martes, 8 de septiembre de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 6: Posos de té y garras de hipogrifo















—Muchas gracias, señorita Greengrass —dijo Dumbledore—. ¿Quién desea leer el siguiente capítulo? —preguntó.
Nadie respondió. Pero Dumbledore miró al chico que estaba sentado a un costado de Astoria.
—Podría leer el siguiente capítulo, señor Nott —no fue una pregunta, fue casi una orden.
Nott asintió, y Daphne le paso el libro.
El Slytherin cambió la página, y leyó:
“Posos de té y garras de hipogrifo.
—Ese título nos da a entender de que algo pasara en la clase de Adivinación o en la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas —dijo Frank.
Los merodeadores miraron de reojo a Hagrid.
Cuando Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.
Draco sonrió al recordar eso. y no dejo de sonreír a pesar de notar las miradas asesinas de los Gryffindors.
—No le hagas caso —le dijo Hermione, que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena…
—¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo (Pansy puso cara de ofendida ante el insulto. Por su parte Daphne y Astoria aguantaban la risa)—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!
—Esos dos insoportables —dijo Lily con molestia.
—Y esa es la inteligencia de Slytherin —ironizó Sirius, pero al ver la mirada de Andrómeda quiso arreglar lo que había dicho—, digo… no todos son… tan idi…
—Ya, olvídalo, Sirius —dijo Andrómeda.
Harry se dejó caer sobre un asiento de la mesa de Gryffindor; junto a George Weasley.
—Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
—Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.
George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.
—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?
Las mejillas de Draco se tiñeron de rosa.
Rayos, porque tiene que salir hasta el más mínimo detalle en ese condenado libro, pensaba Draco.
—Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.
Se escucharon algunas risitas en la sala.
—Vaya, eso sí que es gracioso, dice odiar a Gryffindor, pero va refugiarse con ellos —dijo James.
—Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores…
—Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.
—Pero no os desmayasteis, ¿a qué no? —dijo Harry en voz baja.
—Deberías dejar de pensar en eso, no todos reaccionan igual —le dijo Lily.
Harry asintió.
—No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso… Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.
—Eso sí que es muy alentador —trato de bromear Sirius—. ¿Ya oyeron, Cornamenta, Lunático? Al final sí que seré un loco de verdad —sonrió. Una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—Ahora que lo sabemos, no permitiremos que te encierren, Sirius —le dijo Remus.
—Claro, Canuto, cambiaremos el futuro —dijo James.
—¿De verdad? —preguntó el animago.
—Sí —respondieron los otros dos merodeadores.
Nadie se metió en la conversación de los merodeadores, porque aunque todos los escuchaban lo sentían como si fuera una conversación privada.
—De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿os acordáis?
—Ese será un buen momento para desquitarse de todas sus bromas —comentó Frank.
La única ocasión en que Harry y Malfoy se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchichas y tomate frito.
Hermione se aprendía su nuevo horario:
—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.
—Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.
Ahora todas las miradas cayeron en la castaña.
—¿Qué? ¿Más de diez asignaturas al día? —dijo Sirius perplejo—. Eres peor que la pelirroja y Lunático —agregó.
Lily lo miró con el ceño fruncido.
—¿Eso que dice es enserio? —preguntaron los gemelos Prewett, mirando a Hermione como si le hubiera salido otra cabeza.
Hermione no tuvo tiempo de contestar porque gracias a Merlín, Theo continuo leyendo.
—Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.
—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y… —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?
—¿Tres clases distintas a la misma hora? ¿Cómo es eso? A menos que en el futuro hayan inventado un hechizo para dividirse en tres —dijo un incrédulo James.
—No se ha inventado ningún hechizo como eso —respondió Hermione.
—¿Entonces, cómo…? —empezó Sirius.
—Ya, Canuto, me imagino que lo descubriremos después —dijo Remus, mirando suspicazmente a Hermione.
—No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.
—Bueno, entonces…
—Pásame la mermelada —le pidió Hermione.
—Pero…
—¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.
Todos se preguntaban qué clase de acuerdo había llegado Hermione con la profesora McGonagall, porque aun sabiendo que la chica era una buena estudiante, era inverosímil que pudiera estar en tres clases a la vez.
Por su parte McGonagall estaba pensativa, y se preguntaba cómo había sido capaz de hacer que Hermione llevara tantas clases. Bueno, ella era exigente con sus alumnos, pero no tanto así, a menos que…
La profesora de Transformaciones abrió los ojos con sorpresa al llegarle una idea a la cabeza.
En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.
—¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Estáis en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien… Yo, profesor…, francamente…
¿Ese? ¿Profesor? —murmuró Lucius Malfoy con asco.
Tendré que mandar a Draco a otro colegio, tal vez a Durmstrang, de esa manera se convertirá en un verdadero Malfoy, pensaba Lucius mirando de reojo a su futuro hijo.
Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.
—Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad.
—Nos preguntamos lo mismo —dijeron los gemelos Prewett.
Hagrid solo sonreía.
El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.
—Lo mejor será que vayamos ya. Mirad, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar…
Hermione hizo un gesto de molestia, no le agradaban nada las clases de adivinación.
—¿Qué pasa, castaña? ¿No te gustan las clases de adivinación? —preguntó Sirius con cierta burla al ver la molestia en el rostro de Hermione.
—En realidad no —admitió la leona.
Esta respuesta sorprendió no solo a Sirius, sino a todos los del pasado porque por lo que sabían de Hermione Granger, era que es una chica muy estudiosa y responsable, y que diga que no le gustaba un curso no se lo esperaban.
—¿En serio? —preguntó James. Hermione asintió—. Pero si incluso te gusta la el curso de Historia de la Magia y eso que es muy aburrida —agregó incrédulo.
—Historia de la Magia es mil veces más productivo que Adivinación —respondió la castaña.
Esa respuesta disgusto a Parvati Patil, pero no dijo nada.
En cambio la profesora McGonagall estaba de acuerdo con Hermione.
