Justin tomo el libro que Katie le
había entregado. Este cambio la página y leyó:
—“Los
Mundiales de quidditch”.
—Bien, este capítulo promete ser
interesante —comentó James.
Sí, interesante, pensaba Ginny, sobre todo el final.
Severus miró al chico de Hufflepuff
con una expresión aburrida y luego miró a su némesis —el cual le había robado
al amor de su vida—, estaba sonriendo —idiota,
pensó—, para finalmente mirar al futuro hijo de este y su amada. El chico
parecía serio, como si estuviera recordando algo que no le gustara.
Dejo de mirarlo, no importaba que
fuera hijo de Lily, él sentía que lo detestaba tanto como al padre.
Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo
al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que
marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de
los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se
contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír. Caminaron por el
bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir
por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harry
sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de
juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez
catedrales.
—Vaya —murmuró Lily, y aunque no le
agradaba mucho el quidditch podía imaginarse la emoción de todas esas personas
y casi quería estar allí, junto con James, compartiendo un tiempo juntos.
Frunció el ceño. Tal vez James no le
prestaría mucha atención por estar pendiente del juego.
Definitivamente esa sería una mala idea, pensó Lily.
—Hay asientos para cien mil personas —explicó el
señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Harry—. Quinientos
funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada
centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los
muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro
lugar y salen pitando… ¡Dios los bendiga! —añadió en tono cariñoso,
encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba
rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.
Lucius hizo un gesto de molestia,
otro capítulo más de puras estupideces, según su parecer… y eso no era lo peor,
lo peor era que ya no aguantaba ni un solo segundo más a los Weasley, a Potter
y a sus idiotas amigos, y a todos los sangre sucias, comenzando por la amiga
del hijo de Potter y terminando por el chico que leía.
Pero no podía pararse e irse porque
sabía que apenas saliera de esa sala, Moody comenzaría a investigarlo y pediría
una orden para registrar su mansión. Él tenía que ser más inteligente que
todos, y aunque no lo soportara más, tenía que quedarse y escuchar lo que
leían, tal vez podría escuchar algo de suma importancia.
Levantó la vista y vio al osco auror
mirarlo fijamente, con una expresión seria, él simplemente sonrió de lado,
burlándose del auror.
—¡Asientos de primera! —dijo la bruja del
Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna
principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.
—Unos buenos asientos —comentó Ted—.
Desde allí se puede visualizar muy bien todo el juego.
Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una
suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco
iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e
izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de
la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más
elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol.
Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas.
Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que
tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.
—Debió haber sido increíble haber he
estado allí —dijo Fabian.
—Sí —aceptó su hermano—. Me preguntó,
porque no fuimos a los Mundiales —dijo pensativamente.
Ninguno de los chicos Weasley ni los
que conocían el horrible final de los gemelos Prewett dijo una sola palabra,
para que decirles la verdad en ese momento, cuando todavía no era el momento.
Molly también se preguntaba lo mismo,
ya que sus hermanos eran unos fanáticos de ese deporte; observó a cada uno de
sus hijos, y por increíble que pareciera, no pudo descifrar nada.
No pudo pasarles nada malo,
se dijo Molly. Tal vez solo estoy siendo
demasiado paranoica.
Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en
las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una
misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella
elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se
levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de
la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel
gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las
escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse,
Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus
destellos a todo el estadio:
La Moscarda: una escoba para toda la familia:
fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada… Quitamanchas
mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al
esfuerzo… Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade…
—Igual que en los partidos muggles
—comentó Lily.
—Ah, cierto —dijo Ted.
Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por
encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no
había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la
antepenúltima butaca de la fila de atrás (Hermione
no pudo evitar bufar al escuchar sobre la pobre elfina y todo lo que tuvo que
pasar). La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas
sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se
tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le
resultaron curiosamente familiares…
—¿Orejas largas? Seguro es el elfo
que liberaste —dijo Frank a Harry—. ¿Cómo se llamaba?
—Dobby —respondió Harry—, pero no, no
era él.
—¿Dobby? —preguntó Harry, extrañado.
La diminuta figura levantó la cara y separó los
dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma
forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby… pero no cabía duda de que se
trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Harry, hasta
que éste lo liberó de sus dueños, la familia Malfoy.
Lucius miró con despreció a Harry,
este se dio cuenta, pero como no era la primera vez que lo miraba de esa
manera, no le tomo importancia, y se volvió hacia sus amigos.
—¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo
de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía una voz aún más aguda
que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a
Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era
hembra (Bueno, en realidad si son muy difíciles de
diferenciarlos, dijo Alice). Ron y Hermione se volvieron en sus asientos
para mirar. Aunque Harry les había hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado
a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.
Sirius y James miraron al señor
Weasley como interrogándolo.
Remus negó la cabeza. A veces sus
amigos eran demasiado impertinentes.
No lo son, dijo el lobo. Remus se puso rígido.
A mí me agradan, son los mejores amigos
que pudimos encontrar.
Remus le daba la razón, pero se
sentía incómodo al hablar con su lobo interior, casi lo hacía sentir como si
fuera un… un… lunático. Aunque sonara irónico.
—Bueno —empezó Arthur, con un
sonrojo—, no siempre tengo la oportunidad de ver un elfo doméstico.
Lucius ni siquiera miró a Arthur,
pero en sus labios tenía una sonrisa burlona.
—Disculpe —le dijo Harry a la elfina—, la he
confundido con un conocido.
—¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la
elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna
principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señor… y usted,
señor… —En ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron
hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted es, sin duda, Harry
Potter!
—Espera —dijo Alice—, ¿ella también
se comportará como Dobby? —preguntó.
—La verdad no —respondió Harry con
cierto alivio—. Dobby era un elfo peculiar y no creo que ningún otro elfo
pudiera ser como él.
Ron asintió.
—Era raro —comentó.
Y Hermione le planto una mirada de
muerte, este lo noto y las puntas de sus orejas se le pusieron rojas.
—Sí, lo soy —contestó Harry.
—¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! —dijo
ella, bajando las manos un poco, pero conservando su expresión de miedo.
—Pero, ¿por qué está asustada?
—preguntó Andrómeda.
Nadie respondió y Justin continuó
leyendo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Harry—. ¿Qué tal le
sienta la libertad?
—¡Ah, señor! —respondió Winky, moviendo la cabeza
de un lado a otro—, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy
segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.
—¿Por qué? —se extrañó Harry—. ¿Qué le pasa?
—La libertad se le ha subido a la cabeza, señor
—dijo Winky con tristeza—. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No
encuentra dónde colocarse, señor.
—Pero ¿por qué? No creo que ningún
mago le niegue el trabajo a un elfo —dijo Gideon.
—Claro, si a los elfos lo que más les
gusta es trabajar —dijo Fabian.
Hermione miró a los hermanos Prewett
como hace unos momentos miró a su sobrino, solo que esta vez no se pudo
contener a decir lo que pensaba.
