lunes, 14 de septiembre de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 7: El boggart del armario ropero







Antes de que Dumbledore preguntara quien quería leer el siguiente capítulo, Blaise Zabini se ofreció a leer, sorprendiendo a todos sus compañeros de casa. Ya que no esperaban que el moreno quisiera leer.
Zabini cogió el libro cuando Theo se lo dio.
“El borggart del armario ropero” —leyó Zabini.
Los chicos del pasado que habían en estado en esa clase, sonrieron sin poder evitarlo.
—La mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que tuvimos —susurró Dean.
Seamus asintió.
—¿Un boggart? —preguntó una preocupada Molly.
—No pasó nada malo, mamá —la tranquilizó Ron. La matriarca Weasley asintió no muy convencida.
Blaise espero a que alguien más hablara, pero al ver a todos en silencio, empezó a leer.
Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas (¿Dos horas con Qu… Snape? ¡Que terrible!, dijo Sirius por lo bajo. Mientras James asentía). Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.
—¡Oh, por favor! —dijeron los gemelos Prewett.
—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta (Pansy maldecía por lo bajo al autor del libro, porque la ponían como una tonta y arrastrada)—. ¿Te duele mucho?
Astoria rodó los ojos con molestia.
—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.
—Y yo que en verdad estaba preocupada por ti —le reprochó Pansy a Draco.
El rubio se encogió de hombros.
—Ya paso, Pansy —le respondió Draco.
—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.
—¿Snape amable? —dijo Remus en voz alta.
—Debe ser escalofriante —dijo James.
Snape los miró y murmuró algo por lo bajo.
Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.
—Señor Snape —lo regañó McGonagall—, todos los alumnos son iguales, no debería de haber favoritismos.
Snape no respondió, y evitó la mirada de la estricta profesora.
Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.
—¿Por qué creo que se sentó ahí solo para molestar? —dijo Charlie.
—Porque así es —respondió Percy.
—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.
—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.
Ron hizo una mueca de molestia al recordar ese episodio, mientras Molly y Arthur miraron a Snape con severidad.
—Parece que Snape se unió para molestar —dijeron los gemelos Prewett.
Snape no miraba a nadie en particular.
Ron se puso rojo como un tomate.
—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.
—Eso era obvio —dijo Hermione.
Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.
—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.
Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.
—Creo que eso no será una buena idea, Ron —comentó Bill.
—Ya lo creo —dijo Ron, con molestia.
—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.
Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.
—Las descripciones no son necesarias —dijo Snape por lo bajo.
—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.
Hubo varios comentarios de molestia en la sala. Sobre todo de los Weasley.
—Pero señor…
Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.
—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.
Molly tenía ganas de ir donde Snape y darle un par de bofetadas por injusto, pero se contuvo al recordar que eso ya había pasado y que tal vez podrían evitarlo.
Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.
—Profesor; necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa.
—Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él.
Lily no pronuncio palabra alguna, pero miró con enojo a Snape, este se sintió fatal, pero aun así siguió con su mirada imperturbable.
—Estúpido Quejicus —dijo James, sin poderse aguantar de insultar a Snape.
Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.
—¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja.
—¿Cómo si le interesara? —dijo Parvati.
—A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.
—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida…
—Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron.
—Claro que quien cumplió con esa amenaza no fui yo…, sino alguien más —insinuó Ron, mirando de reojo a Hermione.
Hermione se dio cuenta de que Ron hablaba de ella y una leve sonrisa apareció. Mientras que Draco se ruborizo un poco.
—¿Quién cumplió esa amenaza? —preguntó Sirius, con mucha curiosidad.
—Quien menos te lo imaginas —respondió Luna.
—… Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabéis (No me sorprende, la gente se deja comprar muy fácilmente, dijo Moody mirando a Lucius). Y una herida duradera como ésta… —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes?
—¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid?
—Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter (Hagrid miró con molestia a Draco). Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés.
—Como poder obligar a Harry y a Ron a hacer lo que él quiera —dijo Neville.
—¿Por qué alguien no le rompió la nariz? —preguntó Sirius.
—Si lo hicieron, no en ese momento, pero lo hicieron —respondió Harry—. ¿A qué si, Malfoy? —le preguntó al rubio menor.