—Esa chica es rara —susurró Sirius.
—Que no le guste un curso, no la hace rara, Sirius —le dijo Remus, en mismo tono de vos del animago.
Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo.
—No me agrada Malfoy hijo —dijo James.
—No solo a ti no te agrada —dijo Sirius.
Remus escuchaba los cuchicheos de sus amigos, pero se daba cuenta que el Draco Malfoy de los libros que habían leído era completamente distinto al Draco Malfoy que estaba en la misma sala con ellos.
—Me pregunto cuál habrá sido el motivo para hacerlo cambiar de actitud —dijo Remus a sus amigos.
—¿De qué hablas, Lunático? —le preguntó James.
—Pues que el Draco que he visto ahora es muy diferente al Draco de los libros —respondió Lupin—, porque no negaran que es más maduro.
James y Sirius se miraron, reconocían que en eso Remus tenía razón, porque el rubio se había disculpado con los Weasley cuando su yo de los libros los había ofendido.
El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.
—Tiene… que… haber… un atajo —dijo Ron jadeando (La hay, dijeron los merodeadores y los gemelos Weasley. Los merodeadores miraron a los gemelos con interrogación, pero ellos solo sonrieron con complicidad), mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.
—Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.
—Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago…
—Aunque vaya en contra de las reglas… —empezó Giedon.
—… creo que les serviría de mucho salir a vagabundear por las noches —termino Fabian.
—Señores Prewett —los regañó la profesora McGonagall.
—No te enojes, Minnie —dijo Sirius.
La profesora frunció el ceño ante el sobrenombre y la confianza.
—Eso es solo para que conozcan mejor el castillo y así no lleguen tarde a sus clases —alegó James.
Remus negó con la cabeza, la excusa de sus amigos no ayudaría de mucho.
Por su parte Snape se dedicaba a mirar a los merodeadores con desdén, porque por más que intentara aunque sea tolerarlos, la arrogancia de ese grupo lo exasperaba.
Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Harry estaba acostumbrado a que los cuadros de Hogwarts tuvieran movimiento y a que los personajes se salieran del marco para ir a visitarse unos a otros, pero siempre se había divertido viéndolos. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.
—¡Sir Cadogan! —dijo Frank.
—No puedo creer que ese viejo cuadro aun siga en su tiempo —dijo Ted.
—¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!
—Es un pesado —dijeron James y Sirius.
—Pero es bastante inofensivo —dijo Remus.
Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.
—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro.
—¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!
—También es bastante voluble —agregó Hermione.
El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.
—Disculpe —dijo Harry, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino?
—¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! (Bueno, si es voluble, reconoció Remus y sonrió a Hermione cuando sus miradas se encontraron) —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentil señora! ¡Vamos! (¿Gentil señora?, repitió Ginny, soltando una risita sin poder evitarlo, a lo que Hermione se contagió de esta y también rió ligeramente) Y corrió por el lado izquierdo del marco, haciendo un fuerte ruido metálico. Corrieron tras él por el pasillo, siguiendo el sonido de su armadura. De vez en cuando lo localizaban delante de ellos, cruzando un cuadro.
—¡Endureced vuestros corazones, lo peor está aún por llegar! —gritó el caballero, y lo volvieron a ver enfrente de un grupo alarmado de mujeres con miriñaque, cuyo cuadro colgaba en el muro de una estrecha escalera de caracol.
Jadeando, Harry, Ron y Hermione ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.
—Hubiera sido más fácil y menos cansado con… —empezó Sirius, pero Remus le dio un ligero golpe en las costillas al animago y negó con la cabeza para que no hablara.
—¿Con que hubiera sido más fácil y menos cansado? —preguntaron los gemelos Prewett.
—Pues… —susurró James.
—Tal vez lo descubran luego —respondieron los gemelos Weasley, sonriendo.
Nadie dijo nada más, así que Theo siguió leyendo.
—¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan!
—Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.
—¡Ronald! Ese hombre te ayudo, no deberías hablar así de él —lo regañó Molly.
Ron solo se encogió de hombros.
Pero si esta chiflado, dijo por lo bajo.
Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló al techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce.
—Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?
—¿Sybill Trelawney? —repitió Remus.
—¿No es chica chiflada de Ravenclaw? —preguntó Sirius.
—Sí, es ella, creo que esta en segundo año —respondió James.
—Vaya, su segundo año y ya está loca —comentó Ron, haciendo un gesto extraño.
—¡Ronald! —lo volvió a regañar Molly.
—Creo que usted misma lo creerá, señora Weasley —dijo Hermione, sorprendiendo nuevamente a todos—, solía predecir la muerte de… —Harry negó con la cabeza, ya que sabía que si Hermione decía que predecía su muerte su madre se preocuparía mucho—, de todos —mintió la castaña.
Molly se quedó pensativa ante la respuesta Hermione.
Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio.
—Tú primero —dijo Ron con una sonrisa, y Harry subió por la escalera delante de los demás.
—Que caballero, hermanito —se burlaron los gemelos Weasley.
—Solo no quería hacer el ridículo, o por lo menos no ser el primero —respondió Ron.
—Vaya, gracias, lo aprecio mucho amigo —ironizó Harry.
Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.
A los chicos del futuro esa descripción ya no le parecía extraño, pero a los del pasado sí que les parecía de lo más extraño, porque ni siquiera el profesor de adivinación que tenía en su época tan loco.
—Está loca de remate —dijo Sirius.
Esta vez nadie regaño a Sirius, ni siquiera la profesora McGonagall.
Ron fue a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor; entre murmullos.
—¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron.
De repente salió de las sombras una voz suave:
—Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.
—Me suena como a un fraude de profesora —murmuró Lily.
La inmediata impresión de Harry fue que se trataba de un insecto grande y brillante. La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada (Ni en eso ha cambiado, dijo James). Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.
—Sí parece un insecto —dijo Alice, después de escuchar la descripción de la profesora.
