó Remus.
—Por supuesto —aseguraron los otros dos merodeadores.
—Te puso en Gryffindor —dijo Dumbledore reposadamente—. Escúchame, Harry. Resulta que tú tienes muchas de las cualidades que Slytherin apreciaba en sus alumnos, que eran cuidadosamente escogidos: su propio y rarísimo don, la lengua pársel…, inventiva…, determinación…, un cierto desdén por las normas (Aunque eso último lo heredo de James, aseguró Lily, y el aludido asintió) —añadió, mientras le volvía a temblar el bigote—. Pero aun así, el sombrero te colocó en Gryffindor. Y tú sabes por qué. Piensa.
—Me colocó en Gryffindor —dijo Harry con voz de derrota— solamente porque yo le pedí no ir a Slytherin…
—Exacto —dijo Dumbledore, volviendo a sonreír—. Eso es lo que te diferencia de Tom Ryddle. Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades. —Harry estaba en su silla, atónito e inmóvil—. Si quieres una prueba de que perteneces a Gryffindor, te sugiero que mires esto con más detenimiento.
—¿Qué cosa tiene que mirar? —preguntaron los gemelos Prewett con curiosidad.
Como toda respuesta Lee siguió leyendo.
Dumbledore se acercó al escritorio de la profesora McGonagall, cogió la espada ensangrentada y se la pasó a Harry. Sin mucho ánimo, Harry le dio la vuelta y vio brillar los rubíes a la luz del fuego. Y luego vio el nombre grabado debajo de la empuñadura: Godric Gryffindor:
—Sólo un verdadero miembro de Gryffindor podría haber sacado esto del sombrero, Harry —dijo simplemente Dumbledore.
—¡Exacto! —dijeron los merodeadores.
—En su cara a todos los que pensaron que Harry era el heredo de Slytherin —dijo Sirius infantilmente mirando hacia donde estaba sentado Ernie.
McGonagall negó con la cabeza, Sirius era incorregible.
Durante un minuto, ninguno de los dos dijo nada. Luego Dumbledore abrió uno de los cajones del escritorio de la profesora McGonagall y sacó de él una pluma y un tintero.
—Lo que necesitas, Harry, es comer algo y dormir. Te sugiero que bajes al banquete, mientras escribo a Azkaban: necesitamos que vuelva nuestro guarda (Ya era hora, dijeron los gemelos Prewett sonriendo al futuro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas). Y tengo que redactar un anuncio para El Profeta, además —añadió pensativo—. Necesitamos un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Vaya, parece que no nos duran nada, ¿verdad?
—Pues si son como los otros dos anteriores, es mejor que no duden —dijeron los merodeadores.
—Sí es cierto, el primero un loco mortífago y el segundo un bueno para nada —secundo Frank.
—Y eso que todavía no saben de la quinta —susurró Ron a Harry y Hermione.
—Oh, esa mujer era terrible —suspiró la castaña.
—¿Solo terrible? Yo creo que era peor que eso —susurró Harry.
—¿Qué sucede? —preguntó Hermione al descubrir muchas miradas sobre ella y sus amigos.
—¿Qué sucede? —repitió Sirius—, eso es lo que queríamos saber nosotros, ¿por qué están cuchicheando? —preguntó.
—Así son ellos —respondió Neville quitándole importancia.
La lectura continúo luego de unos minutos.
Harry se levantó y se dispuso a salir. Pero apenas tocó el pomo de la puerta, ésta se abrió tan bruscamente que pego contra la pared y rebotó.
Lucius Malfoy estaba allí, con el semblante furioso; y también Dobby, encogido de miedo y cubierto de vendas.
Todos miraron a Lucius con seriedad, puesto que suponían que su visita no traería cosas buenas.
Lucius por su parte solo ignoraba las miradas.
—¡Claro! Tenía que volver —bufaron los Prewett.
Mientras Narcissa se preguntaba que hacia allí Lucius, según ella no tenía nada importante que resolver, puesto que Draco no estaba metido en problemas.
Pero a Hermione gimió con disgusto, lo único que le preocupaba era que Dobby había sido lastimado por el rubio.
