martes, 17 de noviembre de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 8: La huida de la señora gorda


Todo estaba oscuro en la Sala de los Menesteres, y eso era obvio, porque en ese momento todos dormían —porque aunque el tiempo estuviera parado, eso no quería decir que los que habitaban la sala no durmieran, ni comieran—, todos, menos cierto animago. En ese momento el mago en su forma de un gran perro negro se encontraba sentado casi al medio de la sala, pensativo. Todo lo que había escuchado acerca de su futuro le preocupaba. ¿En qué momento su vida cambio tanto? ¿Por qué lo creían un criminal? ¿En verdad habría hecho cosas realmente malas? Todas esas eran las preguntas que se hacía cierto animago. Cuando de pronto el perro con su sensible oído escucha unos pasos ligeros y gráciles, sus ojos grises giraron hacia el lugar de donde venían esos pasos, y con sorpresa vio al gato de Hermione. Crookshanks.
El gato siguió caminado con su cola esponjosa levantada, y paro a solo dos pasos del perro.
Hola, amigo Canuto —saludó Crookshanks, con confianza.
El perro levanto una oreja, en señal de sorpresa.
Hola —dijo el perro, no muy seguro—, ¿puedes entenderme? —cuestionó.
Sí. Y tú también a mí —respondió el gato de color jengibre.
Cierto —respondió Canuto.
Estás preocupado —no fue una pregunta, fue una afirmación—, aunque no tan preocupado como cuando te conocí.
Canuto no respondió. Pero luego dijo:
Eres un gato raro.
Eso dijiste cuando me conociste —recordó Crookshanks.
¿Qué haces aquí? ¿Cómo saliste de la habitación de la castaña? —preguntó Canuto.
—Mi humana Hermione, siempre deja la puerta entre abierta antes de acostarse a dormir, creo que aún está un poco temerosa. Así que por eso pude salir —contestó el gato.
¿Temerosa? —preguntó el perro.
Antes tenía muchas pesadillas y no le gustaba ver la puerta de su habitación cerrada. Ya sabes, la guerra deja heridas que demoran en sanar, y algunas nunca sanan.
No hablas como un gato debería hablar.
Tú tampoco hablas como un perro debería de hablar —replicó Crookshanks.
Porque soy un humano —dijo Canuto—, bueno, quizás ahora no, pero la mayor parte del tiempo lo soy —alegó, al ver la mirada que le dedicaba el gato.
Bueno, yo soy mitad kneazle.
¿En serio?
Sí.
Genial. Pero ¿no hay que tener una licencia para tener a alguien como tú, como mascota?
Eso dicen, pero mi humana no tiene una licencia, y no le han dicho nada al respecto.
Ambos se quedaron callados, por unos minutos.
¿Ya estas más tranquilo? —preguntó Crookshanks.
Creo que sí —respondió Canuto.
No te preocupes, tú eres inocente, no hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro.
¿Cómo puedes estar tan seguro?
Porque yo confió en ti —Canuto se sorprendió ante esta confesión—, igual que tus amigos, tu ahijado, mi humana, el pelirrojo —dijo refiriéndose a Ron—, y su familia, y muchas personas más también confían en ti.
Canuto se quedó pensativo. Pero luego se vio en él una sonrisa perruna.
Gracias.
De nada. Sabes, yo nunca imagine tener a un perro como amigo, pero he reconocer que tú eres el mejor perro, me caes bien. Por eso trate de atrapar a esa rata para ti, para que puedas demostrar tu inocencia, lamento no haber podido cumplir mi propósito.
Espera, ¿qué rata? ¿De qué me estás hablando? —preguntó Canuto.
Pues la rata traicionera. Te hablo de la rata, que tanto dolor te causo a ti y por la cual pasaste doce años en prisión —respondió el gato de cara aplastada.
¿Qué? —dijo Canuto, con confusión.
Creo que ya debo volver con mi humana. Adiós, amigo Canuto —se despidió Crookshanks, y dando media vuelta, casi corrió hasta meterse en la habitación de Hermione.
Está loco, o muy hambriento, pensó Canuto.
Después de eso, el animago también volvió a su habitación, un poco más tranquilo por las palabras de Crookshanks.
Te acostó en su mullida cama, pero antes de perderse en la inconsciencia del sueño, escucho en su cabeza las palabras del gato jengibre «Pues la rata traicionera. Te hablo de la rata, que tanto dolor te causo a ti y por la cual pasaste doce años en prisión».

***

Todos los habitantes de la Sala de los Menesteres estaban nuevamente sentados tomando el desayuno preparado por Kreacher; y por supuesto el que más disfrutaba del desayuno era Ron, ya que comía como si no existiera un mañana, mientras Luna miraba sonriente a Ron.
—No sé cómo Luna puede aguantar a mi hermano cuando come de esa manera —le comentó Ginny a Harry, este solo sonrió.
—Tal vez ya se acostumbró a eso —respondió Harry.
Por otra parte los gemelos Weasley conversaban en susurros, como si estuvieran planeando algo, tal vez planeando una broma a uno de sus hermanos, o tal vez solo disfrutando de la compañía uno del otro, ya que fueron seis meses donde ellos estuvieron separados por la muerte de uno de ellos.
Lily y James desayunaban y de vez en cuando admiraban a su hijo conversar con su novia para luego sonreírse entre ellos.
Hermione conversaba con Neville y los padres de estos, mientras Remus Lupin la miraba, no podía creer que Hermione estuviera casada con un licántropo.
Es por eso que la otra vez defendió a los licántropos. Porque su esposo es uno, pensó Remus.
Siguió detallándola, cada gesto, cara sonrisa, cada peca de su piel —que no muchos notaban, pero que él sí— la forma de mover las manos, el sonrojo que teñía sus mejillas cada vez que se avergonzaba. Pero ¿por qué esas manías le parecían tan familiares?
Luego vio como Hermione bajaba su mano derecha y la posaba en su abultado vientre.
—¡Merlín! —murmuró.
Hermione está esperando un hijo de un licántropo… eso podría ser peligroso, pensó.
—¿Sucede algo, Lunático? —le preguntó James a su amigo, al verlo palidecer de pronto.
Remus negó con la cabeza. Y James asintió, y se volvió para ver a su otro amigo. Sirius miraba directamente a Crookshanks —el gato se relamía la leche que había quedado en su hocico— y parecía muy concentrado.
—¿Te enamoraste del gato, Canuto? —bromeó James.
Sirius salió de su concentración para mirar a su amigo de gafas redondas.
—Estás loco, Cornamenta. A mí me gustan las mujeres —respondió el ojigris—, pero debo reconocer que ese gato me cae bien, aunque es raro.
—¿Raro? —preguntó James.
—Luego te explico —respondió Sirius, dejando intrigado a su amigo.

Minutos después todos terminaron de desayunar y las bandejas, platos, cubiertos y copas desaparecieron de las mesas.
Dumbledore se aclaró la garganta antes de hablar.
—Continuaremos con la lectura —dijo el director, con el libro en la mano—. ¿Alguien podría leer el capítulo que sigue?
—A mí me gustaría leer —dijo una sonriente Luna.
El libro levito hasta llegar a las manos de la rubia. Luna abrió el libro y busco el capítulo que continuaba.
“La huida de la señora gorda” —leyó.
—¿Qué le hicieron a la señora gorda, para que huya? —preguntó Fabian.
Los Gryffindor del futuro recordaron esa mala temporada, ya que tuvieron que soportar al retrato de Sir Cadogan.
Pero nadie dijo nada al respecto, así que Luna empezó a leer.
En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría (Oíste, Lunático, aman tus clases, dijo Sirius codeándole en el estómago a su amigo castaño, el cual ahora tenía las mejillas sonrosadas). Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin:
—Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.