—Sentaos, niños míos, sentaos —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Harry, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.
—Si como no —ironizó Ron.
—La profesora hacia buenas predicciones, Ron —le reclamó Parvati—. Sino porque el profesor Dumbledore la contrataría.
—Porque el profesor Dumbledore tenía sus propias razones para tenerla en el colegio —murmuró Harry.
Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:
—Así que habéis decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas (Hermione y la profesora McGonagall fruncieron el ceño). Debo advertiros desde el principio de que si no poseéis la Vista, no podré enseñaros prácticamente nada. Los libros tampoco os ayudarán mucho en este terreno… —Al oír estas palabras, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura (Hermione miró con reproche a sus amigos, los cuales solo le sonrieron con inocencia)—. Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos (Esta demente, dijeron los gemelos Prewett). Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?
—Creo que sí —dijo Neville tembloroso.
—Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney (Frank hizo un gesto de molestia). El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó de pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.
Todos miraron a Ron.
—¿Qué le hiciste, sobrino? —preguntó Fabian.
—Nada —respondió Ron, pero al notar las miradas suspicaces de sus tíos, preguntó—: ¿Verdad que no te hice nada, Parvati?
—No lo recuerdo —dijo Parvati pensativamente—, pero creo que no.
—¡Ya ven! —exclamó Ron.
Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
Ron rodó los ojos.
—Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de vosotros nos abandonará para siempre (Esa declaración los alarmo. A lo que Ron mirando a Hermione dijo: “Ahí sí que acertó”. Hermione se sonrojo. Pero por lo menos el tono gracioso de Ron relajo el ambiente en la sala). —Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?
Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó (Más parece que quiere asustar a sus alumnos que dar su dichosa clase, comentó Andrómeda), cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.
—Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes 16 de octubre. —Lavender tembló (Pobre chica, debió asustarse mucho, dijo Lily)—. Ahora quiero que os pongáis por parejas. Coged una taza de la estantería, venid a mí y os la llenaré. Luego sentaos y bebed hasta que sólo queden los posos. Removed entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y poned luego la taza boca abajo en el plato. Esperad a que haya caído la última gota de té y pasad la taza a vuestro compañero, para que la lea. Interpretaréis los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudaros y a daros instrucciones. ¡Ah!, querido… —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.
—Yo no creo que eso haya sido una predicción, solo lo puso nervioso —dijo Hermione.
—Y como es muy difícil de poner nervioso a Longbottom —murmuró Blaise Zabini, con ironía.
Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor; y le dijo:
—Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias…
Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión.
Removieron los posos como les había indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las intercambiaron.
—Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las páginas 5 y 6—. ¿Qué ves en la mía?
—Una masa marrón y empapada —respondió Harry (Bueno, por lo menos no mentiste, comentó George sonriendo al igual que su gemelo). El humo fuertemente perfumado de la habitación lo adormecía y atontaba.
—¡Ensanchad la mente, queridos, y que vuestros ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelawney sumida en la penumbra.
Harry intentó recobrarse:
—Bueno, hay una especie de cruz torcida… —dijo consultando Disipar las nieblas del futuro—. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos… Lo siento… Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad… Así que vas a sufrir; pero vas a ser muy feliz…
Varias carcajadas se escucharon por la sala gracias a la predicción de Harry.
—Vaya, querido futuro ahijado, creo que tu ojo interior también es miope —dijo Sirius, riendo con verdadera alegría después de saber su desastroso futuro.
—¡Oye! No te burles de miopía Potter, Canuto —le reclamó James.
—Pero no te molestes, James, además no dices que la miopía Potter es parte de tu atractivo, y que con eso todas las chicas caían a tus pies —le recordó Remus.
—¿Qué? —dijo Lily mirando a James.
—Nada, cariño —dijo James tratando de defenderse.
—Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró.
Nuevas carcajadas se escucharon, pero luego de unos minutos las carcajadas cesaron y Theo volvió a leer.
—Ahora me toca a mí… —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo—. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo mejor vas a trabajar para el Ministerio de Magia… —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bellota… ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupendo, me podrás prestar (Hermione se quedó pensativa, porque sabía que apenas terminaran Hogwarts Harry trabajaría en el ministerio, y porque el “Oro inesperado”, Harry lo había ganado en el Torneo de los Tres Magos. Entonces eso quería decir que Ron había acertado en algunas cosas). Y aquí hay algo —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza… parece un hipo…, no, una oveja…
—Bueno, sobre el oro inesperado y caído del cielo, Harry lo gano cuando estaba en su cuarto año —dijo Luna. A lo que todos le tomaron atención a la rubia.
Lo único que Harry agradecía del comentario de Luna es que ella no había mencionado como lo había ganado.
—¿Y cómo ganaste el oro? —le preguntó Lily a Harry.
—Eh… bueno… —balbuceó Harry.
—Creo que nos enteraremos de eso en el cuarto libro —dijo Ginny.
Lily asintió, y aunque algo le decía que en el cuarto año de su hijo pasaría algo, decidió que no se preocuparía por eso aun porque aun quería saber lo que había pasado su hijo en su tercer año.
—Gracias —le susurró Harry en el oído de Ginny. Esta le sonrió en respuesta.
La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carcajada de Harry.
—Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry. Todos se quedaron en silencio, expectantes.
La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.
—El halcón… querido, tienes un enemigo mortal.
—Parece que recién descubrió algo que todos saben —dijo Remus, sonriendo traviesamente.
Sonrisa que dejo embelesada a Hermione, porque en su tiempo nunca lo había visto sonreír de esa manera, seguramente por todo eso de la guerra.
—Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien-Usted-Sabe.
Nuevamente las miradas se centraron en la menuda bruja de cabellera castaña.
—Vaya, que forma de hablarle a una profesora —dijeron los gemelos Prewett.
—Sé que no estuvo bien lo que dije, pero me exasperaba todo lo que decía —se justificó Hermione.
McGonagall la entendía, puesto que ella también se hubiera exasperado.
