Todo estaba
oscuro en la Sala de los Menesteres, y eso era obvio, porque en ese momento
todos dormían —porque aunque el tiempo estuviera parado, eso no quería decir
que los que habitaban la sala no durmieran, ni comieran—, todos, menos cierto
animago. En ese momento el mago en su forma de un gran perro negro se
encontraba sentado casi al medio de la sala, pensativo. Todo lo que había
escuchado acerca de su futuro le preocupaba. ¿En qué momento su vida cambio
tanto? ¿Por qué lo creían un criminal? ¿En verdad habría hecho cosas realmente
malas? Todas esas eran las preguntas que se hacía cierto animago. Cuando de
pronto el perro con su sensible oído escucha unos pasos ligeros y gráciles, sus
ojos grises giraron hacia el lugar de donde venían esos pasos, y con sorpresa
vio al gato de Hermione. Crookshanks.
El gato siguió caminado con su cola esponjosa
levantada, y paro a solo dos pasos del perro.
—Hola, amigo Canuto —saludó Crookshanks, con confianza.
El perro levanto una oreja, en señal
de sorpresa.
—Hola —dijo el perro, no muy seguro—, ¿puedes
entenderme? —cuestionó.
—Sí. Y tú también a mí —respondió el gato de color
jengibre.
—Cierto —respondió Canuto.
—Estás preocupado —no fue una pregunta, fue una afirmación—, aunque no tan preocupado como cuando te
conocí.
Canuto no respondió. Pero luego dijo:
—Eres un gato raro.
—Eso dijiste cuando me conociste —recordó Crookshanks.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo saliste de la
habitación de la castaña? —preguntó Canuto.
—Mi humana Hermione, siempre deja la
puerta entre abierta antes de acostarse a dormir, creo que aún está un poco
temerosa. Así que por eso pude salir —contestó el gato.
—¿Temerosa? —preguntó el perro.
—Antes tenía muchas pesadillas y no le gustaba ver la puerta de
su habitación cerrada. Ya sabes, la guerra deja heridas que demoran en sanar, y
algunas nunca sanan.
—No hablas como un gato debería
hablar.
—Tú tampoco hablas como un perro debería de hablar —replicó Crookshanks.
—Porque soy un humano —dijo Canuto—, bueno,
quizás ahora no, pero la mayor parte del tiempo lo soy —alegó, al ver la mirada que le
dedicaba el gato.
—Bueno, yo soy mitad kneazle.
—¿En serio?
—Sí.
—Genial. Pero
¿no hay que tener una licencia para tener a alguien como tú, como mascota?
—Eso dicen, pero mi humana no tiene una
licencia, y no le han dicho nada al respecto.
Ambos se
quedaron callados, por unos minutos.
—¿Ya estas más tranquilo? —preguntó Crookshanks.
—Creo que sí —respondió
Canuto.
—No te preocupes, tú eres inocente, no
hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque yo confió
en ti —Canuto se sorprendió ante esta confesión—, igual que tus amigos, tu ahijado, mi humana, el pelirrojo —dijo
refiriéndose a Ron—, y su familia, y
muchas personas más también confían en ti.
Canuto se quedó
pensativo. Pero luego se vio en él una sonrisa perruna.
—Gracias.
—De nada. Sabes, yo nunca imagine tener
a un perro como amigo, pero he reconocer que tú eres el mejor perro, me caes bien.
Por eso trate de atrapar a esa rata para ti, para que puedas demostrar tu
inocencia, lamento no haber podido cumplir mi propósito.
—Espera, ¿qué
rata? ¿De qué me estás hablando? —preguntó Canuto.
—Pues la rata traicionera. Te hablo de
la rata, que tanto dolor te causo a ti y por la cual pasaste doce años en
prisión —respondió el gato de cara aplastada.
—¿Qué? —dijo Canuto,
con confusión.
—Creo que ya debo volver con mi humana.
Adiós, amigo Canuto —se despidió Crookshanks,
y dando media vuelta, casi corrió hasta meterse en la habitación de Hermione.
Está loco, o muy hambriento, pensó Canuto.
Después de eso,
el animago también volvió a su habitación, un poco más tranquilo por las
palabras de Crookshanks.
Te acostó en su
mullida cama, pero antes de perderse en la inconsciencia del sueño, escucho en
su cabeza las palabras del gato jengibre «Pues la rata traicionera. Te hablo de
la rata, que tanto dolor te causo a ti y por la cual pasaste doce años en
prisión».
***
Todos los
habitantes de la Sala de los Menesteres estaban nuevamente sentados tomando el
desayuno preparado por Kreacher; y por supuesto el que más disfrutaba del
desayuno era Ron, ya que comía como si no existiera un mañana, mientras Luna
miraba sonriente a Ron.
—No sé cómo
Luna puede aguantar a mi hermano cuando come de esa manera —le comentó Ginny a
Harry, este solo sonrió.
—Tal vez ya se
acostumbró a eso —respondió Harry.
Por otra parte
los gemelos Weasley conversaban en susurros, como si estuvieran planeando algo,
tal vez planeando una broma a uno de sus hermanos, o tal vez solo disfrutando
de la compañía uno del otro, ya que fueron seis meses donde ellos estuvieron
separados por la muerte de uno de ellos.
Lily y James
desayunaban y de vez en cuando admiraban a su hijo conversar con su novia para
luego sonreírse entre ellos.
Hermione
conversaba con Neville y los padres de estos, mientras Remus Lupin la miraba,
no podía creer que Hermione estuviera casada con un licántropo.
Es por eso que la otra vez defendió a los licántropos. Porque su
esposo es uno, pensó Remus.
Siguió
detallándola, cada gesto, cara sonrisa, cada peca de su piel —que no muchos
notaban, pero que él sí— la forma de mover las manos, el sonrojo que teñía sus
mejillas cada vez que se avergonzaba. Pero ¿por qué esas manías le parecían tan
familiares?
Luego vio como
Hermione bajaba su mano derecha y la posaba en su abultado vientre.
—¡Merlín!
—murmuró.
Hermione está esperando un hijo de un licántropo… eso podría ser
peligroso, pensó.
—¿Sucede algo,
Lunático? —le preguntó James a su amigo, al verlo palidecer de pronto.
Remus negó con
la cabeza. Y James asintió, y se volvió para ver a su otro amigo. Sirius miraba
directamente a Crookshanks —el gato
se relamía la leche que había quedado en su hocico— y parecía muy concentrado.
—¿Te enamoraste
del gato, Canuto? —bromeó James.
Sirius salió de
su concentración para mirar a su amigo de gafas redondas.
—Estás loco,
Cornamenta. A mí me gustan las mujeres —respondió el ojigris—, pero debo
reconocer que ese gato me cae bien, aunque es raro.
—¿Raro?
—preguntó James.
—Luego te
explico —respondió Sirius, dejando intrigado a su amigo.
Minutos después
todos terminaron de desayunar y las bandejas, platos, cubiertos y copas
desaparecieron de las mesas.
Dumbledore se
aclaró la garganta antes de hablar.
—Continuaremos
con la lectura —dijo el director, con el libro en la mano—. ¿Alguien podría
leer el capítulo que sigue?
