jueves, 22 de enero de 2015

Más Visitantes del Futuro

Luego de que Neville terminara de leer, Dumbledore anuncio que era la hora de almorzar, al instante las bandejas de comida aparecieron sobre las mesas. Todos almorzaban tranquilamente, algunos reían todavía sobre ese curso al que se había inscrito Filch, otros platicaban, Ron y Luna se susurraban cosas al oído y luego se sonrojaban. James y Lily veían atentamente cada movimiento de su futuro hijo, Sirius conversaba con los gemelos Weasley y los gemelos Prewett, Neville y sus padres también platicaban, lo mismo hacían los Tonks, Hagrid tomaba una cerveza de mantequilla y escuchaba que Dumbledore y McGonagall hablaban, Snape comía con seriedad, los Malfoy conversaban con su hijo y Pansy, los chicos Weasley también conversaban con su padres, el único que estaba callado era Remus, y Hermione lo miraba.
Lupin aún no sabía que era lo que le pasaba con Hermione, por más que le daba vueltas a la cabeza, no lograba entender porque se había sentido enojado cuando vio a Hermione sonreírle a Malfoy.
—¿Estás bien? —le preguntó Hermione a Remus. La castaña no había dejado de mirarlo de reojo en todo momento. Sabía que algo le pasaba, lo conocía demasiado bien como para no entender cada uno de sus gestos.
—Sí, ¿por qué tendría que estar mal? —respondió Remus, no de muy buena manera.
La castaña se le quedo mirando. Y sintió un nudo en la garganta al escuchar el tono de voz de Remus. Él solo le había hablado con ese tono de voz una vez, y fue cuando ella se había atrevido a besarlo por primera vez.

Flashback
Eran las vacaciones, y una de esas tarde en La Madriguera, Hermione ya se encontraba en la casa de sus amigos, pero algo que venía sintiendo desde hace mucho no dejaba tranquila ni un solo minuto —su corazón no para de gritarle que lo hiciera de una vez— tenía que decírselo, y esa era su oportunidad, porque no sabría cuando se le podría presentar otra oportunidad como esa. Puesto que Ron estaba limpiando su habitación como se lo había ordenado su madre, los gemelos estaban en su nueva tienda, Ginny también en su habitación, y ella con la excusa de que iba por un vaso con agua salió de la habitación de la pelirroja, y los otros hermanos de la pelirroja no se encontraban en casa.
Remus Lupin estaba hablando con el señor Weasley, sobre los últimos planes de la Orden y sobre el nuevo nombre con que era conocido Harry, “El Elegido”.
Hermione estaba atenta en cuando Remus saliera de la casa. Él pasó por la sala sin percatarse de que la castaña estaba ahí, y con pasos ligeros salió de la casa, Hermione lo siguió hasta el jardín.
—Remus —lo llamó. El hombre se giró inmediatamente al escuchar su nombre.
Sonrió cuando se dio cuenta de la menuda figura de la chica.
—Hermione, ¿te puedo ayudar en algo? —preguntó amablemente.
—Yo… eh… yo… —susurró Hermione, se había quedado con la mente en blanco, tenía tantas cosas que decirle, pero simplemente las palabras se le trabaron.
—¿Sí? —dijo Lupin, mirándola fijamente.
Di algo, Hermione, se decía la castaña. Pero otra vez las palabras no le salían de la boca.
Remus se acercó a Hermione.
—¿Te encuentras bien, Hermione? Pareces nerviosa…
La castaña no lo pensó, no se pudo contener más y lanzándose a su cuello, besó a su ex profesor, él se sorprendió por el atrevimiento de la chica, y atrayéndola más hacía sí, no pudo evitar responder a ese beso. Lupin sentía algo distinto en ese beso, no era como los otros besos que había tenido, hasta el beso con Tonks, era distinto a ese que estaba teniendo ahora, los besos con Tonks eran fríos, no sentía amor, pero en cambio el beso que se estaba dando con su ex alumna, era dulce, se sentía cálido, hasta que le llego a la cabeza que esa chica con la que se estaba besando era su ex alumna, mejor amiga de Harry, el hijo de uno de sus mejores amigos. Así que violentamente se separó de ella.
—¡Basta! —dijo seriamente Lupin—, esto está mal, no debe volver a repetirse, ¿entiendes?
—¿Por qué? —preguntó Hermione, muy sonrojada.
—¿Por qué? —repitió Lupin—, por qué soy tu ex profesor, porque soy mayor que tú, y tú eres una niña, una niña que no sabe lo que quiere —seguía hablando en un tono serio.
Hermione sentía un nudo en la garganta.
—Eso tú no la sabes —contestó la castaña, con la voz un poco rota.
Lupin se sintió mal por hablarle de esa manera a Hermione, pero sabía que esa era la única forma de abrirle los ojos y para que entendiera que no podía ser lo que su loca cabeza soñaba.
—Hermione —dijo más calmado—, por favor, te lo repito, esto no debe volver a repetirse, tú solo eres una niña confundida, sí, estás confundida —Lupin trato de convencerse a sí mismo—, y con todo esto de Voldemort, hace que hagas las cosas sin pensar.
—No soy una niña, yo soy una mujer, aunque no quieras verlo —gritó la castaña, mientras lágrimas corrían por sus mejillas. Ya no le importaba si alguno de los Weasley se enteraba de su secreto—, y mucho menos estoy confundida. Yo estoy enamorada de ti, te amo —la castaña le confeso sus sentimientos al licántropo.
El licántropo se puso pálido al escuchar tal confesión.
Eso no podía ser verdad, se dijo.
—Hermione —dijo lentamente—, tú no estás enamorada de mí, solo quieres sentirte protegida, necesitas la protección de alguien mayor, y justo ese alguien mayor soy, tal vez me vez como un padre, y por eso estás confundiendo tus sentimientos hacía a mí.
Hermione negó con la cabeza.
—No te veo como un padre, puesto que ya tengo uno, porque no entiendes que te amo —luego de decir eso, Hermione salió corriendo directo a la habitación de Ginny.
Fin de Flashback