Harry y Ron la miraron con una mezcla de asombro y admiración (¿A la profesora Trelawney?, preguntaron los gemelos Weasley con asombro. A lo que Harry y Ron respondieron: “No, a Hermione”). Nunca la habían visto hablar así a un profesor. La profesora Trelawney prefirió no contestar. Volvió a bajar sus grandes ojos hacia la taza de Harry y continuó girándola.
—La porra… un ataque. Vaya, vaya… no es una taza muy alegre…
—Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.
—La calavera… peligro en tu camino…
Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó.
—Ahora con que otra locura saldrá —dijo Lily, suspirando.
Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya (Neville se sonrojo ante su torpeza). La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.
—Mi querido chico… mi pobre niño… no… es mejor no decir… no… no me preguntes…
—¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora Trelawney para poder ver la taza de Harry.
—Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim.
—¡Ay, por favor! —dijo Sirius, sonriendo.
—¿Quién va a creer eso? —dijo Remus.
—Es ilógico —agregó James, también sonriendo.
Parvati se sonrojó porque ella había creído en lo que había dicho la profesora Trelawney.
—¿El qué? —preguntó Harry.
Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados.
—Son solo supersticiones —dijo Lily, sin creer una palabra de la predicción—, no tiene lógica —aseguro.
Harry suspiró al darse cuenta que su madre no creía en nada de eso.
—Claro, que son solo supersticiones —dijo Hermione—. Porque sería más probable que ese animal apareciera en la taza porque un perro está cerca de Harry —y Hermione miró con disimulo a Sirius.
Los únicos que entendieron lo último que dijo Hermione, fueron sus amigos, porque los demás no.
—¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios… el augurio de la muerte.
Y de pronto algo hizo clic en el cerebro de los merodeadores. El Grim es un perro gigante. Y Sirius estaba detrás de Harry, y además Sirius era un animago, un perro para ser más exactos.
Hermione miraba a los merodeadores, cuando en eso los tres también fijaron su mirada en la chica, esta solo le sonrió, pero le sonrió a Sirius.
—Ella sabe lo que soy —le susurró Sirius a los otros dos merodeadores.
—Eso parece —respondió James.
—Pero este no es momento de hacer preguntas —le advirtió Remus.
Sirius asintió, y siguió escuchando la lectura.
El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia… Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.
—No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.
—Hermione Granger replicando a un profesor —comentó para sorpresa de todos, Oliver Wood.
Hermione se sonrojó.
—Creo que me está empezando a caer mejor Hermione —comentó Gideon a su gemelo.
—A mí también —le respondió Fabian.
La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.
—Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.
Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.
—Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.
—En definitiva es un fraude —dijo Alice.
—¡Cuando hayáis terminado de decidir si voy a morir o no…! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo.
Los del pasado también se sorprendieron ante las palabras de Harry y lo miraron, a lo que él solo se encogió de hombros.
—Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí… por favor; recoged vuestras cosas…
Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.
—Estaba asustado, escuchar que le pronosticaran la muerte a mi mejor amigo no es nada bonito —se justificó el pelirrojo al notar que lo miraban.
—Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte os acompañe. Ah, querido… —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.
—No tiene gracias pronosticar algo que todos sabemos que iba a pasar —dijo Neville, levemente sonrojado.
Harry, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.
Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto (¡Ay, por Merlín!, resopló Lily, no le gustaba nada que hicieran sentir incomodo a su hijo). Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales) (Los merodeadores sonrieron en complicidad sin poder evitarlo, ya que ellos recordaban bien esa clase, y desde ese momento James, Sirius y Peter tuvieron la idea de hacerse animagos para así poder acompañar a Remus en cada luna llena), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.
—Eso es sorprendente —murmuró Arthur.
—¿Qué os pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.
—Pobre Minnie, su ego quedo herido —dijo James, fingiendo lamentarse.
La profesora McGonagall se sonrojó.
Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.
—Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y… hemos estado leyendo las hojas de té y…
—¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?
—¿Qué? —preguntaron los del pasado.
Como toda respuesta Theo siguió leyendo.
Todos la miraron fijamente.
—Yo —respondió por fin Harry.
—Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía (Eso es una alivio, dijeron a coro Lily y Molly). Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas… —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney… —Volvió a detenerse (Al parecer a su yo del futuro no le agrada la profesora Trelawney, ¿verdad, profesora McGonagall?, dijo Frank) y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.
Hermione se echó a reír (Lo mismo pasaba en la sala, muchas risitas se escuchaban, entre esas la del profesor Dumbledore). Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido. Ron seguía preocupado y Lavender susurró:
—Pero ¿y la taza de Neville?
Hermione no pudo evitar rodar los ojos.
Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor; para el almuerzo.
—Animo, Ron —dijo Hermione, empujando hacia él una bandeja de estofado—. Ya has oído a la profesora McGonagall.
Ron se sirvió estofado con una cuchara y cogió su tenedor; pero no empezó a comer.
—Vaya, sí que le afecto la clase de la profesora loca —dijo Fred.
—Tienes razón, Fred, porque para que Ron dejara de comer es porque en verdad lo impacto —dijo George.
—Ya no molesten —los amonestó Ron, pero sus hermanos no le hicieron caso.
—Harry —dijo en voz baja y grave—, tú no has visto en ningún sitio un perro negro y grande, ¿verdad?
—Sí, lo he visto —dijo Harry—. Lo vi la noche que abandoné la casa de los Dursley.
Los merodeadores se volvieron a mirar con complicidad, porque gracias al comentario anterior de Hermione habían descubierto que el famoso Grim no era otro más que Sirius en su forma animaga.
Ron dejó caer el tenedor; que hizo mucho ruido.
—Probablemente, un perro callejero —dijo Hermione muy tranquila.
—No soy un perro callejero —murmuró Sirius ofendido.
Remus rodó los ojos, mientras James reía disimuladamente.
Ron miró a Hermione como si se hubiera vuelto loca.
