Oliver le paso el libro a su ex
compañera de casa. Ésta tomo el libro y cambio de página.
—“Bagman
y Crouch” —leyó la ex cazadora de Gryffindor.
—¿Bagman y Crouch? —dijo Gideon.
—Que podría ser tan importante, como
para saber de ellos —continuo Fabian.
—Silencio ustedes dos —los regañó
Molly y, le hizo una seña a la rubia para que continuara leyendo.
Katie asintió y retomo la lectura.
Harry se desembarazó de Ron y se puso en pie.
Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo. Delante de
ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos
sujetaba un reloj grande de oro; el otro, un grueso rollo de pergamino y una
pluma de ganso. Los dos vestían como muggles, aunque con muy poco acierto: el
hombre del reloj llevaba un traje de tweed con chanclos hasta los muslos; su
compañero llevaba falda escocesa y poncho.
—¿Qué no se suponía que tenían que
pasar de desapercibidos con los muggles? —preguntó Sirius con una ceja alzada.
—Es lo que se supone, pero los magos
nunca han sido buenos en pasar desapercibidos —dijo Ted.
Arthur no entendía porque
consideraban mal que alguien usara una falda escocesa. Pero no pudo preguntar
porque Katie volvió a leer.
—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley,
cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a
una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado. Harry vio en la caja
un periódico viejo, una lata vacía de cerveza y un balón de fútbol pinchado.
—Hola, Arthur —respondió Basil con voz cansina—.
Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos… Nosotros llevamos aquí toda la
noche… Será mejor que salgáis de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las
cinco y quince del Bosque Negro. Esperad… voy a buscar dónde estáis… Weasley… Weasley…
Consultó la lista del pergamino.
—Está a unos cuatrocientos metros en aquella
dirección. Es el primer prado al que llegáis. El que está a cargo del
campamento se llama Roberts. Diggory… segundo prado… Pregunta por el señor
Payne.
Lucius hizo un gesto de asco al
escuchar los apellidos de estos hombres: Roberts y Payne. Claramente muggles.
Él estaba harto de escuchar que los magos se mezclaran entre muggles.
—Gracias, Basil —dijo el señor Weasley, y les hizo
a los demás una seña para que lo siguieran.
Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de
ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron
una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, Harry vislumbró las
formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina,
en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se
divisaba el oscuro perfil de un bosque. Se despidieron de los Diggory y se
encaminaron a la puerta de la casita. Había un hombre en la entrada, observando
las tiendas. Nada más verlo, Harry reconoció que era un muggle, probablemente
el único que había por allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos.
—Pero, ¿qué hace un muggle ahí?
—preguntó Frank.
—Seguramente es el dueño de ese
bosque, o algo así —respondió Alice.
—¡Buenos días! —saludó alegremente el señor
Weasley.
—Buenos días —respondió el muggle.
—¿Es usted el señor Roberts?
—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?
—Los Weasley… Tenemos reservadas dos tiendas desde
hace un par de días, según creo.
—Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista
que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba,
al lado del bosque. ¿Sólo una noche?
—No creo que el juego dure solo una
noche —comentó Sirius—. Eso no sería divertido —agregó.
—Si quieres algo divertido, Sirius,
entonces espera al final de jue… ¡Ay! —se quejó Ron cuando sintió que el pie de
Harry impactaba contra su pierna—. Harry —murmuró mirándolo con reproche.
—¿Qué ibas a decir, Ron? —preguntó
Lily.
—Para que decirlo, si después se
enteraran —respondió Harry.
Lily suspiró con frustración, ya que
esa respuesta no le aseguraba nada bueno, mientras que los merodeadores y las
demás personas del pasado se preguntaban que había pasado luego del juego.
—Efectivamente —repuso el señor Weasley.
—Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor
Roberts.
—¡Ah! Sí, claro… por supuesto… —Se retiró un poco
de la casita y le hizo una seña a Harry para que se acercara—. Ayúdame, Harry
—le susurró, sacando del bolsillo un fajo de billetes muggles y empezando a
separarlos—. Éste es de… de… ¿de diez libras? ¡Ah, sí, ya veo el número
escrito…! Así que ¿éste es de cinco?
—De veinte —lo corrigió Harry en voz baja, incómodo
porque se daba cuenta de que el señor Roberts estaba pendiente de cada palabra.
—De seguro que debía de estar más que
extrañado —comentó Fabian, mientras que su gemelo asentía.
Arthur se sonrojo por su confusión y
se prometió que en el futuro averiguaría todo sobre los billetes y monedas del
mundo muggle, para no pasar por algo como relataban en el libro.
—¡Ah, ya, ya…! No sé… Estos papelitos…
—¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor
Roberts en el momento en que el señor Weasley volvió con los billetes
correctos.
—¿Extranjeros? —repitió el señor Weasley, perplejo.
—No es el primero que tiene problemas con el dinero
—explicó el señor Roberts examinando al señor Weasley—. Hace diez minutos
llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como
tapacubos.
—Vaya, que son descuidados —dijo
Andrómeda, negando con la cabeza.
—¿De verdad? —exclamó nervioso el señor Weasley. El
señor Roberts rebuscó el cambio en una lata.
—El cámping nunca había estado así de concurrido
—dijo de repente, volviendo a observar el campo envuelto en niebla—. Ha habido
cientos de reservas. La gente no suele reservar.
—¿De verdad? —repitió tontamente el señor Weasley,
tendiendo la mano para recibir el cambio. Pero el señor Roberts no se lo daba.
—Sí —dijo pensativamente el muggle—. Gente de todas
partes. Montones de extranjeros. Y no sólo extranjeros. Bichos raros, ¿sabe?
Hay un tipo por ahí que lleva falda escocesa y poncho.
—No entiendo que tiene de malo usar
una falda escocesa —preguntó Arthur, con un claro gesto de confusión.
—Pues la falda escocesa no es una
vestimenta común en la actualidad —respondió Hermione—. Solo en ciertas
ceremonias, como una boda o una conferencia, se les permite llevar estas faldas
a kilt.
—Yo no llevaría una de esas faldas en
ninguna ocasión —comentó Oliver.
Los gemelos Weasley sonrieron con
complicidad.
—Quizás por voluntad propia, no, pero
que pasaría si pierde una apuesta —murmuró Fred.
—¿Crees que nuestro ex capitán acepte
hacer una apuesta con nosotros? —preguntó George, sonriendo astutamente.
—Podríamos probas —dijeron a coro.
Los demás lo escucharon esto último, y lo miraron con interrogación, pero ellos
simplemente sonrieron inocentemente, para luego centrar su mirada en Oliver
Wood.
—¿Qué tiene de raro? —preguntó el señor Weasley,
preocupado.
—Es una especie de… no sé… como una especie de
concentración —explicó el señor Roberts—. Parece como si se conocieran todos,
como si fuera una gran fiesta.
—Tantos magos reunidos en un solo
lugar llama la atención de los muggles. Alguien debería hacer algo —dijo Padma.
En ese momento, al lado de la puerta principal de
la casita del señor Roberts, apareció de la nada un mago que llevaba pantalones
bombachos.
—¡Obliviate! —dijo bruscamente apuntando al
señor Roberts con la varita.
—Bien, esa solo es una solución
momentánea, porque apuesto a que seguirán llegando personas con apariencia
extraña para los muggles —dijo Terry—. Y tendrán que aplicarle otro hechizo
desmemorizante.
El señor Roberts desenfocó los ojos al instante,
relajó el ceño y un aire de despreocupada ensoñación le transformó el rostro.
Harry reconoció los síntomas de los que sufrían una modificación de la memoria.
—Aquí tiene un plano del campamento —dijo
plácidamente el señor Roberts al padre de Ron—, y el cambio.
—Muchas gracias —repuso el señor Weasley.
El mago que llevaba los pantalones bombachos los
acompañó hacia la verja de entrada al campamento. Parecía muy cansado. Tenía
una barba azulada de varios días y profundas ojeras. Una vez que hubieron
salido del alcance de los oídos del señor Roberts, le explicó al señor Weasley:
—Nos está dando muchos problemas. Necesita un
encantamiento desmemorizante diez veces al día para tenerlo calmado (¡Pobre hombre! Usar ese hechizo más de diez veces en un
solo hombre, le traerá problemas a la larga, comentó Lily con el ceño fruncido).
Y Ludo Bagman no es de mucha ayuda. Va de un lado para otro hablando de
bludgers y quaffles en voz bien alta (La verdad es
que Ludo Bagman no es la persona más diligente de todos, dijo Percy). La
seguridad antimuggles le importa un pimiento. La verdad es que me alegraré
cuando todo haya terminado. Hasta luego, Arthur.
Y, sin más, se desapareció.
—Creía que el señor Bagman era el director del
Departamento de Deportes y Juegos Mágicos —dijo Ginny sorprendida—. No debería
ir hablando de las bludgers cuando hay muggles cerca, ¿no os parece?
