Katie cambio la página. Respiró hondo y se dispuso a leer.
—“Retorno a La
Madriguera”.
Los gemelos Weasley rieron apenas escucharon el título del nuevo
capítulo, pues recordaron la broma que le hicieron al primo de Harry antes de
regresar a casa.
Katie se quedó con la boca abierta por la interrupción de los
gemelos, y los miró con molestia.
—¿Qué les causa tanta risa? —les preguntó su madre.
Los gemelos se miraron, y ambos decidieron no decir nada a su
madre, ya que los regañaría antes de tiempo, y cuando llegara a la parte de la
broma los volvería a regañar. Así que mejor respondieron saliéndose por la
tangente.
—Es que recordamos que… —empezó George.
—… ganaremos una apuesta —completó Fred.
Molly los miró con ojos entrecerrados, no les creía del todo,
pero por el momento no comento nada, ya luego los regañaría si se habían metido
en problemas.
Los gemelos Prewett estuvieron a punto de preguntar sobre esa
apuesta a sus sobrinos, pero su hermana los cayó con una mirada severa.
Katie empezó a leer cuando todos hicieron silencio.
A
las doce del día siguiente, el baúl de Harry ya estaba lleno de sus cosas del
colegio y de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su
padre, la escoba voladora que le había regalado Sirius y el mapa encantado de
Hogwarts que le habían dado Fred y George el curso anterior. Había vaciado de
todo comestible el espacio oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y
repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarse
olvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos, y había despegado de la
pared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de
septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.
—Cornamenta también tiene un calendario donde marca los días
para regresar a Hogwarts —comentó Sirius.
—Y donde marca cuando hacer una broma —agregó Remus, sonriendo
ligeramente. Y cuando se volvió para mirar a Harry, su vista lo traiciono y
miró a Hermione, quien se sentaba al lado del pelinegro. Rápidamente quitó su
mirada de la castaña y su lobo interior gruñó feroz.
El
ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada
a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley. Tío
Vernon se asustó mucho cuando Harry le informó de que los Weasley llegarían al
día siguiente a las cinco en punto.
—¿Cómo es que llegaran? —preguntó Lily con curiosidad.
—Red flu —dijo James.
—¿Red flu? Dudo mucho que mi hermana acepte que conecten su
chimenea con alguna casa de magos —dijo Lily.
—Tal vez solo se aparecieron en un lugar cerca de la casa de los
tíos de Harry —comentó Susan.
Algunos siguieron con sus deducciones, y cuando se hubieron
callado Katie volvió a leer.
—Espero
que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente —gruñó de inmediato—.
He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.
Molly se sintió ofendida.
—Ese hombre es detestable —dijo Molly con enojo.
Por su parte Lucius Malfoy sonrió burlonamente.
—No creo que tengan el suficiente dinero para vestir con
decencia —dijo el rubio, en un tono bajo, por lo cual solo lo pudieron escuchar
Narcissa y Draco. La primera ni se inmuto por el comentario, pero el rubio
menor se sintió molesto, antes esos insultos no le molestaba, es más, lo
disfrutaba, pero ahora se daba cuenta de que esa actitud de su padre es lo que
lo llevo por el camino equivocado.
Harry
tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy raramente había visto a los padres
de Ron vistiendo algo que los Dursley pudieran calificar de «normal». Los hijos
a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones, pero los padres llevaban
generalmente túnicas largas en diversos estados de deterioro. A Harry no le
inquietaba lo que pensaran los vecinos, pero sí lo desagradables que podían
resultar los Dursley con los Weasley si aparecían con el aspecto que aquéllos
reprobaban en los brujos.
—Bueno, no tenemos mucha ropa muggle —confesó Arthur.
—Ni ropa de mago —susurró Lucius.
—Solo unas pocas, que a veces utilizo cuando surge un caso en el
mundo muggle —agregó.