—Que a los elfos les gusta trabajar
—empezó—. Los pobres no trabajan, son esclavizados por magos y brujas abusivos
de su fuerza y…
Todos los del pasado miraron a
Hermione con sorpresa; ¿qué es lo que trata de decir?, se preguntaban muchos de
ellos.
—Hermione —le dijo Harry, sabiendo
que, si en ese momento ella empezaba a dar su discurso de arduos trabajos de
los elfos, luego seguiría la P.E.D.D.O., algo que seguramente ningún mago de
esa época aceptaría, aunque tampoco la aceptaban en su tiempo…
—¿Qué? —chilló la castaña,
frunciendo.
Harry se sobresaltó.
—Lo que Harry quiere decir, es que
ahora no es momento, Hermione —dijo Ginny calmadamente.
Hermione miró a su amiga pelirroja
fijamente por unos segundos, pero finalmente termino asintiendo.
—¿Por qué no? —inquirió Harry.
Winky bajó el tono de su voz media octava para
susurrar:
—Pretende que le paguen por trabajar, señor.
Los magos y brujas del pasado se
quedaron anonadados por lo que acababan de escuchar, como era eso de que un
mago le pagase a un elfo doméstico por su trabajo; era inverosímil.
—No creo que ningún mago esté
dispuesto a pagarle a un elfo —dijo Sirius—. Por eso no me extraña que no
encuentre trabajo.
Hermione miró a Sirius con enfado,
éste se sorprendió por aquella mirada, y repaso mentalmente que había dicho de
malo, al no encontrar nada malo en su comentario se encogió de hombros pensando
de que se trataba de algo referente a sus hormonas.
—Imagina que Kreacher le exigiera un
sueldo a tu madre, Canuto —dijo James con burla.
—Lo habría asesinado, aunque no me
habría importado —dijo Sirius, recibiendo otra mirada furiosa por parte de
Hermione—. Es ridículo. O ¿acaso tú le pagas a Kreacher, Harry?
Harry se quedó callado. Y todos se
volvieron para mirarlo.
—Yo… en realidad, si lo hago —confesó
el pelinegro.
Más miradas llenas de sorpresa
recayeron sobre Harry.
—¿Por qué harías algo así? —preguntó James.
—Porque Harry sabe valorar el arduo
trabajo de un elfo —respondió Hermione, orgullosa de que su amigo aceptara su
sugerencia de darle una paga a Kreacher.
—¿Y Kreacher acepto que le pagaras?
—preguntó Sirius, mirando a su futuro ahijado como si tuviera una extraña
enfermedad.
—No quiso que le pague, y cuando
insistí, se lanzó al suelo a llorar y a decir que no era un buen elfo —contó
Harry. Hermione se mordió el labio inferior, no le gustaba que los elfos se
lastimen a sí mismos—. Pero cuando le ordene que aceptar la paga, él obedeció.
Después de escuchar todas esas cosas
tan absurdas —según el pensamiento de algunos magos—, Justin continúo leyendo.
—¿Que le paguen? —repitió Harry, sin entender—.
Bueno… ¿por qué no tendrían que pagarle?
La idea pareció espeluznar a Winky, que cerró los
dedos un poco para volver a ocultar parcialmente el rostro.
—¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor!
—explicó en un chillido amortiguado (Andrómeda no
había comentado nada a la conversación anterior, pero ahora con la respuesta de
la elfina, ella asintió estando de acuerdo)—. No, no, no. Le he dicho a
Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se
está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo
doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te
han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas
Mágicas, como a un vulgar duende.
—¿En serio podrían hacer eso?
—preguntó Lily.
—Tal vez, el comportamiento de ese
elfo no es usual, Lily —respondió James.
Hermione frunció el ceño, pensando en
conseguir a más magos que apoyen a la P.E.D.D.O. para conseguir que los elfos
tengan los mismos derechos que los magos y brujas.
—Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco
—opinó Harry.
—La diversión no es para los elfos domésticos,
Harry Potter —repuso Winky con firmeza desde detrás de las manos que le
ocultaban el rostro—. Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas,
Harry Potter… —Miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva—. Pero mi amo
me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.
—Envía a su elfina solo a cuidar su
lugar —dijo Fabian con intriga.
—Yo creo que eso es estúpido —dijo a
su vez su gemelo, Gideon.
—No solo por eso —comentó Ron—, en
realidad es por otra razón.
—¿Qué otra razón? —preguntó Ted.
—Eh… —murmuró el menor de los varones
Weasley.
—Ya sé. Luego nos enteraremos —volvió
a hablar Ted.
Ron asintió.
—¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no
soportas las alturas? —preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.
—Mi amo… mi amo quiere que le guarde una butaca,
Harry Potter, porque está muy ocupado —dijo Winky, inclinando la cabeza hacia
la butaca vacía que tenía a su lado—. Winky está deseando volver a la tienda de
su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una
buena elfina doméstica.
—Sigo creyendo que es estúpido mandar
a cuidar una butaca, si los asientos ya estaban apartados —dijo Gideon.
—Aunque la elfina no solo estaba
cuidando butacas —le recordó su hermano.
Los gemelos Prewett se volvieron a
mirar a su sobrino, como queriendo leerle la mente. Ron solo evito devolverles
la mirada.
Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la
tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry se volvió a los
otros.
—¿Así que eso es un elfo doméstico? —murmuró Ron—.
Son extraños, ¿verdad?
—Dobby era aún más extraño —aseguró Harry.
—El más extraño de su especie
—comentó Luna, ganándose una mirada de todos, ya que ella era considera la
“lunática” del colegio—. Fue muy noble lo que hizo… —después de decir eso
último Luna se quedó mirando hacia un punto en la mesa.
—¿Qué hizo? —le preguntó Ted a la
rubia, pero está aún seguía muy concentrada en la mesa.
Los demás soltaron el aire que
estaban conteniendo, ya que pensaban que Luna iba hablar de más, pero como
siempre ella hacia las cosas menos esperadas.
Pasados unos pocos minutos y Luna
seguía sin responder, por lo que Justin siguió leyendo.
Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos,
mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.
—¡Sensacional! —exclamó, girando el botón de
retroceso que tenía a un lado—. Puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter
el dedo en la nariz una vez… y otra… y otra…
Las mujeres hicieron una mueca de
asco, mientras que algunos chicos —sobre todo los bromistas— sonreían ante lo
que habían escuchado.
Hermione, mientras tanto, leía con interés su
programa forrado de terciopelo y adornado con borlas.
—Antes de que empiece el partido habrá una
exhibición de las mascotas de los equipos —leyó en voz alta.
—Eso siempre es digno de ver —dijo el señor
Weasley—. Las selecciones nacionales traen criaturas de su tierra para que
hagan una pequeña exhibición.
—Esa vez habían veelas —comentó Seamus.
—¿En serio? —preguntó Sirius,
entusiasmado y de reojo miraba a la esposa de Bill—. ¿Y hablaste con una de
ellas?
—No —contestó el Gryffindor, negando
con la cabeza.
—Que aburrido eres —murmuró.
