jueves, 16 de octubre de 2014

Primer Libro: Harry Potter y la Piedra Filosofal - Capítulo 8: El profesor de Pociones



Luego de un ameno almuerzo entre platicas y bromas por parte de los merodeadores, los gemelos Weasley y los gemelos Prewett, los Malfoy y los Longbottom trataban de saber más cosas de sus respectivos hijos y también sobre el futuro, pero estos no podían adelantarse a nada, puesto que podría crear discusiones y hasta podría intentar debatirse a duelo por estar en bandos distintos.
Albus Dumbledore, se levantó de la mesa y preguntó con voz alta para llamar la atención de todos.
—Ahora que todos ya hemos terminado de comer y de platicar, deberíamos continuar con la lectura, ¿Quién quiere ser el siguiente en leer? —preguntó.
—Yo leeré ahora —dijo Ted Tonks entusiasmado.
Se aclaró la garganta y se dispuso a leer.
—Este capítulo se titula “El profesor de pociones” —leyó.
—Quijicus —murmuraron los merodeadores observando a l futuro profesor de cabellos negros.
—Allí, mira.
—¿Dónde?
—Al lado del chico alto y pelirrojo.
—¿El de gafas?
—¿Has visto su cara?
—¿Has visto su cicatriz?
Los murmullos siguieron a Harry desde el momento en que, al día siguiente, salió del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Harry deseaba que no lo hicieran, porque intentaba concentrarse para encontrar el camino de su clase.
—El mini cornamenta no quiere que lo miren, mientras que al padre le encanta llamar la atención de todos —comento Sirius, visiblemente sorprendido.
—A ti también te gusta llamar la atención, Sirius —le recordó Remus, sonriendo de lado.
—Se nota que en actitud es más parecido a Lily que a James —razonó Alice.
Mientras que Neville asentía a lo que su madre había dicho.
En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras podían andar.
—¿Cómo logró memorizar todo eso a solo una noche de estar en Hogwarts? —preguntó Sirius.
—Yo también quisiera saber cómo sabe todo eso —dijo James anonado.
—Tal vez lo leyó en algún libro —tanteó Remus.
—Error —dijeron los gemelos Weasley al unisonó.
Los merodeadores lo observaron con interés.
—La única respuesta a sus preguntas, tiene nombre y apellido —Fred hizo una pausa—, Hermione Granger.
—Que tiene que ver la castaña en todo eso —dijo Sirius.
—Pues que Hermione prácticamente se la paso contándoles a todos lo que había leído en los libros —aclaró George.
—Eso lo explica todo —murmuró Remus.
Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors (Nick siempre es muy amable, comentó Neville, y todos los Gryffindor asintieron estando de acuerdo), pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!
—Todos odiábamos cuando nos hacía eso —contó Neville.
Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch. Harry y Ron se las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana (Eso es a lo que llamo no tener suerte, dijo Fabian). Filch los encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No les creyó cuando dijeron que estaban perdidos, estaba convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, los rescató.
—Sí, los rescato en ese momento, porque aún no era el momento de hacer lo que tenía hacer —murmuró Fred por lo bajo a su hermano.
—Pero igual no logro hacer nada a Harry —dijo en el mismo tono George.
Todos tenían la vista fija en los gemelos, pero ellos solo sonrieron como si hubieran hecho una gran broma.
Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde (Ron siempre tenía muchas ganas de darle una gran patada a la Señora Norris, comentó George). Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley) (Los gemelos Weasley sonrieron), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris.
—Como dijo George, uno de los que soñaban con patear a esa gata era nuestro querido hermano Ronnie —alegó Fred.
—Fred, George, ¿Cómo es eso de que ustedes conocían muy bien todos los pasadizos secretos? —preguntó Molly.
—Bueno, es que nosotros —George señaló a su hermano y luego se señaló él—, teníamos un…
—… teníamos un mapa especial —continuó Fred, para luego él su gemelo sonreírse con complicidad.