Tío
Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un
gesto de bienvenida, pero Harry sabía que lo había hecho para impresionar e
intimidar (No creo que Arthur se sienta intimidado,
comentó Fabian. A lo que su gemelo agregó: Más se encontraría fascinado con
todos los artefactos muggles que vería en esa casa). Dudley, por otro
lado, parecía algo disminuido, lo cual no se debía a que su dieta estuviera por
fin dando resultado, sino al pánico. La última vez que Dudley se había
encontrado con un mago adulto salió ganando una cola de cerdo que le sobresalía
de los pantalones (Eso fue una obra de arte,
Hagrid, alabaron los bromistas. Por su parte Hagrid se sonrojo ante el
cumplido, y ante la mirada reprobatoria de la profesora McGonagall), y
tía Petunia y tío Vernon tuvieron que llevarlo a un hospital privado de Londres
para que se la extirparan. Por eso no era sorprendente que Dudley se pasara
todo el tiempo restregándose la mano nerviosamente por la rabadilla y caminando
de una habitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al
enemigo el mismo objetivo.
—Bien, Hagrid, sí que dejaste intimidado a ese gordo —dijo
burlonamente Sirius.
Hagrid sonrió.
Y la profesora McGonagall negó con la cabeza.
La
comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio. Dudley
ni siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó bocado. Tenía los brazos
cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la
furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harry.
Lily frunció el ceño, estaba más que enojada con su hermana
mayor; apretó los puños debajo de la mesa, los apretó tan fuerte, que estaba
dejando marcas en su palma de su mano.
—Harry —susurró Ron a su amigo.
—¿Qué? —dijo el pelinegro en el mismo tono de voz.
—Tu madre da más miedo que la mía.
—Sí, ya me doy cuenta —susurró Harry, mirando a su madre.
—Sirius tiene razón, las pelirrojas son peligrosas —susurró Ron,
mirando a su madre, a la madre de sus amigo y por último a su hermana—. ¿Estás
seguro que quieres a Ginny junto a ti?
Harry parpadeó.
—Sí —contestó lleno de seguridad—. Y te aconsejo que no digas
esto en voz alta o Ginny se enojara contigo.
Ron asintió mirando a su hermana con cierto temor.
—Vendrán
en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la mesa.
—Ehhh…
—Harry no supo qué contestar.
La
verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarlo los
Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído
corría libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts. Sin embargo, el año
anterior el Ministerio de Magia le había prestado un coche al señor Weasley.
¿Haría lo mismo en aquella ocasión?
—Esa ocasión fue especial porque temían que Sirius atacara a
Harry —dijeron los gemelos Weasley.
Sirius hizo un gesto, pero ya prácticamente se había
acostumbrado a la idea que en el futuro él era un prófugo de la justicia.
Nunca lastimaría a Harry, pensó en animago.
—Creo
que sí —respondió al final.
El
bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubiera
preguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás
hombres por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harry, a
tío Vernon no le gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.
—¿Un qué? —preguntó el señor Weasley.
—Es un auto deportivo lujoso —contestó Harry.
—Vaya, me gustaría ver uno alguna vez —dijo el señor Weasley
lleno de emoción.
Harry
pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión
de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos como
si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A las cinco menos cuarto
Harry volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los
cojines de manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero
no movía los minúsculos ojos, y Harry supuso que en realidad escuchaba con
total atención por si oía el ruido de un coche. Dudley estaba hundido en un
sillón, con las manos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firmemente
la rabadilla. Incapaz de aguantar la tensión que había en el ambiente, Harry salió
de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos
fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los
nervios.
Pero
llegaron las cinco en punto… y pasaron. Tío Vernon, sudando ligeramente dentro
de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y
volvió a meter la cabeza en la casa.
—¡Se
retrasan! —le gruñó a Harry.
—Todo fue culpa de Ginny —dijo Fred.
—Quería venir con nosotros —siguió George.
—No entendía que esto solo era un trabajo de hombres —terminaron
los dos al unísono.
Se escucharon un par de risas.
Ginny les dirigió una mirada enojada a sus hermanos, mirada que competía
con la de su madre. Los gemelos tragaron saliva, y sonrieron con fingida
inocencia.
Y los que reían callaron al ver tal mirada.
—Pero le prometimos que la próxima vez si nos acompañaría —se
defendieron.