—Hermione, si Harry ha visto un Grim, eso es… eso es terrible —aseguró—. Mi tío Bilius vio uno y… ¡murió veinticuatro horas más tarde!
—El pobre tío Bilius —se lamentó Fred.
—Sí, era tan gracioso —dijo George.
—Casualidad —arguyó Hermione sin darle importancia, sirviéndose zumo de calabaza.
—¡No sabes lo que dices! —dijo Ron empezando a enfadarse—. Los Grims ponen los pelos de punta a la mayoría de los brujos.
—Ahí tienes la prueba —dijo Hermione en tono de superioridad—. Ven al Grim y se mueren de miedo. El Grim no es un augurio, ¡es la causa de la muerte! Y Harry todavía está con nosotros porque no es lo bastante tonto para ver uno y pensar: «¡Me marcho al otro barrio!»
Algunos soltaron risitas por el comentario de la Hermione del libro, pero los más supersticiosos se sentían ofendidos.
—Hay veces en que la castaña es graciosa —comentó Sirius.
James asintió.
—Ese es un buen punto, señora Granger —dijo la profesora McGonagall—, además como pueden asegurar que un Grim y no un perro común y corriente.
Ron movió los labios sin pronunciar nada, para que Hermione comprendiera sin que Harry se enterase. Hermione abrió la mochila, sacó su libro de Aritmancia y lo apoyó abierto en la jarra de zumo.
—Creo que la adivinación es algo muy impreciso —dijo buscando una página—; si quieres saber mi opinión, creo que hay que hacer muchas conjeturas.
—Tiene razón, señora Granger —aseguro McGonagall—. Solo los verdaderos magos o brujas que pueden hacer predicciones son los que poseen esa cualidad, los demás solo pueden hacer suposiciones.
Hermione sonrió.
—Ay, no —susurró Sirius, mirando a Remus.
—¿Qué sucede? —le preguntó Remus.
—Creo que ya descubrí quien es la madre de tu hija —le susurró, Remus frunció el ceño—, tendrás a la castaña con Minnie, tan solo escúchalas su manera de hablar es igual —la voz de Sirius sonaba temerosa.
Remus respiró profundo.
—Sirius, primero, Hermione no es mi hija y segundo, mucho menos la tendría con Minnie —le respondió como si su amigo fuera un niño de cuatro años.
—No había nada de impreciso en el Grim que se dibujó en la taza —dijo Ron acalorado.
—No estabas tan seguro de eso cuando le decías a Harry que se trataba de una oveja —repuso Hermione con serenidad.
—Y Seamus vio un burro —recordó Dean.
—¡La profesora Trelawney dijo que no tenías un aura adecuada para la adivinación! Lo que pasa es que no te gusta no ser la primera de la clase.
—Palabras equivocadas, amigo —dijo Harry, sonriendo.
Acababa de poner el dedo en la llaga. Hermione golpeó la mesa con el libro con tanta fuerza que salpicó carne y zanahoria por todos lados.
—Qué carácter, pobre del que se casó con ella —murmuró Sirius.
—Sshhh… te pude escuchar, Canuto, y pudo apostar que no la pasaras nada bien —le susurró James.
Remus por su parte le molesto escuchar sobre que Hermione estaba casada.
—Si ser buena en Adivinación significa que tengo que hacer como que veo augurios de muerte en los posos del té, no estoy segura de que vaya a seguir estudiando mucho tiempo esa asignatura. Esa clase fue una porquería comparada con la de Aritmancia.
—¿Cuándo fue a clase de Aritmancia?  Si ha estado en todo momento de Harry y Ron —preguntó Ted.
Hermione se dedicó a acariciar a su gato para no contestar.
Cogió la mochila y se fue sin despedirse.
Ron la siguió con la vista, frunciendo el entrecejo.
—Pero ¿de qué habla? ¡Todavía no ha asistido a ninguna clase de Aritmancia!
—Hay algo raro en todo eso de tus clases —le dijo Andrómeda a Hermione, pero está nuevamente no le contesto.

A Harry le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Hagrid se acomodó en su asiento ansioso por saber lo que decían de su primera clase.
Ron y Hermione no se dirigían la palabra (Los aludidos sonrieron al recordar esas viejas peleas). Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.
—Si los Slytherin van estar en esa clase, entonces la clase no será muy amena —dijo Sirius.
Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abrigo de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.
—¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme!
Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque (El bosque no es tan malo, alegó Hagrid); Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.
Todo va bien hasta ahora, pensaba Lily con alivio.
—¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros…
—Oh, deberás, me pregunto cómo abrirán esos libros que muerden —dijo Alice.
—De la manera menos creíble —dijo Seamus.
—¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.
—¿Qué? —dijo Hagrid.
—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.
—¿Y tú tampoco sabias como abrir el libro, castaña? —le preguntó Sirius a Hermione.
—No —admitió la chica.
Sirius puso cara de sorprendido. Pero cuando se dio cuenta de que Hermione lo estaba mirando seria, se puso normal.
—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado.
La clase entera negó con la cabeza.
—Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad…
Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.
—Sorprendente —dijeron los merodeadores.
Hagrid sonrió ligeramente sonrojado.
Lucius miraba con cara de aburrimiento a todos, ya estaba cansado de todo eso.
—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?
—Yo… yo pensé que os haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.
—¡Ah, qué gracia nos hace…! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos!
—Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera clase fuera un éxito.
—Eres muy amable, Harry —dijo Hagrid.
Mientras Lily analizaba las peleas entre su hijo y Malfoy hijo, esas peleas eran iguales a las que tenían James y Severus.
No cabe duda que de tal palo tal astilla, pensaba Lily.
—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que… ya tenéis los libros y… y… ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento…
Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.
—Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas… A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.
—Que se lo haya contado —dijo por lo bajo James.
—¡James! —lo regañó Lily.
—¿Qué? —dijo el animago con inocencia.
Lily solo negó con la cabeza.
—Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.
—Cuidado, Potter; hay un dementor detrás de ti.
