—Muchas gracias, señorita
Greengrass —dijo Dumbledore—. ¿Quién desea leer el siguiente capítulo?
—preguntó.
Nadie respondió. Pero
Dumbledore miró al chico que estaba sentado a un costado de Astoria.
—Podría leer el siguiente
capítulo, señor Nott —no fue una pregunta, fue casi una orden.
Nott asintió, y Daphne le
paso el libro.
El Slytherin cambió la
página, y leyó:
—“Posos de té y garras de hipogrifo”.
—Ese título nos da a
entender de que algo pasara en la clase de Adivinación o en la clase de Cuidado
de Criaturas Mágicas —dijo Frank.
Los merodeadores miraron
de reojo a Hagrid.
Cuando Harry, Ron y Hermione entraron
en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a
Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia
muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo,
coreado por una carcajada general.
Draco sonrió al recordar
eso. y no dejo de sonreír a pesar de notar las miradas asesinas de los
Gryffindors.
—No le hagas caso —le dijo Hermione,
que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena…
—¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson,
una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo (Pansy
puso cara de ofendida ante el insulto. Por su parte Daphne y Astoria aguantaban
la risa)—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!
—Esos dos insoportables
—dijo Lily con molestia.
—Y esa es la inteligencia
de Slytherin —ironizó Sirius, pero al ver la mirada de Andrómeda quiso arreglar
lo que había dicho—, digo… no todos son… tan idi…
—Ya, olvídalo, Sirius
—dijo Andrómeda.
Harry se dejó caer sobre un asiento de
la mesa de Gryffindor; junto a George Weasley.
—Los nuevos horarios de tercero
—anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
—Malfoy —contestó Ron, sentándose al
otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.
George alzó la vista y vio que en aquel
momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.
—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no
estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la
parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento,
¿verdad, Fred?
Las mejillas de Draco se
tiñeron de rosa.
Rayos, porque tiene que
salir hasta el más mínimo detalle en ese condenado libro, pensaba Draco.
—Casi se moja encima —dijo Fred,
mirando con desprecio a Malfoy.
Se escucharon algunas
risitas en la sala.
—Vaya, eso sí que es
gracioso, dice odiar a Gryffindor, pero va refugiarse con ellos —dijo James.
—Yo tampoco estaba muy contento
—reconoció George—. Son horribles esos dementores…
—Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad?
—dijo Fred.
—Pero no os desmayasteis, ¿a qué no?
—dijo Harry en voz baja.
—Deberías dejar de pensar
en eso, no todos reaccionan igual —le dijo Lily.
Harry asintió.
—No le des más vueltas, Harry —dijo
George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era
el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso… Los
dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos
se vuelven locos allí.
—Eso sí que es muy
alentador —trato de bromear Sirius—. ¿Ya oyeron, Cornamenta, Lunático? Al final
sí que seré un loco de verdad —sonrió. Una sonrisa que no le llegaba a los
ojos.
—Ahora que lo sabemos, no
permitiremos que te encierren, Sirius —le dijo Remus.
—Claro, Canuto,
cambiaremos el futuro —dijo James.
—¿De verdad? —preguntó el
animago.
—Sí —respondieron los
otros dos merodeadores.
Nadie se metió en la
conversación de los merodeadores, porque aunque todos los escuchaban lo sentían
como si fuera una conversación privada.
—De cualquier modo, veremos lo contento
que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—.
Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿os acordáis?
—Ese será un buen momento
para desquitarse de todas sus bromas —comentó Frank.
La única ocasión en que Harry y Malfoy
se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de
perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchichas y tomate frito.
Hermione se aprendía su nuevo horario:
—Bien, hoy comenzamos asignaturas
nuevas —dijo alegremente.
—Hermione —dijo Ron frunciendo el
entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te
han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.
Ahora todas las miradas
cayeron en la castaña.
—¿Qué? ¿Más de diez
asignaturas al día? —dijo Sirius perplejo—. Eres peor que la pelirroja y
Lunático —agregó.
Lily lo miró con el ceño
fruncido.
—¿Eso que dice es
enserio? —preguntaron los gemelos Prewett, mirando a Hermione como si le
hubiera salido otra cabeza.
Hermione no tuvo tiempo
de contestar porque gracias a Merlín, Theo continuo leyendo.
—Ya me apañaré. Lo he concertado con la
profesora McGonagall.
—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la
mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y… —Ron se acercó más
al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que
eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo
vas a estar en tres clases a la vez?
—¿Tres clases distintas a
la misma hora? ¿Cómo es eso? A menos que en el futuro hayan inventado un
hechizo para dividirse en tres —dijo un incrédulo James.
—No se ha inventado
ningún hechizo como eso —respondió Hermione.
—¿Entonces, cómo…?
—empezó Sirius.
—Ya, Canuto, me imagino
que lo descubriremos después —dijo Remus, mirando suspicazmente a Hermione.
—No seas tonto —dijo Hermione
bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.
—Bueno, entonces…
—Pásame la mermelada —le pidió
Hermione.
—Pero…
—¿Y a ti qué te importa si mi horario
está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado
todo con la profesora McGonagall.
Todos se preguntaban qué
clase de acuerdo había llegado Hermione con la profesora McGonagall, porque aun
sabiendo que la chica era una buena estudiante, era inverosímil que pudiera
estar en tres clases a la vez.
Por su parte McGonagall
estaba pensativa, y se preguntaba cómo había sido capaz de hacer que Hermione
llevara tantas clases. Bueno, ella era exigente con sus alumnos, pero no tanto
así, a menos que…
La profesora de
Transformaciones abrió los ojos con sorpresa al llegarle una idea a la cabeza.
En ese momento entró Hagrid en el Gran
Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos
colgaba un turón muerto, que se balanceaba.
—¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo,
deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Estáis en mi primera clase!
¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para
prepararlo todo. Espero que esté bien… Yo, profesor…, francamente…
—¿Ese? ¿Profesor? —murmuró Lucius Malfoy con asco.
Tendré que mandar a Draco
a otro colegio, tal vez a Durmstrang, de esa manera se convertirá en un
verdadero Malfoy, pensaba Lucius mirando de reojo a su futuro hijo.
Les dirigió una amplia sonrisa y se fue
hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.
—Me pregunto qué habrá preparado —dijo
Ron con curiosidad.
—Nos preguntamos lo mismo
—dijeron los gemelos Prewett.
Hagrid solo sonreía.
El Gran Comedor se vaciaba a medida que
la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.
—Lo mejor será que vayamos ya. Mirad,
el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos
unos diez minutos en llegar…
Hermione hizo un gesto de
molestia, no le agradaban nada las clases de adivinación.
—¿Qué pasa, castaña? ¿No
te gustan las clases de adivinación? —preguntó Sirius con cierta burla al ver
la molestia en el rostro de Hermione.
—En realidad no —admitió
la leona.
Esta respuesta sorprendió
no solo a Sirius, sino a todos los del pasado porque por lo que sabían de
Hermione Granger, era que es una chica muy estudiosa y responsable, y que diga
que no le gustaba un curso no se lo esperaban.
—¿En serio? —preguntó
James. Hermione asintió—. Pero si incluso te gusta la el curso de Historia de
la Magia y eso que es muy aburrida —agregó incrédulo.
