Todos los del pasado estaban un poco confundidos
por ante la calma de Hagrid respecto a la ejecución de su hipogrifo, pero luego
de saber que unas personas ayudaban a salvar al hipogrifo, querían saber
quiénes eran esas personas. Pero luego de la respuesta de Luna, no tuvieron de
otra que esperar a siguieran leyendo el libro.
—Yo continuaré leyendo —anunció Dean Thomas
al ver que todos querían saber sobre las personas que ayudaron a Hagrid.
Frank levito el libro hasta que este se
posó en las manos del chico. Dean cambio la página y leyó el título.
—“La
final de quidditch”.
—¡Sí! Este parece ser un capítulo
interesante —dijeron James y Sirius al mismo tiempo.
Oliver, Harry y Ron asintieron, mientras
que Lily y Hermione rodaron los ojos.
—¡Oh, por favor! —murmuró Hermione.
Y cuando las exclamaciones de alegría de
todos los amantes de quidditch hicieron silencio, Dean empezó a leer.
—Me
ha enviado esto —dijo Hermione, tendiéndoles la carta. Harry la cogió. El
pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta
que la lectura se hacía difícil en muchos lugares.
Querida
Hermione:
Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero
van a fijar la fecha del sacrificio.
A Buckbeak le
ha gustado Londres.
Nunca olvidaré toda la ayuda que nos has
proporcionado.
Hagrid
—Eso es terrible —comentó Alice.
—No
pueden hacerlo —dijo Harry—. No pueden. Buckbeak
no es peligroso.
—Bueno, en realidad los hipogrifos no son peligrosos si sabes
cómo tratar con ellos —dijo Andrómeda.
—Pero Hagrid si sabe cómo tratar con los hipogrifos —comentó
Luna.
—Eso es muy amable de tu parte, Luna —dijo un sonrojado Hagrid.
—El
padre de Malfoy consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta
determinación —dijo Hermione secándose los ojos—. Ya sabéis cómo es. Son unos
viejos imbéciles y los asustó (Los merodeadores
miraron con sorpresa a Hermione, por la forma de referirse a los de la
Comisión: «Unos viejos imbéciles»). Pero podremos recurrir. Siempre se
puede. Aunque no veo ninguna esperanza… Nada cambiará.
—Estoy de acuerdo contigo, Hermione —dijo Lily—. Aunque las
cosas podrían cambiar solo si, actuaran en contra de la Comisión, pero eso
sería muy arriesgado.
—Pues esas “personas” que ayudaron a Hagrid están muy
acostumbradas a hacer cosas arriesgadas —dijo Fred.
—Yo no diría «arriesgadas», sino suicidas, esa palabra les queda
mejor —dijo George.
—Muy cierto, hermano —aceptó Fred.
—¿De quienes hablan? —preguntó Frank.
Los gemelos Weasley solo sonrieron enigmáticos, mirando de reojo
al trío de oro.
—Sí,
algo cambiará —dijo Ron, decidido—. En esta ocasión no tendrás que hacer tú
sola todo el trabajo. Yo te ayudaré.
—¡Ron!
Hermione
le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. Ron, totalmente aterrado, le
dio unas palmadas torpes en la cabeza. Hermione se apartó por fin.
—¡Oh, que tierno, Ronnie! —se burlaron los gemelos Weasley,
pestañando los ojos exageradamente.
—Aunque claro, una roca podría haber sido mucho más tierno que
tú —agregó George.
Ron se sonrojó tanto que su rostro se confundía con su cabello.
Mientras que Hermione se removió incomoda en su asiento.
—Creo que a la castañita le gustaba Ron —susurró Sirius.
—Parece —dijo James en el mismo tono de voz que su amigo.
—No, yo no lo creo, solo eran niños, Sirius, aún no saben de
esas cosas —dijo Remus, sintiéndose un poco incómodo ante el hecho de que
Hermione hubiera sentido algo por Ron.
—Era solo un amigo apoyando a su amiga, yo no le veo nada de
malo —dijo Luna, defendiendo a su novio de las burlas de sus hermanos.
—Por supuesto —dijo Ron, mirando a su rubia novia con
agradecimiento—, los amigos se apoyan —agregó.
—Ron,
de verdad, siento muchísimo lo de Scabbers —sollozó.
—Bueno,
ya era muy viejo —dijo Ron, aliviado de que ella se hubiera soltado—. Y era
algo inútil. Quién sabe, a lo mejor ahora mis padres me compran una lechuza.
No era tan viejo, apenas
tenía 33 años, pensaba Remus, pero
eso de inútil… sí, he de reconocer que Peter si lo es.
—Vaya, por fin se reconciliaron —comentó Gideon.
—Ya era hora —lo apoyó su gemelo.
Las
medidas de seguridad impuestas a los alumnos después de la segunda intrusión de
Black impedían que Harry, Ron y Hermione visitaran a Hagrid por las tardes. La
única posibilidad que tenían de hablar con él eran las clases de Cuidado de
Criaturas Mágicas.
Hagrid
parecía conmocionado por el veredicto.
—¿Y quién no lo estaría? —dijo Alice, haciendo empatía con
Hagrid.
—Todo
fue culpa mía. Me quedé petrificado. Estaban todos allí con sus togas negras, y
a mí se me caían continuamente las notas y se me olvidaron todas las fechas que
me habías buscado, Hermione. Y entonces se levantó Lucius Malfoy, soltó su
discurso y la Comisión hizo exactamente lo que él dijo…
—No deberías sentirte mal por eso, Hagrid —lo consoló Lily—. Lo
que paso en el juicio no fue culpa tuya.
—Por supuesto que no. Todo esto fue por culpa de la serpiente
rubia —dijo Sirius, mirando despectivamente a Lucius.
Lucius noto esa mirada, y le sonrió con burla.
—¡Todavía
podemos apelar! —dijo Ron con entusiasmo—. ¡No tires la toalla! ¡Estamos
trabajando en ello!
—Eras muy optimista, Ron, pero te aseguro que con personas como
Malfoy e idiotas como los de la Comisión, no se podrá hacer nada —dijo James.
—Él tiene razón —apoyó Frank.
Volvían
al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Malfoy, que iba con
Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose.
—No
servirá de mucho, Ron —le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras
del castillo—. Lucius Malfoy tiene a la Comisión en el bolsillo. Sólo me
aseguraré de que el tiempo que le queda a Buckbeak
sea el más feliz de su vida. Se lo debo…
—Y si le llevaras una linda hipogrifa, él sería más feliz —dijo
Sirius.
Todos se giraron para mirarlo, nadie podía creer lo que el
animago había dicho, era tan ilógico. Pero a los minutos, James fue el único
que empezó a reír.
—¿En serio, Sirius? —preguntó una sorprendida Andrómeda.
—¿Qué? —dijo Sirius, encogiéndose de hombros—. Si yo estuviera a
punto de morir, quisiera vivir mis últimos días con una linda chica que…
—¡Cállate! —dijo una molesta Lily.
Mientras que James seguía riendo, y para este entonces ya había
contagiado con su alegría a Remus, el cual también reía.
—¡ERES EL MEJOR, SIRIS! —dijo James cuando dejo de reír.
—Claro que los soy —dijo este.
—Y si fueras un poco más modesto, serías mejor —dijo un
sonriente Remus.
Por su parte Harry estaba algo triste por su padrino, porque que
él sepa nunca vio a Sirius interesado en una mujer. Aunque, claro, estando
confiscado en su propia casa, no había forma de que él conociera a una chica y
pudiera tener una relación, sin mencionar a la futura guerra.
—Sirius tendrá un mejor destino, ya verás —le susurró Ginny al
oído, adivinando sus pensamientos.
Harry le sonrió y asintió. Por supuesto que su padrino tendría
un mejor futuro, él se encargaría de eso, pero no solo Sirius, sino también sus
padres, Remus, Fred, Moody, y las demás personas que murieron siendo inocentes
en la guerra.
Hagrid
dio media vuelta y volvió a la cabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo.
—¡Miradlo
cómo llora!
Malfoy,
Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta.
—¿Habíais
visto alguna vez algo tan patético? —dijo Malfoy—. ¡Y pensar que es profesor
nuestro! ¿Sabéis algo? —le dijo a sus amigos—, mi padre me conseguirá la cabeza
del hipogrifo, y luego yo se la regalaré a los Gryffindor para que lo pongan de
adorno en su sala común.
Crabbe
y Goyle rieron junto con Malfoy.
—Eres tan maldito como tu padre —dijo Sirius a Draco.
—No, no lo soy —se defendió el rubio—, solo estaba confundido, a
mí me criaron de esa manera.
—Sí, claro —dijo James.
Y antes de que alguien más hablara, Ron le pidió a Dean que
siguiera leyendo, puesto que venía su la mejor parte del libro, según Ron.
Harry
y Ron fueron hacia ellos, pero Hermione llegó antes:
¡PLAF!
Dio
a Malfoy un puñetazo con todas sus fuerzas (Todos
miraron a Hermione y luego a un Draco con las mejillas levemente sonrosadas.
James y Sirius felicitaron a Hermione, mientras que Remus solo sonreía aun sorprendido.