Durante la siguiente media hora se fue llenando
lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas
que obviamente eran magos importantes. Percy se levantaba de un salto tan a
menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento (Fred
y George no perdieron el tiempo para molestar a su hermano, a lo que Percy solo
les dedicó una mirada seria, pero esa seriedad era arruinada por sus mejillas
sonrojadas). Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de
Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y
se le rompieron (Ahora no solo los gemelos se reían
de Percy, sus tíos se habían sumado a las risas). Muy embarazado, las
reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el
asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó
como si se tratara de un viejo amigo (Percy no
podía creer su comportamiento tan estúpido de ese tiempo. Si tan solo hubiera
sabido lo cobarde e idiota que era Fudge no hubiera hecho nada para agradarle).
Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó
cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban.
—Ya sabe, Harry Potter —le dijo muy alto al
ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con
adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés—. ¡Harry Potter…!
Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe… Tiene que
saber quién es…
—Hubiera querido que no me conociera
—murmuró Harry, tapándose instintivamente la cicatriz con el flequillo de su
cabello.
El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y,
señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que
nadie entendía.
—Sabía que al final lo conseguiríamos —le dijo
Fudge a Harry cansinamente—. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas
tengo que echar mano de Barty Crouch (—Me preguntó
cómo es que ese hombre llego a ser ministro —dijo Ted, negando con la cabeza).
Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien,
porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos… ¡Ah,
ahí está Lucius!
—¿Qué? Pero ¿qué hace ese idiota
allí? —preguntó Sirius.
A lo que Lucius simplemente lo
ignoró.
—Probablemente ver los mundiales
—contestó Remus.
—Y tan bien que iba todo —dijo James.
—Es cierto —dijo Ron, estando de
acuerdo con el padre de su mejor amigo.
Por su parte, Draco tuvo que aceptar
lo que decían de su familia, ya que él había ayudado para dar esa imagen tan
desagradable.
Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Los
que se encaminaban hacía tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo
detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby: Lucius
Malfoy, su hijo Draco y una mujer que Harry supuso que sería la madre de Draco.
Narcissa se sorprendió, ya que era la
primera vez que la nombraban en esos libros.
Harry y Draco Malfoy habían sido enemigos desde su
primer día en Hogwarts. De piel pálida, cara afilada y pelo rubio platino,
Draco se parecía mucho a su padre. También su madre era rubia, alta y delgada,
y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que
daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a
demonios.
La aludida clavó una mirada
despectiva hacia Harry y sus amigos.
—Eso no es novedad —dijo Sirius,
mofándose—, desde que la conozco siempre ha tenido esa cara de asco.
—Prefiero tener cara de asco a ser un
maldito traidor a la sangre —dijo Narcissa no pudiendo contener su rabia.
Draco miró a su madre y negó con la
cabeza.
Si supieras, madre, pensaba Draco. En el futuro engañaste al Señor Tenebroso
para salvarle la vida al ahijado de tu primo.
—¡Ah, Fudge! —dijo el señor Malfoy, tendiendo la
mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no
conoces a mi mujer, Narcissa, ni a nuestro hijo, Draco.
—¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge,
sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al
señor Oblansk… Obalonsk… al señor… Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y,
como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo (—En
realidad el ministro búlgaro si entendía lo que decía Fudge —dijeron los
gemelos Weasley a coro). Veamos quién más… Supongo que conoces a Arthur
Weasley.
—Creo que lo que más conoce son los
puños de papá —dijo Ginny.
Varios soltaron risitas al recordar
la pelea que tuvieron Lucius y Arthur antes de comenzar el segundo año de
Harry.
Lucius miró a Ginny con furia, e iba
a soltar uno de sus clásicos insultos, cuando se dio cuenta de que Moody lo
observaba.
—Niña insolente —murmuró con rabia.
Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el
señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última
ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y
se habían peleado. Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley
y luego la fila en que estaba sentado.
—Por Dios, Arthur —dijo con suavidad—, ¿qué has
tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que
no te ha llegado sólo con la casa.
Todos los Weasley se contuvieron para
no responderle a Lucius como debía.
Por su parte Arthur no le tomo
importancia a lo que había escuchado, ya que se daba cuenta de que Lucius
siempre tenía que sacar a colación su posición económica como si fuera una
coraza que lo protegía. Según Lucius era un hombre fuerte y arrogante, pero con
su actitud demostraba que era un idiota y cobarde.
—Imbécil —dijo Sirius.
Fudge, que no escuchaba, dijo:
—Lucius acaba de aportar una generosa contribución
para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido
aquí como invitado mío.
—Eso se llama soborno —dijo James,
frunciendo el ceño.
—¿Y qué otras aportaciones más hacia para conseguir lo que quería? —dijo Sirius
desdeñosamente.
—A decir verdad, Fudge era muy fácil
de sobornar —dijo Draco—. Padre solo tenía que…
—¡Draco! —siseó Lucius, mirando a su
hijo con enfado.
—¿Qué sucede, padre? —preguntó Draco,
sin inmutarse ante el tono de voz de Lucius—. Ah, cierto, solo podemos hablar
de esto en privado. Lo siento, se me olvido.
Lucius apretó su varita dentro del
bolsillo de su túnica, respiró profundo para no hechizar a su propio hijo por
inconsciente.
Mientras todos los demás miraban a
Draco con sorpresa. Draco tenía toda la apariencia de un Malfoy, en los libros
se comportaba como un Malfoy, pero este Draco que tenía en persona era
completamente diferente.
—Si quieres luego podemos hablar en
privado sobre los sobornos de tu padre —dijo Moody toscamente a Draco.
Este no contestó, pero tampoco negó
tener esa conversación.
—¡Ah… qué bien! —dijo el señor Weasley, con una sonrisa
muy tensa.
El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso
algo colorada, pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió
qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor
Malfoy: los Malfoy se enorgullecían de ser de sangre limpia; lo que
quería decir que consideraban de segunda clase a cualquiera que procediera de
familia muggle, como Hermione. Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a
decir nada delante del ministro de Magia (—Claro
que no tenía que mantener su imagen de buen benefactor ante el ministro —dijo
Ron). Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó
caminando hasta llegar a sus asientos. También Draco lanzó a Harry, Ron y
Hermione una mirada de desprecio, y luego se sentó entre sus padres.
No comprendo, pensaba James. ¿Qué le sucede al Draco Malfoy de esta sala? ¿Qué fue lo que le ocurrió
para cambiar tanto?
Miró de reojo a Draco. Era un Malfoy
de pies a cabeza físicamente, pero su mirada gris era distinta a la de sus
padres.
—Asquerosos —murmuró Ron cuando él, Harry y
Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego.
Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la
tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.
—¿Y ahora que le sucede a ese? —preguntaron
los gemelos Prewett.
—Luego se enterarán —respondió Ron.
—¿Todos listos? —preguntó. Su redonda cara relucía
de emoción como un queso de bola grande—. Señor ministro, ¿qué le parece si
empezamos?