—Historia de la Magia es
mil veces más productivo que Adivinación —respondió la castaña.
Esa respuesta disgusto a
Parvati Patil, pero no dijo nada.
En cambio la profesora
McGonagall estaba de acuerdo con Hermione.
—Esa chica es rara
—susurró Sirius.
—Que no le guste un
curso, no la hace rara, Sirius —le dijo Remus, en mismo tono de vos del
animago.
Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron
de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado
de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas
carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo.
—No me agrada Malfoy hijo
—dijo James.
—No solo a ti no te
agrada —dijo Sirius.
Remus escuchaba los
cuchicheos de sus amigos, pero se daba cuenta que el Draco Malfoy de los libros
que habían leído era completamente distinto al Draco Malfoy que estaba en la
misma sala con ellos.
—Me pregunto cuál habrá
sido el motivo para hacerlo cambiar de actitud —dijo Remus a sus amigos.
—¿De qué hablas,
Lunático? —le preguntó James.
—Pues que el Draco que he
visto ahora es muy diferente al Draco de los libros —respondió Lupin—, porque
no negaran que es más maduro.
James y Sirius se
miraron, reconocían que en eso Remus tenía razón, porque el rubio se había
disculpado con los Weasley cuando su yo de los libros los había ofendido.
El trayecto hasta la torre norte era
largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer
todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre
norte.
—Tiene… que… haber… un atajo —dijo Ron
jadeando (La hay, dijeron los merodeadores y los
gemelos Weasley. Los merodeadores miraron a los gemelos con interrogación, pero
ellos solo sonrieron con complicidad), mientras ascendían la séptima
larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único
que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.
—Me parece que es por aquí —dijo
Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.
—Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur.
Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago…
—Aunque vaya en contra de
las reglas… —empezó Giedon.
—… creo que les serviría
de mucho salir a vagabundear por las noches —termino Fabian.
—Señores Prewett —los
regañó la profesora McGonagall.
—No te enojes, Minnie
—dijo Sirius.
La profesora frunció el
ceño ante el sobrenombre y la confianza.
—Eso es solo para que
conozcan mejor el castillo y así no lleguen tarde a sus clases —alegó James.
Remus negó con la cabeza,
la excusa de sus amigos no ayudaría de mucho.
Por su parte Snape se
dedicaba a mirar a los merodeadores con desdén, porque por más que intentara
aunque sea tolerarlos, la arrogancia de ese grupo lo exasperaba.
Harry observó el cuadro. Un grueso
caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Harry
estaba acostumbrado a que los cuadros de Hogwarts tuvieran movimiento y a que
los personajes se salieran del marco para ir a visitarse unos a otros, pero
siempre se había divertido viéndolos. Un momento después, haciendo un ruido
metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con
armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había
en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.
—¡Sir Cadogan! —dijo
Frank.
—No puedo creer que ese
viejo cuadro aun siga en su tiempo —dijo Ted.
—¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Ron
y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios?
¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!
—Es un pesado —dijeron
James y Sirius.
—Pero es bastante
inofensivo —dijo Remus.
Se asombraron al ver que el pequeño
caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando
furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un
movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en
la hierba.
—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó
Harry, acercándose al cuadro.
—¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás,
malandrín!
—También es bastante
voluble —agregó Hermione.
El caballero volvió a empuñar la espada
y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el
suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla.
Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para
limpiarse la cara empapada en sudor.
—Disculpe —dijo Harry, aprovechando que
el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad
conoce usted el camino?
—¡Una empresa! —La ira del caballero
desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—:
¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos
en el empeño! (Bueno, si es voluble, reconoció
Remus y sonrió a Hermione cuando sus miradas se encontraron) —Volvió a
tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el
caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentil señora! ¡Vamos! (¿Gentil señora?, repitió Ginny, soltando una risita sin
poder evitarlo, a lo que Hermione se contagió de esta y también rió
ligeramente) Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un
fuerte ruido metálico. Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de
su armadura. De vez en cuando lo localizaban delante de ellos, cruzando un
cuadro.
—¡Endureced vuestros corazones, lo peor
está aún por llegar! —gritó el caballero, y lo volvieron a ver enfrente de un
grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una
estrecha escalera de caracol.
Jadeando, Harry, Ron y Hermione
ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo
de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.
—Hubiera sido más fácil y
menos cansado con… —empezó Sirius, pero Remus le dio un ligero golpe en las
costillas al animago y negó con la cabeza para que no hablara.
—¿Con que hubiera sido
más fácil y menos cansado? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Pues… —susurró James.
—Tal vez lo descubran
luego —respondieron los gemelos Weasley, sonriendo.
Nadie dijo nada más, así
que Theo siguió leyendo.
—¡Adiós! —gritó el caballero asomando
la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros
de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de
acero, llamad a sir Cadogan!
—Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando
desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.
—¡Ronald! Ese hombre te
ayudo, no deberías hablar así de él —lo regañó Molly.
Ron solo se encogió de
hombros.
Pero si esta chiflado,
dijo por lo bajo.
Subieron los escalones que quedaban y
salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase.
No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló
al techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce.
—Sybill Trelawney, profesora de
Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?
—¿Sybill Trelawney?
—repitió Remus.
—¿No es chica chiflada de
Ravenclaw? —preguntó Sirius.
—Sí, es ella, creo que
esta en segundo año —respondió James.
—Vaya, su segundo año y
ya está loca —comentó Ron, haciendo un gesto extraño.
—¡Ronald! —lo volvió a
regañar Molly.
—Creo que usted misma lo
creerá, señora Weasley —dijo Hermione, sorprendiendo nuevamente a todos—, solía
predecir la muerte de… —Harry negó con la cabeza, ya que sabía que si Hermione
decía que predecía su muerte su madre se preocuparía mucho—, de todos —mintió
la castaña.
Molly se quedó pensativa
ante la respuesta Hermione.
Como en respuesta a su pregunta, la
trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies
de Harry. Todos se quedaron en silencio.
—Tú primero —dijo Ron con una sonrisa,
y Harry subió por la escalera delante de los demás.
—Que caballero, hermanito
—se burlaron los gemelos Weasley.
—Solo no quería hacer el
ridículo, o por lo menos no ser el primero —respondió Ron.
—Vaya, gracias, lo
aprecio mucho amigo —ironizó Harry.
Fue a dar al aula de aspecto más extraño
que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio
camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares,
redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones
tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba
iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las
numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor
agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de
cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume
denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas
polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal
y una gran cantidad de tazas de té.
A los chicos del futuro
esa descripción ya no le parecía extraño, pero a los del pasado sí que les
parecía de lo más extraño, porque ni siquiera el profesor de adivinación que
tenía en su época tan loco.
—Está loca de remate
—dijo Sirius.
Esta vez nadie regaño a
Sirius, ni siquiera la profesora McGonagall.
Ron fue a su lado mientras la clase se
iba congregando alrededor; entre murmullos.
—¿Dónde está la profesora? —preguntó
Ron.
De repente salió de las sombras una voz
suave:
—Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros
por fin en el mundo físico.