—Nunca hubo próxima vez —gruñó la chica.
Los gemelos se volvieron a su antigua compañera de casa y con la
mirada le pidieron que continuara leyendo.
—Ya
lo sé —murmuró Harry—. A lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.
Las
cinco y diez… las cinco y cuarto… Harry ya empezaba a preocuparse. A las cinco
y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar.
—No
tienen consideración.
—Podríamos
haber tenido un compromiso.
James y Sirius sonrieron burlonamente.
—¿Un compromiso? ¿Con quién? —dijo James.
—Con mi prima Bellatrix. La más tierna y dulce bruja —dijo
burlonamente Sirius.
Al escuchar el nombre de la demente bruja, Neville frunció el
ceño y Hermione se llevó su mano derecha su brazo izquierdo inconscientemente.
Remus el más atento —aunque se desistiera— a Hermione, volvió a
notar ese extraño comportamiento en la castaña, no era la primera vez que veía
a Hermione llevarse una mano a su brazo izquierdo y daba la casualidad que era
cuando escuchaba el nombre de la prima de Sirius…
Los ojos de Remus chocaron con los de Hermione solo por unos
quince segundos y luego él rápidamente aparto la mirada, y esta cayó sobre Neville,
al cual noto serio. Se preguntó el porqué de su molestia si hace un momento
estaba tranquilo.
Algo les hizo Bellatrix, pensó Remus. Y al instante de ese pensamiento, su lobo
interior se agito lleno de enojo, ni el lobo ni el hombre quería que lastimaran
a Hermione.
—Tal
vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.
—No hubiéramos comido nada de lo que ellos dieran a si estuviéramos
con hambre —dijeron los gemelos Weasley.
—Podría estar envenenado —agregó Ron.
—Ni
soñarlo —dijo tío Vernon. Harry lo oyó ponerse en pie y caminar nerviosamente
por la sala—. Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso… si es que
vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería a decir que la gente
de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien es que en vez
de coche tienen una cafetera que se les ha avena… ¡Ahhhhhhhhhhhhh!
—¿Qué paso? —preguntó Alice.
—Creo que hicimos nuestra espectacular entrada —dijeron los
gemelos Weasley sonriendo jocosamente.
Harry
pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruido que
hacían los Dursley moviéndose aterrorizados y descontroladamente por la sala.
Un instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, completamente
lívido.
—¿Qué
pasa? —preguntó Harry—. ¿Qué ocurre?
Pero
Dudley parecía incapaz de hablar y, con movimientos de pato y agarrándose
todavía las nalgas con las manos, entró en la cocina. En el interior de la
chimenea de los Dursley, que tenía empotrada una estufa eléctrica que simulaba
un falso fuego, se oían golpes y rasguños.
—¿Una estufa eclectica? —preguntó Arthur con emoción.
—Eléctrica —le corrigió Lily con amabilidad—. Esas estufas
funcionan con electricidad. Son artificiales.
Esa respuesta intereso mucho más a Arthur, y pensó que luego le preguntaría
más de esos curiosos artefactos que usan los muggles a Lily.
—¿Qué
es eso? —preguntó jadeando tía Petunia, que había retrocedido hacia la pared y
miraba aterrorizada la estufa—. ¿Qué es, Vernon?
—Dudo mucho que él sepa lo que es —dijo Frank.
La
duda sólo duró un segundo. Desde dentro de la chimenea cegada se podían oír
voces.
—¡Ay!
No, Fred… Vuelve, vuelve. Ha habido algún error. Dile a George que no… ¡Ay! No,
George, no hay espacio. Regresa enseguida y dile a Ron…
—A
lo mejor Harry nos puede oír, papá… A lo mejor puede ayudarnos a salir…
—No creo que pueda ayudarlos, la estufa debe estar empotrada en
la pared —dijo Lily.
—Tal vez deberían volver y… —empezó Ted, pero fue interrumpido.
—Oh, no te preocupes, encontramos una manera de salir —dijeron
los gemelos Weasley sonriendo como si hubieran hecho una travesura.
Se
oyó golpear fuerte con los puños al otro lado de la estufa.