—Sí, debería, pero no lo hace —dijo
Ron.
—Sí, es verdad —admitió el señor Weasley mientras
los conducía hacia el interior del campamento—. Pero Ludo siempre ha sido un
poco… bueno… laxo en lo referente a seguridad. Sin embargo, sería imposible
encontrar a un director del Departamento de Deportes con más entusiasmo (Me preguntó, como es que llego a ser director del
Departamento de Deportes siendo un hombre tan descuidado, comentó con cierto
reproche Ted). Él mismo jugó en la selección de Inglaterra de quidditch,
¿sabéis? Y fue el mejor golpeador que han tenido nunca las Avispas de
Wimbourne.
Caminaron con dificultad ascendiendo por la ladera
cubierta de neblina, entre largas filas de tiendas. La mayoría parecían casi
normales. Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más
muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres
para llamar a la puerta o veletas (Por Merlín, dijo
Lily negando con la cabeza). Pero, de vez en cuando, se veían tiendas
tan obviamente mágicas que a Harry no le sorprendía que el señor Roberts
recelara. En medio del prado se levantaba una extravagante tienda en seda a
rayas que parecía un palacio en miniatura, con varios pavos reales atados a la
entrada. Un poco más allá pasaron junto a una tienda que tenía tres pisos y
varias torretas. Y, casi a continuación, había otra con jardín adosado, un
jardín con pila para los pájaros, reloj de sol y una fuente.
—¿Y de ese modo querían hacerse pasar
por muggles? —preguntó Ted.
—Mejor hubieran puesto un letrero
donde dijeran: «SOMOS MAGOS Y VENIMOS A UN MUNDIAL DE QUIDDITCH» —dijo
irónicamente Molly.
—En verdad a veces los magos no son
capaces de comprender una solo indicación —dijo McGonagall con el rostro serio.
—Siempre es igual —comentó el señor Weasley,
sonriendo—. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos.
Ah, ya estamos. Mirad, éste es nuestro sitio.
Habían llegado al borde mismo del bosque, en el
límite del prado, donde había un espacio vacío con un pequeño letrero clavado
en la tierra que decía «Weezly».
—¿Weezly? —dijo Katie
interrumpiéndose ella misma.
—No te burles, nosotros no tenemos la
culpa de que no escribieran bien nuestro apellido —dijeron los gemelos Weasley.
—¡No podíamos tener mejor sitio! —exclamó muy
contento el señor Weasley—. El estadio está justo al otro lado de ese bosque.
Más cerca no podíamos estar. —Se desprendió la mochila de los hombros—. Bien
—continuó con entusiasmo—, siendo tantos en tierra de muggles, la magia está
absolutamente prohibida. ¡Vamos a montar estas tiendas manualmente! No debe de
ser demasiado difícil: los muggles lo hacen así siempre… Bueno, Harry, ¿por
dónde crees que deberíamos empezar?
—Creo que en ese momento no era de
mucha ayuda —dijo Harry—. Los Dursley nunca me llevaron a acampar.
Tonta Petunia, pensaba Lily con
amargura.
—Bueno, pero después sí que
acampaste, aunque no están divertido como parece —comentó Ron haciendo alusión
a cuando Harry, Hermione y él estuvieron escondiéndose de los mortífagos.
—¿Qué quieres decir con eso, Ron?
—ahora cuestionó James, con curiosidad.
—No es nada que deba saber ahora,
señor Potter —dijo Hermione, mirando de mala manera a su amigo pelirrojo—. Pero
creo que Ron debería cerrar la boca.
A Ron se le pusieron rojas las orejas
y se tapó la boca con una mano.
—Ya está cerrada —murmuró. Nervioso
no solo porque haber comentado algo referente a su escape, sino porque ahora
que miraba a Hermione y a Remus se daba cuenta de que había metido la pata
hasta el fondo, ya que notaba a su ex profesor de DCAO pensativo, serio y
también que evitaba tener contacto con su amiga.
Hermione va a matarme y nadie podrá evitarlo, pensaba Ron.
Harry no había acampado en su vida: los Dursley no
lo habían llevado nunca con ellos de vacaciones, preferían dejarlo con la
señora Figg, una vecina anciana. Sin embargo, entre él y Hermione fueron
averiguando la colocación de la mayoría de los hierros y de las piquetas, y,
aunque el señor Weasley era más un estorbo que una ayuda (Perdón, señor Weasley, dijo Harry recordando su propio
pensamiento en ese momento. A lo que el aludido no le tomo importancia y
comentó que él se emocionaba mucho cuando se trataba de trabajar con instrumentos
muggles), porque la emoción lo sobrepasaba cuando trataba de utilizar la
maza, lograron finalmente levantar un par de tiendas raídas de dos plazas cada
una.
Se alejaron un poco para contemplar el producto de
su trabajo. Nadie que viera las tiendas adivinaría que pertenecían a unos
magos, pensó Harry, pero el problema era que cuando llegaran Bill, Charlie y
Percy serían diez (En mi defensa diré que sabía que
tan grande podría ser la tienda por dentro, dijo Harry). También
Hermione parecía haberse dado cuenta del problema: le dirigió a Harry una
risita cuando el señor Weasley se puso a cuatro patas y entró en la primera de
las tiendas.
—Estaremos un poco apretados —dijo—, pero cabremos.
Entrad a echar un vistazo.
—Sin duda Harry y yo nos llevamos una
gran sorpresa cuando entramos en la tienda —comentó Hermione.
—Una gran sorpresa —murmuró Harry,
asintiendo a las palabras de su amiga—. Era la primera vez que entrabamos a una
tienda de magos.
Harry se inclinó, se metió por la abertura de la
tienda y se quedó con la boca abierta. Acababa de entrar en lo que parecía un
anticuado apartamento de tres habitaciones, con baño y cocina. Curiosamente,
estaba amueblado de forma muy parecida al de la señora Figg: las sillas, que
eran todas diferentes, tenían cojines de ganchillo, y olía a gato.
Y Crookshanks que nuevamente acostado
sobre el regazo de Sirius, levantó la cabeza y dirigió una mirada enojada a
Katie, al parecer se había sentido ofendido por las últimas palabras de ese
párrafo.
—Vaya, sí que eres más susceptible de
lo que pareces —le dijo Sirius.
El gato observó a Sirius y maulló
como contestándole. En ese momento Sirius quiso tener su forma animaga para
poder entender lo que Crookshanks decía.
—Bueno, es para poco tiempo —explicó el señor
Weasley, pasándose un pañuelo por la calva y observando las cuatro literas del
dormitorio—. Me las ha prestado Perkins, un compañero de la oficina. Ya no hace
cámping porque tiene lumbago, el pobre.
Cogió la tetera polvorienta y la observó por
dentro.
—Necesitaremos agua…
—En el plano que nos ha dado el muggle hay señalada
una fuente —dijo Ron, que había entrado en la tienda detrás de Harry y no
parecía nada asombrado por sus dimensiones internas (Es
que para nosotros eso no nos sorprendía, dijo Ron)—. Está al otro lado
del prado.
—Bien, ¿por qué no vais por agua Harry, Hermione y
tú? —El señor Weasley les entregó la tetera y un par de cazuelas—. Mientras,
los demás buscaremos leña para hacer fuego.
—Pero tenemos un horno —repuso Ron—. ¿Por qué no
podemos simplemente…?
—¡La seguridad antimuggles, Ron! —le recordó el
señor Weasley, impaciente ante la perspectiva que tenían por delante—. Cuando
los muggles de verdad acampan, hacen fuego fuera de la tienda. ¡Lo he visto!
—Bueno, en eso tiene razón —dijo
Ted—. De ese modo no llamarían la atención.
—Por lo menos nosotros no —dijo
Charlie.
Después de una breve visita a la tienda de las
chicas, que era un poco más pequeña que la de los chicos, pero sin olor a gato (Crookshanks soltó un pequeño gruñido, ofendido),
Harry, Ron y Hermione cruzaron el campamento con la tetera y las cazuelas.
Con el sol que acababa de salir y la niebla que se
levantaba, pudieron ver el mar de tiendas de campaña que se extendía en todas
direcciones. Caminaban entre las filas de tiendas mirando con curiosidad a su
alrededor. Hasta entonces Harry no se había preguntado nunca cuántas brujas y
magos habría en el mundo; nunca había pensado en los magos de otros países.
—Hay muchos magos alrededor del mundo
—comentó Luna—. Como también nargles.
Los amigos de Luna que ya estaban
acostumbrados a sus comentarios y a esas extrañas criaturas no le tomaron
importancia, pero los magos del pasado aún se le hacía extraño escucharla.
Por otro lado, Sirius sonrió por el
comentario de la rubia.
Está un poco loca, pero me agrada,
pensaba el animago.