—Me suena como a un
fraude de profesora —murmuró Lily.
La inmediata impresión de Harry fue que
se trataba de un insecto grande y brillante. La profesora Trelawney se acercó a
la chimenea y vieron que era sumamente delgada (Ni
en eso ha cambiado, dijo James). Sus grandes gafas aumentaban varias
veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas.
De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía
las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.
—Sí parece un insecto
—dijo Alice, después de escuchar la descripción de la profesora.
—Sentaos, niños míos, sentaos —dijo, y
todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines.
Harry, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la
clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un
sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente
es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del
colegio principal nubla mi ojo interior.
—Si como no —ironizó Ron.
—La profesora hacia
buenas predicciones, Ron —le reclamó Parvati—. Sino porque el profesor
Dumbledore la contrataría.
—Porque el profesor
Dumbledore tenía sus propias razones para tenerla en el colegio —murmuró Harry.
Nadie dijo nada ante esta
extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney
se puso bien el chal y continuó hablando:
—Así que habéis decidido estudiar
Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas (Hermione
y la profesora McGonagall fruncieron el ceño). Debo advertiros desde el
principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada.
Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno… —Al oír estas palabras,
Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al
oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura (Hermione miró con reproche a sus amigos, los cuales solo
le sonrieron con inocencia)—. Hay numerosos magos y brujas que, aun
teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y
desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del
futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con
sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos (Esta demente, dijeron los gemelos Prewett). Dime,
muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra
bien tu abuela?
—Creo que sí —dijo Neville tembloroso.
—Yo en tu lugar no estaría tan seguro,
querido —dijo la profesora Trelawney (Frank hizo un
gesto de molestia). El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos
pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney
prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de
adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té.
El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó de
pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.
Todos miraron a Ron.
—¿Qué le hiciste,
sobrino? —preguntó Fabian.
—Nada —respondió Ron,
pero al notar las miradas suspicaces de sus tíos, preguntó—: ¿Verdad que no te
hice nada, Parvati?
—No lo recuerdo —dijo
Parvati pensativamente—, pero creo que no.
—¡Ya ven! —exclamó Ron.
Parvati miró con un sobresalto a Ron,
que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
Ron rodó los ojos.
—Durante el último trimestre —continuó
la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de
las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe
interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a
Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre (Esa declaración los alarmo. A lo que Ron mirando a
Hermione dijo: “Ahí sí que acertó”. Hermione se sonrojo. Pero por lo menos el
tono gracioso de Ron relajo el ambiente en la sala). —Un silencio muy
tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció
notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba
más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías
pasar la tetera grande de plata?
Lavender dio un suspiro de alivio, se
levantó (Más parece que quiere asustar a sus
alumnos que dar su dichosa clase, comentó Andrómeda), cogió una enorme
tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.
—Gracias, querida. A propósito, eso que
temes sucederá el viernes 16 de octubre. —Lavender tembló (Pobre chica, debió asustarse mucho, dijo Lily)—.
Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid
a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos.
Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y
poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última
gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis
los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar
las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros
instrucciones. ¡Ah!, querido… —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho
iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una
de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.
—Yo no creo que eso haya
sido una predicción, solo lo puso nervioso —dijo Hermione.
—Y como es muy difícil de
poner nervioso a Longbottom —murmuró Blaise Zabini, con ironía.
Como es natural, en cuanto Neville hubo
alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La
profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor;
y le dijo:
—Una de las azules, querido, si eres
tan amable. Gracias…
Cuando Harry y Ron llenaron las tazas
de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión.
Removieron los posos como les había
indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las
intercambiaron.
—Bien —dijo Ron, después de abrir los
libros por las páginas 5 y 6—. ¿Qué ves en la mía?
—Una masa marrón y empapada —respondió
Harry (Bueno, por lo menos no mentiste, comentó
George sonriendo al igual que su gemelo). El humo fuertemente perfumado
de la habitación lo adormecía y atontaba.
—¡Ensanchad la mente, queridos, y que
vuestros ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelawney
sumida en la penumbra.
Harry intentó recobrarse:
—Bueno, hay una especie de cruz
torcida… —dijo consultando Disipar las nieblas
del futuro—.
Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos… Lo siento… Pero hay
algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad… Así que vas
a sufrir; pero vas a ser muy feliz…
Varias carcajadas se
escucharon por la sala gracias a la predicción de Harry.
—Vaya, querido futuro
ahijado, creo que tu ojo interior también es miope —dijo Sirius, riendo con
verdadera alegría después de saber su desastroso futuro.
—¡Oye! No te burles de
miopía Potter, Canuto —le reclamó James.
—Pero no te molestes,
James, además no dices que la miopía Potter es parte de tu atractivo, y que con
eso todas las chicas caían a tus pies —le recordó Remus.
—¿Qué? —dijo Lily mirando
a James.
—Nada, cariño —dijo James
tratando de defenderse.
—Si te interesa mi opinión, tendrían
que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando
la profesora Trelawney los miró.
Nuevas carcajadas se
escucharon, pero luego de unos minutos las carcajadas cesaron y Theo volvió a
leer.
—Ahora me toca a mí… —Ron miró con
detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo—. Hay
una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo mejor vas a trabajar para el
Ministerio de Magia… —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como
una bellota… ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar
las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del
cielo. Estupendo, me podrás prestar (Hermione se
quedó pensativa, porque sabía que apenas terminaran Hogwarts Harry trabajaría
en el ministerio, y porque el “Oro inesperado”, Harry lo había ganado en el
Torneo de los Tres Magos. Entonces eso quería decir que Ron había acertado en
algunas cosas). Y aquí hay algo —volvió a girar la taza— que parece un
animal. Sí, si esto es su cabeza… parece un hipo…, no, una oveja…
—Bueno, sobre el oro
inesperado y caído del cielo, Harry lo gano cuando estaba en su cuarto año
—dijo Luna. A lo que todos le tomaron atención a la rubia.
Lo único que Harry
agradecía del comentario de Luna es que ella no había mencionado como lo había
ganado.
—¿Y cómo ganaste el oro?
—le preguntó Lily a Harry.
—Eh… bueno… —balbuceó
Harry.
—Creo que nos enteraremos
de eso en el cuarto libro —dijo Ginny.
Lily asintió, y aunque
algo le decía que en el cuarto año de su hijo pasaría algo, decidió que no se
preocuparía por eso aun porque aun quería saber lo que había pasado su hijo en
su tercer año.
—Gracias —le susurró
Harry en el oído de Ginny. Esta le sonrió en respuesta.
La profesora Trelawney dio media vuelta
al oír la carcajada de Harry.
—Déjame ver eso, querido —le dijo a
Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry. Todos se quedaron en
silencio, expectantes.
La profesora Trelawney miraba fijamente
la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.
—El halcón… querido, tienes un enemigo
mortal.
—Parece que recién
descubrió algo que todos saben —dijo Remus, sonriendo traviesamente.
Sonrisa que dejo
embelesada a Hermione, porque en su tiempo nunca lo había visto sonreír de esa
manera, seguramente por todo eso de la guerra.