—Idiota —murmuraron James y Sirius.
—¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.
Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida (¿Qué ega?, preguntó una curiosa Fleur). Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.
—¡Hipogrifos! —dijeron los merodeadores.
Hagrid asintió.
—¿No son peligrosos? —preguntó Molly.
—No, son criaturas muy dóciles, tiernas y fieles —respondió Hagrid.
—Claro que para acercarse a uno primero deben seguir las indicaciones del profesor —agregaron los gemelos Weasley, viendo de reojo a Draco, el cual estaba con las mejillas ligeramente rosas.
—¡Id para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.
¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?
—Seguro que sí, me gustaría tener uno —dijo Sirius.
Harry, Ron y Hermione se miraron y sonrieron, porque por lo menos en esa parte Sirius si pudo cumplir su deseo.
Harry pudo comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apreciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatinamente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta.
—La verdad es que si son hermosos —dijo Hermione.
Harry sonrió al recordar a Buckbeak, y era sin duda una criatura hermosa.
—Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si queréis acercaros un poco…
Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca.
—Lo primero que tenéis que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo último que hicierais.
Ojala y le hubiera hecho caso a sus palabras, y así no hubiera resultado herido, pensaba Draco.
Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar.
—La verdad es que si —admitió Draco.
—Pero no te salió muy bien —dijo Ron.
—Lo sé, Weasley —dijo Draco, recordando que aparte de estar herido, Hermione también lo había golpeado.
—Tenéis que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él responde con una inclinación, querrá decir que os permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que os alejéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?
McGonagall miraba a Hagrid, no estaba muy de acuerdo que en su primera clase haya empezado con Hipogrifos, luego le dirigió una mirada a Dumbledore, y lo vio sonriendo.
Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados.
—¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.
—Yo —se ofreció Harry.
—¿Por qué no me sorprende? —dijo James, orgulloso de la valentía de su hijo.
Mientras Lily estaba preocupada, creía que algo malo le pasaría a su hijo.
Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron:
—¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!
Esta vez no solo fue Hermione quien rodo los ojos, muchos en la sala hicieron lo mismo.
Harry no hizo caso y saltó la cerca.
—¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak.
El trío sonrió ante ese recuerdo.
Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia.
—Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado…
A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los cerró. Buckbeak había vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja.
Lily y Molly miraron a Harry, esperando encontrar algún atisbo de preocupación, pero como lo vieron con el semblante sereno se relajaron un poco.
—Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza…
A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a Buckbeak, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada.
El hipogrifo seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió.
—Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio…
Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el hipogrifo dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profundamente.
Todos se sorprendieron ante este hecho, ya que pensaron al igual que el Hagrid del libro, pensaron que Harry no había logrado convencer al Hipogrifo de sus buenas intenciones.
—Bien hecho, cachorro —dijeron los merodeadores.
Harry sonrió.
—¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.
Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo. Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a entender que le gustaba.
La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.
Draco decidió mirar hacia otra parte, evitando encontrarse con todas esas miradas acusadoras.
—¿Acaso querías que el hipogrifo lastimara a Harry? —preguntó indignada Lily a Draco.
—No, no quería que lo matara… —respondió el rubio—, solo que lo lastimara —admitió.
Lily frunció el ceño, pero decidió no discutir con el rubio.
—Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el hipogrifo dejaría que lo montaras!
Eso sorprendió a todos, una cosa era que lo acariciara, pero otra muy distinta que lo montara.
—Podría ser peligroso, Hagrid —dijo la profesora McGonagall.
—No me paso nada, profesora —le aseguró Harry. Esta respuesta tranquilizó a todos.
Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un hipogrifo se le pareciera.
—Súbete ahí, detrás del nacimiento del ala —dijo Hagrid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le gustaría…
—Tampoco planeaba hacerlo —dijo Harry.
Harry puso el pie sobre el ala de Buckbeak y se subió en el lomo. Buckbeak se levantó. Harry no sabía dónde debía agarrarse: delante de él todo estaba cubierto de plumas.
—¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada al hipogrifo en los cuartos traseros.
—¡Por Merlín! —exclamó Lily, con las manos sudosas por la preocupación.
A cada lado de Harry, sin previo aviso, se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud. Apenas le dio tiempo a agarrarse del cuello del hipogrifo antes de remontar el vuelo. No tenía ningún parecido con una escoba y Harry tuvo muy claro cuál prefería. Muy incómodamente para él, las alas del hipogrifo batían debajo de sus piernas (¡Increíble!, dijeron los merodeadores y los gemelos Prewett, mirando a Harry con admiración). Sus dedos resbalaban en las brillantes plumas y no se atrevía a asirse con más fuerza. En vez del movimiento suave de su Nimbus 2.000, sentía el zarandeo hacia atrás y hacia delante, porque los cuartos traseros del hipogrifo se movían con las alas.
Lucius miraba a su hijo.
Si el mestizo de Potter puede hacerlo, entonces Draco también, pensaba Lucius.
Buckbeak sobrevoló el prado y descendió. Era lo que Harry había temido. Se echó hacia atrás conforme el hipogrifo se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterrizar el animal con sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a incorporarse.
Lily suspiró aliviada, por fin su hijo estaba e piso firme nuevamente.
—¡Muy bien, Harry! —gritó Hagrid, mientras lo vitoreaban todos menos Malfoy, Crabbe y Goyle—. ¡Bueno!, ¿quién más quiere probar?
Envalentonados por el éxito de Harry, los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los hipogrifos y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado (Hagrid sonrió al recordar que hasta ese momento su clase había ido bien). Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones porque su hipogrifo no parecía querer doblar las rodillas. Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras Harry observaba.
—¿Ya no te apetecía subirse encima de otro hipogrifo? —preguntó Ted.
Harry negó con la cabeza.
Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a Buckbeak. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa.
Lucius sonrió con arrogancia.
—Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas y con voz lo bastante alta para que Harry lo oyera—. Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz… ¿A que no eres peligroso? —le dijo al hipogrifo—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?