Por su parte Lucius miraba a su hijo, como diciendo “como permitiste que una
impura te pusiera una mano encima”, pero Draco lo ignoró). Malfoy se
tambaleó. Harry; Ron, Crabbe y Goyle se quedaron atónitos en el momento en que
Hermione volvió a levantar la mano.
—¡No
te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, so puerco… so malvado…!
—¡Hermione!
—dijo Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano.
—Suéltame,
Ron.
—Sí, suéltala, Ron —dijo Sirius—. Déjala que haga lo que tenga
que hacer —el animago miraba a Hermione como si fuera una especie de Diosa.
—¡Sirius! —le reclamó Andrómeda.
—Sirius tiene razón —alegó James—, es lo que Malfoy se merecía
desde el primer libro.
—¡James! —lo regañó Lily.
—Pero es cierto, pelirroja —dijo Sirius.
Lily los miró a ambos, y negó con la cabeza. Ya luego hablaría
con ellos, ahora no era el momento indicado.
Hermione
sacó la varita. Malfoy se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron atónitos,
sin saber qué hacer.
—Igual que sus padres, de idiotas —comentó Andrómeda.
—Vámonos
—musitó Malfoy. Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que
conducía a las mazmorras.
—¡Hermione!
—dijo Ron de nuevo, atónito por la sorpresa.
—¡Harry,
espero que le ganes en la final de quidditch! —dijo Hermione chillando—. ¡Espero
que ganes, porque si gana Slytherin no podré soportarlo!
—Vaya, ¿te das cuenta, Feorge? —preguntó Fred a su gemelo.
—Sí, Gred —George asintió—. Hermione en ese estado de histeria
es igual a nuestro ex capitán. Muy exigente.
Hermione miró molesta a los gemelos —los cuales reían— igual que
Oliver.
—Hay
que ir a Encantamientos —dijo Ron, mirando todavía a Hermione con los ojos como
platos. Pero luego sonrió ligeramente—. Eres increíble, Hermione —murmuró.
—¿Qué? —preguntó Hermione que no había escuchado eso en su
tiempo—, ¿golpear a alguien me hacía increíble?
Pero el que respondió fue Sirius, no Ron.
—Por supuesto, castañita, porque no golpeaste a un cualquiera,
golpeaste a una serpiente rastrera.
Hermione negó con la cabeza, pero luego sonrió.
Subieron
aprisa hacia la clase del profesor Flitwick.
—¡Llegáis
tarde, muchachos! —dijo en tono de censura el profesor Flitwick, cuando Harry
abrió la puerta del aula—. ¡Vamos, rápido, sacad las varitas! Vamos a trabajar
con encantamientos estimulantes. Ya se han colocado todos por parejas.
Harry
y Ron fueron aprisa hasta un pupitre que había al fondo y abrieron las
mochilas. Ron miró a su alrededor.
—¿Dónde
se ha puesto Hermione?
—Estaba con ustedes —dijo Frank.
Harry
también echó un vistazo. Hermione no había entrado en el aula, pero Harry sabía
que estaba a su lado cuando había abierto la puerta.
—¡¿Qué?! —exclamó Ted—. Pero como es posible que desapareciera
cuando estaba con ustedes.
—Sí, nadie puede desaparecer así de la nada —comentó Lee Jordan.
—Pero recuerda que estamos hablando de uno de los integrantes
del trio de oro —le recordó George.
—Lo que significa que cualquier cosa puede pasar —agregó Fred.
—¿Qué quieren decir con eso? —le preguntó Molly a sus hijos.
—Eh, bueno, ya te enteradas, querida madre —dijeron al unisonó
los gemelos, imitando la voz pomposa de Percy.
Percy rodó los ojos.
—Es
extraño —dijo Harry mirando a Ron—. Quizás… quizás haya ido a los lavabos…
Pero
Hermione no apareció durante la clase.
—Eso si es extraño —dijo Alice—, según sabemos, tú no te
perderías ninguna clase —miró a Hermione esperando una respuesta, pero esta no
dijo nada.
—Pues
tampoco le habría venido mal a ella un encantamiento estimulante —comentó Ron,
cuando salían del aula para ir a comer; todos con una dilatada sonrisa. La clase
de encantamientos estimulantes los había dejado muy contentos.
Hermione
tampoco apareció por el Gran Comedor durante el almuerzo. Cuando terminaron el
pastel de manzana, el efecto de los encantamientos estimulantes se estaba
perdiendo, y Harry y Ron empezaban a preocuparse.
—¿No
le habrá hecho nada Malfoy? —comentó Ron mientras subían aprisa las escaleras
hacia la torre de Gryffindor.
—Eso es ridículo, Weasley —dijo Draco.
—Podrías haberte vengado por el puñetazo que te dio Hermione
—alegó Ron, insistiendo en su punto.
—Lo admito, lo pensé, pero no lo hice —afirmó el rubio.
Pasaron
entre los troles de seguridad, le dieron la contraseña («Pitapatafrita») a la
señora gorda y entraron por el agujero del retrato para acceder a la sala
común.
Hermione
estaba sentada a una mesa, profundamente dormida, con la cabeza apoyada en un
libro abierto de Aritmancia. Fueron a sentarse uno a cada lado de ella.
Remus miraba a Hermione, y aunque lo que leían ya había pasado
hace por los menos cuatro años —en la época de la castaña—, Lupin no podía
evitar sentirse preocupado por ella.
Estudiar siempre es
bueno, pero recargarse de tareas no es bueno, pensaba Remus.
Hermione sintió la mirada de alguien sobre ella, y cuando se dio
cuenta de que quien la observaba era Remus, le sonrió con ternura. Y este se
sonrojó.
Harry
le dio con el codo para que despertara.
—¿Qué…
qué? —preguntó Hermione, despertando sobresaltada y mirando alrededor con los
ojos muy abiertos—. ¿Es hora de marcharse? ¿Qué clase tenemos ahora?
—Adivinación,
pero no es hasta dentro de veinte minutos —dijo Harry—. Hermione, ¿por qué no
has estado en Encantamientos?
—¿Qué?
¡Oh, no! —chilló Hermione—. ¡Se me olvidó!
—¡¿Qué?! —exclamaron varios a la vez.
—¿Tú? ¿Te olvidarte de una clase? —dijo Sirius—. Vaya. Es sorprendente
—sonrió.
Hermione frunció el ceño.
—Pero ¿cómo pudiste olvidarte de la clase, si ibas detrás de
Harry y Ron? —preguntó Alice.
—Es que… —Hermione se quedó muda, no sabía que contestar sin
revelar su secreto.
—Ya no la agobien —la defendió Ginny, y la castaña le dedico una
mirada de agradecimiento—. Estoy segura que todo esas respuestas que quieres
aparecerán más adelante —y con una mirada severa, muy parecida a la de su
madre, callo todas las posibles replicas.
Las pelirrojas son
peligrosas, pensó Sirius mirando a
Ginny, luego miró a dos asientos después de la pelirroja y vio a Hermione,
parecía pensativa. Y las castañas también
lo son.
—Pero
¿cómo se te pudo olvidar? —le preguntó Harry—. ¡Llegaste con nosotros a la
puerta del aula!
Varios esperaron ansiosos, escuchar la respuesta. Respuesta que
la Hermione que estaba en la sala con ellos, no le había dado.
—¡Imposible!
—aulló Hermione—. ¿Se enfadó el profesor Flitwick? Fue Malfoy. Estaba pensando
en él y perdí la noción de las cosas.
—¿Sabes
una cosa, Hermione? —le dijo Ron, mirando el libro de Aritmancia que Hermione
había empleado como almohada—. Creo que estás a punto de estallar. Tratas de
abarcar demasiado.
—Vaya, Ron, después de varios capítulos, por fin dices algo
sensato —dijeron los gemelos Weasley, con cierta burla.
Ron hizo un gesto de molestia. Pero decidió no contestar nada,
porque sabía que sus hermanos siempre le ganarían.
—No,
no es verdad —dijo Hermione, apartándose el pelo de los ojos y mirando
alrededor, buscando la mochila infructuosamente—. Me he despistado, eso es
todo. Lo mejor será que vaya a ver al profesor Flitwick y me disculpe. ¡Os veré
en Adivinación!
—Hermione sí que está realmente obsesionada con estudiar
—susurró James.
Sirius asintió.
—Me preguntó, quien habrá sido el valiente que decidió
conquistarla, y dejarla así de panzona —dijo Sirius en un susurró.
James rió.
—¡Sirius! —lo amonestó Remus, no le había gustado nada lo que
había dicho su amigo.
Todos miraron a los merodeadores al escuchar a Remus regañando
al ojigris.
—Solo bromeaba —se justificó el animago.
Se
reunió con ellos veinte minutos más tarde, todavía confusa, a los pies de la
escalera que llevaba a la clase de la profesora Trelawney.
—¡Aún
no me puedo creer que me perdiera la clase de encantamientos estimulantes! ¡Y
apuesto a que nos sale en el examen! ¡El profesor Flitwick me ha insinuado que
puede salir!
—Es lo más probable —comentó Alice—, porque cuando yo estaba en
tercero, nos salió ese tema en el examen.
Subieron
juntos y entraron en la oscura y sofocante sala de la torre. En cada mesa había
una brillante bola de cristal llena de neblina nacarada. Harry, Ron y Hermione
se sentaron juntos a la misma mesa destartalada.
