martes, 24 de febrero de 2015

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 10: La «bludger» loca



Hermione y Remus regresaron con los demás.
—¿Dónde estaban? —preguntó Sirius con ojos entrecerrados apenas lo vio llegar.
—Pues… —susurró Hermione, viendo las sonrisas disimuladas de Harry, Ron, Ginny y Luna.
—No seas chismoso, Sirius —lo regañó Lily.
—No soy chismoso, pelirroja, soy me gusta estar informado —corrigió.
Remus negó con la cabeza divertido por las ocurrencias del ojigris.
—Solo platicábamos —respondió Remus—, ahora ya te sientes lo suficientemente informado —bromeó.
—No tanto como quisiera —dijo Sirius, y James rió del descaro de su amigo.
—Bueno ya que estamos nuevamente todos reunidos —Hermione y Remus se sonrojaron ligeramente— empecemos con el siguiente capítulo, señor Corner, ¿podría leer? —preguntó Dumbledore y el chico asintió.
El libro levitó hasta llegar a sus manos. Cambio de página y leyó:
“La «bludger» loca.
Los del pasado pusieron cara de confusión al no entender el título, solo los del futuro si sabían.
Después del desastroso episodio de los duendecillos de Cornualles, el profesor Lockhart no había vuelto a llevar a clase seres vivos (Vaya, que sensato, ironizó Ted). Por el contrario, se dedicaba a leer a los alumnos pasajes de sus libros, y en ocasiones representaba alguno de los momentos más emocionantes de su biografía (¿En serio?, preguntó Lupin incrédulo, y los chicos del futuro asintieron). Habitualmente sacaba a Harry para que lo ayudara en aquellas reconstrucciones (Hermione, Ron, Seamus, Dean y Parvati no pudieron evitar mirar a Harry, el cual se había sonrojado); hasta el momento, Harry había tenido que representar los papeles de un ingenuo pueblerino transilvano al que Lockhart había curado de una maldición que le hacía tartamudear, un yeti con resfriado y un vampiro que, cuando Lockhart acabó con él, no pudo volver a comer otra cosa que lechuga.
—¿Quién le podría creer eso? Si el metabolismo de los vampiros no les permite comer otra cosa que no sea sangre —dijo Remus.
En la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras sacó de nuevo a Harry, esta vez para representar a un hombre lobo (Remus empalideció, de solo pensar que el hijo de uno de sus amigos sufriera la misma maldición que él, lo hacía sentir mal). Si no hubiera tenido una razón muy importante para no enfadar a Lockhart, se habría negado.
—Aúlla fuerte, Harry (eso es…), y en aquel momento, creedme, yo salté (así) tirándolo contra el suelo (así) con una mano, y logré inmovilizarle (Se nota que ese idiota nunca ha estado frente a un hombre lobo en verdad, dijeron James y Sirius. Hermione asintió y dijo: «tienen razón», sorprendiendo a los merodeadores). Con la otra, le puse la varita en la garganta y, reuniendo las fuerzas que me quedaban, llevé a cabo el dificilísimo hechizo Homorphus; él emitió un gemido lastimero (venga, Harry…, más fuerte…, bien) y la piel desapareció…, los colmillos encogieron y… se convirtió en hombre. Sencillo y efectivo. Otro pueblo que me recordará siempre como el héroe que les libró de la terrorífica amenaza mensual de los hombres lobo.
—Los hombre lobo no son una amenaza —defendió James.
—Exacto —apoyó Sirius.
Snape rodó los ojos.
—Sí, claro —murmuró.
Sonó el timbre y Lockhart se puso en pie.
—Deberes: componer un poema sobre mi victoria contra el hombre lobo Wagga Wagga. ¡El autor del mejor poema será premiado con un ejemplar firmado de El encantador!
McGonagall está perpleja por tanta incompetencia.
—¿Un poema? ¿Al hombre lobo Wagga Wagga? —repitieron los gemelos Prewett.
—¿A eso llaman un profesor de DCAO? —preguntó Remus con sarcasmo.
Los alumnos empezaron a salir. Harry volvió al fondo de la clase, donde lo esperaban Ron y Hermione.
—¿Listos? —preguntó Harry.
—Espera que se hayan ido todos —dijo Hermione, asustada—. Vale, ahora.
Se acercó a la mesa de Lockhart con un trozo de papel en la mano. Harry y Ron iban detrás de ella.
—Qué caballeritos —ironizó Molly, haciendo sonrojar a Harry y Ron.
—Esto… ¿Profesor Lockhart? —tartamudeó Hermione—. Yo querría… sacar este libro de la biblioteca. Sólo para una lectura preparatoria. —Le entregó el trozo de papel con mano ligeramente temblorosa—. Pero el problema es que está en la Sección Prohibida, así que necesito el permiso por escrito de un profesor. Estoy convencida de que este libro me ayudaría a comprender lo que explica usted en Una vuelta con los espíritus malignos sobre los venenos de efecto retardado.
—No creo que ese hombre sepa realmente que son los venenos de efecto retardado —dijo Remus.
Mientras que James, Sirius, Harry y Ron asentían.
—¡Ah, Una vuelta con los espíritus malignos! —dijo Lockhart, cogiendo la nota de Hermione y sonriéndole francamente—. Creo que es mi favorito. ¿Te gustó?
—¿Cuál no era su favorito? —ironizó Neville.
—¡Sí! —dijo Hermione emocionada—. ¡Qué gran idea la suya de atrapar al último con el colador del té…!
—Lo alababas de verdad, o solo para conseguir su firma —preguntó Sirius a Hermione.
Hermione se sonrojó.
—Bueno, para ser sincera por las dos razones —contestó la castaña.
—Bueno, estoy seguro que a nadie le parecerá mal que ayude un poco a la mejor estudiante del curso (Sí es para quebrantar cincuenta normas, claro que me parecería mal, susurró McGonagall, con el ceño fruncido) —dijo Lockhart afectuosamente, sacando una pluma de pavo real—. Sí, es bonita, ¿verdad? —dijo, interpretando al revés la expresión de desagrado de Ron—. Normalmente la reservo para firmar libros.
—A parte de afeminado es presumido —dijo Sirius con asco.
Garabateó una floreteada firma sobre el papel y se lo devolvió a Hermione.
—Bien, ya consiguieron lo más importante, la firma de un profesor… —dijo Giedon.
—Sí, de un estúpido profesor, pero por lo menos ya tienen la firma —siguió Fabian.
—Así que, Harry —dijo Lockhart, mientras Hermione plegaba la nota con dedos torpes y se la metía en la bolsa—, mañana se juega el primer partido de quidditch de la temporada, ¿verdad? Gryffindor contra Slytherin, ¿no? (Todos los Gryffindor del pasado sonreían ante la mención del clásico, menos Harry que recordaba que se quedó sin huesos por culpa de Lockhart) He oído que eres un jugador fundamental. Yo también fui buscador (Sí, claro, murmuraron muchos). Me pidieron que entrara en la selección nacional, pero preferí dedicar mi vida a la erradicación de las Fuerzas Oscuras (Por Merlín, que estúpido es, dijo Oliver). De todas maneras, si necesitaras unas cuantas clases particulares de entrenamiento, no dudes en decírmelo. Siempre me satisface dejar algo de mi experiencia a jugadores menos dotados…
—¿Menos dotados? —repitió James ofendido—, ¿Cómo se atreve? ¡Los Potter siempre hemos sido unos excelentes jugadores de quidditch!
—Todos sabemos eso, Cornamenta —dijo Remus, apaciguando a su amigo.
—Claro, además no tomaras en cuenta las palabras de un afeminado —dijo Sirius.
James se relajó luego de pensarlo por unos minutos, sus amigos tenían razón, no debía hacerle caso a ese hombre, que a leguas se notaba que no sabía nada de nada.
Harry hizo un ruido indefinido con la garganta y luego salió del aula a toda prisa, detrás de Ron y Hermione.
—Es increíble —dijo ella, mientras examinaban los tres la firma en el papel—. Ni siquiera ha mirado de qué libro se trataba.
—Porque es un completo imbécil —dijeron los gemelos Weasley al unisonó. Mientras los demás asentían.
—Porque es un completo imbécil —dijo Ron (Se nota que son hermanos, dijo Ted, y los hermanos sonrieron)—. Pero ¿a quién le importa? Ya tenemos lo que necesitábamos.
—Él no es un completo imbécil —chilló Hermione, mientras iban hacia la biblioteca a paso ligero.
Todos la miraron sorprendidos.
—Me retracto por lo que dije en ese momento, pero él si es un completo imbécil —dijo Hermione.