—Eso lo sabe todo el mundo —dijo
Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el
mundo sabe lo de Harry y Quien-Usted-Sabe.
Nuevamente las miradas se
centraron en la menuda bruja de cabellera castaña.
—Vaya, que forma de
hablarle a una profesora —dijeron los gemelos Prewett.
—Sé que no estuvo bien lo
que dije, pero me exasperaba todo lo que decía —se justificó Hermione.
McGonagall la entendía,
puesto que ella también se hubiera exasperado.
Harry y Ron la miraron con una mezcla
de asombro y admiración (¿A la profesora
Trelawney?, preguntaron los gemelos Weasley con asombro. A lo que Harry y Ron
respondieron: “No, a Hermione”). Nunca la habían visto hablar así a un
profesor. La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus
grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola.
—La porra… un ataque. Vaya, vaya… no es
una taza muy alegre…
—Creí que era un sombrero hongo
—reconoció Ron con vergüenza.
—La calavera… peligro en tu camino…
Toda la clase escuchaba con atención,
sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó
boquiabierta y gritó.
—Ahora con que otra
locura saldrá —dijo Lily, suspirando.
Oyeron romperse otra taza; Neville
había vuelto a hacer añicos la suya (Neville se
sonrojo ante su torpeza). La profesora Trelawney se dejó caer en un
sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.
—Mi querido chico… mi pobre niño… no…
es mejor no decir… no… no me preguntes…
—¿Qué es, profesora? —dijo
inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de
Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver la
taza de Harry.
—Querido mío —abrió completamente sus
grandes ojos—, tienes el Grim.
—¡Ay, por favor! —dijo
Sirius, sonriendo.
—¿Quién va a creer eso?
—dijo Remus.
—Es ilógico —agregó
James, también sonriendo.
Parvati se sonrojó porque
ella había creído en lo que había dicho la profesora Trelawney.
—¿El qué? —preguntó Harry.
Estaba claro que había otros que
tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender
Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca,
horrorizados.
—Son solo supersticiones
—dijo Lily, sin creer una palabra de la predicción—, no tiene lógica —aseguro.
Harry suspiró al darse
cuenta que su madre no creía en nada de eso.
—Claro, que son solo
supersticiones —dijo Hermione—. Porque sería más probable que ese animal
apareciera en la taza porque un perro está cerca de Harry —y Hermione miró con disimulo
a Sirius.
Los únicos que
entendieron lo último que dijo Hermione, fueron sus amigos, porque los demás
no.
—¡El Grim,
querido, el Grim!
—exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera
comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi
querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios… el augurio de
la muerte.
Y de pronto algo hizo
clic en el cerebro de los merodeadores. El Grim
es un perro gigante. Y Sirius estaba detrás de Harry, y además Sirius era un
animago, un perro para ser más exactos.
Hermione miraba a los
merodeadores, cuando en eso los tres también fijaron su mirada en la chica,
esta solo le sonrió, pero le sonrió a Sirius.
—Ella sabe lo que soy —le
susurró Sirius a los otros dos merodeadores.
—Eso parece —respondió
James.
—Pero este no es momento
de hacer preguntas —le advirtió Remus.
Sirius asintió, y siguió
escuchando la lectura.
El estómago le dio un vuelco a Harry.
Aquel perro de la cubierta del libro Augurios
de muerte,
en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia… Ahora
también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry;
todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo
del sillón de la profesora Trelawney.
—No creo que se parezca a un Grim
—dijo Hermione rotundamente.
—Hermione Granger
replicando a un profesor —comentó para sorpresa de todos, Oliver Wood.
Hermione se sonrojó.
—Creo que me está
empezando a caer mejor Hermione —comentó Gideon a su gemelo.
—A mí también —le
respondió Fabian.
La profesora Trelawney examinó a
Hermione con creciente desagrado.
—Perdona que te lo diga, querida, pero
percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias
del futuro.
Seamus Finnigan movía la cabeza de un
lado a otro.
—Parece un Grim
si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así
parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.
—En definitiva es un
fraude —dijo Alice.
—¡Cuando hayáis terminado de decidir si
voy a morir o no…! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie
quería mirarlo.
Los del pasado también se
sorprendieron ante las palabras de Harry y lo miraron, a lo que él solo se
encogió de hombros.
—Creo que hemos concluido por hoy —dijo
la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí… por favor; recoged vuestras
cosas…
Silenciosamente, los alumnos entregaron
las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las
mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.
—Estaba asustado,
escuchar que le pronosticaran la muerte a mi mejor amigo no es nada bonito —se
justificó el pelirrojo al notar que lo miraban.
—Hasta que nos veamos de nuevo —dijo
débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah,
querido… —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás
que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.
—No tiene gracias
pronosticar algo que todos sabemos que iba a pasar —dijo Neville, levemente
sonrojado.
Harry, Ron y Hermione bajaron en
silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego
se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall.
Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de
Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.
Harry eligió un asiento que estaba al
final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no
dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse
muerto (¡Ay, por Merlín!, resopló Lily, no le
gustaba nada que hicieran sentir incomodo a su hijo). Apenas oía lo que
la profesora McGonagall les decía sobre los animagos
(brujos que pueden transformarse a voluntad en animales) (Los merodeadores sonrieron en complicidad sin poder evitarlo,
ya que ellos recordaban bien esa clase, y desde ese momento James, Sirius y
Peter tuvieron la idea de hacerse animagos para así poder acompañar a Remus en
cada luna llena), y no prestaba la menor atención cuando ella se
transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas
alrededor de los ojos.
—Eso es sorprendente
—murmuró Arthur.
—¿Qué os pasa hoy? —preguntó la
profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y
mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi
transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.
—Pobre Minnie, su ego
quedo herido —dijo James, fingiendo lamentarse.
La profesora McGonagall
se sonrojó.
Todos se volvieron hacia Harry, pero
nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.
—Por favor; profesora. Acabamos de
salir de nuestra primera clase de Adivinación y… hemos estado leyendo las hojas
de té y…
—¡Ah, claro! —exclamó la profesora
McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más,
señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?
—¿Qué? —preguntaron los
del pasado.
Como toda respuesta Theo
siguió leyendo.
Todos la miraron fijamente.
—Yo —respondió por fin Harry.
—Ya veo —dijo la profesora McGonagall,
clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías
que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio,
predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía (Eso es una alivio, dijeron a coro Lily y Molly). Ver
augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva
promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas… —La
profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su
nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una
de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me
hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la
profesora Trelawney… —Volvió a detenerse (Al parecer
a su yo del futuro no le agrada la profesora Trelawney, ¿verdad, profesora
McGonagall?, dijo Frank) y añadió en tono práctico—: Me parece que
tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone
hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás
entregarlos.
Hermione se echó a reír (Lo mismo pasaba en la sala, muchas risitas se
escuchaban, entre esas la del profesor Dumbledore). Harry se sintió un
poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume
agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin
embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender
susurró:
—Pero ¿y la taza de Neville?
Hermione no pudo evitar
rodar los ojos.
Cuando terminó la clase de
Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al
Gran Comedor; para el almuerzo.
—Animo, Ron —dijo Hermione, empujando
hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGonagall.
