miércoles, 29 de abril de 2015

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 15: Aragog


Y antes de que Dumbledore preguntara “¿a quién le gustaría leer el siguiente capítulo?”, Ernie se le adelanto.
—Profesor Dumbledore, me gustaría leer el siguiente capítulo —Dumbledore asintió, y el libro llego a las manos del chico.
“Aragog”—leyó.
—Oh, ese no es el nombre de la acromántula de Hagrid —dijo Ted.
—Sí, así es —afirmó Hagrid, recordando con tristeza a su amiga.
Y Ron volvió a estremecerse ante la mención de Aragog.
El verano estaba a punto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos. Pero sin poder ver a Hagrid desde las ventanas del castillo, cruzando el campo a grandes zancadas con Fang detrás, a Harry aquel paisaje no le gustaba; y lo mismo podía decirse del interior del castillo, donde las cosas iban de mal en peor.
—No es un buen comienzo —comentó Sirius.
Y más si Hermione aún sigue petrificada, pensó Remus, mirando a la chica, quien le sonrió cuando capto su mirada.
Harry y Ron habían intentado visitar a Hermione, pero incluso las visitas a la enfermería estaban prohibidas.
—No podemos correr más riesgos —les dijo severamente la señora Pomfrey a través de la puerta entreabierta—. No, lo siento, hay demasiado peligro de que pueda volver el agresor para acabar con esta gente.
—¿Volver a atacar a los que ya están petrificados? ¿En serio? —dijo Fabian.
—No tiene lógica —siguió Gideon.
Muchos asintieron estando de acuerdo con los Prewett.
Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.
—Esa fue una de las épocas más deprimentes de Hogwarts —comentó Katie Bell.
—Además nadie podía sentirse de buen humor, sin sentirse a la vez un egoísta —dijo Seamus.
Harry se repetía constantemente las últimas palabras de Dumbledore: «Sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.»  (Dumbledore sonreía levemente con su mensaje de su yo del futuro, puesto que estaba claro que iba dirigido a Harry y Ron) Pero ¿con qué finalidad había dicho aquellas palabras? (Seguramente presentía que harían algo, dijo Ted) ¿A quién iban a pedir ayuda, cuando todo el mundo estaba tan confundido y asustado como ellos?
—Seguramente pedirían ayuda a un profesor —dijo Lupin.
—Sí, pero al idiota de Lockhart seguro que no —bufó James.
—Claro que no, Cornamenta —aseguró Sirius.
La indicación de Hagrid sobre las arañas era bastante más fácil de comprender. El problema era que no parecía haber quedado en el castillo ni una sola araña a la que seguir. Harry las buscaba adondequiera que iba, y Ron lo ayudaba a regañadientes (Los hermanos Weasley rieron quedamente, mientras Ron se sonrojaba). Además se añadía la dificultad de que no les dejaban ir solos a ningún lado, sino que tenían que desplazarse siempre en grupo con los alumnos de Gryffindor. La mayoría de los estudiantes parecían agradecer que los profesores los acompañaran siempre de clase en clase, pero a Harry le resultaba muy fastidioso.
Tenía que heredar lo merodeador de su padre, pensaba Lily con una sonrisita.
Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo. Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual (Es un idiota como el padre, dijo Sirius a sus amigos. A lo que Hermione opinó: “Ahora ya no lo es tanto”, los merodeadores la miraron con confusión, pero el licántropo dentro de Remus se removió y gruño con enojo al escuchar que Hermione defendía a Malfoy). Harry no comprendió por qué Malfoy se sentía tan a gusto hasta que, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentado detrás de él en clase de Pociones, le oyó regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle:
—Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, Potter —dijo Draco con cierto sarcasmo.
Harry sonrió de medio lado.
Malfoy es imposible, pensaba Harry.
—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio (Se escucharon varios voces protestando lo dicho por el rubio —en su tiempo— pero Dumbledore luego de rato callo a las voces, puesto que él no tomaba mucha importancia a las palabras de un chico de 12 años, cuando estas palabras eran solo la mala influencia de su padre). Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional…
La profesora de Transformaciones miró con seriedad al rubio, mientras que Lucius sonreía mirando a McGonagall.
—Sí, tan provisional que ahora es… —Ginny le dio una patada a Ron para que dejara de hablar—. Ginny —se quejó este.
—Casi metes la pata —le susurró su hermana.
Snape pasó al lado de Harry sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione.
Hermione frunció el ceño. Snape ni si quiera se inmuto ante el gesto de la chica.
Mientras tanto Remus miraba con seriedad a Snape por ser tan insensible con Hermione.
—Señor —dijo Malfoy en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?
—¡NO! —gritaron los gemelos Weasley fingiendo estar horrorizados, para tratar de aligerar el ambiente. Y lo lograron porque los primeros en reír fueron sus tíos y los merodeadores.
—Tontos pelirrojos —gruñía Snape por lo bajo.
—Eso nunca sucederá —dijo entre risas Sirius.
Harry miró a Hermione, Ron, Ginny, Luna y Neville, pero nadie se atrevió a decirle que eso si sucedería.
—Venga, venga, Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios (No sabía que Snape sonreír, le comentó Gideon a su gemelo, el cual soltó una carcajada)—. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.
—¡Exacto! —exclamaron todos, claro menos los Malfoy.
—Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.
—¡Oh, por Merlín! —dijeron los merodeadores.
Snape los miró con frialdad.
Snape paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Seamus Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre el caldero.
Todos rieron por la ocurrencia del chico.
—Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje —prosiguió Malfoy—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger…
Y antes de que algún hechizo le diera a Malfoy por parte de los amigos de la castaña, el rubio habló:
—Lamento mucho haber dicho eso, Granger.
—¿Y crees que con un lo “Lamento” vas a justificar tus malas intenciones? —rugió Lupin, parándose de su asiento y a su vez tirando a Crookshanks al suelo, el gato lo miró con desdén y camino hacia su dueña. Mientras tanto parecía que el lobo interior de Remus había salido a flote sin necesidad de tener la luna llena, y quería destrozar al rubio.
Por su parte Draco, había perdido todo el poco color que tenía, puesto que nunca había visto de esa manera a Remus.
Mejor dicho nadie había visto a Remus comportarse de esa manera tan agresiva, protectora. James, Sirius y Lily lo miraban con sorpresa.
—Lupin mide tus palabras —siseó Lucius.
—El que debería medir sus palabras es tu hijo —volvió a rugir Remus.
—Él solo dijo lo correcto —respondió Lucius, mirando a su hijo de reojo.