Remus se sonrojó completamente y no miraba a nadie por la vergüenza que sentía por su mala condición económica.
Lucius sonrió socarronamente.
Hermione fulminó con la mirada a Draco.
James y Sirius también miraron a Draco, pero notaron que tenía una mirada de disculpa, pero luego se dieron cuenta de la sonrisa de Lucius.
—Borra esa sonrisa, Malfoy —dijo James, con el tono de voz unas octavas más altas.
—No importa las ropas de Remus, ya que él tiene un corazón noble, pero —dijo con despreció Sirius—, ni vistiendo esas ropas tan caras y finas podrás quitar la maldad que llevas dentro.
Narcissa miró a su primo con furia, iba a replicar, pero luego se dijo que ese no era el comportamiento de una dama.
Luego de que todos se calmaran, Luna siguió leyendo.
Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída (Claro que no, dijeron los que en el futuro fueron alumnos de Remus). Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera (Por supuesto que tienen que ser interesantes. Es de Lunático de quien estamos hablando, dijo James. Y Remus se sonrojó ante el alago de su amigo). Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban (Unas criaturas muy agradables, ironizó Ron. Y Hagrid haciendo referencia de sus gustos tan extravagantes dijo: Esto de acuerdo contigo, Ron.). De los gorros rojos pasaron a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.
Andrómeda hizo un gesto de desagrado al oír esto último.
Harry habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones (Estoy de acuerdo contigo, hijo/cachorro, dijeron James y Sirius a la vez. Mientras Snape miraba con desprecio a los merodeadores y a Harry). Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido (Que lastima, dijo James fingiendo sentir pena, pero claramente se notaba la burla). A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora (No deberías ser tan rencoroso, Snape, dijo Sirius, y luego agregó: Y deberías de reconocer que fue gracioso el boggart. Snape murmuró cosas por lo bajo. Lo más seguro es que eran maldiciones hacia los dos merodeadores de cabellera negra). A Neville lo acosaba más que nunca.
Alice miró con furia al futuro profesor de Pociones, pero antes de que dijera algo Frank le susurró.
—Luego resolveremos esto, y si, sé que es difícil contenerse, pero ahora lo más importante es averiguar porque Neville no se crio con nosotros.
Alice miró a su esposo y asintió, ella también quería saber lo mismo, y dirigiendo una mirada a su hijo suspiró.
Harry también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que lo miraba (Lily y James bufaron con molestia ante la mención de la profesora de Adivinación). No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban (La profesora Trelawney nos decía cosas muy interesantes, defendió Parvati al recibir varias miradas incrédulas. Por su parte Hermione solo rodó los ojos, un poco exasperada). Habían comenzado a hablarle a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.
—Era muy molesto —admitió Harry, haciendo sonrojar a Parvati.
A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.
Hagrid se sonrojo, era cierto había perdido toda la confianza y entusiasmo que tenía al comienzo y todo por la desobediencia de Malfoy.
—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.
Alice hizo una mueca de asco.
A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a Harry, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch (Por fin quidditch, dijo James, sonriendo como niño con juguete nuevo) y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor; convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.
—Aún recuerdo esa maravillosa tarde como si fuera ayer —dijo Fred—, ¿la recuerdas, Feorge? —preguntó a su gemelo.
—Oh, como olvidarla —respondió George, sonriendo con burla a Oliver. Este frunció el ceño.
En un equipo de quidditch había siete personas: tres cazadores, cuya función era marcar goles metiendo el quaffle (un balón como el de fútbol, rojo) por uno de los aros que había en cada lado del campo, a una altura de quince metros; dos golpeadores equipados con fuertes bates para repeler las bludgers (dos pesadas pelotas negras que circulaban muy aprisa, zumbando de un lado para otro, intentando derribar a los jugadores); un guardián que defendía los postes sobre los que estaban los aros; y el buscador; que tenía el trabajo más difícil de todos, atrapar la dorada snitch, una pelota pequeña con alas, del tamaño de una nuez, cuya captura daba por finalizado el juego y otorgaba ciento cincuenta puntos al equipo del buscador que la hubiera atrapado.
Lily, Hermione, Alice y otras chicas que no eran muy compatibles con este deporte rodaron los ojos, mientras que los chicos estaban atentos de escuchar la descripción del deporte, aun sabiendo de memoria cuales eran las reglas del juego.
Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba quedando a oscuras.
—Oh, nuestro obsesivo capitán en su último curso —se burló Fred.
—Aunque, he de admitir que ese discurso me conmovió un poco, solo un poco —dijo George.
—Sí, y lo bueno fue que esta vez no nos quedamos dormidos —dijeron los gemelos Weasley a la vez, causando algunas risitas, y una mirada severa de Oliver.
—Es nuestra última oportunidad…, mi última oportunidad… de ganar la copa de quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos…, cancelación del torneo el curso pasado… —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el mejor… equipo… de este… colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Katie Bell (Cuando mencionaron a Katie, Lee empezó a decirles algo a los gemelos y luego miraron a la aludida y a Oliver)—. Tenemos dos golpeadores invencibles.
Fred y George se levantaron de su asiento e hicieron unas reverencias exageradas.
—Sabemos que nos amas, Oliver, pero no seas tan obvio —volvieron a decir los gemelos Weasley, haciendo sonrojar a Oliver.
Se escucharon algunas risas.
—Déjalo ya, Oliver; nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban.
Nuevamente se escucharon las risas.
—¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible (Eres el mejor, cachorro, dijeron James y Sirius a la vez, avergonzando a Harry)—. Y estoy yo —añadió.
—Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.
—Un guardián muy chachi —confirmó Fred.
—Algo obsesivo… —dijo George.
—En realidad muy obsesivo, pero muy bueno —dijo Fred.
—La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Harry se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella…
Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.
—Y eso ya es decir mucho, ya que Fred y George son un par de insensibles —comentó Percy.
—¿Insensibles? ¿Nosotros? —preguntaron indignados los gemelos.
—El único insensible de la familia, es el pequeño Ronnie —dijo Fred.
—A mí no me metan en sus cosas —les reclamó Ron, pero Fred y George ignoraron a su hermano.
—Además, Percy, no te hagas, que sabes perfectamente que nosotros le ponemos la chispa a tu vida tan pomposa —volvieron a hablar los gemelos.
Esto causo la risa de sus tíos Fabian y Gideon, los merodeadores, y los demás chicos del futuro.
Cuando se hubieron calmado, Luna retomo la lectura.
—Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.
—Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.
—Por supuesto —corroboró Harry.
—¡Claro que sí! Gryffindor tiene el mejor equipo —dijo James, pero al notar las miradas que le dedicaban las otras casas, se escondió detrás de Lily.
—No dejes que me miren así, pelirroja de mi corazón —le susurró al oído.
Lily no pudo más que sonreír ante el infantilismo de su novio.
Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata.
Una tarde, después del entrenamiento, Harry regresó a la sala común de Gryffindor con frío y entumecido, pero contento por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontró la sala muy animada.
—¿Por qué estaban más animados? —preguntó Ted, a nadie en especial.
—¿Qué ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de Astronomía.
—Primer fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.
Lily sintió pena de que su hijo se perdiera la primera salida a Hogsmeade.
—Así que era por eso que estaban tan animados —dijo Ted.
—Pero eso no será muy beneficioso para Harry, ya que no podrá ir —susurró Alice.
Harry, Ron y Hermione sonrieron.
—Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harry por el agujero del retrato—. Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.
Molly y McGonagall miraron con severidad a Fred, y este solo sonrió inocentemente.
Harry se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría lo abandonó. Hermione comprendió lo que le pasaba.
—Harry, estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.