—¿Te sientes bien? —preguntó Ron al instante.
—Sí, ¿por qué? —preguntó una confusa castaña.
—Pues porque estas reconociendo que estabas equivocada —dijo Harry, mirándola fijamente.
—Son unos tonto —les dijo Hermione, un poco sonrojada.
—Ya, porque ha dicho que eres la mejor estudiante del curso…
—En eso fue en lo único que acertó —dijo Harry, haciendo que Hermione se sonrojara completamente.
Bajaron la voz al entrar en la envolvente quietud de la biblioteca.
La señora Pince, la bibliotecaria, era una mujer delgada e irascible que parecía un buitre mal alimentado.
Sirius fue el primero en reír ante tal descripción, pero a su risa lo siguieron los otros dos merodeadores, los Prewett, los Weasley, Lee y así fueron contagiando sus risas, si hasta Lily rió.
—Aun no sé quién es el autor de tales libros, pero adoro sus descripciones —alagó Sirius.
—Me pregunto cómo será tu descripción, Canuto —comentó James como quien no quiere la cosa.
Sirius dejo de reír y miró a su amigo.
—Pues dirán que sigo siendo una hombre increíblemente apuesto, educado, inteligente…
—Y también muy arrogante, presumido y narcisista —agregó Lily. Remus rió ante lo dicho por la Lily.
—Sí, muy graciosa pelirroja —refunfuñó Sirius.
Mientras tanto Harry dirigía una mirada de tristeza a Ron y Hermione, ellos sabían que no sería así la descripción de Sirius, en realidad la primera vez que lo vieron estaba tan maltrecho que ni siquiera parecía una persona.
¿Moste Potente Potions? —repitió recelosa, tratando de coger la nota de Hermione. Pero Hermione no la soltaba.
—Desearía poder guardarla —dijo la chica, aguantando la respiración.
—¡Por las barbas de Merlín! —suspiró Frank, rodando los ojos.
—Venga —dijo Ron, arrancándole la nota y entregándola a la señora Pince—. Te conseguiremos otro autógrafo. Lockhart firmará cualquier cosa que se esté quieta el tiempo suficiente.
—Si todavía quieres un autógrafo de Lockhart, Hermione, yo te puedo dar unos cuantos —se ofreció Neville.
Y ahora todos lo miraron a él.
—¿Tú también eres un fan de ese tipo? —preguntó Sirius con sorpresa.
—Claro que no —contestó Neville.
—¿Entonces? —preguntó Remus.
—Es que lo veo muy a menudo, y a él le hace feliz dar autógrafos, pobre —terminó Neville, con pena, pero no por Lockhart exactamente, sino por las perdonas que iba a visitar.
Esa respuesta dejo a los padres de Neville, muy pensativos.
Eso solo lo entendieron el trío de oro, los Weasley, Luna y algunos chicos más del futuro.
—¿Qué quieres decir con eso de que lo ves muy a menudo? —preguntó James.
—Ya te enteradas, papá —respondió Harry—. Eh, Corner, podrías seguir leyendo —pidió y el chico asintió.
La señora Pince levantó el papel a la luz, como dispuesta a detectar una posible falsificación, pero la nota pasó la prueba. Caminó orgullosamente por entre las elevadas estanterías y regresó unos minutos después llevando con ella un libro grande de aspecto mohoso. Hermione se lo metió en la bolsa con mucho cuidado, e intentó no caminar demasiado rápido ni parecer demasiado culpable.
—Se cómo se siente —dijo Remus—, hacer algo indebidamente necesario.
—Eh, no te quejes tanto, Lunático, que a veces bien que te gusta romper las reglas —dijeron al unisonó James y Sirius, sonriendo.
Hermione miró al licántropo y le sonrió.
Cinco minutos después, se encontraban de nuevo refugiados en los aseos fuera de servicio de Myrtle la Llorona. Hermione había rechazado las objeciones de Ron argumentando que aquél sería el último lugar en el que entraría nadie en su sano juicio, así que allí tenían garantizada la intimidad (Las chicas estuvieron de acuerdo con Hermione, nadie sospecharía que estuvieran ahí, porque nadie en su sano juicio soportaría a Myrtle). Myrtle la Llorona lloraba estruendosamente en su retrete, pero ellos no le prestaban atención, y ella a ellos tampoco.
—Aunque yo aun no entiendo porque Myrtle llora tanto —dijo Alice.
El trío de oro intercambiaron miradas, ellos sabían perfectamente bien las razones de Myrtle para llorar tanto, y ya faltaba poco para que los del pasado lo supieran también.
Hermione abrió con cuidado el Moste Potente Potions, y los tres se encorvaron sobre las páginas llenas de manchas de humedad. De un vistazo quedó patente por qué pertenecía a la Sección Prohibida. Algunas de las pociones tenían efectos demasiado horribles incluso para imaginarlos, y había ilustraciones monstruosas, como la de un hombre que parecía vuelto de dentro hacia fuera y una bruja con varios pares de brazos que le salían de la cabeza.
Algunos hacían muecas de asco, pero dos merodeadores —James y Sirius— sonreían porque ya estaban tramando su siguiente broma a los Slytherin.
—¡Aquí está! —dijo Hermione emocionada, al dar con la página que llevaba por título La poción multijugos. Estaba decorada con dibujos de personas que iban transformándose en otras distintas. Harry imploró que la apariencia de dolor intenso que había en los rostros de aquellas personas fuera fruto de la imaginación del artista.
—No es agradable la sensación, pero esas imágenes eran demasiado exageradas —dijo Hermione, mientras Harry y Ron asentían.
»Ésta es la poción más complicada que he visto nunca —dijo Hermione, al mirar la receta (Sobre todo teniendo en cuenta que esa poción se realiza en el sexto curso y ustedes estaban en segundo, dijo McGonagall con seriedad)—. Crisopos, sanguijuelas, Descurainia sophia y centinodia —murmuró, pasando el dedo por la lista de los ingredientes—. Bueno, no son difíciles de encontrar, están en el armario de los estudiantes, podemos conseguirlos. ¡Vaya, mirad, polvo de cuerno de bicornio! No sé dónde vamos a encontrarlo… (Pues en el armario del profesor Snape, dijo Luna como si hablara del clima. Mientras Snape miraba al trío con ojos entrecerrados), piel en tiras de serpiente arbórea africana…, eso también será peliagudo… y por supuesto, algo de aquel en quien queramos convertirnos.
—Algo que le pertenezca a la persona de quien te quieras convertir —repitió George con una mueca de asco.
—Yo creo que esa es la parte más asquerosa de la poción —lo apoyó Fred.
—Perdona —dijo Ron bruscamente—. ¿Qué quieres decir con «algo de aquel en quien queramos convertirnos»? Yo no me voy a beber nada que contenga las uñas de los pies de Crabbe.
—Eso es asqueroso, Weasley —dijo Draco con asco.
Hermione continuó como si no lo hubiera oído.
—De momento, todavía no tenemos que preocuparnos porque esos ingredientes los echaremos al final.
Sin saber qué decir, Ron se volvió a Harry, que tenía otra preocupación.
—¿Otra preocupación más? ¡Por Merlín! —exclamó Lily.
—¿No te das cuenta de cuántas cosas vamos a tener que robar, Hermione? Piel de serpiente arbórea africana en tiras, desde luego eso no está en el armario de los estudiantes, ¿qué vamos a hacer? ¿Forzar los armarios privados de Snape? No sé si es buena idea…
—Claro que lo es —dijeron los merodeadores.
—Y tal vez hasta podrían descubrir otras cosas ahí dentro —agregó James.
Snape lo miró con enojo.
—Potter —siseó.
Hermione cerró el libro con un ruido seco.
—Bueno, si vais a acobardaros los dos, pues vale —dijo (Ya me doy cuenta que no solo las pelirrojas son peligrosas, las castañas también, dijo Sirius, mientras que Harry y Ron asentían). Tenía las mejillas coloradas y los ojos más brillantes de lo normal—. Yo no quiero saltarme las normas, ya lo sabéis, pero pienso que aterrorizar a los magos de familia muggle es mucho peor que elaborar un poco de poción (Bueno, visto desde ese punto de vista, estoy de acuerdo con Hermione, dijo Lily, apoyando a la castaña). Pero si no tenéis interés en averiguar si el heredero es Malfoy, iré derecha a la señora Pince y le devolveré el libro inmediatamente.
—No la dejaron devolver el libro, ¿verdad? —le preguntó Ted a Harry y Ron, y ellos negaron con la cabeza.