Harry miró a Hermione dándole a entender de que tratara de controlar a Remus que estaba dispuesto a lanzar un hechizo a Lucius, o sino podría desatarse un duelo, entre los rubios y los merodeadores, porque Harry estaba seguro que ni su padre ni Sirius dejarían solo a Remus.
—Remus —lo llamó Hermione, y el aludido la miró a los ojos.
Y como si alguien hubiera pinchado un globo, y este globo soltando todo el aire, la ira de Remus se desvaneció, al mirar esos ojos achocolatados de Hermione.
—Te agradezco que me defiendas… pero —Hermione quería en ese mismo momento correr hacia él y abrazarlo, besarlo como nunca antes lo había hecho—, Malfoy ya se disculpó y… además cuando dijo todo eso él solo tenía doce años —Remus no prestaba mucha atención a las palabras de Hermione, él más se dedicaba a observarla, cada uno de sus rasgos, cada una de sus pecas, sí, esas ligeras pecas que tenía sobre la nariz y que él había notado el día anterior cuando la tuvo cerca a él—. ¿Remus? —dijo Hermione al no ver ninguna reacción en él.
—¿Eh? —dijo sorprendido Remus—, sí, está bien —murmuró para luego sentarse pensativo.
James y Sirius miraban sorprendidos a su amigo, puesto que Remus nunca se comportaba así, ¿Qué le sucede a Lunático?, se preguntaban ambos.
Luego de unos minutos de estar en silencio. Ernie continúo con la lectura.
La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Ron había saltado del asiento para abalanzarse sobre Malfoy, aunque con el barullo de recoger libros y bolsas, su intento pasó inadvertido.
—Dejadme —protestó Ron cuando lo sujetaron entre Harry y Dean—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, lo voy a matar con las manos…
—Así se habla, Ron —dijeron los gemelos Weasley, y Ron se sonrojó.
—Daos prisa, he de llevaros a Herbología —les gritó Snape, y salieron en doble hilera, con Harry, Ron y Dean en la cola, el segundo intentando todavía liberarse. Sólo lo soltaron cuando Snape se quedó en la puerta del castillo y ellos continuaron por la huerta hacia los invernaderos.
La clase de Herbología resultó triste, porque había dos alumnos menos: Justin y Hermione.
Todos miraron a Hermione y a Justin, pero Remus solo miraba a Hermione.
Porque por más que había intentado alejarse de ella, no podía, era como si una fuerza lo mantuviera pendiente de ella, sin contar que su lobo interior quería a Hermione y eso nunca le había sucedido, el lobo siempre había rechazado a todas las chicas que se acercaban a él en plan romántico —y a la última chica que rechazo fue a Emmeline Vance, una Gryffinfor de su mismo curso—, pero con Hermione, con ella era todo distinto. Y a decir verdad lo asustaba. Le asustaba que su lobo interior se llegara a obsesionar con ella.
Hermione se dio cuenta de su mirada y le sonrió, y él se sonrojo levemente.
Y esa sola mirada lo hizo desistir de su propósito anterior.
Sí, definitivamente no puedo alejarme de Hermione, se decía Remus, además no creo que pase nada, ella no se quedara para siempre aquí, ella regresar a su tiempo, y quizás cuando la vuelva a ver, ella solo será una niña y yo hombre adulto. Así que, porque no disfrutar de su compañía el tiempo que esté aquí.
La profesora Sprout los puso a todos a podar las higueras de Abisinia, que daban higos secos. Harry fue a tirar un brazado de tallos secos al montón del abono y se encontró de frente con Ernie Mcmillan. Ernie respiró hondo y dijo, muy formalmente:
—Sólo quiero que sepas, Harry, que lamento haber sospechado de ti. Sé que nunca atacarías a Hermione Granger (Claro que no, murmuró Harry) y te quiero pedir disculpas por todo lo que dije. Ahora estamos en el mismo barco y…, bueno…
Avanzó una mano regordeta y Harry la estrechó.
—A veces eres demasiado bueno con la gente, Harry —dijo Lee Jordan.
Ernie y su amiga Hannah se pusieron a trabajar en la misma higuera que Ron y Harry.
Neville al escuchar el nombre de la rubia, volteo a mirarla, la chica le sonrió y él se sonrojó.
No cabía duda Neville fue muy valiente al matar a Nagini, pero se ponía nervioso con solo una sonrisa de Hannah.
—Ese tal Draco Malfoy —dijo Ernie, mientras cortaba las ramas secas— parece que se ha puesto muy contento con todo esto, ¿verdad? ¿Sabéis?, creo que él podría ser el heredero de Slytherin.
Draco rodó los ojos.
—Esto demuestra que eres inteligente, Ernie —dijo Ron, que no parecía haber perdonado a Ernie tan fácilmente como Harry.
—¿Crees que es Malfoy, Harry? —preguntó Ernie.
—No —respondió Harry con tal firmeza que Ernie y Hannah se lo quedaron mirando.
—Ahora sabemos porque —dijeron Ernie y Hannah a la vez.
Un instante después, Harry vio algo y lo señaló dándole a Ron en la mano con sus tijeras de podar.
—¡Ah! ¿Qué estás…?
Harry señaló al suelo, a un metro de distancia. Varias arañas grandes correteaban por la tierra.
Ron se estremeció al recordar las arañas.
—¡Anda! —dijo Ron, intentando, sin éxito, hacer como que se alegraba—. Pero no podemos seguirlas ahora…
—El pequeño Ronnie, queriendo seguir a las arañas —dijeron los gemelos Weasley con burla—, eso nos hubiera gustado ver.
Ron los fulminó con la mirada.
Ernie y Hannah escuchaban llenos de curiosidad.
Harry contempló a las arañas que se alejaban.
—Parece que se dirigen al bosque prohibido…
Y a Ron aquello aún le hizo menos gracia.
—Como a cualquiera —dijo Parvati.
Mientras tanto Molly y Lily miraban a sus hijos, porque aunque todavía no leían la continuación, ellas sabían que sus hijos irían al bosque prohibido siguiendo a las arañas.
Al acabar la clase, el profesor Snape acompañó a los alumnos al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry y Ron se rezagaron un poco para hablar sin que los oyeran.
—Eso no es novedad —dijeron los Gryffindors.
—Tenemos que recurrir otra vez a la capa para hacernos invisibles —dijo Harry a Ron—. Podemos llevar con nosotros a Fang. Hagrid lo lleva con él al bosque, así que podría sernos de ayuda.
Hagrid negó con la cabeza.
Fang, no es una buena defensa, suele ser muy miedoso —murmuró el semi-gigante.