—Cuando tú quieras, Ludo —respondió Fudge complacido.
Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la
garganta y dijo:
—¡Sonorus! —Su voz se alzó por encima del
estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón
de las tribunas—. Damas y caballeros… ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la
cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!
Los hombres se emocionaron al
escuchar eso, sobre todo los del pasado.
—Por fin —dijeron James y Sirius.
Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon
miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al
jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último
anuncio (Grageas multisabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada
bocado!) y mostró a continuación: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.
—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les
presente a… ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!
Los chicos sonrieron al recordar a
las hermosas mascotas del equipo de Bulgaria.
Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido
bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.
—Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor
Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah! —De pronto se quitó
las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son veelas!
—Genial, veelas —dijo Sirius—. Y, además,
una buena forma para apoyar a Bulgaria.
—Insisto en que ninguna veela es tan
hermosa como mi Lily —dijo James.
Lily le sonrió y beso la mejilla de
su novio, mientras que Sirius rodó los ojos. Su amigo se había vuelto tan cursi
desde que andaba con Lily, que había veces en que no lo reconocía.
—¿Qué son vee…?
Pero un centenar de veelas acababan de salir al
campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran
mujeres, las mujeres más hermosas que Harry hubiera visto nunca… pero no eran
(no podían ser) humanas (—Son seges semihumanos, pego
con algunas cualidades mágicas —explicó Fleur, ya que ella siendo parte de esta
especie, conocía muy bien todas sus características). Esto lo
desconcertó por un momento, mientras trataba de averiguar qué eran realmente:
qué podía hacer brillar su piel de aquel modo, con un resplandor plateado; o
qué era lo que hacía que, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abriera
en abanico detrás de la cabeza. Pero en aquel momento comenzó la música, y Harry
dejó de preguntarse sobre su carácter humano. De hecho, no se hizo ninguna
pregunta en absoluto.
—Vaya, parece que las veelas te
dejaron más que impresionado —dijo Sirius a su ahijado, con un tono de voz que
hizo sonrojar a Harry.
Ginny se volvió para mirar a su
novio.
Harry no dijo nada, pero sus mejillas
tomaron el color del cabello de los Weasley.
Las veelas se pusieron a bailar, y la mente de
Harry se quedó totalmente en blanco, sólo ocupada por una suerte de dicha. En
ese momento, lo único que en el mundo merecía la pena era seguir viendo a las
veelas; porque, si ellas dejaban de bailar, ocurrirían cosas terribles…
—No crees que eso es llegar al
extremo —dijeron los gemelos Weasley.
—Bueno… tal vez, pero aún tenía trece
años —dijo Harry, justificándose.
A medida que las veelas aumentaban la velocidad de
su danza, unos pensamientos desenfrenados, aún indefinidos, se iban apoderando
de la aturdida mente de Harry. Quería hacer algo muy impresionante, y tenía que
ser en aquel mismo instante. Saltar desde la tribuna al estadio parecía una
buena idea… pero ¿sería suficiente?
—Harry, ¿qué haces? —le llegó la voz de Hermione
desde muy lejos.
—¿Qué? ¿En verdad ibas a saltar de la
tribuna? —preguntó James a su hijo.
Harry asintió, con las mejillas
nuevamente sonrojadas.
No cabe duda. De tal palo tal astilla. Ambos idiotas, pensaba Snape, y una sonrisa burlona se formó en sus delgados
labios.
Cesó la música. Harry cerró los ojos y volvió a
abrirlos. Se había levantado del asiento, y tenía un pie sobre la pared de la
tribuna principal. A su lado, Ron permanecía inmóvil, en la postura que habría
adoptado si hubiera pretendido saltar desde un trampolín.
—Bueno, en tu defensa, joven Potter…
—dijo Gideon, imitando una voz pomposa, como la de Percy.
—… he de decir que no eras el único
en esas circunstancias —ahora habló Fabian, mirando fijamente a su sobrino
menor—. Nuestro querido sobrino te hacia compañía. E imagino que los demás
hombres también estaban iguales que ustedes dos.
En ese momento Ron, no solo tenía las
orejas rojas, sino también sus mejillas.
Sus hermanos gemelos se burlaron de
él, cosa que no mejoraba su estado abochornado.
El estadio se sumió en gritos de protesta. La
multitud no quería que las veelas se fueran, y lo mismo le pasaba a Harry. Por
supuesto, apoyaría a Bulgaria, y apenas acertaba a comprender qué hacía en su
pecho aquel trébol grande y verde. Ron, mientras tanto, hacía trizas, sin darse
cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó
hacia él para quitárselo de las manos.
—Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las
mascotas de Irlanda —le dijo.
Las risas volvieron a escucharse al
saber de las reacciones de los dos varones del trío de oro. Estos por su parte,
no miraban a nadie sintiéndose avergonzados.
—Bueno —se dejó escuchar la voz de
Luna—, tal vez si podrías haber lamentado haber destruido tu sombrero ahora que
las veelas se fueron —se dirigió a Ron, su novio.
—¿Eh? —musitó Ron, mirando con la boca abierta a
las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.
Hermione chasqueó fuerte la lengua y tiró de Harry
para que se volviera a sentar.
—¡Lo que hay que ver! —exclamó.
—Los hombres pueden ser
verdaderamente idiotas y… tercos —murmuró Hermione—. Aunque unos más que otros,
eso no hay que negarlo —siguió murmurando.
—¿Sucede algo malo, Hermione?
—preguntó Ginny mirando de reojo a su amiga.
—No, nada —respondió la castaña,
negando con la cabeza. Pero su mente estaba sumergida en los recuerdos; de la
constante negativa de Remus.
Se encontraban en la Madriguera, y
solo faltaban cinco días para regresar a Hogwarts, así que Hermione no perdería
la oportunidad de volverle a decir que lo amaba. Espero un par de horas que
Remus terminara la reunión que tenía con los miembros de la Orden, y cuando
este había salido de la casa y estaba dispuesto a desaparecerse, Hermione se
paró frente a él, y tomándolo de sorpresa nuevamente había logrado besarlo —y
esta vez a ella no le importaba si los encontraban besándose—. Remus se
sorprendió y trato de alejarla, pero luego le siguió el beso.
Cuando ambos se separaron por falta
de aire, Remus retrocedió un paso y la miró seriamente.
—No vuelvas a besarme, no es correcto
—insistió Remus.
—¿No es correcto? Pero si tú también
me besaste —rebatió la chica.
Remus no dijo nada porque sabía que
era cierto, él se había resistido, pero Lunático no, el lobo no pudo
resistirse. Es más, parecía que Lunático siempre había estado interesado en
Hermione, porque ahora que ella había dado el primer paso para acercarse a él,
el lobo nunca perdía la oportunidad de verla, aunque sea de lejos, y por
consiguiente él también.
—Soy un hombre lobo —dijo Remus para
alejarla.
—A mí también me gusta Lunático.
Lunático se revolvió dichoso y
escandaloso dentro de él.
—No tengo nada que ofrecerte.
—Yo solo deseo tu amor.