—A pesar de que están rompiendo las reglas, es muy noble lo que estaban por hacer —dijo Dumbledore con voz amable.
El trío le sonrió a su difunto director.
—¿Noble? —repitió Blaise con enojo—, quieren hacer esa dichosa poción para infiltrarse en nuestra sala común, y aun así Dumbledore lo considera noble, no cabe duda que siempre ha sido un viejo loco —dijo a Draco.
—Solo espero que no hayan podido entrar a nuestra sala común —dijo Theo hablando por primera vez desde que llego.
Draco no respondió a ninguno de los dos, puesto que él ya tenía sus sospechas.
—No creí que fuera a verte nunca intentando persuadirnos de que incumplamos las normas —dijo Ron (Ni yo, dijo Parvati mirando a la castaña con intensidad)—. Está bien, lo haremos, pero nada de uñas de los pies, ¿vale?
Todos rieron ante el último comentario de Ron.
—Pero ¿cuánto nos llevará hacerlo? —preguntó Harry, cuando Hermione, satisfecha, volvió a abrir el libro.
—Bueno, como hay que coger la Descurainia sophia con luna llena, y los crisopos han de cocerse durante veintiún días…, yo diría que podríamos tenerla preparada en un mes, si podemos conseguir todos los ingredientes.
—¿Un mes? —exclamaron los gemelos Prewett—, es mucho tiempo.
—¿Un mes? —dijo Ron—. ¡En ese tiempo, Malfoy puede atacar a la mitad de los hijos de muggles! (¡Qué yo no era el heredo de Slytherin!, dijo Draco con frustración) —Hermione volvió a entornar los ojos amenazadoramente, y él añadió sin vacilar—: Pero es el mejor plan que tenemos, así que adelante a toda máquina.
—Oh, al pequeño Ronnie le dio miedo Hermione —se burlaron Fred y George. Y a Ron se le pusieron rojas las orejas.
—Y a quien no —susurró Sirius para que solo sus amigos lo oyeran—, pobre del que se haya casado con ella, en verdad lo compadezco —agregó.
—No seas exagerado, Sirius —defendió Remus, y sin saber porque se sintió con unos tremendos deseos de protegerla.
Sin embargo, mientras Hermione comprobaba que no había nadie a la vista para poder salir del aseo, Ron susurró a Harry:
—Sería mucho más sencillo que mañana tiraras a Malfoy de la escoba.
—Oh, qué gran idea. Muchas gracias, Weasley —dijo con sarcasmo Draco.

Harry se despertó pronto el sábado por la mañana y se quedó un rato en la cama pensando en el partido de quidditch. Se ponía nervioso, sobre todo al imaginar lo que diría Wood si Gryffindor perdía (Yo creo que no diría nada, solo se iría para tratar de suicidarse, dijo Angelina, y Oliver la fulminó con la mirada, a lo que la morena solo sonrió), pero también al pensar que tendrían que enfrentarse a un equipo que iría montado en las escobas de carreras más veloces que había en el mercado (Draco no pudo evitar sonreír, al igual que los demás Slytherin’s). Nunca había tenido tantas ganas de vencer a Slytherin. Después de estar tumbado media hora con las tripas revueltas, se levantó, se vistió y bajó temprano a desayunar. Allí encontró al resto del equipo de Gryffindor, apiñado en torno a la gran mesa vacía. Todos estaban nerviosos y apenas hablaban.
—Sí, creo que esa fue la primera vez que no tuve que subir a despertar a nadie —comentó Oliver, mirando a los gemelos Weasley.
Cuando faltaba poco para las once, el colegio en pleno empezó a dirigirse hacia el estadio de quidditch. Hacía un día bochornoso que amenazaba tormenta (Es horrible jugar con tormenta, dijo James, y Harry asintió). Cuando Harry iba hacia los vestuarios, Ron y Hermione se acercaron corriendo a desearle buena suerte (Como siempre, dijo Neville). Los jugadores se vistieron sus túnicas rojas de Gryffindor y luego se sentaron a recibir la habitual inyección de ánimo que Wood les daba antes de cada partido.
—Sí, y que animada nos daba —dijeron los gemelos Weasley con un gesto de molestia.
—Los de Slytherin tienen mejores escobas que nosotros (Eso no es muy alentador, dijo Seamus) —comenzó—, eso no se puede negar. Pero nosotros tenemos mejores jugadores sobre las escobas (Sabias palabras, dijeron los merodeadores). Hemos entrenado más que ellos y hemos volado bajo todas las circunstancias climatológicas («¡y tanto! —murmuró George Weasley—, no me he secado del todo desde agosto») (Pobre de ti hermano, tal vez Angelina pueda calentarte, dijo burlonamente Fred, haciendo sonrojar a ambos chicos), y vamos a hacer que se arrepientan del día en que dejaron que ese pequeño canalla, Malfoy, les comprara un puesto en el equipo.
Las pálidas mejillas de Draco se tornaron rojas al escuchar eso último.
Con la respiración agitada por la emoción, Wood se volvió a Harry.
—Es misión tuya, Harry, demostrarles que un buscador tiene que tener algo más que un padre rico. Tienes que coger la snitch antes que Malfoy, o perecer en el intento, porque hoy tenemos que ganar.
—¡Oliver Wood! ¿Cómo fuiste capaz de decirle esas cosas a mi niño? —lo regañó Lily.
Oliver se encogió en su asiento.
—Solo era para animarlo, señora Potter —se justificó Wood.
—¿Para animarlo? Se nota que no conoces bien a un Potter, diciéndole eso, se lo tomará muy apecho —siguió regañándolo Lily.
Oliver ya no contestó nada más, porque sabía lo que vendría después. Mientras Harry se sentía muy feliz de que su madre lo defendiera.
—Así que no te sientas presionado, Harry —le dijo Fred, guiñándole un ojo.
Cuando salieron al campo, fueron recibidos con gran estruendo; eran sobre todo aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores estaban deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de Slytherin también hizo oír sus abucheos y silbidos. La señora Hooch, que era la profesora de quidditch, hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos contrincantes aprovecharon para dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante más de lo necesario.
—Típico —dijo Lily, rodando los ojos.
—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres…, dos…, uno…
Animados por el bramido de la multitud que les apoyaba, los catorce jugadores se elevaron hacia el cielo plomizo. Harry ascendió más que ningún otro, aguzando la vista en busca de la snitch.
—¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —le gritó Malfoy, saliendo disparado por debajo de él para demostrarle la velocidad de su escoba.
—Presumido —dijeron los gemelos Prewett.
—Tarado, diríamos nosotros —dijeron los gemelos Weasley.
Draco solo rodó los ojos, no haciendo caso a sus comentarios.
Harry no tuvo tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia él una bludger negra y pesada; faltó tan poco para que le golpeara, que al pasar le despeinó.
—No creo que hubiera podido despeinarlo más —dijo Lee con una sonrisa.
—¡Por qué poco, Harry! —le dijo George, pasando por su lado como un relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra Slytherin (Gracias, George, dijo Lily sonriéndole al pelirrojo). Harry vio que George daba un fuerte golpe a la bludger dirigiéndola hacia Adrian Pucey, pero la bludger cambió de dirección en medio del aire y se fue directa, otra vez, contra Harry.
—Eso sí que es raro —dijo Ted.
—Ahora entiendo el título del capítulo, la bludger loca —razonó Sirius.
—¿Acaso esa bludger estuvo todo el partido intentando atacarte? —preguntó James a su hijo. Harry asintió y Lily reprimió un suspiro, llevándose las manos a la boca.
Harry descendió rápidamente para evitarla, y George logró golpearla fuerte contra Malfoy (Narcisa no comento nada, pero no dejo de ver con seriedad al pelirrojo). Una vez más, la bludger viró bruscamente como si fuera un bumerán y se encaminó como una bala hacia la cabeza de Harry.
—¿Cómo? —dijeron los merodeadores, tan confusos como el resto.
—¡Por Merlín! —exclamó Lily—, alguien hechizo esa dichosa bludger, ¿pero quién? —preguntó mirando a todos los chicos del futuro, pero nadie dijo nada al respecto.
Harry aumentó la velocidad y salió zumbando hacia el otro extremo del campo. Oía a la bludger silbar a su lado. ¿Qué ocurría? Las bludger nunca se enconaban de aquella manera contra un único jugador, su misión era derribar a todo el que pudieran…
—Una bludger normal sí, pero una hechizada no —dijo Frank.
Fred Weasley aguardaba en el otro extremo. Harry se agachó para que Fred golpeara la bludger con todas sus fuerzas.
Lily volvió a agradecer a los gemelos, y estos solo sonrieron.