Ron se sirvió estofado con una cuchara
y cogió su tenedor; pero no empezó a comer.
—Vaya, sí que le afecto
la clase de la profesora loca —dijo Fred.
—Tienes razón, Fred,
porque para que Ron dejara de comer es porque en verdad lo impacto —dijo
George.
—Ya no molesten —los amonestó
Ron, pero sus hermanos no le hicieron caso.
—Harry —dijo en voz baja y grave—, tú
no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?
—Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la
noche que abandoné la casa de los Dursley.
Los merodeadores se
volvieron a mirar con complicidad, porque gracias al comentario anterior de
Hermione habían descubierto que el famoso Grim
no era otro más que Sirius en su forma animaga.
Ron dejó caer el tenedor; que hizo
mucho ruido.
—Probablemente, un perro callejero —dijo
Hermione muy tranquila.
—No soy un perro
callejero —murmuró Sirius ofendido.
Remus rodó los ojos,
mientras James reía disimuladamente.
Ron miró a Hermione como si se hubiera
vuelto loca.
—Hermione, si Harry ha visto un Grim,
eso es… eso es terrible —aseguró—. Mi tío Bilius vio uno y… ¡murió veinticuatro
horas más tarde!
—El pobre tío Bilius —se
lamentó Fred.
—Sí, era tan gracioso
—dijo George.
—Casualidad —arguyó Hermione sin darle
importancia, sirviéndose zumo de calabaza.
—¡No sabes lo que dices! —dijo Ron
empezando a enfadarse—. Los Grims ponen
los pelos de punta a la mayoría de los brujos.
—Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en
tono de superioridad—. Ven al Grim y
se mueren de miedo. El Grim no
es un augurio, ¡es la causa de la muerte! Y Harry todavía está con nosotros
porque no es lo bastante tonto para ver uno y pensar: «¡Me marcho al otro
barrio!»
Algunos soltaron risitas
por el comentario de la Hermione del libro, pero los más supersticiosos se
sentían ofendidos.
—Hay veces en que la
castaña es graciosa —comentó Sirius.
James asintió.
—Ese es un buen punto,
señora Granger —dijo la profesora McGonagall—, además como pueden asegurar que
un Grim y no un perro común y
corriente.
Ron movió los labios sin pronunciar
nada, para que Hermione comprendiera sin que Harry se enterase. Hermione abrió
la mochila, sacó su libro de Aritmancia y lo apoyó abierto en la jarra de zumo.
—Creo que la adivinación es algo muy
impreciso —dijo buscando una página—; si quieres saber mi opinión, creo que hay
que hacer muchas conjeturas.
—Tiene razón, señora
Granger —aseguro McGonagall—. Solo los verdaderos magos o brujas que pueden
hacer predicciones son los que poseen esa cualidad, los demás solo pueden hacer
suposiciones.
Hermione sonrió.
—Ay, no —susurró Sirius,
mirando a Remus.
—¿Qué sucede? —le
preguntó Remus.
—Creo que ya descubrí
quien es la madre de tu hija —le susurró, Remus frunció el ceño—, tendrás a la
castaña con Minnie, tan solo escúchalas su manera de hablar es igual —la voz de
Sirius sonaba temerosa.
Remus respiró profundo.
—Sirius, primero,
Hermione no es mi hija y segundo, mucho menos la tendría con Minnie —le
respondió como si su amigo fuera un niño de cuatro años.
—No había nada de impreciso en el Grim
que se dibujó en la taza —dijo Ron acalorado.
—No estabas tan seguro de eso cuando le
decías a Harry que se trataba de una oveja —repuso Hermione con serenidad.
—Y Seamus vio un burro
—recordó Dean.
—¡La profesora Trelawney dijo que no
tenías un aura adecuada para la adivinación! Lo que pasa es que no te gusta no
ser la primera de la clase.
—Palabras equivocadas,
amigo —dijo Harry, sonriendo.
Acababa de poner el dedo en la llaga.
Hermione golpeó la mesa con el libro con tanta fuerza que salpicó carne y
zanahoria por todos lados.
—Qué carácter, pobre del que
se casó con ella —murmuró Sirius.
—Sshhh… te pude escuchar,
Canuto, y pudo apostar que no la pasaras nada bien —le susurró James.
Remus por su parte le
molesto escuchar sobre que Hermione estaba casada.
—Si ser buena en Adivinación significa
que tengo que hacer como que veo augurios de muerte en los posos del té, no
estoy segura de que vaya a seguir estudiando mucho tiempo esa asignatura. Esa
clase fue una porquería comparada con la de Aritmancia.
—¿Cuándo fue a clase de
Aritmancia? Si ha estado en todo momento
de Harry y Ron —preguntó Ted.
Hermione se dedicó a
acariciar a su gato para no contestar.
Cogió la mochila y se fue sin
despedirse.
Ron la siguió con la vista, frunciendo
el entrecejo.
—Pero ¿de qué habla? ¡Todavía no ha
asistido a ninguna clase de Aritmancia!
—Hay algo raro en todo
eso de tus clases —le dijo Andrómeda a Hermione, pero está nuevamente no le
contesto.
A Harry le encantó salir del castillo
después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era
de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se
pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Hagrid se acomodó en su
asiento ansioso por saber lo que decían de su primera clase.
Ron y Hermione no se dirigían la
palabra (Los aludidos sonrieron al recordar esas
viejas peleas). Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras
descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque
prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy
familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de
Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a
carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.
—Si los Slytherin van
estar en esa clase, entonces la clase no será muy amena —dijo Sirius.
Hagrid aguardaba a sus alumnos en la
puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abrigo de
ratina, y con Fang,
el perro jabalinero, a sus pies.
—¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida
que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una
gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme!
Durante un desagradable instante, Harry
temió que Hagrid los condujera al bosque (El bosque
no es tan malo, alegó Hagrid); Harry había vivido en aquel lugar
experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid
anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un
prado donde no había nada.
Todo va bien hasta ahora,
pensaba Lily con alivio.
—¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—.
Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir
los libros…
—Oh, deberás, me pregunto
cómo abrirán esos libros que muerden —dijo Alice.
—De la manera menos
creíble —dijo Seamus.
—¿De qué modo? —dijo la voz fría y
arrastrada de Draco Malfoy.
—¿Qué? —dijo Hagrid.
—¿De qué modo abrimos los libros?
—repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El
monstruoso libro de los monstruos,
que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían
atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la
mochila o lo habían sujetado con pinzas.
—¿Y tú tampoco sabias
como abrir el libro, castaña? —le preguntó Sirius a Hermione.
—No —admitió la chica.
Sirius puso cara de sorprendido.
Pero cuando se dio cuenta de que Hermione lo estaba mirando seria, se puso
normal.
—¿Nadie ha sido capaz de abrir el
libro? —preguntó Hagrid decepcionado.
La clase entera negó con la cabeza.
—Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid,
como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad…
Cogió el ejemplar de Hermione y
desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero
Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se
abrió y quedó tranquilo en su mano.
—Sorprendente —dijeron
los merodeadores.
Hagrid sonrió ligeramente
sonrojado.
Lucius miraba con cara de
aburrimiento a todos, ya estaba cansado de todo eso.