Remus la miró con ternura, pero luego
se puso serio nuevamente.
—Te llevo veinte años, podría ser tu
padre.
—No me importa la edad y no eres mi
padre.
Remus la miró intentando buscar otro
impedimento para no estar con ella, pero Hermione hablo antes, sorprendiéndolo.
—¿Por qué insistes en despreciarte
tanto, Remus? ¿Por qué no tan solo me dejas quererte, ser parte de tu vida?
Remus negó con la cabeza.
—¿Quieres quererme, y ser parte de mi
vida? ¡Bien! ¡Pues hazlo! Pero te advierto que saldrás lastimada porque yo
nunca voy… a quererte de la manera que tú esperas —dijo con severidad.
Estás palabras hicieron que Hermione
se pusiera pálida y que sus ojos se llenaran de lágrimas.
Remus se arrepintió al instante de
sus palabras, habían sonado muy duras y la había lastimado. Trato de
disculparse, pero una voz llamando a Hermione se lo impidió.
—¡Hermione! —volvió a insistir la voz
de Harry.
Hermione suspiró antes de hablar
nuevamente.
—Ya voy, Harry —contestó la chica y
se alegró de que su voz haya salido normal. Ella empezó a dirigirse hacia su
amigo, pero a la mitad del camino paro y dio media vuelta, miró a Remus que aún
seguía parado en el mismo lugar y dijo—: escúchame bien, Remus Lupin, tus
palabras no harán que me aleje de ti… por lo menos no tan fácilmente —volvió a
girarse y siguió con su camino.
Remus sonrió sin muchos ánimos, había
veces que detestaba que Hermione fuera tan persistente y terca.
Salió de su recuerdo cuando sintió la
cabeza de su gato pasarse por sus piernas, ella miró hacia su mascota, el cual
de un salto ya estaba sentado entre ella y Ginny.
—Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la
bondad de alzar sus varitas para recibir a… ¡las mascotas del equipo nacional
de Irlanda!
En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de
color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno
de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda
velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se
extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz.
La multitud exclamaba «¡oooooooh!» y luego «¡aaaaaaah!», como si estuviera
contemplando un castillo de fuegos de artificio. A continuación, se desvaneció
el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron:
formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a
elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.
—Creo que las mascotas de Irlanda son
leprechauns —comentó Ted.
—Acertaste —dijo Dean Thomas.
—¡Maravilloso! —exclamó Ron cuando el trébol se
elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar
en los asientos y en las cabezas de la multitud. Entornando los ojos para ver
mejor el trébol, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos
diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una
diminuta lámpara de color oro o verde.
—¡Son leprechauns! —explicó el señor
Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores,
muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los
asientos.
—Eso me suena a soborno —dijo Fabian.
Su gemelo asintió.
—Sí, al parecer el equipo de Bulgaria
intentaba seducir y el de Irlanda sobornar al público. Bonita manera de atraer
a sus seguidores —dijo Gideon.
—Pero se llevarían una gran sorpresa
al ver que sus monedas se desaparecerán en cuestión de un par de horas —dijo
Percy con ademan de sabiondo.
A Ron se le pusieron rojas las orejas
al recordar que le había pagado los omniculares a Harry con esas monedas.
—¡Aquí tienes! —dijo Ron muy contento, poniéndole a
Harry un montón de monedas de oro en la mano—. ¡Por los omniculares! ¡Ahora me
tendrás que comprar un regalo de Navidad, je, je!
—Ron, ¿acaso no sabías que esas
monedas er…? —preguntó Charlie.
—No, no lo sabía. Porque si lo
hubiera sabido, no le habría pagado a Harry con ellas —contestó un avergonzado
Ron a su hermano.
—Ya te dije que no importa, Ron —dijo
Harry, tratando de que Ron olvidara su vergüenza.
El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se
fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las
piernas cruzadas para contemplar el partido.
—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa
bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes…
¡Dimitrov!
Una figura vestida de escarlata entró tan rápido
montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el
aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.
—¡Ivanova!
Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el
aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.
—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov!
yyyyyyyyy… ¡Krum!
—Imbécil —murmuró Ron, y aunque ya no
estuviera enamorado de Hermione, Viktor Krum nunca más seria de su agrado.
—¡Es él, es él! —gritó Ron, siguiendo a Krum con
los omniculares. Harry se apresuró a enfocar los suyos.
—¡Y aquí tenemos al fan número uno de
Krum! —se burlaron los gemelos Weasley.
—¡NO SOY SU FAN! —gritó Ron, cansado
de que sus hermanos lo molestaran con ese búlgaro—. Krum es solo un imbécil
—gruñó.
Nadie dijo nada, pero de fondo se
escuchaba las risas de los gemelos Weasley.
Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina,
con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme
ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.
—Se nota que siempre te gustaron los
mayores —susurró Ginny a Hermione.
Hermione miró a Ginny, la cual tenía
una sonrisita ladina en sus labios.
—Ginevra, no me hagas a hablar
—susurró Hermione a la pelirroja.
Esta solo rió entre dientes al ver el
sonrojo de Hermione.
—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la
selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a…
¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy… ¡Lynch!
Siete borrones de color verde rasgaron el aire al
entrar en el campo de juego. Harry dio vueltas a una ruedecilla lateral de los
omniculares para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver
la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los
jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.
—Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro
árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch:
¡Hassan Mustafa!
—Un árbitro de Egipto —dijo Sirius
extrañado—. ¿Por qué?
—Para que sea imparcial en el juego
—respondió Oliver Wood.
Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo
de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio.
Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote, que no tenía nada
que envidiar al de tío Vernon. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de
plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora.
Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a
Mustafa mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la
pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color
escarlata; las dos bludgers negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción
de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y
minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafa emprendió el vuelo detrás de las
bolas.
Los hombres del pasado, esperaban
emocionados escuchar el relato del mundial. Y así lo hizo Justin, ya que
comenzó a leer inmediatamente.
—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—.
Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran!
¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!
Aquello era quidditch como Harry no había visto
nunca (—Claro, porque el quidditch de Hogwarts es
completamente distinto al quidditch de los mundiales —dijo Frank). Se
apretaba tanto los omniculares contra los cristales de las gafas que se hacía
daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores
se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía
tiempo de decir los nombres. Harry volvió a poner la ruedecilla en posición de
«lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la parte de arriba y
empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura
brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los
tímpanos.
Los chicos que también habían
comprado unos omniculares, recordaban haber hecho lo mismo que Harry para poder
ver detalladamente cada jugada.
Formación de ataque «cabeza de halcón»,
leyó en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron,
con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en
picado sobre los búlgaros. Finta de Porskov, indicó el letrero a
continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle,
apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la quaffle a Moran. Uno
de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus
fuerzas a una bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó
para evitar la bludger, y la quaffle se le cayó. Levski, elevándose desde
abajo, la atrapó.
—¡TROY MARCA! —bramó Bagman, y el estadio entero
vibró entre vítores y aplausos—. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!