—Buenas noches, Lucius —dijo Dumbledore amablemente.
El señor Malfoy casi derriba a Harry al entrar en el despacho. Dobby lo seguía detrás, pegado a su capa, con una expresión de terror.
Hermione bufó.
—¡Vaya! —dijo Lucius Malfoy, fijos en Dumbledore sus fríos ojos—. Ha vuelto. El consejo escolar lo ha suspendido de sus funciones, pero aun así, usted ha considerado conveniente volver.
—Ha vuelto porque es el mejor director —dijeron los gemelos Weasley, todos los demás asintieron estando de acuerdo con los pelirrojos. Claro, menos Lucius y Narcissa Malfoy.
—Bueno, Lucius, verá —dijo Dumbledore, sonriendo serenamente—, he recibido una petición de los otros once representantes (El único que no quería que regrese Dumbledore era ese imbécil de Malfoy, aseguró James a sus amigos, los cuales asintieron). Aquello parecía un criadero de lechuzas, para serle sincero. Cuando recibieron la noticia de que la hija de Arthur Weasley había sido asesinada (Molly se puso pálida de solo pensar que eso hubiera sido cierto. A lo que Arthur corrigió: solo raptada), me pidieron que volviera inmediatamente. Pensaron que, a pesar de todo, yo era el hombre más adecuado para el cargo. Además, me contaron cosas muy curiosas. Algunos incluso decían que usted les había amenazado con echar una maldición sobre sus familias si no accedían a destituirme.
Todos fulminaron a Lucius con la mirada.
—Típico de las serpientes rastreras —gruñó Sirius sin dejar de mirar a Lucius con ira.
Por su parte Draco no dijo nada por defender a su padre.
El señor Malfoy se puso aún más pálido de lo habitual, pero seguía con los ojos cargados de furia.
—¿Así que… ha puesto fin a los ataques? —dijo con aire despectivo—. ¿Ha encontrado al culpable?
—Como si de verdad le importara —espetó Lily.
—Lo hemos encontrado —contestó Dumbledore, con una sonrisa.
—¿Y bien? —preguntó bruscamente Malfoy—. ¿Quién es?
—El mismo que la última vez, Lucius —dijo Dumbledore—. Pero esta vez lord Voldemort actuaba a través de otra persona, por medio de este diario.
Remus recordó los capítulos anteriores.
—Creo que ya sé quién fue el que le dio el diario a Ginny —le comentó a sus amigos.
—¿De quién se trata, Lunático? —preguntó James.
—¿Recuerdan la pelea de Arthur con Malfoy? —preguntó. Y James y Sirius asintieron comprendiendo al punto al que quería llegar Remus.
—Ese maldito de Malfoy puso el diario de Ryddle en el caldero de Ginny —bufó Sirius.
—Sí —respondió Lupin con el ceño fruncido.
—Pues espero que todos los Weasley se vayan contra él —dijo James con ira—, y así podremos unirnos nosotros también.
Levantó el cuaderno negro agujereado en el centro, y miró a Malfoy atentamente. Harry, por el contrario, no apartaba los ojos de Dobby.
El elfo hacia cosas muy raras. Miraba fijamente a Harry, señalando el diario, y luego al señor Malfoy. A continuación se daba puñetazos en la cabeza.
—¡TÚ! —gritó Arthur Weasley parándose y señalando a Lucius—. ¡Fuiste tú! ¡Pusiste ese maldito diario en el caldero de mi hija!
Los chicos Weasley veían a su padre con sorpresa, puesto que esta era la segunda vez que lo veían tan enojado (La primera fue cuando había discutido con Percy en el futuro).
Molly quería decir algo, pero sus nervios la traicionaron, ya era mucho lo que había escuchado, así que solo se limitó a sollozar.
Malditas hormonas de embarazada, pensaba Molly.
Lucius también comprendió que su yo del futuro había puesto el diario de Ryddle en el caldero de Ginny.
Seguramente habrá sido una orden del lord, pensaba el rubio con seriedad.
—¡A qué esperan para arrestarlo y llevarlo a Azkaban! —gritó Fabian.