—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo
Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?
—Yo… yo pensé que os haría gracia —le
dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.
—¡Ah, qué gracia nos hace…! —dijo
Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las
manos!
—Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry
en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera
clase fuera un éxito.
—Eres muy amable, Harry
—dijo Hagrid.
Mientras Lily analizaba
las peleas entre su hijo y Malfoy hijo, esas peleas eran iguales a las que
tenían James y Severus.
No cabe duda que de tal
palo tal astilla, pensaba Lily.
—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía
haber perdido el hilo—. Así que… ya tenéis los libros y… y… ahora os hacen
falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento…
Se alejó de ellos, penetró en el bosque
y se perdió de vista.
—Dios mío, este lugar está en
decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas… A mi padre le dará
un patatús cuando se lo cuente.
—Que se lo haya contado
—dijo por lo bajo James.
—¡James! —lo regañó Lily.
—¿Qué? —dijo el animago
con inocencia.
Lily solo negó con la
cabeza.
—Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.
—Cuidado, Potter; hay un dementor
detrás de ti.
—Idiota —murmuraron James
y Sirius.
—¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown,
señalando hacia la otra parte del prado.
Trotando en dirección a ellos se
acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su
vida (¿Qué ega?,
preguntó una curiosa Fleur). Tenían el cuerpo, las patas traseras y la
cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila
gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante.
Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y
parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso
alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes
manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado,
detrás de las criaturas.
—¡Hipogrifos! —dijeron
los merodeadores.
Hagrid asintió.
—¿No son peligrosos?
—preguntó Molly.
—No, son criaturas muy
dóciles, tiernas y fieles —respondió Hagrid.
—Claro que para acercarse
a uno primero deben seguir las indicaciones del profesor —agregaron los gemelos
Weasley, viendo de reojo a Draco, el cual estaba con las mejillas ligeramente
rosas.
—¡Id para allá! —les gritaba,
sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde
estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó
donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.
—¡Hipogrifos!
—gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal
con la mano—. ¿A que son hermosos?
—Seguro que sí, me
gustaría tener uno —dijo Sirius.
Harry, Ron y Hermione se
miraron y sonrieron, porque por lo menos en esa parte Sirius si pudo cumplir su
deseo.
Harry pudo comprender que Hagrid los
llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo
que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apreciar el brillo
externo del animal, que cambiaba paulatinamente de la pluma al pelo. Todos
tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño
brillante y negro tinta.
—La verdad es que si son
hermosos —dijo Hermione.
Harry sonrió al recordar
a Buckbeak, y era sin duda una
criatura hermosa.
—Venga —dijo Hagrid frotándose las
manos y sonriéndoles—, si queréis acercaros un poco…
Nadie parecía querer acercarse. Harry,
Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca.
—Lo primero que tenéis que saber de los
hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha
facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo último que hicierais.
Ojala y le hubiera hecho
caso a sus palabras, y así no hubiera resultado herido, pensaba Draco.
Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban;
hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban
tramando la mejor manera de incordiar.
—La verdad es que si
—admitió Draco.
—Pero no te salió muy
bien —dijo Ron.
—Lo sé, Weasley —dijo
Draco, recordando que aparte de estar herido, Hermione también lo había
golpeado.
—Tenéis que esperar siempre a que el
hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais
cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él responde con una
inclinación, querrá decir que os permite tocarlo. Si no hace la inclinación,
entonces es mejor que os alejéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño
con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?
McGonagall miraba a
Hagrid, no estaba muy de acuerdo que en su primera clase haya empezado con
Hipogrifos, luego le dirigió una mirada a Dumbledore, y lo vio sonriendo.
Como respuesta, la mayoría de la clase
se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos
sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no
les gustaba estar atados.
—¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz
suplicante.
—Yo —se ofreció Harry.
—¿Por qué no me
sorprende? —dijo James, orgulloso de la valentía de su hijo.
Mientras Lily estaba
preocupada, creía que algo malo le pasaría a su hijo.
Detrás de él se oyó un jadeo, y
Lavender y Parvati susurraron:
—¡No, Harry, acuérdate de las hojas de
té!
Esta vez no solo fue
Hermione quien rodo los ojos, muchos en la sala hicieron lo mismo.
Harry no hizo caso y saltó la cerca.
—¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—.
Veamos cómo te llevas con Buckbeak.
El trío sonrió ante ese
recuerdo.
Soltó la cadena, separó al hipogrifo
gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro
lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con
malicia.
—Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en
voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no
confían en ti si parpadeas demasiado…
A Harry empezaron a irritársele los
ojos, pero no los cerró. Buckbeak había
vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo
terrible de color naranja.
Lily y Molly miraron a
Harry, esperando encontrar algún atisbo de preocupación, pero como lo vieron
con el semblante sereno se relajaron un poco.
—Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry.
Ahora inclina la cabeza…
A Harry no le hacía gracia presentarle
la nuca a Buckbeak,
pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada.
El hipogrifo seguía mirándolo fijamente
y con altivez. No se movió.
—Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien,
vete hacia atrás, tranquilo, despacio…
Pero entonces, ante la sorpresa de
Harry, el hipogrifo dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó
profundamente.
Todos se sorprendieron
ante este hecho, ya que pensaron al igual que el Hagrid del libro, pensaron que
Harry no había logrado convencer al Hipogrifo de sus buenas intenciones.
—Bien hecho, cachorro
—dijeron los merodeadores.
Harry sonrió.
—¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid,
eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.
Pensando que habría preferido como
premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo.
Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a
entender que le gustaba.
La clase rompió en aplausos. Todos
excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.
Draco decidió mirar hacia
otra parte, evitando encontrarse con todas esas miradas acusadoras.
—¿Acaso querías que el
hipogrifo lastimara a Harry? —preguntó indignada Lily a Draco.
—No, no quería que lo
matara… —respondió el rubio—, solo que lo lastimara —admitió.
Lily frunció el ceño,
pero decidió no discutir con el rubio.
—Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que
el hipogrifo dejaría que lo montaras!
Eso sorprendió a todos,
una cosa era que lo acariciara, pero otra muy distinta que lo montara.
—Podría ser peligroso,
Hagrid —dijo la profesora McGonagall.
—No me paso nada,
profesora —le aseguró Harry. Esta respuesta tranquilizó a todos.
Aquello era más de lo que Harry había
esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un
hipogrifo se le pareciera.
—Súbete ahí, detrás del nacimiento del
ala —dijo Hagrid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le
gustaría…
—Tampoco planeaba hacerlo
—dijo Harry.
Harry puso el pie sobre el ala de Buckbeak
y se subió en el lomo. Buckbeak
se levantó. Harry no sabía dónde debía agarrarse: delante de
él todo estaba cubierto de plumas.
—¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una
palmada al hipogrifo en los cuartos traseros.
—¡Por Merlín! —exclamó
Lily, con las manos sudosas por la preocupación.