Los merodeadores se miraron unos a otros. Y empezaron a hablar en susurros.
—¿Acaso ellos tendrá…? —James no pudo terminar de formular la pregunta.
—Claro que lo tienen Cornamenta —aseguro Sirius.
—No es posible, ¿acaso no recuerdan que el mapa no los confisco Filch? —argumentó el licántropo.
—Pues entonces tenemos que averiguar si pudieron rescatar el mapa —propuso Sirius.
—Estoy de acuerdo con Canuto —dijo James.
—Bien, lo averiguaremos —apoyó Remus.
Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, como Harry descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.
—¿Palabras graciosas? —preguntó dudoso Draco.
—Creció con muggles —fue la simple respuesta de Pansy.
Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.
—El mejor de esa clase era nuestro amigo Neville —dijeron los gemelos a coro.
Neville se sonrojó.
—¿Te va bien Herbología? —preguntó Frank a su hijo.
—Sí, y la profesora Sprout me ha dicho un par de veces que yo sería el indicado para ocupar su puesto —contó el muchacho un poco sonrojado.
Sus padres sonrieron orgullosos de su futuro hijo.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
—Historia de la Magia no es aburrido —alegó Lily.
—Por supuesto que no —apoyó Remus.
Los gemelos Weasley pusieron una cara como si frente a ellos estuvieran unos extraterrestres.
—A Hermione tampoco le parecía aburrida esa asignatura —comentó Fred.
—Y pesar que Hermione era la única que le ponía interés a su asignatura, Binns ni siquiera recordaba su apellido, la llamaba «Grant» —siguió George.
Sirius miró con una sonrisita socarrona a su amigo el licántropo, Remus también lo miró, pero él lo miró serio, puesto que ya sabía lo que estaba pensando.
James al ver la molestia de Remus —raras veces en el castaño— decidió hablar.
—A nosotros tampoco no parecía aburrida esa asignatura —dijo el pelinegro señalando a Sirius y luego a el mismo.
—¿Qué? —dijeron sorprendidos los gemelos Weasley y Prewett.
—Es que nosotros aprovechábamos esa asignatura para preparar nuestras bromas —aclaró Sirius.
Los bromistas suspiraron con alivio, mientras Lily los miraba reprobatoriamente y Snape murmuraba algo por lo bajo.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Harry, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista.
La profesora McGonagall (Cuando la aludida escucho su nombre puso más atención) era siempre diferente. Harry había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente, les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.
—Parece ser que no ha cambiado nada, Minnie —le dijo James, sonriéndole con picardía.
—Debería cambiar, Minnie, disfrutar de la vida —dijo descaradamente Sirius.
Remus solo sonreía de los comentarios de sus amigos, pero luego al ver la cara de enojo de la profesora, él dejo de sonreír.
—Yo voy a cambiar cuando dejen de haber alumnos tan revoltosos como ustedes, señores Potter y Black. Y menos voy a cambiar al ver a los señores Fred y George Weasley —contestó McGonagall dirigiendo una mirada los Weasley y luego otra vez a los merodeadores.
—Y eso que no sabe lo que le espera con el trío de oro —comento George por lo bajo.
—Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.
Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran transformar muebles en animales. Después de hacer una cantidad de complicadas anotaciones, les dio a cada uno una cerilla para que intentaran convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione Granger había hecho algún cambio en la cerilla. La profesora McGonagall mostró a todos cómo se había vuelto plateada y puntiaguda, y dedicó a la niña una excepcional sonrisa.
—Siempre fue una sabelotodo —dijo Draco Malfoy.
Todos los hermanos Weasley y Neville miraron mal al rubio, pero este solo sonrió con arrogancia.
—No te permito que hables así de Hermione —defendió Neville.
—Pero no la estoy insultando, Longbottom, simplemente dije lo que es, otra cosa muy distinta hubiera sido que la llamara rata de biblioteca, come libros, cabeza de arbusto… —fue enumerando con los dedos los apodos que solía decirle a la castaña.