—¡Ya está! —gritó Fred contento, pero se equivocaba: como si fuera atraída magnéticamente por Harry, la bludger volvió a perseguirlo y Harry se vio obligado a alejarse a toda velocidad.
—Esa bludger intentaba matarte, no hay duda —dijo Moody rotundamente.
—No intentaba matarme —dijo Harry, defendiendo secretamente a Dobby. Pero los del pasado que no sabían nada acerca del verdadero motivo, miraron con sorpresa al ojiverde—. Ya entenderán el motivo —fue lo único que dijo.
Corner siguió leyendo.
Había empezado a llover. Harry notaba las gruesas gotas en la cara, que chocaban contra los cristales de las gafas (Eso es lo malo de ser miope, dijo Sirius. James y Harry asintieron estando de acuerdo). No tuvo ni idea de lo que pasaba con los otros jugadores hasta que oyó la voz de Lee Jordan, que era el comentarista, diciendo: «Slytherin en cabeza por seis a cero.»
Los Gryffindor’s pusieron mala cara, mientras que Snape sonreía ligeramente.
Estaba claro que la superioridad de las escobas de Slytherin daba sus resultados, y mientras tanto, la bludger loca hacía todo lo que podía para derribar a Harry. Fred y George se acercaban tanto a él, uno a cada lado, que Harry no podía ver otra cosa que sus brazos, que se agitaban sin cesar, y le resultaba imposible buscar la snitch, y no digamos atraparla.
—Olvídate la snitch, solo preocúpate por no caer de la escoba —aconsejó Lily a su futuro hijo, esto solo sonrió, al ver la preocupación de su madre.
—Alguien… está… manipulando… esta… bludger… —gruñó Fred, golpeándola con todas sus fuerzas para rechazar un nuevo ataque contra Harry.
—Eso era obvio —le dijo Lee.
—Hay que detener el juego —dijo George, intentando hacerle señas a Wood y al mismo tiempo evitar que la bludger le partiera la nariz a Harry.
Wood captó el mensaje. La señora Hooch hizo sonar el silbato y Harry, Fred y George bajaron al césped, todavía tratando de evitar la bludger loca.
—Hacer que Oliver captara el mensaje fue todo un milagro, porque cuando está en medio de un partido lo único que hace es tratar de machacar al enemigo —dijo Fred.
Oliver solo le dedico una mirada de seriedad, pero no dijo nada, porque sabía que en el fondo él era así.
—¿Qué ocurre? —preguntó Wood, cuando el equipo de Gryffindor se reunió, mientras la afición de Slytherin los abucheaba—. Nos están haciendo papilla. Fred, George, ¿dónde estabais cuando la bludger le impidió marcar a Angelina?
—Pues estaban salvándome la vida —contestó Harry.
—Estábamos ocho metros por encima de ella, Oliver, para evitar que la otra bludger matara a Harry —dijo George enfadado—. Alguien la ha manipulado…, no dejará en paz a Harry, no ha ido detrás de nadie más en todo el tiempo. Los de Slytherin deben de haberle hecho algo.
—Nosotros no le hicimos nada —dijeron las voces de Draco, Blaise y Theo.
—Permítanme dudarlo —dijeron los merodeadores.
—Pero las bludger han permanecido guardadas en el despacho de la señora Hooch desde nuestro último entrenamiento, y aquel día no les pasaba nada… —dijo Wood, perplejo.
—Vaya, al fin alguien que cree en nosotros, sin que le importe los prejuicios —dijo Blaise.
La señora Hooch iba hacia ellos. Detrás de ella, Harry veía al equipo de Slytherin que lo señalaban y se burlaban.
—Escuchad —les dijo Harry mientras ella se acercaba—, con vosotros dos volando todo el rato a mi lado, la única posibilidad que tengo de atrapar la snitch es que se me meta por la manga. Volved a proteger al resto del equipo y dejadme que me las arregle solo con esa bludger loca.
—No es la bludger quien está loca, si no tú —lo acusó Lily—, ¿no te dabas cuenta del semejante disparate que decías? —lo regañó.
—Pero no me paso nada —se defendió Harry, pero Lily lo miraba seria.
—Pero eso no le quita de que actuaste como un tonto —lo siguió regañando—. Y todo esto es tu culpa, James Charlus Potter —rugió.
—¿Qué? Pero si yo no he hecho nada —dijo James.
—Claro que es tu culpa, le heredaste tus genes —siguió gritando Lily, James iba a replicar, pero se calló cuando Lily le dirigió una mirada severa.
—Insisto lo tienen domesticado —comentó Sirius a Remus.
—No seas tonto —dijo Fred—, te partirá en dos.
—Hazle caso —le aconsejó Molly.
Wood tan pronto miraba a Harry como a los Weasley.
—Oliver, esto es una locura —dijo Alicia Spinnet enfadada—, no puedes dejar que Harry se las apañe solo con la bludger. Esto hay que investigarlo.
—Por supuesto que tiene que ser investigado —aceptó McGonagall.
—¡Si paramos ahora, perderemos el partido! —argumentó Harry—. ¡Y no vamos a perder frente a Slytherin sólo por una bludger loca! ¡Venga, Oliver, diles que dejen que me las apañe yo solo!
—Insisto esto es culpa tuya y tus genes —le dijo Lily a James.
—Pero… —James se quedó pensativo unos minutos—, sí, creo que tienes razón, Lily —aceptó.
—Esto es culpa tuya —dijo George a Wood, enfadado—. «¡Atrapa la snitch o muere en el intento!» ¡Qué idiotez decir eso!
—Al fin un poco de cordura —dijo Lily enfadada.
Llegó la señora Hooch.
—¿Listos para seguir? —preguntó a Wood.
Wood contempló la expresión absolutamente segura del rostro de Harry.
—Bien —dijo—. Fred y George, ya lo habéis oído…, dejad que se enfrente él solo a la bludger.
—¡Oliver Wood! —rugió Lily, dedicándole una mirada asesina al chico, el cual se encogió en su asiento.
La mirada de la mamá de Harry, en verdad da miedo, pensaba Oliver.
La lluvia volvió a arreciar. Al toque de silbato de la señora Hooch, Harry dio una patada en el suelo que lo propulsó por los aires, y enseguida oyó tras él el zumbido de la bludger (Lily miraba preocupada a su hijo, aunque sabía que eso ya lo había vivido, no podía evitar sentirse preocupada). Harry ascendió más y más. Giraba, daba vueltas, se trasladaba en espiral, en zigzag, describiendo tirabuzones. Ligeramente mareado, mantenía sin embargo los ojos completamente abiertos. La lluvia le empañaba los cristales de las gafas y se le metió en los agujeros de la nariz cuando se puso boca abajo para evitar otra violenta acometida de la bludger. Podía oír las risas de la multitud; sabía que debía de parecer idiota (Seguramente parecía tan idiota como su padre, murmuró Lucius. Snape logró escucharlo y sonrió), pero la bludger loca pesaba mucho y no podía cambiar de dirección tan rápido como él. Inició un vuelo a lo montaña rusa por los bordes del campo, intentando vislumbrar a través de la plateada cortina de lluvia los postes de Gryffindor, donde Adrian Pucey intentaba pasar a Wood…
—Espero que no lo hayan logrado —dijo Alice.
Un silbido en el oído indicó a Harry que la bludger había vuelto a pasarle rozando. Dio media vuelta y voló en la dirección opuesta.
Lily reprimió un gritó, y tomo la mano de James para no sentirse tan nerviosa.
—¿Haciendo prácticas de ballet, Potter? —le gritó Malfoy, cuando Harry se vio obligado a hacer una ridícula floritura en el aire para evitar la bludger (Lily fulminó con la mirada al rubio). Harry escapó, pero la bludger lo seguía a un metro de distancia (Esta demasiado cerca, dijo Remus). Y en el momento en que dirigió a Malfoy una mirada de odio, vio la dorada snitch. Volaba a tan sólo unos centímetros por encima de la oreja izquierda de Malfoy… pero Malfoy, que estaba muy ocupado riéndose de Harry, no la había visto.
—Fuiste un tonto, Draco —le reprochó Zabini.
Draco ni se inmuto por el comentario de Zabini.
Durante un angustioso instante, Harry permaneció suspendido en el aire, sin atreverse a dirigirse hacia Malfoy a toda velocidad, para que éste no mirase hacia arriba y descubriera la snitch.
—Yo creo que deberías prestar más atención a la bludger —aconsejó Ojoloco.
¡PLAM!
—¿Qué paso? —preguntaron Lily y Molly a la vez.