—¿Qué? —gritó Harry, mirando a un lado y a otro
como loco a través de los omniculares—. ¡Pero si Levski acaba de coger la
quaffle!
—Um, creo que deberías ver el partido
a una velocidad normal, sino te confundirás —dijo Ted.
Harry asintió, recordando que
Hermione le había dicho algo parecido.
Snape hizo un gesto burlón a Harry,
pero al parecer este no lo noto, porque Ron le estaba hablando.
Idiota, igual que el padre,
pensaba el futuro profesor de pociones.
—¡Harry, si no ves el partido a velocidad normal,
te vas a perder un montón de jugadas! —le gritó Hermione, que botaba en su
asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor
al campo de juego.
Harry miró por encima de los omniculares, y vio que
los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían
vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado
del campo, las veelas los miraban mal encaradas.
Enfadado consigo mismo, Harry volvió a poner la
ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara.
Snape resopló, le aburría escuchar
sobre los mundiales, pero lo que más detestaba era al imbécil que había
decidido escribir sobre todo el juego. ¿Qué de interesante tenía eso? ¿Acaso
eso ayudaría a cambiar el “futuro”?, se preguntaba.
Y volvió a resoplar, cruzando sus
brazos sobre su pecho.
Harry sabía lo suficiente de quidditch para darse
cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios. Formaban un equipo
perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si
cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en
el pecho no dejaba de gritar sus nombres: «¡Troy… Mullet… Moran!» Al cabo de
diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta
a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición,
vestida de verde.
El juego se tomó aún más rápido, pero también más
brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers
con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de
Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos
veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper
su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de
Bulgaria.
—¡Meteos los dedos en las orejas! —les gritó el
señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo.
—Bien dicho, Arthur —dijo Sirius—.
Así ni Harry ni Ron intentaran saltar de las tribunas —sonrió pícaramente a su
ahijado y su amigo.
Los aludidos se sonrojaron. Y se
preguntaron porque tenían que aparecer sus momentos vergonzosos.
Harry además cerró los ojos: no quería que su mente
se evadiera del juego. Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al
terreno de juego: las veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a
estar en posesión de la quaffle.
—¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova… ¡¡eh!!
—bramó Bagman.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando
los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los
cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas (—Vaya, impresionante —dijo Ted asombrado por las
maniobras del equipo de Bulgaria). Harry siguió su descenso con los
omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la snitch…
—¡Se van a estrellar! —gritó Hermione a su lado.
Y así parecía… hasta que en el último segundo
Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch,
sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el
estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.
—¡Tonto! —se lamentó el señor Weasley—. ¡Krum lo ha
engañado!
—Vaya, parece que ese Krum tiene
algunas cartas guardadas bajo la manga —comentó Ted.
—Y no solo para el quidditch —dijo
Zabini, quien había compartido una sonrisa burlona con Draco, para luego mirar
a cierta leona de cabellos rebeldes.
Hermione le clavo su mirada,
desafiante, a esas serpientes, que ahora se la habían agarrado con ella.
Ginny rió entre dientes, y Hermione
tuvo que apartar la mirada de los Slytherin.
—¿Qué? —dijo Ginny, fingiendo
inocencia.
Hermione no le dijo nada, solo
frunció el ceño, este libro sería difícil para ella, ya que se hablaría de su
supuesta relación entre Viktor, Harry y ella; y todo por culpa de la arpía de
Rita Skeeter.
—¡Tiempo muerto! —gritó la voz de Bagman—.
¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!
—Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! —le dijo
Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared
de la tribuna principal, horrorizada—. Que es lo que andaba buscando Krum, claro…
—Ese Krum, me pareció guapo, pero
también un salvaje —murmuró Ginny, recordando la maniobra de búlgaro.
Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y
luego el de «jugada a jugada» en sus omniculares, giró la ruedecilla de
velocidad, y se los puso otra vez en los ojos.
Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y
Lynch cayendo hacia el suelo. Amago de Wronski: un desvío del buscador muy
peligroso, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio
que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando,
justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se
estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había
lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara. Harry no había visto
nunca a nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba
voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry
volvió a poner sus omniculares en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba
en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos
trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando aún más de cerca el rostro
de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta
metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar la snitch sin la
interferencia de otros jugadores.
—Te das cuenta, Canuto —dijo James en
un tono bajo a su amigo—, tal vez podríamos hacer lo mismo que Krum, a esas
malditas serpientes.
—Sí, tendremos que informarle a
nuestro buscador de esta jugada —dijo Sirius en el mismo tono de voz que
James—, pero tenemos que tener cuidado con Quejicus, porque, aunque él no
jugué, podría ir a contarle a Talkalot sobre esa jugada.
James asintió solemnemente, mirando a
su némesis, el cual parecía muy aburrido por la lectura.
Finalmente, Lynch se incorporó, en medio de los
vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y,
dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció
otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafa volvió a pitar,
los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto
nunca.
En otros quince minutos trepidantes, Irlanda
consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y
los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia.
—Ya se parecen a los Slytherin —dijo
James mirando seriamente hacia el grupo de los chicos del futuro.
—Pues solo jugamos de esa manera
cuando estamos desesperados —dijo Theodore Nott, tratando de defender a su
casa.
Ron rió sarcásticamente.
—Ustedes lo hacían incluso cuando nos
llevaban ventaja —dijo Ron.
—Sí, Ron tiene razón, y ustedes
tienen que admitirlo —replicaron los gemelos Weasley.
Draco rodó los ojos, iba a hablar,
pero una voz mandona habló primero.
—¡Ya basta! —dijo Hermione, harta de
sus disputas por el quidditch, ahora no era el momento indicado—. Dejen de
preocuparse por nimiedades.
Todos guardaron silencio y Justin
continuo con la lectura.
Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia
los postes de gol aferrando la quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo
búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió,
ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la
afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafa indicó falta.
—Y Mustafa está reprendiendo al guardián búlgaro
por juego violento… ¡Excesivo uso de los codos! —informó Bagman a los
espectadores, por encima de su clamor—. Y… ¡sí, señores, penalti favorable a
Irlanda!
—Esos búlgaros son igual de tramposos
que los Slytherin —susurró Ron, con cierto enojo.
Harry que lo había escuchado solo
negó con la cabeza. Su amigo nunca dejaría atrás su rencor hacia Krum y por eso
ahora detestaba a todos los búlgaros.
Los leprechauns, que se habían elevado en el aire,
enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se
apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas,
al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus
melenas y volvieron a bailar.
Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron
los dedos en los oídos; pero Hermione, que no se había tomado la molestia de
hacerlo, no tardó en tirar a Harry del brazo (—Por
supuesto, es una gran ventaja que las mujeres no se vean afectadas por las
veelas —dijo Ted.). Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de
impaciencia, le quitó los dedos de las orejas.
—¡Fíjate en el árbitro! —le dijo riéndose.
Harry miró el terreno de juego. Hassan Mustafa
había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy
extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.