—Lo siento —se disculpó Lupin al darse cuenta de su error.
La castaña negó con la cabeza.
—No importa, todos tenemos derecho de estar malas de vez en cuando —respondió Hermione, y le sonrió dulcemente.
Ese gesto hizo sentir a Remus miserable. ¿Cómo era posible que le haya contestado de esa manera a Hermione? Y todavía que ella lo disculpara y le sonriera.
—Lo siento —repitió Remus, pero Hermione no lo escucho. Ella estaba mirando al frente donde apareció nuevamente esa luz resplandeciente.
—¿Pero qué…? —dijo Ron cubriéndose los ojos con su brazo.
Todos estaban un poco cegados por la luz, pero luego de un par de minutos la luz se desvaneció. Y se dejaron ver a muchos chicos, que miraban a todos sorprendidos.
—Buenas tardes, jóvenes. ¿Quiénes son ustedes? —preguntó amablemente el profesor Dumbledore.
—Profesor Dumbledore —fue la respuesta en general de los recién llegados.
Todos los del pasado miraban atentamente a los recién llegados.
—¿Fleur? —preguntó un sorprendido Bill, al ver a la rubia. Ella lo vio y le sonrió.
Sirius por su parte no dejaba de ver a Fleur.
—¿Ya viste eso, Cornamenta? —le preguntó a su amigo, señalando a la rubia—, a que no es la mujer más hermosa que hayas visto.
James miró a la rubia.
—Sí, es hermosa, pero ninguna como mi Lily —respondió James.
Sirius lo miró de reojo.
—Estás perdido —murmuró el animago.
—¡Lee! —gritaron los gemelos Weasley al ver al moreno.
Lee los miró y se refregó varias veces la vista, no podía creer lo que veía. Como era posible que también viera a Fred, si se suponía que él estaba muerto.
Por otro lado Neville no podía quitar sus ojos de la chica rubia de Hufflepuff. Lo mismo pasaba con Draco que no podía dejar de mirar a una chica castaña de ojos verdes.
—Podrían presentarse, jóvenes —propuso Dumbledore.
El primero en pasar fue un chico de alto de cabellos color arena, un poco fornido y con el uniforme de Gryffindor.
—Hola, soy Seamus Finnigan —dijo con su acento irlandés—, soy un Gryffindor —señaló su emblema en su túnica—, y curso mi séptimo año en Hogwarts.
El siguiente en pasar fue un chico alto, delgado, moreno y de ojos marrones.
—Hola a todos, yo soy Dean Thomas —el chico sonreía a todos, Harry y Ron bufaron, ambos celosos porque él fue novio de Ginny—, yo también estoy en Gryffindor y curso mi séptimo año.
Las siguiente en pasar fueron dos chicas, parecían ser mellizas, ambas con tenían el cabello lizo color negro azabache, ojos negros y trigueñas. Lo único que las diferenciaban era que estaban en distintas casas.
—Hola, soy Parvati Patil —habló la chica de Gryffindor—, soy de Gryffindor y estoy cursando mi último año.
Luego pasó la melliza de Parvati.
—Hola, yo soy Padma Patil, la melliza de Parvati —dijo la melliza—, pertenezco a la casa de Ravenclaw y también estoy cursando mi último año.
—Son lindas, pero yo sigo prefiriendo a la rubia —dijo Sirius—, parece que es una veela —le comentó a Remus.
—Sí, parece ser —contestó Lupin, no muy animado. Él miraba de reojo a Hermione.
—Hola, Hogwarts del pasado, soy Lee Jordan —se presentó un chico alto, de piel oscura, cabellos negros (con rastras) y ojos marrones, él tenía una gran sonrisa traviesa—, tengo 21 años y cuando iba a Hogwarts pertenecí a la casa de los leones —medio gritó, y los gemelos Weasley aplaudieron.
Una chica alta, delgada, de piel oscura, cabellos castaños, largos y lisos, con ojos color castaño, paso al frente.
—Hola, pasado —sonrió—, soy Angelina Johnson —George la miraba embobado, mientras que Fred se reía de su gemelo—,  tengo 21 años y pertenecí a la casa de los leones cuando iba a Hogwarts.
—Hermano, ¿te sucede algo? —preguntó burlonamente Fred.
—Eh… no, no, ¿por qué? —preguntó un desconcertado George.
—No, por nada —contestó Fred sonriendo, pero su gemelo no se percató de esto porque aun miraba a la morena.
Otro chico pasó a adelante. Era alto, delgado, piel clara y con cabellos negros.
—Hola, pasado —sonrió un poco al decir eso—, soy Terry Boot, pertenezco a la casa de Ravenclaw y estoy cursando el séptimo curso.
—Buenas tardes, soy Susan Bones —dijo una chica delgada, pelirroja, piel clara  y ojos marrones—, soy una Hufflepuff, y estoy cursando mi último año.
—Hola, soy Hannah Abbott —dijo una chica rubia, de piel clara, delgada y con ojos marrones, la cual sonrió a Neville cuando lo vio, este se sonrojó, pero también le sonrió—, soy una Hufflepuff y curso el séptimo curso.
Un chico castaño de cabellos rizado y piel clara.
—Hola a todos, soy Justin Finch-Fletchley —dijo con simpatía—, también soy un Hufflepuff y estoy cursando el último curso.
—Que tal, soy Ernest Macmillan, pero me dicen Ernie —dijo un chico delgado, alto, rubio y de piel caucásica—, soy un Hufflepuff más —sonrió—, y estoy cursando el último curso.
—Buenas tardes —saludo una chica, delgada, estatura media, trigueña, cabellos negros al igual que sus ojos—, soy Alicia Spinnet. Tengo 20 años y cuando iba a Hogwarts partencia a la casa de Gryffindor.
Otra chica paso luego de Alicia.
—Hola, soy Katie Bell —dijo una chica delgada, de cabellos rubios, piel clara y ojos marrones—, tengo 19 años y también pertenecí a la casa de Gryyfindor cuando iba a Hogwarts.
Luego de que Katie terminara su presentación, un chico de presencia imponente, alto, fornido, cabellos castaños, piel clara y ojos marrones.
—¿Capitán? —dicen los gemelos Weasley.
—¿En serio es nuestro capitán? —dice Fred.
—Parece —dice George, mirándolo bien—, sí, Gred, es nuestro sádico capitán.
—El que nos hacía levantar de madrugada, para que escuchemos sus aburridos discursos —dijo Fred burlonamente.
El chico los miró con seriedad.
—Weasley —dijo, y negó con la cabeza cuando vio la sonrisa en ambos hermanos—. Me llamo Oliver Wood, tengo 23 años, pertenecí a Gryffindor cuando iba a Hogwarts —hizo una pausa—, ahora pertenezco al equipo de quidditch de los Puddlemere United —finalizó con orgullo.
—Que bien —dijeron al unisonó Sirius y James.
Otro chico paso al frente.
—Hola, soy Michael Corner —el chico era delgado, de cabellos negros, ojos marrones y piel clara, y apenas Harry y Ron lo vieron volvieron a bufar. Ambos amigos estaban celosos de que él haya sido otro novio de Ginny. La pelirroja al ver la reacción de su novio y hermano sonrió—, pertenezco a la casa de Ravenclaw y estoy cursando mi sexto curso.
Luego paso otro chico de piel oscura, pero sus pasos eran elegantes. Se paró al frente, respiró profundo y miró a todos con arrogancia.
Sirius lo miró mal.
—Serpiente —susurró de mal humor.
—Buenas tardes, soy Blaise Zabini —empezó a hablar un chico delgado, alto, de tez oscura, cabello negro, y ojos castaños—, soy un Slytherin —como si no nos hubiéramos dado cuenta de eso, murmuró Sirius—, y estoy cursando mi último año.
—Un Zabini —dijo Lucius Malfoy mirando al chico—. Por fin alguien que merece la pena escuchar.
Draco negó con la cabeza.
Luego de Zabini también paso un chico de Slytherin.
—Hola, mi nombre es Theodore Nott —dijo un chico delgado, alto, tez clara, y cabellos castaño claro—, soy un Slytherin y también estoy cursando el último curso —luego de eso se puso a un costado de Blaise, y no miraba a nadie en específico.
—No puedo creer que Nott haya tenido un hijo —dijo Lucius—, él y su esposa, ya son muy mayores.
—Parece un chico callado y solitario —comentó Narcisa, mirando al Nott.
—Así es Theo, madre —dijo Draco.
—Pero también es muy inteligente —agregó Pansy.
Unas chicas con el uniforme de Slytherin pasaron al frente.
—Hola a todos, soy Daphne Greengrass —la chica era rubia, delgada, alta, piel caucásica y ojos verdes—, pertenezco a la casa de Slytherin y estoy cursando el último curso.
—¿Greengrass? Son de una buena familia, tal vez ella podría ser tu prometida, Draco —dijo Lucius—. Es toda una sangre pura —murmuró.
—No lo creo, padre —contestó el rubio, mirando a la castaña que estaba al lado de Daphne.
Lucius miró con seriedad a su hijo, pero antes de poder decir algo, la chica castaña empezó a hablar.
—Hola… mi nombre es Astoria Greengrass —la chica era diferente a su hermana, puesto que Astoria era castaña, y tenía la piel pálida, en lo único que se parecían eran en los ojos verdes, porque en sus rasgos no eran muy parecidas—, y al igual que mi hermana estoy en Slytherin y estoy cursando el sexto curso.
—Solo espero que esa linda chica no haya sido una serpiente —dijo Sirius mirando a Fleur.
—Tal lo haya sido, porque ha decidido ser la última presentarse, igual que las otras serpientes —apuntó James.
Sirius hizo una mueca de desagrado.
La última chica dio un paso adelante, era rubia, alta, delgada, piel clara y ojos azules. La rubio sonrió a Bill, pero nadie se dio cuenta de a quien sonreía.
—Hola, buenas tardes —habló la rubia con su acento francés—, soy Fleur Weasley…
Todos los del pasado soltaron exclamaciones y la miraban sorprendidos.
—¿Weasley? ¿Una Weasley rubia? —preguntó un desconcertado Sirius.
—¿Y francesa? —le siguió James.
Harry, Ron, Hermione, Ginny, Luna, Neville, los gemelos, Charlie, Percy y Bill sonreían.
Remus fue el único en darse cuenta de la situación.
—Seguro debe ser la esposa de unos de los Weasley —apuntó, y ahora todos lo miraban a él y luego nuevamente a la rubia.
Fleur sonrió.
—Acegtaste, Lupin —le afirmó la rubia—. Soy la esposa de Bill Weasley —miró al pelirrojo con picardía.
—Bill, ¿en verdad ella es tu esposa? —le preguntó Molly sin dejar de mirar a la rubia.
Al parecer a Molly no le gustaba nada la idea de que su hijo mayor se haya casado con la francesita.
—Sí, mamá, Fleur y yo estamos casados desde hace más de un año —contestó Bill.
—Qué mala suerte —murmuró Sirius. James y Remus miraron y sonrieron por el comentario del ojigris.
—Tengo una cuarta parte Veela —Vaya, murmuraron los gemelos Prewett—. Estudie en la Academia de Magia Beauxbatons y conocí a Bill cuando llegue a Hogwarts en 1994, luego pasaron los años y en 1997 me casé con él —la rubia termino su presentación, con una sonrisa encantadora.
Dumbledore se paró y sonrió a los visitantes.
—Sean bienvenidos, por favor tomen asiento —invitó.
Los chicos se fueron acomodando en las mesas, y como era de esperar, las serpientes se fueron a la mesa donde estaba Snape y los Malfoy.
—Buenas tardes, profesor Snape —saludaron los Slytherin, cuando se acercaron a la mesa. Snape los miró y con un asentimiento de cabeza le devolvió el saludo.
Severus Snape se sentía respetado, eso pasaba todos los días, por lo general él era un chico solitario, y siempre paraba a la defensiva por las constantes bromas de los merodeadores, pero ahora, esos chicos lo miraban y trataban con respeto. Y aunque no lo reconociera abiertamente, lo hacían sentir bien.
Despertó de sus ensoñaciones, cuando escucho la voz de su futuro ahijado.
—Padre, madre, Astoria Greengrass, es mi prometida —comunicó tomando de la mano a la castaña, que se sonrojó al sentir el contacto de Draco.
Lucius y Narcisa sonrieron.
—Esta es una grata sorpresa. Me alegra mucho que una Greengrass vaya a pertenecer a mi familia —dijo Lucius.
—Bienvenida, querida —dijo Narcisa, sonriendo a la chica.
—Muchas gracias, señores Malfoy —contestó Astoria.