Se había quedado quieto un segundo de más. La bludger lo alcanzó por fin, le golpeó en el codo, y Harry sintió que le había roto el brazo (No debiste descuidarte, lo regañó Lily. Harry solo se encogió de hombros). Débil, aturdido por el punzante dolor del brazo, desmontó a medias de la escoba empapada por la lluvia, manteniendo una rodilla todavía doblada sobre ella y su brazo derecho colgando inerte (Lily estaba pálida por la impresión). La bludger volvió para atacarle de nuevo, y esta vez se dirigía directa a su cara. Harry cambió bruscamente de dirección, con una idea fija en su mente aturdida: coger a Malfoy.
—Yo creo que mejor deberías coger la snitch —dijo Neville.
Ofuscado por la lluvia y el dolor, se dirigió hacia aquella cara de expresión desdeñosa, y vio que Malfoy abría los ojos aterrorizado: pensaba que Harry lo estaba atacando.
—Era lo que todos creíamos —dijo Pansy.
—¿Qué…? —exclamó en un grito ahogado, apartándose del rumbo de Harry.
Harry se soltó finalmente de la escoba e hizo un esfuerzo para coger algo; sintió que sus dedos se cerraban en torno a la fría snitch, pero sólo se sujetaba a la escoba con las piernas, y la multitud, abajo, profirió gritos cuando Harry empezó a caer, intentando no perder el conocimiento.
—¿Cómo es posible que arriesgaras tu vida tan solo por el maldito quidditch? —preguntó Lily a su futuro hijo.
—Es lo que todo buen jugador haría, pelirroja —dijo Sirius, como si lo que Harry hizo le pareciera muy bien.
—Tu cállate, Black —le dijo Lily dándole un golpe en la cabeza.
—¡Ay! —se quejó el animago—, Cornamenta, contrólala —James solo miró a su amigo con una gran sonrisa en su rostro—. Traidor —le murmuró.
Harry reía al ver a su padre y padrino actuando infantilmente.
Con un golpe seco chocó contra el barro y salió rodando, ya sin la escoba. El brazo le colgaba en un ángulo muy extraño. Sintiéndose morir de dolor, oyó, como si le llegaran de muy lejos, muchos silbidos y gritos. Miró la snitch que tenía en su mano buena.
—Bien hecho, Harry —lo felicitaron los gemelos Prewett.
—Ajá —dijo sin fuerzas—, hemos ganado.
—Fue un gran partido —dijo Wood inconscientemente.
—Mi hijo casi muere, y tú dices que fue un gran partido —le gritó Lily.
Oliver parecía asustado ante la pelirroja.
—Harry, podrías decirle a tu madre que no vaya a matarme —le pidió Oliver al pelinegro—, al fin y al cabo todo salió bien, tú te recuperaste, ¿no?
—Sí, se recuperó, pero fue muy doloroso, y todo gracias a un inepto —dijo Hermione.
—¿A qué inepto te refieres, Hermione? —le preguntó Remus, y Oliver a gradeció silenciosamente que Hermione hablara porque ahora todos le prestaban atención a ella.
—¿No me digas que Lockhart fue quien hechizo la bludger? —preguntó Lily.
—No, señora Potter, Lockhart no es tan inteligente como para hacer un hechizo tan potente, en realidad él solo sabía un hechizo y no era el hechizo que le lanzaron a la bludger —respondió Ron.
Y se desmayó.
Cuando volvió en sí, todavía estaba tendido en el campo de juego, con la lluvia cayéndole en la cara. Alguien se inclinaba sobre él. Vio brillar unos dientes.
—¡Oh, no es Lockhart! —dijeron los merodeadores.
—¡Oh, no, usted no! —gimió.
—No sabe lo que dice —explicó Lockhart en voz alta a la expectante multitud de Gryffindor que se agolpaba alrededor—. Que nadie se preocupe: voy a inmovilizarle el brazo.
—No, él hará que el brazo le explote, le arda, se le encoja, o desaparezca, menos inmovilizarlo —dijo Ron. Harry, Hermione, los Weasley, Luna y Neville asentían.
—¡No! —dijo Harry—, me gusta como está, gracias.
—Yo también preferiría que te dejaran el brazo como esta antes de que te atienda un afeminado que no sabe nada de nada —dijo James a Harry.
Intentó sentarse, pero el dolor era terrible. Oyó cerca un «¡clic!» que le resultó familiar.
—¡Colin! —exclamaron todos los chicos del futuro con cierta tristeza.
—No quiero que hagas fotos, Colin —dijo alzando la voz.
—Vuelve a tenderte, Harry —dijo Lockhart, tranquilizador—. No es más que un sencillo hechizo que he empleado incontables veces.
—No lo creo —dijo Remus.
—Nadie le cree, Lunático —dijo Sirius.
—¿Por qué no me envían a la enfermería? —masculló Harry.
—Eso sería lo correcto —dijo Molly.
—Así debería hacerse, profesor —dijo Wood, lleno de barro y sin poder evitar sonreír aunque su buscador estuviera herido—. Fabulosa jugada, Harry, realmente espectacular, la mejor que hayas hecho nunca, yo diría.
—No creo que una jugada que termine con el brazo roto, pueda catalogarse como fabulosa, Wood —rugió Lily.
—Wood, a veces eres un estúpido —gruñó Ginny.
—Te doy un consejo, Wood —dijo Sirius, y este lo miró expectante—, ten cuidado con las pelirrojas. Y si te buscas una novia, asegúrate que sea rubia, pelinegra, o cast… no castaña tampoco —dijo el animago mirando a Hermione—, tú solo hazme caso —concluyó, y Wood asintió.
—¿Qué quisiste decir con eso de «ten cuidado con las pelirrojas»? —preguntaron Lily y Ginny a la vez.
—¿Y también que quisiste decir con eso «de las castañas tampoco»? —preguntó Hermione, con el ceño ligeramente fruncido.
—No le hagan caso a Sirius, a veces suele ser un poco tonto —dijo Remus.
—¡Oye! Lunático, ¿de parte de quien estás? —preguntó el animago.
—Dime una cosa, Canuto, que prefieres, quedar como tonto o que Lily, Ginny y Hermione te maten por lengua larga —le susurró Lupin. Sirius se lo pensó mejor y asintió.
Por entre la selva de piernas que le rodeaba, Harry vio a Fred y George Weasley forcejeando para meter la bludger loca en una caja. Todavía se resistía.
—Estúpida bludger —dijeron los gemelos Weasley.
—Apartaos —dijo Lockhart, arremangándose su túnica verde jade.
—No… ¡no! —dijo Harry débilmente, pero Lockhart estaba revoleando su varita, y un instante después la apuntó hacia el brazo de Harry.
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamaron Lily, Molly y Alice.
Harry notó una sensación extraña y desagradable que se le extendía desde el hombro hasta las yemas de los dedos. Sentía como si el brazo se le desinflara, pero no se atrevía a mirar qué sucedía (Yo creo que tampoco hubiera podido, dijo Andrómeda). Había cerrado los ojos y vuelto la cara hacia el otro lado, pero vio confirmarse sus más oscuros temores cuando la gente que había alrededor ahogó un grito y Colin Creevey empezó a sacar fotos como loco. El brazo ya no le dolía… pero tampoco le daba la sensación de que fuera un brazo.
—¿Qué fue lo que te hizo ese inepto? —preguntaron Lily y los merodeadores.
—Pues el idiota ese lo dejo sin… —empezó Ron, pero Harry le dio un ligero golpe en las costillas, impidiendo que hablara.
—¿Qué? —preguntaron.
—Porque el apuro, ya se van a enterar —dijo Harry.
—¡Ah! —dijo Lockhart—. Sí, bueno, algunas veces ocurre esto (¿Qué es lo que ocurre?, preguntó Lily). Pero el caso es que los huesos ya no están rotos. Eso es lo que importa. Así que, Harry, ahora debes ir a la enfermería. Ah, señor Weasley, señorita Granger, ¿pueden ayudarle? La señora Pomfrey podrá…, esto…, arreglarlo un poco.
—¡¿Arreglarlo?! ¡¿Arreglarlo?! —gritó Lily, pero se calló cuando una idea se le vino a la cabeza—, no me digas que ese idiota te… te… te dejo… sin huesos.
Harry la miró fijamente y asintió.
Todos los del pasado soltaron exclamaciones de asombro.
—¡Yo lo mato! —gritó Lily, parándose inmediatamente, pero se detuvo cuando James la abrazo y la llevo nuevamente a sentarse.