—A mí me
gustaría leer —dijo una sonriente Luna.
El libro levito
hasta llegar a las manos de la rubia. Luna abrió el libro y busco el capítulo
que continuaba.
—“La huida de la señora gorda” —leyó.
—¿Qué le hicieron
a la señora gorda, para que huya? —preguntó Fabian.
Los Gryffindor
del futuro recordaron esa mala temporada, ya que tuvieron que soportar al
retrato de Sir Cadogan.
Pero nadie dijo
nada al respecto, así que Luna empezó a leer.
En
muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en
la favorita de la mayoría (Oíste, Lunático, aman
tus clases, dijo Sirius codeándole en el estómago a su amigo castaño, el cual
ahora tenía las mejillas sonrosadas). Sólo Draco Malfoy y su banda de
Slytherin criticaban al profesor Lupin:
—Mira
cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el
profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.
Remus se sonrojó completamente y no miraba a nadie por la
vergüenza que sentía por su mala condición económica.
Lucius sonrió socarronamente.
Hermione fulminó con la mirada a Draco.
James y Sirius también miraron a Draco, pero notaron que tenía
una mirada de disculpa, pero luego se dieron cuenta de la sonrisa de Lucius.
—Borra esa sonrisa, Malfoy —dijo James, con el tono de voz unas
octavas más altas.
—No importa las ropas de Remus, ya que él tiene un corazón
noble, pero tú —dijo con despreció
Sirius—, ni vistiendo esas ropas tan caras y finas podrás quitar la maldad que
llevas dentro.
Narcissa miró a su primo con furia, iba a replicar, pero luego
se dijo que ese no era el comportamiento de una dama.
Luego de que todos se calmaran, Luna siguió leyendo.
Pero
a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada
y raída (Claro que no, dijeron los que en el futuro
fueron alumnos de Remus). Sus siguientes clases fueron tan interesantes
como la primera (Por supuesto que tienen que ser
interesantes. Es de Lunático de quien estamos hablando, dijo James. Y Remus se
sonrojó ante el alago de su amigo). Después de los boggarts estudiaron a
los gorros rojos,
unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se
escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre,
en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos
de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban (Unas criaturas muy agradables, ironizó Ron. Y Hagrid
haciendo referencia de sus gustos tan extravagantes dijo: Esto de acuerdo
contigo, Ron.). De los gorros rojos pasaron a los kappas,
unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos
palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban
sus estanques.
Andrómeda hizo un gesto de desagrado al oír esto último.
Harry
habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de
todas era Pociones (Estoy de acuerdo contigo,
hijo/cachorro, dijeron James y Sirius a la vez. Mientras Snape miraba con
desprecio a los merodeadores y a Harry). Snape estaba aquellos días
especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del
boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado
Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio.
Snape no lo encontraba divertido (Que lastima, dijo
James fingiendo sentir pena, pero claramente se notaba la burla). A la
primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión
amenazadora (No deberías ser tan rencoroso, Snape,
dijo Sirius, y luego agregó: Y deberías de reconocer que fue gracioso el boggart. Snape murmuró cosas por lo
bajo. Lo más seguro es que eran maldiciones hacia los dos merodeadores de
cabellera negra). A Neville lo acosaba más que nunca.
Alice miró con furia al futuro profesor de Pociones, pero antes
de que dijera algo Frank le susurró.
—Luego resolveremos esto, y si, sé que es difícil contenerse,
pero ahora lo más importante es averiguar porque Neville no se crio con
nosotros.
Alice miró a su esposo y asintió, ella también quería saber lo
mismo, y dirigiendo una mirada a su hijo suspiró.
Harry
también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte
de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando
olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez
que lo miraba (Lily y James bufaron con molestia
ante la mención de la profesora de Adivinación). No le podía gustar la
profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un
respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían
adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a
la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que
resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban (La profesora Trelawney nos decía cosas muy interesantes,
defendió Parvati al recibir varias miradas incrédulas. Por su parte Hermione
solo rodó los ojos, un poco exasperada). Habían comenzado a hablarle a
Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.
—Era muy molesto —admitió Harry, haciendo sonrojar a Parvati.
A
nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas,
que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo
extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban
lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que
contarse entre las más aburridas criaturas del universo.
Hagrid se sonrojo, era cierto había perdido toda la confianza y
entusiasmo que tenía al comienzo y todo por la desobediencia de Malfoy.
—¿Por
qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora
embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en
tiras.
Alice hizo una mueca de asco.
A
comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a Harry,
algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se
aproximaba la temporada de quidditch (Por fin
quidditch, dijo James, sonriendo como niño con juguete nuevo) y Oliver
Wood, capitán del equipo de Gryffindor; convocó una reunión un jueves por la
tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.
—Aún recuerdo esa maravillosa tarde como si fuera ayer —dijo
Fred—, ¿la recuerdas, Feorge? —preguntó a su gemelo.
—Oh, como olvidarla —respondió George, sonriendo con burla a
Oliver. Este frunció el ceño.
En
un equipo de quidditch había siete personas: tres cazadores, cuya función era
marcar goles metiendo el quaffle (un
balón como el de fútbol, rojo) por uno de los aros que había en cada lado del
campo, a una altura de quince metros; dos golpeadores equipados con fuertes
bates para repeler las bludgers (dos
pesadas pelotas negras que circulaban muy aprisa, zumbando de un lado para
otro, intentando derribar a los jugadores); un guardián que defendía los postes
sobre los que estaban los aros; y el buscador; que tenía el trabajo más difícil
de todos, atrapar la dorada snitch,
una pelota pequeña con alas, del tamaño de una nuez, cuya captura daba por
finalizado el juego y otorgaba ciento cincuenta puntos al equipo del buscador
que la hubiera atrapado.
Lily, Hermione, Alice y otras chicas que no eran muy compatibles
con este deporte rodaron los ojos, mientras que los chicos estaban atentos de
escuchar la descripción del deporte, aun sabiendo de memoria cuales eran las
reglas del juego.
Oliver
Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último
curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus
compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba
quedando a oscuras.
—Oh, nuestro obsesivo capitán en su último curso —se burló Fred.
—Aunque, he de admitir que ese discurso me conmovió un poco,
solo un poco —dijo George.
—Sí, y lo bueno fue que esta vez no nos quedamos dormidos
—dijeron los gemelos Weasley a la vez, causando algunas risitas, y una mirada
severa de Oliver.
—Es
nuestra última oportunidad…, mi última oportunidad… de ganar la copa de
quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé
al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha
ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una
suerte horrible: heridos…, cancelación del torneo el curso pasado… —Wood tragó
saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero
también sabemos que contamos con el mejor… equipo… de este… colegio —añadió,
golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido
brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood
señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Katie Bell (Cuando
mencionaron a Katie, Lee empezó a decirles algo a los gemelos y luego miraron a
la aludida y a Oliver)—. Tenemos dos golpeadores invencibles.
Fred y George se levantaron de su asiento e hicieron unas
reverencias exageradas.
—Sabemos que nos amas, Oliver, pero no seas tan obvio —volvieron
a decir los gemelos Weasley, haciendo sonrojar a Oliver.
Se escucharon algunas risas.