—No es gracioso, Potter —dijo Draco—. Mi nariz no volvió a hacer la misma desde ese día.
—Que exagerado —dijo Hermione.
Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas (El aludido se sonrojó). Solía perder el control en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido en…
—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que comprendas, Longbottom?
Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar.
—Tal vez deberías hacer bien tu trabajo, Snape —dijo una enojada Alice—, sin asustar a unos y favorecer a otros.
—Pero para hacer bien su trabajo, primero debería de dejar de comportarse como un idiota —agregó Frank, también muy enojado.
Snape por su parte, se preguntaba porque se la había agarro con Neville Longbottom. No lo entendía, seria porque era un Gryffindor.
Neville se sentía bien al ser defendido por sus padres, y una leve sonrisa se formó en su rostro.
—Por favor; profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo…
—Gracias por ofrecerte a ayudarlo —le dijo Alice a Hermione.
La castaña solamente asintió.
—No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville (Remus frunció el ceño. No le gustaba que trataran mal a Hermione)—. Longbottom, al final de esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente.
—Eres un estúpido, Quejicus —exclamaron los merodeadores y Frank.
—No más que ustedes —respondió Snape, con toda la ira que había estado aguantando antes.
Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo.
—¡Ayúdame! —rogó a Hermione.
—¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry la balanza de bronce—. ¿Has oído? El Profeta de esta mañana asegura que han visto a Sirius Black.
Sirius se tensó al escuchar eso.
—¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa, Malfoy levantó la vista para escuchar con atención.
—Entrometido —dijo Sirius.
—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.
—Creo que no fue una buena idea de que te dejaras ver en un barrio muggle, Sirius —le dijo Lily al animago.
—¿Acaso estás preocupada por mí, pelirroja? —le preguntó Sirius, con una leve sonrisa.
—Claro que estoy preocupada por ti, Sirius. Y aunque eres un inmaduro y mujeriego, eso no quiere decir que seas culpable de todo lo que te acusan —dijo Lily, mirando al mejor amigo de su novio.
—Tu pelirroja me está cayendo mejor, Cornamenta —le susurró Sirius a James. El cual miraba a Lily con cara de tonto.
—No muy lejos de aquí… —repitió Ron, mirando a Harry de forma elocuente. Dio media vuelta y sorprendió a Malfoy mirando.
—¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele algo más?
Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry. Se inclinó sobre la mesa.
—¿Y ahora qué es lo que pretende? —preguntó Ted.
—Molestar —respondió Ginny, en forma obvia.
—¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter?
—Exactamente —dijo Harry.
Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina.
—Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el colegio como un chico bueno. Saldría a buscarlo.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Sirius, con confusión.
—Nada importante —dijo Harry.
—¿Cómo que nada? —insistió Sirius, pero Harry no respondió.
—¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad.
—¿No sabes, Potter…? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros.
—¿Qué he de saber?
—Eso mismo me pregunto yo —dijo James.
Harry no miraba a ninguno de los merodeadores y a su madre, ya que sino insistirían en saber y aun no era tiempo.
Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible.
—Tal vez prefieres no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los dementores, ¿verdad? Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.
—¿Qué es lo que sabias, Malfoy? —preguntó Sirius al Slytherin.
—Si Potter no te lo ha dicho, entonces yo tampoco —respondió Draco.
Sirius murmuró insultos hacia el rubio por lo bajo.
—¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor.
En aquel momento, Snape dijo en voz alta:
—Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y luego probaremos la de Longbottom…
—Tal vez deberíamos de probarla contigo, Snape —dijo Frank.
Snape ignoro olímpicamente el comentario de Frank.
Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción sin parar. Hermione le murmuraba instrucciones por la comisura de la boca, para que Snape no lo viera (Alice y Frank miraron con agradecimiento a Hermione). Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.
—¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendría que vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada.
Esa misma pregunta le daba vueltas en la cabeza a Sirius. No lo entendía. Que daño le podía haber hecho a su futuro ahijado estando encerrado en Azkaban.
—Cosas que inventa —dijo Ron—. Le gustaría que hicieras una locura…
—En parte tenías razón, Weasley —reconoció Draco—. Aunque según lo que todos creían, Potter si tenía razones para vengarse.
—Pero todo era una absurda mentira —medio gritó Ginny.