—Ya no te pases, Malfoy —saltaron los gemelos.
Los merodeadores miraban atentos, al parecer Hermione Granger era una muy buena amiga de ellos.
Draco se cruzó de brazos y sonrió de lado.
—Tranquilos Weasley, calma, acaso me van a negar que su adorado hermano y Potter —Lily y los merodeadores pusieron más atención cuando el rubio menciono a Harry—, no sacaron provecho por la “inteligencia” de Lu… Granger —se corrigió al instante el rubio.
—Bueno… —empezó Fred, pero fue interrumpido por una voz femenina.
—Y tú también Longbottom —empezó Pansy—, vas a negar que no sacaste provecho por la inteligencia de Granger, ¿no te acuerdas cuando te ayudaba en pociones?
Neville se sonrojó.
—No lo niego —contestó este.
—Solo no se metan con Hermione —advirtió George.
—Bien, como tú digas Weasley —contestó Draco, sin darle importancia, pero aún tenía en el rostro esa sonrisa ladeada.
Lucius Malfoy miraba a su hijo estudiándolo, no notó todo eso que dijo su hijo con intención de molestar, parecía más bien como si estuviera bromeando.
No, no puede ser, un Malfoy debe odiar a esa escoria de Potter, Weasley, y sobre todo a esa sangre sucia, pensaba Lucius.
—Señor Weasley, continué leyendo por favor —pidió Dumbledore, al cabo de unos minutos.
La clase que todos esperaban era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma (¿Casi?, susurró Draco por lo bajo). Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, les dijo, era un regalo de un príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero ninguno creía demasiado en su historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó y comenzó a hablar del tiempo, y por el otro, porque habían notado que el curioso olor salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba lleno de ajo, para proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.
—¿Pero qué clase de profesor es ese? —preguntó Lupin—. DCAO es una buena materia, en donde la teoría y la práctica se conjuntan, y alguien como Quirrell no puede ser su profesor.
—Además de que parece que oculta algo —dijo Sirius.
—Tú, serias un gran profesor de DCAO, Remus —le dijo Lily, y el licántropo se sonrojo, pero sonrió cálidamente a su amiga.
Fred, George y Neville sonrieron con complicidad.
Harry se sintió muy aliviado al descubrir que no estaba mucho más atrasado que los demás. Muchos procedían de familias muggle (Lucius hizo una mueca de asco) y, como él, no tenían ni idea de que eran brujas y magos. Había tantas cosas por aprender que ni siquiera un chico como Ron tenía mucha ventaja.
El viernes fue un día importante para Harry y Ron. Por fin encontraron el camino hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perderse ni una vez.
—¿Se demoraron una semana para encontrar el camino correcto al Gran Comedor? —exclamó Sirius.
—De Potter no me sorprende, debe ser tan idiota como el padre —dijo Snape mirando con burla a James.
—¿Qué dijiste Quijicus? —gritó James.
—Severus, como te atreves a decir eso de mi hijo —exclamó una Lily Evans muy enojada.
Severus al ver enojada a la mujer que amaba se quedó sin palabras.
—¡Te vas arrepentir de haber dicho lo que dijiste, Quijicus! —ladró Sirius.
—En esta época ni siquiera lo conoces —abogó Remus.
A Snape no le quedo de otra más que mirar hacia otro lado.
—Señores, por favor calma, calma —pidió Dumbledore.
Ted siguió leyendo.
—¿Qué tenemos hoy? —preguntó Harry a Ron, mientras echaba azúcar en sus cereales.
—Pociones Dobles con los de Slytherin —respondió Ron—. Snape es el Jefe de la Casa Slytherin. Dicen que siempre los favorece a ellos… Ahora veremos si es verdad.
—Eso no me extrañaría nada —comentó Frank.