—¡Harry!
Harry, ¿nos oyes?
Los
Dursley rodearon a Harry como un par de lobos hambrientos.
—¿Qué
es eso? —gruñó tío Vernon—. ¿Qué pasa?
—Han…
han intentado llegar con polvos flu —explicó Harry, conteniendo unas
ganas locas de reírse—. Pueden viajar de una chimenea a otra… pero no se
imaginaban que la chimenea estaría obstruida. Un momento…
—¿Tú los sacaste de allí? —preguntó Dean a Harry.
Y este negó con la cabeza.
Se
acercó a la chimenea y gritó a través de las tablas:
—¡Señor
Weasley! ¿Me oye?
El
martilleo cesó. Alguien, dentro de la chimenea, chistó: «¡Shh!»
—¡Soy
Harry, señor Weasley…! La chimenea está cegada. No podrán entrar por aquí.
—¡Maldita
sea! —dijo la voz del señor Weasley—. ¿Para qué diablos taparon la chimenea?
—Tienen
una estufa eléctrica —explicó Harry.
—¿Y en verdad son muy útiles esas estufas… eléctricas? —preguntó
Oliver Wood, y en su rostro se podía ver la confusión y curiosidad.
—Bueno, para los magos que usan las chimeneas para comunicarse y
trasladarse de un lugar a otro, no. Pero para los muggles que solo lo usan para
calentarse, sí —contestó Hermione.
Oliver asintió pensativamente ante la explicación de la castaña.
—¿De
verdad? —preguntó emocionado el señor Weasley—. ¿Has dicho ecléctica?
¿Con enchufe? ¡Santo Dios! ¡Eso tengo que verlo…! Pensemos… ¡Ah, Ron!
La
voz de Ron se unió a la de los otros.
—¿Qué
hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?
—No,
Ron, qué va —dijo sarcásticamente la voz de Fred—. Éste es exactamente el sitio
al que queríamos venir.
Fred miró a Ron y sonrió, al segundo se le pusieron las orejas
rojas.
—Sí,
nos lo estamos pasando en grande —añadió George, cuya voz sonaba ahogada, como
si lo estuvieran aplastando contra la pared.
—No era como si me estuvieran aplastando, me estaban aplastando
contra la pared —corrigió George.
—Muchachos,
muchachos… —dijo vagamente el señor Weasley—. Estoy intentando pensar qué
podemos hacer… Sí… el único modo… Harry, échate atrás.
—¿Qué va hacer? —preguntó Alice.
—Lo necesario para salir de ese reducido espacio —contestaron
los gemelos.
Harry
se retiró hasta el sofá, pero tío Vernon dio un paso hacia delante.
—¡Esperen
un momento! —bramó en dirección a la chimenea—. ¿Qué es lo que pretenden…?
¡BUM!
—¡Hiciste explotar la estufa! —reprendió Molly a su esposo.
—Aun no —respondió Arthur—. Pero seguramente sería única manera
que encontré de salir de allí —se defendió.
Molly negó con la cabeza.
La
estufa eléctrica salió disparada hasta el otro extremo de la sala cuando todas
las tablas que tapaban la chimenea saltaron de golpe y expulsaron al señor
Weasley, Fred, George y Ron entre una nube de escombros y gravilla suelta. Tía
Petunia dio un grito y cayó de espaldas sobre la mesita del café. Tío Vernon la
cogió antes de que pegara contra el suelo, y se quedó con la boca abierta, sin
habla, mirando a los Weasley, todos con el pelo de color rojo vivo, incluyendo
a Fred y George, que eran idénticos hasta el último detalle.
—Un momento —dijo Fred y Katie detuvo la lectura y miró al
gemelo fallecido—. ¿Estás segura que dice que somos idénticos hasta el último
detalle? —la chica la miró confundida—. Fíjate bien, quizás dice que yo soy el
más guapo de los dos.
—Lo siento, hermano, pero el más guapo soy yo —alegó George.
—Yo soy el más guapo —dijo a su vez Fred.
Todos miraban atentos la pequeña discusión de los gemelos, entre
divertidos y exasperados.