—Lo siento —le dijo una sonrojada Hermione a Sirius.
Sirius asintió, pero el buen humor que sentía, también lo abandono al igual que a su ahijado de la época del libro. Y cuando iba a hablar, noto una mirada sobre él. Miró al frente y noto que Crookshanks no le quitaba la mirada de encima. Entonces recordó lo que le había dicho el gato en la noche: «No te preocupes, tú eres inocente, no hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro». Y aunque la Hermione del libro no había dicho nada malo sobre él, sabía que lo consideraba un criminal.
Pero por extraño que parezca, decidió hacerle caso al gato de cara aplastada, que lo seguía mirando con insistencia.
¿En verdad me habré hecho amigo de ese gato en el futuro?, se preguntaba el animago.
—Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a McGonagall si puedes ir ahora, Harry. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión.
—Que ánimos le das a tu amigo, Ron —comentó Charlie, con cierta ironía en la voz.
—Yo solo quería animarlo para que vaya a hablar con la profesora McGonagall para que le diera permiso —de justificó Ron, con las orejas sonrojadas.
—No creo que yo pueda darle ese permiso al señor Potter —dijo McGonagall, y antes de que alguno de los merodeadores replicara, continuó—: Solo un familiar podría dar su permiso para que así pueda salir.
—¡Ron! —dijo Hermione—. Harry tiene que permanecer en el colegio…
—No puede ser el único de tercero que no vaya. Vamos, Harry, pregúntale a McGonagall…
—Sí, lo haré —dijo Harry, decidiéndose.
Hermione abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento Crookshanks saltó con presteza a su regazo.
Una araña muerta y grande le colgaba de la boca.
Ron se estremeció ante la mención de la palabra «araña».
—¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.
—Bravo, Crookshanks, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione.
Crookshanks masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos en Ron.
Crookshanks no te soportaba, al igual que tú a él, en esa época —comentó Ginny, con una sonrisita burlona.
Ron hizo una mueca de desagrado ante el comentario de su hermana.
—Es un poco raro el comportamiento de ese gato —comentó Andrómeda.
—Ni que lo digas, querida prima —susurró Sirius, mirando de reojo al gato.
—No lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—. Scabbers está durmiendo en mi mochila.
Ron volvió a hacer una mueca de molestia, pero ahora por la mención del traidor.
Harry bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Cogió la mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.
—Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry.
—Esos sí que son los buenos amigos, ¿no lo crees, Fabian? —preguntó Gideon a su gemelo.
—Oh, por supuesto que sí —contestó Gideon, pero al ver las miradas severas de Molly, McGonagall, Hermione, y Lily, dijo—: Aunque no se debe copiar, eso es muy malo.
Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo nada (Ese es un comportamiento digno de Lunático, castaña, comentó Sirius). Crookshanks seguía mirando a Ron sin pestañear; sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto.
—¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que Crookshanks clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza—. ¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAIAL!
Ron intentó arrebatar la mochila a Crookshanks, pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola.
Crookshanks no le da tregua al pobre de Scabbers —comentó James.
—¿Pobre? Veamos cuando se entere de lo que le hizo ese pobre a él, a su esposa y a sus amigos, lo sigue considerando “pobre” —susurró Ron.
—¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas a la mochila, con Crookshanks agarrado todavía a ella, y Scabbers salió dando un salto…
—¡SUJETAD A ESE GATO! —gritó Ron en el momento en que Crookshanks soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada Scabbers.
—¡ESO CROOKSHANKS! —alentó Ron, desconcertando a todos por su comportamiento. Ya que el Ron del libro hubiera sido capaz de matar a Crookshanks si hubiera lastimado a su mascota, pero el Ron de la sala no le importaba si el gato lastimaba a su rata.
—No logro comprenderte, hijo —dijo Arthur a Ron.
—Nadie lo comprende —dijeron los gemelos Prewett.
—Ya lo comprenderán —respondió Ron, con un dejo de misterio en su voz.
Moody que se había mantenido callado, se preguntaba porque era tan importante leer sobre el gato queriendo atrapar a la rata. A cualquiera le parecería una acción normal de un gato, pero Moody presentía algo raro, así que apunto mentalmente averiguar que escondían Crookshanks y Scabbers.
George Weasley se lanzó sobre Crookshanks, pero no lo atrapó; Scabbers pasó como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja cómoda. Crookshanks patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.
Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a Crookshanks por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a Scabbers con alguna dificultad, tirando de la cola.
—¡Mírala! —le dijo a Hermione hecho una furia, poniéndole a Scabbers delante de los ojos—. ¡Está en los huesos! Mantén a ese gato lejos de ella.
Y no era por el gato precisamente, sino por un perro, pensó Ron, sintiendo cierta culpa, ya que él había tenido en sus manos al traidor, pero lo protegió de todos creyéndolo una simple rata indefensa. Y no solo eso, también por culpa del traidor se la paso peleando casi todo el curso con Hermione.
—¡Crookshanks no sabe lo que hace! —dijo la joven con voz temblorosa—. ¡Todos los gatos persiguen a las ratas, Ron!
—¡Hay algo extraño en ese animal! —dijo Ron, que intentaba persuadir a la frenética Scabbers de que volviera a meterse en su bolsillo—. Me oyó decir que Scabbers estaba en la mochila.
—Imposible —dijo Frank—, los gatos no entienden mucho a las personas.
Quizás un gato común y corriente no, pero si ese gato es mitad kneazle, pensó Sirius.
—Vaya, qué tontería —dijo Hermione, hartándose—. Lo que pasa es que Crookshanks la olió. ¿Cómo si no crees que…?
—¡Ese gato la ha tomado con Scabbers! —dijo Ron, sin reparar en cuantos había a su alrededor; que empezaban a reírse—. Y Scabbers estaba aquí primero. Y está enferma.
Ron se marchó enfadado, subiendo por las escaleras hacia los dormitorios de los chicos.
—Que dramático, pequeño Ronnie —dijeron los gemelos Weasley, desordenándole el cabello, Ron de saco las manos de sus hermanos con cólera.
—No soy dramático —se defendió.
—Sí, claro —dijo Charlie. Ron lo miró mal.

Al día siguiente, Ron seguía enfadado con Hermione. Apenas habló con ella durante la clase de Herbología, aunque Harry, Hermione y él trabajaban juntos con la misma Vainilla de viento.
—¿Cómo está Scabbers? —le preguntó Hermione acobardada, mientras arrancaban a la planta unas vainas gruesas y rosáceas, y vaciaban las brillantes habas en un balde de madera.
—Está escondida debajo de mi cama, sin dejar de temblar —dijo Ron malhumorado, errando la puntería y derramando las habas por el suelo del invernadero.
—Deberías de tener más cuidado, Ron. Las plantas son delicadas —aconsejó Neville.
—¡Cuidado, Weasley, cuidado! —gritó la profesora Sprout, al ver que las habas retoñaban ante sus ojos.
Luego tuvieron Transformaciones. Harry, que estaba resuelto a pedirle después de clase a la profesora McGonagall que le dejara ir a Hogsmeade con los demás, se puso en la cola que había en la puerta, pensando en cómo convencerla (Sera una tarea difícil, dijo Remus). Lo distrajo un alboroto producido al principio de la hilera. Lavender Brown estaba llorando (Parvati hizo una mueca de pena al recordar a su amiga y su penoso final). Parvati la rodeaba con el brazo y explicaba algo a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, que escuchaban muy serios.
Hermione rodó los ojos, recordando lo que sucedía en ese momento. Pero sintió pena por la rubia al recordar cuando Greyback la ataco.
Remus que había estado atento a cada gesto de Hermione, se preguntó porque su cambio de actitud. Ya que primero rodó los ojos, y luego su cara se contorsionó como si sintiera pena.