—Déjalo
ya, Oliver; nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez,
haciendo como que se sonrojaban.
Nuevamente se escucharon las risas.
—¡Y
tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con
voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible (Eres el mejor, cachorro, dijeron James y Sirius a la
vez, avergonzando a Harry)—. Y estoy yo —añadió.
—Nosotros
creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.
—Un
guardián muy chachi —confirmó Fred.
—Algo obsesivo… —dijo George.
—En realidad muy obsesivo, pero muy bueno —dijo Fred.
—La
cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch
debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Harry
se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos
conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro
nombre grabado en ella…
Wood
hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.
—Y eso ya es decir mucho, ya que Fred y George son un par de
insensibles —comentó Percy.
—¿Insensibles? ¿Nosotros? —preguntaron indignados los gemelos.
—El único insensible de la familia, es el pequeño Ronnie —dijo
Fred.
—A mí no me metan en sus cosas —les reclamó Ron, pero Fred y
George ignoraron a su hermano.
—Además, Percy, no te hagas, que sabes perfectamente que
nosotros le ponemos la chispa a tu vida tan pomposa —volvieron a hablar los
gemelos.
Esto causo la risa de sus tíos Fabian y Gideon, los
merodeadores, y los demás chicos del futuro.
Cuando se hubieron calmado, Luna retomo la lectura.
—Oliver,
éste será nuestro año —aseguró Fred.
—Lo
conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.
—Por
supuesto —corroboró Harry.
—¡Claro que sí! Gryffindor tiene el mejor equipo —dijo James,
pero al notar las miradas que le dedicaban las otras casas, se escondió detrás
de Lily.
—No dejes que me miren así, pelirroja de mi corazón —le susurró
al oído.
Lily no pudo más que sonreír ante el infantilismo de su novio.
Con
la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a
la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras,
pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar
por fin la enorme copa de plata.
Una
tarde, después del entrenamiento, Harry regresó a la sala común de Gryffindor
con frío y entumecido, pero contento por la manera en que se había desarrollado
el entrenamiento, y encontró la sala muy animada.
—¿Por qué estaban más animados? —preguntó Ted, a nadie en
especial.
—¿Qué
ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego,
en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de
Astronomía.
—Primer
fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido
en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.
Lily sintió pena de que su hijo se perdiera la primera salida a
Hogsmeade.
—Así que era por eso que estaban tan animados —dijo Ted.
—Pero eso no será muy beneficioso para Harry, ya que no podrá ir
—susurró Alice.
Harry, Ron y Hermione sonrieron.
—Estupendo
—dijo Fred, que había seguido a Harry por el agujero del retrato—. Tengo que ir
a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.
Molly y McGonagall miraron con severidad a Fred, y este solo
sonrió inocentemente.
Harry
se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría lo abandonó. Hermione
comprendió lo que le pasaba.
—Harry,
estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a atrapar a
Black enseguida. Ya lo han visto una vez.
—Lo siento —le dijo una sonrojada Hermione a Sirius.
Sirius asintió, pero el buen humor que sentía, también lo
abandono al igual que a su ahijado de la época del libro. Y cuando iba a
hablar, noto una mirada sobre él. Miró al frente y noto que Crookshanks no le quitaba la mirada de
encima. Entonces recordó lo que le había dicho el gato en la noche: «No te preocupes, tú eres inocente, no
hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro». Y aunque la
Hermione del libro no había dicho nada malo sobre él, sabía que lo consideraba
un criminal.
Pero por extraño que parezca, decidió
hacerle caso al gato de cara aplastada, que lo seguía mirando con insistencia.
¿En verdad me habré hecho amigo de ese gato en el futuro?, se preguntaba el animago.
—Black
no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a McGonagall
si puedes ir ahora, Harry. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión.
—Que ánimos le das a tu amigo, Ron —comentó Charlie, con cierta
ironía en la voz.
—Yo solo quería animarlo para que vaya a hablar con la profesora
McGonagall para que le diera permiso —de justificó Ron, con las orejas
sonrojadas.
—No creo que yo pueda darle ese permiso al señor Potter —dijo
McGonagall, y antes de que alguno de los merodeadores replicara, continuó—:
Solo un familiar podría dar su permiso para que así pueda salir.
—¡Ron!
—dijo Hermione—. Harry tiene que permanecer en el colegio…
—No
puede ser el único de tercero que no vaya. Vamos, Harry, pregúntale a
McGonagall…
—Sí,
lo haré —dijo Harry, decidiéndose.
Hermione
abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento Crookshanks
saltó con presteza a su regazo.
Una
araña muerta y grande le colgaba de la boca.
Ron se estremeció ante la mención de la palabra «araña».
—¿Tiene
que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.
—Bravo,
Crookshanks,
¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione.
Crookshanks
masticó y tragó despacio la araña, con los ojos
insolentemente fijos en Ron.
—Crookshanks no te
soportaba, al igual que tú a él, en esa época —comentó Ginny, con una sonrisita
burlona.
Ron hizo una mueca de desagrado ante el comentario de su hermana.
—Es un poco raro el comportamiento de ese gato —comentó
Andrómeda.
—Ni que lo digas, querida prima —susurró Sirius, mirando de
reojo al gato.
—No
lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers
está durmiendo en mi mochila.
Ron volvió a hacer una mueca de molestia, pero ahora por la
mención del traidor.
Harry
bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Cogió la
mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.
—Si
quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última
estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry.
—Esos sí que son los buenos amigos, ¿no lo crees, Fabian?
—preguntó Gideon a su gemelo.
—Oh, por supuesto que sí —contestó Gideon, pero al ver las
miradas severas de Molly, McGonagall, Hermione, y Lily, dijo—: Aunque no se
debe copiar, eso es muy malo.
Hermione,
que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo
nada (Ese es un comportamiento digno de Lunático,
castaña, comentó Sirius). Crookshanks seguía
mirando a Ron sin pestañear; sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin
previo aviso, dio un salto.
—¡EH!
—gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que Crookshanks
clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a
rasgarla con fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAIAL!
Ron
intentó arrebatar la mochila a Crookshanks,
pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola.
—Crookshanks no le da
tregua al pobre de Scabbers —comentó
James.
—¿Pobre? Veamos cuando se entere de lo que le hizo ese pobre a él, a su esposa y a sus amigos,
lo sigue considerando “pobre” —susurró Ron.
—¡No
le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas a la
mochila, con Crookshanks agarrado
todavía a ella, y Scabbers salió
dando un salto…
—¡SUJETAD
A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks
soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la
aterrorizada Scabbers.
—¡ESO CROOKSHANKS!
—alentó Ron, desconcertando a todos por su comportamiento. Ya que el Ron del
libro hubiera sido capaz de matar a Crookshanks
si hubiera lastimado a su mascota, pero el Ron de la sala no le importaba si el
gato lastimaba a su rata.
—No logro comprenderte, hijo —dijo Arthur a Ron.
—Nadie lo comprende —dijeron los gemelos Prewett.
—Ya lo comprenderán —respondió Ron, con un dejo de misterio en
su voz.