—No, yo soy el más guapo —dijo George.
—Claro que no —dijo Fred.
—Claro… —George iba a hablar, pero fue interrumpido por
Hermione.
—¡Ya basta! —dijo con molestia. Sus hormonas nuevamente estaban
alborotadas, y ahora la hacían sentirse enojada—. Ambos son idénticos, iguales…
tanto en el aspecto, como en lo inmaduros y en lo idiotas.
Harry, Ron y Ginny sonrieron, pero los gemelos se quedaron
mudos.
—Nos sentimos ofendidos —dijeron los gemelos fingiendo tristeza,
pero una mirada de Hermione les dejo en claro que ella no estaba jugando—. Pero
ahora que lo dices, creo que tienes razón —agregaron, no querían meterse con
una Hermione embarazada y enojada.
—Así
está mejor —dijo el señor Weasley, jadeante, sacudiéndose el polvo de la larga
túnica verde y colocándose bien las gafas—. ¡Ah, ustedes deben de ser los tíos
de Harry!
—No creo que los Dursley quieran platicar luego de que
destruyeras su chimenea, cuñadito —dijo Gideon.
—Y aunque no lo hubieras hecho, tampoco hubieran querido
platicar. Esos muggles son tan antipáticos —agregó Fabian.
Alto,
delgado y calvo, se dirigió hacia tío Vernon con la mano tendida, pero tío
Vernon retrocedió unos pasos para alejarse de él, arrastrando a tía Petunia e
incapaz de pronunciar una palabra. Tenía su mejor traje cubierto de polvo
blanco, así como el cabello y el bigote, lo que lo hacía parecer treinta años
más viejo.
—¡Que buena impresión! —dijeron con ironía ambos pares de
gemelos.
—Eh…
bueno… disculpe todo esto —dijo el señor Weasley, bajando la mano (Que mal educado, murmuró con molestia Molly) y
observando por encima del hombro el estropicio de la chimenea—. Ha sido culpa
mía: no se me ocurrió que podía estar cegada. Hice que conectaran su chimenea a
la Red Flu, ¿sabe? Sólo por esta tarde, para que pudiéramos recoger a Harry. Se
supone que las chimeneas de los muggles no deben conectarse… pero tengo un
conocido en el Equipo de Regulación de la Red Flu que me ha hecho el favor.
Puedo dejarlo como estaba en un segundo, no se preocupe. Encenderé un fuego
para que regresen los muchachos, y repararé su chimenea antes de desaparecer yo
mismo.
—Eres demasiado amable, cuñado —dijeron los gemelos Prewett.
Arthur sonrió, como diciendo: «así soy».
Harry
sabía que los Dursley no habían entendido ni una palabra. Seguían mirando al
señor Weasley con la boca abierta, estupefactos. Con dificultad, tía Petunia se
alzó y se ocultó detrás de tío Vernon.
—¡Que exagerada! —dijo Lily negando con la cabeza.
—¡Hola,
Harry! —saludó alegremente el señor Weasley—. ¿Tienes listo el baúl?
—Arriba,
en la habitación —respondió Harry, devolviéndole la sonrisa.
—Vamos
por él —dijo Fred de inmediato. Él y George salieron de la sala guiñándole un
ojo a Harry. Sabían dónde estaba su habitación porque en una ocasión lo habían
ayudado a fugarse de ella en plena noche (Un fuga increíble,
los alabó James. A lo que Sirius agregó: Sí, y ni siquiera importa que después fueran
descubiertos). A Harry le dio la impresión de que Fred y George
esperaban echarle un vistazo a Dudley, porque les había hablado mucho de él.
Fred y George compartieron una mirada cómplice.
—Bueno
—dijo el señor Weasley, balanceando un poco los brazos mientras trataba de
encontrar palabras con las que romper el incómodo silencio—. Tie… tienen
ustedes una casa muy agradable.
—No creo que haya sido un comentario acertado en ese momento
—dijo Alice.
Como
la sala habitualmente inmaculada se hallaba ahora cubierta de polvo y trozos de
ladrillo, este comentario no agradó demasiado a los Dursley. El rostro de tío
Vernon se tiñó otra vez de rojo, y tía Petunia volvió a quedarse boquiabierta.