Si supieras, pensaba Neville.
—Ojalá McGonagall nos favoreciera a nosotros —dijo Harry. La profesora McGonagall era la jefa de la casa Gryffindor; pero eso no le había impedido darles una gran cantidad de deberes el día anterior.
—Profesora, no debería ser tan exigente con los de primero, los va asustar —dijo James medio en broma.
—Yo no tengo favoritismos con nadie, señor Potter —contestó Minerva.
—Excepto por Potter —contó Draco.
—¿Cómo dice, señor Malfoy? —preguntó la profesora de Transformaciones.
—Lo que escucho, profesora —dijo el rubio, y McGonagall quedo sorprendida.
Pero los merodeadores si habían muy bien.
—Genial, Cornamenta, tu cachorro será la excepción —dijo un Sirius muy sonriente.
—Sí, pero a veces no lo favorecía tanto —dijo Neville.
Justo en aquel momento llegó el correo. Harry ya se había acostumbrado, pero la primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas entraron súbitamente en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus dueños, para dejarles caer encima cartas y paquetes.
Hedwig no le había llevado nada hasta aquel día. Algunas veces volaba para mordisquearle una oreja y conseguir una tostada, antes de volver a dormir en la lechucería, con las otras lechuzas del colegio. Sin embargo, aquella mañana pasó volando entre la mermelada y la azucarera y dejó caer un sobre en el plato de Harry. Este lo abrió de inmediato.

Querido Harry (decía con letra desigual),
Sé que tienes las tardes del viernes libres, así que ¿te gustaría venir a tomar una taza de té conmigo, a eso de las tres? Quiero que me cuentes todo lo de tu primera semana. Envíame la respuesta con Hedwig.
Hagrid

—Deberíamos comprarle algo a Hagrid por ser tan bueno con el cachorro —propuso Sirius.
—Buena idea —apoyó James.
—¿Pero que le gustara? —preguntó Remus.
—Los dragones —respondieron los gemelos Weasley.
Neville se estremeció y Charlie Weasley sonrió al recordar cuando recogió al dragón Noruego de Hagrid.
—Claro, es cierto —se acordó James, rascándose la cabeza.
—Ni se les ocurra —advirtió Lily al  verles las intenciones de comprar un dragón.
—Pero pelirroja —se quejó Sirius.
—Señora Potter —Lily giró al ver a uno de los gemelos Weasley—, no sería tan malo, por lo menos Hagrid lo criaría como una mascota… —empezó Fred.
—… no como otros que en vez de tenerlo de mascota, lo usa como transporte —continuó George sonriendo cínicamente.
En ese momento todos estaban prestando atención a las palabras de los gemelos Weasley.
—¿Quiénes se atrevieron a volar en un dragón? —preguntó Fabian, muy curioso.
—Vamos, hablen queridos sobrinos —pidió Gideon, muy emocionado.
—No digan nada —les advirtió Neville—. Son ellos si deciden si lo dicen o no.
—De todas formas se enteraran —protestó George—, pero está bien, no diremos nada.
Y aún muy sorprendidos Ted continuo con la lectura.
Harry cogió prestada la pluma de Ron y contestó: «Sí, gracias, nos veremos más tarde», en la parte de atrás de la nota, y la envió con Hedwig.
Fue una suerte que Hagrid hubiera invitado a Harry a tomar el té, porque la clase de Pociones resultó ser la peor cosa que le había ocurrido allí, hasta entonces.
Los merodeadores enviaron una mirada asesina a Snape, pero este ni se inmutó.
Al comenzar el banquete de la primera noche, Harry había pensado que no le caía bien al profesor Snape. Pero al final de la primera clase de Pociones supo que no se había equivocado. No era sólo que a Snape no le gustara Harry: lo detestaba.
—¿Pero por qué Severus? —preguntó Lily, pero este no respondió.
El que respondió fue Sirius.