—De acuerdo —dijo Ron, que movía su varita mágica nerviosamente entre los dedos—. Pero… ¿no hay…, no hay hombres lobo en el bosque? —añadió, mientras ocupaban sus puestos habituales al final del aula de Lockhart.
Remus empalideció y bajo la mirada. Mientras James y Sirius suspiraban con exasperación.
Hermione notando la actitud de su futuro esposo, dijo:
—Los hombres lobo solo son peligrosos en luna llena, el resto del mes son seres humanos normales —Remus al escucharla levantó la mirada. Su corazón empezó a latir más a prisa al saber que ella no le temía a los seres como él, puesto que esa no era la primera vez que Hermione decía algo bueno de los hombres lobo. Aunque sabía que no lo decía por él —o eso creía Remus— esas palabras lo hicieron sentir bien, emocionado.
Hermione le sonrió, y él le devolvió la sonrisa.
—Así se habla —dijo James.
—Sí, la castaña tiene razón —agregó Sirius.
—Claro que la tengo —respondió Hermione con poses de sabionda.
—Alguien se volvió muy arrogante —dijo Draco sin mirarla, pero con una ligera sonrisa.
—Pues de seguro lo debo de haber aprendido de alguien —respondió Hermione, también sin mirarlo.
Remus no presto atención al último intercambio de palabras, aun le sonaban en sus cabeza lo que Hermione había dicho de los hombres lobo, y repentinamente tuvo que mirar hacia otro lado, porque no se hubiera podido contener y le hubiera saltado encima a Hermione, quería abrazarla y hasta… besarla.
Remus negó con la cabeza.
—No puedo hacer eso —murmuró.
Luego de eso, Ernie continúo leyendo.
Prefiriendo no responder a aquella pregunta, Harry dijo:
—También hay allí cosas buenas. Los centauros son buenos, y los unicornios también.
Ron no había estado nunca en el bosque prohibido (Como debe de ser, dijo McGonagall. Por otra parte Ron recordó que su primera excursión en el bosque prohibido no había sido buena). Harry había penetrado en él en una ocasión, y deseaba no tener que volver a hacerlo.
—Pues entonces no deberías volver —le dijo Lily a su hijo, pero este no respondió, sabía que lo que había pasado en el bosque no le gustaría nada.
Lockhart entró en el aula dando un salto, y la clase se lo quedó mirando. Todos los demás profesores del colegio parecían más serios de lo habitual, pero Lockhart estaba tan alegre como siempre.
—Eso es porque Lockhart es un idiota descerebrado —dijeron al unísono los gemelos Prewett, mientras los demás asentían estando de acuerdo con los gemelos.
—¡Venga ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponéis esas caras tan largas?
—¿Por qué será? —dijeron los gemelos Weasley con ironía—, tal vez sea porque Colin estaba petrificado.
—Y Justin —apoyó Susan Bones, usando el mismo tono que los gemelos al hablar.
—Y también Hermione —dijeron Harry y Ron.
—Hagrid estaba en Azkaban —siguió Neville.
—Y para acabar, había un monstruo rondando por Hogwarts —dijo Frank.
—Merodeando —corrigieron los merodeadores.
—Bueno, un monstruo estaba merodeando por Hogwarts —repitió Frank.
Los alumnos intercambiaron miradas de exasperación, pero no contestó nadie.
—¿Es que no comprendéis —les decía Lockhart, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado al culpable.
—¿A quién dice? —preguntó Dean Thomas en voz alta.
—Gracias, Dean —dijo Hagrid. Dean sonrió al futuro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
—Mi querido muchacho, el ministro de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era el culpable —dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno y uno son dos.
McGonagall se frotaba las sienes cansinamente, y eso que todavía no tenía que tener a Lockhart como su “colea”.
—En el Ministerio hay puros ineptos —dijo Lee, Moody lo miró serio—, aunque no todos, ay más ahora con el nuevo Ministro de Magia, él si es justo.
—Ya lo creo que se lo llevaría —dijo Ron, alzando la voz más que Dean.
—Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señor Weasley —dijo Lockhart empleando un tono de satisfacción.
—No soporto a ese afeminado —dijo Sirius.
—Nadie lo soporta, Canuto —dijeron James y Remus.
Sirius miró al trío.
—Díganme por favor que esa cosa no les dio clases el siguiente curso —preguntó el animago.
El trío se miraron entre ellos y luego sonrieron.
—Claro que no Sirius, fue alguien mejor —respondió Harry.
—Mucho mejor —dijo Ron.
—Más que mucho mejor —dijo Hermione, mirando disimuladamente a Remus.
—Fue el mejor y único profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que tuvimos en todo nuestra época de colegio —dijeron el trío al unisonó.
—Vaya —dijo James—, me gustaría que ese profesor también nos dé clases.
—El que tenemos no es tan malo, James —dijo Lily.
—Sí, pero… —murmuró Sirius, pero mejor decidió quedarse callado porque ya conocía a Lily y sabía perfectamente que se pondría a darle todo un discurso de no faltar el respeto a los profesores y etc., etc., etc.
Ron comenzó a decir que él no era de la misma opinión, pero se paró en mitad de la frase cuando Harry le arreó una patada por debajo del pupitre.
—Nosotros no estábamos allí, ¿recuerdas? —le susurró Harry.
Pero la desagradable alegría de Lockhart, las sospechas que siempre había tenido de que Hagrid no era bueno, su confianza en que todo el asunto ya había tocado a su fin, irritaron tanto a Harry, que sintió deseos de tirarle Una vuelta con los espíritus malignos a su cara de idiota.
—Si lo hubieras hecho, Potter, hasta yo me hubiera responsabilizado de eso —dijo Draco sorprendiendo a todos los Gryffindors.
—¿Qué? —dijo Zabini al ver la cara de los leones, sobre todo de los merodeadores—, nosotros también detestábamos a ese hombre.
—Daba ganas de vomitar de solo ver la forma tan ridícula de comportarse —dijo Theo, y Pansy asintió.
Frank Longbottom estaba pensativo y no pudiendo evitarlo, preguntó:
—¿Y qué paso con Lockhart? ¿Dónde esta ahora?
—En San Mungo, Cuarto Piso: Daños causados por un hechizo —respondió Neville.
—¿Tú como sabes eso? —preguntó Alice a su hijo. Pero Neville no contestó, porque Harry respondió antes.
—Nosotros de lo contamos —dijo señalando a Hermione y Ron.
—¿Cómo terminó allí? —preguntó Remus con curiosidad.
Ron sonrió.
—Por primera vez en su vida le salió bien un hechizo —respondió el pelirrojo.