Los campistas empezaban a despertar, y las más
madrugadoras eran las familias con niños pequeños. Era la primera vez que Harry
veía magos y brujas de tan corta edad. Un pequeñín, que no tendría dos años,
estaba a gatas y muy contento a la puerta de una tienda con forma de pirámide,
dándole con una varita a una babosa, que poco a poco iba adquiriendo el tamaño
de una salchicha. Cuando llegaban a su altura, la madre salió de la tienda.
—¿Cuántas veces te lo tengo que decir, Kevin? No…
toques… la varita… de papá… ¡Ay!
—¿Qué sucedió? —preguntó Susan. Y
como toda respuesta Katie continúo leyendo.
Acababa de pisar la babosa gigante, que reventó. El
aire les llevó la reprimenda de la madre mezclada con los lloros del niño:
—¡Mamá mala!, ¡«rompido» la babosa!
Un poco más allá vieron dos brujitas, apenas algo
mayores que Kevin. Montaban en escobas de juguete que se elevaban lo suficiente
para que las niñas pasaran rozando el húmedo césped con los dedos de los pies.
Un mago del Ministerio que parecía tener mucha prisa los adelantó, y lo oyeron
murmurar ensimismado:
—¡A plena luz del día! ¡Y los padres estarán
durmiendo tan tranquilos! Como si lo viera…
—Ese sí que es un descuido total
—dijo Andrómeda—. Si tienen hijas tan pequeñas deberían estar pendiente de
ellas.
—Como tú, con tu pequeña hija
—comentó Sirius—. Y dime como es que la cuidas, estando aquí.
Andrómeda miro con seriedad a su
primo.
—Obviamente la está cuidando la madre
de Ted, no la deje sola, si eso es lo que insinúas.
Y nuevamente ante la mención de
Tonks, Hermione no pudo evitar tener sentimientos encontrados para con esa
bruja.
Aun recordaba la discusión que había
tenido con ella luego de la batalla en la Torre de Astronomía.
—¡Eres una traidora, Hermione! —gritó
la pelirrosa, aunque en ese momento su cabello estaba de un rojo fuego,
claramente demostrando su ira.
—¿Qué? —Hermione parecía confusa—.
¿De qué me estas acusando? ¿Por qué dices que soy una traidora?
Tonks rió sarcásticamente.
—Así que vas a fingir ignorancia.
Hermione frunció el ceño. Había
pasado muchas cosas esa noche, entre ellas la muerte de Dumbledore, como ahora
tener que soportar el mal humor de la auror.
—Sinceramente, Tonks, ahora estoy muy
cansada como para adivinar porque estás enojada —la castaña se iba a dar media
vuelta para encontrarse con Harry, pero antes Tonks la tomo del brazo y la giró
bruscamente.
—¡Me robaste a Remus! —la acusó, y
las lágrimas empezaron a resbalarse por las mejillas de la aurora, y lentamente
soltó el brazo de Hermione.
Hermione se puso pálida al escuchar
el nombre de su pareja —desde hace solo un par de horas—, y su cerebro empezó a
trabajar con una rapidez asombrosa, llegando a una conclusión: ¿Acaso Tonks está
enamorada de Remus?
—Creí que eras mi amiga, pero veo que
me equivoque —soltó un sollozo, se limpió las lágrimas con la manga de su
túnica y observó a Hermione con una ira renovada—. Tú sabias que estaba
enamorada de Remus, pero no te importo y, aun así, tú…
—No, no, no es así, Tonks, yo no
sabía de tus sentimientos hacia Remus —dijo Hermione negando con la cabeza. Se
sentía tan miserable en ese momento.
—¡Mentirosa! —gritó la aurora—. Eres
una mentirosa, claro que lo sabías…
—No, Tonks, yo no lo sabía…
—… todo este tiempo he estado
preguntándome porque Remus se comportaba tan esquivo conmigo, porque apenas yo
entraba en una habitación donde él estaba y él desaparecía al instante, porque,
aunque tratara de ser amable con él, él siempre era tan frío… pero ahora me doy
cuenta que la culpable siempre has sido tú.
Hermione se sentía confundida, por
fin Remus había aceptado que la amaba y habían empezado una relación, para que
horas después Tonks viniera y le reclamara por algo en lo que ella no era
culpable.
—Tonks, te lo juro por lo más sagrado
que yo no lo sabía —dijo Hermione acercándose a la auror, pero esta retrocedió,
como si estar cerca de la leona le causara repulsión.
—Sabes lo que sentí cuando te vi
besándote con Remus hace unas horas —Hermione no contestó, por lo que ella
continuo—. Sentí que me moría…
—¿Nos viste? —susurró Hermione.
—¡Claro que los vi! —contestó Tonks
alzando su voz unas octavas más de la cuenta—. Seguí a Remus porque quería
hablar con él, pero me encuentro con su… sus demostraciones de afecto.
Hermione parpadeó, tratando de
retener las lágrimas.
—Yo… yo no quiero que sufras… Tonks…
si yo pudiera hacer alg…
—Pues si no quieres que sufra,
entonces deja a Remus. Déjalo para que yo pueda estar con él —pidió, casi rogo
la pelirrosa.
Hermione cuadro los hombros, miró
fijamente a Tonks, y negó con la cabeza.
—Lo siento mucho, Tonks, pero lo que
me pides es imposible, yo amo a Remus desde hace un par de años, y estar con él
era todo lo pedía, ahora que por fin él y yo estamos juntos, no voy a dejarlo.
—¡Pero yo lo amo! —gritó Tonks.
—Y yo lo amo más que tú —dijo en voz
alta Hermione, con las manos hechas puños, metidas en los bolsillos de su
túnica—. Tonks date cuenta de la forma que hablas, más pareces enojada por no
tener lo que querías que por verdadero amor…
—¡¿Cómo te atreves, Granger?! —gritó
nuevamente, pero estaba vez saco su varita y apunto directamente al pecho de
Hermione.
Hermione se descolocó unos segundos,
pero luego volvió su rostro severo.
—¿Vas a atacarme solo por escuchar
verdades? Te creí más madura que eso, Tonks —Hermione no había sacado su varita,
estaba muy enojada y enervada, pero no le veía el caso, ella no atacaría a
Tonks.
Tonks estaba desconcertada al no ver
que Hermione no pretendía defenderse, y bajo la varita lentamente, miró unos
segundos a Hermione, para luego salir del salón con mucha rapidez, y ni
siquiera tropezó como era su costumbre, hecho que sorprendió a la leona.
Y ahora estás muerta, Tonks. Cuanto lamento no haber arreglado
las cosas contigo, pensaba Hermione, soltando un
suspiró.
—¿Estás bien, Hermione? —preguntó
Ginny al escucharla suspirar.
La aludida asintió, y volvió a tomar
atención a la lectura, que al parecer recién volvía a retomar Katie, ya que
algunos se habían estado comentado cosas.
Por todas partes, magos y brujas salían de las
tiendas y comenzaban a preparar el desayuno. Algunos, dirigiendo miradas
furtivas en torno de ellos, prendían fuego con sus varitas. Otros frotaban las
cerillas en las cajas con miradas escépticas, como si estuvieran convencidos de
que aquello no podía funcionar (Yo también pensé lo
mismo cuando uno de esos cerillos por primera vez, comentó Andrómeda. Narcissa
la miró con resentimiento, mientras que Lucius murmuró un: «Maldita traidora a
la sangre»). Tres magos africanos enfundados en túnicas blancas
conversaban animadamente mientras asaban algo que parecía un conejo sobre una
lumbre de color morado brillante, en tanto que un grupo de brujas
norteamericanas de mediana edad cotilleaba alegremente, sentadas bajo una
destellante pancarta que habían desplegado entre sus tiendas, que decía: «Instituto
de las brujas de Salem.» Desde el interior de las tiendas por las que iban
pasando les llegaban retazos de conversaciones en lenguas extranjeras, y,
aunque Harry no podía comprender ni una palabra, el tono de todas las voces era
de entusiasmo
—Claro que estaban emocionados. ¡Eran
los mundiales de quidditch! —exclamó Lee, el cual parecía estar aún emocionado
por los pasados mundiales, o en el caso de ese tiempo, los futuros mundiales.
—Eh… ¿son mis ojos, o es que se ha vuelto todo
verde? —preguntó Ron.
—Los fanáticos de Irlanda —dijo Fred,
compartiendo una sonrisa con su gemelo.
—Al equipo al que tú le vas, ¿no,
pequeño Ronnie? —se burló George.
—No me llames así —rugió Ron, con las
orejas rojas, cosa que causo una risa de sus hermanos—. Y yo no soy fanático
del equipo de Irlanda, yo prefiero a Bulgar… —lo pensó un momento—, no, creo
que a Bulgaria tampoco.
Hermione lo miró y rodó los ojos, a
veces Ron lograba exasperarla.
—Vamos, Ron aun te sigue desagradando
Krum —dijo Hagrid.
Ahora Ron también tenía la cara roja.