—Creía
que no veríamos las bolas de cristal hasta el próximo trimestre —susurró Ron,
echando a su alrededor una mirada, por si la profesora Trelawney estaba cerca.
—No
te quejes, esto quiere decir que ya hemos terminado con la quiromancia. Me
ponía enfermo verla dar respingos cada vez que me miraba la mano.
—Aunque, creo que ni siquiera así te dejara en paz. Apuesto a
que ahora vera al Grim en la bola de
cristal, o hasta tal vez te predecirá algo peor —dijo Ted.
Harry observó pensativo al padre de Nimphadora.
—Pues, casi, casi —aceptó Harry.
—¡Buenos
días a todos! —dijo una voz conocida y a la vez indistinta, y la profesora
Trelawney hizo su habitual entrada teatral, surgiendo de las sombras. Parvati y
Lavender temblaban de emoción, con el rostro encendido por el resplandor
lechoso de su bola de cristal—. He decidido que empecemos con la bola de cristal
algo antes de lo planeado —dijo la profesora Trelawney, sentándose de espaldas
al fuego y mirando alrededor—. Los hados me han informado de que en vuestro
examen de junio saldrá la bola, y quiero que recibáis suficientes clases
prácticas.
Hermione
dio un bufido.
—Bueno,
de verdad… los hados le han informado… ¿Quién pone el examen? ¡Ella! ¡Qué
predicción tan asombrosa! —dijo, sin preocuparse de bajar la voz.
Sirius y James rieron, ante la actitud un poco irrespetuosa de
la castaña.
—Parece que a la chica bien portada, a veces se le sale su alma
merodeadora —dijo James.
Hermione se sonrojó. Había recordado que Remus le había dicho
algo parecido un día antes de su boda.
Suspiró.
Remus la miró, había logrado escucharla suspirar, y se preguntó
el porqué de ese suspiro, o mejor dicho por quién.
Era
difícil saber si la profesora Trelawney los había oído, ya que su rostro estaba
oculto en las sombras. Sin embargo, prosiguió como si no se hubiera enterado de
nada.
—Mirar
la bola de cristal es un arte muy sutil —explicó en tono soñador—. No espero
que ninguno vea nada en la bola la primera vez que mire en sus infinitas
profundidades. Comenzaremos practicando la relajación de la conciencia y de los
ojos externos —Ron empezó a reírse de forma incontrolada y tuvo que meterse el
puño en la boca para ahogar el ruido—, con el fin de liberar el ojo interior y
la superconsciencia. Tal vez, si tenéis suerte, algunos lleguéis a ver algo
antes de que acabe la clase.
Hermione rodó los ojos. Incluso ahora, después de años, escuchar
nuevamente lo que la profesora Trelawney había dicho le parecía exasperante.
Y
entonces comenzaron. Harry; por lo menos, se sentía muy tonto mirando la bola
de cristal sin comprender; intentando vaciar la mente de pensamientos que
continuamente pasaban por ella, por ejemplo «qué idiotez». No facilitaba las
cosas el que Ron prorrumpiera continuamente en risitas mudas ni que Hermione
chascara la lengua sin parar; en señal de censura.
Por su parte a Parvati le molestaba mucho esa falta de respeto
de sus compañeros para su profesora preferida.
Sin duda, ninguno de
ellos será un buen adivino, pensaba la Gryffindor.
—¿Habéis
visto ya algo? —les preguntó Harry después de mirar la bola en silencio durante
un cuarto de hora.
—Sí,
aquí hay una quemadura —dijo Ron, señalando la mesa con el dedo—. A alguien se
le ha caído la cera de la vela.
Los más bromistas rieron ante la respuesta de Ron, incluso el
mismo volvió a reír, seguido de Harry, Ginny y Luna.
—Esto
es una horrible pérdida de tiempo —dijo Hermione entre dientes—. En estos
momentos podría estar practicando algo útil. Podría ponerme al día en
encantamientos estimulantes.
Lily, Alice y Andrómeda asintieron estando de acuerdo con
Hermione.
Acompañada
por el susurro de la falda, la profesora Trelawney pasó por su lado.
—¿Alguien
quiere que le ayude a interpretar los oscuros augurios de la bola mágica?
—susurró con una voz que se elevaba por encima del tintineo de sus pulseras.
—Yo
no necesito ayuda —susurró Ron—. Es obvio lo que esto quiere decir: que esta
noche habrá mucha niebla.
—Excelente respuesta, hermano —dijo Fred, riendo.
—Sí, esa clase de respuestas es las que nos hace estar
orgullosos de ti —continuó George, también riendo.
Molly les dirigió una mirada severa y ellos se callaron al
instante.
Harry
y Hermione estallaron en una carcajada.
—¡Venga!
—les llamó la atención la profesora Trelawney, al mismo tiempo que todo el
mundo se volvía hacia ellos. Parvati y Lavender los miraban escandalizadas (Lo mismo hacia la Parvati de la Sala de los Menesteres)—.
Estáis perjudicando nuestras vibraciones clarividentes. —Se aproximó a la mesa
de los tres amigos y observó su bola de cristal. A Harry se le vino el mundo
encima. Imaginaba lo que pasaría a continuación—: ¡Aquí hay algo! —susurró la
profesora Trelawney, acercando el rostro a la bola, que quedó doblemente
reflejada en sus grandes gafas—. Algo que se mueve… pero ¿qué es?
—No me digan, otra vez el Grim
—dijo Sirius, evitando soltar una risotada.
Harry asintió, y ahí Sirius ya no pudo seguir conteniendo su risa.
Cuando la risa de Sirius y de James —el cual se unió a sus risas
al instante— cesaron, Dean continuó con la lectura.
Harry
habría apostado todo cuanto poseía a que, fuera lo que fuese, no serían buenas
noticias. En efecto:
—Muchacho…
—La profesora Trelawney suspiró mirando a Harry—. Está aquí, más claro que el
agua. Sí, querido muchacho… está aquí acechándote, aproximándose… el Gr…
—¡Por
Dios santo! —exclamó Hermione—. ¿Otra vez ese ridículo Grim?
Los presentes en la sala, sorprendieron por la actitud de la
chica. Pero en el fondo la comprendían, porque si alguien continuamente le
predecía el Grim a su mejor amigo,
también actuaria de como ella.
—Que carácter, castaña —le dijo Sirius.
—Y eso que no la has conocido en sus momentos de mal humor —dijo
Ron.
—¡Ronald! —le advirtió Hermione, cambiando su buen humor, por el
enojo.
Ron rió nerviosamente.
—Solo bromeaba, Hermione —trato de defenderse.
Hermione lo miró con ojos entrecerrados.
—Tú no aprendes, ¿verdad, Ron? —le susurró Ginny, y este solo se
encogió de hombros.
La
profesora Trelawney levantó sus grandes ojos hasta la cara de Hermione. Parvati
susurró algo a Lavender y ambas miraron a la muchacha. La profesora Trelawney
se incorporó y la contempló con ira.
—Siento
decirte que desde el momento en que llegaste a esta clase ha resultado evidente
que careces de lo que requiere el noble arte de la adivinación. En realidad, no
recuerdo haber tenido nunca un alumno cuya mente fuera tan incorregiblemente
vulgar.
Hubo
un momento de silencio.
—Bien
—dijo de repente Hermione, levantándose y metiendo en la mochila su ejemplar de
Disipar las nieblas del futuro—.
Bien —repitió, echándose la mochila al hombro y casi derribando a Ron de la
silla—, abandono. ¡Me voy!
—¡¿Qué?! —exclamaron varios del pasado. No
podían creer que Hermione Granger abandonara una clase. Ya que por lo que
sabían de ella era que era súper responsable.
Y
ante el asombro de toda la clase, Hermione se dirigió con paso firme hacia la
trampilla, la abrió de un golpe y se perdió escaleras abajo.
Los gemelos Weasley y Lee Jordan miraban a Hermione casi con
asombro, porque aunque se habían enterado en su momento de lo que había hecho
la castaña, todavía les sorprendía.
—Verte salir de la clase de la cucu de la profesora Trewlawney
—Lee hizo un signo de locura cuando menciono a la profesora—, hubiera sido
digno de ver.
Los gemelos asintieron.
Hermione solo rodó los ojos. Ella había abandonado la clase de
adivinación porque sinceramente le parecía una pérdida de tiempo, pero para los
gemelos y Lee lo consideraban una buena broma.
La
clase tardó unos minutos en volver a apaciguarse. Parecía que la profesora
Trelawney se había olvidado por completo del Grim.
Se volvió de repente desde la mesa de Harry y Ron, respirando hondo a la vez
que se subía el chal transparente.
—¡Aaaaah!
—exclamó de repente Lavender; sobresaltando a todo el mundo—. ¡Aaaah, profesora
Trelawney, acabo de acordarme! Usted la ha visto salir; ¿no es así, profesora?
«En torno a Semana Santa, uno de vosotros nos dejará para siempre.» Lo dijo
usted hace milenios, profesora.
—¡Ah, por favor! —exclamaron los gemelos Prewett—. Es solo una
farsante.
