Antes de que Dumbledore
preguntara quien quería leer el siguiente capítulo, Blaise Zabini se ofreció a
leer, sorprendiendo a todos sus compañeros de casa. Ya que no esperaban que el
moreno quisiera leer.
Zabini cogió el libro
cuando Theo se lo dio.
—“El borggart del armario
ropero” —leyó Zabini.
Los chicos del pasado que
habían en estado en esa clase, sonrieron sin poder evitarlo.
—La mejor clase de
Defensa Contra las Artes Oscuras que tuvimos —susurró Dean.
Seamus asintió.
—¿Un boggart? —preguntó
una preocupada Molly.
—No pasó nada malo, mamá
—la tranquilizó Ron. La matriarca Weasley asintió no muy convencida.
Blaise espero a que
alguien más hablara, pero al ver a todos en silencio, empezó a leer.
Malfoy no volvió a las aulas hasta
última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de
Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas (¿Dos horas con Qu… Snape? ¡Que terrible!, dijo Sirius
por lo bajo. Mientras James asentía). Entró con aire arrogante en la
mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes,
comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico superviviente
de una horrible batalla.
—¡Oh, por favor! —dijeron
los gemelos Prewett.
—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy
Parkinson, sonriendo como una tonta (Pansy maldecía
por lo bajo al autor del libro, porque la ponían como una tonta y arrastrada)—.
¿Te duele mucho?
Astoria rodó los ojos con
molestia.
—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre
valiente. Pero Harry vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en
que Pansy apartaba la vista.
—Y yo que en verdad
estaba preocupada por ti —le reprochó Pansy a Draco.
El rubio se encogió de
hombros.
—Ya paso, Pansy —le
respondió Draco.
—Siéntate —le dijo el profesor Snape
amablemente.
—¿Snape amable? —dijo
Remus en voz alta.
—Debe ser escalofriante
—dijo James.
Snape los miró y murmuró
algo por lo bajo.
Harry y Ron se miraron frunciendo el
entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los
habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero
Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape
era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en
detrimento de los demás.
—Señor Snape —lo regañó
McGonagall—, todos los alumnos son iguales, no debería de haber favoritismos.
Snape no respondió, y
evitó la mirada de la estricta profesora.
Aquel día elaboraban una nueva pócima:
una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron,
para preparar los ingredientes en la misma mesa.
—¿Por qué creo que se
sentó ahí solo para molestar? —dijo Charlie.
—Porque así es —respondió
Percy.
—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré
ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.
—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape
sin levantar la vista.
Ron hizo una mueca de
molestia al recordar ese episodio, mientras Molly y Arthur miraron a Snape con
severidad.
—Parece que Snape se unió
para molestar —dijeron los gemelos Prewett.
Snape no miraba a nadie
en particular.
Ron se puso rojo como un tomate.
—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a
Malfoy entre dientes.
—Eso era obvio —dijo
Hermione.
Malfoy le dirigió una sonrisita desde
el otro lado de la mesa.
—Ya has oído al profesor Snape,
Weasley. Córtame las raíces.
Ron cogió el cuchillo, acercó las
raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos
tamaños.
—Creo que eso no será una
buena idea, Ron —comentó Bill.
—Ya lo creo —dijo Ron,
con molestia.
—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las
silabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.
Snape fue hacia la mesa, aproximó la
nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por
debajo de su largo y grasiento pelo negro.
—Las descripciones no son
necesarias —dijo Snape por lo bajo.
—Dele a Malfoy sus raíces y quédese
usted con las de él, Weasley.
Hubo varios comentarios
de molestia en la sala. Sobre todo de los Weasley.
—Pero señor…
Ron había pasado el último cuarto de
hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.
—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz
más peligrosa.
Molly tenía ganas de ir
donde Snape y darle un par de bofetadas por injusto, pero se contuvo al
recordar que eso ya había pasado y que tal vez podrían evitarlo.
Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y
volvió a empuñar el cuchillo.
—Profesor; necesitaré que me pelen este
higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa.
—Potter, pela el higo seco de Malfoy
—dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él.
Lily no pronuncio palabra
alguna, pero miró con enojo a Snape, este se sintió fatal, pero aun así siguió
con su mirada imperturbable.
—Estúpido Quejicus —dijo
James, sin poderse aguantar de insultar a Snape.
Harry cogió el higo seco de Malfoy
mientras Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él.
Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin
dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.
—¿Habéis visto últimamente a vuestro
amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja.
—¿Cómo si le interesara?
—dijo Parvati.
—A ti no te importa —dijo Ron
entrecortadamente, sin levantar la vista.
—Me temo que no durará mucho como
profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha
hecho mucha gracia mi herida…
—Continúa hablando, Malfoy, y te haré
una herida de verdad —le gruñó Ron.
—Claro que quien cumplió
con esa amenaza no fui yo…, sino alguien más —insinuó Ron, mirando de reojo a
Hermione.
Hermione se dio cuenta de
que Ron hablaba de ella y una leve sonrisa apareció. Mientras que Draco se
ruborizo un poco.
—¿Quién cumplió esa
amenaza? —preguntó Sirius, con mucha curiosidad.