Moody que se había mantenido callado, se preguntaba porque era
tan importante leer sobre el gato queriendo atrapar a la rata. A cualquiera le
parecería una acción normal de un gato, pero Moody presentía algo raro, así que
apunto mentalmente averiguar que escondían Crookshanks
y Scabbers.
George
Weasley se lanzó sobre Crookshanks,
pero no lo atrapó; Scabbers pasó
como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja
cómoda. Crookshanks patinó
y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.
Ron
y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a Crookshanks
por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers
con alguna dificultad, tirando de la cola.
—¡Mírala!
—le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers
delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato
lejos de ella.
Y no era por el gato
precisamente, sino por un perro,
pensó Ron, sintiendo cierta culpa, ya que él había tenido en sus manos al
traidor, pero lo protegió de todos creyéndolo una simple rata indefensa. Y no
solo eso, también por culpa del traidor se la paso peleando casi todo el curso
con Hermione.
—¡Crookshanks
no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—.
¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!
—¡Hay
algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers
de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que Scabbers
estaba en la mochila.
—Imposible —dijo Frank—, los gatos no entienden mucho a las
personas.
Quizás un gato común y
corriente no, pero si ese gato es mitad kneazle, pensó Sirius.
—Vaya,
qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que Crookshanks
la olió. ¿Cómo si no crees que…?
—¡Ese
gato la ha tomado con Scabbers!
—dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor; que empezaban a
reírse—. Y Scabbers estaba
aquí primero. Y está enferma.
Ron
se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los
chicos.
—Que dramático, pequeño Ronnie —dijeron los gemelos Weasley,
desordenándole el cabello, Ron de saco las manos de sus hermanos con cólera.
—No soy dramático —se defendió.
—Sí, claro —dijo Charlie. Ron lo miró mal.
Al
día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante
la clase de Herbología, aunque Harry, Hermione y él trabajaban juntos con la
misma Vainilla de viento.
—¿Cómo
está Scabbers? —le
preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas
gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de madera.
—Está
escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron malhumorado,
errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.
—Deberías de tener más cuidado, Ron. Las plantas son delicadas
—aconsejó Neville.
—¡Cuidado,
Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban
ante sus ojos.
Luego
tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de
clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se
puso en la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla (Sera una tarea difícil, dijo Remus). Lo distrajo
un alboroto producido al principio de la hilera. Lavender Brown estaba llorando
(Parvati hizo una mueca de pena al recordar a su
amiga y su penoso final). Parvati la rodeaba con el brazo y explicaba
algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios.
Hermione rodó los ojos, recordando lo que sucedía en ese
momento. Pero sintió pena por la rubia al recordar cuando Greyback la ataco.
Remus que había estado atento a cada gesto de Hermione, se
preguntó porque su cambio de actitud. Ya que primero rodó los ojos, y luego su
cara se contorsionó como si sintiera pena.
—¿Qué
ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Harry y Ron se
acercaron al grupo.
—Esta
mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo Binky.
Un zorro lo ha matado.
—Esa es una lástima —dijo Alice.
—¡Vaya!
—dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.
—¡Tendría
que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis qué día es
hoy?
—Eh…
—¡16
de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes 16 de octubre»! ¿Os acordáis?
¡Tenía razón!
—Espera un momento —dijo Sirius, y Luna dejo de leer—, todo eso
es por las palabras de la loca de Trelawney.
Hermione asintió.
—Vaya, eso es… raro —dijo James.
—O simplemente casualidad —dijo Lily.
Toda
la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con
pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo:
—Tú,
tú… ¿temías que un zorro matara a Binky?
—Bueno,
no necesariamente un zorro —dijo Lavender; alzando la mirada hacia Hermione y
con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera.
—Vaya
—dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era viejo?
—No…
—dijo Lavender sollozando—. ¡So… sólo era una cría!
—No comprendo —dijo Ted—, si no era viejo, entonces como temía
que muriera.
Snape por su parte estaba contando hasta cien para no explotar,
todo eso de las predicciones de Trelawney lo veía tan estúpido.
Parvati
le estrechó los hombros con más fuerza.
—Pero
entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó
con la mirada—. Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto del
grupo—. Lo que quiero decir es que…, bueno, Binky
ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Lavender ha
recibido la noticia… —Lavender gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha
pillado completamente por sorpresa.
—Sí, yo también lo encuentro lógico —comentó Angelina.
—Y yo también —dijo George, mirando a Angelina, embelesado.
Fred se rió de su gemelo por lo bajo.
—No
le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en
absoluto.
—Tú tampoco parecías comportarte muy delicado, Ron —comentó
Bill.
La
profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez
fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en
el aula se sentaron uno a cada lado de Harry y no se dirigieron la palabra en
toda la hora.
—Vaya, Harry Potter, te compadezco —dijeron los gemelos
Prewett—. No debió ser nada fácil estar en medio de ese par.
—Bueno… —empezó Harry.
—No digas nada, Harry, porque tú eres peor cuando te enojas —le
dijo Hermione.
Harry miró a su amigo pelirrojo buscando apoyo.
—Sí, no estabas de muy buen humor en nuestro quinto curso —le
recordó Ron.
Harry hizo una mueca, pero sabía que sus amigos tenían razón.
Harry
no había pensado aún qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando sonara
el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de
Hogsmeade.
—¡Un
momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—.
Dado que sois todos de Gryffindor; como yo, deberíais entregarme vuestras
autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo,
así que no se os olvide.
Neville
levantó la mano.
—Perdone,
profesora. Yo… creo que he perdido…
Neville se sonrojó al recordar ese momento, mientras algunos
reían disimuladamente.
—Tu
abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—.
Pensó que era más seguro (Y tenía razón, susurró
Neville aun sonrojado). Bueno, eso es todo, podéis salir.
—Pregúntaselo
ahora —susurró Ron a Harry.
—Ah,
pero… —fue a decir Hermione.
—Adelante,
Harry —le incitó Ron con testarudez.
—Yo creo que si Fred o George, hubieran falsificado la firma del
tío de Harry, hubiera tenido más suerte que con la profesora McGon… —Lee se
calló al instante en que se dio cuenta de que la profesora de Transformaciones
lo mira con reproche.
—Nosotros le dimos algo mejor —dijo George, sonriendo como si
hubiera hecho una travesura.
—Oh, sí. Definitivamente lo que le dimos fue mejor —corroboró
Fred.
—¿Qué le dieron? —preguntó Terry Boot.
Ninguno de los gemelos contestó, solo sonrieron.
Por su parte Molly tenía una mano sobre su prominente vientre, y
miraba a sus futuros hijos gemelos.
No hay duda, su
comportamiento es igual al de mis hermanos, pensaba Molly.
Harry
aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la
profesora McGonagall.
—¿Sí, Potter?
Harry tomó aire.
—Profesora,
mis tíos… olvidaron… firmarme la autorización —dijo.
—Eso era obvio que no funcionaría —dijo Seamus.
—Tenía que intentarlo —dijo Harry.
—Tal vez si se lo hubieras pedido entre lágrimas, puede y le
llegabas a lo más profundo de su corazón y te daba el permiso —dijo Justin
Finch-Fletchley, pensativo.
—Señor Finch-Fletchley —lo regañó McGonagall.