—¿Qué ocurre, Lavender? —preguntó preocupada Hermione, cuando ella, Harry y Ron se acercaron al grupo.
—Esta mañana ha recibido una carta de casa —susurró Parvati—. Se trata de su conejo Binky. Un zorro lo ha matado.
—Esa es una lástima —dijo Alice.
—¡Vaya! —dijo Hermione—. Lo siento, Lavender.
—¡Tendría que habérmelo imaginado! —dijo Lavender en tono trágico—. ¿Sabéis qué día es hoy?
—Eh…
—¡16 de octubre! ¡«Eso que temes ocurrirá el viernes 16 de octubre»! ¿Os acordáis? ¡Tenía razón!
—Espera un momento —dijo Sirius, y Luna dejo de leer—, todo eso es por las palabras de la loca de Trelawney.
Hermione asintió.
—Vaya, eso es… raro —dijo James.
—O simplemente casualidad —dijo Lily.
Toda la clase se acababa de reunir alrededor de Lavender. Seamus cabeceó con pesadumbre. Hermione titubeó. Luego dijo:
—Tú, tú… ¿temías que un zorro matara a Binky?
—Bueno, no necesariamente un zorro —dijo Lavender; alzando la mirada hacia Hermione y con los ojos llenos de lágrimas—. Pero tenía miedo de que muriera.
—Vaya —dijo Hermione. Volvió a guardar silencio. Luego preguntó—: ¿Era viejo?
—No… —dijo Lavender sollozando—. ¡So… sólo era una cría!
—No comprendo —dijo Ted—, si no era viejo, entonces como temía que muriera.
Snape por su parte estaba contando hasta cien para no explotar, todo eso de las predicciones de Trelawney lo veía tan estúpido.
Parvati le estrechó los hombros con más fuerza.
—Pero entonces, ¿por qué temías que muriera? —preguntó Hermione. Parvati la fulminó con la mirada—. Bueno, miradlo lógicamente —añadió Hermione hacia el resto del grupo—. Lo que quiero decir es que…, bueno, Binky ni siquiera ha muerto hoy. Hoy es cuando Lavender ha recibido la noticia… —Lavender gimió—. Y no puede haberlo temido, porque la ha pillado completamente por sorpresa.
—Sí, yo también lo encuentro lógico —comentó Angelina.
—Y yo también —dijo George, mirando a Angelina, embelesado.
Fred se rió de su gemelo por lo bajo.
—No le hagas caso, Lavender —dijo Ron—. Las mascotas de los demás no le importan en absoluto.
—Tú tampoco parecías comportarte muy delicado, Ron —comentó Bill.
La profesora McGonagall abrió en ese momento la puerta del aula, lo que tal vez fue una suerte. Hermione y Ron se lanzaban ya miradas asesinas, y al entrar en el aula se sentaron uno a cada lado de Harry y no se dirigieron la palabra en toda la hora.
—Vaya, Harry Potter, te compadezco —dijeron los gemelos Prewett—. No debió ser nada fácil estar en medio de ese par.
—Bueno… —empezó Harry.
—No digas nada, Harry, porque tú eres peor cuando te enojas —le dijo Hermione.
Harry miró a su amigo pelirrojo buscando apoyo.
—Sí, no estabas de muy buen humor en nuestro quinto curso —le recordó Ron.
Harry hizo una mueca, pero sabía que sus amigos tenían razón.
Harry no había pensado aún qué le iba a decir a la profesora McGonagall cuando sonara el timbre al final de la clase, pero fue ella la primera en sacar el tema de Hogsmeade.
—¡Un momento, por favor! —dijo en voz alta, cuando los alumnos empezaban a salir—. Dado que sois todos de Gryffindor; como yo, deberíais entregarme vuestras autorizaciones antes de Halloween. Sin autorización no hay visita al pueblo, así que no se os olvide.
Neville levantó la mano.
—Perdone, profesora. Yo… creo que he perdido…
Neville se sonrojó al recordar ese momento, mientras algunos reían disimuladamente.
—Tu abuela me la envió directamente, Longbottom —dijo la profesora McGonagall—. Pensó que era más seguro (Y tenía razón, susurró Neville aun sonrojado). Bueno, eso es todo, podéis salir.
—Pregúntaselo ahora —susurró Ron a Harry.
—Ah, pero… —fue a decir Hermione.
—Adelante, Harry —le incitó Ron con testarudez.
—Yo creo que si Fred o George, hubieran falsificado la firma del tío de Harry, hubiera tenido más suerte que con la profesora McGon… —Lee se calló al instante en que se dio cuenta de que la profesora de Transformaciones lo mira con reproche.
—Nosotros le dimos algo mejor —dijo George, sonriendo como si hubiera hecho una travesura.
—Oh, sí. Definitivamente lo que le dimos fue mejor —corroboró Fred.
—¿Qué le dieron? —preguntó Terry Boot.
Ninguno de los gemelos contestó, solo sonrieron.
Por su parte Molly tenía una mano sobre su prominente vientre, y miraba a sus futuros hijos gemelos.
No hay duda, su comportamiento es igual al de mis hermanos, pensaba Molly.
Harry aguardó a que saliera el resto de la clase y se acercó nervioso a la mesa de la profesora McGonagall.
—¿Sí, Potter?
Harry tomó aire.
—Profesora, mis tíos… olvidaron… firmarme la autorización —dijo.
—Eso era obvio que no funcionaría —dijo Seamus.
—Tenía que intentarlo —dijo Harry.
—Tal vez si se lo hubieras pedido entre lágrimas, puede y le llegabas a lo más profundo de su corazón y te daba el permiso —dijo Justin Finch-Fletchley, pensativo.
—Señor Finch-Fletchley —lo regañó McGonagall.
—Lo siento —se disculpó el Hufflepuff.
La profesora McGonagall lo miró por encima de sus gafas cuadradas, pero no dijo nada.
—Y por eso… eh… ¿piensa que podría… esto… ir a Hogsmeade?
La profesora McGonagall bajó la vista y comenzó a revolver los papeles de su escritorio.
—Me temo que no, Potter. Ya has oído lo que dije. Sin autorización no hay visita al pueblo. Es la norma.
Si Petunia no me detestara tanto, seguro le hubiera firmado la autorización, pensaba Lily sintiendo pena por su hijo.
—Oh, ese Vernon Dursley… —Lily escuchó que su novio murmuraba con ira contenida.
—Pero… mis tíos… ¿sabe?, son muggles. No entienden nada de… de las cosas de Hogwarts —explicó Harry, mientras Ron le hacía señas de ánimo—. Si usted me diera permiso…
—Pero no te lo doy —dijo la profesora McGonagall poniéndose en pie y guardando ordenadamente sus papeles en un cajón (Parece nerviosa, profesora, dijeron los gemelos Prewett. McGonagall no contestó, pero ella también se había dado cuenta de ello)—. El impreso de autorización dice claramente que el padre o tutor debe dar permiso. —Se volvió para mirarlo, con una extraña expresión en el rostro. ¿Era de pena?—. Lo siento, Potter; pero es mi última palabra. Lo mejor será que te des prisa o llegarás tarde a la próxima clase.
—Vaya, profesora —dijo Lee—, cambio de tema al estilo de Hagrid.
A McGonagall y a Hagrid se pusieron las mejillas sonrosadas al escuchar unas risitas.

No había nada que hacer. Ron llamó de todo a la profesora McGonagall (¡Señor Weasley!, exclamó McGonagall con sorpresa. A lo que un Ron sonrojado dijo: “Lo siento, profesora”) y eso le pareció muy mal a Hermione. Hermione puso cara de «mejor así», lo cual consiguió enfadar a Ron aún más, y Harry tuvo que aguantar que todos sus compañeros de clase comentaran en voz alta y muy contentos lo que harían al llegar a Hogsmeade.