Al ponerse en pie, Harry se sintió extrañamente asimétrico. Armándose de valor, miró hacia su lado derecho. Lo que vio casi le hace volver a desmayarse.
—Es normal su reacción, pero yo que si me hubiera desmayado si un idiota me quitara los huesos —dijo Alice con el rostro pálido.
Por el extremo de la manga de la túnica asomaba lo que parecía un grueso guante de goma de color carne. Intentó mover los dedos. No le respondieron.
Lockhart no le había recompuesto los huesos: se los había quitado.
—Es un estúpido incompetente —dijo Remus Lupin con el ceño fruncido.
—¡Profesor Dumbledore! —gritó Lily, el viejo director la observó—, no lo haga, por favor no contrate a eso hombre como profesor, que más que profesor parece un troll —dijo la pelirroja calmadamente, pero en esa voz calmada, se notaba la amenaza.
—Prometo no contratarlo, señorita Evans —dijo el director, quien también parecía conmocionada no solo por el libro, sino por las palabras de Lily.

A la señora Pomfrey aquello no le hizo gracia.
—¡Tendríais que haber venido enseguida aquí! —dijo hecha una furia y levantando el triste y mustio despojo de lo que, media hora antes, había sido un brazo en perfecto estado (Bueno, tan perfecto, perfecto, no, porque tenías los huesos rotos, dijo Fabian y su gemelo asintió)—. Puedo recomponer los huesos en un segundo…, pero hacerlos crecer de nuevo…
—Será un proceso difícil —murmuró Frank.
—Y seguramente también doloroso —agregó Ted.
Ya lo creo, pensó Harry.
—Pero podrá, ¿no? —dijo Harry, desesperado.
—Desde luego que podré, pero será doloroso —dijo en tono grave la señora Pomfrey, dando un pijama a Harry—. Tendrás que pasar aquí la noche.
—Sí, genial —ironizó Harry.
Hermione aguardó al otro lado de la cortina que rodeaba la cama de Harry mientras Ron lo ayudaba a vestirse. Les llevó un buen rato embutir en la manga el brazo sin huesos, que parecía de goma.
—¿Te atreves ahora a defender a Lockhart, Hermione? —le dijo Ron a través de la cortina mientras hacía pasar los dedos inanimados de Harry por el puño de la manga—. Si Harry hubiera querido que lo deshuesaran, lo habría pedido.
—Exacto —dijeron James y Sirius.
—Aunque no creo que nadie en su sano juicio pidiera que le quitaran los huesos del brazo —agregó Lupin al ver las mejillas sonrojadas de Hermione.
—Cualquiera puede cometer un error —dijo Hermione—. Y ya no duele, ¿verdad, Harry?
—No —respondió Harry—, ni duele ni sirve para nada. —Al echarse en la cama, el brazo se balanceó sin gobierno.
—Una buena respuesta merodeadora —comentó James.
—Aunque a mí me hubiera gustado ver tu brazo sin huesos —dijo Sirius, pensativamente, y todos lo miraron raro—, ¿Qué? —preguntó el animago al sentir tantas miradas sobre él.
—A veces te comportas como un idiota —le contestó Lily.
—¡James! Has escuchado lo que me ha dicho tu pelirroja —se quejó Sirius. Y James asintió.
—Creo que tiene razón —dijo James.
—Sí, claro, ahora todos contra el perro —murmuró el animago.
Hermione y la señora Pomfrey cruzaron la cortina. La señora Pomfrey llevaba una botella grande en cuya etiqueta ponía «Crecehuesos».
—Uff… esa poción es horrible —dijeron los gemelos Prewett poniendo cara de asco.
—Pobre de ti, pequeño —le dijo maternamente Lily a su futuro hijo.
—Vas a pasar una mala noche —dijo ella, vertiendo un líquido humeante en un vaso y entregándoselo—. Hacer que los huesos vuelvan a crecer es bastante desagradable.
—¿Desagradable? —repitió Harry—, esa es la forma suave de decirlo.
Lo desagradable fue tomar el crecehuesos. Al pasar, le abrasaba la boca y la garganta, haciéndole toser y resoplar (La poción multijugos es peor, dijo Ron). Sin dejar de criticar los deportes peligrosos y a los profesores ineptos (Estoy de acuerdo con ella, dijeron al unisonó Lily y Molly), la señora Pomfrey se retiró, dejando que Ron y Hermione ayudaran a Harry a beber un poco de agua.
—¡Pero hemos ganado! —le dijo Ron, sonriendo tímidamente—. Todo gracias a tu jugada. ¡Y la cara que ha puesto Malfoy… Parecía que te quería matar!
—Aunque eso no era algo exclusivo de ese día, puesto que siempre parecía que te quería matar —dijo Ron.
Draco solo rodó los ojos, ante el comentario del pelirrojo.
—Me gustaría saber cómo trucó la bludger —dijo Hermione intrigada.
—No fui yo, ustedes siempre me acusan sin pruebas —dijo Draco con indignación.
El trío de oro se miraron entre sí.
—Lo sentimos, Malfoy —dijeron el trío, causando que todos los miraran.
—No puedo creer que ellos sean los que se disculpen —susurró Sirius a los otros dos merodeadores.
—Yo tampoco —dijo James mirando a su hijo.
—Ellos sabrán porque se disculpan, recuerden que ellos vienen del futuro —razonó Lupin.
—Podemos añadir ésta a la lista de preguntas que le haremos después de tomar la poción multijugos —dijo Harry acomodándose en las almohadas—. Espero que sepa mejor que esta bazofia…
Luna soltó una risita. Algunos voltearon a mirarla con curiosidad.
—Es una palabra graciosa —dijo la rubia.
—¿Cuál? —le preguntó Ron.
—Bazofia —contestó y volvió a reír. Ron la miró y también rió, pero con confusión.
—¿Con cosas de gente de Slytherin dentro? Estás de broma —observó Ron.
Draco, Theo y Blaise hicieron una mueca de fastidio.
—¡Yo fui una Slytherin! —dijo Andrómeda un poco ofendida.
—Sí, pero tú eres una Slytherin diferente —dijo Sirius, para que su prima favorita no se enojara, porque cuando una Black se enojaba era el fin del mundo, y él lo sabía perfectamente porque también era un Black.
Andrómeda le sonrió de medio lado a su primo.
En aquel momento, se abrió de golpe la puerta de la enfermería. Sucios y empapados, entraron para ver a Harry los demás jugadores del equipo de Gryffindor.
—Estábamos dispuesto a armar una gran fiesta —dijo Angelina.
—Sí porque cuando uno de nosotros está en la enfermería… —empezó Fred.
—… y no puede disfrutar de la fiesta, entonces la fiesta se traslada a la enfermería —continuó George.
McGonagall se alarmó.
—La enfermería no es un lugar correcto para hacer fiestas —los regañó la profesora de Transformaciones.
—Pero era para animar a Harry —se defendieron los gemelos Weasley.
—Aun así —dijo McGonagall.
—Un vuelo increíble, Harry —le dijo George—. Acabo de ver a Marcus Flint gritando a Malfoy algo parecido a que tenía la snitch encima de la cabeza y no se daba cuenta. Malfoy no parecía muy contento.
Draco se sonrojó al recordar ese episodio de su vida. Se sentía avergonzado porque si se hubiera dedicado a buscar a snitch en vez de estar molestando a Harry la hubiera cogido primero.
—Qué vergüenza, Draco —le susurró Lucius.
Draco giró la cabeza y lo miró con frialdad.
Habían llevado pasteles, dulces y botellas de zumo de calabaza; se situaron alrededor de la cama de Harry, y ya estaban preparando lo que prometía ser una fiesta estupenda, cuando se acercó la señora Pomfrey gritando:
—¡Este chico necesita descansar, tiene que recomponer treinta y tres huesos! ¡Fuera! ¡FUERA!
—Eso es lo correcto —dijo McGonagall.
—Aguafiestas —susurraron los gemelos Weasley.
Y dejaron solo a Harry, sin nadie que lo distrajera de los horribles dolores de su brazo inerte.
—Creo que en esas circunstancias la señora Pomfrey debió dejar por lo menos al señor Weasley y a la señora Granger —dijo Dumbledore.
«Señora», esa palabra todavía se les aún muy raro a Harry y Ron cuando era combinado con el nombre de su mejor amiga, y era mucho más raro cuando acompañaba el señora con el apellido Lupin. Esperaban acostumbrarse pronto. Y no era que no les gustara Lupin como esposo de su amiga, es más creían que era el mejor hombre que le había podido tocar, y estaban agradecidos con Lupin por haberlo hecho feliz, aunque sea por muy poco tiempo.