A cada lado de Harry, sin previo aviso,
se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud. Apenas le dio tiempo a
agarrarse del cuello del hipogrifo antes de remontar el vuelo. No tenía ningún
parecido con una escoba y Harry tuvo muy claro cuál prefería. Muy incómodamente
para él, las alas del hipogrifo batían debajo de sus piernas (¡Increíble!, dijeron los merodeadores y los gemelos
Prewett, mirando a Harry con admiración). Sus dedos resbalaban en las
brillantes plumas y no se atrevía a asirse con más fuerza. En vez del
movimiento suave de su Nimbus 2.000, sentía el zarandeo hacia atrás y hacia
delante, porque los cuartos traseros del hipogrifo se movían con las alas.
Lucius miraba a su hijo.
Si el mestizo de Potter
puede hacerlo, entonces Draco también, pensaba Lucius.
Buckbeak sobrevoló
el prado y descendió. Era lo que Harry había temido. Se echó hacia atrás
conforme el hipogrifo se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba
a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterrizar el animal con
sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a
incorporarse.
Lily suspiró aliviada,
por fin su hijo estaba e piso firme nuevamente.
—¡Muy bien, Harry! —gritó Hagrid,
mientras lo vitoreaban todos menos Malfoy, Crabbe y Goyle—. ¡Bueno!, ¿quién más
quiere probar?
Envalentonados por el éxito de Harry,
los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los
hipogrifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias
por todo el prado (Hagrid sonrió al recordar que
hasta ese momento su clase había ido bien). Neville retrocedió corriendo
en varias ocasiones porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas.
Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras Harry observaba.
—¿Ya no te apetecía
subirse encima de otro hipogrifo? —preguntó Ted.
Harry negó con la cabeza.
Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido
a Buckbeak. Había inclinado la
cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa.
Lucius sonrió con
arrogancia.
—Esto es muy fácil —dijo Malfoy,
arrastrando las sílabas y con voz lo bastante alta para que Harry lo oyera—.
Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz… ¿A que no eres peligroso? —le dijo al
hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?
—Creo que alguien no
siguió las indicaciones del profesor —dijo Sirius, mirando a Draco.
—Ya lo sé, tío —respondió
el rubio, esto hizo que Sirius lo mirara raro, aunque no fuera la primera vez
que lo llamaba de ese modo. Y Lucius por su parte miraba a su hijo como si
fuera un alienígena—, me costó caro el error.
Sucedió en un destello de garras de
acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se
esforzaba por volver a ponerle el collar a Buckbeak,
que quería alcanzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en
la ropa.
—¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras
cundía el pánico—. ¡Me muero, mirad! ¡Me ha matado!
—¡Oh, Merlín! —dijo
Narcissa, mirando a su hijo con preocupación.
—¿Qué? ¡Una bestia, ataco
a un Malfoy! —gruñó Lucius, con la mandíbula apretada.
—Su hijo no siguió las
indicaciones, Malfoy —dijo Hagrid con seriedad.
Y antes de que Lucius
siguiera escupiendo veneno, Draco habló:
—Yo tuve la culpa, padre
—dijo el rubio menor, finalizando la discusión.
—Por lo menos reconoce
que fue su culpa —dijo Lily.
—Ahora lo hace, antes no
—murmuró Harry.
—No te estás muriendo —le dijo Hagrid,
que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sacarlo de
aquí…
Hermione se apresuró a abrir la puerta
de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy. Mientras
desfilaban, Harry vio que en el brazo de Malfoy había una herida larga y
profunda; la sangre salpicaba la hierba y Hagrid corría con él por la
pendiente, hacia el castillo.
Narcissa se puso pálida
al escuchar la descripción de la herida de su hijo.
—No fue muy grave, madre
—dijo Draco, para tranquilizar a su madre.
Los demás alumnos los seguían
temblorosos y más despacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid.
—¡Deberían despedirlo inmediatamente!
—exclamó Pansy Parkinson, con lágrimas en los ojos.
Draco rodó los ojos, y
Pansy se sonrojó.
—¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió
Dean Thomas.
—Claro que fue su culpa
—afirmó Hannah.
Crabbe y Goyle flexionaron los músculos
amenazadoramente.
Subieron los escalones de piedra hasta
el desierto vestíbulo.
—¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo
Pansy.
Astoria frunció el ceño,
no le gustaba nada que Pansy estuviera tan pendiente de su prometido.
—En ese tiempo ni Draco
ni tú se hablaban —le recordó Daphne a su hermana, en un susurró.
Astoria asintió, aunque
no podía evitar sentir ciertos celos.
Y la vieron subir corriendo por la
escalera de mármol. Los de Slytherin se alejaron hacia su sala común
subterránea, sin dejar de murmurar contra Hagrid; Harry, Ron y Hermione
continuaron subiendo escaleras hasta la torre de Gryffindor.
—¿Creéis que se pondrá bien? —dijo Hermione
asustada.
—¿Y a ti que te importa
eso, castaña? —le preguntó Sirius a Hermione.
Pregunta que a Remus le
hubiera gustado hacerle, pero agradecía que su amigo la hiciera.
—Me importaba porque si
le pasaba algo a Malfoy, entonces podrían despedir a Hagrid y Buckbeak también sufriría las
consecuencias —respondió Hermione.
—En eso tiene razón,
Sirius —dijo Remus, aliviado de que Hermione se preocupaba solo por Hagrid y el
hipogrifo y no porque sintiera algo por el rubio.
—Por supuesto que sí. La señora Pomfrey
puede curar heridas en menos de un segundo —dijo Harry, que había sufrido
heridas mucho peores y la enfermera se las había curado con magia.
—Es lamentable que esto haya pasado en
la primera clase de Hagrid, ¿no os parece? —comentó Ron preocupado—. Es muy
típico de Malfoy eso de complicar las cosas…
—Eso es clásico de todos
los Malfoy —dijo Sirius, mirando a Lucius.
Lucius lo miró como si
mirara a la basura.
Fueron de los primeros en llegar al
Gran Comedor para la cena. Esperaban encontrar allí a Hagrid, pero no estaba.
—No lo habrán despedido, ¿verdad?
—preguntó Hermione con preocupación, sin probar su pastel de filete y riñones.
—Más vale que no —le respondió Ron, que
tampoco probaba bocado.
—Vaya, dos veces en un
día, eso sí es sorprendente —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Qué cosa? —preguntó
Ron.
—No probar bocado
—respondieron sus hermanos gemelos.
—Ya no molesten —les
advirtió Ron. A lo que sus hermanos solo soltaron carcajadas.
Harry observaba la mesa de Slytherin.
Un grupo prieto y numeroso, en el que figuraban Crabbe y Goyle, estaba sumido
en una conversación secreta. Harry estaba seguro de que preparaban su propia
versión del percance sufrido por Malfoy.
—Eso ni lo dudes —dijo
James.
—Son unos idiotas sangre
puras —gruñó Sirius.
—Bueno, no puedes decir que el primer
día de clase no haya sido interesante —dijo Ron con tristeza.
Tras la cena subieron a la sala común
de Gryffindor, que estaba llena de gente, y trataron de hacer los deberes que
les había mandado la profesora McGonagall, pero se interrumpían cada tanto para
mirar por la ventana de la torre.
—Hay luz en la ventana de Hagrid —dijo
Harry de repente.
—No deberían hacer eso,
hay dementores por los alrededores —dijo Moody.