—Quien menos te lo
imaginas —respondió Luna.
—… Se ha quejado al Consejo Escolar y
al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabéis (No me sorprende, la gente se deja comprar muy
fácilmente, dijo Moody mirando a Lucius). Y una herida duradera como
ésta… —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo
volverá algún día a estar como antes?
—¿Así que por eso haces teatro? —dijo
Harry, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano le
temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid?
—Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz
hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter (Hagrid
miró con molestia a Draco). Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame
los ciempiés.
—Como poder obligar a Harry
y a Ron a hacer lo que él quiera —dijo Neville.
—¿Por qué alguien no le
rompió la nariz? —preguntó Sirius.
—Si lo hicieron, no en
ese momento, pero lo hicieron —respondió Harry—. ¿A qué si, Malfoy? —le
preguntó al rubio menor.
—No es gracioso, Potter —dijo
Draco—. Mi nariz no volvió a hacer la misma desde ese día.
—Que exagerado —dijo
Hermione.
Unos calderos más allá, Neville
afrontaba varios problemas (El aludido se sonrojó).
Solía perder el control en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor
se le daba y el miedo que le tenía al profesor Snape empeoraba las cosas. Su
poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido
en…
—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape,
levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera
todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa
gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se
necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar
más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que
comprendas, Longbottom?
Neville estaba colorado y temblaba.
Parecía que se iba a echar a llorar.
—Tal vez deberías hacer
bien tu trabajo, Snape —dijo una enojada Alice—, sin asustar a unos y favorecer
a otros.
—Pero para hacer bien su
trabajo, primero debería de dejar de comportarse como un idiota —agregó Frank,
también muy enojado.
Snape por su parte, se
preguntaba porque se la había agarro con Neville Longbottom. No lo entendía,
seria porque era un Gryffindor.
Neville se sentía bien al
ser defendido por sus padres, y una leve sonrisa se formó en su rostro.
—Por favor; profesor —dijo Hermione—,
puedo ayudar a Neville a arreglarlo…
—Gracias por ofrecerte a
ayudarlo —le dijo Alice a Hermione.
La castaña solamente
asintió.
—No recuerdo haberle pedido que
presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan
colorada como Neville (Remus frunció el ceño. No le
gustaba que trataran mal a Hermione)—. Longbottom, al final de esta
clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre.
Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente.
—Eres un estúpido,
Quejicus —exclamaron los merodeadores y Frank.
—No más que ustedes
—respondió Snape, con toda la ira que había estado aguantando antes.
Snape se alejó, dejando a Neville sin
respiración, a causa del miedo.
—¡Ayúdame! —rogó a Hermione.
—¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan,
inclinándose para cogerle prestada a Harry la balanza de bronce—. ¿Has oído? El
Profeta de esta mañana asegura que han visto a
Sirius Black.
Sirius se tensó al
escuchar eso.
—¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry
y Ron. Al otro lado de la mesa, Malfoy levantó la vista para escuchar con
atención.
—Entrometido —dijo
Sirius.
—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que
parecía emocionado—. Lo ha visto una muggle. Por supuesto, ella no entendía
realmente. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente,
¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los
del Ministerio de Magia, ya se había ido.
—Creo que no fue una
buena idea de que te dejaras ver en un barrio muggle, Sirius —le dijo Lily al
animago.
—¿Acaso estás preocupada
por mí, pelirroja? —le preguntó Sirius, con una leve sonrisa.
—Claro que estoy
preocupada por ti, Sirius. Y aunque eres un inmaduro y mujeriego, eso no quiere
decir que seas culpable de todo lo que te acusan —dijo Lily, mirando al mejor
amigo de su novio.
—Tu pelirroja me está
cayendo mejor, Cornamenta —le susurró Sirius a James. El cual miraba a Lily con
cara de tonto.
—No muy lejos de aquí… —repitió Ron,
mirando a Harry de forma elocuente. Dio media vuelta y sorprendió a Malfoy
mirando.
—¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele
algo más?
Pero a Malfoy le brillaban los ojos de
forma malvada y estaban fijos en Harry. Se inclinó sobre la mesa.
—¿Y ahora qué es lo que
pretende? —preguntó Ted.
—Molestar —respondió
Ginny, en forma obvia.
—¿Pensando en atrapar a Black tú solo,
Potter?
—Exactamente —dijo Harry.
Los finos labios de Malfoy se curvaron
en una sonrisa mezquina.
—Desde luego, yo ya habría hecho algo.
No estaría en el colegio como un chico bueno. Saldría a buscarlo.
—¿Qué quiere decir con
eso? —preguntó Sirius, con confusión.
—Nada importante —dijo
Harry.
—¿Cómo que nada?
—insistió Sirius, pero Harry no respondió.
—¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con
brusquedad.
—¿No sabes, Potter…? —musitó Malfoy,
casi cerrando sus ojos claros.
—¿Qué he de saber?
—Eso mismo me pregunto yo
—dijo James.
Harry no miraba a ninguno
de los merodeadores y a su madre, ya que sino insistirían en saber y aun no era
tiempo.