Y Harry no pudo evitar que una sonrisa se formara en sus labios.
—¿Quién es Krum? —preguntó James.
—Esa pregunta la puede responder
Granger —dijo sugerentemente Draco.
Hermione centro una dura mirada en el
rubio, pero este solo sonrió; sí, Draco Malfoy podría haber cambiado de parecer
sobre los magos y brujas con sangre muggle, pero eso no quería decir que no le
gustara poner en aprietos a las personas.
—Hermione —dijo James, mirando a la
bruja—, ¿quién es Krum?
Hermione no respondió, ¿qué podría
decir? Aunque sabía que lo del baile y lo del único beso que compartió con
Viktor había ocurrido cuando Remus ni siquiera pensaba en ella como su pareja,
Hermione sentía que era como una traición.
—Es un famoso jugador del equipo de
Bulgaria —contestó Luna, con tan espontanea, que Hermione amo en ese momento a
la rubia bruja de Ravenclaw, y se preguntó, porque ella no respondió lo mismo
que Luna.
—Ah, vaya —dijo Sirius, emocionado
con el tema de un famoso jugador de quidditch—. ¿Y ustedes se hicieron amigo de
Krum? —preguntó.
—Algo así —contestó Harry, mirando a Katie
para que siguiera leyendo.
No eran los ojos de Ron. Habían llegado a un área
en la que las tiendas estaban completamente cubiertas de una espesa capa de
tréboles, y daba la impresión de que unos extraños montículos habían brotado de
la tierra. Dentro de las tiendas que tenían las portezuelas abiertas se veían
caras sonrientes. De pronto oyeron sus nombres a su espalda:
—¡Harry!, ¡Ron!, ¡Hermione!
Seamus sonrió, aun recordaba muy bien
ese día, el cual fue uno de los mejores de su vida a pesar de como termino todo
ese Mundial.
Era Seamus Finnigan, su compañero de cuarto curso
de la casa Gryffindor. Estaba sentado delante de su propia tienda cubierta de
trébol, junto a una mujer de pelo rubio cobrizo que debía de ser su madre, y su
mejor amigo, Dean Thomas, también de Gryffindor.
—¿Os gusta la decoración? —preguntó Seamus,
sonriendo, cuando los tres se acercaron a saludarlos—. Al Ministerio no le ha
hecho ninguna gracia.
—Ya lo creo —dijo Frank—, todo es muy
llamativo.
—Los búlgaros tampoco se quedaban
atrás —comentó Dean.
Seamus asintió estando de acuerdo con
su amigo.
—El trébol es el símbolo de Irlanda. ¿Por qué no
vamos a poder mostrar nuestras simpatías? —dijo la señora Finnigan—. Tendríais
que ver lo que han colgado los búlgaros en sus tiendas. Supongo que estaréis
del lado de Irlanda —añadió, mirando a Harry, Ron y Hermione con sus brillantes
ojillos.
—Mi madre puede ser un poco especial
a veces —comentó Seamus haciendo un gesto molesto.
Puedo dar fe de eso, pensaba Harry al
recordar la pelea que había tenido con Seamus en su quinto año.
Se fueron después de asegurarle que estaban a favor
de Irlanda, aunque, como dijo Ron:
—Cualquiera dice otra cosa rodeado de todos ésos.
—Me pregunto qué habrán colgado en sus tiendas los
búlgaros —dijo Hermione.
—Vamos a echar un vistazo —propuso Harry, señalando
una gran área de tiendas que había en lo alto de la ladera, donde la brisa
hacía ondear una bandera de Bulgaria, roja, verde y blanca.
—Sí, por supuesto —dijo Fred con una
mirada ofendida.
El trío no sabía porque de que
hablaba Fred.
—Y nosotros esperando que llegaran
con el agua —ahora hablo George, que parecía igual de ofendido que su gemelo,
pero luego soltaron risotadas.
—Tontos —dijo Ron un poco enfadado
con sus hermanos.
En aquella parte las tiendas no estaban engalanadas
con flora, pero en todas colgaba el mismo póster, que mostraba un rostro muy
hosco de pobladas cejas negras. La fotografía, por supuesto, se movía, pero lo
único que hacía era parpadear y fruncir el entrecejo.
—Es Krum —explicó Ron en voz baja.
—¿Quién? —preguntó Hermione.
—¡Krum! —repitió Ron—. ¡Viktor Krum, el buscador
del equipo de Bulgaria!
—Vaya, así que es el buscador de
Bulgaria —comentó James.
—¿Y es un buen buscador? —preguntó
Frank.
—Pues para aparecer en los pósters,
entonces si es un buen buscador —dijo Sirius—. ¿Verdad? —preguntó a su ahijado.
—Sí, es un buen jugador —respondió
Harry, no queriendo decir más sobre Krum, porque eso causaría que hicieran más
preguntas sobre él, y eso podría poner en aprietos a su amiga, y después de lo
que había pasado anoche, estaba seguro que eso solo lo empeoraría, ya que él
había notado a Remus muy pensativo y serio desde que se levantó.
—Parece que tiene malas pulgas —comentó Hermione, observando
la multitud de Krums que parpadeaban, ceñudos.
—¿Malas pulgas? —Ron levantó los ojos al cielo—.
¿Qué más da eso? Es increíble. Y es muy joven, además. Sólo tiene dieciocho
años o algo así. Es genial. Esperad a esta noche y lo veréis.
—Increíble, querido sobrino, pero sí
parece que venerabas a Krum —comentó Gideon.
—Apuesto a que lo seguiste a todas
partes para que te dé un autógrafo —siguió Fabian.
Harry rió sin poder evitarlo, pero al
ver a su amigo con las orejas rojas por la vergüenza y el enojo tuvo que
ocultar su risa en una tos.
Ron frunció el ceño, pero no le
reclamó nada.
—¿Qué es lo gracioso, Harry?
—preguntó James a su hijo, sin entender el motivo de su risa.
—Oh, no es nada —le aseguró Harry,
pero aun sonreía.
Ron murmuró algo por lo bajo, nadie
le entendió lo que dijo, aunque al parecer solo Luna lo hizo porque soltó una
risita.
Ya había cola para coger agua de la fuente, así que
se pusieron al final, inmediatamente detrás de dos hombres que estaban
enzarzados en una acalorada discusión (Hermione
sonrió al recordar al anciano). Uno de ellos, un mago muy anciano,
llevaba un camisón largo estampado (¿Un qué?, dijo
Lily con una sonrisa palpable en su rostro). El otro era evidentemente
un mago del Ministerio: tenía en la mano unos pantalones de mil rayas y parecía
a punto de llorar de exasperación.
—Tan sólo tienes que ponerte esto, Archie, sé
bueno. No puedes caminar por ahí de esa forma: el muggle de la entrada está ya
receloso.
—Me compré esto en una tienda muggle —replicó el
mago anciano con testarudez—. Los muggles lo llevan.
—Pero solo las mujeres —dijo Lily sin
borrar la sonrisa de su rostro.
—De seguro que ese anciano se vería
muy gracioso —comentó Sirius tratando de ver al anciano con camisón en su
mente.
—¿Te imaginas a las serpientes con un
camisón largo, Canuto? —preguntó James.
Sirius sonrió.
—Oh, se verían realmente muy…
elegantes —dijo Sirius, estando de acuerdo con su amigo—. Sobre todo, a Quejicus
y el idiota de mi hermano.
Ambos rieron pensando en su futura
broma.
—Lo llevan las mujeres muggles, Archie, no los
hombres. Los hombres llevan esto —dijo el mago del Ministerio, agitando los
pantalones de rayas.
—No me los pienso poner —declaró indignado el viejo
Archie—. Me gusta que me dé el aire en mis partes
privadas, lo siento.
En ese momento las sonrisas se
convirtieron en risas, por parte de toda la sala —claro, separando del grupo a
las personas sin sentido del humor como los Malfoy y Snape—. La profesora
McGonagall negó con la cabeza en señal de desaprobación por el viejo Archie.
A Hermione le dio tal ataque de risa en aquel
momento que tuvo que salirse de la cola, y no volvió hasta que Archie se fue
con el agua.
Los gemelos Weasley la quedaron
mirando con interrogación.
—¿Qué? Hubiera sido muy descortés si
mi hubiera quedado allí riendo del pobre hombre —respondió.