Parvati esta vez no defendió a la profesora de Adivinación,
porque más le apenaba recordar lo que le había sucedido a su amiga Lavender en
la guerra.
La
profesora Trelawney le dirigió una amable sonrisa.
—Sí,
querida. Ya sabía que nos dejaría la señorita Granger. Una siempre tiene la
esperanza, sin embargo, de haber confundido los signos… El ojo interior puede
ser una cruz, ¿sabéis?
—Sí, claro —murmuró Andrómeda. Mientras que algunos ponían caras
de exasperación, entre ellas Lily y Hermione.
Lavender
y Parvati parecían muy impresionadas y se apartaron para que la profesora
Trelawney pudiera ponerse en su mesa.
—Hermione
se la está buscando, ¿verdad? —susurró Ron a Harry, con expresión sobrecogida.
—Sí…
—Eso se veía venir. Yo tampoco hubiega sopogtado una
clase más con una pgofesoga como esa
—comentó Fleur.
Harry
miró en la bola de cristal, pero no vio nada salvo niebla blanca formando
remolinos. ¿De verdad había vuelto a ver al Grim
la profesora Trelawney? ¿Lo vería él? Lo que menos falta le
hacía era otro accidente casi mortal con la final de quidditch cada vez más
cerca.
Increíble, pensó Lily sarcásticamente. Supuestamente la profesora Trelawney le predice la muerte, y a él lo
único que le importa es el quidditch. Esa actitud es tan James.
Las
vacaciones de Semana Santa no resultaron lo qué se dice relajantes. Los de
tercero nunca habían tenido tantos deberes. Neville Longbottom parecía
encontrarse al borde del colapso nervioso y no era el único.
Neville se sonrojó, y su madre, le acarició la mejilla con
ternuera.
—¿A
esto lo llaman vacaciones? —gritó Seamus Finnigan una tarde, en la sala común—.
Los exámenes están a mil años de distancia, ¿qué es lo que pretenden?
—Que estudien, señor Finnigan —respondió una severa profesora
McGonagall—. Los exámenes no son un juego.
—Por supuesto que no son un juego —afirmaron Hermione y Lily.
Harry se volvió para mirar a su madre y su mejor amiga; sonrió
levemente. Estaba claro que si lograban cambiar el futuro, su madre lo haría
estudiar en las vacaciones.
—¿Pero que hay con el descanso? —preguntaron los gemelos
Prewett.
La profesora McGonagall los miró con seriedad.
—Todo tiene su momento, señores Prewett —respondió la profesora.
Y luego de esa respuesta y de ver la seriedad de la Jefa de
Gryffindor, nadie se atrevió a replicar.
Pero
nadie tenía tanto trabajo como Hermione. Aun sin Adivinación, cursaba más
asignaturas que ningún otro. Normalmente era la última en abandonar por la
noche la sala común y la primera en llegar al día siguiente a la biblioteca.
Tenía ojeras como Lupin y parecía en todo momento estar a punto de echarse a
llorar.
—Eso no es cierto. No estaba a punto de echarme a llorar —se
defendió Hermione.
Harry y Ron compartieron una mirada, mirada que claramente decía
todo lo contrario que Hermione. Pero no dijeron nada, porque no querían
discutir con ella por lo que había pasado hace años, o pero aun que en uno de
sus cambios de humor, en vez de enojarse, se pusiera a llorar.
Ron
se estaba encargando de la apelación en el caso de Buckbeak.
Cuando no hacía sus propios deberes estaba enfrascado en enormes volúmenes que
tenían títulos como Manual de psicología hipogrífica
o ¿Ave o monstruo? Un estudio de
la brutalidad del hipogrifo.
Estaba tan absorto en el trabajo que incluso se olvidó de tratar mal a Crookshanks.
A Molly —la cual estaba embarazada de los gemelos— se le
llenaron los ojos de lágrimas, al escuchar sobre como su hijo trataba de ayudar
a Hagrid y su hipogrifo.
—Oh, Ron, eres un poco impulsivo, pero en definitiva un buen
chico —dijo Molly.
Ron se sonrojó, y sonrió nerviosamente, mientras los gemelos le
hacían burla, pestañando rápidamente hacia él.
—Te agradezco lo que hiciste por Buckbeak, Ron —agregó Hagrid, haciendo que el pelirrojo se
sonrojara más.
Harry,
mientras tanto, tenía que combinar sus deberes con el diario entrenamiento de
quidditch, por no mencionar las interminables discusiones de tácticas con Wood.
El partido entre Gryffindor y Slytherin tendría lugar el primer sábado después
de las vacaciones de Semana Santa. Slytherin iba en cabeza y sacaba a
Gryffindor doscientos puntos exactos.
—¡Doscientos puntos! —exclamaron los merodeadores, Frank y los
gemelos Prewett, parecían indignados por esa información.
—Es una diferencia, bastante grande —comentó Remus—. Tendrán que
esforzarse mucho si desean ganar la copa.
—¡Y se esforzaran! —dijeron James y Sirius.
Lily y Hermione negaron con la cabeza, había veces que no
soportaban el quidditch.
Esto
significaba, como Wood recordaba a su equipo constantemente, que necesitaban
ganar el partido con una ventaja mayor; si querían ganar la copa. También
significaba que la responsabilidad de ganar caía sobre Harry en gran medida,
porque capturar la snitch se recompensaba con ciento cincuenta puntos.
—Debes tener cuidado, hijo —dijo James, no tomando en cuenta que
el partido fue hace años, sino que como si el partido fuera al día siguiente—,
las serpientes son harán cualquier cosa por sabotearte a ti, o al equipo.
Sirius asintió.
Por su parte Snape resoplo con fastidio.
Estúpidos leones, pensó.
—Así,
si les sacamos una ventaja de cincuenta puntos, no tienes más que cogerla
—decía Wood a Harry todo el tiempo—. Sólo si les llevamos más de cincuenta
puntos, Harry, porque de lo contrario ganaremos el partido pero perderemos la
copa. Lo has comprendido, ¿verdad? Tienes que atrapar la snitch sólo si
estamos…
—¡YA
LO SÉ, OLIVER! —gritó Harry.
—Vaya, te salió el carácter de tu madre, Harry —bromeó Sirius.
Lily rodó los ojos.
—Y a quien no —dijo James—, me imagino que debe ser muy molesto
que te repitan las cosas siempre.
—Por supuesto que es molesto, Cornamenta —dijo Sirius—, deberías
dejar de hacerlo.
—¿Qué? —preguntó James, no entendiendo de lo que hablaba su
amigo.
—Pues que tú haces exactamente lo mismo que Wood, cada vez que
se acerca un partido —afirmó Sirius, a lo que James puso cara de ofendido—, y
no pongas esa cara, que es verdad. Nos repites las cosas como mil veces al día,
¿verdad, Lunático?
James miró a su amigo castaño.
—Bueno…, si, un poco —respondió Remus.
—Pero todo lo hago para que ganemos —se defendió James.
Sirius ý Remus sonrieron al ver a su amigo con poses infantiles.
Toda
la casa de Gryffindor estaba obsesionada por el partido. Gryffindor no había
ganado la copa de quidditch desde que el legendario Charlie Weasley (el segundo
de los hermanos de Ron) había sido buscador (Charlie
se sintió orgulloso de sí mismo, porque lo habían mencionado como un buen
jugador). Pero Harry dudaba de que alguien de Gryffindor; incluido Wood,
tuviera tantas ganas de ganar como él. Harry y Malfoy se odiaban más que nunca (Como James y Snape,
pensó Frank). A Malfoy aún le dolía el barro que había recibido en
Hogsmeade, y le había puesto furioso que Harry se hubiera librado del castigo.
Harry no había olvidado el intento de Malfoy de sabotearle en el partido contra
Ravenclaw, pero era el asunto de Buckbeak lo
que le daba más ganas de vencer a Malfoy delante de todo el colegio.
Draco sonrió sin malicia, pero Lucius al ver esa sonrisa en su
hijo, pensó que era porque pronto le cortarían la cabeza al hipogrifo. Pero en
realidad Draco sonreía por las peleas tan simples que tenía con Harry en esas
época, peleas que nada se comparaba con las peleas de los siguientes años,
donde incluía al bando de Potter contra los mortífagos, y él estaba en el bando
equivocado.
—A mí también me gustaría que le ganes a Malfoy, Harry —dijo
James.
Harry sonrió a su padre, pensando algo parecido a Draco.
Nadie
recordaba un partido precedido de una atmósfera tan cargada. Cuando las
vacaciones terminaron, la tensión entre los equipos y entre sus respectivas
casas estaba al rojo. En los corredores estallaban pequeñas peleas que
culminaron en un desagradable incidente en el que un alumno de cuarto de
Gryffindor y otro de sexto de Slytherin terminaron en la enfermería con puerros
brotándoles de las orejas.
La profesora McGonagall miró con severidad a los chicos de
Gryffindor y Slytherin del futuro.
La profesora también era una fanática del deporte, y lo había
jugado en su temporada como estudiante, pero no recordaba que las rencillas
entre ambos equipos fueran tan fuertes.