—Debemos terminar de leer todos los libros primero —dijo Neville.
—Y para entonces ya sabrán la verdad de cómo sucedieron todas las cosas en verdad —dijo Draco.
Los murmullos no se hicieron esperar.
—Calma, señores —dijo Dumbledore—. Ya sabemos que el señor Malfoy es el culpable, pero todavía no podemos proceder a nada, porque aún nos faltan leer los siguientes libros. Y tal vez las cosas no son como se pintan ahora —concluyó.
Muy a su pesar todos hicieron caso al director, guardaron silencio y Lee siguió leyendo.
—Ya veo… —dijo despacio Malfoy a Dumbledore.
—Un plan inteligente —dijo Dumbledore con voz desapasionada, sin dejar de mirar a Malfoy directamente a los ojos—. Porque si Harry, aquí presente —el señor Malfoy dirigió a Harry una incisiva mirada de soslayo—, y su amigo Ron no hubieran descubierto este cuaderno…, Ginny Weasley habría aparecido como culpable. Nadie habría podido demostrar que ella no había actuado libremente…
—Qué horrible se debe sentir que unos niños de doce años arruinen tus planes, ¿no Malfoy? —preguntó Sirius.
Lucius se dedicó a mirarlo con asco.
—Estúpido traidor a la sangre —murmuró.
El señor Malfoy no dijo nada. Su cara se había vuelto de repente como de piedra.
—E imagine —prosiguió Dumbledore— lo que podría haber ocurrido entonces… Los Weasley son una de las familias de sangre limpia más distinguidas (¿Distinguidas?, murmuró Lucius y sonrió burlonamente). Imagine el efecto que habría tenido sobre Arthur Weasley y su Ley de defensa de los muggles, si se descubriera que su propia hija había atacado y asesinado a personas de origen muggle. Afortunadamente apareció el diario, con los recuerdos de Ryddle borrados de él. Quién sabe lo que podría haber pasado si no hubiera sido así.
—Eso hubiera sido una catástrofe —dijo Molly con nerviosismo.
El señor Malfoy hizo un esfuerzo por hablar.
—Ha sido una suerte —dijo fríamente.
Pero Dobby seguía, a su espalda, señalando primero al diario, después a Lucius Malfoy, y luego pegándose en la cabeza.
Los Weasley no dejaban de ver a Lucius con ira y ganas de querer matarlo ahí mismo.
—Es un maldito hijo perra —murmuró Sirius.
Y Harry comprendió de pronto. Hizo un gesto a Dobby con la cabeza, y éste se retiró a un rincón, retorciéndose las orejas para castigarse.
—¿Sabe cómo llegó ese diario a Ginny, señor Malfoy? —le preguntó Harry.
—Escoria —gruñó Lucius mirando a Harry.
Lucius Malfoy se volvió hacia él.
—¿Por qué iba a saber yo de dónde lo cogió esa tonta? —preguntó.
—¡No soy ninguna tonta, maldito desgraciado! —gritó Ginny, sacando a flote todo el carácter Weasley.
Los hermanos de la chica sonrieron al ver la cara de Malfoy por el grito de Ginny. Ella en verdad podía asustar con sus gritos, no cabía duda de que había heredado el carácter de Molly.
Sirius sonrió con nerviosismo.
—Las pelirrojas son de cuidado —susurró Sirius a sus amigos—. Pobre Harry, la que le espera —agregó luego.
—Porque usted se lo dio —respondió Harry—. En Flourish y Blotts. Usted le cogió su libro de transformación y metió el diario dentro, ¿a que sí?
—Creo que voy a matarlo —dijo Arthur con enojo.
—No merece la pena, Arthur —lo detuvo Molly—. Ya los aurores se encargaran de él.
Vio que el señor Malfoy abría y cerraba las manos.
—Demuéstralo —dijo, furioso.