Volvieron por el campamento, caminando más despacio
por el peso del agua. Por todas partes veían rostros familiares: estudiantes de
Hogwarts con sus familias. Oliver Wood (Por
supuesto no podía ser de otra manera, dijeron el equipo de quidditch de
Gryffindor), el antiguo capitán del equipo de quidditch al que
pertenecía Harry, que acababa de terminar en Hogwarts, lo arrastró hasta la
tienda de sus padres para que lo conocieran, y le dijo emocionado que acababa
de firmar para formar parte de la reserva del Puddlemere United (Yo hubiera estado igual de emocionado, dijo Gideon a su
gemelo. El cual asintió estando de acuerdo). Cerca de allí se
encontraron con Ernie Macmillan, un estudiante de cuarto de la casa Hufflepuff,
y luego vieron a Cho Chang, una chica muy guapa que jugaba de buscadora en el
equipo de Ravenclaw. Cho Chang le hizo un gesto con la mano y le sonrió (Harry se sonrojó al recordar ese episodio, mientras que,
por su parte, Ginny rodaba los ojos con molestia, nunca le agrado Chang. Esa
molestia no pasó desapercibida por James y Sirius, pero decidieron no hacer
comentario alguno por su propio bien, ya que sabían el carácter de la pelirroja).
Al devolverle el saludo, Harry se volcó encima un montón de agua. Para que Ron
dejara de reírse, Harry señaló a un grupo de adolescentes a los que no había
visto nunca.
—¿Quiénes serán? —preguntó—. No van a Hogwarts,
¿verdad?
—Seguro que se trata de chicas de
otro colegio —dijo Sirius—. Me hubiera gustado estar en ese momento, no se me
hubiera escapado ninguna.
Harry miró a su padrino, nunca lo
había escuchado hablar de esa manera. Aunque sin duda el padrino que él había
conocido estaba dañado y marchito por la traición, la muerte de sus amigos y su
encierro en Azkaban. No como este que tenía frente a él, tan jovial, tan lleno
de vida y feliz.
—En ese tiempo tienes más treinta, no
creo que las chicas cayeran a tus tan fácilmente —comentó James.
—Oh, Cornamenta, has roto mi corazón
—dijo cómicamente Sirius, levándose una mano a su corazón—, y mi ego está por
los suelos.
Ambos rieron, Remus los miró y negó
con la cabeza. Había veces en las que deseaba que sus amigos no se tomaran las
cosas tan a la ligera. Giró la cabeza y lo primero que vio fue a Hermione, ella
también lo miró, sus ojos se conectaron brevemente, pero luego él aparto la
mirada.
Hermione se sintió mal porque sabía
que algo le sucedía, lo conocía demasiado bien como para no reconocer esa
mirada nerviosa, esquiva. Quería acercarse y preguntarle qué le sucedía, pero sabía
que él no le diría nada, y tal vez solo lograría que él se encerrada en sí
mismo.
Ella volvió la vista al frente cuando
escuchó a Katie seguir leyendo.
—Supongo que estudian en el extranjero —respondió
Ron—. Sé que hay otros colegios, pero no conozco a nadie que vaya a ninguno de
ellos. Bill se escribía con un chico de Brasil… hace una pila de años… Quería
hacer intercambio con él, pero mis padres no tenían bastante dinero. El chico
se molestó mucho cuando se enteró de que Bill no iba a ir, y le envió un
sombrero encantado que hizo que se le cayeran las orejas para abajo como si
fueran hojas mustias.
—Parecía divertido, pero su reacción
final me hizo darme cuenta de que solo era un convenido —dijo Bill, nada
contento con el chico de Brasil.
Fleur frunció el ceño.
—La geacción de aquel chico es bastante injusta e agbitgagio —dijo enojada la francesa.
Harry se rió, y no confesó que le sorprendía
enterarse de que existían otros colegios de magia. Al ver a representantes de
tantas nacionalidades en el cámping, pensó que había sido un tonto al creer que
Hogwarts sería el único. Observó que Hermione no parecía nada sorprendida por
la información. Sin duda, ella había tenido noticia de otros colegios de magia
al leer algún libro.
—Así fue —confirmó Hermione—, aunque
me entere de la Academia de Beauxbatons cuando fui de vacaciones a Francia.
—Habéis tardado siglos —dijo George, cuando
llegaron por fin a las tiendas de los Weasley.
—Nos hemos encontrado a unos cuantos conocidos
—explicó Ron, dejando la cazuela—. ¿Aún no habéis encendido el fuego?
—Papá lo está pasando bomba con los fósforos
—contestó Fred.
El señor Weasley abrió los ojos con
emoción.
—¿Qué son los fósforos? —preguntó, él
ya había escuchado antes sobre estos objetos, pero todavía no sabía para que servían,
aunque ahora ya se hacía una idea.
—Es un invento muggle para hacer
fuego, por ejemplo, para encender una fogata o para encender una estufa de una
cocina a gas —respondió Ted.
—¡Vaya! —Arthur quedo aún más
interesado en estos objetos.
El señor Weasley no lograba encender el fuego,
aunque no porque no lo intentara. A su alrededor, el suelo estaba lleno de
fósforos consumidos, pero parecía estar disfrutando como nunca.
—¡Vaya! —exclamaba cada vez que lograba encender un
fósforo, e inmediatamente lo dejaba caer de la sorpresa.
—Déjeme, señor Weasley —dijo Hermione amablemente,
cogiendo la caja para mostrarle cómo se hacía.
—Fue de gran ayuda que ustedes fueran
con él, muchachos —dijo Molly a Harry y Hermione—. Arthur suele emocionarse
demasiado con las cosas muggles.
Arthur se sonrojó. Mientras que
Lucius hacia un gesto de asco hacia la familia de pelirrojos.
Es una vergüenza para los magos de sangre pura, pensaba.
Al final encendieron fuego, aunque pasó al menos
otra hora hasta que se pudo cocinar en él. Sin embargo, había mucho que ver
mientras esperaban. Habían montado las tiendas delante de una especie de calle
que llevaba al estadio, y el personal del Ministerio iba por ella de un lado a
otro apresuradamente, y al pasar saludaban con cordialidad al señor Weasley.
Éste no dejaba de explicar quiénes eran, sobre todo a Harry y a Hermione,
porque sus propios hijos sabían ya demasiado del Ministerio para mostrarse
interesados.
Lily comprendía a su hijo y a
Hermione, ya que ella tampoco conoce a muchas personas que trabajan en el
Ministerio. Ahora, solo a algunas, ya que James le ha contado sobre ellos,
siendo él el hijo de un auror es obvio que también conozca a mucha gente.
—Ése es Cuthbert Mockridge, jefe del Instituto de
Coordinación de los Duendes… Por ahí va Gilbert Wimple, que está en el Comité
de Encantamientos Experimentales. Ya hace tiempo que lleva esos cuernos… Hola,
Arnie… Arnold Peasegood es desmemorizador, ya sabéis, un miembro del
Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos… Y aquéllos son Bode y Croaker… son inefables…
—¿Qué son?
—Inefables: del Departamentos de Misterios, secreto
absoluto. No tengo ni idea de lo que hacen…
—En realidad nadie sabe lo que hacen
—dijo James—. Siempre he tenido curiosidad de saber que hay dentro de ese
departamento, pero ni siquiera mi padre lo sabe, y por supuesto nunca me
llevaría para averiguarlo.
—Tal vez nosotros podríamos ir
secretamente, ya sabes, tenemos la capa —dijo Sirius—. ¿Qué opinas tú,
Lunático?
James y Sirius empezaron a trazar
planes en su mente.
Remus negó con la cabeza.
—Ni se les ocurra planear algo, es
muy peligroso y arriesgado… nunca hemos llegado a tanto —dijo Remus, mirando
seriamente a sus amigos.
—Nosotros hacemos cosas arriesgadas,
Lunático —dijeron James y Sirius al unísono.
—¡No lo harán! —dijo Lily con
seriedad—. No te preocupes, Remus. No creo que sean tan tontos e irresponsables
como para llegar a tanto. De eso me encargo yo.
Harry, Ron, Hermione, Ginny, Neville
y Luna se vieron entre ellos como diciéndose: nadie diga nada; mientras que los
demás miraban al singular grupo.
—¿Qué sucede? —preguntó Alice.
—Nada —respondió Ginny—.
Absolutamente nada —aseguró.
La madre de Neville frunció el ceño,
no le creía nada, al igual que los demás, pero no los presionaron porque ya
sabían que se enterarían más adelante.
Al final consiguieron una buena fogata, y acababan
de ponerse a freír huevos y salchichas cuando llegaron Bill, Charlie y Percy,
procedentes del bosque.
—Ahora mismo acabamos de aparecernos, papá —anunció
Percy en voz muy alta—. ¡Qué bien, el almuerzo!
—Si, por fin se aparecieron —dijo
George.
—Los que pudieron dormir más
—continuó Fred.
Percy rodó los ojos.
Estaban dando cuenta de los huevos y las salchichas
cuando el señor Weasley se puso en pie de un salto, sonriendo y haciendo gestos
con la mano a un hombre que se les acercaba a zancadas.
—¡Ajá! —dijo—. ¡El hombre del día! ¡Ludo!