Los compañeros de casa de Harry, y los que eran de otras casas, sintieron pena por el pelinegro, puesto que ellos no hacían a propósitos esos comentarios.
—Por lo menos te queda el banquete. Ya sabes, el banquete de la noche de Halloween.
—Sí —aceptó Harry con tristeza—. Genial.
—No parece ser un gran consuelo —comentó Dean.
El banquete de Halloween era siempre bueno, pero sabría mucho mejor si acudía a él después de haber pasado el día en Hogsmeade con todos los demás. Nada de lo que le dijeran le hacía resignarse. Dean Thomas, que era bueno con la pluma, se había ofrecido a falsificar la firma de tío Vernon (Todos miraron al chico de tez oscura, sobre todo McGonagall que lo miraba desaprobatoriamente, mientras que James y Sirius lo miraban con simpatía), pero como Harry ya le había dicho a la profesora McGonagall que no se la habían firmado, no era posible probar aquello. Ron sugirió no muy convencido la capa invisible, pero Hermione rechazó de plano la posibilidad recordándole a Ron lo que les había dicho Dumbledore sobre que los dementores podían ver a través de ellas.
Sirius frunció el ceño al saber que su yo del futuro seria perseguido por esas criaturas tan desagradables.
Percy pronunció las palabras que probablemente le ayudaron menos a resignarse:
—Arman mucho revuelo con Hogsmeade, pero te puedo asegurar que no es para tanto —le dijo muy serio—. Bueno, es verdad que la tienda de golosinas es bastante buena, pero la tienda de artículos de broma de Zonko es francamente peligrosa. Y la Casa de los Gritos merece la visita, pero aparte de eso no te pierdes nada.
Varias miradas ofendidas fueron dirigidas a Percy, el cual se mantenía digno.
—Claro, ya se nos hacía raro que el pomposo no abriera la boca —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Y dices que la tienda de Zonko es peligrosa? —preguntó un ofendido Fabian.
—Pero si Zonko es la mejor tienda de todo Hogsmeade, bueno, aparte de la tienda de golosinas —dijo Gideon.
—Permiteme deferir de lo que has dicho de Zonko, tío Gideon —dijeron los gemelos Weasley.
—¡¿Qué?! —preguntaron unos indignados gemelos Prewett—. ¿Creí que les gustaban las bromas?
—Y nos gusta, pero… —empezó Fred.
—… una tienda mejor que Zonko abrirá sus puertas para todos los amantes de las bromas —terminó George.
—¿Qué quieren decir con eso? —preguntó Molly.
—Oh, ya verás, mamá. Ya verás —contestaron Fred y George al unisonó.

La mañana del día de Halloween, Harry se despertó al mismo tiempo que los demás y bajó a desayunar muy triste, pero tratando de disimularlo.
—Te traeremos un montón de golosinas de Honeydukes —le dijo Hermione, compadeciéndose de él.
—Sí, montones —dijo Ron. Por fin habían hecho las paces él y Hermione.
—Sí, habían hecho las paces, pero solo hasta su próxima pelea —dijo Harry.
—¡Harry! —exclamó Hermione, un poco indignada.
El pelinegro se encogió de hombros, mientras Hermione fruncía su ceño graciosamente, cosa que provoco ternura en Remus.
Deja de mirarla así, se regañó mentalmente Remus, recuerda que ella está casada, y con un licántropo. Y los licántropos son muy territoriales y posesivos con sus parejas. Y si yo tuviera pareja, tampoco me gustaría que se le quedaran mirando, aunque claro, no creo que vaya a tener una pareja.
—No os preocupéis por mí —dijo Harry con una voz que procuró que le saliera despreocupada—. Ya nos veremos en el banquete. Divertios.
—No creo que eso haya funcionado, no eres muy bueno ocultando lo que sientes —le dijo Ginny. A lo que Harry se sonrojó levemente.
Los acompañó hasta el vestíbulo, donde Filch, el conserje, de pie en el lado interior de la puerta, señalaba los nombres en una lista, examinando detenida y recelosamente cada rostro y asegurándose de que nadie salía sin permiso.
—¿Te quedas aquí, Potter? —gritó Malfoy, que estaba en la cola, junto a Crabbe y a Goyle—. ¿No te atreves a cruzarte con los dementores?
Una sonrisa se formó en los labios de Lucius. Miró a su futuro hijo de reojo, y si, definitivamente le agradaba más su hijo del libro que el que tenía sentado junto a él.
—Otra grandiosa aparición, Malfoy —gruñó Sirius a Draco.
—Lo único que diré en mi defensa es que molestar a Potter y a sus amigos, en esos tiempos era mi pasatiempo favorito —admitió Draco, con una ligera mueca de desagrado.
—¿Y ahora? —preguntó James, con enojo.
—Tengo otras prioridades —respondió el rubio, dando por terminada esa pequeña conversación.
Harry no le hizo caso y volvió solo por las escaleras de mármol y los pasillos vacíos, y llegó a la torre de Gryffindor.
—¿Contraseña? —dijo la señora gorda despertándose sobresaltada.
«Fortuna maior» —contestó Harry con desgana.
El retrato le dejó paso y entró en la sala común. Estaba repleta de chavales de primero y de segundo, todos hablando, y de unos cuantos alumnos mayores que obviamente habían visitado Hogsmeade tantas veces que ya no les interesaba.
—¡Harry! ¡Harry! ¡Hola, Harry! —Era Colin Creevey, un estudiante de segundo que sentía veneración por Harry y nunca perdía la oportunidad de hablar con él—. ¿No vas a Hogsmeade, Harry? ¿Por qué no? ¡Eh! —Colin miró a sus amigos con interés—, ¡si quieres puedes venir a sentarte con nosotros!
—Ese niño es un poco… molesto —comentó Andrómeda.
—Sí, bueno, ya no lo es… nunca más lo será —susurró Harry, con tristeza impregnada en su voz.
—¿Por qué dices eso, hijo? —preguntó Lily, que si lo había oído.
—Porque no creo que en una tumba pueda ser molesto —respondió Ron, un poco apenado.
Esa respuesta dejo en silencio a todos los del pasado.
—¡Ronald! —lo regañó Hermione, con los ojos brillantes por las lágrimas que evitaba que salieran.
—Lo siento, lo siento… tal vez no debí decirlo de esa manera —dijo un apesadumbrado Ron.
—Definitivamente no, Ronald —lo regañó Ginny.
Luego de que salieron poco a poco de conmoción de la noticia, Luna volvió a leer.
—No, gracias, Colin —dijo Harry, que no estaba de humor para ponerse delante de gente deseosa de contemplarle la cicatriz de la frente—.Yo… he de ir a la biblioteca. Tengo trabajo.
Después de aquello no tenía más remedio que dar media vuelta y salir por el agujero del retrato.
—¿Con qué motivo me has despertado? —refunfuñó la señora gorda cuando pasó por allí.
Harry anduvo sin entusiasmo hacia la biblioteca, pero a mitad de camino cambió de idea; no le apetecía trabajar (Bueno, sería una buena idea explorar todo el castillo, y hasta podrías encontrar pasadizos secretos, aconsejó James). Dio media vuelta y se topó de cara con Filch, que acababa de despedir al último de los visitantes de Hogsmeade.
—Aunque tendrías que llevar la capa de invisibilidad para burlar a Filch —dijo Sirius.
Remus sonrió ante la ocurrencia de sus amigos.
—¿Qué haces? —le gruñó Filch, suspicaz.
—Nada —respondió Harry con franqueza.
—No se lo creerá —dijo Fred.