—Nadie puede demostrarlo —dijo Dumbledore, y sonrió a Harry—, puesto que ha desaparecido del libro todo rastro de Ryddle. Por otro lado, le aconsejo, Lucius, que deje de repartir viejos recuerdos escolares de lord Voldemort. Si algún otro cayera en manos inocentes, Arthur Weasley se asegurará de que le sea devuelto a usted…
—Yo me aseguraré de que no le quede ni un hueso sano —prometió Arthur.
A lo que sus hijos festejaron, sobre todo los gemelos.
Lucius Malfoy se quedó un momento quieto, y Harry vio claramente que su mano derecha se agitaba como si quisiera empuñar la varita. Pero en vez de hacerlo, se volvió a su elfo doméstico.
—¡Nos vamos, Dobby!
Tiró de la puerta, y cuando el elfo se acercó corriendo, le dio una patada que lo envió fuera. Oyeron a Dobby gritar de dolor por todo el pasillo (¿Cómo se atreve a lastimar a un elfo?, dijo Hermione con indignación. Lucius no tomo en cuenta ese comentario y murmuró: asquerosa sangre sucia). Harry reflexionó un momento, y entonces tuvo una idea.
—¿Qué idea? —preguntaron a coro muchos.
—Ahora lo sabrán —respondió el ojiverde.
—Profesor Dumbledore —dijo deprisa—, ¿me permite que le devuelva el diario al señor Malfoy?
—¡¿Qué?! —exclamó Alastor con sorpresa.
—Claro, Harry —dijo Dumbledore con calma—. Pero date prisa. Recuerda el banquete.
Harry cogió el diario y salió del despacho corriendo. Aún se oían alejándose los gritos de dolor de Dobby, que ya había doblado la esquina del corredor. Rápidamente, preguntándose si sería posible que su plan tuviera éxito, Harry se quitó un zapato, se sacó el calcetín sucio y embarrado, y metió el diario dentro. Luego se puso a correr por el oscuro corredor.
—Quiere liberar a Dobby de Malfoy —murmuró Remus.
Lily miró a su hijo con ternura.
Los alcanzó al pie de las escaleras.
—Señor Malfoy —dijo jadeando y patinando al detenerse—, tengo algo para usted.
Y le puso a Lucius Malfoy en la mano el calcetín maloliente.
—¿Qué diablos…?
Nadie pudo evitar reír al escuchar esa última parte, mientras Lucius miraba a todos con furia.
—Todos son unas malditas escorias —gruñó, pero nadie lo escucho por las risas.
Cuando se hubieron calmado la lectura prosiguió.
El señor Malfoy extrajo el diario del calcetín, tiró éste al suelo y luego pasó la vista, furioso, del diario a Harry.
—Harry Potter, vas a terminar como tus padres uno de estos días (A James y Lily no les gustó nada ese comentario, pero por el momento no le harían nada a Malfoy, ya luego se las cobrarían) —dijo bajando la voz—. También ellos eran unos idiotas entrometidos (¡No lo son!, rugieron Sirius y Remus). —Y se volvió para irse—. Ven, Dobby. ¡He dicho que vengas!
Pero Dobby no se movió. Sostenía el calcetín sucio y embarrado de Harry, contemplándolo como si fuera un tesoro de valor incalculable.
—¡Oh, Dobby ya es libre! —dijo Alice con alegría.
—Mi amo le ha dado a Dobby un calcetín —dijo el elfo asombrado—. Mi amo se lo ha dado a Dobby.
—¿Qué? —escupió el señor Malfoy—. ¿Qué has dicho?
—Dobby tiene un calcetín —dijo Dobby aún sin poder creérselo—. Mi amo lo tiró, y Dobby lo cogió, y ahora Dobby… Dobby es libre.
—Estúpido Potter, en verdad es tan molesto como los idiotas de sus padres —susurró Lucius.
Lucius Malfoy se quedó de piedra, mirando al elfo. Luego embistió a Harry.
—¡Por tu culpa he perdido a mi criado, mocoso!
Pero Dobby gritó:
—¡Usted no hará daño a Harry Potter!
Se oyó un fuerte golpe, y el señor Malfoy cayó de espaldas. Bajó las escaleras de tres en tres y aterrizó hecho una masa de arrugas. Se levantó, lívido, y sacó la varita, pero Dobby le levantó un dedo amenazador.
