—“Sortilegios
Weasley” —leyó Oliver.
Los gemelos Weasley sonrieron.
—Nuestros primeros pasos de nuestro gran sueño, George
—dijo Fred con añoranza en la voz.
—Así es, Freddie, que viejos tiempos aquellos, ¿verdad?
—dijo a su vez su gemelo.
—¿De qué hablan? —preguntaron los gemelos Prewett.
—¿Qué es lo más genial que te puedas imaginar? —le preguntó
George a sus tíos.
—Pues…
—Pero no lo digas, que sea sorpresa —dijo Fred—. Te
aseguro que no es nada malo, mamá —aclaró al ver a su madre apunto de
regañarlos.
—Y además estas muy orgullosa de lo que hemos logrado. ¿A
qué sí, Ron?
El aludido asintió.
—Así es, madre, estas orgullosa de ellos —alegó Percy,
sorprendiendo así a sus hermanos—. Aunque a mí no me agrade mucho a que se
dedican, debo reconocer que les va muy bien.
—¡Vaya! —exclamaron los gemelos Weasley—. Esas palabras,
viniendo de un pomposo como tú, son un verdadero alago.
Percy hizo un gesto de molestia.
Luego de esa pequeña conversación, en donde Molly estaba
insegura, pero aun así decidió no reclamarles nada a sus hijos, no mientras no
comprobara de que se tratara de algo malo, además escuchando las palabras de
Percy; eso quería decir que en verdad no era tan malo.
Harry dio vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo.
Borrosas chimeneas pasaban ante él a la velocidad del rayo, hasta que se sintió
mareado y cerró los ojos. Cuando por fin le pareció que su velocidad aminoraba,
estiró los brazos, a tiempo para evitar darse de bruces contra el suelo de la
cocina de los Weasley al salir de la chimenea.
—¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía a Harry la mano
para ayudarlo a levantarse.
—Sí —respondió Harry poniéndose en pie—. ¿Qué era?
—Uno de nuestros primeros inventos —dijeron Fred y George
al unísono.
—Caramelo longuilinguo —explicó Fred, muy contento—. Los hemos
inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien
probarlos…
—Pues qué lástima que no pudieran ver por ustedes mismos
el resultado —dijo Gideon a sus sobrinos.
—Una verdadera lástima, en verdad —dijo Fabian.
Los gemelos suspiraron con pesar.
—Sí, una lástima —concordaron.
—Pero lo bueno es que ahora, después de escuchar el
relato… —empezó Fred.
—… pudimos hacernos una idea de cómo pasaran las cosas
—concluyó George.
—No sé de qué se lamentan tanto, si pudieron ver los
resultados cuando vendían esos caramelos en el col… —Ron fue interrumpido por
el grito de su madre.
—¡¿QUÉ?! ¡¿HAN ESTADO VENDIENDO ESOS CARAMELOS EN EL
COLEGIO?! —la mirada que Molly le dedicaba a sus hijos era realmente enojada.
—Gracias, Ron —ironizaron los gemelos.
Este solo se encogió de hombros.
—No te enojes, mamá —dijo Fred, tratando de apaciguar a su
madre.
—Gracias a los productos que inventamos nos volvimos
empresarios. Además en nuestra defensa, tenemos que decir que… —dijo George.
—… los que nos compraban los caramelos languilinguo y los demás productos no se
disgustaban con sus efectos —concluyó Fred.
Molly no quitaba su cara enojada.
—Eso no los justifica. Pero ya después hablaremos de sus inventos —sentenció con advertencia.
Oliver continúo leyendo para alivio de los gemelos.
Todos prorrumpieron en carcajadas en la pequeña cocina; Harry miró a su
alrededor, y vio que Ron y George estaban sentados a una mesa de madera
desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que Harry no había
visto nunca, aunque no tardó en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos
hermanos mayores Weasley.
Bill y Charlie sonrieron recordando ese momento.