—Claro que era mentira —afirmó Harry.
Nadie del pasado entendía de que hablaban, pero mejor no preguntaban porque le responderían que toda la verdad aparecería en el libro.
Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero.
—Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no tengo ninguna duda), el sapo probablemente morirá envenenado.
—Es un insensible —dijo Fleur.
Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo. Snape se puso el sapo Trevor en la palma de la mano izquierda e introdujo una cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas en la garganta de Trevor.
Se hizo un silencio total, mientras Trevor tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!» y el renacuajo Trevor serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su toga, echó unas gotas sobre Trevor y éste recobró su tamaño normal.
—Vaya, Snape al parecer nada salió como esperabas —dijo Alice, con una gran sonrisa.
—Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas las caras—. Le dije que no lo ayudara, señorita Granger. Podéis retiraraos.
—¡Eso es injusto! —dijo McGonagall enojada—. Quitarle puntos a una casa solo porque una alumna ayudo a su amigo a hacer bien una poción.
Todos miraban a Snape con indignación y enojo, sobre todo los padres de Neville.
Harry, Ron y Hermione subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape.
—¿Y quién no? —dijeron los gemelos Weasley.
—¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dicho que lo hizo Neville solo!
—Eso no hubiera servido, Ron —dijo Neville—. el profesor Snape se habría dado cuenta de que yo no podía arreglar la poción.
Ron asintió.
Ella no contestó. Ron miró a su alrededor.
—¿Dónde está Hermione?
Harry también se volvió. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar.
—Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo.
—Tal vez se olvidó algo y regreso —dijo Andrómeda.
Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa de suficiencia y desapareció.
—Ahí está —dijo Harry.
Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano sujetaba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.
—¿Qué llevabas metido en la túnica, castaña? —le preguntó Sirius, con curiosidad.
—Nada —respondió Hermione. Pero los merodeadores notaron que tras ese “nada” ocultaba algo.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.
—¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.
—Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de las escaleras.
—¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no…!
En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía; contenía al menos una docena de libros grandes y pesados.
—¿Una docena de libros? —repitió Sirius, mirando a Hermione como si fuera un alienígena—. Ni siquiera Lunático y la pelirroja andan con esa cantidad de libros.
—Necesitaba todos esos libros para estudiar —fue la simple respuesta de Hermione.
—¿Tantos? —preguntó James.
Hermione rodó los ojos.
—Tal vez un hechizo de expansión te hubiera ayudado en ese momento —le dijo Remus, tratando de ayudar a la castaña de las preguntas de sus amigos.
—No se me ocurrió en ese momento —admitió Hermione, sonriéndole a Remus.
—¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron.
—Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No me podrías sujetar éstos?
—Pero… —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las Artes Oscuras.
James y Sirius codearon a Lupin y le sonrieron con complicidad.
—La primera clase del profesor Lunático —dijo James.
Remus estaba emocionado por saber cómo sería su primera clase.
Seamus soltó una risita al recordar la cancioncita que Peeves el canto a Remus cuando lo vio.
—Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor.
—¿No tienes la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a Harry.
—Sí —James y Sirius le respondieron al libro.
Harry, Ron y Remus sonrieron, mientras que Hermione rodaba los ojos.

El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras (Seguramente estabas merodeando, dijeron James y Sirius). Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor (Vaya, ya era hora, Lunático, bromeó Sirius). Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes.
—Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor; meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas.
—¡Sí! ¡Eso es, Lunático! —gritaron James y Sirius, mientras Harry, Ron y Hermione sonreían.
La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara la memorable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula con duendecillos y los había soltado en clase.
—Oh, como se atreven a comparar a Lunático con ese imbécil —reclamó Sirius.
—No me están comparando, Sirius —le aclaró Remus.
—Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme…
Desconcertados, pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Este los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:
—Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin…
Los merodeadores rieron ante esa canción.
—¿Te acuerdas, Cornamenta? —preguntó Sirius.
—Sí. Nosotros le enseñamos esa canción a Peeves —respondió James.
—Vaya, eso no lo sabíamos —dijeron Harry, Ron y Hermione a coro.
Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo.
—Estoy acostumbrado a que me cante esa cancioncita en cuanto me ve —confesó Remus.
—Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.