—Tiene razón —dijo
Andrómeda.
Ron miró el reloj.
—Si nos diéramos prisa, podríamos bajar
a verlo. Todavía es temprano…
—No sé —respondió Hermione despacio, y
Harry vio que lo miraba a él.
—Tengo permiso para pasear por los
terrenos del colegio —aclaró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los
dementores, ¿verdad?
Sirius se sintió
ligeramente ofendido. Pero luego recordó que su ahijado no tenía la culpa de
creer que él era un asesino, cuando ni él mismo lo sabía.
Recogieron sus cosas y salieron por el
agujero del cuadro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la
puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir.
—Era obvio que no podían
salir a esas horas —dijo Luna.
La hierba estaba todavía húmeda y
parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la
cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó:
—Adelante, entrad.
Hagrid estaba sentado en mangas de
camisa, ante la mesa de madera limpia; Fang,
su perro jabalinero, tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un
vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él
tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le
costaba trabajo enfocar bien las cosas.
La profesora McGonagall
miraba desaprobatoriamente a Hagrid, pero comprendía que se sintiera mal porque
su primera clase no fue como él esperaba, pero eso no justificaba que bebiera.
—Supongo que es un récord —dijo
apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha
durado sólo un día.
—¡No te habrán despedido, Hagrid!
—exclamó Hermione.
—Todavía no —respondió Hagrid con
tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo
cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy…
—¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó
Ron cuando se sentaron—. No habrá sido nada serio, supongo.
—La señora Pomfrey lo ha curado lo
mejor que ha podido —dijo Hagrid con abatimiento—, pero él sigue diciendo que
le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas… Gime…
—Todo era pura actuación
—admitió Draco—, solo tenía una leve molestia, pero nada más.
Hagrid miró a Draco con
seriedad.
Y yo que me sentía tan
culpable, pensaba Hagrid.
—¿Por qué hacías eso?
—preguntó Andrómeda, no pudiendo creer que su sobrino fuera tan cretino.
—Por molestar y porque
padre me dijo que fingiera seguir estando herido —confesó el rubio, ante la
mirada sorprendida de Lucius.
—Claro, tenía que ser
—dijo Sirius.
—Por supuesto que tenía
que ser Malfoy, Sirius, al fin y al cabo él solo era un chico —dijo Remus
refiriéndose a Draco.
—Vaya, y me imagino que
todo eso tenía un porque, ¿verdad, Malfoy? —preguntó Moody a Lucius.
Lucius no contestó al
auror, solo se dedicó a mirar con rencor a su hijo.
—Todo es cuento —dijo Harry—. La señora
Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a
crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho
posible.
—El Consejo Escolar está informado, por
supuesto —dijo Hagrid—. Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los
hipogrifos para más tarde… Tenía que haber empezado con los gusarajos
o con los summat…
Creía que sería un buen comienzo… Ha sido culpa mía…
—No ha sido tu culpa,
Hagrid —dijo Dumbledore, pasivamente—. El joven Malfoy debió haber seguido tus
indicaciones.
—¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid!
—dijo Hermione con seriedad.
—Somos testigos —dijo Harry—. Dijiste
que los hipogrifos atacan al que los ofende. Si Malfoy no prestó atención, el
problema es suyo. Le diremos a Dumbledore lo que de verdad sucedió.
—Sí, Hagrid, no te preocupes te
apoyaremos —confirmó Ron.
De los arrugados rabillos de los ojos
de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lágrimas. Atrajo a Ron y a
Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto
algún hueso.
Algunos soltaron risitas
ante el abrazo de Hagrid.
—Claro, ellos ríen porque
no sentían sus huesos ser casi triturados —susurró Ron a Harry. El cual
asintió.
—Creo que ya has bebido bastante,
Hagrid —dijo Hermione con firmeza. Cogió la jarra de la mesa y salió a
vaciarla.
—Sí, puede que tengas razón —dijo
Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las
costillas (Lo siento, dijo Hagrid). Hagrid
se levantó de la silla y siguió a Hermione al exterior; con paso inseguro.
Oyeron una ruidosa salpicadura.
—¿Qué ha hecho? —dijo Harry, asustado,
cuando Hermione volvió a entrar con la jarra vacía.
—Meter la cabeza en el barril de agua
—dijo Hermione, guardando la jarra.
Hagrid regresó con la barba y los
largos pelos chorreando, y secándose los ojos.
—Un buen método para que
se pase la borrachera —dijo Sirius.
Y McGonagall, Lily,
Molly, Andrómeda y Hermione lo miraron con desaprobación.
—Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza
como un perro y salpicándolos a todos—. Habéis sido muy amables por venir a
verme. Yo, la verdad…
Hagrid se paró en seco mirando a Harry;
como si acabara de darse cuenta de que estaba allí:
—¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —bramó, y
tan de repente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE
ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS!
—Un poco tarde para
regañarlos, ¿no? —dijeron los gemelos Prewett.
—Es que ya se bajó el
alcohol —dijeron los gemelos Weasley, riendo.
Hagrid se acercó a Harry con paso
firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.
—¡Vamos! —dijo Hagrid enfadado—. Os voy
a acompañar a los tres al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a
verme a estas horas! ¡No valgo la pena!
—Deberías dejar de
menospreciarte, Hagrid —lo regañó Hermione. La chica estaba cansada de las
personas que se sentían inferiores solo por ser algo distintos a los demás.
Ella decía que todos los seres tenían algo bueno dentro de ellos, y lo bueno de
Hagrid era que era muy bueno con los animales y que era un muy buen amigo.
Esa frase de Hermione
hizo que Remus se sintiera bien, porque a la chica no le importaba que Hagrid
fuera un semi-gignate, entonces eso quería decir que si algún día se enteraba
de su licantropía, ella no lo despreciaría.
—Aquí termina el capítulo
—dijo Theo.
—Muy bien, muchas gracias, señor Nott. Ahora
leeremos un capítulo más y cenaremos.
me encanto, sobre todo en la parte en donde todos cuestionan a hermione de como lo hace con su horario, y cuando remus se sintio un poco celoso al ver la preocupación de hermione por draco, estuvo muy bueno el capitulo, creo que este es el capitulo en que mas se luce hermi, en donde es ironica, sacrastica y gruñona, gracias por actualizar tan pronto, el proximo capitulo es muy bueno por que es la primera clase de remus y me gustaria saber que dira cuando parvati pregunte por que tiene miedo de las bolas de cristal jijij y ademas saber la reaccion de severus cuando sepa que él es a lo que mas teme neville, bueno eso, cuidate mucho y nos leemos pronto
ResponderEliminarAmo en verdad como escribes espero anciosa el otro capitulo
ResponderEliminarQue bueno que ya sigues mejor
Espero en verdad el siguiente capitulo, en verdad adoro como los escribes
ResponderEliminarMe alegro de que ya estes mejor
guau, ame este capitulo, pero ahora estoy desesperada por que subas el siguiente capitulo, ya que ese sera la primera clase de Remus ♥
ResponderEliminarpor favor actualiza lo mas pronto posoble
besos y abrazos
oh, por merlin, continuala por favor, me encanta tu fic
ResponderEliminarpd.: no te demores mucho
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