Malfoy soltó una risa despectiva,
apenas audible.
—Tal vez prefieres no arriesgar el
cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los dementores, ¿verdad? Pero en tu caso,
yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.
—¿Qué es lo que sabias,
Malfoy? —preguntó Sirius al Slytherin.
—Si Potter no te lo ha
dicho, entonces yo tampoco —respondió Draco.
Sirius murmuró insultos
hacia el rubio por lo bajo.
—¿De qué hablas? —le preguntó Harry de
mal humor.
En aquel momento, Snape dijo en voz
alta:
—Deberíais haber terminado de añadir
los ingredientes. Esta poción tiene que cocerse antes de que pueda ser
ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y luego probaremos la de
Longbottom…
—Tal vez deberíamos de
probarla contigo, Snape —dijo Frank.
Snape ignoro
olímpicamente el comentario de Frank.
Crabbe y Goyle rieron abiertamente al
ver a Neville azorado y agitando su poción sin parar. Hermione le murmuraba
instrucciones por la comisura de la boca, para que Snape no lo viera (Alice y Frank miraron con agradecimiento a Hermione).
Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse las manos
y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.
—¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró
Harry a Ron, colocando las manos bajo el chorro de agua helada que salía de una
gárgola—. ¿Por qué tendría que vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada.
Esa misma pregunta le
daba vueltas en la cabeza a Sirius. No lo entendía. Que daño le podía haber
hecho a su futuro ahijado estando encerrado en Azkaban.
—Cosas que inventa —dijo Ron—. Le
gustaría que hicieras una locura…
—En parte tenías razón,
Weasley —reconoció Draco—. Aunque según lo que todos creían, Potter si tenía
razones para vengarse.
—Pero todo era una
absurda mentira —medio gritó Ginny.
—Claro que era mentira
—afirmó Harry.
Nadie del pasado entendía
de que hablaban, pero mejor no preguntaban porque le responderían que toda la
verdad aparecería en el libro.
Cuando faltaba poco para que terminara
la clase, Snape se dirigió con paso firme a Neville, que se encogió de miedo al
lado de su caldero.
—Venid todos y poneos en corro —dijo
Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y ved lo que le sucede al sapo de
Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución para encoger, el sapo se
quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no tengo ninguna
duda), el sapo probablemente morirá envenenado.
—Es un insensible —dijo
Fleur.
Los de Gryffindor observaban con
aprensión y los de Slytherin con entusiasmo. Snape se puso el sapo Trevor
en la palma de la mano izquierda e introdujo una cucharilla
en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas
en la garganta de Trevor.
Se hizo un silencio total, mientras Trevor
tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!» y el renacuajo Trevor
serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor
prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del
bolsillo de su toga, echó unas gotas sobre Trevor
y éste recobró su tamaño normal.
—Vaya, Snape al parecer
nada salió como esperabas —dijo Alice, con una gran sonrisa.
—Cinco puntos menos para Gryffindor
—dijo Snape, borrando la sonrisa de todas las caras—. Le dije que no lo
ayudara, señorita Granger. Podéis retiraraos.
—¡Eso es injusto! —dijo McGonagall
enojada—. Quitarle puntos a una casa solo porque una alumna ayudo a su amigo a
hacer bien una poción.
Todos miraban a Snape con
indignación y enojo, sobre todo los padres de Neville.
Harry, Ron y Hermione subieron las
escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía meditaba lo que le había dicho
Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape.
—¿Y quién no? —dijeron
los gemelos Weasley.
—¡Cinco puntos menos para Gryffindor
porque la poción estaba bien hecha! ¿Por qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías
haber dicho que lo hizo Neville solo!
—Eso no hubiera servido,
Ron —dijo Neville—. el profesor Snape se habría dado cuenta de que yo no podía
arreglar la poción.
Ron asintió.
Ella no contestó. Ron miró a su
alrededor.
—¿Dónde está Hermione?
Harry también se volvió. Estaban en la
parte superior de las escaleras, viendo pasar al resto de la clase que se
dirigía al Gran Comedor para almorzar.
—Venía detrás de nosotros —dijo Ron,
frunciendo el entrecejo.
—Tal vez se olvidó algo y
regreso —dijo Andrómeda.
Malfoy los adelantó, flanqueado por
Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa de suficiencia y desapareció.
—Ahí está —dijo Harry.
Hermione jadeaba un poco al subir las
escaleras a toda velocidad. Con una mano sujetaba la mochila; con la otra
sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.
—¿Qué llevabas metido en
la túnica, castaña? —le preguntó Sirius, con curiosidad.
—Nada —respondió
Hermione. Pero los merodeadores notaron que tras ese “nada” ocultaba algo.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.
—¿El qué? —preguntó a su vez Hermione,
reuniéndose con ellos.
—Hace un minuto venías detrás de
nosotros y un instante después estabas al pie de las escaleras.
—¿Qué? —Hermione parecía un poco
confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para coger una cosa! ¡Oh, no…!
En la mochila de Hermione se había
abierto una costura. A Harry no le sorprendía; contenía al menos una docena de
libros grandes y pesados.
—¿Una docena de libros?