Filch era el conserje de Hogwarts, un brujo fracasado y de mal genio que estaba en guerra permanente con los alumnos y por supuesto con Peeves. Pero Peeves no prestó atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta.
—Peeves debería de aprender a que el señor Lupin ya no era un alumno, sino un profesor —dijo la profesora McGonagall con seriedad.
El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica.
—Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor; estad atentos.
Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves.
Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones.
—¡Genial, Lunático! —exclamaron los otros dos merodeadores, riendo por lo que su amigo le había hecho a Peeves.
Remus se sonrojó, pero tenía una sonrisa en sus labios.
—¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado.
—Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—. ¿Continuamos?
Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto (Es imposible lo no querer a Remus, dijo Lily y Hermione asintió. James y Sirius agregaron: “Sobre todo cuando te ayuda hacer las tareas”). Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores.
—Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.
En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable (¿Qué estará planeando, Quejicus?, preguntó Sirius. A lo que James respondió: “Nada bueno, de seguro”). Cuando el profesor Lupin entró y cerró la puerta tras él, dijo Snape:
—Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó entre los alumnos. Su toga negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la señorita Granger le esté susurrando las instrucciones al oído.
Alice y Frank le dirigieron miradas asesinas a Snape.
—Imbécil —susurró Andrómeda.
Neville se puso colorado. Harry echó a Snape una mirada fulminante; ya era desagradable que se metiera con Neville en clase, y no digamos delante de otros profesores.
El profesor Lupin había alzado las cejas.
—Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación, y estoy seguro de que lo hará muy bien.
—Y sí que lo hizo muy bien —dijeron a coro los Gryffindor que compartieron esa clase con Neville.
Neville solo sonrió recordando a Snape vestido como su abuela.
El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de la sala dando un portazo.
—Ahora —dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase, donde no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las togas y túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared.
—Es un boggart, por eso el título —dijo Sirius.
»No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro.
—¡Ya ven! —dijo nuevamente Sirius.
—Nadie dijo que no lo era, Canuto —le dijo James.
Casi todos pensaban que un boggart era algo preocupante. Neville dirigió al profesor Lupin una mirada de terror y Seamus Finnigan vio con aprensión moverse el pomo de la puerta.
—A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero… En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart?
—¿Déjenme adivinar quién contestara? —dijeron Fred y George al unisonó, mirando a Hermione.
—Esa no es novedad —dijo Ron.
Quería demostrar que estaba atenta a su clase, para que se fijara en mí, pensaba Hermione.
Por su parte Remus se sentía extraño, veía a Hermione, ahí frente a él, casi de su misma edad, pero en el futuro él era casi veinte años mayor que ella y sería su profesor.
Hermione levantó la mano.
—Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.
—Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad (En verdad me sentí tan feliz cuando Remus dijo eso, pero sobre todo porque su mirada se posó en mí, pensaba la castaña)—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir; se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Sabes por qué, Harry?
Era difícil responder a una pregunta con Hermione al lado, que no dejaba de ponerse de puntillas, con la mano levantada (Lo siento, dijo Hermione avergonzada. Pero ella solo quería llamar su atención. “No importa”, le dijo Harry). Pero Harry hizo un intento:
—¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse?
—Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano algo decepcionada (Remus miró a Hermione, y ella solo le sonrió)—. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir; en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica (Ron sonrió al saber lo que vendría. No pudo evitarlo y miró a un joven Snape). Practicaremos el hechizo primero sin la varita (Canuto, ¿recuerdas cuando Lunático nos hacía estudiar de esa forma?, preguntó James, y Sirius asintió y respondió: “En el futuro o has cambiado nada, Lunático”). Repetid conmigo: ¡Riddíkulo!
¡Riddíkulo! —dijeron todos a la vez.
—Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville.
El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca.
Neville se sonrojó. Y Hannah le sonrió dulcemente.
—Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo nada—. Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse.
Neville miró a su alrededor; con ojos despavoridos, como implorando ayuda. Luego dijo en un susurro:
—El profesor Snape.
Severus Snape al escuchar su nombre primero miró a Neville y luego miró a Remus, pero a Remus lo miró con aprensión.
—Eso era de esperarse —dijo Alice, mirando a Snape como si quisiera golpearlo.
Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa. El profesor Lupin, sin embargo, parecía pensativo.
—El profesor Snape… mm… Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?
—Cosa que no entiendo. ¿En dónde estamos nosotros? —susurró Frank.
—Seguramente luego lo sabremos —le respondió Alice—. Debió de haber pasado algo realmente fuerte para que no estemos con Neville —agregó en un susurró.
—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella.
—A mí tampoco me hubiera gustado que mi boggart se convirtiera en mi madre —dijo Frank.
—No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.
Sirius empezó a reírse de repente, interrumpiendo a Blaise. Todos lo miraron.
—¿Qué te sucede, Sirius? —le preguntó una seria Lily, porque habían interrumpido la lectura.
—Es que ya se lo que piensas hacer, Lunático —respondió Sirius mirando a Remus.
James y Remus se quedaron pensando, hasta que comprendieron lo que dijo Sirius. Y ahora los tres merodeadores empezaron a reír.
—Pero fue más gracioso verlo —agregó Ron, quien también reía.
Snape miraba a los merodeadores con desdén.
Cuando se hubieron cesado las risas, Blaise nuevamente empezó a leer.
Neville estaba asustado, pero dijo:
—Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo… normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.
Los merodeadores volvieron a reír quedamente.
—¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.
—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.
—Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?
—Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.
—Estúpido mocoso y estúpido Lupin —murmuró Snape, al darse cuenta de lo que pasaría.
—Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart profesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y rojo.
Todos se rieron ante la imagen de Snape vestido de la abuela de Neville, hasta Lily soltó una risita.
Maldito Lupin, maldito merodeadores, ellos siempre dejándome en ridículo frente a Lily, pensaba Snape con rencor.
—Ya me las pagara Lupin —murmuró por lo bajo Snape.
Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente.
—Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais convertirlo en algo cómico…
La sala se quedó en silencio. Harry meditó… ¿qué era lo que más le aterrorizaba en el mundo?
—Voldemort —dijo Moody. Los demás chicos del pasado también pensaban lo mismo que el auror.
Lily se estremeció, de solo pensar que su hijo podría ver al boggart-Voldemort.
—Eso sería demasiado impactante, no solo para Harry, sino para todos —dijo Ted.
Lo primero que le vino a la mente fue lord Voldemort, un Voldemort que hubiera recuperado su antigua fuerza. Pero antes de haber empezado a planear un posible contraataque contra un boggart-Voldemort, se le apareció una imagen horrible: una mano viscosa, corrompida, que se escondía bajo una capa negra…, una respiración prolongada y ruidosa que salía de una boca oculta… luego un frío tan penetrante que le ahogaba…
—¿Un dementor? —dijo Lily sorprendida, ya que al igual que muchos ella pensaba que el mayor miedo de su hijo era Voldemort, no un dementor—, no puedo creerlo —agregó mirando a Harry.
—¿Quién lo diría? —dijo Alice.
—En realidad no le tengo miedo a los dementores —dijo Harry, confundiendo a todos, así que se apresuró a aclarar—: le tengo miedo al miedo. En ese tiempo yo debía que luchar contra Voldemort y no podía permitirme tener miedo.
—Vaya, eso no me lo esperaba —dijo Gideon y su gemelo asintió.
En realidad nadie se esperaba tal confesión. Dumbledore, los merodeadores y Moody se quedaron mirando a Harry por unos minutos, cada uno metido en sus pensamientos, hasta que la voz de Blaise los hizo volver a la realidad.
Harry se estremeció. Miró a su alrededor, deseando que nadie lo hubiera notado. La mayoría de sus compañeros tenía los ojos fuertemente cerrados. Ron murmuraba para sí:
—Arrancarle las patas.
Harry adivinó de qué se trataba. Lo que más miedo le daba a Ron eran las arañas.
No pensé que fuera para tanto, pensaba Fred. Ya que por él Ron le temía a las arañas.
—¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin.
Harry se horrorizó. Él no estaba preparado. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos los demás asentían con la cabeza y se arremangaban.
—Te aseguro que yo no estaba mejor que tú —dijo Ron.
—Nadie lo estaba —agregó Hermione.
—Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante… Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él.
Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado, pero se había arremangado la túnica y tenía la varita preparada.
—¡Oh, Merlín! —susurró Alice, mirando a su hijo.