—Sí, nosotros le respondimos muchas veces ese «Nada» y luego algunas bombas fétidas aparecían por los lugares por donde él pasaba —dijo George.
Molly y McGonagall miraban a los gemelos Weasley con desaprobación, mientras que los merodeadores y los gemelos Prewett sonreían.
—¿Nada? —le soltó Filch, con las mandíbulas temblando—. ¡No me digas! Husmeando por ahí tú solo. ¿Por qué no estás en Hogsmeade, comprando bombas fétidas, polvos para eructar y gusanos silbantes, como el resto de tus desagradables amiguitos?
Harry se encogió de hombros.
—Bueno, regresa a la sala común de tu colegio —dijo Filch, que siguió mirándolo fijamente hasta que Harry se perdió de vista.
—Eso es injusto, no puede ir a Hogsmeade y tampoco puede caminar por el castillo —dijo Susan Bones.
Pero Harry no regresó a la sala común; subió una escalera, pensando en que tal vez podía ir a la pajarera de las lechuzas, e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula:
—¿Harry? —Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin (Apareciste justo en el momento preciso, Lunático, dijo James y Sirius a la vez. A lo que el aludido solo sonrió), que lo miraba desde la puerta de su despacho—. ¿Qué haces? —le preguntó Lupin en un tono muy diferente al de Filch—. ¿Dónde están Ron y Hermione?
Hermione levanto la mirada y se encontró con los ojos de Remus, ambos se sonrojaron, pero no apartaron la mirada.
Si esa vez hubiera sabido que Harry se pasaba un momento con Remus, me hubiera quedado, pensaba Hermione.
—En Hogsmeade —respondió Harry; con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.
—Ah —dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.
—¿Un qué? —preguntó Harry.
Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.
—No me gusta los grindylowsk —comentó Padma.
—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.
—Esa infogmación me habgía sido de mucha utilidad hace tiempo —comentó Fleur.
—¿Tuviste algún problema con esos animales? —preguntó una curiosa Molly.
—Sí, pero supongo que se entegagan todo en el siguiente libgo —respondió la francesita.
—También aparecerás en los libros —preguntó Sirius, mirando a la esposa de Bill.
Pog supuesto —respondió Fleur.
—Creo que todos apareceremos en los libros, de una u de otra manera —dijo Luna, con voz soñadora.
El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón.
—¿Una taza de té? —le preguntó Lupin, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.
—Bueno —dijo Harry, algo embarazado.
Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.
—Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto.
—Que gracioso que eres, Lunático —dijo Sirius.
Remus se sonrojó, mientras James y Sirius sonreían.
Harry lo miró. A Lupin le brillaban los ojos.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Harry.
—Me lo ha dicho la profesora McGonagall —explicó Lupin, pasándole a Harry una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?
—No —respondió Harry.
Pensó por un momento en contarle a Lupin lo del perro que había visto en la calle Magnolia, pero se contuvo. No quería que Lupin creyera que era un cobarde y menos desde que el profesor parecía suponer que no podía enfrentarse a un boggart.
—No creo que pensara que eres un cobarde, más bien creo que lo hice para protegerte —dijo Remus.
—Algo así me dijiste en ese momento —afirmó Harry, mirando a un Remus adolescente.
—Vaya —susurró Remus.
Algo de los pensamientos de Harry debió de reflejarse en su cara, porque Lupin dijo:
—¿Estás preocupado por algo, Harry?
—No —mintió Harry. Sorbió un poco de té y vio que el grindylow lo amenazaba con el puño—. Sí —dijo de repente, dejando el té en el escritorio de Lupin—. ¿Recuerda el día que nos enfrentamos al boggart?
—Sí —respondió Lupin.
—¿Por qué no me dejó enfrentarme a él? —le preguntó.
Lupin alzó las cejas.
—Creí que estaba claro —dijo sorprendido.
—Pues evidentemente para el Harry de ese momento, no está muy claro, Lunático —dijo Sirius.
—¿Me estás diciendo tonto? —preguntó Harry, pareciendo ofendido.
—No —se apresuró a responder el animago.
Harry soltó una pequeña risita.
—Estaba bromeando —dijo.
—Me siento orgullo de que actúes como un merodeador —dijo James. Mientras que Sirius y Remus asentían.
—Peter también se hubiera sentido orgulloso —dijo Remus.
A lo que Harry hizo una mueca de desagrado, y cuando se dio cuenta de que los merodeadores se le quedaron mirando raro, fingió atorarse con la saliva, y tosió.
Harry, que había imaginado que Lupin lo negaría, se quedó atónito.
—¿Por qué? —volvió a preguntar.
—Bueno —respondió Lupin frunciendo un poco el entrecejo—, pensé que si el boggart se enfrentaba contigo adoptaría la forma de lord Voldemort.
Alice se estremeció un poco al escuchar el nombre de mago oscuro.
Harry se le quedó mirando, impresionado. No sólo era aquélla la respuesta que menos esperaba, sino que además Lupin había pronunciado el nombre de Voldemort. La única persona a la que había oído pronunciar ese nombre (aparte de él mismo) era el profesor Dumbledore.
—Es evidente que estaba en un error —añadió Lupin, frunciendo el entrecejo—. Pero no creí que fuera buena idea que Voldemort se materializase en la sala de profesores. Pensé que se aterrorizarían.
—En ese tiempo muchos nos hubiéramos aterrorizados. Yo uno de ellos —dijo Neville.
—¿Qué quieres decir con en «ese tiempo»? —preguntó Frank.
—Bueno, pues era tiempos malos —respondió Neville, enredándose con su respuesta. Levantó la mirada hacia Luna como suplicándole que siguiera leyendo.
La rubia así lo hizo.
—El primero en quien pensé fue Voldemort —dijo Harry con sinceridad—. Pero luego recordé a los dementores.
—Ya veo —dijo Lupin pensativamente—. Bien, bien…, estoy impresionado. —Sonrió ligeramente ante la cara de sorpresa que ponía Harry—. Eso sugiere que lo que más miedo te da es… el miedo. Muy sensato, Harry.
—¿Miedo a tener miedo? —dijo Moody, reflexionando ante esa afirmación.
Los demás miraban impresionados a Harry, sobre todo sus padres.
Harry no supo qué contestar; de forma que dio otro sorbo al té.
—¿Así que pensabas que no te creía capaz de enfrentarte a un boggart? —dijo Lupin astutamente.
—Bueno…, sí —dijo Harry. Estaba mucho más contento—. Profesor Lupin, usted conoce a los dementores…
Le interrumpieron unos golpes en la puerta.
—Oh, y ahora quien será el imprudente —se lamentó James infantilmente.
Lily lo miró severa, pero luego no pudo evitar sonreír al ver su mirada de inocencia.
—Luego hablaremos de esto, Potter —le susurró Lily a su novio.
—Adelante —dijo Lupin.
Se abrió la puerta y entró Snape (¿Snape? Tenía que ser, dijeron al unisonó James y Sirius. Snape los miró con molestia). Llevaba una copa de la que salía un poco de humo y se detuvo al ver a Harry. Entornó sus ojos negros.
—¡Ah, Severus! —dijo Lupin sonriendo (¿Desde cuándo es “Severus”?, le cuestionaron James y Sirius molestos. Remus solo se encogió de hombros)—. Muchas gracias. ¿Podrías dejarlo aquí, en el escritorio? —Snape posó la copa humeante. Sus ojos pasaban de Harry a Lupin—. Estaba enseñando a Harry mi grindylow —dijo Lupin con cordialidad, señalando el depósito.
—Fascinante —comentó Snape, sin mirar a la criatura—. Deberías tomártelo ya, Lupin.
¿Tomármelo? ¿Qué debería de tomar?, pensaba Remus.