—Lo siento —se disculpó el Hufflepuff.
La
profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo
nada.
—Y
por eso… eh… ¿piensa que podría… esto… ir a Hogsmeade?
La
profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su
escritorio.
—Me
temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al
pueblo. Es la norma.
Si Petunia no me
detestara tanto, seguro le hubiera firmado la autorización, pensaba Lily sintiendo pena por su hijo.
—Oh, ese Vernon Dursley… —Lily escuchó que su novio murmuraba
con ira contenida.
—Pero…
mis tíos… ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de… de las cosas de Hogwarts
—explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera
permiso…
—Pero
no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y guardando
ordenadamente sus papeles en un cajón (Parece
nerviosa, profesora, dijeron los gemelos Prewett. McGonagall no contestó, pero
ella también se había dado cuenta de ello)—. El impreso de autorización
dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo,
con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter; pero
es mi última palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a la
próxima clase.
—Vaya, profesora —dijo Lee—, cambio de tema al estilo de Hagrid.
A McGonagall y a Hagrid se pusieron las mejillas sonrosadas al
escuchar unas risitas.
No
había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall (¡Señor Weasley!, exclamó McGonagall con sorpresa. A lo
que un Ron sonrojado dijo: “Lo siento, profesora”) y eso le pareció muy
mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a
Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase
comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.
Los compañeros de casa de Harry, y los que eran de otras casas,
sintieron pena por el pelinegro, puesto que ellos no hacían a propósitos esos
comentarios.
—Por
lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween.
—Sí
—aceptó Harry con tristeza—. Genial.
—No parece ser un gran consuelo —comentó Dean.
El
banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él
después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que
le dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se
había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon (Todos
miraron al chico de tez oscura, sobre todo McGonagall que lo miraba
desaprobatoriamente, mientras que James y Sirius lo miraban con simpatía),
pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGonagall que no se la habían
firmado, no era posible probar aquello. Ron sugirió no muy convencido la capa
invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo
que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de
ellas.
Sirius frunció el ceño al saber que su yo del futuro seria
perseguido por esas criaturas tan desagradables.
Percy
pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse:
—Arman
mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le
dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena,
pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la
Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.
Varias miradas ofendidas fueron dirigidas a Percy, el cual se
mantenía digno.
—Claro, ya se nos hacía raro que el pomposo no abriera la boca
—dijeron los gemelos Weasley.
—¿Y dices que la tienda de Zonko es peligrosa? —preguntó un
ofendido Fabian.
—Pero si Zonko es la mejor tienda de todo Hogsmeade, bueno,
aparte de la tienda de golosinas —dijo Gideon.
—Permiteme deferir de lo que has dicho de Zonko, tío Gideon
—dijeron los gemelos Weasley.
—¡¿Qué?! —preguntaron unos indignados gemelos Prewett—. ¿Creí
que les gustaban las bromas?
—Y nos gusta, pero… —empezó Fred.
—… una tienda mejor que Zonko abrirá sus puertas para todos los
amantes de las bromas —terminó George.
—¿Qué quieren decir con eso? —preguntó Molly.
—Oh, ya verás, mamá. Ya verás —contestaron Fred y George al unisonó.
La
mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y
bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.
—Te
traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione,
compadeciéndose de él.
—Sí,
montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.
—Sí, habían hecho las paces, pero solo hasta su próxima pelea
—dijo Harry.
—¡Harry! —exclamó Hermione, un poco indignada.
El pelinegro se encogió de hombros, mientras Hermione fruncía su
ceño graciosamente, cosa que provoco ternura en Remus.
Deja de mirarla así, se regañó mentalmente Remus, recuerda que ella está casada, y con un licántropo. Y los licántropos
son muy territoriales y posesivos con sus parejas. Y si yo tuviera pareja,
tampoco me gustaría que se le quedaran mirando, aunque claro, no creo que vaya
a tener una pareja.
—No
os preocupéis por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera
despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Divertios.
—No creo que eso haya funcionado, no eres muy bueno ocultando lo
que sientes —le dijo Ginny. A lo que Harry se sonrojó levemente.
Los
acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado
interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y
recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.
—¿Te
quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a
Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?
Una sonrisa se formó en los labios de Lucius. Miró a su futuro
hijo de reojo, y si, definitivamente le agradaba más su hijo del libro que el
que tenía sentado junto a él.
—Otra grandiosa aparición, Malfoy —gruñó Sirius a Draco.
—Lo único que diré en mi defensa es que molestar a Potter y a
sus amigos, en esos tiempos era mi pasatiempo favorito —admitió Draco, con una
ligera mueca de desagrado.
—¿Y ahora? —preguntó James, con enojo.
—Tengo otras prioridades —respondió el rubio, dando por
terminada esa pequeña conversación.
Harry
no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos
vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.
—¿Contraseña?
—dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.
—«Fortuna
maior» —contestó Harry con desgana.
El
retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chavales de
primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que
obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.
—¡Harry!
¡Harry! ¡Hola, Harry! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía
veneración por Harry y nunca perdía la oportunidad de hablar con él—. ¿No vas a
Hogsmeade, Harry? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si
quieres puedes venir a sentarte con nosotros!
—Ese niño es un poco… molesto —comentó Andrómeda.
—Sí, bueno, ya no lo es… nunca más lo será —susurró Harry, con
tristeza impregnada en su voz.
—¿Por qué dices eso, hijo? —preguntó Lily, que si lo había oído.
—Porque no creo que en una tumba pueda ser molesto —respondió
Ron, un poco apenado.
Esa respuesta dejo en silencio a todos los del pasado.
—¡Ronald! —lo regañó Hermione, con los ojos brillantes por las
lágrimas que evitaba que salieran.
—Lo siento, lo siento… tal vez no debí decirlo de esa manera
—dijo un apesadumbrado Ron.
—Definitivamente no, Ronald —lo regañó Ginny.
Luego de que salieron poco a poco de conmoción de la noticia,
Luna volvió a leer.
—No,
gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para ponerse delante de
gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—.Yo… he de ir a la
biblioteca. Tengo trabajo.
Después
de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del
retrato.
—¿Con
qué motivo me has despertado? —refunfuñó la señora gorda cuando pasó por allí.
Harry
anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de
idea; no le apetecía trabajar (Bueno, sería una
buena idea explorar todo el castillo, y hasta podrías encontrar pasadizos
secretos, aconsejó James). Dio media vuelta y se topó de cara con Filch,
que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.
—Aunque tendrías que llevar la capa de invisibilidad para burlar
a Filch —dijo Sirius.
Remus sonrió ante la ocurrencia de sus amigos.
—¿Qué
haces? —le gruñó Filch, suspicaz.
—Nada
—respondió Harry con franqueza.
—No se lo creerá —dijo Fred.
—Sí, nosotros le respondimos muchas veces ese «Nada» y luego
algunas bombas fétidas aparecían por los lugares por donde él pasaba —dijo
George.
Molly y McGonagall miraban a los gemelos Weasley con
desaprobación, mientras que los merodeadores y los gemelos Prewett sonreían.
—¿Nada?
—le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí
tú solo. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para
eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables amiguitos?