Por otro lado, se encontraba Neville con sus padres, presentándole a Hannah.
—Mamá, papá, ella Hannah, una buena amiga —la chica le sonrió y Neville se sonrojó.
—Mucho gusto, Hannah —dijeron los Longbottom a la rubia.
—El gusto es mío, señores —respondió la chica.
Los gemelos junto con Lee — a este último, los gemelos ya le habían contado el porqué de la presencia de Fred— que habían estado atentos a la plática de Neville con padres. Sonrieron.
—Neville —lo llamó Lee, y el aludido lo miró.
—Ý a nosotros no nos presentas a tu novia —terminaron Fred y George reprimiendo unas carcajadas al ver el rostro sonrojado del chico.
—No es mi novia, Hannah es mi amiga —aclaró Neville.
—Sí, como digas —canturreó Lee.
Ahora no solo era Neville el sonrojado si no también Hannah.

Por otro parte, Fleur llego junto Bill, al cual besó como si su vida se fuera acabar en ese mismo instante.
Hermione los miró, a ella también le hubiera gustado besar a Remus en cuanto lo volvió a ver, pero sabía que no podía hacerlo. No todavía.
Suspiró con tristeza.
Remus estaba atento a Hermione, y cuando la escucho suspirar, pensó que era porque le había contestado mal. Y cuando iba a volver a disculparse, Seamus y Dean se acercaron a saludarla.
—Mamá, papá —dijo Bill—, ella es Fleur mi esposa —la presento más formalmente.
—Mucho gusto, Fleur —dijo Arthur.
—Igual —dijo Molly, con amabilidad, pero se notaba en su voz un toque de recelo hacia la rubia.
—Me aleggo de volver a veglos —dijo Fleur—. Y no se preocupe, Molly, cuando nos conocimos tampoco nos llevábamos bien, pego luego todo cambio —sonrió.
Molly se sonrojó.
—No es eso —susurró.
—No impogta —dijo Fleur quitándole importancia al asunto.

Luego de que todos se saludaran y se presentaran, empezaron a conversar animadamente.
—¿Cómo es que todos ustedes vinieron? —preguntó con curiosidad Ron.
—Bueno, todos estábamos preocupados por la desaparición de Hermione, Ginny, Harry, Luna y tú —contestó Seamus—, y entre Dean, Parvati, Padma, Hannah, Ernie, Susan, Terry, Justin y Michael fuimos a la oficina de la directora…
—… y ahí nos encontramos con las serpientes que también estaban preocupados por Parkinson y Malfoy —continuó Dean.
—Y cuando íbamos a preguntarle por ustedes —dijo Hannah, señalándolos—, aparecieron Wood, junto con Angelina, Katie, Alicia, Lee y Fleur.
—Vaya —murmuró Hermione.
—Oliver, Katie, y Alicia venían a saludar a la directora, mientras que Angelina venía a preguntar por George a la directora, porque lo único que sabía era que desde que él y sus hermanos habían ido a una reunión con McGonagall no habían vuelto. Y bueno, Fleur estaba desesperada por ver a su esposo, y así se lo hizo saber a McGonagall —contó Seamus.
—La entiendo —murmuró Hermione.
Pero Remus con sus oídos más desarrollados que los demás la escuchó. Y sin saber porque se sintió extraño.
—¿Y luego? ¿Cómo convencieron a McGonagall para que los dejara venir al pasado? —preguntó Harry.
—No fue tare fácil —contestó Dean.
—Pero en ese momento las serpientes también se dejaron escuchar, y empezaron a reclamar la ausencia de dos de sus compañeros —dijo Hannah.
—Y ayudado con un poco de nuestra insistencia, McGonagall termino cediendo, y nos contó sobre el viaje que todos habían hecho al pasado, y como ven, fue tanta nuestra exigencia de viajar también y hora venos aquí —terminó Seamus, con una sonrisita.

—Ya que todos nos hemos presentado y ya estamos cómodos, es hora de con la lectura —dijo Dumbledore.
—¿Qué lectura? —preguntó Lee.
—¿Es que ni siquiera sabes porque estás aquí? —preguntó George y el moreno negó con la cabeza.
—Oh, amigo mío, estamos aquí para leer siete libros, bueno en realidad seis porque uno ya lo leímos… —contó Fred.
—¿Quieres decir que todos estaban acá para leer unos libros? —volvió a preguntar Lee, con cara de aburrimiento.
—En realidad no es muy aburrido —dijeron ambos hermanos.
—¿Qué? —se sorprendió Lee—, ¿desde cuándo le parece interesante la lectura?
—Es que no es cualquier libro… —empezó Fred.
—… esos libros evitaran muchas cosas desagradables si lo seguimos al pie de la letra —continuó George.
—Esos libros trata de las aventuras de Harry Potter, junto con sus inseparables amigos —terminaron de hablar al mismo tiempo Fred y George.
—Increíble —susurró el moreno.
—Sí increíble —concedió Fred.
—Ahora nos enteraremos de todo lo que hacían esos tres, sin que nos diéramos cuenta —apuntó George.
Y los tres sonrieron encantados.
—Bueno —dijo el director—, señorita Bell —la rubia lo miró—, le gustaría leer el siguiente capítulo.
La chica asintió, y el libro levitó hasta llegar a sus manos.
“La inscripción en el muro” —leyó Katie. Y ese título la hizo recordar su tercer curso, y cuando Hermione Granger y Colin Creevey fueron petrificados.

viernes, 9 de enero de 2015

Segundo Libro: Harry Potter y la Cámara Secreta - Capítulo 8: El cumpleaños de muerte