Los aplausos y silbidos de alegría no se hicieron esperar, pero los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett eran los que hacían más alboroto.
—¡Dobby es increíble! —se escuchaba por toda la sala.
Cuando llegue el momento de tener a ese elfo en mis manos, me encargare de encerrarlo, se decía Lucius.
Y nuevamente cuando todo el alboroto paso, Lee Jordan continuo leyendo.
—Usted se va a ir ahora —dijo con fiereza, señalando al señor Malfoy—. Usted no tocará a Harry Potter. Váyase ahora mismo.
Lucius Malfoy no tuvo elección. Dirigiéndoles una última mirada de odio, se cubrió por completo con la capa y salió apresuradamente.
—¡Harry Potter ha liberado a Dobby! —chilló el elfo, mirando a Harry. La luz de la luna se reflejaba, a través de una ventana cercana, en sus ojos esféricos—. ¡Harry Potter ha liberado a Dobby!
Hermione tenía los ojos brillantes al recordar a Dobby. Se lamentaba no haber podido hacer nada por ayudarlo.
Harry por su parte también se sentía mal por no haber podido ayudarlo.
—Es lo menos que podía hacer, Dobby —dijo Harry, sonriendo—. Pero prométame que no volverá a intentar salvarme la vida.
—Yo también le hubiera pedido lo mismo, digo con la forma tan peculiar de querer salvar la vida de alguien —comentó Ted.
Una sonrisa amplia, con todos los dientes a la vista, cruzó la fea cara cetrina del elfo.
—Sólo tengo una pregunta, Dobby —dijo Harry, mientras Dobby se ponía el calcetín de Harry con manos temblorosas—. Usted me dijo que esto no tenía nada que ver con El-que-no-debe-ser-nombrado, ¿recuerda? Bueno…
—Era una pista, señor —dijo Dobby, con los ojos muy abiertos, como si resultara obvio—. Dobby le daba una pista. Antes de que cambiara de nombre, el Señor Tenebroso podía ser nombrado tranquilamente, ¿se da cuenta?
—Eso fue impresionante —dijo Hermione.
—Aunque no fue una clave muy sencilla —reconoció Moody.
—Bien —dijo Harry con voz débil—. Será mejor que me vaya. Hay un banquete, y mi amiga Hermione ya estará recobrada…
Con todo eso de que Lucius Malfoy era el que había puesto el diario en el caldero de Ginny, la gente se había olvidado de los petrificados, así que pusieron más atención a la lectura.
Dobby le echó los brazos a Harry en la cintura y lo abrazó con fuerza.
—¡Harry Potter es mucho más grande de lo que Dobby suponía! —sollozó—. ¡Adiós, Harry Potter!
Y dando un sonoro chasquido, Dobby desapareció.
—¿Y dónde se encuentra Dobby ahora? —preguntó James.
—Sí, ¿por qué no vino con ustedes? —preguntó Sirius.
—Él no pudo venir —fue la simple respuesta de Harry.
Por su parte Remus se dio cuenta de que Hermione ponía cara de tristeza cuando preguntaron por Dobby, cosa que lo llevo a pensar que el elfo podría estar en problemas o quizás hasta algo peor.