Pero tanto uno como otro estaban demasiado asustados para decir nada.
—Creo que es mejor que estén asustados —dijo Lily—. Porque si no
lo único que saldría de sus bocas serian ofensas.
Snape asintió. Él bien que conocía a la desagradable hermana de
Lily.
El
señor Weasley miró a su alrededor. Le fascinaba todo lo relacionado con los
muggles. Harry lo notó impaciente por ir a examinar la televisión y el vídeo.
—Oh, Arthur —murmuró Molly con impaciencia. Su esposo nunca
cambiaria con su obsesión con las cosas muggles.
—Funcionan
por eclectricidad, ¿verdad? —dijo en tono de entendido—. ¡Ah, sí, ya veo
los enchufes! Yo colecciono enchufes —añadió dirigiéndose a tío Vernon—. Y
pilas. Tengo una buena colección de pilas. Mi mujer cree que estoy chiflado,
pero ya ve.
—Otra colección, Arthur —dijo Molly.
—Bueno, técnicamente todavía no la tengo —se defendió Arthur, a
lo que algunos soltaron unas risitas.
Era
evidente que tío Vernon era de la misma opinión que la señora Weasley. Se movió
ligeramente hacia la derecha para ponerse delante de tía Petunia, como si
pensara que el señor Weasley podía atacarlos de un momento a otro.
—Nuestro padre no es un hombre agresivo —defendió Charlie.
Y los demás hermanos asintieron.
—Son unos cobardes —comentó Seamus.
Dudley
apareció de repente en la sala. Harry oyó el golpeteo del baúl en los peldaños
y comprendió que el ruido había hecho salir a Dudley de la cocina. Fue
caminando pegado a la pared, vigilando al señor Weasley con ojos desorbitados,
e intentó ocultarse detrás de sus padres. Por desgracia, las dimensiones de tío
Vernon, que bastaban para ocultar a la delgada tía Petunia, de ninguna manera
podían hacer lo mismo con Dudley.
—Vaya, estaba más gordo que su padre —dijeron los gemelos
Prewett con sorpresa.
—Sí —aseguraron los gemelos Weasley—. Y por eso nosotros le
dejamos un regalo —murmuraron.
—¡Ah,
éste es tu primo!, ¿no, Harry? —dijo el señor Weasley, tratando de entablar
conversación.
—Sí
—dijo Harry—, es Dudley.
Él
y Ron se miraron y luego apartaron rápidamente la vista. La tentación de
echarse a reír fue casi irresistible. Dudley seguía agarrándose el trasero como
si tuviera miedo de que se le cayera. El señor Weasley, en cambio, parecía
sinceramente preocupado por el peculiar comportamiento de Dudley (Creo que Arthur no sabía del encuentro de Dudley con Hagrid,
comentó Ted). Por el tono de voz que empleó al volver a hablar, Harry
comprendió que el señor Weasley suponía a Dudley tan mal de la cabeza como los
Dursley lo suponían a él, con la diferencia de que el señor Weasley sentía
hacia el muchacho más conmiseración que miedo.
—Insisto, eres demasiado amable… —dijo Gideon.
—… y educado con esa familia —continuó Fabian.
—Arthur se comporta con cordialidad —defendió Molly—, y no
porque los Dursley se comporten mal con nosotros, eso quiere decir que nosotros
también debamos comportarnos de esa manera.
—¿Estás
pasando unas buenas vacaciones, Dudley? —preguntó cortésmente.
Dudley
gimoteó. Harry vio que se agarraba aún con más fuerza el enorme trasero.
Fred
y George regresaron a la sala, transportando el baúl escolar de Harry. Miraron
a su alrededor en el momento en que entraron y distinguieron a Dudley. Se les
iluminó la cara con idéntica y maligna sonrisa.
—¡Espero que ustedes dos no hayan hecho nada inapropiado! —advirtió
Molly a sus hijos.
—Nada inapropiado, mamá. En verdad no hicimos nada malo —dijeron
los dos a la vez.