Harry
lo pasaba especialmente mal. No podía ir a las aulas sin que algún Slytherin
sacara la pierna y le pusiera la zancadilla (Malditas
serpientes, dijeron James y Sirius). Crabbe y Goyle aparecían
continuamente donde estaba él, y se alejaban arrastrando los pies,
decepcionados, al verlo rodeado de gente. Wood había dado instrucciones para
que Harry fuera acompañado a todas partes, por si los de Slytherin trataban de
quitarlo de en medio (Esa fue una excelente idea,
Wood, dijo James al ex capitán de Gryffindor. A lo que Oliver respondió:
Gracias, señor Potter). Toda la casa de Gryffindor aceptó la misión con
entusiasmo, de forma que a Harry le resultaba imposible llegar a tiempo a las
clases porque estaba rodeado de una inmensa y locuaz multitud. Estaba más
preocupado por la seguridad de su Saeta de Fuego que por la suya propia (Lily miró entre asombrada y enojada a su hijo. Esos sí que son los genes Potter.
Preocuparse más por una escoba que por su seguridad, pensaba la pelirroja).
Cuando no volaba en ella, la tenía guardada con llave en su baúl, y a menudo
volvía corriendo a la torre de Gryffindor para comprobar que seguía allí.
—Si sabes que eso se llama paranoia, ¿verdad, Harry? —dijo
Seamus.
—Temía que hechizaran mi escoba —admitió Harry—, y entonces
perderíamos el partido.
—Yo estoy de acuerdo contigo, hijo —dijo James—, yo en tu caso
también hubiera hecho lo mismo —lo apoyó.
Lily rodó los ojos.
La
víspera del partido por la noche, en la sala común de Gryffindor, se
abandonaron todas las actividades habituales. Incluso Hermione dejó sus libros.
—Eso si es raro —dijo Sirius. Hermione lo miró mal, a lo que
este solo le sonrió.
—No
puedo trabajar; no me puedo concentrar —dijo nerviosa.
Había
mucho ruido. Fred y George Weasley habían reaccionado a la presión alborotando
y gritando más que nunca. Oliver Wood estaba encogido en un rincón, encima de
una maqueta del campo de quidditch, y con su varita mágica movía figurillas
mientras hablaba consigo mismo (Varios soltaron
risitas ante eso, Oliver no hizo caso a esas risas, pero se sonrojo cuando
descubrió a Katie Bell mirándolo y luego rió también). Angelina, Alicia
y Katie se reían de las gracias de Fred y George. Harry estaba sentado con Ron
y Hermione, algo alejado del barullo, tratando de no pensar en el día
siguiente, porque cada vez que lo hacía le acometía la horrible sensación de
que algo grande se esforzaba por salir de su estómago.
—Tranquilo, Harry, estoy seguro de que juras genial —animó
James.
—Creo que tú también deberías de tomar ese consejo que le acabas
de dar a nuestro hijo, James —dijo Lily—. Porque que yo recuerde, estas como un
loco antes del partido —pero James no escucho lo demás que dijo su novia, él
solo escuchaba en su cabeza «nuestro hijo», sonaba tan bien—. ¿James? ¿Qué te
sucede, James? —preguntó Lily al no escuchar el reclamo de su novio al decirle
que él tampoco estaba tranquilo antes del partido.
—Eh… nada. No tengo nada, Lily —respondió James después de unos
minutos.
Lily lo observó, y este le sonrió y le paso un brazo por los
hombros, pegándola a él.
—Vas
a hacer un buen partido —le dijo Hermione, aunque en realidad estaba
aterrorizada.
—¡Tienes
una Saeta de Fuego! —dijo Ron.
—Sí
—admitió Harry.
Fue
un alivio cuando Wood, de repente, se puso en pie y gritó:
—¡Jugadores!
¡A la cama!
—No creo que pudieras dormir —comentó Ted.
Harry
no durmió bien (Lo sabía, dijo Ted). Primero
soñó que se había quedado dormido y que Wood gritaba: «¿Dónde te habías metido?
¡Tuvimos que poner a Neville en tu puesto!» (Esa sí
que no hubiera sido una buena idea, dijo Neville). Luego soñó que Malfoy
y el resto del equipo de Slytherin llegaban al terreno de juego montados en
dragones. Volaba a una velocidad de vértigo, tratando de evitar las llamaradas
de fuego que salían de la boca de la cabalgadura de Malfoy, cuando se dio
cuenta de que había olvidado la Saeta de Fuego. Se cayó en el aire y se
despertó con un sobresalto.
—Eso sería anti las reglas, ningún equipo podría ir montado en
dragones —dijo James.
—Solo fue un sueño, James —dijo Remus, sonriendo ante el reclamo
de su amigo.
—Aunque de las serpientes se espera todo —dijo Sirius. James
asintió.
Tardó
unos segundos en comprender que el partido aún no había empezado, que él estaba
metido en la cama, y que al equipo de Slytherin no lo dejarían jugar montado en
dragones. Tenía mucha sed. Lo más en silencio que pudo, se levantó y fue a
servirse un poco de agua de la jarra de plata que había al pie de la ventana.
Los
terrenos del colegio estaban tranquilos y silenciosos. Ni un soplo de viento
azotaba la copa de los árboles del bosque prohibido. El sauce boxeador estaba
quieto y tenía un aspecto inocente. Las condiciones para el partido parecían
perfectas.
—Ojala y siga así —comentó Alice.
Harry
dejó el vaso y estaba a punto de volverse a la cama cuando algo le llamó la
atención. Un animal que no podía distinguir bien rondaba por el plateado
césped.
—¿Qué animal? —preguntó Frank.
—Tal vez el Grim
—bromeó Lee.
Los gemelos Weasley se rieron.
Harry
corrió hasta su mesilla, cogió las gafas, se las puso y volvió a la ventana a
toda prisa. Esperaba que no se tratara del Grim.
No en aquel momento, horas antes del partido.
Miró
los terrenos con detenimiento y tras un minuto de ansiosa búsqueda volvió a
verlo. Rodeaba el bosque… no era el Grim
ni mucho menos: era un gato. Harry se apoyó aliviado en el
alféizar de la ventana al reconocer aquella cola de brocha. Sólo era Patizambo.
—Vaya, al parecer solo era Crookshanks
—dijo una aliviada Lily.
Pero…
¿sólo era Crookshanks?
Harry aguzó la vista y pegó la nariz al cristal de la ventana. Crookshanks
estaba inmóvil. Harry estaba seguro de que había algo más
moviéndose en la sombra de los árboles.
¿Sería yo?, se preguntaba Sirius.
Un
instante después apareció: un perro negro, peludo y gigante que caminaba con
sigilo por el césped. Crookshanks corría
a su lado, y hasta parecía que el gato le hablaba. Harry observó con atención.
¿Qué significaba aquello? Si Crookshanks también
veía al perro, ¿cómo podía ser un augurio de la muerte de Harry?
—Entonces, si tu gato andaba tras el perro, eso quería decir que
no era un augurio de muerte —dijo Andrómeda a Hermione.
—Por supuesto que no lo era —aseguró Hermione.
—Pero entonces, sino era el Grim.
¿Qué hacia ese perro en Hogwarts? ¿De quién era? —preguntó Frank.
Moody que había estado pensativo durante todo el capítulo, ya
tenía una teoría. Estaba prácticamente seguro de que ese perro, al cual la
profesora de Adivinación lo creía un Grim,
no era otro que un animago. Y también intuía que la forma humana del perro, era
Sirius Black, el prisionero de Azkaban.
Por su parte Sirius miraba al gato que estaba sobre su regazo.
Había escuchado atentamente el último párrafo, decía que: Crookshanks corría tras de él y que parecía como si le hablara. ¿Qué era lo que hablábamos? ¿Cómo es que
pude confiar en él, y como él confió en mí?, se preguntaba.
El gato sintiendo la mirada del animago sobre él, abrió los ojos
y maulló.
Sirius levantó la mirada hacia sus amigos, ahora más que nunca
necesitaban hablar a solas con Crookshanks.
Él sabía muchas cosas y se las iba a contar.
—¡Ron!
—susurró Harry—. ¡Ron, despierta!
—¿Mmm?
—Gran idea, Harry —dijo George.
—Sí, pedirle a nuestro dormilón hermano que
corrobore lo que habías visto —agregó Fred.
—¡Oye! —se quejó Ron.
—Apuesto a que ni siquiera te despertaste
—dijo Ginny.
Ron no dijo nada.
—¡Necesito
que me digas si puedes ver una cosa!
—Está
todo muy oscuro, Harry —dijo Ron con esfuerzo—. ¿A qué te refieres?
—Ahí
abajo…
Harry
volvió a mirar por la ventana.
Crookshanks
y el perro habían desaparecido. Harry se subió al alféizar
para ver si estaban debajo, junto al muro del castillo. Pero no estaban allí.
¿Dónde se habrían metido?
Un
fuerte ronquido le indicó que Ron había vuelto a dormirse.
—¡Ay, Ron! Espero que no te pongan a testificar un asesinato que
paso de madrugada —se burló George.
Su gemelo rió. Mientras que Ron se puso rojo, de enojo y de
vergüenza.
Harry
y el resto del equipo de Gryffindor fueron recibidos con una ovación al entrar
por la mañana en el Gran Comedor. Harry no pudo dejar de sonreír cuando vio que
los de las mesas de Ravenclaw y Hufflepuff también les aplaudían. Los de
Slytherin les silbaron al pasar. Malfoy estaba incluso más pálido de lo habitual.