Harry había estado presente en varios banquetes de Hogwarts, pero en ninguno como aquél. Todos iban en pijama, y la celebración duró toda la noche. Harry no sabía si lo mejor había sido cuando Hermione corrió hacia él gritando: «¡Lo has conseguido! ¡Lo has conseguido!» (Y nadie entendía a que se refería, pero ahora sí, comentó Hannah); o cuando Justin se levantó de la mesa de Hufflepuff y se le acercó veloz para estrecharle la mano y disculparse infinitamente por haber sospechado de él (El chico se sonrojó al sentir muchas miradas sobre él); o cuando Hagrid llegó, a las tres y media, y dio a Harry y a Ron unas palmadas tan fuertes en los hombros que los tiró contra el postre (Lo lamento, se disculpó el simi-gigante); o cuando dieron a Gryffindor los cuatrocientos puntos ganados por él y Ron, con lo que se aseguraron la copa de las casas por segundo año consecutivo (Esa es la mejor parte, comento Fabian a su hermano); o cuando la profesora McGonagall se levantó para anunciar que el colegio, como obsequio a los alumnos, había decidido prescindir de los exámenes (¡Sí! ¡Ese si que es un buen obsequio!, gritó Sirius y luego agregó mirando a la profesora, ¿Profesora, por qué no nos obsequia lo mismo? Pero se calló cuando noto la mirada de seriedad de McGonagall) («¡Oh, no!», exclamó Hermione) (¿Es en serio, castaña?, Sirius la miraba con si fuera un extraterrestre. A lo que Remus dijo: No la molestes, Canuto); o cuando Dumbledore anunció que, por desgracia, el profesor Lockhart no podría volver el curso siguiente, debido a que tenía que ingresar en un sanatorio para recuperar la memoria. Algunos de los profesores se unieron al grito de júbilo con el que los alumnos recibieron estas noticias.
—Ni siquiera los profesores pudieron ocultar la alegría de no tener que soportar a Lockhart —comentó Remus.
Hermione sonrió. Le hacía gracias conocer al Remus adolescente, tenía unas ocurrencias.
—¡Qué pena! —dijo Ron, cogiendo una rosquilla rellena de mermelada—. Estaba empezando a caerme bien.
Nadie pudo evitar reír, hasta McGonagall sonrió un poco.
El resto del último trimestre transcurrió bajo un sol radiante y abrasador. Hogwarts había vuelto a la normalidad, con sólo unas pequeñas diferencias: las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras se habían suspendido («pero hemos hecho muchas prácticas», dijo Ron a una contrariada Hermione) y Lucius Malfoy había sido expulsado del consejo escolar (Esa parte no le gustó nada a Lucius y internamente maldecía a todos). Draco ya no se pavoneaba por el colegio como si fuera el dueño. Por el contrario, parecía resentido y enfurruñado. Y Ginny Weasley volvía a ser completamente feliz.
—¡Gracias a Merlín! —dijo Molly.
Aunque no del todo, me quedé con cierto temor, pensaba Ginny.
Muy pronto llegó el momento de volver a casa en el expreso de Hogwarts. Harry, Ron, Hermione, Fred, George y Ginny tuvieron todo un compartimento para ellos.
Aprovecharon al máximo las últimas horas en que les estaba permitido hacer magia antes de que comenzaran las vacaciones. Jugaron al snap explosivo, encendieron las últimas bengalas del doctor Filibuster de George y Fred, y jugaron a desarmarse unos a otros mediante la magia. Harry estaba adquiriendo en esto gran habilidad.
James y Lily se sentían orgullosos de su futuro hijo.
Será un buen auror, pensaba Alastor.
Estaban llegando a Kings Cross cuando Harry recordó algo.
—Ginny…, ¿qué es lo que le viste hacer a Percy, que no quería que se lo dijeras a nadie?
¡Oh, no! Otra vez tienen que mencionarlo, pensaba Percy con pesar.
—Creí que no se los dirías —dijo Percy a su hermana.
—No era para tanto —se justificó la pelirroja.
—Sí, claro —bufó.
—¡Ah, eso! —dijo Ginny con una risita—. Bueno, es que Percy tiene novia.
—Lo cual nos sorprendió demasiado —dijeron los gemelos Weasley.
—Aun me preguntó que abras hecho Percy para que Penélope te haga caso —dijo George.
—¿Acaso le diste una poción de amor? —preguntó Fred fingiendo inocencia.
Percy se puso rojo, pero no exactamente de vergüenza sino de ira.
—¡Ya cierren la boca! —gritó el tercer hijo de los Weasley.
Lo que causo la risa de sus hermanos.
Percy resopló con resignación.
A Fred se le cayeron los libros que llevaba en el brazo.
—¿Qué?
—No deberían sorprenderse tanto —bufó Percy.