Ludo Bagman era con diferencia la persona menos
discreta que Harry había visto hasta aquel momento, incluyendo al anciano
Archie con su camisón. Llevaba una túnica larga de quidditch con gruesas
franjas horizontales negras y amarillas, con la imagen de una enorme avispa
estampada sobre el pecho. Su aspecto era el de un hombre de complexión muy
robusta en decadencia, y la túnica se le tensaba en torno de una voluminosa
barriga que seguramente no había tenido en los tiempos en que jugaba en la
selección inglesa de quidditch. Tenía la nariz aplastada (probablemente se la
había roto una bludger perdida, pensó Harry); pero los ojos, redondos y azules,
y el pelo, corto y rubio, lo hacían parecer un niño muy crecido.
—Y justamente así era como se
comportaba —dijo Hermione.
—Sin mencionar que no era para nada
discreto —dijo Hannah.
—Y sin mencionar que era un estafador
—dijo Fred con cierto enojo.
—Que paga sus deudas de juego con
galeones leprechaun —continuó George.
—¿Apostaron con ese hombre?
—interrogó Molly a sus hijos, estos evitaron mirarla. Así que se giró hacia su
esposo—. ¿Por qué no lo impediste, Arthur? —le reclamó.
—No regañes a papá, mamá. Él trato de
evitarlo, pero nosotros insistimos. Y en nuestra defensa diremos que no
volveremos a apostar con él nunca más —dijeron los gemelos.
Molly se llevó una mano a su sien y
se la masajeó. Parecía que enterarse de esto último que habían hecho sus hijos,
le había causado un fuerte dolor de cabeza.
—¡Ah, de la casa! —les gritó Bagman, contento.
Caminaba como si tuviera muelles en los talones, y resultaba evidente que
estaba muy emocionado—. ¡El viejo Arthur! —dijo resoplando al llegar junto a la
fogata—. Vaya día, ¿eh? ¡Vaya día! ¿A que no podíamos pedir un tiempo más
perfecto? Vamos a tener una noche sin nubes… y todos los preparativos han
salido sin el menor tropiezo… ¡Casi no tengo nada que hacer!
—Claro porque el trabajo que él
debería de hacer lo hacen los demás —comentó Andrómeda—. Al menos podría ayudar
dejando de vestir tan llamativamente.
Detrás de él pasó a toda prisa un grupo de magos
del Ministerio muy ojerosos, señalando los indicios distantes, pero evidentes
de algún tipo de fuego mágico que arrojaba al aire chispas de color violeta,
hasta una altura de seis o siete metros.
Percy se adelantó apresuradamente con la mano
tendida. Aunque desaprobaba la manera en que Ludo Bagman dirigía su
departamento, quería causar una buena impresión.
—¿Por qué te importa tanto lo que los
demás piensen de ti, sobrino? —preguntó Gideon.
Percy no respondió nada, lo único que
hizo fue acomodarse los lentes con cierto nerviosismo. No quería ni pensar lo
que dirían cuando se enteraran de que estuvo alejado de su familia por un tiempo,
y todo por no tener una personalidad definida, se dejó llevar por lo que decían
en el ministerio.
—Actúa como eres tú realmente, que no
te importe lo que digan los demás —aconsejó Fabian.
Percy siguió en silencio, pero ahora
estaba pensativo.
—Es muy diferente a su familia, ¿no
lo crees, Cornamenta? —le preguntó Sirius a su amigo—. Es muy serio y algo de
su actitud es muy parecida a la de mi querido
hermano.
—Pues tú también eres muy diferente a
tu familia —comentó Remus—. Y eso demuestra que los hijos no siempre son
iguales a sus padres.
—¿Qué quieres decir con eso? —le
preguntó.
—Que no juzgues a los demás antes de
conocerlas realmente —contestó Remus.
—Creo que Lunático tiene razón —dijo
James.
—Yo no juzgo a nadie, solo he dicho
que es diferente de su familia, no lo estoy acusando de nada —dijo Sirius.
—¡Ah… sí! —dijo sonriendo el señor Weasley—. Éste
es mi hijo Percy, que acaba de empezar a trabajar en el Ministerio… y éste es
Fred… digo George, perdona… Fred es este de aquí… Bill, Charlie, Ron… mi hija
Ginny… y los amigos de Ron: Hermione Granger y Harry Potter.
Bagman apenas reaccionó al oír el nombre de Harry,
pero sus ojos se dirigieron como era habitual hacia la cicatriz que Harry tenía
en la frente.
—Es realmente incomodo que todos
hagan eso apenas escuchan mi nombre —dijo Harry.
—Las personas son realmente
imprudentes —comentó Lily.
—Eso y más —dijo Ginny.
—Éste es Ludo Bagman —continuó presentando el señor
Weasley—. Ya lo conocéis: gracias a él hemos conseguido unas entradas tan
buenas.
Bagman sonrió e hizo un gesto con la mano como
diciendo que no tenía importancia.
—Bueno, hay que reconocer que regalarnos
las entradas fue muy amable de su parte —dijo Charlie—. Pero eso no cambia sus
errores.
—¿No te gustaría hacer una pequeña apuesta, Arthur?
—dijo con entusiasmo, haciendo sonar en los bolsillos de su túnica negra y
amarilla lo que parecía una gran cantidad de monedas de oro—. Roddy Pontner ya
ha apostado a que Bulgaria marcará primero, y yo me he jugado una buena
cantidad, porque los tres delanteros de Irlanda son los más fuertes que he
visto en años… Y Agatha Timms se ha jugado la mitad de las acciones de su
piscifactoría de anguilas a que el partido durará una semana.
—Eh… bueno, bien —respondió el señor Weasley—.
Veamos… ¿un galeón a que gana Irlanda?
—¿Un galeón? —Ludo Bagman parecía algo
decepcionado, pero disimuló—. Bien, bien… ¿alguna otra apuesta?
Lucius sonrió al escuchar la pequeña
apuesta de Arthur.
Pobretón, pensó.
—Ese hombre dependía mucho de sus
apuestas —dijo Bill—. Al final termino muy mal.
—Pues se lo merecía por tramposo
—dijeron los gemelos Weasley, sin una pisca de lastima.
Los del pasado ya se hacían una idea
de porque Bagman no era del agrado de los Weasley, pero querían escuchar cómo
sucedieron las cosas realmente. Así que Katie siguió leyendo.
—Son demasiado jóvenes para apostar —dijo el señor
Weasley—. A Molly no le gustaría…
—Por supuesto que no —confirmó la
aludida.
—Apostaremos treinta y siete galeones, quince
sickles y tres knuts a que gana Irlanda —declaró Fred, al tiempo que él y
George sacaban todo su dinero en común—, pero a que Viktor Krum coge la snitch.
¡Ah!, y añadiremos una varita de pega.
Molly miró a sus hijos, como
diciéndoles: Ya hablaremos de esto, y no les gustara.
—¡No le iréis a enseñar al señor Bagman semejante
porquería! —dijo Percy entre dientes.
—Oh, vamos. Apuesto a que a ese
hombre le gustara una de esas varitas —dijeron los gemelos Prewett.
Para su desconcierto, Percy asintió.
Pero Bagman no pensó que fuera ninguna porquería.
Por el contrario, su rostro infantil se iluminó al recibirla de manos de Fred,
y, cuando la varita dio un chillido y se convirtió en un pollo de goma, Bagman
prorrumpió en sonoras carcajadas.
—¡Estupendo! ¡Hacía años que no veía ninguna tan
buena! ¡Os daré por ella cinco galeones!
—Es tan inmaduro —comentó Lily.
Mientras que la profesora McGonagall negaba con la cabeza.
Cuanta irresponsabilidad,
pensaba la profesora de Transformaciones.
Percy hizo un gesto de pasmo y desaprobación.
—Muchachos —dijo el señor Weasley—, no quiero que
apostéis… Eso son todos vuestros ahorros. Vuestra madre…
—¡No seas aguafiestas, Arthur! —bramó Ludo Bagman,
haciendo tintinear con entusiasmo las monedas de los bolsillos—. ¡Ya tienen
edad de saber lo que quieren! ¿Pensáis que ganará Irlanda, pero que Krum cogerá
la snitch? No tenéis muchas posibilidades de acertar, muchachos. Os ofreceré
una proporción muy alta. Así que añadiremos cinco galeones por la varita de
pega y…
—Creo que va a ser muy difícil que
pase eso que han dicho —comentó Ted.
Los gemelos Weasley no contestaron
nada, simplemente sonrieron orgullosos, ya que al fin y al cabo si habían
acertado.
Los demás tampoco dijeron nada de los
resultados del mundial. Pero los Slytherin miraron sorprendido a los gemelos,
si no hubieran escuchado la apuesta, nunca hubieran creído que el partido
quedaría justamente como los gemelos dijeron.
El señor Weasley se dio por vencido cuando Ludo
Bagman sacó una libreta y una pluma del bolsillo y empezó a anotar los nombres
de los gemelos.
—¡Gracias! —dijo George, tomando el recibo de
pergamino que Bagman le entregó y metiéndoselo en el bolsillo delantero de la
túnica.