Pero en lugar de eso, se conformó con garabatearle a Ron una nota:
«Lo haremos esta noche.»
Las dos pelirrojas, Lily y Molly empalidecieron, ya sabían que sus hijos iban a ir al bosque prohibido, pero eso no quería decir que les gustara la idea.
Ron leyó el mensaje, tragó saliva con esfuerzo y miró a su lado, al asiento habitualmente ocupado por Hermione. Entonces parecieron disiparse sus dudas, y asintió con la cabeza.
Si yo hubiera estado en ese tiempo con ellos, estoy seguro que también hubiera ido tas las arañas con ellos, total no creo que unas arañas sean más peligrosas que un hombre lobo como yo, pensaba Remus, mirando de reojo a Hermione.

Aquellos días, la sala común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no tenían otro lugar adonde ir. También tenían mucho de qué hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.
—Eso ha de haber sido exasperante —dijeron los gemelos Prewett.
—Ni que lo digas —respondió Ron a sus tíos.
Después de cenar, Harry sacó del baúl su capa para hacerse invisible y pasó la noche sentado encima de ella, esperando que la sala se despejara. Fred y George los retaron a jugar al snap explosivo (Y por supuesto que ganamos, dijeron los gemelos chocando las manos) y Ginny se sentó a contemplarlos, muy retraída y ocupando el asiento habitual de Hermione (Oh, Ginny, lamento mucho que hayas tenido que pasar todo eso, le susurró Luna a la pelirroja que solo asintió). Harry y Ron perdieron a propósito, intentando acabar pronto (¿Qué? ¿Ustedes hicieron eso? Nos sentimos ofendidos, le reclamaron los gemelos), pero incluso así, era bien pasada la medianoche cuando Fred, George y Ginny se marcharon por fin a la cama.
—Oh, lamentamos haberlos molestado —ironizaron los gemelos Weasley.
Ron solo rodó los ojos, era imposible hablar con cualquiera de ellos cuando de ponían en ese plan.
Harry y Ron esperaron a oír cerrarse las puertas de los dos dormitorios antes de coger la capa, echársela encima y salir por el agujero del retrato.
Este recorrido por el castillo también fue difícil, porque tenían que ir esquivando a los profesores. Al fin llegaron al vestíbulo, descorrieron el pasador de la puerta principal y se colaron por ella, intentando evitar que hiciera ruido, y salieron a los campos iluminados por la luz de la luna.
Remus se estremeció, la luz de la luna no era algo que le trajeran buenos recuerdos. Hermione se dio cuanta de eso, y se lamentaba no poder pararse y abrazarlo susurrándole todo va a estar bien, yo estoy contigo sin parecer una completa loca.
—Naturalmente —dijo Ron de pronto, mientras cruzaban a grandes zancadas el negro césped—, cuando lleguemos al bosque podría ser que no tuviéramos nada que seguir. A lo mejor las arañas no iban en aquella dirección. Parecía que sí, pero…
Su voz se fue apagando, pero conservaba un aire de esperanza.
—La esperanza es lo último que se pierde —le dijo Luna cariñosamente.
—Ojala hubiera sido así —dijo Ron.
Llegaron a la cabaña de Hagrid, que parecía muy triste con sus ventanas tapadas. Cuando Harry abrió la puerta, Fang enloqueció de alegría al verlos. Temiendo que despertara a todo el castillo con sus potentes ladridos, se apresuraron a darle de comer caramelos de café con leche que había en una lata sobre la chimenea, de tal manera que consiguieron pegarle los dientes de arriba a los de abajo.
Algunos soltaron unas risitas al oír eso.
Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitarían en el bosque completamente oscuro.
—Venga, Fang, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y Fang salió de la cabaña detrás de ellos, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol (Pobre, cuanto tiempo habrá estado encerrado, se lamentó Hagrid). Harry sacó la varita, murmuró: «¡Lumos!», y en su extremo apareció una lucecita diminuta, suficiente para permitirles buscar indicios de las arañas por el camino.
—Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya sabes…, seguramente estallaría o algo parecido…
—Debiste habernos pedido otra varita, Ron —dijo Arthur a su hijo.
Harry le puso una mano en el hombro y le señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de la varita para protegerse en la sombra de los árboles.
—Vale —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto. Vamos.
Los gemelos miraban a su hermano menor con asombro, definitivamente Ron merecía estar en la casa de los leones, era demasiado valiente, tanto como para seguir a las arañas —que es el animal que Ron más teme— solo para salvar a su amiga de la petrificación, y a Hagrid de Azkaban.
De esta forma penetraron en el bosque, con Fang correteando a su lado, olfateando las hojas y las raíces de los árboles. A la luz de la varita mágica de Harry, siguieron la hilera ininterrumpida de arañas que circulaban por el camino. Caminaron unos veinte minutos, sin hablar, con el oído atento a otros ruidos que no fueran los de ramas al romperse o el susurro de las hojas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz provenía de la varita de Harry, vieron que las arañas se salían del camino.
—Y aquí es donde las cosas se empiezan a poner feas —dijo Ron.
—¿Qué quieres decir con eso, Ron? —preguntó Molly con preocupación.
—Ahora lo sabrás, mamá —respondió el pelirrojo.
Harry se detuvo y miró hacia donde se dirigían las arañas, pero, fuera del pequeño círculo de luz de la varita, todo era oscuridad impenetrable. Nunca se había internado tanto en el bosque. Podía recordar vívidamente que Hagrid, una vez que había entrado con él, le advirtió que no se saliera del camino. Pero ahora Hagrid se hallaba a kilómetros de distancia, probablemente en una celda en Azkaban, y les había indicado que siguieran a las arañas.
—Lo cual no fue una buena idea —dijo Molly, y Hagrid se sonrojó.
Harry notó en la mano el contacto de algo húmedo, dio un salto hacia atrás y pisó a Ron en el pie, pero sólo había sido el hocico de Fang.
Lily suspiró con alivio.
—¿Qué te parece? —preguntó Harry a Ron, de quien sólo veía los ojos, que reflejaban la luz de la varita mágica.
—Ya que hemos llegado hasta aquí… —dijo Ron.
—… deberíamos seguir —Ron termino su frase que esa vez dejo inconclusa.
De forma que siguieron a las arañas que se internaban en la espesura. No podían avanzar muy rápido, porque había tocones y raíces de árboles en su ruta, apenas visibles en la oscuridad. Harry notaba en la mano el cálido aliento de Fang. Tuvieron que detenerse más de una vez para que, en cuclillas, a la luz de la varita, Harry pudiera volver a encontrar el rastro de las arañas.