—Es esa prefecta de Ravenclaw, Penélope Clearwater —dijo Ginny—. Es a ella a quien estuvo escribiendo todo el verano pasado. Se han estado viendo en secreto por todo el colegio. Un día los descubrí besándose en un aula vacía (No lo puedo creer de ti, Percy, dijo Charlie con una sonrisita burlesca). Le afectó mucho cuando ella fue…, ya sabéis…, atacada. No os reiréis de él, ¿verdad? —añadió.
—Ni se me pasaría por la cabeza —dijo Fred, que ponía una cara como si faltase muy poco para su cumpleaños.
—Por supuesto que no —corroboró George con una risita.
—Fue el peor verano —comentó Percy.
El expreso de Hogwarts aminoró la marcha y al final se detuvo.
Harry sacó la pluma y un trozo de pergamino y se volvió a Ron y Hermione.
—Esto es lo que se llama un número de teléfono —dijo Harry, escribiéndolo dos veces y partiendo el pergamino en dos para darles un número a cada uno—. Tu padre ya sabe cómo se usa el teléfono, porque el verano pasado se lo expliqué. Llamadme a casa de los Dursley, ¿vale? No podría aguantar otros dos meses sin hablar con nadie más que con Dudley…
—Es comprensible —dijo Remus.
Hermione no pudo evitar reír mirando a Ron, al cual se le pusieron rojas las orejas.
Harry también rió contagiado por las risas de su mejor amiga.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Sirius.
—Lo descubrirán en el siguiente libro —respondieron Harry y Hermione a coro.
—Pero tus tíos estarán muy orgullosos de ti, ¿no? —dijo Hermione cuando salían del tren y se metían entre la multitud que iba en tropel hacia la barrera encantada—. ¿Y cuándo se enteren de lo que has hecho este curso?
—¿Orgullosos? —dijo Harry—. ¿Estás loca? ¿Con todas las oportunidades que tuve de morir, y no lo logré? Estarán furiosos…
—Oh, Petunia —suspiró Lily negando con la cabeza.
Y juntos atravesaron la verja hacia el mundo muggle.
—Fin del segundo libro —anunció Lee cerrando el libro.
—Genial, entonces empecemos con el tercer libro —dijo un animado Sirius.
Harry miró a su padrino, el tercer libro no lo favorecería mucho a él, además Harry temía que su padrino se deprima al descubrir la traición de Peter.
—Me temo que eso no será posible, señor Black —dijo Dumbledore.
Sirius hizo un mohín.
—¿Por qué? —preguntó James—. Si todavía queda tiempo para leer el primer capítulo.
—Empezaremos a leer mañana el siguiente libro, señor Potter, no hay apuro, recuerde que he parado el tiempo. Además podrían relajarse en el tiempo libre que tengan. Ahora cenaremos y luego descansaremos un poco, para mañana levantarnos temprano y continuar con el tercer libro.
Todos asintieron, aunque algunos a regañadientes.
Kreacher hizo aparecer la comida en las mesas. Y mientras todos comían y a la vez platicaban sobre el final del segundo libro, pero Remus miraba con concentración la mano izquierda de Hermione entre confundido y sorprendido.
Ese anillo, se decía Remus, es idéntico al de mi madre. ¿Pero por qué lo tendrá Hermione?
Hermione movió su mano y Remus ya no pudo seguir viendo el anillo.
No, tal vez es uno muy parecido, trataba de convencerse.
Cuando la ceno hubo terminado y ya que era muy temprano para dormir, algunos se iban a conversar en privado en sus habitaciones, como por ejemplo Harry se fue a platicar con sus padres, él quería aprovechar todo el tiempo posible con ellos, Molly tomo a su hija del brazo, quería darle su apoyo —aunque sea tarde— luego de lo que vivió, Arthur y los demás chicos Weasley también siguieron a sus padres, claro, menos Billy y Ron, el primero porque él y Fleur querían estar un momento solos, y el segundo porque se había quedado platicando con su novia, los esposos Malfoy se retiraron a su habitación, mientras que Draco y Astoria desaparecieron apenas termino la cena, Snape también se fue a su habitación cuando termino de cenar, Neville se fue a platicar con sus padres e invitó a Hannah para que los acompañe y aunque ella se negó al comienzo, al final termino aceptando.