Harry
se encogió de hombros.
—Bueno,
regresa a la sala común de tu colegio —dijo Filch, que siguió mirándolo
fijamente hasta que Harry se perdió de vista.
—Eso es injusto, no puede ir a Hogsmeade y tampoco puede caminar
por el castillo —dijo Susan Bones.
Pero
Harry no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en que tal vez
podía ir a la pajarera de las lechuzas, e iba por otro pasillo cuando dijo una
voz que salía del interior de un aula:
—¿Harry?
—Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin (Apareciste justo en el momento preciso, Lunático, dijo
James y Sirius a la vez. A lo que el aludido solo sonrió), que lo miraba
desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó Lupin en un tono muy
diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?
Hermione levanto la mirada y se encontró con los ojos de Remus,
ambos se sonrojaron, pero no apartaron la mirada.
Si esa vez hubiera sabido
que Harry se pasaba un momento con Remus, me hubiera quedado, pensaba Hermione.
—En
Hogsmeade —respondió Harry; con voz que fingía no dar importancia a lo que
decía.
—Ah
—dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir
un grindylow para
nuestra próxima clase.
—¿Un
qué? —preguntó Harry.
Entró
en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de
agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados,
pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y
delgados.
—No me gusta los grindylowsk
—comentó Padma.
—Es
un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow
ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre
todo después de los kappas.
El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria
longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.
—Esa infogmación me habgía sido de mucha utilidad hace
tiempo —comentó Fleur.
—¿Tuviste algún problema con esos animales? —preguntó una
curiosa Molly.
—Sí, pero supongo que se entegagan
todo en el siguiente libgo —respondió
la francesita.
—También aparecerás en los libros —preguntó Sirius, mirando a la
esposa de Bill.
—Pog supuesto
—respondió Fleur.
—Creo que todos apareceremos en los libros, de una u de otra
manera —dijo Luna, con voz soñadora.
El
grindylow enseñó
sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.
—¿Una
taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.
—Bueno
—dijo Harry, algo embarazado.
Lupin
dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de
vapor.
—Siéntate
—dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té
en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto.
—Que gracioso que eres, Lunático —dijo Sirius.
Remus se sonrojó, mientras James y Sirius sonreían.
Harry
lo miró. A Lupin le brillaban los ojos.
—¿Cómo
lo sabe? —preguntó Harry.
—Me
lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harry una taza
descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?
—No
—respondió Harry.
Pensó
por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle
Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y
menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un
boggart.
—No creo que pensara que eres un cobarde, más bien creo que lo
hice para protegerte —dijo Remus.
—Algo así me dijiste en ese momento —afirmó Harry, mirando a un
Remus adolescente.
—Vaya —susurró Remus.
Algo
de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo:
—¿Estás
preocupado por algo, Harry?
—No
—mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow
lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el
té en el escritorio de Lupin—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?
—Sí
—respondió Lupin.
—¿Por
qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.
Lupin
alzó las cejas.
—Creí
que estaba claro —dijo sorprendido.
—Pues evidentemente para el Harry de ese momento, no está muy
claro, Lunático —dijo Sirius.
—¿Me estás diciendo tonto? —preguntó Harry, pareciendo ofendido.
—No —se apresuró a responder el animago.
Harry soltó una pequeña risita.
—Estaba bromeando —dijo.
—Me siento orgullo de que actúes como un merodeador —dijo James.
Mientras que Sirius y Remus asentían.
—Peter también se hubiera sentido orgulloso —dijo Remus.
A lo que Harry hizo una mueca de desagrado, y cuando se dio
cuenta de que los merodeadores se le quedaron mirando raro, fingió atorarse con
la saliva, y tosió.
Harry,
que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.
—¿Por
qué? —volvió a preguntar.
—Bueno
—respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se
enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.
Alice se estremeció un poco al escuchar el nombre de mago oscuro.
Harry
se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que menos
esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La
única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de él mismo)
era el profesor Dumbledore.
—Es
evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero
no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de
profesores. Pensé que se aterrorizarían.
—En ese tiempo muchos nos hubiéramos aterrorizados. Yo uno de
ellos —dijo Neville.
—¿Qué quieres decir con en «ese tiempo»? —preguntó Frank.
—Bueno, pues era tiempos malos —respondió Neville, enredándose
con su respuesta. Levantó la mirada hacia Luna como suplicándole que siguiera
leyendo.
La rubia así lo hizo.
—El
primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego
recordé a los dementores.
—Ya
veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien…, estoy impresionado. —Sonrió
ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que
más miedo te da es… el miedo. Muy sensato, Harry.
—¿Miedo a tener miedo? —dijo Moody, reflexionando ante esa
afirmación.
Los demás miraban impresionados a Harry, sobre todo sus padres.
Harry
no supo qué contestar; de forma que dio otro sorbo al té.
—¿Así
que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin
astutamente.
—Bueno…,
sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—. Profesor Lupin, usted conoce a los
dementores…
Le
interrumpieron unos golpes en la puerta.
—Oh, y ahora quien será el imprudente —se lamentó James
infantilmente.
Lily lo miró severa, pero luego no pudo evitar sonreír al ver su
mirada de inocencia.
—Luego hablaremos de esto, Potter —le susurró Lily a su novio.
—Adelante
—dijo Lupin.
Se
abrió la puerta y entró Snape (¿Snape? Tenía que
ser, dijeron al unisonó James y Sirius. Snape los miró con molestia).
Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Harry.
Entornó sus ojos negros.
—¡Ah,
Severus! —dijo Lupin sonriendo (¿Desde cuándo es
“Severus”?, le cuestionaron James y Sirius molestos. Remus solo se encogió de
hombros)—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio?
—Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harry a Lupin—. Estaba
enseñando a Harry mi grindylow —dijo
Lupin con cordialidad, señalando el depósito.
—Fascinante
—comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.
¿Tomármelo? ¿Qué debería
de tomar?, pensaba Remus.
—No tomes nada de lo que Quejicus te dé, Lunático —exclamaron
James y Sirius, mirando a su amigo castaño.
—Maduren —fue lo único que dijo (gruñó) Snape al ver a los dos
merodeadores pelinegros que trataban de convencer a su amigo de que no tomara
nada de lo que él le diera.
Son tan estúpidos, eso ni
siquiera ha pasado, pensaba Snape.
—Sí,
sí, enseguida —dijo Lupin.
—He
hecho un caldero entero. Si necesitas más…
—Seguramente
mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.
—¿Acaso nos estás traicionando con Quejicus, Lunático?
—preguntaron James y Sirius, con rostros horrorizados.
—Remus nunca los traicionaría, él es leal, no como otros
—defendió Hermione.
—¿Eso quiere decir que tú sabes que es lo que le da Quejicus a
Lunático? —preguntó James a Hermione.
—Tal vez es una poción para dominarlo, Cornamenta —dijo Sirius.
Hermione rodó los ojos.
—¿Una poción para dominarlo? —dijo Hermione—. Creí que eso hacia
la maldición Imperius, además, lo que
el profesor Snape —los dos merodeadores de cabellera negra hicieron una mueca
al escuchar que Hermione lo llamaba «profesor» a Quejicus—, le da, es una
poción que lo hará sentir mejor. Aunque el sabor no sea muy agradable —agregó.