—Parece muy peligroso —murmuró Alice, mirando a su futuro hijo, pero a la vez agradecía que su hijo en esos momentos estaba durmiendo en su cama.
Caminaron durante una media hora por lo menos. Las túnicas se les enganchaban en las ramas bajas y en las zarzas. Al cabo de un rato notaron que el terreno descendía, aunque el bosque seguía igual de espeso.
De repente, Fang dejó escapar un ladrido potente, resonante, dándoles un susto tremendo.
—Y aquí vamos —susurró Ron.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron en voz alta, mirando en la oscuridad y agarrándose con fuerza al hombro de Harry.
—Algo se mueve por ahí —musitó Harry—. Escucha… Parece de gran tamaño.
Escucharon. A cierta distancia, a su derecha, aquella cosa de gran tamaño se abría camino entre los árboles quebrando las ramas a su paso.
Lily y Molly estaban pálidas. Mientras los merodeadores se miraron.
—No simples arañas —susurró Sirius. Y James asintió.
—Es la acromántula de Hagrid —ahora susurró Remus.
—¡Ah no! —exclamó Ron—, ¡ah no, no, no…!
—Calla —dijo Harry, desesperado—. Te oirá.
—¿Oírme? —dijo Ron en un tono elevado y poco natural—. Yo sí lo he oído. ¡Fang!
La oscuridad parecía presionarles los ojos mientras aguardaban aterrorizados. Oyeron un extraño ruido sordo, y luego, silencio.
—Esta ansiedad me está matando —dijo Lily a la vez que se abrazaba a James.
—¿Qué crees que está haciendo? —preguntó Harry.
—Seguramente, se está preparando para saltar —contestó Ron.
Aguardaron, temblando, sin atreverse apenas a moverse.
—¿Crees que se ha ido? —susurró Harry.
—No sé…
Todos en la Sala de los Menesteres estaban expectantes.
Entonces vieron a su derecha un resplandor que brilló tanto en la oscuridad que los dos tuvieron que protegerse los ojos con las manos. Fang soltó un aullido y echó a correr, pero se enredó en unos espinos y volvió a aullar aún más fuerte.
—¿Luz? —repitieron los merodeadores.
—Ahora entenderán —respondió Harry.
—¡Harry! —gritó Ron, tan aliviado que la voz apenas le salía—. ¡Harry, es nuestro coche!
—¿Qué? —dijeron muchos con sorpresa.
—¿Qué?
—¡Vamos!
Harry siguió a Ron en dirección a la luz, dando tumbos y traspiés, y al cabo de un instante salieron a un claro.
El coche del padre de Ron estaba abandonado en medio de un círculo de gruesos árboles y bajo un espeso tejido de ramas, con los faros encendidos. Ron caminó hacia él, boquiabierto, y el coche se le acercó despacio, como si fuera un perro que saludase a su amo. Un perro de color turquesa.
Arthur se emocionó al escuchar eso. El coche volador no estaba perdido.
—¿Un perro color turquesa? Esa si es buena —celebraron los gemelos Prewett.
—¡Ha estado aquí todo el tiempo! —dijo Ron emocionado, contemplando el coche—. Míralo: el bosque lo ha vuelto salvaje…
—Mientras no se haya vuelto peligroso también —dijo Moody—. Siempre tienen que estar en alerta permanente —aconsejó.
Esa frase les trajo muchos recuerdos al trío. Hermione miró al auror, y aun se le hacía imposible creer que un hombre tan rudo como él estaba muerto en su tiempo.
Los guardabarros del coche estaban arañados y embadurnados de barro. Daba la impresión de que el coche había conseguido llegar hasta allí él solo. A Fang no parecía hacerle ninguna gracia, y se mantenía pegado a Harry, temblando. Mientras su respiración se acompasaba, guardó la varita bajo la túnica.
—No bajes la guardia, Potter. Repito alerta permanente —dijo Moody.
—¡Y creíamos que era un monstruo que nos iba a atacar! —dijo Ron, inclinándose sobre el coche y dándole unas palmadas—. ¡Me preguntaba adónde habría ido!
Harry aguzó la vista en busca de arañas en el suelo iluminado, pero todas habían huido de la luz de los faros.
—Si sabes que el coche no te contestara, ¿verdad, Ronnie? —se burlaron los gemelos.
—Hemos perdido el rastro —dijo—. Tendremos que buscarlo de nuevo.
—Lo mejor sería que salieran de allí —dijo Lily mientras Molly asentía.
Ron no habló ni se movió. Tenía los ojos clavados en un punto que se hallaba a unos tres metros del suelo, justo detrás de Harry. Estaba pálido de terror.
—¿Qué viste? —le preguntaron al pelirrojo.
—Lo que nunca hubiera querido ver —respondió Ron.
Pero al no obtener la respuesta esperada, Ernie continuo leyendo.
Harry ni siquiera tuvo tiempo de volverse. Se oyó un fuerte chasquido, y de repente sintió que algo largo y peludo lo agarraba por la cintura y lo levantaba en el aire, de cara al suelo (Mierda, murmuró James). Mientras forcejeaba, aterrorizado, oyó más chasquidos, y vio que las piernas de Ron se despegaban del suelo, y oyó a Fang aullar y gimotear… y sintió que lo arrastraban por entre los negros árboles.
—Es la acromántula —susurró Remus.
—Ojala y te equivoques esta vez, Lunático —murmuró Sirius.
Levantando como pudo la cabeza, Harry vio que la bestia que lo sujetaba caminaba sobre seis patas inmensamente largas y peludas, y que encima de las dos delanteras que lo aferraban, tenía unas pinzas también negras (Lo siento, Harry, Ron, dijo Hagrid muy avergonzado a la vez que agachaba la cabeza). Tras él podía oír a otro animal similar, que sin duda era el que había cogido a Ron. Se encaminaban hacia el corazón del bosque. Harry pudo ver a Fang que forcejeaba intentando liberarse de un tercer monstruo, aullando con fuerza, pero Harry no habría podido gritar aunque hubiera querido: parecía como si la voz se le hubiese quedado junto al coche, en el claro.
—Aunque gritar no te hubiera servido de mucho, estando tan lejos del castillo —dijeron los gemelos Prewett.
Molly miró con seriedad a sus hermanos, y estos se encogieron de hombros.
Nunca supo cuánto tiempo pasó en las garras del animal, sólo que de repente hubo la suficiente claridad para ver que el suelo, antes cubierto de hojas, estaba infestado de arañas. Estaban en el borde de una vasta hondonada en la que los árboles habían sido talados y las estrellas brillaban iluminando el paisaje más terrorífico que se pueda imaginar.