Y así uno a uno se fueron retirando a sus habitaciones, los únicos que quedaban todavía en la mesa fueron Sirius, Remus y Hermione con su gato.
—Bueno, Lunático espérame aquí, quiero enseñarte algo —dijo Sirius y se encamino con toda la rapidez hacia su habitación sin darle tiempo a Remus de contestar.
Pero Sirius había hecho todo esto solo para vigilar a su amigo y a Hermione, quería ver como se comportaban estando a solas.
—¿Y a este que le pasa? —murmuró Remus.
Hermione lo miró y le sonrió.
—Sirius siempre ha sido así, impulsivo y un poco loco —respondió Hermione.
—Sí, tienes razón —concedió Remus.
Ambos se miraron fijamente, Hermione quería acercarse a él y abrazarlo, besarlo, pero no debía, sabía que debía hacerlo, sino que explicaciones le daría después por su manera de actuar.
—Buenas noches, Remus —le dijo amorosamente, se acercó a él y beso su mejilla.
El corazón de Remus se aceleró y sus mejillas tomaron un color rosa.
—Buenas noches, Hermione —dijo Remus luego de unos minutos de silencio.
Hermione pasó por su lado, y esta vez Remus si vio bien el anillo que Hermione llevaba en su dedo anular.
Así que Remus Lupin tomo la mano izquierda de Hermione y miró el anillo de compromiso y luego a ella. Al comienzo ese anillo se le hacía familiar, pero ahora viéndolo bien lo reconoció como el anillo de su madre.
—¿Cómo llego este anillo a ti? O la pregunta correcta seria, ¿Quién te lo dio? —preguntó entre confuso e impresionado.
Todo el sonrojo había desaparecido del rostro de Remus.
—Eh…, me lo dio mi esposo —contestó la castaña nerviosamente.
Lupin la miró fijamente, sin parpadear.
Mientras tanto Sirius miraba la escena muy concentrado en una esquina.
—¿Cómo dijiste? —preguntó Remus.
—Que me lo dio mi esposo —repitió Hermione.
—Pero ese anillo le pertenecía a mi madre —debatió Remus, estaba seguro de lo que decía, ese anillo de plata con un rubí al centro y dos pequeños diamantes lo reconocería en cualquier parte.
—Bueno… —tartamudeó Hermione, sin mirar a los ojos a Lupin.
—¿Cómo? ¿Te lo dio tu esposo? —repitió Lupin—. Ese anillo le pertenece a mi madre, mi padre se lo dio como anillo de compromiso.
Hermione se quedó muda, no sabía que responder.
—Sí, tú le vendiste ese anillo al esposo de Hermione —dijo una voz detrás de ellos.
Hermione, Remus y Sirius voltearon a mirar. Ahí parado estaba un pelirrojo de ojos azules y pecas. Sin lugar a dudas era el hijo menor de Molly y Arthur Weasley. Ron.
El pelirrojo se acercó a ellos, y Hermione le dedico una mirada de agradecimiento.
—¿Yo hice eso? —preguntó Lupin con sorpresa.
Hermione solo asintió, puesto que no podía hablar.
—Así es —respondió Ron—, Harry y yo acompañamos a Rem… Renzo —Ron sonrió ligeramente al decir otro nombre tan rápidamente—, a comprarte el anillo.
Hermione soltó un suspiro. Y Remus asintió, parecía que la explicación le había convencido.
Quizás esa explicación había convencido a Remus —por el momento— pero a Sirius, no le parecía muy convincente. Porque noto a Hermione muy nerviosa cuando su amigo le pregunto por ese anillo, y luego cuando apareció Ron, dando una respuesta, Sirius la vio suspirar.
¿Qué rayos está pasando entre ellos?, se preguntó Sirius. A menos que me haya equivocado y Lunático y la castaña no sean padre e hija. ¿Pero entonces que parentesco podrían tener?
Eso tendré que averiguarlo, se prometió.


Anillo de Compromiso de Hermione
(Antes de la madre de Remus)