—Parece que alguien tenía miedo —se mofó James, mirando a Draco.
—Lógico, todas las serpientes son unos cobardes —agregó Sirius.
—¡Sirius! —le reclamó Andrómeda—. Yo fui una Slytherin y no me
considero una cobarde.
—No todos los Slytherin son unos cobardes —dijo Draco, mirando
de reojo a Snape—; ni todos los Gryffindor son tan valientes y leales…
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Frank.
Draco ignoró al padre de Neville y siguió hablando.
—… hay algunos cobardes y traidores —al terminar de hablar, Draco
miró hacia los merodeadores.
Sirius se sintió ofendido al notar la mirada del rubio sobre él,
y creyendo que lo de «cobarde» y «traidor» se lo decía a él, dijo:
—¿Estas tratando de decirme algo? Porque si es así…
—No estoy tratando de decirte nada a ti, querido tío Sirius
—dijo Draco, y sonrió cuando noto el gesto de molestia en Sirius, cuando fue
llamado nuevamente «tío».
—Entonces, ¿por qué dijiste hay algunos Gryffindor cobardes y
traidores? —preguntó James.
—¡Malfoy! —advirtieron Harry, Ron y Hermione.
Draco se encogió de hombros.
—Por nada, Potter, por nada —respondió el rubio, haciendo caso a
la advertencia del trío dorado.
James no le creyó, pero no quiso rogarle la verdad a un
Slytherin. Por su parte Remus si había entendido perfectamente lo que había
dicho Draco, pero no quiso aclararle las cosas ni James ni a Sirius, ya era
demasiado duro para él haber descubierto la traición de Peter, y no quería que
sus amigos se pusieran como locos al enterarse. Por lo menos no ahora.
Wood
se pasó el desayuno animando a sus jugadores a que comieran, pero él no probó
nada. Luego les metió prisa para ir al campo antes de que los demás terminaran.
Así podrían hacerse una idea de las condiciones. Cuando salieron del Gran
Comedor; volvieron a oír aplausos.
—¡Buena
suerte, Harry! —le gritó Cho Chang. Harry se puso colorado.
Ginny resoplo enojada; y Michael Corner frunció el ceño.
—Parece que alguien esta celosa —canturreó Sirius.
James asintió, y sonrió a su futura nuera.
—No la molestes, Sirius o podrías terminar mal —dijo Remus y
Sirius lo miró con interrogación—, tú mismo no dices que las pelirrojas son
peligrosas —le recordó.
Sirius asintió y miró a Ginny, por fortuna, Ginny estaba tan
concentrada en una pequeña conversación con Harry, que no había escuchado.
De la que me salve, pensó Sirius.
—Muy
bien…, el viento es insignificante. El sol pega algo fuerte y puede
perjudicarnos la visión. Tened cuidado. El suelo está duro, nos permitirá un
rápido despegue.
Wood
recorrió el terreno de juego, mirando a su alrededor y con el equipo detrás.
Vieron abrirse las puertas del castillo a lo lejos y al resto del colegio
aproximándose al campo.
—¡A
los vestuarios! —dijo Wood escuetamente. Nadie habló mientras se cambiaban y se
ponían la túnica escarlata. Harry se preguntó si se sentirían como él: como si
hubiera desayunado algo vivo (Harry está nervioso, y eso no es muy bueno. Solo espero que toda salga
bien, quiero escuchar al finalizar el capítulo que los Gryffindor les ganaron a
las serpientes rastreras, pensaba James). Antes de que se dieran
cuenta, Wood les dijo:
—¡Ha
llegado el momento! ¡Adelante…!
Salieron
al campo entre el rugido de la multitud. Tres cuartas partes de los
espectadores llevaban escarapelas rojas, agitaban banderas rojas con el león de
Gryffindor o enarbolaban pancartas con consignas como «ÁNIMO, GRYFFINDOR» y «LA
COPA PARA LOS LEONES» (Por supuesto que los leones
tienen que ganar la copa, dijo Frank, el cual parecía emocionado porque Dean
leyera como se había llevado a cabo el partido). Detrás de la meta de
Slytherin, sin embargo, unas doscientas personas llevaban el verde; la
serpiente plateada de Slytherin brillaba en sus banderas. El profesor Snape se
sentaba en la primera fila, de verde como todos los demás y con una sonrisa
macabra.
—Pero si es la única sonrisa que tiene —aseguraron James y
Sirius.
Snape murmuró insultos por lo bajo a los dos leones.
Por su parte Lily quiso contradecir a su novio y a Sirius, y
decirles que ella si había conocido la verdadera sonrisa de Severus —aunque
hace años que no veía su sonrisa amable—, y que no era para nada macabra, pero
mejor decidió guardar silencio.
Tal vez Severus se lo
puede tomar a mal, y podría decir algunos de sus comentarios ácidos; James se
metería a defenderme y entonces se armaría una batalla en plena sala, pensaba Lily.
—¡Y
aquí llegan los de Gryffindor! —comentó Lee Jordan, que hacía de comentarista,
como de costumbre (Lee sonrió con orgullo)—.
¡Potter, Bell, Johnson, Spinnet, los hermanos Weasley y Wood! Ampliamente
reconocido como el mejor equipo que ha visto Hogwarts desde hace años. —Los
comentarios de Lee fueron ahogados por los abucheos de la casa de Slytherin—.
¡Y ahora entra en el terreno de juego el equipo de Slytherin, encabezado por su
capitán Flint! Ha hecho algunos cambios en la alineación y parece inclinarse
más por el tamaño que por la destreza (El Draco de
la sala aceptó el comentario de Lee sin enojarse, porque sabía que era verdad,
todo lo contrario al Draco de la época del libro, que se sintió terriblemente
humillado por el comentario del león). —Más abucheos de los hinchas de
Slytherin. Harry, sin embargo, pensó que Lee tenía razón. Malfoy era el más
pequeño del equipo de Slytherin. Los demás eran enormes.
—Enormes y muy bestias también —comentó Daphne Greengrass.
Draco, Theo y Blaise miraron a la rubia, esta rodó los ojos—. Lo digo por Flint
—aclaró.
Astoria sonrió, su hermana a veces podía decir a los cuatro
vientos todas las debilidades de Slytherin, sin darle mucha importancia a que
sus propios compañeros de casa, y de las otras casas la escucharan.
—¡Capitanes,
daos la mano! —ordenó la señora Hooch.
Flint
y Wood se aproximaron y se estrecharon la mano con mucha fuerza, como si
intentaran quebrarle al otro los dedos.
—¡Montad
en las escobas! —dijo la señora Hooch—. Tres… dos… uno…
Al instante todos los que amaban el quidditch, prestaron más
atención al relato del partido, no se querían perder ningún detalle.
El
silbato quedó ahogado por el bramido de la multitud, al mismo tiempo que se
levantaban en el aire catorce escobas. Harry sintió que el pelo se le disparaba
hacia atrás. Con la emoción del vuelo se le pasaron los nervios. Miró a su
alrededor. Malfoy estaba exactamente detrás. Harry se lanzó en busca de la
snitch.
—Y
Gryffindor tiene el quaffle. Alicia Spinnet, de Gryffindor; con el quaffle, se
dirige hacia la meta de Slytherin. Alicia va bien encaminada. Ah, no.
Warrington intercepta el quaffle. Warrington, de Slytherin, rasgando el aire.
¡ZAS! Buen trabajo con la bludger por parte de George Weasley. Warrington deja
caer el quaffle. Lo coge Johnson. Gryffindor vuelve a tenerlo. Vamos, Angelina.
Un bonito quiebro a Montagne. ¡Agáchate, Angelina, eso es una bludger! ¡HA
MARCADO! ¡DIEZ A CERO PARA GRYFFINDOR!
Los Gryffindor del pasado celebraron.
Lily por su parte sonreía al ver a su novio emocionado por un
partido que tendría lugar 17 años después.
Angelina
golpeó el aire con el puño, mientras sobrevolaba el extremo del campo. El mar
escarlata que se extendía debajo de ella vociferaba de entusiasmo.
—¡AY!
Angelina
casi se cayó de la escoba cuando Marcus Flint chocó contra ella.
—¡Son unos malditos tramposos! —dijo Sirius.
—Señor Black, modere su vocabulario —lo regañó McGonagall.
—Pero… —Sirius iba a replicar, pero una mirada de la profesora
lo silencio.
—¡Perdón!
—se disculpó Flint, mientras la multitud lo abucheaba—. ¡Perdona, no te vi!
—Sí, perdón. Que fácil, después de que casi cae de la escoba
—dijo George, con ironía.
Un
momento después, Fred Weasley lanzó el bate hacia la nuca de Flint. La nariz de
Flint dio en el palo de su propia escoba y comenzó a sangrar.
—Lo dije en su momento, y lo vuelvo a decir, Gred. Ese fue un
buen lanzamiento —dijo George.
—Gracias. Se hace lo que se puede —respondió Fred, sonriendo a
su gemelo.
—¡Basta!
—gritó la señora Hooch, metiéndose en medio a toda velocidad—. ¡Penalti para
Gryffindor por un ataque no provocado sobre su cazadora! ¡Penalti para
Slytherin por agresión deliberada contra su cazador!