—Lo haré yo, profesor —dijo Neville—. “El cumpleaños de muerte” —leyó.
—¿Cumpleaños de muerte? —preguntó un desorientado Frank.
—¿Quién celebraría un cumpleaños de muerte? —cuestionó James.
—Nosotros conocemos a alguien —contestaron el trío de oro, con cierto misterio en la voz.
Antes de que alguien preguntar algo, Ron le hizo una señal con la mano a Neville para que comenzara a leer.
Llegó octubre y un frío húmedo se extendió por los campos y penetró en el castillo. La señora Pomfrey, la enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de catarro entre profesores y alumnos. Su poción Pepperup tenía efectos instantáneos (Eran muy divertidos, dijeron los gemelos Weasley), aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las orejas durante varias horas. Como Ginny Weasley tenía mal aspecto (Aquí comienza todo, pensó Ginny, cambiando la expresión de su rostro), Percy le insistió hasta que la probó. El vapor que le salía de debajo del pelo producía la impresión de que toda su cabeza estaba ardiendo.
Ron, Fred, George, James y Sirius empezaron a reír, pero se callaron cuando notaron la mirara asesina de Ginny.
Gotas de lluvia del tamaño de balas repicaron contra las ventanas del castillo durante días y días; el nivel del lago subió, los arriates de flores se transformaron en arroyos de agua sucia y las calabazas de Hagrid adquirieron el tamaño de cobertizos (¡Excelente!, exclamaron los gemelos Prewett). El entusiasmo de Oliver Wood, sin embargo, no se enfrió, y por este motivo Harry, a última hora de una tormentosa tarde de sábado, cuando faltaban pocos días para Halloween, se encontraba volviendo a la torre de Gryffindor, calado hasta los huesos y salpicado de barro.
—¿Salpicadero de barro? Eso significa problemas con Filch —comentó Ted.
—Ya lo creo —susurró Harry.
Aunque no hubiera habido ni lluvia ni viento, aquella sesión de entrenamiento tampoco habría sido agradable. Fred y George, que espiaban al equipo de Slytherin (Draco miró burlonamente a los gemelos), habían comprobado por sí mismos la velocidad de las nuevas Nimbus 2.001 (Draco volvió a sonreír. Lucius sonreía con superioridad a los Weasley). Dijeron que lo único que podían describir del juego del equipo de Slytherin era que los jugadores cruzaban el aire como centellas y no se les veía de tan rápido como volaban.
—La Nimbus 2.001 nunca se comparara con la velocidad de la Saeta de Fuego —susurró Ron a su inseparable amigo.
Harry caminaba por el corredor desierto con los pies mojados, cuando se encontró a alguien que parecía tan preocupado como él. Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor (¿Qué podría preocuparle a un fantasma?, preguntó Sirius), miraba por una ventana, murmurando para sí: «No cumplo con las características… Un centímetro… Si eso…»
—¿A qué se refiere con eso? No lo entiendo —volvió a interrumpir Sirius.
—Pues si dejaras que Neville continué leyendo lo sabrías —dijo Hermione.
Sirius la miró ofendido y Remus negó con la cabeza.
—Hola, Nick —dijo Harry.
—Hola, hola —respondió Nick Casi Decapitado, dando un respingo y mirando alrededor. Llevaba un sombrero de plumas muy elegante sobre su largo pelo ondulado, y una túnica con gorguera, que disimulaba el hecho de que su cuello estaba casi completamente seccionado. Tenía la piel pálida como el humo, y a través de él Harry podía ver el cielo oscuro y la lluvia torrencial del exterior.
—Parecéis preocupado, joven Potter —dijo Nick, plegando una carta transparente mientras hablaba, y metiéndosela bajo el jubón.
—Pues él tampoco suena muy feliz —comentó Frank.
—Igual que usted —dijo Harry.
—Buena respuesta —felicitó James a su futuro hijo, el cual se sonrojó
—¡Bah! —Nick Casi Decapitado hizo un elegante gesto con la mano—, un asunto sin importancia… No es que realmente tuviera interés en pertenecer… aunque lo solicitara, pero por lo visto «no cumplo con las características». (¿Características para qué?, preguntó Andrómeda) —A pesar de su tono displicente, tenía amargura en el rostro—. Pero cualquiera pensaría, cualquiera —estalló de repente, volviendo a sacar la carta del bolsillo—, que cuarenta y cinco hachazos en el cuello (¿Cuarenta y cinco?, exclamó una nerviosa Molly) dados con un hacha mal afilada serían suficientes para permitirle a uno pertenecer al Club de Cazadores Sin Cabeza.
—¿Club de Cazadores sin Cabeza? —preguntó un anonadado Charlie.
—¿Quién quiere pertenecer a un club con un nombre tan ridículo? —preguntaron a su vez los gemelos Prewett.
Harry se encogió de hombros.
—Desde luego —dijo Harry, que se dio cuenta de que el otro esperaba que le diera la razón.
—Por supuesto, nadie tenía más interés que yo en que todo resultase limpio y rápido, y habría preferido que mi cabeza se hubiera desprendido adecuadamente, quiero decir que eso me habría ahorrado mucho dolor y ridículo (Y también hubiese sido menos repulsivo, comentó Hermione, respirando profundo para aguantar las náuseas). Sin embargo… —Nick Casi Decapitado abrió la carta y leyó indignado:

Sólo nos es posible admitir cazadores cuya cabeza esté separada del correspondiente cuerpo. Comprenderá que, en caso contrario, a los miembros del club les resultaría imposible participar en actividades tales como los Juegos malabares de cabeza sobre el caballo o el Cabeza Polo. Lamentándolo profundamente, por tanto, es mi deber informarle de que usted no cumple con las características requeridas para pertenecer al club. Con mis mejores deseos,
Sir Patrick Delaney-Podmore

Todos estaban sorprendidos al escuchar esa carta —claro, menos Harry, puesto que él la había escuchado del propio fantasma— pero el que parecía más sorprendido era Percy.
Luego negó con la cabeza.
—Que estupidez —susurró Percy.
Indignado, Nick Casi Decapitado volvió a guardar la carta.
—¡Un centímetro de piel y tendón sostiene la cabeza, Harry! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore.
—Pobre Nick, se ha de haber sentido muy triste no pertenecer a ese club —comentó Luna con voz soñadora, a la vez que miraba sus uñas con mucho interés.
Los merodeadores, Lily, los gemelos Prewett, los Tonks y los Longbottom  miraban a Luna sorprendidos por su comentario. Y era lógico, puesto que ellos todavía no estaban acostumbrados a la personalidad de la rubia.
Nick Casi Decapitado respiró varias veces y dijo después, en un tono más tranquilo:
—Bueno, ¿y a vos qué os pasa? ¿Puedo ayudaros en algo?
—No —dijo Harry—. A menos que sepa dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido contra Sly…
—No te preocupes, hijo, yo te las comparé —dijo James.
Harry y Lily le sonrieron a James.
El resto de la frase de Harry no se pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar cercano a sus tobillos (No me digas que es la odiosa gata de Filch, dijo Sirius y Harry asintió). Bajó la vista y se encontró un par de ojos amarillos que brillaban como luces. Era la Señora Norris, la gata gris y esquelética que el conserje, Argus Filch, utilizaba como una especie de segundo de a bordo en su guerra sin cuartel contra los estudiantes.
—Odio a esa gata —soltaron Ron, Ginny, Fred y George a la vez.
—Será mejor que os vayáis, Harry —dijo Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor (Como si alguna vez hubiera estado de buen humor, comentó Remus. Y James y Sirius dijeron un “Lunático tiene razón”). Tiene gripe y unos de tercero, por accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha pasado la mañana limpiando, y si os ve manchando el suelo de barro…
—Bien —dijo Harry, alejándose de la mirada acusadora de la Señora Norris. Pero no se dio la prisa necesaria (Oh, Harry, tienes tan mala suerte, dijo Alice). Argus Filch penetró repentinamente por un tapiz que había a la derecha de Harry, llamado por la misteriosa conexión que parecía tener con su repugnante gata, a buscar como un loco y sin descanso a cualquier infractor de las normas (No es novedad, apuntó Bill). Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual.
—¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco de agua sucia que había goteado de la túnica de quidditch de Harry (Solo era un poco de barro, se defendió el ojiverde)—. ¡Suciedad y mugre por todas partes! ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Sígueme, Potter!
—Te compadecemos, Harry —dijeron los gemelos Prewett.
Así que Harry hizo un gesto de despedida a Nick Casi Decapitado y siguió a Filch escaleras abajo, duplicando el número de huellas de barro.
—Bueno, por lo menos Filch tendrá lo que se merece —dijo James.
—¿Qué cosa? —preguntó Remus y Sirius al unisonó.
—Limpiar más —contestó el futuro padre de Harry.
Harry no había entrado nunca en la conserjería de Filch (¿Cómo que nunca habías entrado en la conserjería?, preguntaron James y Sirius, parecían muy consternados). Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes, una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a pescado frito (Pero después de tanto ir a la conserjería te acostumbras a su olor, dijeron los merodeadores, y los gemelos Weasley y los gemelos Prewett asintieron). En las paredes había archivadores de madera. Por las etiquetas, Harry imaginó que contenían detalles de cada uno de los alumnos que Filch había castigado en alguna ocasión. Fred y George Weasley tenían para ellos solos un cajón entero (Sí, pero cuando terminamos el colegio ya eran cuatro cajas, dijeron orgullosamente los gemelos Weasley. Molly los miró horrorizada). Detrás de la mesa de Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes. Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo por los tobillos a los alumnos.
—Filch esta demente —dijo Andrómeda, pensando en cuando su hija entrara a Hogwarts e hiciera alguna travesura, la podrían colgar de los tobillos.
—No se preocupen, yo nunca permitiría tal cosa —aseguró Dumbledore.
Filch cogió una pluma de un bote que había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino.
—Cuánta porquería —se quejaba, furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante…, cerebros de rana…, intestinos de ratón… (Hermione tuvo que respirar profundo nuevamente para que aguantar las náuseas) Estoy harto… Hay que dar un escarmiento… ¿Dónde está el formulario? Ajá…
Encontró un pergamino en el cajón de la mesa y lo extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma negra.
—Nombre: Harry Potter. Delito:
—¿Acaso mataste a alguien? —bromeó Sirius.
Harry rió.
—¡Sólo fue un poco de barro! —dijo Harry.
—Sólo es un poco de barro para ti, muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota temblaba en la punta de su protuberante nariz—. Delito: ensuciar el castillo. Castigo propuesto:
—Solo le falta enviarte a Azkaban por eso —ironizó Sirius.
Ahora Harry no rió porque recordó que su padrino tuvo que pasar doce años injustamente en Azkaban.
Secándose la nariz, Filch miró con desagrado a Harry, entornando los ojos. El muchacho aguardaba su sentencia conteniendo la respiración.
—¿Sentencia? —repitió Charlie—, creo que eres un poco melodramático —agregó Charlie.
Harry se sonrojó levemente.
Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de aceite.
—Seguramente es Peeves —comentó Frank.
—¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a pillar, esta vez te pillo!
—Eso nunca pasará —dijeron Fred y George.
Y, olvidándose de Harry, salió de la oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora Norris galopando a su lado.
Peeves era el poltergeist del colegio, burlón y volador, que sólo vivía para causar problemas y embrollos. A Harry, Peeves no le gustaba en absoluto (A mí tampoco me gusta, susurró Neville parando de leer), pero en aquella ocasión no pudo evitar sentirse agradecido (En algunas ocasiones Peeves suele ser de gran ayuda, dijeron los gemelos Weasley). Era de esperar que lo que Peeves hubiera hecho (y, a juzgar por el ruido, esta vez debía de haberse cargado algo realmente grande) sería suficiente para que Filch se olvidase de Harry.
Pensando que tendría que aguardar a que Filch regresara (¡¿Qué?! Pero si era el momento justo para escapar, dijo Sirius. Filch no se daría cuenta de tu ausencia si está ocupado con Peeves , ahora habló James), Harry se sentó en una silla apolillada que había junto a la mesa. Aparte del formulario a medio rellenar, sólo había otra cosa en la mesa: un sobre grande, rojo y brillante con unas palabras escritas con tinta plateada (Dime que por lo menos leíste ese sobre, dijo Sirius. Harry asintió). Tras echar a la puerta una fugaz mirada para comprobar que Filch no volvía en aquel momento, Harry cogió el sobre y leyó:

«EMBRUJORRÁPID»
Lucius hizo una mueca de desagrado al escuchar esa palabra, puesto que todos los sangre pura sabían que significaba.
Curso de magia por correspondencia
para principiantes

—Esos cursos son poco confiables —dijo Dumbledore.
Intrigado, Harry abrió el sobre y sacó el fajo de pergaminos que contenía. En la primera página, la misma escritura color de plata con florituras decía:

¿Se siente perdido en el mundo de la magia moderna? ¿Busca usted excusas para no llevar a cabo sencillos conjuros? ¿Ha provocado alguna vez la hilaridad de sus amistades por su torpeza con la varita mágica?
¡Aquí tiene la solución!
«Embrujorrápid» es un curso completamente nuevo, infalible, de rápidos resultados y fácil de estudiar. ¡Cientos de brujas y magos se han beneficiado ya del método «Embrujorrápid»!

La señora Z. Nettles, de Topsham, nos ha escrito lo siguiente:
«¡Me había olvidado de todos los conjuros, y mi familia se reía de mis pociones! ¡Ahora, gracias al curso “Embrujorrápid”, soy el centro de atención en las reuniones, y mis amigos me ruegan que les dé la receta de mi Solución Chispeante!»

El brujo D.J Prod, de Didsbury escribe:
«Mi mujer decía que mis encantamientos eran una chapuza, pero después de seguir durante un mes su fabuloso curso Embrujorrápid, ¡la he convertido en una vaca!, Gracias Embrujorrápid,»

Los gemelos Weasley y Prewett reían a carcajadas seguidos de James y Sirius, Remus solo sonreía un poco. Hermione en cambio miraba seria a Harry y Ron, a ella no le gusta que ellos se burlaran de la gente.
Harry y Ron se contenían para no reír.
Extrañado, Harry hojeó el resto del contenido del sobre. ¿Para qué demonios quería Filch un curso de Embrujorrápid? ¿Quería esto decir que no era un mago de verdad? (¡Exacto!, contestaron los merodeadores) Harry leía «Lección primera: Cómo sostener la varita. Consejos útiles» (Remus ya no sonreía, ahora reía, Hermione lo miró de reojo sorprendida de que se ría de alguien, pero luego recordó que no por nada era un merodeador, quizás en el futuro no lo haría, pero ahora siendo un adolescente sí), cuando un ruido de pasos arrastrados le indicó que Filch regresaba. Metiendo los pergaminos en el sobre, lo volvió a dejar en la mesa y en aquel preciso momento se abrió la puerta.
—Estuvo cerca —dijo Hagrid, sonriendo.
Filch parecía triunfante.
—¡Ese armario evanescente era muy valioso! (Draco se tensó al escuchar nombrar ese armario, Pansy lo noto y puso una mano sobre el rubio dándole su apoyo. Draco respiró hondo para tratar de calmarse) —decía con satisfacción a la Señora Norris—. Esta vez Peeves es nuestro, querida.
Sus ojos tropezaron con Harry y luego se dirigieron como una bala al sobre de Embrujorrápid que, como Harry comprendió demasiado tarde, estaba a medio metro de distancia de donde se encontraba antes.
—Fallo de principiante —dijeron los gemelos Prewett.
La cara pálida de Filch se puso de un rojo subido. Harry se preparó para acometer un maremoto de furia. Filch se acercó a la mesa cojeando, cogió el sobre y lo metió en un cajón.
—¿Has… lo has leído? —farfulló.
—No, claro que no —ironizó Ron.
—No —se apresuró a mentir.
Filch se retorcía las manos nudosas.
—Si has leído mi correspondencia privada…, bueno, no es mía…, es para un amigo…, es que claro…, bueno pues…
—Que excusa más tonta —dijo Bill.
—Claro, quien se va a creer que Filch tenga amigos, aparte de su fea gata —dijo Sirius riéndose.
—Eso fue cruel, Sirius —le regañó Hermione.
—Pero… —empezó Sirius, y Remus negó con la cabeza, porque ya se había dado cuenta del cambio de humor de la chica.
Sirius se cruzó de brazos y ya no dijo nada más.
Harry lo miraba alarmado; nunca había visto a Filch tan alterado. Los ojos se le salían de las órbitas y en una de sus hinchadas mejillas había aparecido un tic que la bufanda de tejido escocés no lograba ocultar.
—Muy bien, vete… y no digas una palabra… No es que…, sin embargo, si no lo has leído… Vete, tengo que escribir el informe sobre Peeves… Vete…
—Vaya, te salvaste de ser castigado solo porque descubriste que era squib —dijeron los gemelos Weasley con una sonrisa en los labios.
—bueno en ese momento no sabía que era un squib, es más ni siquiera sabía que era un squib —confesó Harry.
—¿No lo sabias? —le preguntó James.
—No —contestó el chico.
—Claro, no podías saberlo si vivías con los Dursley —James pronunció con énfasis el apellido de la familia de su novia.
Asombrado de su buena suerte, Harry salió de la conserjería a toda prisa, subió por el corredor y volvió a las escaleras. Salir de la conserjería de Filch sin haber recibido ningún castigo era seguramente un récord.
—¡Harry! ¡Harry! ¿Funcionó?
—¿Qué? —exclamó Lily, Harry solo pudo soreír.
Nick Casi Decapitado salió de un aula deslizándose. Tras él, Harry podía ver los restos de un armario grande, de color negro y dorado, que parecía haber caído de una gran altura.
—¿Qué? Él nunca ha hecho algo así por nosotros —se quejó Sirius.
—Convencí a Peeves para que lo estrellara justo encima de la conserjería de Filch (No creo que le costara mucho trabajo convencerlo, dijo Hermione) —dijo Nick emocionado—; pensé que eso le podría distraer.
—¿Ha sido usted? —dijo Harry, agradecido—. Claro que funcionó, ni siquiera me van a castigar. ¡Gracias, Nick!
—Deberíamos convencer a Nick para que nos ayude a salir de los castigos también —siguió hablando Sirius.
Lily negó con la cabeza.
Se fueron andando juntos por el corredor. Nick Casi Decapitado, según notó Harry, sostenía aún la carta con la negativa de sir Patrick.
—Me gustaría poder hacer algo para ayudarle en el asunto del club —dijo Harry.
—La bondad lo heredo de ti —le susurró James a Lily. Esta le besó la mejilla a su novio.
Nick Casi Decapitado se detuvo sobre sus huellas, y Harry pasó a través de él. Lamentó haberlo hecho; fue como pasar por debajo de una ducha de agua fría.
—Pero hay algo que podríais hacer por mí —dijo Nick emocionado—. Harry, ¿sería mucho pedir…? No, no vais a querer…
—Pero igual lo va hacer —dijo Ginny sonriendo a su novio.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
—Bueno, el próximo día de Todos los Santos se cumplen quinientos años de mi muerte —dijo Nick Casi Decapitado, irguiéndose y poniendo aspecto de importancia.
—Ahora entiendo quien celebraría un cumpleaños de muerte —dijo James.
—¡Ah! —exclamó Harry, no muy seguro de si tenía que alegrarse o entristecerse—. ¡Bueno!
—Voy a dar una fiesta en una de las mazmorras más amplias. Vendrán amigos míos de todas partes del país. Para mí sería un gran honor que vos pudierais asistir. Naturalmente, el señor Weasley y la señorita Granger también están invitados (Naturalmente ellos tres siempre paran juntos, dijo Fred. Ellos tres siempre van juntos a todas partes, agregó George). Pero me imagino que preferiréis ir a la fiesta del colegio. —Miró a Harry con inquietud.
—No —dijo Harry enseguida—, iré…
—No puedo imaginarme como será un cumpleaños de muerte —dijo Ted.
—Ya lo sabrás —contestó Ron—. No hay comida —agregó.
—Para los vivos no, pero para los muertos si —le recordó Hermione.
—¡Mi estimado muchacho! ¡Harry Potter en mi cumpleaños de muerte! Y… —dudó, emocionado—. ¿Tal vez podríais mencionarle a sir Patrick lo horrible y espantoso que os resulto?
—Eso será difícil, puesto que Nick es muy amable —dijo Remus.
—Por supuesto —contestó Harry.
Nick Casi Decapitado le dirigió una sonrisa.