—Porque más va ser pelirroja, si Quijicus odia a James, y Harry siendo su hijo, saca conclusiones.
Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho más frío allí que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido igualmente tétrico sin todos aquellos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes.
Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se detuvo ante el nombre de Harry.
—Ah, sí —murmuró—. Harry Potter. Nuestra nueva… celebridad.
Lily no podía creer que Severus, su amigo —bueno no tan amigo ahora— fuera capaz de desquitarse con un niño solo porque no le cae bien padre. Pero de una cosa si estaba segura, y era que no le iba a aguantar a Severus que lastimara a su hijo.
Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle rieron tapándose la boca. Snape terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como los de Hagrid, pero no tenían nada de su calidez. Eran fríos y vacíos y hacían pensar en túneles oscuros.
—Por supuesto que hay muchas diferencias —dijo James, mirando fijamente a Snape.
—Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos… Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte… si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
—Señor Snape, como es posible que trate así a sus alumnos —reclamó McGonagall—, está bien ser estrictos, pero no debió llamarlos alcornoques —Snape solo torció el gesto.
—Si los llame de esa manera, es porque seguramente lo eran —se defendió el futuro profesor de pociones.
—Pues aunque lo sean, no debe llamarlos así —sentenció Minerva.
Los merodeadores miraban con burla a Snape.
Más silencio siguió a aquel pequeño discurso. Harry y Ron intercambiaron miradas con las cejas levantadas. Hermione Granger estaba sentada en el borde de la silla, y parecía desesperada por empezar a demostrar que ella no era un alcornoque.
—Y no lo es —defendió Neville.
—¡Potter! —dijo de pronto Snape—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
—Eso se enseña en el cuarto año —dijo repentinamente enojado Remus.
—Eres un desgraciado, Quijicus —gritó James.
—Pues tu hijo debió haber venido preparado a mi clase —se defendió Snape.
James iba a responderle, pero Lily solo negó con la cabeza, ella también estaba enojada, pero ya se las vería luego Severus con ella.
¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Harry miró de reojo a Ron, que parecía tan desconcertado como él. La mano de Hermione se agitaba en el aire.
—¿Ya sabía la respuesta? —preguntó Sirius.
—No me sorprende —dijo Fred—, Hermione sabía eso y más cosas.
Remus quedó impresionado con Hermione.
Será una gran bruja, pensaba.
—No lo sé, señor —contestó Harry.
Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón.
—Bah, bah… es evidente que la fama no lo es todo.
—A ti te gustaría tener esa fama, Quijicus —dijo James, muy enojado.
No hizo caso de la mano de Hermione.
—Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?
Lily apretaba cada vez más los puños, y empezó a contar hasta 10, mejor dicho hasta 100 para no explotar.
—Eres un  hijo de… —gritó Sirius, pero no pudo continuar su frase porque Minerva lo interrumpió.
—Señor Black —le llamó la tensión.
Snape le sonrió con burla a Sirius.
Hermione agitaba la mano tan alta en el aire que no necesitaba levantarse del asiento para que la vieran, pero Harry no tenía la menor idea de lo que era un bezoar. Trató de no mirar a Malfoy y a sus amigos, que se desternillaban de risa.
—Bien hecho —lo felicitó Lucius, pero Draco no mostró alegría.
—No lo sé, señor.
—Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter?
—Sí lo hizo —respondió Fabian.
—Pero el pobre muchacho no se iba a acordar de todo —agregó Gideon.
Harry se obligó a seguir mirando directamente aquellos ojos fríos. Sí había mirado sus libros en casa de los Dursley, pero ¿cómo esperaba Snape que se acordara de todo lo que había en Mil hierbas mágicas y hongos?
Snape seguía haciendo caso omiso de la mano temblorosa de Hermione.
—¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?