Horas después, Harry despertó sobresaltado en una total oscuridad, dando un breve grito de dolor: sentía como si tuviera el brazo lleno de grandes astillas. Por un instante pensó que era aquello lo que le había despertado. Pero luego se dio cuenta, con horror, de que alguien, en la oscuridad, le estaba poniendo una esponja en la frente.
—¿Quién era? —preguntó Alice.
—Seguramente era la señora Pomfrey —respondió Molly, esperando que Harry asintiera, pero esto no lo hizo.
—¡Fuera! —gritó, y luego, al reconocer al intruso, exclamó—: ¡Dobby!
—¿El elfo? —dijo Ojoloco extrañado—. ¿Qué hacia ese elfo ahí? —murmuró con sospecha.
Los ojos del tamaño de pelotas de tenis del elfo doméstico miraban desorbitados a Harry a través de la oscuridad. Una sola lágrima le bajaba por la nariz larga y afilada.
—Harry Potter ha vuelto al colegio —susurró triste—. Dobby avisó y avisó a Harry Potter. ¡Ah, señor!, ¿por qué no hizo caso a Dobby? ¿Por qué no volvió a casa Harry Potter cuando perdió el tren?
—Porque no soportaba a mi hermana —dijo Lily—, y porque es un necia igual que su padre —agregó.
—Yo no soy un necio —se defendió James.
—Podría nombrarse todas las veces que has sido un necio —le dijo su novia, y el aludido se quedo callado.
Harry se incorporó con gran esfuerzo y tiró al suelo la esponja de Dobby.
—¿Qué hace aquí? —dijo—. ¿Y cómo sabe que perdí el tren? (Una buena pregunta, volvió a murmurar Ojoloco) —A Dobby le tembló un labio, y a Harry lo acometió una repentina sospecha—. ¡Fue usted! —dijo despacio—. ¡Usted impidió que la barrera nos dejara pasar!
—Eso explicaría porque la barrera estaba bloqueada —dijo Ted.
—Sí, señor, claro —dijo Dobby, moviendo vigorosamente la cabeza de arriba abajo y agitando las orejas—. Dobby se ocultó y vigiló a Harry y selló la verja, y Dobby tuvo que quemarse después las manos con la plancha. —Enseñó a Harry diez largos dedos vendados (Algunos sintieron lastima de la pobre criatura. Pero la que sintió más pena sin duda era Hermione, que hasta tuvo que contener sus lágrimas, por el pobre de Dobby)—. Pero a Dobby no le importó, señor, porque pensaba que Harry Potter estaba a salvo, ¡pero no se le ocurrió que Harry Potter pudiera llegar al colegio por otro medio!
—Pobrecito Dobby —sollozó Hermione.
Harry y Ron también sintieron nostalgia al recordar al elfo que tan bueno era. Por otra parte Remus que escucho el sollozo de la chica, la tomo de la mano para reconfortarla, Hermione se sorprendió al sentir el contacto del licántropo, levanto la cabeza y lo miró a los ojos, a esos ojos miel que tanta tranquilidad le daban, Hermione le sonrió y él le apretó ligeramente la mano. Pero pasados unos segundos se fueron soltando lentamente.
Se balanceaba hacia delante y hacia atrás, agitando su fea cabeza.
—¡Dobby se llevó semejante disgusto cuando se enteró de que Harry Potter estaba en Hogwarts, que se le quemó la cena de su señor! Dobby nunca había recibido tales azotes, señor…
Draco sintió lástima por su ex elfo. El rubio aun recordaba como su padre había azotado a Dobby esa vez.
Hermione miró con enojo a Lucius Malfoy, pero este sonrió con malicia.
Harry se desplomó de nuevo sobre las almohadas.
—Casi consigue que nos expulsen a Ron y a mí —dijo Harry con dureza—. Lo mejor es que se vaya antes de que mis huesos vuelvan a crecer, Dobby, o podría estrangularle.
—¡Eres un malagradecido, Harry Potter!, el pobre elfo se plancha los dedos y lo azotan por ti, y tú lo amenazas con estrangularlo —rugió Padma Patil, mirando seria al chico.
—Estaba adolorido y enojado, pero no iba a hacerlo, nunca haría algo así —se defendió el pelinegro.
—Lo que Harry dice es cierto —apoyó Hermione—, él nunca lastimaría a nadie —Ron, Ginny, Luna y Neville asintieron antes las palabras de su amiga.
—Gracias —murmuró Harry a la castaña, esta asintió.
Dobby sonrió levemente.
—Dobby está acostumbrado a las amenazas, señor. Dobby las recibe en casa cinco veces al día.
Draco bajo la cabeza avergonzado porque él a veces había sido el que amenazaba a Dobby.
Se sonó la nariz con una esquina del sucio almohadón que llevaba puesto; su aspecto era tan patético que Harry sintió que se le pasaba el enojo, aunque no quería.
—¿Por qué lleva puesto eso, Dobby? —le preguntó con curiosidad.
—Porque es un esclavo —respondió Hermione con indignación y amargura.
—¿Esto, señor? —preguntó Dobby, pellizcándose el almohadón—. Es un símbolo de la esclavitud del elfo doméstico, señor. A Dobby sólo podrán liberarlo sus dueños un día si le dan alguna prenda. La familia tiene mucho cuidado de no pasarle a Dobby ni siquiera un calcetín (Harry sonrió recordando cuando ayudo a liberar a Dobby de sus amos), porque entonces podría dejar la casa para siempre. —Dobby se secó los ojos saltones y dijo de repente—: ¡Harry Potter debe volver a casa! Dobby creía que su bludger bastaría para hacerle…
—¡Fue él! —exclamaron los merodeadores.
—Lo sabía —dijo Moody.
—Y ustedes —dijo Zabini señalando a los merodeadores—, nos echaban la culpa de algo que éramos completamente inocente.
—Está bien, Zabini, todos sentimos haberlos acusado —se disculpó Lupin al ver que sus amigos no lo harían.
—¿Su bludger? —dijo Harry, volviendo a enfurecerse—. ¿Qué quiere decir con «su bludger»? ¿Usted es el culpable de que esa bola intentara matarme?
—¡No, matarle no, señor, nunca! (Pues no lo parece, murmuró James) —dijo Dobby, asustado—. ¡Dobby quiere salvarle la vida a Harry Potter! ¡Mejor ser enviado de vuelta a casa, gravemente herido, que permanecer aquí, señor! ¡Dobby sólo quería ocasionar a Harry Potter el daño suficiente para que lo enviaran a casa!
—Vaya, que amable manera de hacer que captaras el mensaje —ironizaron los gemelos Prewett.
—Ah, ¿eso es todo? —dijo Harry irritado—. Me imagino que no querrá decirme por qué quería enviarme de vuelta a casa hecho pedazos.
—Y seguramente hubiera sido un gran detalle que metiera tus pedazos en cajas de chocolate y enviarte a casa —ironizó Fred, pero Remus y Hermione se horrorizaron al pensar que metieran pedazos de Harry en cajas de chocolate.
—Aunque tal vez ese detalle le hubiera gustado mucho a tus tíos, así que mejor desechemos esa idea —siguió George.
—¡Ah, sí Harry Potter supiera…! —gimió Dobby, mientras le caían más lágrimas en el viejo almohadón—. ¡Si supiera lo que significa para nosotros, los parias, los esclavizados, la escoria del mundo mágico…! Dobby recuerda cómo era todo cuando El-que-no-debe-nombrarse estaba en la cima del poder, señor. ¡A nosotros los elfos domésticos se nos trataba como a alimañas, señor! (Hermione al escuchar eso, decidió poner más empeño en el P.E.D.D.O. cuando regrese a su tiempo) Desde luego, así es como aún tratan a Dobby, señor —admitió, secándose el rostro en el almohadón—. Pero, señor, en lo principal la vida ha mejorado para los de mi especie desde que usted derrotó al Que-no-debe-ser-nombrado (No había mejorado, los elfos domésticos seguían siendo maltratados, sin considerar que ellos también tienen sentimientos, dijo Hermione. A lo que Remus y muchos otros sintieron admiración por la humanidad de la chica). Harry Potter sobrevivió, y cayó el poder del Señor Tenebroso, surgiendo un nuevo amanecer, señor, y Harry Potter brilló como un faro de esperanza para los que creíamos que nunca terminarían los días oscuros, señor… (Creo que esas palabras hacían sentir mucha presión a un niño de doce años, comentó Molly) Y ahora, en Hogwarts, van a ocurrir cosas terribles, tal vez están ocurriendo ya, y Dobby no puede consentir que Harry Potter permanezca aquí ahora que la historia va a repetirse, ahora que la Cámara de los Secretos ha vuelto a abrirse…
Hagrid se estremeció al recordar el momento en que fue acusado injustamente.