Las hermanas Patil se miraron.
—Nosotras nos hubieras desmayado —dijeron al unisonó.
Arañas. No arañas diminutas como aquellas a las que habían seguido por el camino de hojarasca, sino arañas del tamaño de caballos, con ocho ojos y ocho patas negras, peludas y gigantescas (Ron se estremeció). El ejemplar que transportaba a Harry se abría camino, bajando por la brusca pendiente, hacia una telaraña nebulosa en forma de cúpula que había en el centro de la hondonada, mientras sus compañeras se acercaban por todas partes chasqueando sus pinzas, emocionadas a la vista de su presa.
—Estaban hambrientas —comentó Luna sorprendida.
—Sí, y nosotros —Ron señaló a Harry y luego se señaló él—, casi fuimos su cena.
La araña soltó a Harry, y éste cayó al suelo de cuatro patas. A su lado, con un ruido sordo, cayeron Ron y Fang. El perro ya no aullaba; se quedó encogido y en silencio en el mismo punto en que había caído. Ron parecía encontrarse tan mal como Harry había supuesto. Su boca se había alargado en una especie de grito mudo y los ojos se le salían de las órbitas.
Hagrid estaba pensando hablar muy seriamente con los parientes de Aragog cuando regresara a su época.
Molly parecía que se iba a poner a llorar ahí mismo al saber el peligro que había pasado su hijo. Aunque Lily no se quedaba atrás, esa se encontraba tan aferrada a James, y este ya casi se estaba poniendo morado.
De pronto Harry se dio cuenta de que la araña que lo había dejado caer estaba hablando. No era fácil darse cuenta de ello, porque chascaba sus pinzas a cada palabra que decía.
—¿Qué? ¿Estaba hablando? —preguntaron muchos. Y Harry, y Ron asintieron.
—¡Aragog! —llamaba—, ¡Aragog!
Y del medio de la gran tela de araña salió, muy despacio, una araña del tamaño de un elefante pequeño. El negro de su cuerpo y sus piernas estaba manchado de gris, y los ocho ojos que tenía en su cabeza horrenda y llena de pinzas eran de un blanco lechoso. Era ciega.
Hagrid sonrió con tristeza, recordando a su viejo amigo Aragog.
—¿Qué hay? —dijo, chascando muy deprisa sus pinzas.
—Hombres —dijo la araña que había llevado a Harry.
—Eran niños —corrigió Andrómeda.
—¿Es Hagrid? —Aragog se acercó, moviendo vagamente sus múltiples ojos lechosos.
—Desconocidos —respondió la araña que había llevado a Ron.
—Matadlos —ordenó Aragog con fastidio—. Estaba durmiendo…
—¡NO! —gritaron Lily y Molly.
—No nos pasó nada —dijeron Harry y Ron tratando de calmar a sus madres.
—Somos amigos de Hagrid —gritó Harry. Sentía como si el corazón se le hubiera escapado del pecho y estuviera retumbando en su garganta.
—Clic, clic, clic —hicieron las pinzas de todas las arañas en la hondonada.
Aragog se detuvo.
—Hagrid nunca ha enviado hombres a nuestra hondonada —dijo despacio.
—Y con buena razón —dijo Bill.
—Hagrid está metido en un grave problema —dijo Harry, respirando muy deprisa—. Por eso hemos venido nosotros.
—¿En un grave problema? —dijo la vieja araña, en un tono que a Harry se le antojó de preocupación—. Pero ¿por qué os ha enviado?
Por favor que esa acromántula no lastime a mi hijo y a su amigo, rogaba Lily aun abrazando a James.
Harry quiso levantarse, pero decidió no hacerlo; no creía que las piernas lo pudieran sostener. Así que habló desde el suelo, lo más tranquilamente que pudo.
—En el colegio piensan que Hagrid se ha metido en… en… algo con los estudiantes. Se lo han llevado a Azkaban.
Aragog chascó sus pinzas enojado, y el resto de las arañas de la hondonada hizo lo mismo: era como si aplaudiesen, sólo que los aplausos no solían aterrorizar a Harry.
—Pobre de Aragog, se ha de haber preocupado mucho —dijo inconscientemente Hagrid.
—¿En serio, Hagrid? ¿Lo dices en serio? —dijo con exasperación James—. Porque por lo que sabemos lo que estaban en verdadero peligro eran mi hijo y Ron.
Hagrid se sonrojó, y no dijo nada más. Se sentía un poco culpable, él nunca imagino que pondría en peligro a Harry y a Ron.
—Pero aquello fue hace años —dijo Aragog con fastidio—. Hace un montón de años. Lo recuerdo bien. Por eso lo echaron del colegio. Creyeron que yo era el monstruo que vivía en lo que ellos llaman la Cámara de los Secretos. Creyeron que Hagrid había abierto la cámara y me había liberado.
—Claro, Aragog no era el monstruo que se oculta en la Cámara de los Secretos ni Hagrid es quien libero al monstruo —comentó Luna mirando al semi-gigante avergonzado.
Las palabras de Luna hicieron que Hagrid sonriera ligeramente.
—Y tú… ¿tú no saliste de la Cámara de los Secretos? —dijo Harry, notando un sudor frío en la frente.
—¡Yo! —dijo Aragog, chascando de enfado—. Yo no nací en el castillo. Vine de una tierra lejana. Un viajero me regaló a Hagrid cuando yo estaba en el huevo. Hagrid sólo era un niño, pero me cuidó, me escondió en un armario del castillo, me alimentó con sobras de la mesa. Hagrid es un gran amigo mío, y un gran hombre (Hagrid estaba llorando al escuchar lo que Aragog pensaba de él, saco su viejo pañuelo y seco sus lágrimas). Cuando me descubrieron y me culparon de la muerte de una muchacha, él me protegió (Y perdió su varita por ello, dijo Luna. Mientras Hagrid pensaba: “Y lo volvería a hacer”). Desde entonces, he vivido siempre en el bosque, donde Hagrid aún viene a verme. Hasta me encontró una esposa, Mosag, y ya veis cómo ha crecido mi familia, gracias a la bondad de Hagrid…
Hagrid sonrió con tristeza.
—Pero ni siquiera por esa bondad con que Hagrid lo trato, evito que esa arañota quiso darnos de cena para sus hijos —susurró Ron a Harry.
Harry reunió todo el valor que le quedaba.
—¿Así que tú nunca… nunca atacaste a nadie?