—Lo que hicimos fue muy apropiado —agregó Fred en un susurro.
Ron sonrió.
—¡Ah,
bien! —dijo el señor Weasley—. Será mejor darse prisa.
Se
remangó la túnica y sacó la varita. Harry vio a los Dursley echarse atrás
contra la pared, como si fueran uno solo.
—¡Incendio!
—exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que había en
la pared.
De
inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El
señor Weasley se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, cogió un pellizco
de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde
esmeralda y llegaron más alto que antes.
—Hubiera querido ver sus caras estupefactas —comentó Frank.
—Fueron muy graciosas —aseguró Ron.
—Tú
primero, Fred —indicó el señor Weasley.
—Voy
—dijo Fred—. ¡Oh, no! Esperad…
Molly entrecerró sus ojos. No sabía porque, pero intuía que algo
haría sus hijos, y estaba segura que se lo harían al primo de Harry.
A
Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en
todas direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.
Sirius y James sonrieron.
—¿Qué tramaban? —les preguntó James al ver a los gemelos sonreír
enigmáticamente.
—¡Oh, no! —exclamó Lily—. Es la misma sonrisa que ponen ustedes —señaló
a los merodeadores—, cuando están a punto de hacer una broma.
—Eso quiere decir que será algo bueno —dijo Sirius codeando a
Remus para que prestara atención.
El aludido miró a su amigo, y Sirius le hizo una seña para que esté
atento.
Fred
los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se despidió
de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La
Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una especie
de rugido en la hoguera, y Fred desapareció.
—No debería de sorprenderse, tiene una hermana bruja —dijo James,
rodando los ojos.
—Bueno, Petunia sabía que podíamos trasportarnos por las
chimeneas, pero nunca lo vio con sus propios ojos —explicó Lily.
—Ahora
tú, George —dijo el señor Weasley—. Con el baúl.
Harry
ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que
pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el
rugido de las llamas y George desapareció a su vez.
—Te
toca, Ron —indicó el señor Weasley.
—Hasta
luego —se despidió alegremente Ron. Tras dirigirle a Harry una amplia sonrisa,
entró en la hoguera, gritó «¡La Madriguera!» y desapareció.
Ron suspiró.
—Un lastima no haberme podido quedar a ver el espectáculo —comentó—.
Debieron haberlo hecho antes —les reprochó a sus hermanos.
—No es nuestra culpa que el gordo no apareciera antes —se
defendieron los gemelos.
Molly miraba a sus hijos con enojo. Oh, pero ya verían después la
regañina que les caería.
Ya
sólo quedaban Harry y el señor Weasley.
—Bueno…
Pues adiós —les dijo Harry a los Dursley.
Pero
ellos no respondieron. Harry avanzó hacia el fuego; pero, justo cuando llegaba
ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los
Dursley.
—Harry
les ha dicho adiós —dijo—. ¿No lo han oído?
—Siempre es igual, así que si no se despedían no me preocupaba
—contó Harry.
—Eso va a cambiar, Harry —prometió Lily a su hijo. Y Harry no
sabía si era porque el futuro cambiaria o porque su madre le haría algo a sus tíos.
En verdad mi madre da miedo, pensaba Harry.
—No
tiene importancia —le susurró Harry al señor Weasley—. De verdad, me da igual.
Pero
el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.
—No
va a ver a su sobrino hasta el próximo verano —dijo indignado a tío Vernon—.
¿No piensa despedirse de él?
—Nunca lo hacen —dijo Harry sin darle importancia.
El rostro de Lily se puso del mismo color que su cabello y su
ceño estaba fruncido.
—Tu novia parece peligrosa, Cornamenta —susurró Sirius a James.
James asintió.
El
rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado
aquel estropicio en su sala de estar le enseñara modales era insoportable. Pero
el señor Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en
ella sus diminutos ojos antes de contestar con tono de odio:
—Adiós.
—Hasta
luego —respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color verde, que
resultaba de una agradable tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él un
horrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.
Molly miró con severidad a sus hijos gemelos.
—¿Qué paso? —preguntaron los merodeadores.