—¡No
diga tonterías, señora! —gritó Fred. Pero la señora Hooch pitó y Alicia
retrocedió para lanzar el penalti.
—Vaya, sí que ese partido estuvo muy agresivo —comentó
Andrómeda.
—Y eso que no lo tuvo que jugar, señora Tonks —dijo Angelina.
Hermione al escuchar el apellido «Tonks», hizo un gesto de
molestia, porque recordó a la hija de Andrómeda, la cual no se había portado
muy bien con ella en los dos últimos años.
Remus que estaba observando a Hermione, se dio cuenta del gesto
que hizo, y se preguntó qué era lo que le molestaba, él no había escuchado
decir nada malo.
La siguió observando, pero Hermione parecía estar absorta en sus
pensamientos, así que no le devolvió la mirada.
—¡Vamos,
Alicia! —gritó Lee en medio del silencio que de repente se había hecho entre el
público— ¡SÍ, HA BATIDO AL GUARDAMETA! ¡VEINTE A CERO PARA GRYFFINDOR!
Harry
se dio la vuelta y vio que Flint, que seguía sangrando, volaba hacia delante
para ejecutar el penalti. Wood estaba delante de la portería de Gryffindor; con
las mandíbulas apretadas.
—¡Wood
es un soberbio guardameta! —dijo Lee Jordan a la multitud, mientras Flint
aguardaba el silbato de la señora Hooch—. ¡Soberbio! Será muy difícil parar
este golpe, realmente muy difícil… ¡SÍ! ¡NO PUEDO CREERLO! ¡LO HA PARADO!
Los Gryffindor celebraron como si el partido se estuviera
jugando en ese momento. Pero cuando todos se quedaron en silencio, Dean pudo
seguir leyendo.
Aliviado,
Harry se alejó como una bala, buscando la snitch, pero asegurándose al mismo
tiempo de que no se perdía ni una palabra de lo que decía Lee. Era esencial
mantener a Malfoy apartado de la snitch hasta que Gryffindor sacara a Slytherin
más de cincuenta puntos.
—Gryffindor
tiene el quaffle, no, lo tiene Slytherin. ¡No! ¡Gryffindor vuelve a tenerlo, y
es Katie Bell, Katie Bell lleva el quaffle! Va rápida como un rayo… ¡ESO HA
SIDO INTENCIONADO!
—¿Y ahora que paso? —preguntó Frank.
Como toda respuesta Dean siguió leyendo.
Montague,
un cazador de Slytherin, había hecho un quiebro delante de Katie y en vez de
coger el quaffle, le había cogido a ella la cabeza. Katie dio una voltereta en
el aire y consiguió mantenerse en la escoba, pero dejó caer el quaffle.
—¡Malditos tramposos! —dijeron los gemelos Prewett.
—¡Señores Prewett! —los regañó la profesora McGonagall.
—Lo sentimos —dijo Fabian.
—Aunque las serpientes si son unos tramposos —agregó Gideon.
La profesora McGonagall se contuvo para no volverlos a regañar,
porque en el fondo admitía que era cierto lo que decían los Prewett.
El
silbato de la señora Hooch volvió a sonar; mientras se dirigía a Montague
gritándole. Un minuto después, Katie metía otro gol de penalti al guardameta de
Slytherin.
—¡TREINTA
A CERO! ¡CHÚPATE ÉSA, TRAMPOSO!
—¡Jordan,
si no puedes comentar de manera neutral…!
—¡Lo
cuento como es, profesora!
McGonagall miró al moreno que estaba sentado al lado de los
gemelos Weasley, el cual reía con ellos.
Ese chico será otro dolor
de cabeza en el futuro, pensaba la profesora.
Harry
sintió un vuelco de emoción. Acababa de ver la snitch. Brillaba a los pies de
uno de los postes de la meta de Gryffindor. Pero aún no debía cogerla. Y si
Malfoy la veía…
Simulando
una expresión de concentración repentina, dio la vuelta con la Saeta de Fuego y
se dirigió a toda velocidad hacia el extremo de Slytherin. Funcionó. Malfoy fue
tras él como un bólido, creyendo que Harry había visto la snitch en aquel
punto.
Draco sonrió de lado.
—Debo reconocer que me engañaste, Potter —admitió Draco.
—Aunque casi me rompen la cabeza —dijo Harry.
Lily se estremeció.
—¿Y que querías, Potter? Te metiste en el territorio enemigo
—dijo Zabini.
¡ZUUUM!
Una
de las bludgers, desviada por Derrick, el gigantesco golpeador de Slytherin, se
aproximó y le pasó a Harry rozando el oído derecho. Al momento siguiente…
¡ZUUUM!
La
segunda bludger le había arañado el codo. El otro golpeador; Bole, se
aproximaba.
Harry
vio fugazmente a Bole y a Derrick, que se acercaban muy aprisa con los bates en
alto.
En
el último segundo viró con la Saeta, y Bole y Derrick se dieron un batacazo.
Lily respiró aliviada, estaba tan asustada de que su hijo
hubiera resultado lastimado.
—¡Gracias a Merlín! —susurró.
—¡Ja,ja,ja!
—rió Lee Jordan mientras los dos golpeadores de Slytherin se separaban y
alejaban, tambaleándose y agarrándose la cabeza—. Es una lástima, chicos.
¡Tendréis que espabilar mucho para vencer a una Saeta de Fuego! Y Gryffindor
vuelve a tener el quaffle, porque Johnson lo ha recogido. Flint va a su lado.
¡Métele el dedo en el ojo, Angelina! (Muchos rieron
ante esta broma) ¡Era una broma, profesora, era una broma! ¡Oh, no!
¡Flint lleva el quaffle, va volando hacia la meta de Gryffindor! ¡Ahora, Wood,
párala!
Pero
Flint ya había marcado (¡Mierda!, exclamaron James
y Sirius. A lo que la profesora McGonagall los regaño por su vocabulario).
Hubo un ovación en la parte de Slytherin y Lee lanzó una expresión tan
malsonante que la profesora McGonagall quiso quitarle el megáfono mágico.
—¡Perdón,
profesora, perdón! ¡No volverá a ocurrir! Veamos, Gryffindor va ganando por
treinta a diez y ahora Gryffindor está en posesión del quaffle.
Se
estaba convirtiendo en el partido más sucio que Harry había jugado (¿Sucio? Yo no diría que ese partido era sucio, yo creo
que…, pero Sirius se cayó antes de soltar una palabrota, porque la profesora
McGonagall lo estaba observando). Indignados porque Gryffindor se
hubiera adelantado tan pronto en el marcador; los de Slytherin estaban
recurriendo a cualquier medio para apoderarse del quaffle. Bole golpeó a Alicia
con el bate y arguyó que la había confundido con una bludger (Idiota, murmuró Alicia al recordar ese hecho).
George Weasley, para vengarse, dio a Bole un codazo en la cara. La señora Hooch
castigó a los dos equipos con sendos penaltis, y Wood logró evitar otro tanto
espectacular; consiguiendo que la puntuación quedara en 40 a 10 a favor de
Gryffindor.
—Eso está muy bien, pero aun no deben de confiarse —dijo James.
La
snitch había vuelto a desaparecer. Malfoy seguía de cerca a Harry, mientras
éste sobrevolaba el campo de juego buscándola. En cuanto Gryffindor le sacara a
Slytherin cincuenta puntos…
Katie
marcó: 50 a 10 (Sí, por fin llegó el momento de ir
por la snitch, dijeron los gemelos Prewett). Fred y George Weasley
bajaron en picado para situarse a su lado, con los bates en alto por si a
alguno de Slytherin se le ocurría tomar represalias. Bole y Derrick
aprovecharon la ausencia de Fred y George para lanzar a Wood las dos bludgers.
Le dieron en el estómago, primero una y después la otra. Wood dio una vuelta en
el aire, sujetándose a la escoba, sin resuello.
—Eso debió doler —dijo Frank.
—Creo que aunque sea uno de ustedes debió quedarse con él —dijo
Remus a los gemelos Weasley.
—Sí, he de reconocer que cometimos un error, Gred —dijo George a
su gemelo.
Fred asintió.
—Tal vez en un futuro podríamos cambiar eso —dijo Fred.
La
señora Hooch estaba fuera de sí.
—¡Sólo
se puede atacar al guardameta cuando el quaffle está dentro del área! —gritó a
Boyle y a Derrick—. ¡Penalti para Gryffindor!
Y
Angelina marcó: 60 a 10. Momentos después, Fred Weasley lanzaba a Warrington
una bludger, quitándole el quaffle de las manos. Alicia la cogió y volvió a
marcar: 70 a 10.
—Bien, ahora sí deberías ir por la snitch, Harry —dijo James.
Harry solo sonrió a su padre.
La
afición de Gryffindor estaba ronca de tanto gritar. Gryffindor sacaba sesenta
puntos de ventaja. Y si Harry cogía la snitch, la copa era suya. Harry notaba
que cientos de ojos seguían sus movimientos mientras sobrevolaba el campo por
encima del nivel de juego, con Malfoy siguiéndolo a toda velocidad.
Y
entonces la vio: la snitch brillaba a siete metros por encima de él.