—¿Qué tal te va, Harry? —preguntó el más cercano a él, dirigiéndole una
amplia sonrisa y tendiéndole una mano grande que Harry estrechó. Estaba llena
de callos y ampollas (Sí, creo que ese soy yo,
comentó Charlie sonrientemente). Aquél tenía que ser Charlie, que
trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los
gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía
una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de
Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos,
y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.
—¡Por Merlín! —exclamó Molly. No le gustaba nada eso de la
«quemadura grande»—. ¿Por qué tuviste que dedicarte a cuidar dragones? —le
preguntó a su segundo hijo.
—Ya hablamos de esto, mamá —dijo Charlie, pero luego se
quedó pensativo—. Bueno, hable con mi mamá del futuro, y lo comprendió.
Molly negó con la cabeza.
—Tranquilízate, mamá —dijo Bill—. Sé que no te gustan
nuestros trabajos, pero es lo que nos gusta hacer.
Molly suspiró.
Bill se levantó sonriendo y también le estrechó la mano a Harry, quien
se sorprendió. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo
mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre se lo había
imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al
incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo (¿Cómo pudiste creer eso, Harry? ¡Nosotros no hubiéramos
podido con dos Percy!, exclamaron los gemelos Weasley. Percy ofendido a sus
hermanos). Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) genial:
era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de
pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo
por las botas (que, según reconoció Harry, no eran de cuero sino de piel de
dragón).
Molly reparo en su hijo mayor. El cual aún llevaba el pelo
largo en una coleta.
—Casado y aun llevas el pelo largo —dijo.
Bill sonrió.
Molly volvió a mirarlo. Y en ese momento noto algo que no
había visto antes en su hijo: unas cicatrices cruzaban el lado izquierdo de su
cara. Molly se asustó, y se preguntaba que le habría pasado a su hijo.
Cuando le iba
interrogar, escucho a su nuera hablar-
—Le queda bien —dijo la francesa, besando en la mejilla
con cicatrices de Bill.
Esto sorprendió a Molly, porque al parecer su nuera no le
tomaba importancia a este hecho, es más parecía muy familiarizada con el dañado
rostro de su hijo.
Antes de que ninguno de ellos pudiera añadir nada, se oyó un pequeño
estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Harry no lo
había visto nunca tan enfadado.
—Es lógico —dijo Ginny—. Por lo general mamá es siempre la
que nos regaña, incluso también regaña a papá.
El señor Weasley se sonrojo.
Y Sirius sonrió, con esa sonrisa perruna que a Harry se le
hacía muy familiar.
—Ya lo he dicho, las pelirrojas son peligrosas —comentó
Sirius—. Aunque pensándolo bien, las castañas también lo son. Yo creo que
deberían relajarse más.
No termino de hablar, cuando Sirius ya tenía a tres
pelirrojas —Lily, Molly y Ginny— y una castaña —Hermione— dedicándole miradas
asesinas.
—Vamos, no lo tomen tan en serio —dijo Sirius, tratando de
calmar esas furiosas miradas. Y para suerte del animago, Oliver siguió leyendo.
—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño
muggle?
—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé
caer… Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.
—Bueno, técnicamente eso es cierto —comentó Charlie—. Fred
no le dio nada al primo de Harry.
—Vaya. Gracias, hermano —dijo Fred.
—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que
se lo comería porque estaba a dieta…
—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.
—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un
metro de largo.
—¡Genial! —gritaron los gemelos Prewett—. ¿Han traído de
esos caramelos con ustedes? —le preguntaron a sus sobrinos.
—Yo creo que tengo… —la respuesta de George fue contada
por una mirada furiosa de su madre—. Creo que los deje todos en mi tiempo.
Molly cruzo los brazos sobre su pecho.
—Es una lástima —dijo Fabian, quien también había notado
la mirada de su hermana.
Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.
—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento
enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! (Pero cuñado, volar su chimenea, no enturbia también la
relación de magos y muggles, dijeron los gemelos Prewett con una sonrisa ladina
en sus labios. Arthur volvió a sonrojarse) Me paso la mitad de la vida
luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios
hijos…
—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.
—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No
es verdad, Harry?
—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.