—repitió Sirius, mirando a Hermione como si fuera un alienígena—. Ni siquiera
Lunático y la pelirroja andan con esa cantidad de libros.
—Necesitaba todos esos
libros para estudiar —fue la simple respuesta de Hermione.
—¿Tantos? —preguntó
James.
Hermione rodó los ojos.
—Tal vez un hechizo de
expansión te hubiera ayudado en ese momento —le dijo Remus, tratando de ayudar
a la castaña de las preguntas de sus amigos.
—No se me ocurrió en ese
momento —admitió Hermione, sonriéndole a Remus.
—¿Por qué llevas encima todos esos
libros? —le preguntó Ron.
—Ya sabes cuántas asignaturas estudio
—dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No me podrías sujetar éstos?
—Pero… —Ron daba vueltas a los libros
que Hermione le había pasado y miraba las tapas—. Hoy no tienes estas
asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las Artes Oscuras.
James y Sirius codearon a
Lupin y le sonrieron con complicidad.
—La primera clase del
profesor Lunático —dijo James.
Remus estaba emocionado
por saber cómo sería su primera clase.
Seamus soltó una risita
al recordar la cancioncita que Peeves el canto a Remus cuando lo vio.
—Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter
todos los libros en la mochila, como si no la hubieran comprendido—. Espero que
haya algo bueno para comer. Me muero de hambre —añadió, y continuó hacia el
Gran Comedor.
—¿No tienes la sensación de que
Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a Harry.
—Sí —James y Sirius le
respondieron al libro.
Harry, Ron y Remus
sonrieron, mientras que Hermione rodaba los ojos.
El profesor Lupin no estaba en el aula
cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras (Seguramente estabas merodeando, dijeron James y Sirius).
Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y estaban
hablando cuando por fin llegó el profesor (Vaya, ya
era hora, Lunático, bromeó Sirius). Lupin sonrió vagamente y puso su
desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero
parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas
abundantes.
—Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por
favor; meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo
necesitaréis las varitas mágicas.
—¡Sí! ¡Eso es, Lunático!
—gritaron James y Sirius, mientras Harry, Ron y Hermione sonreían.
La clase cambió miradas de curiosidad
mientras recogía los libros. Nunca habían tenido una clase práctica de Defensa
Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara la memorable clase del año
anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula con duendecillos y
los había soltado en clase.
—Oh, como se atreven a
comparar a Lunático con ese imbécil —reclamó Sirius.
—No me están comparando,
Sirius —le aclaró Remus.
—Bien —dijo el profesor Lupin cuando
todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme…
Desconcertados, pero con interés, los
alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Este los
condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una esquina. Al primero que
vieron fue a Peeves el poltergeist,
que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una
cerradura. Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a
medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar
una monótona canción:
—Locatis lunático Lupin, locatis
lunático Lupin, locatis lunático Lupin…
Los merodeadores rieron
ante esa canción.
—¿Te acuerdas, Cornamenta?
—preguntó Sirius.
—Sí. Nosotros le
enseñamos esa canción a Peeves —respondió James.
—Vaya, eso no lo sabíamos
—dijeron Harry, Ron y Hermione a coro.
Aunque casi siempre era desobediente y
maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Todos miraron
de inmediato al profesor Lupin para ver cómo se lo tomaría. Ante su sorpresa,
el mencionado seguía sonriendo.
—Estoy acostumbrado a que
me cante esa cancioncita en cuanto me ve —confesó Remus.
—Yo en tu lugar quitaría ese chicle de
la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por
sus escobas.
Filch era el conserje de Hogwarts, un
brujo fracasado y de mal genio que estaba en guerra permanente con los alumnos
y por supuesto con Peeves. Pero Peeves no prestó atención al profesor Lupin,
salvo para soltarle una sonora pedorreta.
—Peeves debería de
aprender a que el señor Lupin ya no era un alumno, sino un profesor —dijo la
profesora McGonagall con seriedad.
El profesor Lupin suspiró y sacó la
varita mágica.
—Es un hechizo útil y sencillo —dijo a
la clase, volviendo la cabeza—. Por favor; estad atentos.
Alzó la varita a la altura del hombro,
dijo ¡Waddiwasi! y
apuntó a Peeves.
Con la fuerza de una bala, el chicle
salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal
izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remolino y se alejó
como un bólido, zumbando y echando maldiciones.
—¡Genial, Lunático! —exclamaron
los otros dos merodeadores, riendo por lo que su amigo le había hecho a Peeves.
Remus se sonrojó, pero
tenía una sonrisa en sus labios.
—¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas,
asombrado.
—Gracias, Dean —respondió el profesor
Lupin, guardando la varita—. ¿Continuamos?
Se pusieron otra vez en marcha, mirando
al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto (Es
imposible lo no querer a Remus, dijo Lily y Hermione asintió. James y Sirius
agregaron: “Sobre todo cuando te ayuda hacer las tareas”). Los condujo
por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores.
—Entrad, por favor —dijo el profesor
Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.