—No tomes nada de lo que Quejicus te dé, Lunático —exclamaron James y Sirius, mirando a su amigo castaño.
—Maduren —fue lo único que dijo (gruñó) Snape al ver a los dos merodeadores pelinegros que trataban de convencer a su amigo de que no tomara nada de lo que él le diera.
Son tan estúpidos, eso ni siquiera ha pasado, pensaba Snape.
—Sí, sí, enseguida —dijo Lupin.
—He hecho un caldero entero. Si necesitas más…
—Seguramente mañana tomaré otro poco. Muchas gracias, Severus.
—¿Acaso nos estás traicionando con Quejicus, Lunático? —preguntaron James y Sirius, con rostros horrorizados.
—Remus nunca los traicionaría, él es leal, no como otros —defendió Hermione.
—¿Eso quiere decir que tú sabes que es lo que le da Quejicus a Lunático? —preguntó James a Hermione.
—Tal vez es una poción para dominarlo, Cornamenta —dijo Sirius.
Hermione rodó los ojos.
—¿Una poción para dominarlo? —dijo Hermione—. Creí que eso hacia la maldición Imperius, además, lo que el profesor Snape —los dos merodeadores de cabellera negra hicieron una mueca al escuchar que Hermione lo llamaba «profesor» a Quejicus—, le da, es una poción que lo hará sentir mejor. Aunque el sabor no sea muy agradable —agregó.
Remus que estaba atento a la conversación de sus amigos con Hermione, se preguntaba en que lo haría sentir mejor esa poción.
—De nada —respondió Snape. Pero había en sus ojos una expresión que a Harry no le gustó. Salió del despacho retrocediendo, sin sonreír y receloso.
Harry miró la copa con curiosidad. Lupin sonrió.
—El profesor Snape, muy amablemente, me ha preparado esta poción (¿Amablemente?, ironizó James. A lo que Sirius agregó: Seguramente lo hizo con otros fines, y de seguro nada bueno) —dijo—. Nunca se me ha dado muy bien lo de preparar pociones y ésta es especialmente difícil. —Cogió la copa y la olió—. Es una pena que no admita azúcar —añadió, tomando un sorbito y torciendo la boca.
Hermione miró a su futuro esposo con pena, por tener que soportar tomar esa horrible poción, pero sabía que esa poción era la única vía que no lo hacía perderse así mismo.
Remus captó su mirada, y ella la desvió hacia Luna.
—¿Por qué…? —comenzó Harry.
Lupin lo miró y respondió a la pregunta que Harry no había acabado de formular:
—No me he encontrado muy bien (Los merodeadores intercambiaron una mirada confundida, ¿acaso se refería a su licantropía? No podía ser cierto, no hay cura para mi problema, pensaba Remus) —dijo—. Esta poción es lo único que me sana. Es una suerte tener de compañero al profesor Snape; no hay muchos magos capaces de prepararla.
Los merodeadores no pasaron de desapercibidos esa frase de: «Esta poción es lo único que me sana».
¿Podría ser posible encontrar una cura? ¿O al menos poder controlarse durante la luna llena?, pensaban los merodeadores.
El profesor Lupin bebió otro sorbo y Harry tuvo el impulso de quitarle la copa de las manos.
Snape miró con antipatía al hijo de su rival.
Tenía que ser un idiota Potter, pensaba Snape.
—Bueno en ese momento pensé que el profesor Snape —dijo Harry, y su padre y su padrino hicieron otra mueca al escuchar la palabra «profesor» para referirse a Quejicus—, quería envenenar a Remus. Pero me alegro no haberle quitado la copa, ya que él necesitaba esa poción —concluyó Harry.
—El profesor Snape está muy interesado por las Artes Oscuras —barbotó.
—¿De verdad? —preguntó Lupin, sin mucho interés, bebiendo otro trago de la poción.
—Hay quien piensa… —Harry dudó, pero se atrevió a seguir hablando—, hay quien piensa que sería capaz de cualquier cosa para conseguir el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Le insinuaste a Remus que Severus quería envenenarlo? —preguntó Lily a su hijo. El cual asintió.
—Aunque no creo que lo hubiera hecho, teniendo a Dumbledore tan cerca —dijo Alice.
—Yo no sería capaz de envenenar a alguien —dijo Snape, con voz agria—. Y ni siquiera a uno de los merodeadores —agregó, pero cuando menciono la última palabra, lo dijo como si fuera una grosería.
Lupin vació la copa e hizo un gesto de desagrado.
—Asqueroso —dijo—. Bien, Harry. Tengo que seguir trabajando. Nos veremos en el banquete.
—De acuerdo —dijo Harry, dejando su taza de té. La copa, ya vacía, seguía echando humo.
—No suena muy bien eso —comentó Sirius, refiriéndose a la poción.

—Aquí tienes —dijo Ron—. Hemos traído todos los que pudimos.
Un chaparrón de caramelos de brillantes colores cayó sobre las piernas de Harry. Ya había anochecido, y Ron y Hermione acababan de hacer su aparición en la sala común, con la cara enrojecida por el frío viento y con pinta de habérselo pasado mejor que en toda su vida.
Hermione y Ron miraron apenados a su amigo, el cual le quitó importancia a ese hecho puesto que ya era pasado. O bueno, futuro en esa época.
—Gracias —dijo Harry, cogiendo un paquete de pequeños y negros diablillos de pimienta—. ¿Cómo es Hogsmeade? ¿Dónde habéis ido?
A juzgar por las apariencias, a todos los sitios (No nos dio tiempo de ver todo lo que queríamos, comentó Ron). A Dervish y Banges, la tienda de artículos de brujería, a la tienda de artículos de broma de Zonko, a Las Tres Escobas, para tomarse unas cervezas de mantequilla caliente con espuma, y a otros muchos sitios…
—¡La oficina de correos, Harry! ¡Unas doscientas lechuzas, todas descansando en anaqueles, todas con claves de colores que indican la velocidad de cada una! Honeydukes tiene un nuevo caramelo: daban muestras gratis. Aquí tienes un poco, mira.
Lily sonrió levemente porque su hijo tenía buenos amigos. Al igual que James tiene buenos amigos en su época.
—Nos ha parecido ver un ogro. En Las Tres Escobas hay todo tipo de gente…
—Ojalá te hubiéramos traído cerveza de mantequilla. Realmente te reconforta.
—¿Y tú que has hecho? —le preguntó Hermione—. ¿Has trabajado?
—No —respondió Harry—. Lupin me invitó a un té en su despacho (Si que me lamente no haberme quedado ese día con Harry, pensaba Hermione. Ya que si no hubiera pasado la tarde con Harry y su profesor preferido). Y entró Snape…
Les contó lo de la copa. Ron se quedó con la boca abierta.
—¿Y Lupin se la bebió? —exclamó—. ¿Está loco?
—Bueno, por algo también lo llamamos “Lunático” —comentó Sirius, y James rió quedamente, al igual que Remus.
Hermione miró la hora, pero era evidente que a ella tampoco le agradaba que el profesor Lupin aceptara algo que le diera a beber Snape.
Remus levantó la mirada hacia ella. Ella captó su mirada y se sonrojó.
—Será mejor que vayamos bajando. El banquete empezará dentro de cinco minutos.
Pasaron por el retrato entre la multitud, todavía hablando de Snape.
—Pero si él…, ya sabéis… —Hermione bajó la voz, mirando a su alrededor con cautela—. Si intentara envenenar a Lupin, no lo haría delante de Harry.
—Eso suena lógico —comentó Angelina.
Y George asintió enérgicamente.
—Lo tienen dominado, y eso que ni siquiera son novios —susurró Lee a Fred.