—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis
cuando se lo diga a vuestra madre.
—No será necesario —dijo Ron—. Mamá siempre logra
enterarse de todo lo malo que hacemos.
—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.
La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha
y tenía una cara generalmente muy amable, aunque en aquellos momentos la
sospecha le hacía entornar los ojos.
—¡Ah, hola, Harry! —dijo sonriéndole al advertir que estaba allí (Molly se parece a mi mamá. Siempre siendo más amable con
las visitas que con sus hijos, comentó James. A lo que Lily dijo: James, tú y
Sirius siempre paraban haciendo bromas, es por eso que Euphemia —madre de
James— los corregía, y por eso también consentía más Remus, porque él sabía
comportarse. James y Sirius fingieron estar ofendidos por las palabras de Lily).
Luego volvió bruscamente la mirada a su mando—. ¿Qué es lo que tienes que
decirme?
El señor Weasley dudó. Harry se dio cuenta de que, a pesar de estar tan
enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a
la señora Weasley lo ocurrido (Molly miró a su
esposo, como regañándolo por adelantado). Se hizo un silencio mientras
el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos chicas
en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: una, de pelo castaño y
espeso e incisivos bastante grandes, era Hermione Granger, la amiga de Harry y
Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron. Las dos
sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se
sonrojara: Harry le había gustado desde su primera visita a La Madriguera.
Las mejillas de Ginny se colorearon de escarlata, al igual
que las de Harry, pero las de él por un motivo distinto de las de su novia.
Harry se recriminaba silenciosamente haber sido tan lento, mientras que Ginny
se preguntaba quién era el autor de esos libros, ya que tenía ganas de ahorcar
al escritor o escritora por escribir sobre sus sentimientos secretos —en ese
tiempo— por Harry.
—¿Quién escribe los libros? —preguntó la aun sonrojada
Ginny.
Harry se encogió de hombros.
—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono
de voz que daba miedo.
—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo… He tenido
unas palabras con ellos…
—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver
con los «Sortilegios Weasley»…
—¿Ya empezaban a hacerse conocidos por ese nombre?
—preguntaron los gemelos Prewett.
—Aun no, apenas y estamos dándonos a conocer —contestó
Fred.
—Sí, en su habitación —dijo Ron, causando las risas de los
bromistas.
—Oh, pequeño Ronnie… —empezó Fred.
—… quieres que contemos tus pequeños secretos —continuó
George.
—Podríamos empezar por…
Pero antes de que los gemelos terminaran de contar el
secreto de Ron, Oliver continuo con la lectura, salvando así a Ron de una
vergüenza segura.
—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso
Hermione desde la puerta.
—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última…
—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significativa mirada.
—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.
—¡Merlín! Querido sobrino, hasta nosotros nos dimos
cuenta… —empezó Gideon.
—… de que Hermione no quería estar allí, en medio del
regaño de Molly —terminó Fabian.
Las orejas de Ron se pusieron rojas y no comento nada.
—Sí, nosotros también vamos —dijo George.
—¡Vosotros os quedáis donde estáis! —gruñó la señora Weasley.
—Buen intento —dijeron James y Sirius, ya que por lo poco
de que conocían de Molly, sabían que ella no los dejaría ir, así como así.
—Pero no creo que nuestra querida hermana los deje ir
—dijeron Fabian y Gideon.
—Sí, ya lo sabemos, pero nada perdíamos por intentarlo
—respondieron los gemelos Weasley.
Harry y Ron salieron despacio de la cocina y, acompañados por Hermione y
Ginny, emprendieron el camino por el estrecho pasillo y subieron por la
desvencijada escalera que zigzagueaba hacia los pisos superiores.
—¿Qué es eso de los «Sortilegios Weasley»? —preguntó Harry mientras
subían.
Ron y Ginny se rieron, pero Hermione no.
—Oh, vamos, castaña —dijo Sirius—, no deberías de ser tan
aguafiestas.
La aludida rodó los ojos. Solo porque no era muy
partidaria de las bromas, se había tenido que aguantas comentarios como los de
Sirius.