—Eso es de sexto año —gritó Lily no pudiendo aguantarse más—, ¿Cómo te atreves a hacerle eso a mi hijo? —la pelirroja se levantó de su asiento, empezando a caminar hacia Snape.  James no pudo retenerla—. Se supone que eres mi amigo —habló a la vez que golpeaba la mesa —Severus la miraba impresionado, puesto que nunca la había visto tan enojada, y mucho menos con él.
Draco aprovecho para mirar bien a la madre de Harry. El rubio se dio cuenta que Lily era hermosa con su piel clara, su cabello pelirrojo, y sus hermosos ojos verdes, tan verdes como los de Harry, y ahí que encontró un gran parecido, esos ojos verdes que miraban enojada a su padrino, era la misma mirada que le dedicaba Harry cuando tenían alguna pelea.
—Señorita Evans —habló Dumbledore cuando vio que Lily metía una mano a su túnica y apretaba su varita dentro de ella—, vuelva a su asiento por favor —pidió amablemente.
Lily miró al director, dio un suspiró y empezó a caminar hacia su sitio nuevamente.
—Ojala lo hubieras matado —le susurró Sirius, cuando la chica ya estaba nuevamente sentada.
Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra.
—No lo sé —dijo Harry con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?
Hubo muchas risas por toda la Sala de los Menesteres por la respuesta de Harry, si hasta Lily sonrió ligeramente.
—Bien hecho, cachorro —alabó Sirius, aun sonriendo.
Unos pocos rieron. Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo. Snape, sin embargo, no estaba complacido.
—Siéntate —gritó a Hermione—. Para tu información, Potter; asfódelo y ajenjo producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de una cabra y sirve para salvarte de la mayor parte de los venenos. En lo que se refiere a acónito y luparia, es la misma planta. Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo?
Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido, Snape dijo:
—Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter.
—Maldita serpiente rastrera —le gritó James.
Las cosas no mejoraron para los Gryffindors a medida que continuaba la clase de Pociones. Snape los puso en parejas, para que mezclaran una poción sencilla para curar forúnculos. Se paseó con su larga capa negra, observando cómo pesaban ortiga seca y aplastaban colmillos de serpiente, criticando a todo el mundo salvo a Malfoy, que parecía gustarle (Lucius y Narcisa le sonrieron a Snape). En el preciso momento en que les estaba diciendo a todos que miraran la perfección con que Malfoy había cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos, multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra. De alguna forma, Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en los zapatos de los alumnos. En segundos, toda la clase estaba subida a sus taburetes, mientras que Neville, que se había empapado en la poción al volcarse sobre él el caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.
—Oh, querido, ¿te encuentras bien? —preguntó Alice a su hijo.
—Ya paso —contestó un Neville muy sonrojado.
—¡Chico idiota! —dijo Snape con enfado, haciendo desaparecer la poción con un movimiento de su varita—. Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el caldero del fuego, ¿no?
—¿Idiota? —dijo Alice con enfado.
—Más idiota eres tú, Snape —le increpó Frank, también enojado.
Neville se sintió bien al ver a sus padres defenderlo.
Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.
—Llévelo a la enfermería —ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Harry y Ron, que habían estado trabajando cerca de Neville.
—Tu, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas? Pensaste que si se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para Gryffindor.
—¡Acaso fue culpa de mi hijo, Quijicus! —gritó James, el enojado cada vez aumentaba más en los padre y amigos de Harry.
—Te lo advierto, Snape, deja de molestar a mi hijo —también gritó Lily, roja de enojo.
Snape se dio cuenta del cambio tan radical con que le hablaba Lily, puesto que ahora era Snape, y no Severus o Sev como lo llamaba antes. Y este cambio de actitud dolió y enojo mucho al futuro profesor de pociones.
Todo esto es culpa del bueno para nada de Potter, pensaba.
Aquello era tan injusto que Harry abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una patada por debajo del caldero.
—No lo provoques —murmuró—. He oído decir que Snape puede ser muy desagradable.
—¿Desagradable? Esa palabra logra definirlo bien —dijo Sirius.