—A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una… a las dos… a las tres… ¡ya!
Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada.
Todos estaban ansiosos ante lo que ocurriría, sobre todo James y Sirius, que contenían las risas de solo imaginarse a Snape vestido de abuela.
Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica…
—Ahora solo tienes que decir el hechizo —dijo Alice.
—Y concentrarte en la ropa de mamá —agregó Frank.
¡Ri… Riddíkulo! —dijo Neville.
Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo.
Todos se reían sin parar, los únicos que no reían era Snape —por supuesto— y los esposos Malfoy, puesto que no encontraban nada divertido en esa clase. Sobre todo Lucius, que miraba a Remus con insolencia.
—¡Has sido el mejor profesor de DCAO en la historia de Hogwarts, Lunático! —exclamaron James y Sirius.
Snape miraba a los merodeadores con aversión mientras apretaba sus puños por debajo de la mesa.
—¡Como me hubiera gustado estar ahí! —dijo Sirius, sobándose el estómago de tanto reírse.
—Seguramente si estabas por ahí… pero escondido para que los dementores no te atrapen —dijo Snape mordazmente.
La risa de Sirius se detuvo al instante, al igual que la risa de los otros dos merodeadores. Poco a poco las risas se fueron apagando al ver la expresión de seriedad en la cara de Sirius.
—Eres un maldito, Quejicus —gritó James, encolerizado.
Sirius se paró y miró con el más puro rencor a Snape, quien sonreía por haber conseguido que dejaran de reírse de él.
—Prefiero ser un prófugo de la justicia, antes que un maldito bastardo como tú, Quejicus —gruñó Sirius.
—Señores, por favor —dijo un severo Dumbledore al ver las miradas que se dirigían Snape y Sirius—, no voy a permitir que se vuelvan a faltar el respeto. A la próxima pelea los saco de la sala y por supuesto que no recordaran nada de lo que se ha leído.
Todos se quedaron en silencio, Sirius se volvió a sentar, pero aun así los merodeadores miraban con aprensión a Snape, lo que había dicho en verdad había lastimado a Sirius, quien ahora se encontraba serio.
Dumbledore le hizo una seña a Blaise para que continuara leyendo.
Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin gritó:
—¡Parvati! ¡Adelante!
Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos rígidos…
Parvati se estremeció al recordar ese rostro sin ojos.
¡Riddíkulo! —gritó Parvati.
Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza salió rodando.
Algunos soltaron unas leves risitas.
—¡Seamus! —gritó el profesor Lupin.
Seamus pasó junto a Parvati como una flecha.
¡Crac! Donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro tan largo que le llegaba al suelo, con un rostro huesudo de color verde: una banshee. Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un prolongado aullido que le puso a Harry los pelos de punta.
—No fue el único —dijo Dean, los demás Gryffindor asintieron.
¡Riddíkulo! —gritó Seamus.
La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado afónica.
—Una banshee afónica —dijo Susan Bones.
—Eso sí que sería raro —dijo Terry.
¡Crac! La banshee se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola, dando vueltas en círculo; a continuación… ¡crac!, se convirtió en una serpiente de cascabel que se deslizaba retorciéndose, y luego… ¡crac!, en un ojo inyectado en sangre.
—¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo estamos logrando! ¡Dean!
Dean se adelantó.
¡Crac! El ojo se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse por el suelo como un cangrejo.
—Merlín —susurró Alice, con asco.
¡Riddíkulo! —gritó Dean.
Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera.
—¡Excelente! ¡Ron, te toca!
Ron se dirigió hacia delante.
¡Crac!
Algunos gritaron (Y eso que no conocieron a la pequeña araña de Hagrid, dijo Harry tratando de alivianar el ambiente tenso. Hagrid sonrió quedamente recordando a su amiga). Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente. Por un momento, Harry pensó que Ron se había quedado petrificado (Me costó mucho trabajo concentrarme, no era nada fácil teniendo esa cosa delante de mí, confesó Ron). Pero entonces…
¡Riddíkulo! —gritó Ron.
Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse a los pies de Harry. Alzó la varita, pero…
—¿Pero qué? —preguntó muy curioso Ted.
Como toda respuesta Blaise continuo leyendo.
—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia la araña.