En la sala de profesores, una estancia
larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y
dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado en un sillón
bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le
brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable (¿Qué
estará planeando, Quejicus?, preguntó Sirius. A lo que James respondió: “Nada
bueno, de seguro”). Cuando el profesor Lupin entró y cerró la puerta
tras él, dijo Snape:
—Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser
testigo de esto. —Se puso de pie y pasó entre los alumnos. Su toga negra
ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus talones y dijo—:
Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville Longbottom está
aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la señorita
Granger le esté susurrando las instrucciones al oído.
Alice y Frank le
dirigieron miradas asesinas a Snape.
—Imbécil —susurró Andrómeda.
Neville se puso colorado. Harry echó a
Snape una mirada fulminante; ya era desagradable que se metiera con Neville en
clase, y no digamos delante de otros profesores.
El profesor Lupin había alzado las
cejas.
—Tenía la intención de que Neville me
ayudara en la primera fase de la operación, y estoy seguro de que lo hará muy
bien.
—Y sí que lo hizo muy
bien —dijeron a coro los Gryffindor que compartieron esa clase con Neville.
Neville solo sonrió
recordando a Snape vestido como su abuela.
El rostro de Neville se puso aún más
colorado. Snape torció el gesto, pero salió de la sala dando un portazo.
—Ahora —dijo el profesor Lupin llamando
la atención del fondo de la clase, donde no había más que un viejo armario en
el que los profesores guardaban las togas y túnicas de repuesto. Cuando el
profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared.
—Es un boggart, por eso
el título —dijo Sirius.
»No hay por qué preocuparse —dijo con
tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos se echaron hacia
atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí
dentro.
—¡Ya ven! —dijo nuevamente
Sirius.
—Nadie dijo que no lo
era, Canuto —le dijo James.
Casi todos pensaban que un boggart era
algo preocupante. Neville dirigió al profesor Lupin una mirada de terror y Seamus
Finnigan vio con aprensión moverse el pomo de la puerta.
—A los boggarts les gustan los lugares
oscuros y cerrados —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos
debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero… En una ocasión vi a
uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino aquí ayer por la tarde, y
le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy
en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué
es un boggart?
—¿Déjenme adivinar quién
contestara? —dijeron Fred y George al unisonó, mirando a Hermione.
—Esa no es novedad —dijo
Ron.
Quería demostrar que
estaba atenta a su clase, para que se fijara en mí, pensaba Hermione.
Por su parte Remus se sentía
extraño, veía a Hermione, ahí frente a él, casi de su misma edad, pero en el
futuro él era casi veinte años mayor que ella y sería su profesor.
Hermione levantó la mano.
—Es un ser que cambia de forma —dijo—.
Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.
—Yo no lo podría haber explicado mejor
—admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad (En verdad me sentí tan feliz cuando Remus dijo eso, pero
sobre todo porque su mirada se posó en mí, pensaba la castaña)—. El
boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una
forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro
lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo
dejemos salir; se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa
—prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de
terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el
boggart. ¿Sabes por qué, Harry?
Era difícil responder a una pregunta
con Hermione al lado, que no dejaba de ponerse de puntillas, con la mano
levantada (Lo siento, dijo Hermione avergonzada. Pero
ella solo quería llamar su atención. “No importa”, le dijo Harry). Pero
Harry hizo un intento:
—¿Porque somos muchos y no sabe por qué
forma decidirse?
—Exacto —dijo el profesor Lupin. Y
Hermione bajó la mano algo decepcionada (Remus miró
a Hermione, y ella solo le sonrió)—. Siempre es mejor estar acompañado
cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería
convertir; en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta
ocasión vi que un boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a
la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo.
El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental.
Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es
obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica (Ron sonrió al saber lo que vendría. No pudo evitarlo y
miró a un joven Snape). Practicaremos el hechizo primero sin la varita (Canuto, ¿recuerdas cuando Lunático nos hacía estudiar de
esa forma?, preguntó James, y Sirius asintió y respondió: “En el futuro o has
cambiado nada, Lunático”). Repetid conmigo: ¡Riddíkulo!
—¡Riddíkulo!
—dijeron todos a la vez.
—Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy
bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta.
Y aquí es donde entras tú, Neville.
El armario volvió a temblar. Aunque no
tanto como Neville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca.
Neville se sonrojó. Y Hannah
le sonrió dulcemente.
—Bien, Neville —prosiguió el profesor
Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo?
—Neville movió los labios, pero no dijo nada—. Perdona, Neville, pero no he
entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse.
Neville miró a su alrededor; con ojos
despavoridos, como implorando ayuda. Luego dijo en un susurro:
—El profesor Snape.
Severus Snape al escuchar
su nombre primero miró a Neville y luego miró a Remus, pero a Remus lo miró con
aprensión.
—Eso era de esperarse —dijo
Alice, mirando a Snape como si quisiera golpearlo.
Casi todos se rieron. Incluso Neville
se sonrió a modo de disculpa. El profesor Lupin, sin embargo, parecía
pensativo.
—El profesor Snape… mm… Neville, creo
que vives con tu abuela, ¿es verdad?
—Cosa que no entiendo.
¿En dónde estamos nosotros? —susurró Frank.