Una hora más tarde, cuando subían por la escalera para salir de las mazmorras, la mente de Harry era un torbellino y su ánimo estaba por los suelos. Había perdido dos puntos para Gryffindor en su primera semana… ¿Por qué Snape lo odiaba tanto?
—Anímate —dijo Ron—. Snape siempre le quitaba puntos a Fred y a George. ¿Puedo ir a ver a Hagrid contigo?
—Dos puntos no son nada, a Fred y a mí nos quitaba diez puntos —contó George con una sonrisa en los labios, como si lo que contaba fuera la gran hazaña.
—¿Diez puntos? —se alarmó Molly.
—Sí, por cada uno —contó Fred, quien también sonreía.
—Tranquila, Molly —la tranquilizó Arthur, al ver a su esposa al borde de la histeria.
Salieron del castillo cinco minutos antes de las tres y cruzaron los terrenos que lo rodeaban. Hagrid vivía en una pequeña casa de madera, en el borde del bosque prohibido. Una ballesta y un par de botas de goma estaban al lado de la puerta delantera.
Cuando Harry llamó a la puerta, oyeron unos frenéticos rasguños y varios ladridos. Luego se oyó la voz de Hagrid, diciendo:
—Atrás, Fang, atrás.
La gran cara peluda de Hagrid apareció al abrirse la puerta.
—Entrad —dijo— Atrás, Fang.
Los dejó entrar, tirando del collar de un imponente perro negro.
—Oh, un perro, me gustan los perros, y sobre todo si son negros, imponen más respeto —dijo Sirius, sonriendo.
—Sí, claro, Sirius —le respondió Remus en tono de broma.
James se rió.
—¿Cuál es chiste? —preguntó Ted.
—Ninguno —contestó Remus—, ellos son así suelen reírse por nada.
Ted asintió no muy convencido.
Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de remiendos.
—Estáis en vuestra casa —dijo Hagrid, soltando a Fang, que se lanzó contra Ron y comenzó a lamerle las orejas. Como Hagrid, Fang era evidentemente mucho menos feroz de lo que parecía.
—Sí, Fan es muy manso, pero y el otro —susurró Sirius.
Fluffy —dijo Remus.
—Sí, y aunque todavía es un cachorro, da miedo —aceptó James.
—Éste es Ron —dijo Harry a Hagrid, que estaba volcando el agua hirviendo en una gran tetera y sirviendo pedazos de pastel.
—Otro Weasley, ¿verdad? —dijo Hagrid, mirando de reojo las pecas de Ron—. Me he pasado la mitad de mi vida ahuyentando a tus hermanos gemelos del bosque.
Los gemelos sonrieron como si les hubieran hecho un alago.
Molly miraba a sus hijos y negaba con la cabeza, a la vez que se masajeaba el abultado vientre.
Los tendré que tener más vigilados, pensaba Molly.
El pastel casi les rompió los dientes, pero Harry y Ron fingieron que les gustaba, mientras le contaban a Hagrid todo lo referente a sus primeras clases. Fang tenía la cabeza apoyada sobre la rodilla de Harry y babeaba sobre su túnica.
Pansy hizo un gesto de asco.
Harry y Ron se quedaron fascinados al oír que Hagrid llamaba a Filch «ese viejo bobo».
—Y en lo que se refiere a esa gata, la Señora Norris, me gustaría presentársela un día a Fang. ¿Sabéis que cada vez que voy al colegio me sigue todo el tiempo? No me puedo librar de ella. Filch la envía a hacerlo.
—Cornamenta, Lunático, esa es una buena idea deberíamos llevar a esa fea gata para que Fan la conozca —propuso Sirius.
—A la Señora Norris le encantará conocer a Fan —apoyó James.
Remus no estaba muy seguro de llevar a cabo el plan de Sirius.
Harry le contó a Hagrid lo de la clase de Snape. Hagrid, como Ron, le dijo a Harry que no se preocupara, que a Snape no le gustaba ninguno de sus alumnos.