—Lo mejor acaba de empezar —contestaron los gemelos Weasley—. Tan
solo escuchen.
Harry
se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino
que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas
ante una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la
boca. Tras un instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la
lengua de Dudley… y vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de
colores brillantes.
Las risas no se hicieron esperar, y los merodeadores y los
gemelos Prewett miraban maravillados a los gemelos Weasley.
—Son dignos sucesores nuestros —comentó James.
—Es que heredaron nuestros genes —dijeron los gemelos Prewett.
—¿De dónde consiguieron esa golosina? —preguntó un muy
interesado Sirius.
—Sí, porque no recuerdo que lo vendan en Zonko —dijo James.
—Ni en ninguna otra parte —agregó Remus, quien tenía una sonrisa
en sus labios, luego de haber escuchado sobre la broma.
—No creo que lo encuentren en ninguna tienda de este tiempo —empezó
George.
—Porque fuimos nosotros que los que la inventamos —terminó Fred
con orgullo.
—Se llaman “Caramelos longuilinguo” —dijeron los dos a la vez—. Esa
fue la primera vez que lo probamos. Y ya ven, funcionaron perfectamente.
Molly se llevó una mano a la frente y negó con la cabeza.
—¡Por Merlín! —exclamó Molly—. Siempre se van a comportar de esa
manera, tan…
—No siempre nos comportamos así, mamá… —dijo George
interrumpiendo el regaño de su madre.
—… a veces somos más adorables —terminó Fred.
Las carcajadas no se hicieron esperar, esos gemelos eran sin
duda alguna los que seguirían con el legado de los merodeadores.
—Espero poder con ellos —murmuró McGonagall.
—No te preocupes, Minerva, al parecer si has podido que ese par
—dijo Dumbledore en un tono de consuelo.
Cuando las risas se hubieron calmado y luego de que los merodeadores
y los gemelos Prewett les pidieran muestras de esos peculiares caramelos a Fred
y George, la lectura continúo.
Tía
Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga
lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que
antes, intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los
brazos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.
—¡No
se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avanzando hacia Dudley con la mano
tendida.
Pero
tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.
—No creo que pueda cubrir su gordo cuerpo —dijo burlonamente
Gideon y su gemelo asintió.
—¡No
se pongan así! —dijo el señor Weasley, desesperado—. Es un proceso muy simple.
Era el caramelo. Mi hijo Fred… es un bromista redomado. Pero no es más que un
encantamiento aumentador… o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo…
—Apuesto a que los Dursley se alteraron más —dijo Ted.
—Sí que lo hicieron —aseguró Harry recordando ese preciso
momento, y sonrió.
Pero,
lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía
Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta
a arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su
madre y de su lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control
de sí mismo, cogió una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor
Weasley con todas sus fuerzas. Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a
estrellarse contra la descompuesta chimenea.
—¡Vaya!
—exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita—. ¡Yo sólo trataba
de ayudar!
—Si no quieren tu ayuda, Arthur, pues lo hubieras dejado así
—dijeron los gemelos Prewett.
—Eso hubiera sido realmente divertido —dijeron Fred y George.
Aullando
como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.
—¡Vete,
Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío
Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!
Harry
no quería perderse la diversión (Ni nosotros
tampoco, dijeron los merodeadores, los gemelos Prewett y algunos otros alumnos
a quienes también le gustaban las bromas), pero un segundo adorno le
pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley
resolviera la situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar
por encima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a
ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el
tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría
con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pitón larga y delgada,
se le salía de la boca. Un instante después, Harry giraba muy rápido, y la sala
de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de
color esmeralda.
—¡¿Qué?! —reclamaron James y Sirius.
—No sabremos cómo termina la historia —dijo Sirius—. Vamos,
sigue leyendo —apremió a Katie.
—Aquí termina este capítulo —avisó Katie.
—¡Eso no es justo! —se quejaron los gemelos Prewett.
—¡Silencio! —los calló Molly, y estos obedecieron.
Todos en la sala se quedaron en silencio.
—Es mi turno de leer —dijo Oliver Wood después de unos minutos.
El libro levito hasta llegar a las manos del Guardián.