—No insistas —dijo Ron—. A Hermione nunca le van a gustar
las bromas, ella es… —el pelirrojo se interrumpió el mismo luego de captar la
mirada fulminante de su amiga.
—Mi madre ha encontrado un montón de cupones de pedido cuando limpiaba
la habitación de Fred y George —explicó Ron en voz baja—. Largas listas de
precios de cosas que ellos han inventado. Artículos de broma, ya sabes: varitas
falsas y caramelos con truco, montones de cosas. Es estupendo: nunca me imaginé
que hubieran estado inventando todo eso…
—Obviamente no podíamos gritar a los cuatro vientos lo que
hacíamos, Ronnie —dijo Fred.
Ron frunció el ceño por el sobrenombre. Realmente
detestaba cuando lo llamaban de esa manera.
—Teníamos que guardar el secreto por mamá… o, no espera…
igual nos fue mal —dijo George.
—Molly, Molly, Molly —dijeron los gemelos Prewett negando
con la cabeza.
La aludida no respondió, solo les dedico una mirada
enojada.
—¿Qué? —dijo Fabian—. Por lo menos debes de reconocer…
—… que hacer artículos de broma es menos arriesgado que
los otros trabajos de tus hijos —completo Gideon.
—Vaya, gracias queridos tíos —dijo irónicamente Charlie.
—No lo creo —dijo Ron—. No por lo menos a quien le toca
probar esos nuevos productos.
Los gemelos Weasley bufaron.
Pero antes de que Molly regañara a sus hijos, Oliver
decidió continuar con la lectura.
—Hace mucho tiempo que escuchamos explosiones en su habitación, pero
nunca supusimos que estuvieran fabricando algo —dijo Ginny—. Creíamos que
simplemente les gustaba el ruido.
—Bueno, sí, eso también —dijo Fred.
—Adoramos el ruido, pero estábamos haciendo cosas más
importantes —agregó George.
—Lo que pasa es que la mayor parte de los inventos… bueno, todos, en
realidad… son algo peligrosos y, ¿sabes?, pensaban venderlos en Hogwarts para
sacar dinero. Mi madre se ha puesto furiosa con ellos. Les ha prohibido seguir
fabricando nada y ha quemado todos los cupones de pedido… Además, está enfadada
con ellos porque no han conseguido tan buenas notas como esperaba…
Molly se llevó una mano a su abultado vientre, ya que
justo en ese momento sus hijos —los futuros gemelos Weasley— patearon, como
celebrando sus ocurrencias del futuro.
—Tengo que controlarlos —murmuró la matriarca.
—¿Has dicho algo, Molly? —le preguntó Arthur.
Molly levantó la cabeza y miró directamente a los ojos de
su esposo.
—Debemos de controlar a ese par, Arthur —dijo Molly, en un
tono donde no se admitía replicas—. Debemos de controlarlos o nos terminaran
volviendo locos.
Arthur volvió su vista a sus hijos, los cuales estaban
ajenos a su conversación, y no pudo evitar sonreír.
—Como tú digas, Molly —fue la respuesta de Arthur.
Aunque en realidad Arthur pensaba que, si sus hijos
querían dedicarse a alegrar a la gente, pues él trataría de convencer a su
esposa de que los dejara continuar con sus sueños.
—Y también ha habido broncas porque mi madre quiere que entren en el
Ministerio de Magia como nuestro padre, y ellos le han dicho que lo único que
quieren es abrir una tienda de artículos de broma —añadió Ginny.
Los gemelos Prewett sonrieron como si se les hubiera
adelantado la Navidad.
—Eso sería maravilloso —dijeron a coro.
—Y vaya que se salieron con la suya —murmuró Ron, mirando
de reojo a su mejor amigo.
Harry se sonrojó, y miró a sus lados, por si alguien había
escuchado lo que había dicho Ron, pero afortunadamente nadie los miraba ni les
hacían preguntas.
—Sabía que ellos le darían mejor uso que yo al premio
—dijo Harry defendiéndose se la secreta acusación.