—Sí, quizá tengas razón —dijo Harry mientras llegaban al vestíbulo y lo cruzaban para entrar en el Gran Comedor. Lo habían decorado con cientos de calabazas con velas dentro, una bandada de murciélagos vivos que revoloteaban y muchas serpentinas de color naranja brillante que caían del techo como culebras de río.
Los que ya habían salido de Hogwarts recordaban con añoranza esos banquetes de Halloween.
La comida fue deliciosa. Incluso Hermione y Ron, que estaban que reventaban de los dulces que habían comido en Honeydukes, repitieron. Harry no paraba de mirar a la mesa de los profesores, lo mismo que Hermione, que mandaba miradas furtivas hacia el profesor de DCAO (Nuevamente Remus miró a Hermione, preguntándose porque la castaña estaba pendiente de él. Quizás sospecha de mi condición, pensaba Remus). El profesor Lupin parecía alegre y más sano que nunca. Hablaba animadamente con el pequeñísimo profesor Flitwick, que impartía Encantamientos. Harry recorrió la mesa con la mirada hasta el lugar en que se sentaba Snape. ¿Se lo estaba imaginando o Snape miraba a Lupin y parpadeaba más de lo normal?
—Vaya, Quejicus nunca creí que eras del otro band… —dijo Sirius, pero el siseo de Snape lo interrumpió.
—Te permito todo, menos que insinúes eso, Black.
Todos miraron a Snape, el rostro del futuro profesor de Pociones que generalmente era oliváceo ahora estaba rojo de ira. Mientras que Remus también estaba rojo, pero de vergüenza por lo que había insinuado su amigo.
—Por favor, señorita Lovegood siga leyendo —dijo Dumbledore, antes de que se armara un duelo.
Luna asintió y continúo leyendo.
El banquete terminó con una actuación de los fantasmas de Hogwarts. Saltaron de los muros y de las mesas para llevar a cabo un pequeño vuelo en formación. Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor; cosechó un gran éxito con una representación de su propia desastrosa decapitación.
—No creo que me hubiera gustado presenciar eso en una cena —comentó Andrómeda.
Muchos asintieron estando de acuerdo con la señora Tonks.
Fue una noche tan estupenda que Malfoy no pudo enturbiar el buen humor de Harry al gritarle por entre la multitud, cuando salían del Gran Comedor:
—¡Los dementores te envían recuerdos, Potter!
Los padres, padrino y Remus le dedicaron una mirada nada amistosa a Draco.
El rubio no dijo nada, pero parecía apenado. Astoria que estaba de la mano con el rubio le apretó la mano infundiéndole su apoyo.
Harry, Ron y Hermione siguieron al resto de los de su casa por el camino de la torre de Gryffindor, pero cuando llegaron al corredor al final del cual estaba el retrato de la señora gorda, lo encontraron atestado de alumnos.
—¿Por qué no entran? —preguntó Ron intrigado.
—Ah, es de eso de lo que habla el título de este capítulo —comentó Ted.
Ginny asintió.
Harry miró delante de él, por encima de las cabezas. El retrato estaba cerrado.
—Dejadme pasar; por favor —dijo la voz de Percy. Se esforzaba por abrirse paso a través de la multitud, dándose importancia (Pomposo, murmuraron los gemelos Weasley)—. ¿Qué es lo que ocurre? No es posible que nadie se acuerde de la contraseña. Dejadme pasar, soy el Premio Anual.
Los gemelos Weasley pusieron cara de fingida sorpresa.
—Vaya, Percy, si no lo dices ni cuenta nos damos —dijeron los dos a coro.
Percy rodó los ojos.
La multitud guardó silencio entonces, empezando por los de delante. Fue como si un aire frío se extendiera por el corredor. Oyeron que Percy decía con una voz repentinamente aguda:
—Que alguien vaya a buscar al profesor Dumbledore, rápido.
—Eso quiere decir que es más grave de lo que pensaba —dijo Arthur.
Las cabezas se volvieron. Los de atrás se ponían de puntillas.
—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, que acababa de llegar. Al cabo de un instante hizo su aparición el profesor Dumbledore, dirigiéndose velozmente hacia el retrato. Los alumnos de Gryffindor se apretujaban para dejarle paso, y Harry; Ron y Hermione se acercaron un poco para ver qué sucedía.
—¡Anda, mi madr…! —exclamó Hermione, cogiéndose al brazo de Harry.
La señora gorda había desaparecido del retrato, que había sido rajado tan ferozmente que algunas tiras del lienzo habían caído al suelo. Faltaban varios trozos grandes.
—¿Quién pudo haber hecho eso? —preguntó James.
Remus fue el primero en darse cuenta de lo que había sucedido. Su amigo había querido ir a ver a su ahijado y seguramente al no lograr que la señora gorda le diera pase, enojado rasgo el retrato.
—Creo que ya entendí lo que paso —susurró Remus.
Sirius que también había comprendido lo que había sucedido y había logrado escuchar a Remus, volteo a mirarlo.
—Fui yo —susurró apesadumbrado.
Dumbledore dirigió una rápida mirada al retrato estropeado y se volvió. Con ojos entristecidos vio a los profesores McGonagall, Lupin y Snape, que se acercaban a toda prisa.
—Hay que encontrarla —dijo Dumbledore—. Por favor; profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la señora gorda por todos los cuadros del castillo.
—Eso llevara mucho tiempo, y mientras los chicos no podrán pasar a su sala común y habitaciones —dijo Frank.
—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.
—Déjame adivinar —dijo Andrómeda—. Peeves.
Los gemelos Weasley asintieron.
Era Peeves, que revoloteaba por encima de la multitud y estaba encantado, como cada vez que veía a los demás preocupados por algún problema.
—¿Qué quieres decir, Peeves? —le preguntó Dumbledore tranquilamente. La sonrisa de Peeves desapareció. No se atrevía a burlarse de Dumbledore. Adoptó una voz empalagosa que no era mejor que su risa.
—Le da vergüenza, señor director. No quiere que la vean. Es un desastre de mujer. La vi correr por el paisaje, hacia el cuarto piso, señor; esquivando los árboles y gritando algo terrible —dijo con alegría—. Pobrecita —añadió sin convicción.
—Peeves nunca sentiría pena por nadie —comentó Padma.
—Pero en ocasiones resulta útil —dijo Harry, recordando cuando Peeves hacia desastres cuando Umbridge era la directa de Hogwarts.
—¿Dijo quién lo ha hecho? —preguntó Dumbledore en voz baja.
—Sí, señor director —dijo Peeves, con pinta de estar meciendo una bomba en sus brazos—. Se enfadó con ella porque no le permitió entrar, ¿sabe? —Peeves dio una vuelta de campana y dirigió a Dumbledore una sonrisa por entre sus propias piernas—. Ese Sirius Black tiene un genio insoportable.
Sirius no dijo nada al respecto, y aunque sabía que su yo del futuro había hecho mal, también sabía que si había actuado de esa manera había sido por algo.
Seguramente querría hablar con mi ahijado, pensaba Sirius.
Y para levantarse el ánimo, nuevamente se repitió mentalmente lo que le había dicho Crookshanks. «No te preocupes, tú eres inocente, no hagas caso de todo lo malo que escuches sobre ti en el libro».

Buena noches, mis queridas lectorasAntes que nada quería pedirles disculpas por no haber actualizado, pero es que tenía muchos trabajos en la universidad y no tenía tiempo para subir el capítulo. En verdad les pido disculpas, solo espero que ninguna quiera lanzarme un Crucio.Bueno, espero que disfruten del capítulo y les aviso que la otra semana subo el siguiente capítulo. Y vuelvo a aclarar no abandonare la historia, podre demorarme, pero no la abandonare.Me despido, que tengan una linda, mañana/tarde/noche
Las quiero