—Creo que alguien no siguió las indicaciones del profesor —dijo Sirius, mirando a Draco.
—Ya lo sé, tío —respondió el rubio, esto hizo que Sirius lo mirara raro, aunque no fuera la primera vez que lo llamaba de ese modo. Y Lucius por su parte miraba a su hijo como si fuera un alienígena—, me costó caro el error.
Sucedió en un destello de garras de acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforzaba por volver a ponerle el collar a Buckbeak, que quería alcanzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa.
—¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras cundía el pánico—. ¡Me muero, mirad! ¡Me ha matado!
—¡Oh, Merlín! —dijo Narcissa, mirando a su hijo con preocupación.
—¿Qué? ¡Una bestia, ataco a un Malfoy! —gruñó Lucius, con la mandíbula apretada.
—Su hijo no siguió las indicaciones, Malfoy —dijo Hagrid con seriedad.
Y antes de que Lucius siguiera escupiendo veneno, Draco habló:
—Yo tuve la culpa, padre —dijo el rubio menor, finalizando la discusión.
—Por lo menos reconoce que fue su culpa —dijo Lily.
—Ahora lo hace, antes no —murmuró Harry.
—No te estás muriendo —le dijo Hagrid, que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sacarlo de aquí…
Hermione se apresuró a abrir la puerta de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy. Mientras desfilaban, Harry vio que en el brazo de Malfoy había una herida larga y profunda; la sangre salpicaba la hierba y Hagrid corría con él por la pendiente, hacia el castillo.
Narcissa se puso pálida al escuchar la descripción de la herida de su hijo.
—No fue muy grave, madre —dijo Draco, para tranquilizar a su madre.
Los demás alumnos los seguían temblorosos y más despacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid.
—¡Deberían despedirlo inmediatamente! —exclamó Pansy Parkinson, con lágrimas en los ojos.
Draco rodó los ojos, y Pansy se sonrojó.
—¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió Dean Thomas.
—Claro que fue su culpa —afirmó Hannah.
Crabbe y Goyle flexionaron los músculos amenazadoramente.
Subieron los escalones de piedra hasta el desierto vestíbulo.
—¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo Pansy.
Astoria frunció el ceño, no le gustaba nada que Pansy estuviera tan pendiente de su prometido.
—En ese tiempo ni Draco ni tú se hablaban —le recordó Daphne a su hermana, en un susurró.
Astoria asintió, aunque no podía evitar sentir ciertos celos.
Y la vieron subir corriendo por la escalera de mármol. Los de Slytherin se alejaron hacia su sala común subterránea, sin dejar de murmurar contra Hagrid; Harry, Ron y Hermione continuaron subiendo escaleras hasta la torre de Gryffindor.
—¿Creéis que se pondrá bien? —dijo Hermione asustada.
—¿Y a ti que te importa eso, castaña? —le preguntó Sirius a Hermione.
Pregunta que a Remus le hubiera gustado hacerle, pero agradecía que su amigo la hiciera.
—Me importaba porque si le pasaba algo a Malfoy, entonces podrían despedir a Hagrid y Buckbeak también sufriría las consecuencias —respondió Hermione.
—En eso tiene razón, Sirius —dijo Remus, aliviado de que Hermione se preocupaba solo por Hagrid y el hipogrifo y no porque sintiera algo por el rubio.
—Por supuesto que sí. La señora Pomfrey puede curar heridas en menos de un segundo —dijo Harry, que había sufrido heridas mucho peores y la enfermera se las había curado con magia.
—Es lamentable que esto haya pasado en la primera clase de Hagrid, ¿no os parece? —comentó Ron preocupado—. Es muy típico de Malfoy eso de complicar las cosas…
—Eso es clásico de todos los Malfoy —dijo Sirius, mirando a Lucius.
Lucius lo miró como si mirara a la basura.
Fueron de los primeros en llegar al Gran Comedor para la cena. Esperaban encontrar allí a Hagrid, pero no estaba.
—No lo habrán despedido, ¿verdad? —preguntó Hermione con preocupación, sin probar su pastel de filete y riñones.
—Más vale que no —le respondió Ron, que tampoco probaba bocado.
—Vaya, dos veces en un día, eso sí es sorprendente —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Qué cosa? —preguntó Ron.
—No probar bocado —respondieron sus hermanos gemelos.
—Ya no molesten —les advirtió Ron. A lo que sus hermanos solo soltaron carcajadas.
Harry observaba la mesa de Slytherin. Un grupo prieto y numeroso, en el que figuraban Crabbe y Goyle, estaba sumido en una conversación secreta. Harry estaba seguro de que preparaban su propia versión del percance sufrido por Malfoy.
—Eso ni lo dudes —dijo James.
—Son unos idiotas sangre puras —gruñó Sirius.
—Bueno, no puedes decir que el primer día de clase no haya sido interesante —dijo Ron con tristeza.
Tras la cena subieron a la sala común de Gryffindor, que estaba llena de gente, y trataron de hacer los deberes que les había mandado la profesora McGonagall, pero se interrumpían cada tanto para mirar por la ventana de la torre.
—Hay luz en la ventana de Hagrid —dijo Harry de repente.
—No deberían hacer eso, hay dementores por los alrededores —dijo Moody.
—Tiene razón —dijo Andrómeda.
Ron miró el reloj.
—Si nos diéramos prisa, podríamos bajar a verlo. Todavía es temprano…
—No sé —respondió Hermione despacio, y Harry vio que lo miraba a él.
—Tengo permiso para pasear por los terrenos del colegio —aclaró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los dementores, ¿verdad?
Sirius se sintió ligeramente ofendido. Pero luego recordó que su ahijado no tenía la culpa de creer que él era un asesino, cuando ni él mismo lo sabía.
Recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cuadro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir.
—Era obvio que no podían salir a esas horas —dijo Luna.
La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó:
—Adelante, entrad.
Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia; Fang, su perro jabalinero, tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas.