—Nunca —dijo la vieja araña con voz ronca—. Mi instinto me habría empujado a ello, pero, por consideración a Hagrid, nunca hice daño a un ser humano (Que amable, ironizaron los gemelos Prewett). El cuerpo de la muchacha asesinada fue descubierto en los aseos. Yo nunca vi nada del castillo salvo el armario en que crecí. A nuestra especie le gusta la oscuridad y el silencio.
—Como ha Snape, tal vez él sea pariente de Aragog —susurró Sirius a James, y este no pudo evitar soltar una risita, Lily levanto la cabeza y lo miró.
—¿Sucede algo? —preguntó la pelirroja.
—No, nada —respondió James.
—Pero entonces… ¿sabes qué es lo que mató a la chica? —preguntó Harry—. Porque, sea lo que sea, ha vuelto a atacar a la gente…
Los chasquidos y el ruido de muchas patas que se movían de enojo ahogaron sus palabras. Al mismo tiempo, grandes figuras negras parecían crecer a su alrededor.
—Lo que habita en el castillo —dijo Aragog— es una antigua criatura a la que las arañas tememos más que a ninguna otra cosa. Recuerdo bien que le rogué a Hagrid que me dejara marchar cuando me di cuenta de que la bestia rondaba por el castillo.
—¿Algo que las arañas temen? —repitió pensativamente Moody.
—¿Qué es? —dijo Harry enseguida.
—No creo que te lo diga tan fácilmente —dijo Neville.
Las pinzas chascaron más fuerte. Parecía que las arañas se acercaban.
—¡No hablamos de eso! —dijo con furia Aragog—. ¡No lo nombramos! Ni siquiera a Hagrid le dije nunca el nombre de esa horrible criatura, aunque me preguntó varias veces.
Todos miraron a Hagrid como esperando que comprobara lo que acababa de leer Ernie.
—Es cierto, Aragog nunca me lo dijo —corroboró Hagrid.
Harry no quiso insistir, y menos con las arañas que se acercaban cada vez más por todos lados. Aragog parecía cansada de hablar. Iba retrocediendo despacio hacia su tela, pero las demás arañas seguían acercándose, poco a poco, a Harry y Ron.
—En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.
—No será tan fácil —murmuró Percy.
—¿Iros? —dijo Aragog despacio—. Creo que no…
—Pero, pero…
—Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigo de Hagrid.
—No son carnes, son niños —dijo Alice con horror.
Harry miró a todos lados. A muy poca distancia, mucho más alto que él, había un frente de arañas, como un muro macizo, chascando sus pinzas y con sus múltiples ojos brillando en las horribles cabezas negras.
Hermione estaba nerviosa, nunca imagino que había sido tan horrorizante. Ella estaba seguro que si en esos momentos no hubiera estado petrificada, los hubiera ayudado a salir de ese apuro.
Al coger su varita, Harry sabía que no le iba a servir, que había demasiadas arañas, pero estaba decidido a hacerles frente, dispuesto a morir luchando (Sí, demasiado Gryffindor, dijo Blaise con exasperación). Pero en aquel instante se oyó un ruido fuerte, y un destello de luz iluminó la hondonada.
—El coche —dijo Remus, y Harry y Ron asintieron.
Eso hizo que Lily y Molly suspiraran aliviadas porque presentían que el coche podría ayudarlos a escapar.
El coche del padre de Ron rugía bajando la hondonada, con los faros encendidos, tocando la bocina, apartando a las arañas al chocar con ellas. Algunas caían del revés y se quedaban agitando sus largas patas en el aire. El coche se detuvo con un chirrido delante de Harry y Ron, y abrió las puertas.
—¡Coge a Fang! —gritó Harry, metiéndose por la puerta delantera.
—¿En serio en ese momento pudiste recordar al perro? —preguntó un incrédulo Seamus.
Harry asintió.
—Ese comentario me hace sentir ofendido —refunfuñó Sirius.
—No lo decía por ti —le dijo Remus.
—Pero igual es un perro —replicó el animago.
Remus negó con la cabeza, había veces que su amigo no entendía las cosas.
Ron cogió al perro, que no paraba de aullar, por la barriga y lo metió en los asientos de atrás. Las puertas se cerraron de un portazo. Ni Ron puso el pie en el acelerador ni falta que hizo. El motor dio un rugido, y el coche salió atropellando arañas. Subieron la cuesta a toda velocidad, salieron de la hondonada y enseguida se internaron en el bosque chocando contra todo lo que se les ponía por delante, con las ramas golpeando las ventanillas, mientras el coche se abría camino hábilmente a través de los espacios más amplios, siguiendo un camino que obviamente conocía.
—Creo que hechizar los objetos muggles a veces puede resultar beneficioso —le dijo Molly a Arthur, y a este le brillaron los ojos, porque eso quería decir que su querida Molly ya no lo regañaría cuando lo hiciera y además que podía coleccionar objetos muggles.
Harry miró a Ron. En la boca aún conservaba la mueca del grito mudo, pero sus ojos ya no estaban desorbitados.
—¿Estás bien?
—Estaba horrorizado, no solo teníamos que enfrentarnos a una araña loca, sino a muchas de ellas —respondió Ron, ya que no había podido hablar en ese momento.
Ron miraba fijamente hacia delante, incapaz de hablar. Se abrieron camino a través de la maleza, con Fang aullando sonoramente en el asiento de atrás. Harry vio cómo al rozar un árbol arrancaba de cuajo el retrovisor exterior. Después de diez minutos de ruido y tambaleo, el bosque se aclaró y Harry vio de nuevo algunos trozos de cielo.
—¡Gracias a Merlín! —dijo Lily con un suspiro.
El coche frenó tan bruscamente que casi salen por el parabrisas. Habían llegado al final del bosque. Fang se abalanzó contra la ventanilla en su impaciencia por salir, y cuando Harry le abrió la puerta, corrió por entre los árboles, con la cola entre las piernas, hasta la cabaña de Hagrid (Pobre Fang, él es muy cobarde, murmuró Hagrid). Harry también salió y, al cabo de un rato, Ron lo siguió, recuperado ya el movimiento en sus miembros, pero aún con el cuello rígido y los ojos fijos. Harry dio al coche una palmada de agradecimiento, y éste volvió a internarse en el bosque y desapareció de la vista.
—Por fin estaban a salvo los tres —dijo Luna.
Harry entró en la cabaña de Hagrid a recoger la capa invisible. Fang se había acurrucado en su cesta, temblando debajo de la manta. Cuando Harry volvió a salir, vio a Ron vomitando en el bancal de las calabazas.