***

—¿Un cumpleaños de muerte? —dijo Hermione entusiasmada, cuando Harry se hubo cambiado de ropa y reunido con ella y Ron en la sala común—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!
—¿Fascinante? —repitió Lily.
Todos miraban a Hermione como si le hubiera salido otra cabeza.
—¿Para qué quiere uno celebrar el día en que ha muerto? —dijo Ron, que iba por la mitad de su deberes de Pociones y estaba de mal humor—. Me suena a aburrimiento mortal.
—Debiste de hacerme caso —le comentó Ron a Harry.
—Sí, pero no podía dejar plantado a Nick, me había ayudado a salir de un castigo —dijo el ojiverde.
La lluvia seguía azotando las ventanas, que se veían oscuras, aunque dentro todo parecía brillante y alegre. La luz de la chimenea iluminaba las mullidas butacas en que los estudiantes se sentaban a leer, a hablar, a hacer los deberes o, en el caso de Fred y George Weasley, a intentar averiguar qué es lo que sucede si se le da de comer a una salamandra una bengala del doctor Filibuster (¿Cómo se les ocurrió una barbaridad así?, los regañó Hagrid, mientras los merodeadores y los gemelos Prewett reían. Los gemelos solo alegaron a los regaños de Hagrid diciendo que era una broma). Fred había «rescatado» aquel lagarto de color naranja, espíritu del fuego, de una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y ahora ardía lentamente sobre una mesa, rodeado de un corro de curiosos.
—No le paso nada, era un bicho de fuego —se defendieron los Fred y George.
—De todas maneras no deberían volver a hacer algo como eso —dijo Hagrid.
Harry estaba a punto de comentar a Ron y Hermione el caso de Filch y el curso Embrujorrápid, cuando de pronto la salamandra pasó por el aire zumbando, arrojando chispas y produciendo estallidos mientras daba vueltas por la sala (A nosotros nunca se nos ocurrió hacer algo como eso, dijo Sirius a los otros dos merodeadores. McGonagall los miró seria). La imagen de Percy riñendo a Fred y George hasta enronquecer, la espectacular exhibición de chispas de color naranja que salían de la boca de la salamandra, y su caída en el fuego, con acompañamiento de explosiones, hicieron que Harry olvidara por completo a Filch y el curso Embrujorrápid.
—Vamos, Percy en ese época deberías tener unos 17 años, ¿verdad? —preguntó Sirius, y el aludido asintió.
—Entonces no entiendo que teniendo 17 no podías divertirte —dijo James y Percy se sonrojó.

Cuando llegó Halloween, Harry ya estaba arrepentido de haberse comprometido a ir a la fiesta de cumpleaños de muerte. El resto del colegio estaba preparando la fiesta de Halloween; habían decorado el Gran Comedor con los murciélagos vivos de costumbre; las enormes calabazas de Hagrid habían sido convertidas en lámparas tan grandes que tres hombres habrían podido sentarse dentro, y corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo.
—Esos esqueletos eran increíbles —dijeron los gemelos Weasley. Harry, Ron y Hermione suspiraron con pesar.
—Vaya, entonces en Halloween también debería contratar a esos esqueletos bailarines, Dumbledore —dijo Sirius.
—Black —lo regañó McGonagall, mientras el director sonreía—. No le falte el respeto al director.
—No le estoy faltando el respeto, solo le digo que… —se quedó callado cuando vio la mirada de que Lily le dedicaba.
—Lo prometido es deuda —recordó Hermione a Harry en tono autoritario—. Y tú le prometiste ir a su fiesta de cumpleaños de muerte.
—Sí, pero yo no lo prometí e igual me obligaste a ir —murmuró Ron.
Hermione lo miró seria.
—Pero nos habían invitado y no podíamos hacerle eso a Nick —le respondió la castaña.
Así que a las siete en punto, Harry, Ron y Hermione atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos hacia las mazmorras.
—La peor parte del castillo —dijo entre dientes Sirius.
También estaba iluminado con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos (Claro que era obvio, si era una fiesta hecha por un muerto para otros muertos, Hermione habló con lógica). La temperatura descendía a cada paso que daban. Al tiempo que se ajustaba la túnica, Harry oyó un sonido como si mil uñas arañasen una pizarra.
—Supongo que sería música —dijo Luna y Ron asintió.
—¿A esto le llaman música? —se quejó Ron. Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.
—Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos… Os agradezco que hayáis venido…
Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior.
Lo que vieron les pareció increíble (No creo que “increíble” sea la palabra adecuada, dijo Ron). La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía humo de la boca; aquello era como estar en un frigorífico.
—Impresionante, pero si me daban a escoger entre el cumpleaños de muerte… —empezó George.
—… y la fiesta de Halloween —siguió Fred.
—Mil veces preferiría la fiesta de Halloween —dijeron los dos al unisonó.
—¿Siempre hablan así? —preguntó Sirius.
—Siempre —contestaron Ron y Ginny.
—¿Damos una vuelta? —propuso Harry, con la intención de calentarse los pies.
—Cuidado no vayas a atravesar a nadie —advirtió Ron (Eso sería desagradable, dijo Alice), algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile. Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente. Harry no se sorprendió de que los demás fantasmas evitaran al Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas.
—Y no suele tener muy buen humor —admitió Andrómeda.
—Oh, no —dijo Hermione, parándose de repente—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la Llorona.
—Tienen que correr antes de que sea demasiado tarde —aconsejaron los gemelos Prewett.
—Sí, o si no se pondrá hablar de su muerte —dijeron los merodeadores.
—¿Con quién? —le preguntó Harry, retrocediendo rápidamente.
—Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —dijo Hermione.
—¿Los lavabos?
—Sí. No los hemos podido utilizar en todo el curso porque siempre le dan tales llantinas que lo deja todo inundado. De todas maneras, nunca entro en ellos si puedo evitarlo, es horroroso ir al servicio mientras la oyes llorar.
—Es realmente horroroso —corroboró Ginny.
—Más que horroroso es bastante incomodo —dijo Lily.
—¡Mira, comida! —dijo Ron.
—¿Comida en una fiesta de fantasmas? —preguntó Sirius sorprendido.
—Sí comida, pero nada agradable —apuntó Hermione, con una mueca de asco.
Al otro lado de la mazmorra había una mesa larga, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo, pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados. El olor era muy desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas; había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida funeraria (Para ese entonces todos tenían expresiones de asco en sus rostros, Hermione y Molly —que estaban embarazadas— respiraban profundo para no vomitar ahí mismo. Eso es asqueroso, los compadezco, dijo Sirius al trío), decorado con unas letras que parecían de alquitrán y que componían las palabras:

Sir Nicholas de Mimsy-Porpington,
fallecido el 31 de octubre de 1492.

—Perturbador —dijo Andrómeda.
Harry contempló, asombrado, que un fantasma corpulento se acercaba y, avanzando en cuclillas para ponerse a la altura de la comida, atravesaba la mesa con la boca abierta para ensartar por ella un salmón hediondo.
—Eso es asqueroso —murmuró Ginny.
—¿Le encuentras el sabor de esa manera? —le preguntó Harry.
—Casi —contestó con tristeza el fantasma, y se alejó sin rumbo.
—Pobre —se compadeció Luna.
—Sí, debe ser horrible no poder comer nunca —dijeron los Weasley.
—Supongo que lo habrán dejado pudrirse para que tenga más sabor —dijo Hermione con aire de entendida, tapándose la nariz e inclinándose para ver más de cerca el pastel de vísceras podrido.
—Vámonos, me dan náuseas —dijo Ron.
—Y a mí también —murmuró Hermione.
Pero apenas se habían dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a ellos, suspendido en el aire.
—Hola, Peeves —dijo Harry, con precaución.
—Él que faltaba —dijo Charlie.
A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.
—¿Picáis? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de cacahuetes recubiertos de moho.
Otra expresión de asco se notó en todos.
—No, gracias —dijo Hermione.
—Os he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—. No has sido muy amable con la pobre Myrtle. —Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!
—Ay, castaña, metiste la pata —dijo Sirius, sonriendo por la expresión de fastidio de Hermione.
—No, Peeves, no le digas lo que he dicho, le afectará mucho —susurró Hermione, desesperada—. No quise decir eso, no me importa que ella… Eh, hola, Myrtle.
Hasta ellos se había deslizado el fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que Harry hubiera visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas de concha.
—Pobre Myrtle —dijo Harry.
—Sí, pero ahora que lo recuerdo… —dijo Fred con una sonrisa maliciosa.
—… Myrtle era otra de las fieles admiradoras de Harry —terminó George con la misma sonrisa maliciosa que su hermano.
Harry se sonrojó.
—¿Eso es cierto? —preguntaron los merodeadores.
Pero antes de que Harry pudiera contestar, los gemelos volvieron a hablar.
—Claro que es cierto, cada vez que nos la encontrábamos, nos preguntaba por Harry —el ojiverde estaba más sonrojado.
Los merodeadores no lo pudieron evitar y soltaron unas risitas.
Cuando todo estuvo nuevamente en silencio, Neville volvió a leer.
—¿Qué? —preguntó enfurruñada.
—¿Cómo estás, Myrtle? —dijo Hermione, fingiendo un tono animado—. Me alegro de verte fuera de los lavabos.
Myrtle sollozó.
—¿Y porque llora ahora? —preguntó Frank.
—Porque sí, Myrtle siempre encuentra motivos para llorar —respondió Hermione.
—Ahora mismo la señorita Granger estaba hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.
—Sólo comentábamos…, comentábamos… lo guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.
—Es no te lo creería nadie, Hermione —dijeron los gemelos Prewett.
Myrtle dirigió a Hermione una mirada recelosa.
—Te estás burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las gafas.
—No, lo digo en serio… ¿Verdad que estaba comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dijo Hermione, dándoles fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.
—Sí, sí.
—Claro.
—Muy convincente —dijo irónicamente Bill.
—No me mintáis —dijo Myrtle entre sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creéis que no sé cómo me llama la gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada, la llorona, la triste!
—Se te ha olvidado «la granos» —dijo Peeves al oído.
—Peeves —exclamó Lily indignada.
Myrtle la Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo. Peeves corrió detrás de ella, tirándole cacahuetes mohosos y gritándole: «¡La granos! ¡La granos!»
—Al menos le dio un buen uso a los cacahuates —dijeron los gemelos Prewett.
Los únicos que se rieron fueron los gemelos Weasley y Sirius. Pero se callaron cuando notaron la mirada seria de Lily y Molly.
—¡Dios mío! —dijo Hermione con tristeza.
Nick Casi Decapitado iba hacia ellos entre la multitud.
—¿Os lo estáis pasando bien?
—¡Sí! —mintieron.
—Era educación —trato de defenderse Ron ante la mirada de su madre.
—Ha venido bastante gente —dijo con orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno, ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.
La orquesta, sin embargo, dejó de tocar en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a la expectativa.
En la sala de los Menesteres también todos estaban a la expectativa.
—Ya estamos —dijo Nick Casi Decapitado con cierta amargura.
A través de uno de los muros de la mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos jinetes sin cabeza (Increíble —se escuchó la voces de muchos en la sala). Los asistentes aplaudieron con fuerza; Harry también empezó a aplaudir, pero se detuvo al ver la cara fúnebre de Nick.
Los caballos galoparon hasta el centro de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno, descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.
—¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza?
—¡Que maleducado! —dijo McGonagall.
Rompió en una sonora carcajada y dio a Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.
—Bienvenido, Patrick —dijo Nick con frialdad.
—¡Vivos! —dijo sir Patrick, al ver a Harry, Ron y Hermione. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la cabeza volvió a caérsele.
—Estúpido presumido —dijo Lily.
La gente se rió otra vez.
—Muy divertido —dijo Nick Casi Decapitado con voz apagada.
—¡No os preocupéis por Nick! —gritó desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos entrar en el club! Pero quiero decir…, mirad el amigo…
—Creo —dijo Harry a toda prisa, en respuesta a una mirada elocuente de Nick —que Nick es terrorífico y esto…, mmm…
—No creo que eso convenza a Sir Patrick —dijo Ted.
—Pero se agradece el esfuerzo —dijo Neville parando de leer.
Harry se volvió a sonrojar. Lily le sonrió con ternura.
—¡Ja! —gritó la cabeza de sir Patrick—, apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso.
—¡Si me conceden su atención, ha llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado, caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz de un azul glacial.
Otra vez todos estaban expectantes por las palabras de Nick.
»Mis difuntos y afligidos señores y señoras, es para mí una gran tristeza…
Pero nadie le prestaba atención (¡Que descortés!, exclamó Molly). Sir Patrick y el resto del Club de Cazadores Sin Cabeza acababan de comenzar un juego de Cabeza Hockey y la gente se agolpaba para mirar. Nick Casi Decapitado trató en vano de recuperar la atención, pero desistió cuando la cabeza de sir Patrick le pasó al lado entre vítores.
—Es horrible que te hagan eso en tu día de cumpleaños, así este sea tu cumpleaños de muerte —dijo Luna.
Harry sentía mucho frío, y no digamos hambre.
—No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.
—Vámonos —dijo Harry.
—Sí, es lo mejor que podían hacer —dijo Frank.
Fueron hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.
—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.
—Esperanzas rotas —dijo Ron, haciendo reír a sus amigos.
Y entonces Harry lo oyó.
… Desgarrar… Despedazar… Matar…
—Otra vez esa voz —dijo con pesar Lily.
—Tienes que estar alerta, muchacho —aconsejó Moody.
Ginny se puso pálida y empezó a temblar ligeramente, porque ya sabía lo que vendría a continuación, ella fue poseída para hacer cosas de las que luego ni siquiera se acordaba. Harry se dio cuenta de miedo de Ginny. Así que la abrazo.
—Ya todo paso —le susurró. La pelirroja asintió, pero aun así no dejaba de sentir pavor.
Fue la misma voz, la misma voz fría, asesina, que había oído en el despacho de Lockhart.
Trastabilló al detenerse, y tuvo que sujetarse al muro de piedra. Escuchó lo más atentamente que pudo, al tiempo que miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.
—Harry, ¿qué…?
—Es de nuevo esa voz… Callad un momento…
… deseado… durante tanto tiempo…
—¿Durante tanto tiempo? —preguntó Remus.
—¡Escuchad! —dijo Harry, y Ron y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole.
… matar… Es la hora de matar…
—¿Matar? ¿Va matar a alguien? ¿A quién? —preguntó Lily y Molly a la vez, muy preocupadas.
—No se preocupen nadie murió —dijo Harry, tratando de tranquilizar a las dos pelirrojas.
La voz se fue apagando. Harry estaba seguro de que se alejaba… hacia arriba. Al mirar al oscuro techo, se apoderó de él una mezcla de miedo y emoción. ¿Cómo podía irse hacia arriba? ¿Se trataba de un fantasma, para quien no era obstáculo un techo de piedra?
—No puede ser un fantasma —dijo Remus con voz seca.
—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó los otros dos merodeadores.
—Porque un fantasma no puede desgarrar, despedazar —contestó Lupin.
James y Sirius asintieron dándole la razón.
—¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo. Allí era imposible oír nada, debido al ruido de la fiesta de Halloween que tenía lugar en el Gran Comedor. Harry apretó el paso para alcanzar rápidamente el primer piso. Ron y Hermione lo seguían.
—Un momento, están siguiendo a una voz que dice que quiere matar a alguien —dijo Alice.
Menos mal que mi hijo no estaba con ellos, pensaba Alice con alivio.
—Así son ellos, tienen costumbres suicidas —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Qué? —preguntaron los merodeadores, Lily, y Molly y Arthur Weasley.
—No es cierto —contestaron el trío de oro, mirando con seriedad a los gemelos.
—Harry, ¿qué estamos…?
—¡Chssst!
Harry aguzó el oído. En la distancia, proveniente del piso superior, y cada vez más débil, oyó de nuevo la voz: … huelo sangre… ¡HUELO SANGRE!
—En vez de seguir esa voz deberían ir a avisarle a algún profesor sobre lo que han escuchado —dijo Lily.
Se escucharon las risas de los chicos del futuro.
—¿De qué se ríen? —preguntó una Lily enfadada.
—De que Potter y compañía nunca irían a avisar a algún profesor, porque ellos piensan que pueden resolver todos los problemas solos —respondió Draco.
Todos miraban con insistencia al trío.
—Eso no es cierto —dijeron al unisonó Harry, Ron y Hermione.
—Claro que sí —rebatió el rubio, con una sonrisa arrogante.
—Idiota —dijo Ron y la sonrisa de Draco se hizo más grande.
Nadie dijo nada después de ese intercambio de palabras, pero tenían mucho interés de descubrir que lo que habían dicho Draco y anteriormente los gemelos era cierto.
Dumbledore le hizo una señal a Neville para que continuara leyendo.
El corazón le dio un vuelco.
—¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin hacer caso de las caras desconcertadas de Ron y Hermione, subió el siguiente tramo saltando los escalones de tres en tres, intentando oír a pesar del ruido de sus propios pasos.
Lily miraba sorprendida a su hijo.
¿Acaso no conoce las limitaciones? Ese afán de meterse en problemas lo heredo de James, pensaba Lily.
Harry recorrió a toda velocidad el segundo piso, y Ron y Hermione lo seguían jadeando. No pararon hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.
—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara. Yo no oí nada…
—¿Cómo? —preguntaron muchos a la vez.
—¿Acaso ninguno de ustedes dos escuchaba esa voz? —preguntó Alice directamente a la castaña y al pelirrojo.
Ron y Hermione negaron con la cabeza.
—¿Y aun fueron ante algo que no sabían ni lo que era? —ahora preguntó Remus.
—Confiamos en Harry —fue la respuesta de ambos chicos. Harry les sonrió a sus amigos.
Pero Hermione dio de repente un grito ahogado, y señaló al corredor.
—¡Mirad!
—¿Qué? —preguntó un desconcertado Sirius.
Ginny sabía lo que había en la pared, puesto que ella misma lo había escrito, poseída por ese terrible ser, pero había sido ella.
La pelirroja volvió a temblar, los únicos que se dieron cuenta de ellos fueron Harry, todos sus hermanos, Hermione y Luna. Los demás estaban expectantes a la continuación.
—Calma, Ginny, ya paso —la consoló Harry volviéndola abrazar.
Delante de ellos, algo brillaba en el muro. Se aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.

LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA.
TEMED, ENEMIGOS DEL HEREDERO.

La piel de casi todos se erizo al escuchar tal inscripción, el único que tenía una sonrisita estúpida en sus labios era Lucius Malfoy.
Los sangre sucia deberían de temer, no debían confiar ni en su propia sombra, pensaba el rubio, regodeándose del miedo de todos.
—¡Oh, por Merlín! —susurró Molly.
—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.
Al acercarse más, Harry casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo (¿Agua?, dijo Moody pensativamente, no le veía la relación de la inscripción con el agua). Ron y Hermione lo sostuvieron, y juntos se acercaron despacio a la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los tres comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.
—¿Qué era? —preguntó James al trío.
Pero antes de que ellos contestaran, Neville continúo con la lectura.
La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.
Ginny que seguía abrazada a Harry, volvió a temblar de miedo.
—¿Qué sucede? —preguntó Molly a su hija, al verla tan abrazada a Harry, pero de una forma extraña, la veía como asustada.
—N-nada —Ginny trato de que su vos saliera lo más tranquila posible.
—No es nada, madre —mintió Percy, mirando de reojo a su hermana—, ¿acaso no es normal que una chica abrace a su novio? —preguntó con fingida calma.
Molly asintió, no muy segura. Sabía que algo pasaba, pero no se lo querían decir.
Segura mente me enteraré por el libro, se auto-tranquilizaba Molly.
Durante unos segundos, no se movieron. Luego dijo Ron:
—Vámonos de aquí.
—Sí, deberían irse —dijo Sirius.
—No deberíamos intentar… —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras.
—Hacedme caso —dijo Ron—; mejor que no nos encuentren aquí.
—Estoy de acuerdo con Ron —dijeron James y Remus.
Pero era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar (¿Es que siempre tienen tan mala suerte?, preguntó Arthur). De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.
La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, Ron y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.
—Chismosos —dijeron los gemelos Prewett.
Luego, alguien gritó en medio del silencio:
—¡Temed, enemigos del heredero! ¡Los próximos seréis los sangre sucia!
—¿Quién fue el idiota que dijo eso? —preguntaron los merodeadores.
Draco Malfoy se puso más pálido de lo que era.
Era Draco Malfoy (¿Por qué no me sorprende?, murmuró Sirius. Por otro lado Lucius sonrió a su hijo, pero este solo miró para otro lado), que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil.
Ahora todos miraban a Draco. Y a Draco ya le comenzaba a incomodar esas miradas. Hermione se dio cuenta de la incomodidad del rubio, así que decidió ayudarlo —y no era que fueran amigos, sino que en el mes que llevaban compartiendo la torre de premio anual, el rubio se había disculpado con ella y la había tratado con amabilidad— miró a Neville.
—Neville, podrías continuar con la lectura —dijo la castaña.
—Aquí termina el capítulo, Hermione —dijo el chico.
Draco agradeció a la castaña con un asentimiento de cabeza y ella le sonrió levemente.
Ese gesto no pasó de desapercibido para Remus, y no sabía porque, pero le molesto que ella le sonriera.
¿Qué me pasa? Si recién ayer la he conocido, no debería molestarme, ¿o sí?, se preguntaba Lupin.