Entonces se abrió una puerta en el segundo rellano y asomó por ella una
cara con gafas de montura de hueso y expresión de enfado.
—Hola, Percy —saludó Harry.
—Ah, hola, Harry —contestó Percy—. Me preguntaba quién estaría armando
tanto jaleo. Intento trabajar, ¿sabéis? Tengo que terminar un informe para la
oficina, y resulta muy difícil concentrarse cuando la gente no para de subir y
bajar la escalera haciendo tanto ruido.
—Y tú siempre tan exagerado, Percival —dijeron Fred y
George imitando perfectamente el pomposo tipo de voz de su hermano mayor.
Esto causo la risa de la mayoría de los presentes en la
sala, y los que más reían eran los Prewett, Sirius, James y los dos hermanos
mayores Weasley.
—Les salieron el mismo tono de voz, ¿cómo lo hacen?
—preguntó Charlie.
—Años y años de práctica —respondieron los gemelos.
—Sí, por supuesto. Muy graciosos —rezongó Percy.
Cuando todos ya se hubieron terminado de reír —acosta de
Percy—, Oliver continúo leyendo.
—No hacemos tanto ruido —replicó Ron, enfadado—. Estamos subiendo con
paso normal. Lamentamos haber entorpecido los asuntos reservados del
Ministerio.
—¿En qué estás trabajando? —quiso saber Harry.
—Es un informe para el Departamento de Cooperación Mágica Internacional
—respondió Percy con aires de suficiencia—. Estamos intentando estandarizar el
grosor de los calderos. Algunos de los calderos importados son algo delgados, y
el goteo se ha incrementado en una proporción cercana al tres por ciento anual…
Todos se sorprendieron, ya que el trabajo no parecía de
mucha importancia.
—Pero, ¿qué clase de trabajo es ese? —cuestionó James.
Percy se acomodó las gafas y respondió.
—Tal vez no era un trabajo de mucha relevancia, pero
apenas estaba empezando y no me daban muchas responsabilidades.
—Él tiene razón, James —dijo Lily.
—Gracias, señora Potter —dijo Percy cortésmente.
Lily se sonrojó al escuchar que la llamaban por el
apellido de su novio, y por más que sabía que muy pronto ese también sería su
apellido, le sonaba tan raro.
—Eso cambiará el mundo —intervino Ron—. Ese informe será un bombazo. Ya
me lo imagino en la primera página de El Profeta: «Calderos con
agujeros.»
Percy se sonrojó ligeramente.
—Puede que te parezca una tontería, Ron —repuso acaloradamente—, pero si
no se aprueba una ley internacional bien podríamos encontrar el mercado
inundado de productos endebles y de culo demasiado delgado que pondrían
seriamente en peligro…
—Vaya, sobrino, cuanta intensidad… —dijo Fabian.
—Sí, no crees que deberías relajarte un poco —le aconsejó
Gideon.
Fabian negó con la cabeza.
—No lo creo, hermano, nuestro querido sobrino parece muy ambicioso…
y eso a veces no es muy bueno —dijo Fabian en un tono de voz que solo lo podía
escuchar su gemelo.
—Sí, sí, de acuerdo —interrumpió Ron, y siguió subiendo.
Percy cerró la puerta de su habitación dando un portazo. Mientras Harry,
Hermione y Ginny seguían a Ron otros tres tramos, les llegaban ecos de gritos
procedentes de la cocina. El señor Weasley debía de haberle contado a su mujer
lo de los caramelos.
—Sí, sí que lo hizo —dijo George.
—Parecía que papá no quería, pero al final termino
cediendo a la petición de mamá —contó
Fred.
La habitación donde dormía Ron en la buhardilla de la casa, estaba casi
igual que el verano anterior: los mismos pósters del equipo de quidditch
favorito de Ron, los Chudley Cannons, que daban vueltas y saludaban con la mano
desde las paredes y el techo inclinado; y en la pecera del alféizar de la
ventana, que antes contenía huevas de rana, había una rana enorme. Ya no estaba
Scabbers, la vieja rata de Ron, pero su lugar lo ocupaba la pequeña
lechuza gris que había llevado la carta de Ron a Privet Drive para entregársela
a Harry. Daba saltos en una jaulita y gorjeaba como loca.