—Seguid a las arañas —dijo Ron sin fuerzas, limpiándose la boca con la manga—. Nunca perdonaré a Hagrid. Estamos vivos de milagro.
—Lo siento —se disculpó Hagrid.
—No es tu culpa, Hagrid, tú no podías saber que reaccionarían de ese modo —dijo Harry con comprensión.
—Apuesto a que no pensaba que Aragog pudiera hacer daño a sus amigos —dijo Harry.
—¡Ése es exactamente el problema de Hagrid! —dijo Ron, aporreando la pared de la cabaña—. ¡Siempre se cree que los monstruos no son tan malos como parecen, y mira adónde lo ha llevado esa creencia: a una celda en Azkaban! (En realidad lo que llevo a Hagrid a Azkaban fue la incompetencia del ministerio, dijo Percy) —no podía dejar de temblar—. ¿Qué pretendía enviándonos allá? Me gustaría saber qué es lo que hemos averiguado.
—Pues en ese momento pudieron comprobar que Hagrid era inocente —dijo Angelina.
—Que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos —contestó Harry, echando la capa sobre Ron y empujándole por el brazo para hacerle andar—. Es inocente.
—Sí, aunque no pudieron averiguar quién es el heredo de Slytherin ni saber qué clase de monstruo es el que se encuentra en la cámara de los secretos —dijo Ted.
Ron dio un fuerte resoplido. Evidentemente, criar a Aragog en un armario no era su idea de la inocencia.
El Ron del futuro aun concordaba con su Ron del pasado.
Al aproximarse al castillo, Harry enderezó la capa para asegurarse de que no se les veían los pies, luego empujó despacio la puerta principal, para que no chirriara, sólo hasta dejarla entreabierta. Cruzaron con cuidado el vestíbulo y subieron la escalera de mármol, conteniendo la respiración al encontrarse con los centinelas que vigilaban los corredores. Por fin llegaron a la sala común de Gryffindor, donde el fuego se había convertido en cenizas y unas pocas brasas. Al hallarse en lugar seguro, se desprendieron de la capa y ascendieron por la escalera circular hasta el dormitorio.
—Bien, ahora si podrán dormir —dijeron los gemelos Prewett.
Ron sonrió.
—Sí, claro, dormir… con Harry-necesito-averiguarlo-todo-Potter —ironizó el pelirrojo.
Ron cayó en la cama sin preocuparse de desvestirse. Harry, por el contrario, no tenía mucho sueño. Se sentó en el borde de la cama, pensando en todo lo que había dicho Aragog.
La criatura que merodeaba por algún lugar del castillo, pensó, se parecía a Voldemort, incluso en el hecho de que otros monstruos no quisieran mencionar su nombre (No lo había pensado, admitió Moody). Pero Ron y él no se encontraban más cerca de averiguar qué era aquello ni cómo había petrificado a sus víctimas. Ni siquiera Hagrid había sabido nunca qué se escondía en la cámara de los Secretos.
—En esos tiempos no lo sabía —murmuró Hagrid.
Harry subió las piernas a la cama y se reclinó contra las almohadas, contemplando la luna que destellaba para él a través de la ventana de la torre.
Remus en palideció, él nunca podría contemplar la luna sin sentir miedo y dolor por su transformación.
No comprendía qué otra cosa podía hacer. Nada de lo que habían intentado hasta el momento les había llevado a ninguna parte. Ryddle había atrapado al que no era, el heredero de Slytherin había escapado y nadie sabía si sería o no la misma persona que había vuelto a abrir la cámara. No quedaba nadie a quien preguntar. Harry se tumbó, sin dejar de pensar en lo que había dicho Aragog.
Estaba adormeciéndose cuando se le ocurrió algo que podía ser su última esperanza, y se incorporó de repente.
—¿El qué? —preguntó Moody.
—Ron —susurró en la oscuridad—, ¡Ron!
Ron despertó con un aullido como los de Fang, abrió unos ojos desorbitados y miró a Harry.
—Ron: la chica que murió. Aragog dijo que fue hallada en unos aseos —dijo Harry, sin hacer caso de los ronquidos de Neville que venían del rincón—. ¿Y si no hubiera abandonado nunca los aseos? ¿Y si todavía estuviera allí?
—¿Pensaste que la chica que murió era Myrtle la llorona? —preguntó Remus.
Harry asintió.
Dumbledore miró fijamente a Harry, era mucho más listo de lo que él se imaginaba.
Bajo la luz de la luna, Ron se frotó los ojos y arrugó la frente. Y entonces comprendió.
—¿No pensarás… en Myrtle la Llorona?
—Sí era Myrtle, ella fue la chica que murió en la época de Ryddle y por quien culparon a Hagrid —respondió Harry.
Todos los del pasado quedaron asombrados por el hallazgo, y pensar que nadie quería entrar a esos baños solo por no tener que soportar los llantos de la chica. La pobre Myrtle fue la primera en sufrir las consecuencias de la apertura de la Cámara.
—Aquí terminar el capítulo —dijo Ernie.
—Gracias, señor Macmillan —dijo Dumbledore—. Hasta aquí nos quedaremos, luego de almorzar continuaremos.
—Por fin, moría de hambre —dijo Ron.
—¿Tú? ¿Cuándo no, hermanito? —dijeron los gemelos Weasley con ironía.
Y durante el almuerzo —que Kreacher preparo y sirvió— todos comentaban el capítulo que había leído, y las dos pelirrojas Lily y Molly ya habían recuperado el color natural de sus rostros, en verdad sintieron pavor al pensar que algo malo les había podido pasar a sus futuros hijos.
Por su parte Ron comía como si no hubiera un mañana, los merodeadores miraban sorprendidos a Ron —bueno dos de ellos— porque Remus miraban disimuladamente a Hermione y cada vez que esta lo descubría le sonreía.
Te amo tanto, Remus, pensaba Hermione, como quisiera decirte quien soy yo realmente, pero tal vez no te lo tomes muy bien ahora, porque conozco tus complejos y miedos.
Hermione eres tan hermosa, y no sé porque me haces sentir tan bien cuando te veo sonreír —se decía Remus—. Acaso Sirius tendrá razón cuando dice que eres mi hija —se preguntaba— no, no quiero que lo seas.
Y nuevamente sus miradas se encontraron, y esta vez ambos se sonrieron, no pudiendo sentir una calidez envolver su corazón.

Lamento mucho la demora, en verdad lo lamento, espero que me puedan comprender, amadas lectoras. Pero desde ahora me comprometo a actualizar más seguido. Espero que tengan una linda noche, tarde o día (Acá en Perú son como las 8 de la noche).