—Seguramente luego lo
sabremos —le respondió Alice—. Debió de haber pasado algo realmente fuerte para
que no estemos con Neville —agregó en un susurró.
—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero
no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella.
—A mí tampoco me hubiera
gustado que mi boggart se convirtiera en mi madre —dijo Frank.
—No, no. No me has comprendido —dijo el
profesor Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo
va vestida tu abuela normalmente.
Sirius empezó a reírse de
repente, interrumpiendo a Blaise. Todos lo miraron.
—¿Qué te sucede, Sirius? —le
preguntó una seria Lily, porque habían interrumpido la lectura.
—Es que ya se lo que
piensas hacer, Lunático —respondió Sirius mirando a Remus.
James y Remus se quedaron
pensando, hasta que comprendieron lo que dijo Sirius. Y ahora los tres
merodeadores empezaron a reír.
—Pero fue más gracioso
verlo —agregó Ron, quien también reía.
Snape miraba a los
merodeadores con desdén.
Cuando se hubieron cesado
las risas, Blaise nuevamente empezó a leer.
Neville estaba asustado, pero dijo:
—Bueno, lleva siempre el mismo
sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo… normalmente
verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.
Los merodeadores volvieron
a reír quedamente.
—¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.
—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó
Neville.
—Bueno, entonces —dijo el profesor
Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo
mentalmente?
—Sí —dijo Neville, con inseguridad,
preguntándose qué pasaría a continuación.
—Estúpido mocoso y estúpido
Lupin —murmuró Snape, al darse cuenta de lo que pasaría.
—Cuando el boggart salga de repente de
este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo
Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulo!,
concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart profesor
Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y
rojo.
Todos se rieron ante la
imagen de Snape vestido de la abuela de Neville, hasta Lily soltó una risita.
Maldito Lupin, maldito
merodeadores, ellos siempre dejándome en ridículo frente a Lily, pensaba Snape con
rencor.
—Ya me las pagara Lupin —murmuró
por lo bajo Snape.
Hubo una carcajada general. El armario
tembló más violentamente.
—Si a Neville le sale bien —añadió el
profesor Lupin—, es probable que el boggart vuelva su atención hacia cada uno
de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en
lo que más miedo os da y en cómo podríais convertirlo en algo cómico…
La sala se quedó en silencio. Harry
meditó… ¿qué era lo que más le aterrorizaba en el mundo?
—Voldemort —dijo Moody. Los
demás chicos del pasado también pensaban lo mismo que el auror.
Lily se estremeció, de
solo pensar que su hijo podría ver al boggart-Voldemort.
—Eso sería demasiado
impactante, no solo para Harry, sino para todos —dijo Ted.
Lo primero que le vino a la mente fue
lord Voldemort, un Voldemort que hubiera recuperado su antigua fuerza. Pero
antes de haber empezado a planear un posible contraataque contra un
boggart-Voldemort, se le apareció una imagen horrible: una mano viscosa,
corrompida, que se escondía bajo una capa negra…, una respiración prolongada y
ruidosa que salía de una boca oculta… luego un frío tan penetrante que le
ahogaba…
—¿Un dementor? —dijo Lily
sorprendida, ya que al igual que muchos ella pensaba que el mayor miedo de su
hijo era Voldemort, no un dementor—, no puedo creerlo —agregó mirando a Harry.
—¿Quién lo diría? —dijo
Alice.
—En realidad no le tengo
miedo a los dementores —dijo Harry, confundiendo a todos, así que se apresuró a
aclarar—: le tengo miedo al miedo. En ese tiempo yo debía que luchar contra
Voldemort y no podía permitirme tener miedo.
—Vaya, eso no me lo
esperaba —dijo Gideon y su gemelo asintió.
En realidad nadie se
esperaba tal confesión. Dumbledore, los merodeadores y Moody se quedaron
mirando a Harry por unos minutos, cada uno metido en sus pensamientos, hasta
que la voz de Blaise los hizo volver a la realidad.
Harry se estremeció. Miró a su
alrededor, deseando que nadie lo hubiera notado. La mayoría de sus compañeros
tenía los ojos fuertemente cerrados. Ron murmuraba para sí:
—Arrancarle las patas.
Harry adivinó de qué se trataba. Lo que
más miedo le daba a Ron eran las arañas.
No pensé que fuera para
tanto, pensaba Fred. Ya que por él Ron le temía a las arañas.
—¿Todos preparados? —preguntó el
profesor Lupin.
Harry se horrorizó. Él no estaba
preparado. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos los demás asentían con la
cabeza y se arremangaban.
—Te aseguro que yo no estaba
mejor que tú —dijo Ron.
—Nadie lo estaba —agregó
Hermione.
—Nos vamos a echar todos hacia atrás,
Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo?
Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante… Ahora todos
hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él.
Todos se retiraron, arrimándose a las
paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado,
pero se había arremangado la túnica y tenía la varita preparada.
—¡Oh, Merlín! —susurró
Alice, mirando a su hijo.
—A la de tres, Neville —dijo el profesor
Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una…
a las dos… a las tres… ¡ya!
Un haz de chispas salió de la varita
del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe
y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador.