—¡Cállate, Pig! —le dijo Ron, abriéndose paso entre dos de las
cuatro camas que apenas cabían en la habitación—. Fred y George duermen con
nosotros porque Bill y Charlie ocupan su cuarto —le explicó a Harry—. Percy se
queda la habitación toda para él porque tiene que trabajar.
Los gemelos Prewett miraron a su sobrino y luego se
miraron entre ellos, e hicieron un gesto de incertidumbre. Ellos no podían creer
que tenían un sobrino tan… pomposo.
—¿Por qué llamas Pig a la lechuza? —le preguntó Harry a Ron.
—Porque es tonto —dijo Ginny—. Su verdadero nombre es Pigwidgeon.
—¿Por qué nombraste de ese modo a tu lechuza? —preguntó
Ted a Ron.
—No fui yo, fue Ginny —respondió el aludido.
—¿Y no te opusiste? —preguntó ahora Frank.
—Pues, yo no tuve otra alternativa que resignarme —dijo
Ron mirando de reojo a su hermana.
Sirius rió entre dientes.
—¿Qué es lo gracioso? —le preguntó James a su amigo.
—Dijo que tuvo que resignarse. Yo más bien creo que tuvo
miedo en contradecirla —dijo Sirius—. Ya te lo he dicho, las pelirrojas son
peligrosas, Cornamenta. ¿Estás seguro de seguir con Lily?
—Oye —se quejó James—. Por supuesto que sí. Me ha costado
mucho hacer que ella me acepte, como para ahora echarme para atrás solo porque
las pelirrojas tengan carácter fuerte.
—Sí, y ése no es un nombre tonto —contestó sarcásticamente Ron—. Ginny
lo bautizó. Le parece un nombre adorable. Yo intenté cambiarlo, pero era
demasiado tarde: ya no responde a ningún otro. Así que ahora se ha quedado con Pig.
Tengo que tenerlo aquí porque no gusta a Errol ni a Hermes. En
realidad, a mí también me molesta.
Pigwidgeon revoloteaba veloz y alegremente
por la jaula, gorjeando de forma estridente. Harry conocía demasiado a Ron para
tomar en serio sus palabras: siempre se había quejado de su vieja rata Scabbers,
pero cuando creyó que Crookshanks, el gato de Hermione, se la había
comido, se disgustó muchísimo.
—Es que Ron es así —comentó Ginny—. Siempre le acostado
demostrar sus sentimientos.
—Por supuesto que no —replicó Ron.
—Ah, y eso no es todo, cuando se enoja o se deprime es
realmente insufrible —siguió Ginny.
—No es cierto —dijo Ron, y las orejas se le pusieron
repentinamente rojas—. ¿Verdad que no, Luna? —preguntó a su novia.
—Bueno… —murmuró Luna, pensativa—, no eres insufrible.
Aunque a veces si un poco terco.
Se escucharon unas risitas por parte de los hermanos y
amigos del pelirrojo.
—Vaya, gracias, cariño —murmuró Ron.
—De nada —respondió Luna, con una sonrisa encantadora.
—¿Dónde está Crookshanks? —preguntó Harry a Hermione.
—Fuera, en el jardín, supongo. Le gusta perseguir a los gnomos; nunca
los había visto.
—Entonces, ¿Percy está contento con el trabajo? —inquirió Harry,
sentándose en una de las camas y observando a los Chudley Cannons, que entraban
y salían como balas de los pósters colgados en el techo.
—¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa
si mi padre no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su
jefe. «Según el señor Crouch… Como le iba diciendo al señor Crouch… El señor
Crouch opina… El señor Crouch me ha dicho…» Un día de éstos anunciarán su
compromiso matrimonial.
Percy se sonrojo, a la vez que los demás reían.
—Tanta devoción y ese hombre ni siquiera recordaba su
nombre —rezongó Ron.