James y Sirius miraron a su amigo.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó James.
—No lo sé, aun no pasa —respondió Remus.
¡Crac!
La araña sin patas había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos, buscándola. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulo! casi con desgana.
Remus se puso pálido ante la mención de su boggart. Hermione quería ir con él, abrazarlo y decirle que ella estaba con él, que siempre lo apoyaría, y que no le importaba que fuera un licántropo que ella igual lo amaba.
James, Sirius y Lily miraron con tristeza a su amigo porque sabían a que se debía su miedo, pero los que no sabían —los Malfoy— miraron con cierta confusión a Remus.
¡Crac!
—¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión.
¡Riddíkulo! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape vestido de abuela (Idiotas, murmuró Snape), antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart estallara en mil volutas de humo y desapareciera.
—Fue una buena clase —dijo Ted.
—Sí que lo fue —dijo Hermione, mirando a Remus, que aún seguía pálido.
—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos—. Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos… cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart… Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.
—Genial. Por fin tienen a un profesor que si es justo —dijo Sirius mirando con rencor a Snape.
—Fue el mejor profesor de DCAO que tuvimos —dijeron las hermanas Patil.
—Claro que lo fue —dijeron los chicos del futuro.
Remus se sentía alagado por lo que decían sus futuros alumnos de él.
—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.
—Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.
—Nosotros hubiéramos querido un profesor como tú —dijo Andrómeda—, y no al amargado que tuve.
Remus sonrió levemente.
Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Harry, sin embargo, no estaba contento. El profesor Lupin le había impedido deliberadamente que se enfrentara al boggart. ¿Por qué? ¿Era porque había visto a Harry desmayarse en el tren y pensó que no sería capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar?
—No creo que pensara eso —dijo Remus—, tal vez creí que ya habías pasado mucho con el demetor del vagón, o tal vez también creí que verías a Voldemort.
Harry sonrió al recordar que en una de las conversaciones con Remus, él le dijo que pensaba que Voldemort era su boggart y por eso le impidió que lo vea.
Pero nadie más se había dado cuenta.
—¿Habéis visto cómo he podido con la banshee? —decía Seamus.
—¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya.
—¿Y Snape con el sombrero?
Snape gruñó, nunca olvidaría esa humillación que la harían pasar.
—¿Y mi momia?
—Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal —preguntó Lavender.
—No parecía una bola de cristal… más parecía la luna llena —susurró Hermione.
Remus miró a Hermione con temor.
James y Sirius también miraron a la castaña, puesto que ella era la única que se había dado cuenta de lo que en verdad era el boggart de su amigo.
Hermione se sintió mal por haber dicho eso, así que empezó a acariciar a su gato para evitar las miradas de los merodeadores.
—¿Decías algo? —le preguntó Ron.
—Nada —dijo Hermione negando con la cabeza. Ron la miró por unos segundos, pero luego volvió su atención a sus demás compañeros.
—Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido. ¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las mochilas.
—Por supuesto que lo fue —confirmó Harry.
—Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione—. Pero me habría gustado haberme enfrentado al boggart yo también.
—¿En qué se habría convertido el boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve?
—¡Ronald Weasley! —lo regañó Molly.
—No debería regañarlo, señora Weasley —defendió Hermione—, en realidad Ron no estaba tan equivocado con mi boggart —confesó la castaña un poco avergonzada.
Ojala aun ese fuera mi boggart, solo una mala calificación. Ahora es peor que eso, se decía Hermione.
Sirius soltó una risita al escuchar la confesión de Hermione. No pudo evitarlo, pero es que el boggart de Hermione le había devuelto el buen humor.
Por su parte Remus se había quedado pensativo.
—¿Qué pasa, Lunático? —le preguntó en un susurró James.
—Ella lo sabe —respondió Remus, también en un susurró. James no tuvo que preguntar a quien se refería, puesto que ya lo intuía.
—No lo creo —le dijo James—, y si fuera así, a ella no le importa tu condición porque te trata igual que a todos, es más, hasta podría decir que te trata mejor que a los demás.


Hola a todas chicas, solo quería recordarles que como había dicho antes iba aumentar algunas escenas, algunas líneas para que la historia entre Remus y Hermione se forme, así que en la última parte podrán ver un par de líneas extras.