Remus que estaba atento a la conversación de sus amigos con
Hermione, se preguntaba en que lo haría sentir
mejor esa poción.
—De
nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harry no le
gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.
Harry
miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió.
—El
profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción (¿Amablemente?, ironizó James. A lo que Sirius agregó:
Seguramente lo hizo con otros fines, y de seguro nada bueno) —dijo—.
Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente
difícil. —Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió,
tomando un sorbito y torciendo la boca.
Hermione miró a su futuro esposo con pena, por tener que
soportar tomar esa horrible poción, pero sabía que esa poción era la única vía
que no lo hacía perderse así mismo.
Remus captó su mirada, y ella la desvió hacia Luna.
—¿Por
qué…? —comenzó Harry.
Lupin
lo miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular:
—No
me he encontrado muy bien (Los merodeadores
intercambiaron una mirada confundida, ¿acaso se refería a su licantropía? No podía ser cierto, no hay cura para mi
problema, pensaba Remus) —dijo—. Esta poción es lo único que me
sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos
capaces de prepararla.
Los merodeadores no pasaron de desapercibidos esa frase de:
«Esta poción es lo único que me sana».
¿Podría ser posible
encontrar una cura? ¿O al menos poder controlarse durante la luna llena?, pensaban los merodeadores.
El
profesor Lupin bebió otro sorbo y Harry tuvo el impulso de quitarle la copa de
las manos.
Snape miró con antipatía al hijo de su rival.
Tenía que ser un idiota
Potter, pensaba Snape.
—Bueno en ese momento pensé que el profesor Snape —dijo Harry, y
su padre y su padrino hicieron otra mueca al escuchar la palabra «profesor»
para referirse a Quejicus—, quería envenenar a Remus. Pero me alegro no haberle
quitado la copa, ya que él necesitaba esa poción —concluyó Harry.
—El
profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó.
—¿De
verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.
—Hay
quien piensa… —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay quien piensa
que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de
Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Le insinuaste a Remus que Severus quería envenenarlo? —preguntó
Lily a su hijo. El cual asintió.
—Aunque no creo que lo hubiera hecho, teniendo a Dumbledore tan
cerca —dijo Alice.
—Yo no sería capaz de envenenar a alguien —dijo Snape, con voz
agria—. Y ni siquiera a uno de los merodeadores
—agregó, pero cuando menciono la última palabra, lo dijo como si fuera una
grosería.
Lupin
vació la copa e hizo un gesto de desagrado.
—Asqueroso
—dijo—. Bien, Harry. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete.
—De
acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té. La copa, ya vacía, seguía echando
humo.
—No suena muy bien eso —comentó Sirius, refiriéndose a la
poción.
—Aquí
tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.
Un
chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry.
Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala
común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo
pasado mejor que en toda su vida.
Hermione y Ron miraron apenados a su amigo, el cual le quitó
importancia a ese hecho puesto que ya era pasado. O bueno, futuro en esa época.
—Gracias
—dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—.
¿Cómo es Hogsmeade? ¿Dónde habéis ido?
A
juzgar por las apariencias, a todos los sitios (No
nos dio tiempo de ver todo lo que queríamos, comentó Ron). A Dervish y
Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma
de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla
caliente con espuma, y a otros muchos sitios…
—¡La
oficina de correos, Harry! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en
anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una!
Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienes un poco,
mira.
Lily sonrió levemente porque su hijo tenía buenos amigos. Al
igual que James tiene buenos amigos en su época.
—Nos
ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente…
—Ojalá
te hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta.
—¿Y
tú que has hecho? —le preguntó Hermione—. ¿Has trabajado?
—No
—respondió Harry—. Lupin me invitó a un té en su despacho (Si que me lamente
no haberme quedado ese día con Harry, pensaba Hermione. Ya que si no
hubiera pasado la tarde con Harry y su profesor preferido). Y entró
Snape…
Les
contó lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.
—¿Y
Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?
—Bueno, por algo también lo llamamos “Lunático” —comentó Sirius,
y James rió quedamente, al igual que Remus.
Hermione
miró la hora, pero era evidente que a ella tampoco le agradaba que el profesor
Lupin aceptara algo que le diera a beber Snape.
Remus levantó la mirada hacia ella. Ella captó su mirada y se
sonrojó.
—Será
mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos.
Pasaron
por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.
—Pero
si él…, ya sabéis… —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—.
Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry.
—Eso suena lógico —comentó Angelina.
Y George asintió enérgicamente.
—Lo tienen dominado, y eso que ni siquiera son novios —susurró
Lee a Fred.
—Sí,
quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban
para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con
velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas
serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de
río.
Los que ya habían salido de Hogwarts recordaban con añoranza
esos banquetes de Halloween.
La
comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los
dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Harry no paraba de mirar a
la mesa de los profesores, lo mismo que Hermione, que mandaba miradas furtivas
hacia el profesor de DCAO (Nuevamente Remus miró a
Hermione, preguntándose porque la castaña estaba pendiente de él. Quizás sospecha de mi condición, pensaba
Remus). El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba
animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos.
Harry recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape.
¿Se lo estaba imaginando o Snape miraba a Lupin y parpadeaba más de lo normal?
—Vaya, Quejicus nunca creí que eras del otro band… —dijo Sirius,
pero el siseo de Snape lo interrumpió.
—Te permito todo, menos que insinúes eso, Black.
Todos miraron a Snape, el rostro del futuro profesor de Pociones
que generalmente era oliváceo ahora estaba rojo de ira. Mientras que Remus
también estaba rojo, pero de vergüenza por lo que había insinuado su amigo.
—Por favor, señorita Lovegood siga leyendo —dijo Dumbledore,
antes de que se armara un duelo.
Luna asintió y continúo leyendo.
El
banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de
los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick
Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una
representación de su propia desastrosa decapitación.
—No creo que me hubiera gustado presenciar eso en una cena
—comentó Andrómeda.
Muchos asintieron estando de acuerdo con la señora Tonks.
Fue
una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de Harry al
gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor:
—¡Los
dementores te envían recuerdos, Potter!
Los padres, padrino y Remus le dedicaron una mirada nada
amistosa a Draco.
El rubio no dijo nada, pero parecía apenado. Astoria que estaba
de la mano con el rubio le apretó la mano infundiéndole su apoyo.
Harry,
Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre
de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el
retrato de la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.
—¿Por
qué no entran? —preguntó Ron intrigado.
—Ah, es de eso de lo que habla el título de este capítulo
—comentó Ted.
Ginny asintió.
Harry
miró delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado.
—Dejadme
pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través
de la multitud, dándose importancia (Pomposo,
murmuraron los gemelos Weasley)—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible
que nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy el Premio Anual.
Los gemelos Weasley pusieron cara de fingida sorpresa.
—Vaya, Percy, si no lo dices ni cuenta nos damos —dijeron los
dos a coro.
Percy rodó los ojos.
La
multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un
aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz
repentinamente aguda:
—Que
alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.
—Eso quiere decir que es más grave de lo que pensaba —dijo Arthur.
Las
cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.