Fulminó a Neville con la mirada.
Todos estaban ansiosos
ante lo que ocurriría, sobre todo James y Sirius, que contenían las risas de
solo imaginarse a Snape vestido de abuela.
Neville se echó hacia atrás, con la
varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba,
ya estaba a punto de cogerlo por la túnica…
—Ahora solo tienes que
decir el hechizo —dijo Alice.
—Y concentrarte en la
ropa de mamá —agregó Frank.
—¡Ri…
Riddíkulo! —dijo Neville.
Se oyó un chasquido como de látigo.
Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto
rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo.
Todos se reían sin parar,
los únicos que no reían era Snape —por supuesto— y los esposos Malfoy, puesto
que no encontraban nada divertido en esa clase. Sobre todo Lucius, que miraba a
Remus con insolencia.
—¡Has sido el mejor
profesor de DCAO en la historia de Hogwarts, Lunático! —exclamaron James y
Sirius.
Snape miraba a los
merodeadores con aversión mientras apretaba sus puños por debajo de la mesa.
—¡Como me hubiera gustado
estar ahí! —dijo Sirius, sobándose el estómago de tanto reírse.
—Seguramente si estabas
por ahí… pero escondido para que los dementores no te atrapen —dijo Snape mordazmente.
La risa de Sirius se
detuvo al instante, al igual que la risa de los otros dos merodeadores. Poco a
poco las risas se fueron apagando al ver la expresión de seriedad en la cara de
Sirius.
—Eres un maldito,
Quejicus —gritó James, encolerizado.
Sirius se paró y miró con
el más puro rencor a Snape, quien sonreía por haber conseguido que dejaran de reírse
de él.
—Prefiero ser un prófugo de
la justicia, antes que un maldito bastardo como tú, Quejicus —gruñó Sirius.
—Señores, por favor —dijo
un severo Dumbledore al ver las miradas que se dirigían Snape y Sirius—, no voy
a permitir que se vuelvan a faltar el respeto. A la próxima pelea los saco de
la sala y por supuesto que no recordaran nada de lo que se ha leído.
Todos se quedaron en
silencio, Sirius se volvió a sentar, pero aun así los merodeadores miraban con aprensión
a Snape, lo que había dicho en verdad había lastimado a Sirius, quien ahora se
encontraba serio.
Dumbledore le hizo una
seña a Blaise para que continuara leyendo.
Hubo una carcajada general. El boggart
se detuvo, confuso, y el profesor Lupin gritó:
—¡Parvati! ¡Adelante!
Parvati avanzó, con el rostro tenso.
Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había
estado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre;
había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y comenzó a caminar hacia ella,
muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos rígidos…
Parvati se estremeció al
recordar ese rostro sin ojos.
—¡Riddíkulo!
—gritó Parvati.
Se soltó una de las vendas y la momia
se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza salió rodando.
Algunos soltaron unas leves
risitas.
—¡Seamus! —gritó el profesor Lupin.
Seamus pasó junto a Parvati como una
flecha.
¡Crac! Donde había estado la momia se
encontraba ahora una mujer de pelo negro tan largo que le llegaba al suelo, con
un rostro huesudo de color verde: una banshee.
Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un
prolongado aullido que le puso a Harry los pelos de punta.
—No fue el único —dijo
Dean, los demás Gryffindor asintieron.
—¡Riddíkulo!
—gritó Seamus.
La banshee
emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se
había quedado afónica.
—Una banshee afónica —dijo Susan Bones.
—Eso sí que sería raro —dijo
Terry.
¡Crac! La banshee
se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola,
dando vueltas en círculo; a continuación… ¡crac!, se convirtió en una serpiente
de cascabel que se deslizaba retorciéndose, y luego… ¡crac!, en un ojo
inyectado en sangre.
—¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo
estamos logrando! ¡Dean!
Dean se adelantó.
¡Crac! El ojo se convirtió en una mano
amputada que se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse por el suelo como un
cangrejo.
—Merlín —susurró Alice,
con asco.
—¡Riddíkulo!
—gritó Dean.
Se oyó un chasquido y la mano quedó
atrapada en una ratonera.
—¡Excelente! ¡Ron, te toca!
Ron se dirigió hacia delante.
¡Crac!
Algunos gritaron (Y eso que no conocieron a la pequeña araña de Hagrid,
dijo Harry tratando de alivianar el ambiente tenso. Hagrid sonrió quedamente
recordando a su amiga). Una araña gigante, de dos metros de altura y
cubierta de pelo, se dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente.
Por un momento, Harry pensó que Ron se había quedado petrificado (Me costó mucho trabajo concentrarme, no era nada fácil teniendo
esa cosa delante de mí, confesó Ron). Pero entonces…
—¡Riddíkulo!
—gritó Ron.
Las patas de la araña desaparecieron y
el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown dio un grito y se apartó de su camino
a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse a los pies de Harry. Alzó
la varita, pero…
—¿Pero qué? —preguntó muy
curioso Ted.
Como toda respuesta Blaise
continuo leyendo.
—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de
pronto, avanzando rápido hacia la araña.
James y Sirius miraron a
su amigo.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó
James.