—Sí, lo recordaba —trato de defenderse Percy.
—Pues lo disimulaba muy bien —alegó Ron.
Percy no replico nada más, y Oliver al ver la incomodidad
de su antiguo compañero de casa, decidió ayudarlo y volvió a leer.
—¿Has pasado un buen verano, Harry? —quiso saber Hermione—. ¿Recibiste
nuestros paquetes de comida y todo lo demás?
—Sí, muchas gracias —contestó Harry—. Esos pasteles me salvaron la vida.
—¿Y has tenido noticias de…? —comenzó Ron, pero se calló en respuesta a
la mirada de Hermione.
—Oh, estabas a punto de preguntar por Canuto, ¿cierto?
—dijo James.
Ron asintió.
Harry se dio cuenta de que Ron quería preguntarle por Sirius. Ron y
Hermione se habían involucrado tanto en la fuga de Sirius que estaban casi tan
preocupados por él como Harry. Sin embargo, no era prudente hablar de él
delante de Ginny. A excepción de ellos y del profesor Dumbledore, nadie sabía
cómo había escapado Sirius ni creía en su inocencia.
Ginny frunció el ceño.
—Pues si me lo hubieran dicho, yo hubiera comprendido
—dijo Ginny.
—¿Y les hubieras creído? —preguntó Sirius.
—Por supuesto, ¿por qué no habría de creerles? —dijo la
pelirroja, aun sin dejar de fruncir el ceño.
—Bueno, lo lamentamos, pero era mejor prevenir —dijo
Hermione—. Cuantos menos supieran de Sirius, mejor.
Ginny rodó los ojos, pero finalmente asintió.
—Creo que han dejado de discutir —dijo Hermione para disimular aquel
instante de apuro, porque Ginny miraba con curiosidad tan pronto a Ron como a
Harry—. ¿Qué tal si bajamos y ayudamos a vuestra madre con la cena?
—De acuerdo —aceptó Ron.
Los cuatro salieron de la habitación de Ron, bajaron la escalera y
encontraron a la señora Weasley sola en la cocina, con aspecto de enfado.
Sirius miró en ese momento a Molly. Y se dio cuenta que la
Molly que estaba en la sala con él, también parecía enfadada.
Tengo
que cuidarme de las pelirrojas, ni siquiera me puedo permitir tener una cita
con una, pensaba Sirius.
—Vamos a comer en el jardín —les dijo en cuanto entraron—. Aquí no cabemos
once personas. ¿Podríais sacar los platos, chicas? Bill y Charlie están
colocando las mesas. Vosotros dos, llevad los cubiertos —les dijo a Ron y a
Harry. Con más fuerza de la debida, apuntó con la varita a un montón de patatas
que había en el fregadero, y éstas salieron de sus mondas tan velozmente que
fueron a dar en las paredes y el techo—. ¡Dios mío! —exclamó, apuntando con la
varita al recogedor, que saltó de su lugar y empezó a moverse por el suelo
recogiendo las patatas—. ¡Esos dos! —estalló de pronto, mientras sacaba
cazuelas del armario. Harry comprendió que se refería a Fred y a George—. No sé
qué va a ser de ellos, de verdad que no lo sé. No tienen ninguna ambición, a
menos que se considere ambición dar tantos problemas como pueden.
—¡Merlín! —exclamó Charlie, recordando—. En esos momentos
mamá era más peligrosa que Tonks tratando de ayudar en la cocina.
Ted se sorprendió.
—¿Te refieres a mí? —preguntó.
—Eh, no, no —dijo Bill—. Se refiere a tu hija —Ted y
Andrómeda miraron interrogante al Weasley mayor—, lo que quiero decir es que,
su hija… no era una persona muy… ágil.
Andrómeda sonrió.
—Se a lo que te refieres —dijo. Nymphadora, en ese tiempo
tenía cuatro años, y la pobre siempre tenía accidentes, se tropezaba con la
pata de algún mueble, con algunas piedras, incluso con sus propios pies, y que
decir cuando tenía algo en las manos, todo se le caía al suelo—. Tenía la
esperanza de que cambiará al crecer —los señores Tonks terminaron sonriendo.