—¡Oh, por Merlín! El árbitro también
ha caído en los encantos de las veelas —dijo Molly, negando con la cabeza.
—Y lo mejor de todo, es que el
árbitro no dejaba de hacer el ridículo —dijeron los gemelos Weasley, con una
sonrisa ladina en sus labios.
—¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque
parecía que le hacía mucha gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada
al árbitro!
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose
los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafa en la espinilla. Mustafa
volvió en sí. Harry, mirando por los omniculares, advirtió que parecía muy
embarazado y que les estaba gritando a las veelas, que habían dejado de bailar
y adoptaban ademanes rebeldes.
—Y, si no me equivoco, ¡Mustafa está tratando de
expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es
algo que no habíamos visto nunca… ¡Ah, la cosa podría ponerse fea…!
—Bueno, si expulsa a las veelas, lo
justo sería que también expulsaran a loa leprechauns —dijo Alice.
—Sí, eso sería lo justo —dijo Frank
estando de acuerdo con su esposa.
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del
equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de
Mustafa, y discutían con él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que
acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!» (—Esos
leprechauns se parecen a ustedes dos —dijo Ginny señalando a sus hermanos gemelos.
Los cuales la miraron ofendidos, pero luego sonrieron) Pero a Mustafa no
lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles
que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves
soplidos al silbato.
—¡Dos penaltis a favor de Irlanda! —gritó Bagman, y
la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia—. Será mejor que Volkov y
Vulchanov regresen a sus escobas… Sí… ahí van… Troy toma la quaffle…
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos
niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión:
Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a
las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se
lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de
la escoba.
—Y esa fue una rotunda falta —dijo
Seamus.
—Deberían expulsarlo de la cancha
—dijo Dean—. Que saquen la tarjeta roja.
—Dean —dijo Harry—, no pueden
expulsar a los jugadores de la cancha como en el futbol.
—Yo creo que deberían de hacerlo
—dijo Ted.
—¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de
Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron
una ola.
—¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de
Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran… volando deliberadamente para
chocar con ella… Eso será otro penalti… ¡Sí, ya oímos el silbato!
Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire,
y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las
veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se
lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A
través de sus omniculares, Harry vio que su aspecto ya no era bello en
absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas
de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les
nacían de los hombros.
—¿Aun te siguen interesando las
veelas? —preguntó James a Sirius, en un susurro.
Sirius miró de soslayo a la rubia
esposa de Bill.
—No, ya no, se me había olvidado que
las veelas son peligrosas cuando se enojan —susurró Sirius—. Incluso pueden ser
peor que una Lily enojada. No —murmuró negando con la cabeza—, creo que Lily
les hace la competencia.
—¡Oye! —se quejó James.
—Pobre de ti —le dijo Sirius.
James solo atinó a cruzarse de
brazos, enfurruñado.
—¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para
hacerse oír por encima del tumulto—, es por lo que no hay que fijarse sólo en
la belleza!
—No creo que ese consejo le haya servido
mucho a Ron —dijo Hermione, recordando su conversación de cuando el pelirrojo
buscaba pareja para el baile de Navidad.
Ron se volvió para mirar a su amiga.
—¿Aun sigues recordando eso? —le
increpó.
—Como si fuera ayer —le contestó
Hermione en el mismo tono amargo que había usado Ron.
—¿De qué hablan? —preguntaron los
gemelos Prewett.
Pero nadie le contestó.
—Tenía catorce años, aún no había
madurado —dijo Ron, defendiéndose.
—¿Es que ya maduraste, hermano? —se
burlaron los gemelos Weasley—. ¿Cuándo? No nos habíamos dado cuenta.
—¡Ustedes cállense! —les gritó Ron,
sus orejas y sus mejillas estaban escarlatas.
Fred y George se rieron.
Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al
terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco
éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la
del aire. Harry movía los omniculares de un lado para otro sin parar porque la
quaffle cambiaba de manos a la velocidad de una bala.
—Levski… Dimitrov… Moran… Troy… Mullet… Ivanova… De
nuevo Moran… Moran… ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!
—Creo que Bagman demora más en decir
los nombres de los jugadores que la quaffle pasar de mano en mano —comentó
Seamus.
Pero apenas se pudieron oír los vítores de la
afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las
varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego
se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov…
Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una
bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que
no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.
Ron sonrió.
—Con ese golpe lo dejo más tonto de
lo que ya era —dijo Ron.
—Viktor no es tonto, Ron —amonestó
Hermione defendiendo a su amigo búlgaro.
—Si es tonto —insistió Ron.
—¿Por qué defiendes tanto a Krum,
castaña? —preguntó Sirius, mirando directamente a Hermione.
Ella también lo miró.
—Sirius —dijo Remus, con un tono de
advertencia en la voz.
Pero, aunque Remus advirtiera a Sirius,
su lobo interior rugía furioso, preguntándose lo mismo que había preguntado
Sirius.
Ahora Hermione giró su rostro para
mirar a Remus, el cual estaba demasiado serio, este la miró cuando sintió su
mirada, pero la seriedad no se borró de su rostro.
Hermione aparto la mirada, sintiendo
tristeza. No sabía porque Remus estaba enojado con ella. Respiró profundo
cuando sintió las lágrimas acumularse en sus ojos.
La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía
que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero
Mustafa no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry
no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y
la cola de su escoba se encontraba en llamas.
—Yo nunca saldría con una veela —dijo
Sirius.
Fleur se volvió y miró enojada al
futuro padrino de Harry. Y este no pudo evitar sentir cierto temor a su mirada,
imaginándose que en cualquier momento podría tirarle un puñado de fuego a la
cara.
Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el
partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda,
Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba
lo mismo.
Pensaba, tiempo pasado,
se dijo Ron. Ya que no quería decirlo en voz alta porque Hermione saltaría al
instante para defender a esa masa de músculos idiota.
—¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar
en esas condiciones, míralo…
—¡Mira a Lynch! —le contestó Harry.
El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente,
y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de
verdad.
—¡Ha visto la snitch! —gritó Harry—. ¡La ha visto!
¡Míralo!
—Todo indica que Irlanda ganara —dijo
Andrómeda.
—Este es el momento en que el juego
se pone interesante —dijo Sirius a la vez.
Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse
dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola
verde, gritando a su buscador… pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo
conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de
sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el
suelo…
—¡Van a estrellarse! —gritó Hermione.
—¡Nada de eso! —negó Ron.
—¡Lynch sí! —gritó Harry.
Y acertó. Por segunda vez, Lynch chocó contra el
suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle
patadas.
—Eso no es deporte, es salvajismo
—dijo Lily, frunciendo levemente el ceño.
—Pero el salvajismo es divertido, mi
Lily hermosa —dijo James, haciendo un gesto gracioso.
Lily fingió seriedad, pero finalmente
terminó sonriendo a las ocurrencias de su novio.
Snape había visto todo, y lleno de
celos, solo le hizo un gesto desdeñoso a James, pero este no lo noto por estar
mirando a Lily.