—¿Ha vuelto a abrirse? ¿Cuándo fue la primera? —preguntó Ted.
—Hace más de cincuenta años —contestaron a la vez Harry y Hagrid.
Todos asintieron ante la respuesta.
Dobby se quedó inmóvil, aterrorizado, y luego cogió la jarra de agua de la mesilla de Harry y se dio con ella en la cabeza, cayendo al suelo. Un segundo después reapareció trepando por la cama, bizqueando y murmurando:
—Dobby malo, Dobby muy malo…
—¿Así que es cierto que hay una Cámara de los Secretos? —murmuró Harry—. Y… ¿dice que se había abierto en anteriores ocasiones? ¡Hable, Dobby! —Sujetó la huesuda muñeca del elfo a tiempo de impedir que volviera a coger la jarra del agua—. Además, yo no soy de familia muggle. ¿Por qué va a suponer la cámara un peligro para mí?
Ginny miró de reojo a Harry, ella nunca se hubiera podido perdonarse si a su novio le hubiera pasado algo malo por su culpa.
—Ah, señor, no me haga más preguntas, no pregunte más al pobre Dobby —tartamudeó el elfo. Los ojos le brillaban en la oscuridad—. Se están planeando acontecimientos terribles en este lugar, pero Harry Potter no debe encontrarse aquí cuando se lleven a cabo. Váyase a casa, Harry Potter. Váyase, porque no debe verse involucrado, es demasiado peligroso…
—No podía irme y dejarlos a todos a su suerte —dijo Harry, pensando en voz alta. Todos lo miraban con admiración por su valentía y su bondad—. ¿Qué? —preguntó al notar que todos lo miraban.
—Nada —respondió su madre con orgullo.
—Sí, nada San Potter —se burló Draco. Y Harry lo miró con confusión por el apodo.
—¿Quién es, Dobby? —le preguntó Harry, manteniéndolo firmemente sujeto por la muñeca para impedirle que volviera a golpearse con la jarra del agua—. ¿Quién la ha abierto? ¿Quién la abrió la última vez?
—Eso mismo me preguntó yo —dijo Moody con su típico tono arisco.
—La misma persona —murmuró Harry.
—¡Dobby no puede hablar, señor, no puede, Dobby no debe hablar! —chilló el elfo—. ¡Váyase a casa, Harry Potter, váyase a casa!
—¡No me voy a ir a ningún lado! —dijo Harry con dureza—. ¡Mi mejor amiga es de familia muggle, y su vida está en peligro si es verdad que la cámara ha sido abierta!
—Oh, muchas gracias, Harry —dijo Hermione a la vez que miraba a Harry como una hermana mira a su hermano. Con ternura.
—¡Harry Potter arriesga su propia vida por sus amigos! —gimió Dobby, en una especie de éxtasis de tristeza—. ¡Es tan noble, tan valiente…! (Yo diría que es extremadamente noble y valiente, pensó McGonagall sin quitar su vista del chico) Pero tiene que salvarse, tiene que hacerlo, Harry Potter no puede…
Dobby se quedó inmóvil de repente, y temblaron sus orejas de murciélago. Harry también lo oyó: eran pasos que se acercaban por el corredor.
—¡Dobby tiene que irse! —musitó el elfo, aterrorizado.
—Aun no entiendo porque los elfos hablan de sí mismo en tercera persona —dijo Ron.
—Ni yo —dijo Neville.
Se oyó un fuerte ruido, y el puño de Harry se cerró en el aire. Se echó de nuevo en la cama, con los ojos fijos en la puerta de la enfermería, mientras los pasos se acercaban.
Dumbledore entró en el dormitorio, vestido con un camisón largo de lana y un gorro de dormir (Sirius no pudo evitar reír un poco por la descripción, pero se calló cuando Remus le dio un golpe en las costillas). Acarreaba un extremo de lo que parecía una estatua. La profesora McGonagall apareció un segundo después, sosteniendo los pies. Entre uno y otra, dejaron la estatua sobre una cama.
—Para que pondrían una estatua en una cama —preguntó Sirius con curiosidad.
—No es una estatua, en realidad es un petrificado más —respondió Corner.
—Oh —susurró Alice—. ¿Quién fue ahora? —preguntó.
—Ahora lo sabrá, señora Longbottom —respondió Corner.
—Traiga a la señora Pomfrey —susurró Dumbledore, y la profesora McGonagall desapareció a toda prisa pasando junto a los pies de la cama de Harry. Harry estaba inmóvil, haciéndose el dormido (Esa es la mejor táctica para descubrir cosas, dijo Sirius). Oyó voces apremiantes, y la profesora McGonagall volvió a aparecer, seguida por la señora Pomfrey, que se estaba poniendo un jersey sobre el camisón de dormir. Harry la oyó tomar aire bruscamente.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la señora Pomfrey a Dumbledore en un susurro, inclinándose sobre la estatua.
—Otra agresión —explicó Dumbledore—. Minerva lo ha encontrado en las escaleras.
—¡Por Merlín! —dijo Molly.
—Que horrible debe ser encontrarse con alguien en ese estado —dijo Andrómeda.
—Tenía a su lado un racimo de uvas —dijo la profesora McGonagall—. Suponemos que intentaba llegar hasta aquí para visitar a Potter.
—Es ese niño, Colin, ¿cierto? —preguntó Lily, y Harry asintió.
A Harry le dio un vuelco el corazón. Lentamente y con cuidado, se alzó unos centímetros para poder ver la estatua que había sobre la cama. Un rayo de luna le caía sobre el rostro.
Era Colin Creevey. Tenía los ojos muy abiertos y sus manos sujetaban la cámara de fotos encima del pecho.
—Ese Colin, no dejaba la cámara ni para dormir —dijeron los gemelos Weasley para animar a Harry, puesto que este estaba cabizbajo.
—Sí, pero gracias a esa cámara fue que se salvó —comentó Hermione.
—Pero si esta petrificado, no se salvó —dijo James pensativamente.
—¿Petrificado? —susurró la señora Pomfrey.
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Pero me estremezco al pensar… Si Albus no hubiera bajado por chocolate caliente, quién sabe lo que podría haber…
—Eso es injusto —dijo Sirius.
—¿El qué? —le preguntó Remus.
—Que Dumbledore si pueda salir de noche y a nosotros nos descuentan puntos por hacer lo mismo —respondió el animago.
—¡Ay, Sirius! Nunca cambiaras —dijo Remus negando con la cabeza.
Los tres miraban a Colin. Dumbledore se inclinó y desprendió la cámara de fotos de las manos rígidas de Colin.
—¿Cree que pudo sacar una foto a su atacante? —le preguntó la profesora McGonagall con expectación.
Dumbledore no respondió. Abrió la cámara.
—Espero que ese muchacho haya podido sacar una foto, sería muy útil —dijo Moody.
—¡Por favor! —exclamó la señora Pomfrey.
Un chorro de vapor salió de la cámara. A Harry, que se encontraba tres camas más allá, le llegó el olor agrio del plástico quemado.
—¡Diablos! —dijeron los Prewett.
—Derretido —dijo asombrada la señora Pomfrey—. Todo derretido…
—¿Qué significa esto, Albus? —preguntó apremiante la profesora McGonagall.
—Significa que la Cámara de los Secretos ha sido abierta —respondió Moody con seriedad.
—Significa —contestó Dumbledore— que es verdad que han abierto de nuevo la Cámara de los Secretos.
La señora Pomfrey se llevó una mano a la boca. La profesora McGonagall miró a Dumbledore fijamente.
—Pero, Albus…, ¿quién…?
—La cuestión no es quién —dijo Dumbledore, mirando a Colin—; la cuestión es cómo (Tal vez usaron magia oscura, susurró Susan). Y a juzgar por lo que Harry pudo vislumbrar de la expresión sombría de la profesora McGonagall, ella no lo comprendía mejor que él.
—Aquí termina el capítulo —dijo Corner al ver que todos lo miraban para que continuara.
—Bien, gracias, señor Corner —dijo Dumbledore.
—Yo quisiera leer, profesor Dumbledore —dijo Angelina Johnson antes de que el director preguntara quien sería el siguiente en leer.
—Muy bien, señorita Johnson —dijo el director y el segundo libro llego a manos de la morena.
—¿Por qué quieres leer? —le preguntó George.
—Obviamente porque todos están ansiosos por saber de la Cámara —respondió Angelina, cambiando de página.