—¿Qué
sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su
aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los
alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry; Ron y Hermione
se acercaron un poco para ver qué sucedía.
—¡Anda,
mi madr…! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harry.
La
señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan
ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios
trozos grandes.
—¿Quién pudo haber hecho eso? —preguntó James.
Remus fue el primero en darse cuenta de lo que había sucedido. Su
amigo había querido ir a ver a su ahijado y seguramente al no lograr que la
señora gorda le diera pase, enojado rasgo el retrato.
—Creo que ya entendí lo que paso —susurró Remus.
Sirius que también había comprendido lo que había sucedido y había
logrado escuchar a Remus, volteo a mirarlo.
—Fui yo —susurró apesadumbrado.
Dumbledore
dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos
entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban
a toda prisa.
—Hay
que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall, dígale
enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del
castillo.
—Eso llevara mucho tiempo, y mientras los chicos no podrán pasar
a su sala común y habitaciones —dijo Frank.
—¡Apañados
vais! —dijo una voz socarrona.
—Déjame adivinar —dijo Andrómeda—. Peeves.
Los gemelos Weasley asintieron.
Era
Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada
vez que veía a los demás preocupados por algún problema.
—¿Qué
quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de
Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz
empalagosa que no era mejor que su risa.
—Le
da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer.
La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor; esquivando los
árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin
convicción.
—Peeves nunca sentiría pena por nadie —comentó Padma.
—Pero en ocasiones resulta útil —dijo Harry, recordando cuando
Peeves hacia desastres cuando Umbridge era la directa de Hogwarts.
—¿Dijo
quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí,
señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus
brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio
una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias
piernas—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.
Sirius no dijo nada al respecto, y aunque sabía que su yo del futuro
había hecho mal, también sabía que si había actuado de esa manera había sido
por algo.
Seguramente querría
hablar con mi ahijado, pensaba Sirius.
Y para levantarse el ánimo, nuevamente se repitió mentalmente lo
que le había dicho Crookshanks. «No te preocupes, tú eres inocente, no
hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro».
Buena noches, mis queridas lectorasAntes que nada quería pedirles disculpas por no haber actualizado, pero es que tenía muchos trabajos en la universidad y no tenía tiempo para subir el capítulo. En verdad les pido disculpas, solo espero que ninguna quiera lanzarme un Crucio.Bueno, espero que disfruten del capítulo y les aviso que la otra semana subo el siguiente capítulo. Y vuelvo a aclarar no abandonare la historia, podre demorarme, pero no la abandonare.Me despido, que tengan una linda, mañana/tarde/nocheLas quiero ♥
soy feliz, que bueno que pudiste actualizar, extrañaba mucho leer un nuevo capitulo, todos los días veía la pagina para ver si había algo nuevo, es lógico que no hayas podido actualizar, había llegado a la conclusión de que no podías por los estudios, ojala te este yendo bien en la universidad.
ResponderEliminareste capitulo lo siento como mi regalo de cumpleaños atrasado jksajkaj, me gusto mucho, me gustan las acotaciones que haces en la historia sobre hermione, como eso de que miraba a remus en la cena... yo siempre me trataba de formular una historia de por que el gato de hermione hacia las cosas que hacia y por que se relacionaba con Sirius, hasta una vez pensé que era un animago, pero me gusto tu forma de relatar el hecho, bueno eso, me gusto mucho y estaré esperando muy ansiosa el próximo capitulo.
besos y cuídate mucho y que tengas éxito...
ame el capitulo, sobre todo la conversacion de Sirius y Crookshansk ♥
ResponderEliminarque estes bien y actualiza pronto
Gracias por subir capítulo espero y te este llendo muy bien en tus estudios y esperare con muchísima emoción el proximo capitulo en verdad tienes todo mi apoyo como fan de lo que escribes
ResponderEliminarSuerte y exito ☺🎓
oh, por favor actualiza pronto, me fascino la conversacion entre Canuto y el gato de Hermione, y tambien las miradas que se dirigian Remus y Hermione
ResponderEliminarespero que puedas actualizar pronto
Hola! Recién me di cuenta que actualizaste :'v Ni sabia que Crookshanks era mitad kneazle(tampoco sabia que era eso , ¡ay de mi!) , tengo que comprarme aquel libro :v
ResponderEliminarBueno, bueno seré breve , por favor actualiza pronto c:
Besoos
por favor actualiza, muero por leer el siguiente capitulo
ResponderEliminar¡¡¡Merodeadora, actualiza!!!
ResponderEliminarOh, Dioses, me fascino el capitulo, siento no haber comentado antes, pero es que no tenía tiempo por la universidad, pero fue un gran capitulo, espero que actualices pronto
ResponderEliminarque estés bien
besos
me encanto el capitulo, así que te pido, no, te ordeno que actualices ¡YA!
ResponderEliminarporfis actualiza, extraño leer, cada vez se pone mas buena la historia, ya quiero que llegue el momento cuando hermione se da cuenta de que Remus es un licantropo, bueno eso, cuidate mucho y que te este yendo muy bien en tus estudio y en todo.
ResponderEliminarActualiza por favor en verdad quiero saber mucho mas de remus y hermione, espero y te encuentres perfectamente y te este llendo genial en tus estudios☺
ResponderEliminarhola... oye cuando subes??, soy de tus mayores fans pero no tenia blog para comentar jajajaja, me encanta tu historia y espero con ansias cuando actualices, una pregunta cuando Rmus se dara cuenta que Mione esta embarazada de él, o que es su esposa ?? gracias adoro tu historia
ResponderEliminarHola antes de comentar el capitulo, feliz navidad y que tengas un propero año nuevo. Ahora si me encantó el capitulo, y como buen dicho muggle nunca se acaba el dia sin haber aprendido o descubierto algo nuevo, y yo h aprendido que Crookshanks era por decirlo de algun modo un gato mestizo. Aparte de que me encanta la conversacion de Sirius con él, es raro a mi forma de ver que un gato te diga que no te preocupes por como habla el libro de él (Sirius), o la forma en la que se sienten los chicos al ver que se entristece de alguna forma aunque diga que no le afecta.
ResponderEliminarEpsero actualices pronto,
Besos Lily
por fis actualiza, la historia esta muy buena, ya quiero saber que ocurre
ResponderEliminarHola Feliz navidad¡¡¡ Porfa actualiza pronto tu historia es una de las mejores y no me gustaría que la dejaras ya que va muy avanzada, porfa porfa actualiza pronto...¡¡¡ saludos¡
ResponderEliminarhay algo que no cuadra un poquito.... a uno de los weasley, a Vill, lo mordió frenrrir Greybac, o bueno como se escriba... como es conocido por todos, cuando él fue mordido en su cara le quedaron heridas y razgos de lo que le havía sucedido. Es más, su temperamento cambió un poco en lo que se refiere a sus gustos culinarios pues le empezaron a gustar sus alimentos crudos... por otro lado en la época cumbre de la guerra, es decir en el último libro a uno de los jemelos snape sin intención claro está, le cortó una oreja con un septunsembra... sin embargo tanto vill, como Georje aparecen sin ningún tipo de heridas ... me parece que deberías reparar un poco en ese detalle gracias y sigue publicando
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