Harry
aceleró con el viento rugiendo en sus orejas. Estiró la mano, pero de repente
la Saeta de Fuego redujo la velocidad.
—¿Qué sucedía? —preguntó Sirius.
—No me digas que la Saeta vino fallada —dijo Ted.
—Claro que no, solo que alguien estaba haciendo trampa —dijo Seamus.
Horrorizado,
miró alrededor. Malfoy se había lanzado hacia delante, había cogido la cola de
la Saeta y tiraba de ella.
—Claro. Tenía que ser la serpiente albina —dijo Sirius, mirando
mal a su sobrino.
Draco también lo miró mal al escuchar el insulto.
—¡Serás…!
Harry
estaba lo bastante enfadado para golpear a Malfoy, pero no lo podía alcanzar.
Malfoy jadeaba por el esfuerzo de sujetar la Saeta de Fuego, pero tenía un
brillo de malicia en los ojos. Había logrado lo que quería: la snitch había
vuelto a desaparecer.
—¡Penalti!
¡Penalti a favor de Gryffindor! ¡Nunca he visto tácticas semejantes! —chilló la
señora Hooch, saliendo disparada hacia el punto donde Malfoy volvía montar en
su Nimbus 2.001.
—¡SO
CERDO, SO TRAMPOSO! —gritaba Lee Jordan por el megáfono, alejándose de la
profesora McGonagall—. ¡ASQUEROSO HIJ…!
La
profesora McGonagall ni siquiera se molestó en decirle que se callara. La
verdad es que levantaba el puño en dirección a Malfoy. Se le había caído el
sombrero y también ella gritaba furiosa.
Todas las miradas se posaron sobre la estricta profesora, la
cual se encontraba sonrojada.
Dumbledore miraba sonriente a la profesora.
—Vaya, Minnie. Se ve que eres de las nuestras —dijo un sonriente
James.
La profesora estaba tan sorprendida de su comportamiento que no
regaño a James por el sobrenombre ni porque la había tuteado.
—¿Sabes, Minnie? —dijo Sirius, tuteándola —, ya sé cómo te
puedes vengar de Malfoy —la profesora no respondió—, en los exámenes, pónselos
más difícil a él.
—Silencio, Black —dijo McGonagall cuando escucho lo último que
le dijo Sirius.
Luego de eso Dean siguió leyendo.
Alicia
lanzó el penalti de Gryffindor; pero estaba tan enfadada que lo envió fuera. El
equipo de Gryffindor perdía concentración, y los de Slytherin, entusiasmados
por la falta de Malfoy contra Harry, cada vez se atrevían a más.
—Slytherin
en posesión del quaffle, Slytherin se dirige a la meta… Montague marca —gruñó
Lee—: 70 a 20 a favor de Gryffindor…
—Esto no es bueno —dijo James.
Por su parte Snape que veía a un desesperado James, sonreía con
triunfo.
Harry
marcaba en ese momento a Malfoy desde tan cerca que sus rodillas chocaban.
Harry no iba a dejar que Malfoy se acercara a la snitch…
—¡Quítate
de en medio, Potter! —gritó Malfoy con enojo, e intentó dar la vuelta, pero
encontró a Harry bloqueándole el paso.
—Angelina
Johnson coge el quaffle. ¡Vamos, Angelina! ¡VAMOS!
Harry
miró a su alrededor. Excepto Malfoy, todos los jugadores de Slytherin, incluido
el guardameta, habían salido disparados contra Angelina. Iban a bloquearla.
—Son unos imbéciles —dijo Alice con enojo.
Neville miró asombrado a su madre.
—Así es tu madre —le dijo Frank, encogiéndose de hombros.
Harry
dio la vuelta a la Saeta de Fuego, se agachó hasta quedar paralelo al palo de
la escoba y se lanzó hacia delante. Como una bala, se dirigió en dirección a
los de Slytherin.
—¡VOOOOOY!
Se
dispersaron cuando la Saeta de Fuego se lanzó contra ellos como un torpedo. El
camino de Angelina quedó despejado.
—¡HA
MARCADO!, ¡HA MARCADO! ¡Gryffindor en cabeza por 80 a 20!
—¡Sí! Bien hecho, Harry —alobó James.
Harry,
que casi salió despedido hacia las gradas, frenó en el aire bruscamente, dio la
vuelta y regresó veloz al centro del campo.
Y
entonces vio algo como para pararle el corazón. Malfoy bajaba a toda velocidad
con una expresión de triunfo en la cara. Allí, a unos metros del suelo, había
un resplandor dorado.
—¡Oh, rayos! —exclamó Sirius.
—Espero que esa escoba sea tan veloz como dice ser, porque si no
entonces estaremos perdidos —se lamentó James.
Harry
orientó hacia abajo el rumbo de su saeta, pero Malfoy le llevaba muchísima ventaja.
—¡Vamos!,
¡vamos!, ¡vamos! —dijo para espolear a la escoba. Ya reducía la distancia…
Harry
se pegó al palo de la escoba cuando Bole le lanzó una bludger… estaba ya ante
los tobillos de Malfoy… a su misma altura…
Harry
se echó hacia delante, soltando las dos manos de la escoba. Desvió de un golpe
el brazo de Malfoy y…
—¡SÍ!
—Un momento, ¿ese «¡SÍ!» significa que lo conseguiste, verdad?
—preguntó James a su hijo.
—Por supuesto —respondió Harry.
Entonces los Gryffindor volvieron a celebrar emocionados, porque
eso significaba que los leones ganaban la copa.
Snape miró mal a los merodeadores, los cuales estaban celebrando
su triunfo.
—Estúpidos leones —murmuró.
Cuando las celebraciones pararon, Dean continúo leyendo.
Recuperó
la horizontal, con la mano en el aire, y el estadio se vino abajo. Harry
sobrevoló a la multitud con un extraño zumbido en los oídos. La pequeña pelota
dorada estaba fuertemente sujeta en su puño, batiendo las alas desesperadamente
contra sus dedos.
Wood
se acercó a él a toda velocidad, casi cegado por las lágrimas; cogió por el
cuello a Harry y sollozó en su hombro irrefrenablemente. Harry sintió dos
golpes en la espalda cuando Fred y George se acercaron. Luego oyó las voces de
Angelina, Alicia y Katie:
—¡Hemos
ganado la copa! ¡Hemos ganado la copa!
—¡Y todo gracias a mi hijo! —decía un orgulloso James.
El ego de los Potter me
asco, pensaba Snape.
—El cual es mi ahijado —decía Sirius.
Remus sonreía ante este capítulo, donde por lo menos no había
sido tan malo, pero estaba seguro en los demás capítulos las cosas serían
distintas, y entonces vendría la decepción de James y Sirius al enterarse de lo
que él ya se había enterado.
Atrapado
en un abrazo colectivo, el equipo de Gryffindor bajó a tierra dando gritos con
la voz quebrada.
Los
grupos de hinchas del equipo escarlata saltaban ya las barreras y entraban en
el terreno de juego. Multitud de manos palmeaban las espaldas de los jugadores.
Harry estaba aturdido por el ruido y la multitud de cuerpos que lo apretaban.
La afición los subió en hombros a él y al resto del equipo. Cuando pudo ver
algo, vio a Hagrid cubierto de escarapelas rojas:
—¡Los
has vencido, Harry! ¡Los has vencido! ¡Cuando se lo cuente a Buckbeak…!
—Oh, Hagrid, es cierto —dijo Alice—, nos hemos olvidado de Buckbeak por la emoción del partido…
—No importa, Alice —dijo Hagrid—. De todas maneras él está bien.
Allí
estaba Percy, dando saltos como un loco, olvidado de su dignidad (Percy se sonrojó, él no pensaba que en el libro hablaran
de su reacción). La profesora McGonagall sollozaba incluso más
sonoramente que Wood, y se secaba los ojos con una enorme bandera de
Gryffindor. Y allí, abriéndose camino hacia Harry; se encontraban Ron y
Hermione. No podían articular palabra. Se limitaron a sonreír mientras Harry
era conducido a las gradas, donde Dumbledore esperaba de pie, con la enorme
copa de quidditch.
Si
hubiera habido un dementor por allí… Mientras Wood le pasaba la copa a Harry,
sin dejar de sollozar; mientras la elevaba en el aire, Harry pensó que podía
materializar al patronus más robusto del mundo.
—Estoy seguro que sí, Harry —dijo James—. Porque ganar la copa
es lo mejor.
Y así, siguieron celebrando, hasta que Dumbledore llamo su atención
diciendo que cenarían y luego se irían a dormir.
Y apenas Sirius escuchó que ese sería el último capítulo que leerían
ese día, recordó que tenían que platicar con Crookshanks esa noche, tan solo tenían que esperar que Hermione se
durmieran y entonces él acompañado de sus amigos entrarían al cuarto de la
castaña y sacarían al gato.
Nota:
Buenas noches, mis queridas lectora
Primero que nada quisiera disculparme por no haber actualizado, pero es que el word que guardaba en mi USB se me elimino por casualidad y me he demorado dos días en recuperarlo. Espero que este capítulo sea de su grado, he cambiado la cachetada que le da Hermione a Draco por el puñete que le da en la película.
Hasta el próximo capítulo