—La snitch, ¿dónde está la snitch? —gritó Charlie,
desde su lugar en la fila.
—¡La tiene…! ¡Krum la tiene…! ¡Ha terminado! —gritó
Harry.
—¿Qué? ¿Krum consiguió atrapar la
snitch? —dijeron los gemelos Prewett.
Ron asintió de mala gana.
Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre
que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto
y un destello de oro dentro de la mano.
El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a
la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido (—Vaya, de nada le sirvió a Krum atrapar la snitch —dijo
Sirius). Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido
se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta
convertirse en gritos de alegría.
—¡IRLANDA HA GANADO! —voceó Bagman, que, como los
mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego—.
¡KRUM HA COGIDO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que
nadie se lo esperara!
—Nosotros si —dijeron los gemelos
Weasley.
—Un momento —dijeron los gemelos
Prewett—, eso quiere decir que ustedes ganaron la apuesta —señaló a sus
sobrinos.
—Así es —dijo Fred.
—Pero no contábamos con que Bagman
sea tan tramposo —continuó George.
—Eso quiere decir que Bagman no les
pago —preguntó James.
—Se podría decir que no lo hizo
—respondieron los gemelos Weasley.
—¿Y para qué ha cogido la snitch? —exclamó Ron, al
mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas
por encima de la cabeza—. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando
Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!
—Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos —le
respondió Harry, gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y
aplaudiendo con todas sus fuerzas—: los cazadores del equipo de Irlanda son
demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo…
—Eso es cierto —dijo James.
—Igual creo que es un idiota —dijo
Ron, rencorosamente.
—Pero es muy simpático —comentó Luna.
—¿Qué? —Ron giró tan rápidamente su
cuello, que casi pudo habérselo roto. Miró a su novia con las mejillas rojas de
ira—. ¿A ti también te gusta ese idiota de Krum? —preguntó escandalizado.
—¿Krum? ¿El que tiene que ver?
—preguntó a su vez Luna, la cual miraba confundida a Ron.
—¿Cómo qué, que tiene que ver? Acabas
de decir que es muy simpático —le reclamó.
—Yo no hablaba de Krum —aseguró Luna.
Ahora Ron la miró confundido—. Yo hablaba de los nargles.
Ron parpadeó confuso, ya el enojo se
le había evaporado, luego paso un brazo por los hombros de la rubia.
—Ay, Luna —dijo Ron, suspirando.
Nunca podría entender a su novia del todo.
—Ha estado magnífico, ¿verdad? —dijo Hermione,
inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de
medimagos se abría camino hacia él entre los leprechauns y las veelas, que
seguían peleándose—. Está hecho una pena…
—Estaba horrible —murmuró Ron, aun
abrazando por los hombros a Luna.
Harry y Ginny negaron con la cabeza.
Harry volvió a mirar por los omniculares. Era
difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los leprechauns zumbaban de
un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre
los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran
la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y
con aspecto abatido. A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda
bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por
todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda
atronaba en cada rincón. Las veelas recuperaron su aspecto habitual, nuevamente
hermosas, aunque tristes.
—«Vueno», hemos luchado «vrravamente» —dijo detrás
de Harry una voz lúgubre. Miró hacia atrás: era el ministro búlgaro de Magia.
—Espera, el ministro búlgaro sabía hablar
nuestro idioma —dijo Gideon.
—Así parece —dijo su gemelo, Fabian—,
y también parece que le ha estado tomando el pelo a Fudge.
Ambos rieron, siendo acompañado por sus
sobrinos, Fred y George.
Cuando se hubieron callado, Justin siguió
leyendo.
—¡Usted habla nuestro idioma! —dijo Fudge,
ofendido—. ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!
—«Vueno», eso fue muy «divertida» —dijo el ministro
búlgaro, encogiéndose de hombros.
Nuevamente se escucharon varias risas.
Sin duda, escuchar que dejaban en ridículo a Fudge a todos les hacía gracia.
—¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta
de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la
Copa del Mundo de quidditch! —voceó Bagman.
A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz
blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el
mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada,
pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que
entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse
pasado el día comunicándose por señas sin razón.
—Eso le pasa por imbécil —dijo Ron burlonamente.
—Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos
perdedores: ¡la selección de Bulgaria! —gritó Bagman.
Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la
tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros. Abajo, la multitud aplaudía
con aprecio. Harry vio miles y miles de omniculares apuntando en dirección a
ellos.
Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las
butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano
de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía
realmente muy mal aspecto (—Siempre tuvo mal aspecto,
que de raro tiene eso —dijo Ron). Los ojos negros relucían en medio del
rostro ensangrentado. Todavía agarraba la snitch. Harry percibió que en tierra
sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo (—Hay algunas personas que son más agiles sobre una escoba
que sobre tierra firme —comentó Luna—. Eso me recuerda a… —pero calló de repente,
al darse cuenta tardíamente que, si mencionaba el nombre de cierta aurora, podría
incomodar a su amiga Hermione). Pero, cuando Bagman pronunció el nombre
de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora.
Ron hizo un gesto desdeñoso, ante lo último.
Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran
y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo
aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y
Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su
aprobación. A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.
Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la
tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado
detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo
como aturdido), Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró: ¡Quietus!
—Se hablará de esto durante años —dijo con la voz
ronca—. Ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya
durado más… Ah, ya… ya… ¿Cuánto os debo?
Fred y George fruncieron el ceño, nunca
olvidaran la canallada que les hizo Bagman al momento de pagar su apuesta.
—Menudo tramposo —dijeron al unisonó.
Fred y George acababan de subirse sobre los
respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia
sonrisa y la mano tendida hacia él.
—Nunca nos pagó el muy cretino —volvieron
a rezongar los gemelos Weasley.
—¿Y cómo se vengaron? —le preguntaron
sus tíos, los Prewett.
—¡Fabian! ¡Gideon! —los amonestó Molly,
y luego dirigiéndose a sus hijos, les dijo—: Eso les enseñara a no estar apostando
—su ceño estaba fruncido.
Ambos pares de gemelos no replicaron a
nada de lo que había dicho Molly. Ya que no querían hacerla enojar más de lo que
ya estaba.
Albus Dumbledore se aclaró la garganta
y miró a todos.
—Leeremos un capítulo más y luego cenaremos
—dijo—. Ahora, ¿quién leerá el siguiente capítulo? —preguntó.
Hannah levantó la mano. Y el libro automáticamente
floto hasta sus manos.
ANTE TODO, QUERÍA DECIRLES ¡FELIZ NAVIDAD! —AUNQUE SEA ATRASADO—. Y TAMBIÉN DESEARLES UN…
¡FELIZ AÑO NUEVO!
QUE, EN ESTE NUEVO AÑO, PUEDAN CUMPLIR TODOS SUS SUEÑOS, ESTAR MÁS UNIDOS CON SUS SERES QUERIDOS, Y SOBRE TODO QUE EL AMOR SIEMPRE ESTÉ EN CADA UNO DE SUS HOGARES.