—Pero realmente parece que me odie.
—No parece, lo odia —dijeron los merodeadores, y los demás asintieron estando de acuerdo.
—¡Tonterías! —dijo Hagrid—. ¿Por qué iba a hacerlo?
Sin embargo, Harry no podía dejar de pensar en que Hagrid había mirado hacia otro lado cuando dijo aquello.
—¿Y cómo está tu hermano Charlie? —preguntó Hagrid a Ron—. Me gustaba mucho, era muy bueno con los animales.
—Ambos tienen una cosa en común, les gusta mucho los dragones —comentó Bill, y Molly miró a su segundo hijo, a él también sería otro dolor de cabeza, pues ese trabajo que tenía, según Molly, era muy peligroso.
Harry se preguntó si Hagrid no estaba cambiando de tema a propósito. Mientras Ron le hablaba a Hagrid del trabajo de Charles con los dragones, Harry miró el recorte del periódico que estaba sobre la mesa. Era de El Profeta.

RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS

Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lugar en Gringotts el 31 de julio. Se cree que se debe al trabajo de oscuros magos y brujas desconocidos.
Los gnomos de Gringotts insisten en que no se han llevado nada. La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.
«Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las narices fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró esta tarde un gnomo portavoz de Gringotts.

—¿El 31 de julio? —razonó Fabian—, ¿Cuál era la cámara de la que Hagrid tenía que sacar el encargo de Dumbledore? —preguntó.
—Setecientos trece —respondió Gideon.
—Claro, tal vez alguien entro después, pero me preguntó quién pudo haber entrado sin ser descubierto por los gnomos —dijo Lupin.
Los gemelos se miraron entre sí. Puesto que ellos si conocían a tres personas que pudieron entrar a robar a Gringotts.
Harry recordó que Ron le había contado en el tren que alguien había tratado de robar en Gringotts, pero su amigo no había mencionado la fecha.
—¡Hagrid! —dijo Harry—. ¡Ese robo en Gringotts sucedió el día de mi cumpleaños! ¡Pudo haber sucedido mientras estábamos allí!
—Intentaron robarlo después —dijo George.
Todos miraron al gemelo pelirrojo.
—No diremos nada de nada —advirtió el otro.
Aquella vez no tuvo dudas: Hagrid decididamente evitó su mirada. Gruñó y le ofreció más pastel. Harry volvió a leer la nota. «La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.» Hagrid había vaciado la cámara setecientos trece, si puede llamarse vaciarla a sacar un paquetito arrugado. ¿Sería eso lo que estaban buscando los ladrones?
—Pues si ese paquetito tenía algo muy importante, y puedo apostar que sí, entonces si intentaron robarlo, pero Hagrid se les adelantó —dijo Sirius.
Sus demás amigos asintieron estando de acuerdo.
Mientras Harry y Ron regresaban al castillo para cenar, con los bolsillos llenos del pétreo pastel que fueron demasiado amables para rechazar; Harry pensaba que ninguna de las clases le había hecho reflexionar tanto como aquella merienda con Hagrid. ¿Hagrid habría sacado el paquete justo a tiempo? ¿Dónde podía estar? ¿Sabría algo sobre Snape que no quería decirle?
—Bien aquí termina el capítulo —anunció Ted con el libro en las manos.
—Muchas gracias, señor Tonks —dijo Dumbledore—. Este capítulo en especial dejo muchas incógnitas —todos estuvieron de acuerdo con el director.
Dumbledore respiró profundo, para luego volver a hablar.
—¿Quién será el siguiente en leer? —preguntó.
—Yo leeré, Albus —dijo Moody. Ted le pasó el libro y el auror, se dispuso a leer.
—El siguiente capítulo se titula “El duelo a media noche” —leyó.
Draco sonrió ligeramente, esa noche casi lo hace caer a Potter, pero como siempre alguien ayudó al niño que vivió.