Bagman se volvió al señor Weasley muy contento.
—¿Podría tomar un té con vosotros? Estoy buscando a
Barty Crouch. Mi homólogo búlgaro está dando problemas, y no entiendo una
palabra de lo que dice. Barty sí podrá: habla ciento cincuenta lenguas.
—¿El señor Crouch? —dijo Percy, abandonando de
pronto su tieso gesto de reprobación y estremeciéndose palpablemente de
entusiasmo—. ¡Habla más de doscientas! Habla sirenio, duendigonza, troll…
—Y eso no es importante —dijeron los
gemelos Weasley—. Además, quien no es capaz de hablar troll.
Percy desvió su mirada de sus
hermanos.
Sí, creo que me comportaba demasiado intenso a lo referente al
señor Crouch, pensaba Percy.
—Todo el mundo es capaz de hablar troll —lo
interrumpió Fred con desdén—. No hay más que señalar y gruñir.
Percy le echó a Fred una mirada muy severa y avivó
el fuego para volver a calentar la tetera.
—¿Sigue sin haber noticias de Bertha Jorkins, Ludo?
—preguntó el señor Weasley, mientras Bagman se sentaba sobre la hierba, entre
ellos.
—Ni las habrá —dijo Ron.
—Ron —lo reprendió Hermione.
—¿Qué? —dijo el aludido.
—Podrías ser un poquito más sensible
respecto a los demás.
A Ron se le pusieron las orejas
rojas, y murmuró algo por lo bajo.
—No ha dado señales de vida —repuso Bagman con toda
calma—. Ya volverá. La pobre Bertha… tiene la memoria como un caldero lleno de
agujeros y carece por completo de sentido de la orientación. Pongo las manos en
el fuego a que se ha perdido. Seguro que regresa a la oficina cualquier día de
octubre pensando que todavía es julio.
—Se toma las cosas muy a la ligera
—comentó el auror con su voz osca—. Debería estar preocupado por su compañera
de trabajo. Aunque esta en verdad sea demasiado despistada.
McGonagall miró con seriedad a
Alastor, él era otro con falta de sensibilidad.
—¿No crees que habría que enviar ya a alguien a
buscarla? —sugirió el señor Weasley al tiempo que Percy le entregaba a Bagman
la taza de té.
—Eso sería lo más sensato —dijo
McGonagall.
—Es lo mismo que dice Barty Crouch —contestó
Bagman, abriendo inocentemente los redondos ojos—. Pero en este momento no
podemos prescindir de nadie. ¡Vaya! ¡Hablando del rey de Roma! ¡Barty!
Junto a ellos acababa de aparecerse un mago que no
podía resultar más diferente de Ludo Bagman, el cual se había despatarrado
sobre la hierba con su vieja túnica de las Avispas. Barty Crouch era un hombre
mayor de pose estirada y rígida que iba vestido con corbata y un traje impecablemente
planchado. Llevaba la raya del pelo tan recta que no resultaba natural, y
parecía como si se recortara el bigote de cepillo utilizando una regla de
cálculo. Le relucían los zapatos. Harry comprendió enseguida por qué Percy lo
idolatraba: Percy creía ciegamente en la importancia de acatar las normas con
total rigidez, y el señor Crouch había observado de un modo tan escrupuloso la
norma de vestir como muggles que habría podido pasar por el director de un
banco (Percy hizo un gesto molesto, en verdad así
se comportaba siempre. Así tan recto, tan severo, tan imparcial. Tal vez por ese motivo, Fred y George
siempre me molestan, pensaba). Harry pensó que ni siquiera tío
Vernon se habría dado cuenta de lo que era en realidad.
—Conociendo a Vernon, tienes toda la
razón, Harry —le dijo Lily.
—Siéntate un rato en el césped, Barty —lo invitó
Ludo con su alegría habitual, dando una palmada en el césped, a su lado.
—No, gracias, Ludo —dijo el señor Crouch, con una
nota de impaciencia en la voz—. Te he buscado por todas partes. Los búlgaros
insisten en que tenemos que ponerles otros doce asientos en la tribuna…
—¿Conque era eso lo que querían? —se sorprendió
Bagman—. Pensaba que ese hombre me estaba pidiendo doscientas aceitunas. ¡Qué
acento tan endiablado!
—¿Doscientas aceitunas? —se burló
James—. Imagínense que les hubieran llevado las doscientas aceitunas. Seguro
que les habrían tirado por la cabeza.
—Ese hombre es realmente un idiota
—dijo Sirius.
—Señor Black, conténganse de decir
improperios —dijo seriamente McGonagall.
—De acuerdo, Minnie —dijo Sirius.
McGonagall decidió hacer como que no
lo había escuchado. No quería discutir más con Sirius.
—Señor Crouch —dijo Percy sin aliento, inclinado en
una especie de reverencia que lo hacía parecer jorobado—, ¿querría tomar una
taza de té?
—¡Ah! —contestó el señor Crouch, mirando a Percy
con cierta sorpresa—. Sí… gracias, Weatherby.
Ante la confusión de apellido, hubo
varias risas escandalosas y otras menos escandalosas, la de los gemelos Weasley
fue la más sonara, aun recordaba la cara que había puesto Percy cuando escucho
que lo habían llamado por otro apellido. Lo miraron. Sí, justo había puesto esa
misma cara. Estaba tan sonrojado que parecía un tomate muy maduro.
Cuando las risas hubieran cesado,
Katie siguió leyendo.
A Fred y a George se les atragantó el té de la
risa. Percy, rojo como un tomate, se encargó de servirlo.
—Ah, también tengo que hablar contigo, Arthur —dijo
el señor Crouch, fijando en el padre de Ron sus ojos de lince—. Alí Bashir está
en pie de guerra. Quiere comentarte lo del embargo de alfombras voladoras.
—¿Alfombras voladoras? —dijo James—.
¿Dónde podría conseguir una? —preguntó.
—¡James! —amonestó Lily.
—Oh, vamos, pelirroja. Hasta tú crees
que las alfombras voladoras son divertidas —dijo Sirius.
Severus miró a los dos merodeadores
con rencor.
Ninguno de esos dos conoce a Lily,
pensaba Severus. No comprendo cómo es que
ella los soporta.
Es el amor y la amistad,
le respondió su subconsciente.
Severus maldijo internamente su
suerte. Y mando a callar a su subconsciente.
El señor Weasley exhaló un largo suspiro.
—Justo esta semana pasada le he enviado una lechuza
sobre este tema. Se lo he dicho más de cien veces: las alfombras están
definidas como un artefacto muggle en el Registro de Objetos de Encantamiento
Prohibidos. ¿No habrá manera de que lo entienda?
—Creo que no —reconoció el señor Crouch, tomando la
taza que le tendía Percy—. Está desesperado por exportar a este país.
—Bueno, nunca sustituirán a las escobas en Gran
Bretaña, ¿no os parece? —observó Bagman.
—Bueno, en eso tiene razón —dijo
Frank—, nadie podrá sustituir las escobas.
—Aunque las alfombras podrían ser un
poco más seguras, según el punto de vista de cada uno —dijo pensativamente
Alice.
—Alí piensa que en el mercado hay un hueco para el
vehículo familiar —repuso el señor Crouch—. Recuerdo que mi abuelo tenía una
Axminster de doce plazas. Por supuesto, eso fue antes de que las prohibieran.
Lo dijo como si no quisiera dejar duda alguna de
que todos sus antepasados habían respetado escrupulosamente la ley.
Harry, Ron y Hermione sabían
perfectamente el porqué de este complejo en el señor Crouch por “acatar la ley”.
Automáticamente miraron hacia el auror, el cual les devolvió una mirada con
sospecha.
—¿Así que has estado ocupado, Barty? —preguntó
Bagman en tono jovial.
—Bastante —contestó secamente el señor Crouch—. No
es pequeña hazaña organizar trasladores en los cinco continentes, Ludo.
—Supongo que tanto uno como otro os alegraréis de
que esto acabe —comentó el señor Weasley.
Ludo Bagman se mostró muy asombrado.
—¿Alegrarme? Nunca lo he pasado tan bien… y,
además, no se puede decir que no nos quede de qué preocuparnos. ¿Verdad, Barty?
Aún hay mucho que organizar, ¿verdad?
—¿Organizar qué? —preguntó Alastor
con sospecha, mirando a los chicos del futuro.
—Bueno, para que echar a perder la
sorpresa —dijo Dean—. De todas maneras, lo sabrán después.
—Chico… —gruñó Alastor, pero ya no
insistió en saber de qué se trataba eso que tenían que organizar.
El señor Crouch levantó las cejas mirando a Bagman.