—No lo sé, aun no pasa —respondió
Remus.
¡Crac!
La araña sin patas había desaparecido.
Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos,
buscándola. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el
aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulo! casi
con desgana.
Remus se puso pálido ante
la mención de su boggart. Hermione quería ir con él, abrazarlo y decirle que
ella estaba con él, que siempre lo apoyaría, y que no le importaba que fuera un
licántropo que ella igual lo amaba.
James, Sirius y Lily
miraron con tristeza a su amigo porque sabían a que se debía su miedo, pero los
que no sabían —los Malfoy— miraron con cierta confusión a Remus.
¡Crac!
—¡Adelante, Neville, y termina con él!
—dijo Lupin cuando el boggart cayó al suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí
estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión.
—¡Riddíkulo!
—gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a
Snape vestido de abuela (Idiotas, murmuró Snape),
antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart estallara en
mil volutas de humo y desapareciera.
—Fue una buena clase —dijo
Ted.
—Sí que lo fue —dijo
Hermione, mirando a Remus, que aún seguía pálido.
—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin
mientras la clase prorrumpía en aplausos—. Muy bien, Neville. Todos lo habéis
hecho muy bien. Veamos… cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se
han enfrentado al boggart… Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Y cinco
por Hermione y otros cinco por Harry.
—Genial. Por fin tienen a
un profesor que si es justo —dijo Sirius mirando con rencor a Snape.
—Fue el mejor profesor de
DCAO que tuvimos —dijeron las hermanas Patil.
—Claro que lo fue —dijeron
los chicos del futuro.
Remus se sentía alagado
por lo que decían sus futuros alumnos de él.
—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.
—Tú y Hermione contestasteis
correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle
importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como
deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme un
resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.
—Nosotros hubiéramos querido
un profesor como tú —dijo Andrómeda—, y no al amargado que tuve.
Remus sonrió levemente.
Los alumnos abandonaron entusiasmados
la sala de profesores. Harry, sin embargo, no estaba contento. El profesor
Lupin le había impedido deliberadamente que se enfrentara al boggart. ¿Por qué?
¿Era porque había visto a Harry desmayarse en el tren y pensó que no sería
capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar?
—No creo que pensara eso —dijo
Remus—, tal vez creí que ya habías pasado mucho con el demetor del vagón, o tal
vez también creí que verías a Voldemort.
Harry sonrió al recordar
que en una de las conversaciones con Remus, él le dijo que pensaba que
Voldemort era su boggart y por eso le impidió que lo vea.
Pero nadie más se había dado cuenta.
—¿Habéis visto cómo he podido con la banshee?
—decía Seamus.
—¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con
la suya.
—¿Y Snape con el sombrero?
Snape gruñó, nunca olvidaría
esa humillación que la harían pasar.
—¿Y mi momia?
—Me pregunto por qué al profesor Lupin
le dan miedo las bolas de cristal —preguntó Lavender.
—No parecía una bola de cristal… más
parecía la luna llena —susurró Hermione.
Remus miró a Hermione con
temor.
James y Sirius también
miraron a la castaña, puesto que ella era la única que se había dado cuenta de
lo que en verdad era el boggart de su amigo.
Hermione se sintió mal
por haber dicho eso, así que empezó a acariciar a su gato para evitar las
miradas de los merodeadores.
—¿Decías algo? —le preguntó Ron.
—Nada —dijo Hermione negando con la
cabeza. Ron la miró por unos segundos, pero luego volvió su atención a sus demás
compañeros.
—Ha sido la mejor clase de Defensa
Contra las Artes Oscuras que hemos tenido. ¿No es verdad? —dijo Ron,
emocionado, mientras regresaban al aula para coger las mochilas.
—Por supuesto que lo fue —confirmó
Harry.
—Parece un profesor muy bueno —dijo
Hermione—. Pero me habría gustado haberme enfrentado al boggart yo también.
—¿En qué se habría convertido el
boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en un trabajo de clase en el que sólo
te pusieran un nueve?
—¡Ronald Weasley! —lo
regañó Molly.
—No debería regañarlo,
señora Weasley —defendió Hermione—, en realidad Ron no estaba tan equivocado
con mi boggart —confesó la castaña un poco avergonzada.
Ojala aun ese fuera mi
boggart, solo una mala calificación. Ahora es peor que eso, se decía Hermione.
Sirius soltó una risita
al escuchar la confesión de Hermione. No pudo evitarlo, pero es que el boggart
de Hermione le había devuelto el buen humor.
Por su parte Remus se había
quedado pensativo.
—¿Qué pasa, Lunático? —le
preguntó en un susurró James.
—Ella lo sabe —respondió
Remus, también en un susurró. James no tuvo que preguntar a quien se refería,
puesto que ya lo intuía.
—No lo creo —le dijo James—,
y si fuera así, a ella no le importa tu condición porque te trata igual que a
todos, es más, hasta podría decir que te trata mejor que a los demás.
Hola a todas chicas, solo quería recordarles que como había dicho antes iba aumentar algunas escenas, algunas líneas para que la historia entre Remus y Hermione se forme, así que en la última parte podrán ver un par de líneas extras.