La profesora McGonagall miraba desaprobatoriamente a Hagrid, pero comprendía que se sintiera mal porque su primera clase no fue como él esperaba, pero eso no justificaba que bebiera.
—Supongo que es un récord —dijo apesadumbrado al reconocerlos—. Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día.
—¡No te habrán despedido, Hagrid! —exclamó Hermione.
—Todavía no —respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra—. Pero es sólo cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy…
—¿Cómo se encuentra Malfoy? —preguntó Ron cuando se sentaron—. No habrá sido nada serio, supongo.
—La señora Pomfrey lo ha curado lo mejor que ha podido —dijo Hagrid con abatimiento—, pero él sigue diciendo que le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas… Gime…
—Todo era pura actuación —admitió Draco—, solo tenía una leve molestia, pero nada más.
Hagrid miró a Draco con seriedad.
Y yo que me sentía tan culpable, pensaba Hagrid.
—¿Por qué hacías eso? —preguntó Andrómeda, no pudiendo creer que su sobrino fuera tan cretino.
—Por molestar y porque padre me dijo que fingiera seguir estando herido —confesó el rubio, ante la mirada sorprendida de Lucius.
—Claro, tenía que ser —dijo Sirius.
—Por supuesto que tenía que ser Malfoy, Sirius, al fin y al cabo él solo era un chico —dijo Remus refiriéndose a Draco.
—Vaya, y me imagino que todo eso tenía un porque, ¿verdad, Malfoy? —preguntó Moody a Lucius.
Lucius no contestó al auror, solo se dedicó a mirar con rencor a su hijo.
—Todo es cuento —dijo Harry—. La señora Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible.
—El Consejo Escolar está informado, por supuesto —dijo Hagrid—. Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los hipogrifos para más tarde… Tenía que haber empezado con los gusarajos o con los summat… Creía que sería un buen comienzo… Ha sido culpa mía…
—No ha sido tu culpa, Hagrid —dijo Dumbledore, pasivamente—. El joven Malfoy debió haber seguido tus indicaciones.
—¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid! —dijo Hermione con seriedad.
—Somos testigos —dijo Harry—. Dijiste que los hipogrifos atacan al que los ofende. Si Malfoy no prestó atención, el problema es suyo. Le diremos a Dumbledore lo que de verdad sucedió.
—Sí, Hagrid, no te preocupes te apoyaremos —confirmó Ron.
De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se escaparon unas lágrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto algún hueso.
Algunos soltaron risitas ante el abrazo de Hagrid.
—Claro, ellos ríen porque no sentían sus huesos ser casi triturados —susurró Ron a Harry. El cual asintió.
—Creo que ya has bebido bastante, Hagrid —dijo Hermione con firmeza. Cogió la jarra de la mesa y salió a vaciarla.
—Sí, puede que tengas razón —dijo Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las costillas (Lo siento, dijo Hagrid). Hagrid se levantó de la silla y siguió a Hermione al exterior; con paso inseguro.
Oyeron una ruidosa salpicadura.
—¿Qué ha hecho? —dijo Harry, asustado, cuando Hermione volvió a entrar con la jarra vacía.
—Meter la cabeza en el barril de agua —dijo Hermione, guardando la jarra.
Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorreando, y secándose los ojos.
—Un buen método para que se pase la borrachera —dijo Sirius.
Y McGonagall, Lily, Molly, Andrómeda y Hermione lo miraron con desaprobación.
—Mejor así —dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos—. Habéis sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad…
Hagrid se paró en seco mirando a Harry; como si acabara de darse cuenta de que estaba allí:
—¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ? —bramó, y tan de repente que dieron un salto en el aire—. ¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS DOS LO DEJÁIS!
—Un poco tarde para regañarlos, ¿no? —dijeron los gemelos Prewett.
—Es que ya se bajó el alcohol —dijeron los gemelos Weasley, riendo.
Hagrid se acercó a Harry con paso firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.
—¡Vamos! —dijo Hagrid enfadado—. Os voy a acompañar a los tres al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena!
—Deberías dejar de menospreciarte, Hagrid —lo regañó Hermione. La chica estaba cansada de las personas que se sentían inferiores solo por ser algo distintos a los demás. Ella decía que todos los seres tenían algo bueno dentro de ellos, y lo bueno de Hagrid era que era muy bueno con los animales y que era un muy buen amigo.
Esa frase de Hermione hizo que Remus se sintiera bien, porque a la chica no le importaba que Hagrid fuera un semi-gignate, entonces eso quería decir que si algún día se enteraba de su licantropía, ella no lo despreciaría.
—Aquí termina el capítulo —dijo Theo.
—Muy bien, muchas gracias, señor Nott. Ahora leeremos un capítulo más y cenaremos.

6 comentarios:

  1. me encanto, sobre todo en la parte en donde todos cuestionan a hermione de como lo hace con su horario, y cuando remus se sintio un poco celoso al ver la preocupación de hermione por draco, estuvo muy bueno el capitulo, creo que este es el capitulo en que mas se luce hermi, en donde es ironica, sacrastica y gruñona, gracias por actualizar tan pronto, el proximo capitulo es muy bueno por que es la primera clase de remus y me gustaria saber que dira cuando parvati pregunte por que tiene miedo de las bolas de cristal jijij y ademas saber la reaccion de severus cuando sepa que él es a lo que mas teme neville, bueno eso, cuidate mucho y nos leemos pronto

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  2. Amo en verdad como escribes espero anciosa el otro capitulo
    Que bueno que ya sigues mejor

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  3. Espero en verdad el siguiente capitulo, en verdad adoro como los escribes
    Me alegro de que ya estes mejor

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  4. guau, ame este capitulo, pero ahora estoy desesperada por que subas el siguiente capitulo, ya que ese sera la primera clase de Remus ♥
    por favor actualiza lo mas pronto posoble
    besos y abrazos

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  5. oh, por merlin, continuala por favor, me encanta tu fic

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