—Hemos acordado no decir nada hasta que todos los
detalles…
—¡Ah, los detalles! —dijo Bagman, haciendo un gesto
con la mano para echar a un lado aquella palabra como si fuera una nube de
mosquitos—. Han firmado, ¿no es así? Se han mostrado conformes, ¿no es así? Te
apuesto lo que quieras a que muy pronto estos chicos se enterarán de algún
modo. Quiero decir que, como es en Hogwarts donde va a tener lugar…
—¿En Hogwarts? —preguntaron los del
pasado.
—¿Qué es lo que sucederá en Hogwarts
ahora? —preguntó Molly mirando a sus siete hijos.
Pero ninguno de sus hijos respondió,
ya que dar una respuesta no solo alarmaría a su madre sino también a todos.
Al no escuchar más voces
interrumpiéndola, Katie siguió leyendo.
—Ludo, te recuerdo que tenemos que buscar a los
búlgaros —dijo de forma cortante el señor Crouch—. Gracias por el té,
Weatherby.
Le devolvió a Percy la taza, que continuaba llena,
y aguardó a que Ludo se levantara. Apurando el té que le quedaba, Bagman se
puso de pie con esfuerzo acompañado del tintineo de las monedas que llevaba en
los bolsillos.
—¡Hasta luego! —se despidió—. Estaréis conmigo en
la tribuna principal. ¡Yo seré el comentarista! —Saludó con la mano; Barty
Crouch hizo un breve gesto con la cabeza, y tanto uno como otro se
desaparecieron.
—¿Qué va a pasar en Hogwarts, papá? —preguntó Fred
de inmediato—. ¿A qué se referían?
—No tardaréis en enteraros —contestó el señor
Weasley, sonriendo.
—Seguro que es algo emocionante —dijo
Fabian mientras su gemelo asentía,
—Sí, se suponía que era algo emocionante
—dijo Ron, los demás se le quedaron mirando, esperando a que se explique—. Quiero
decir, es que hubo un baile en Navidad… y fue horrible.
—Los bailes no son horribles —dijo
Sirius.
Las mejillas de Ron se pusieron del
mismo color de su cabello.
Por su parte, Hermione miraba a su
amigo con exasperación, había habido tres pruebas —la última la más desastrosa—
y Ron le daba más importancia al baile de Navidad.
—¿Es en serio, Ron? —le preguntó
Ginny, con incredulidad.
—Bueno —murmuró Harry—, ese baile no
fue algo precisamente… agradable —todos miraron al niño que vivió—. No, no
estoy quitándole importancia a lo que ocurrió después… es solo que…
—Entiendo —dijo Luna—. No estuve en ese
baile, pero puedo entenderlo.
—No entiendo porque les molesta tanto
ese baile —dijo James a Sirius.
—Ni yo —contestó este, encogiéndose de
hombros.
—Es información reservada, hasta que el ministro
juzgue conveniente levantar el secreto —añadió Percy fríamente—. El señor
Crouch ha hecho lo adecuado al no querer revelar nada.
—Cállate, Weatherby —le espetó Fred.
Se escucharon unas risitas por la contestación
que Fred le dio a su hermano, y cuando se hubieron callaron Katie siguió leyendo.
Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en
el cámping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el
aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una
sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de
disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de
reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes.
La profesora McGonagall, siempre tan
estricta y pegada a las normas, no estaba conforme con esto que estaba
escuchando. En cualquier momento los muggles podrían darse cuenta de que la
magia existía, pero los del ministerio siempre terminaban haciendo lo que querían.
Los vendedores se aparecían a cada paso, con
bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias:
escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los
nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde adornados con
tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados
que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional
cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de
verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la
palma de la mano en actitud jactanciosa.
Los que tuvieron la oportunidad de ir
a este mundial, recordaron todas esas cosas que vendían, y de lo mucho que lo
disfrutaron, y los del pasado —los aficionados y los que adoraban el quidditch—
morían por haber estado en ese momento allí.
—He ahorrado todo el verano para esto —le dijo Ron
a Harry mientras caminaban con Hermione entre los vendedores, comprando
recuerdos. Aunque Ron se compró un sombrero con tréboles que se movían y una
gran escarapela verde, adquirió también una figura de Viktor Krum, el buscador
del equipo de Bulgaria. La miniatura de Krum iba de un lado para otro en la
mano de Ron, frunciendo el entrecejo ante la escarapela verde que tenía
delante.
—Espera, espera —dijo Ted—. ¿Compraste
un sombrero verde? Pero no apoyabas al equipo de Bulgaria.
—Bueno… —balbuceó Ron.
—Pero también compraste una figura
miniatura de Krum —continuó el papá de Nymphadora.
—De eso si me arrepiento —dijo Ron—. Gaste
lo que había ahorrado para…
—Ya basta, Ron. No seas infantil —lo
amonestó Hermione.
Ron se volvió para mirarla, dispuesto
a contestarle algo no muy agradable —como en sus clásicas peleas—, pero la vio
seria, en otro momento no le habría importado, sin embargo, ahora ella estaba todavía
delicada por su embarazo y tenía que reconocer que le temía un poco a sus
hormonas alborotadas.
Harry rió entre dientes, al ver la reacción
de Ron y la seria mirada de su amiga. Estaba claro que ellos dos nunca iban a
cambiar.
—¡Vaya, mirad esto! —exclamó Harry, acercándose
rápidamente hasta un carro lleno de montones de unas cosas de metal que
parecían prismáticos excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y
ruedecillas.
—Son omniculares —explicó el vendedor con
entusiasmo—. Se puede volver a ver una jugada… pasarla a cámara lenta, y si
quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga: diez
galeones cada uno.
—Eran muy útiles, yo compre unos
—comentó Neville, sus mejillas se pusieron color escarlata de pronto—. Aunque al
final los termine perdiendo —confesó.
Frank y Alice miraron a su futuro hijo,
y luego Alice miró a su esposo, Neville era tan parecido a su padre.
Por su parte, Hannah Abbott, miró con
ternura a Neville, pero esta vez lo miró de una manera distinta, no como al
chico tímido y distraído, no como al chico que fue parte de la resistencia en Hogwarts,
ahora lo vio como al gran hombre en que se había convertido, como a alguien que
la podía complementar, como alguien a quien ella podría adorar.
Le sonrió, y Neville se sonrojó más.
—Ahora me arrepiento de lo que he comprado
—reconoció Ron, haciendo un gesto desdeñoso hacia el sombrero con los tréboles
que se movían y contemplando los omniculares con ansia.
—Eso te pasa por estar de ansioso,
pequeño hermano —le dijeron los gemelos.
Ron los miró con cara de pocos
amigos, pero estos ni se inmutaron al ver esa mirada, ya estaban acostumbrados
al carácter de su hermano y aparte les gustaba molestarlo.
—Deme tres —le dijo Harry al mago con decisión.
—No… déjalo —pidió Ron, poniéndose colorado.
Siempre le cohibía el hecho de que Harry, que había heredado de sus padres una
pequeña fortuna, tuviera mucho más dinero que él.
—Pues para eso son las fortunas —dijo
James—, para compartirla con los amigos, ¿no? ¿Por qué no esperaran que los
galeones se queden en las bóvedas por siempre?
Y por más que el comentario de James no
haya sido con mala intención, para Snape fue como si James se estuviera
burlando de los que no contaban con tanta suerte como la de él. Y lo desprecio
un poco más.
—Es lo que yo digo —Harry estuvo de
acuerdo con su padre.
Y Snape también despreció a Harry.
Los Potter son unas plagas,
pensó.
—Es mi regalo de Navidad —le explicó Harry,
poniéndoles a él y a Hermione los omniculares en la mano—. ¡De los próximos
diez años!
—Conforme —aceptó Ron, sonriendo.
—¡Gracias, Harry! —dijo Hermione—. Yo compraré unos
programas…
Con los bolsillos considerablemente menos
abultados, regresaron a las tiendas. Bill, Charlie y Ginny llevaban también
escarapelas verdes, y el señor Weasley tenía una bandera de Irlanda. Fred y
George no habían comprado nada porque le habían entregado todo el dinero a
Bagman.
Los gemelos no pudieron evitar bufar
ante eso, y se preguntaban cómo es que se habían dejado engañar por Bagman. Sin
duda era una de las cosas que más molestia les causaba.
Y entonces se oyó el sonido profundo y retumbante
de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los
árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.
—¡Ya es la hora! —anunció el señor Weasley, tan
impaciente como los demás—. ¡Vamos!
A los que les gustaba el quidditch
esperaban impacientes a que Katie continuara leyendo, pero lamentablemente, la
ex Gryffindor, dijo:
—Es el final de capítulo.
—¿Qué? Ahora que comenzaba lo bueno,
se termina el capítulo —se quejó James.
—Deja de hacer tanto drama, James —le
dijo Lily—, seguro que alguien más empezara a leer.
—Bien, pues, ¿a qué esperan? —dijo
Sirius.
—Leeré el siguiente capítulo —dijo
Justin Finch-Fletchley.