Por su parte, Hermione, al escuchar sobre Tonks, tenía
sentimientos encontrados —tanto pena, como disgusto—, ya que ellas al comienzo
se habían llevado bien, pero al enterarse de que se habían enamorado del mismo
hombre, las llevo a distanciarse. Y habían tenido algunas que otras disputas.
Pero eso no quería decir que Hermione se alegrara de su muerte, por supuesto
que no, y más viendo que sin ella, Andrómeda se había quedado sola.
—¿Estás bien? —de pronto una voz la saco de sus
pensamientos.
Se volvió y vio a su amigo de ojos verdes.
—Perdón. ¿Qué me decías?
—¿Qué si te encuentras bien? —repitió Harry.
—Sí, por supuesto —respondió la castaña—. No te preocupes
—y le sonrió a su amigo, queriendo hacerle ver que todo estaba perfecto.
Pero Harry no era tonto y sabía que cada vez que
mencionaban el nombre de Tonks, Hermione se ponía mal. Y no la culpaba, él
había presenciado una de las discusiones entre su amiga y Tonks.
Remus también se había dado cuenta del cambio de semblante
de Hermione, y se preguntaba qué era lo que le sucedía, ya que esta no era la
primera vez, en otra ocasión también se había puesto de esa manera cuando
mencionaron a la hija de Ted y Andrómeda.
Él quería acercársele y preguntarle, pero luego recordó
que tenía que apartarse de ella, ya que él estaba convencido de que no era
bueno para ella.
Depositó ruidosamente en la mesa de la cocina una cazuela grande de
cobre y comenzó a dar vueltas a la varita dentro de la cazuela. De la punta
salía una salsa cremosa conforme iba removiendo.
—No es que no tengan cerebro —prosiguió irritada, mientras llevaba la
cazuela a la cocina y encendía el fuego con otro toque de la varita—, pero lo
desperdician, y si no cambian pronto, se van a ver metidos en problemas de
verdad (Nunca nos ha pasado nada malo por nuestras
bromas, dijeron los gemelos Weasley). He recibido más lechuzas de
Hogwarts por causa de ellos que de todos los demás juntos. Si continúan así
terminarán en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia.
—Bueno, pero no lo tuvimos —dijo Fred.
—Y hemos conseguido trabajar en lo que realmente nos gusta
—agregó George.
Molly miró a sus hijos.
—¿Qué quieren decir con eso? —preguntó.
—Oh, ya lo veras, mamá —fue la respuesta de los gemelos
Weasley.
La señora Weasley tocó con la varita el cajón de los cubiertos, que se
abrió de golpe. Harry y Ron se quitaron de en medio de un salto cuando algunos
de los cuchillos salieron del cajón, atravesaron volando la cocina y se
pusieron a cortar las patatas que el recogedor acababa de devolver al
fregadero.
—No sé en qué nos equivocamos con ellos —dijo la señora Weasley posando
la varita y sacando más cazuelas—. Llevamos años así, una cosa detrás de otra,
y no hay manera de que entiendan… ¡OH, NO, OTRA VEZ!
Al coger la varita de la mesa, ésta lanzó un fuerte chillido y se
convirtió en un ratón de goma gigante.
—¡Otra de sus varitas falsas! —gritó—. ¿Cuántas veces les he dicho a
esos dos que no las dejen por ahí?
—Oh, esas varitas también fueron de nuestros primeros
inventos —dijo George con nostalgia.
—Y de los mejores —agregó Fred, sonriendo.
Cogió su varita auténtica, y al darse la vuelta descubrió que la salsa
humeaba en el fuego.
—Vamos —le dijo Ron a Harry apresuradamente, cogiendo un puñado de
cubiertos del cajón—. Vamos a echarles una mano a Bill y a Charlie.
Dejaron sola a la señora Weasley y salieron al patio por la puerta de
atrás.
Apenas habían dado unos pasos cuando Crookshanks, el gato color
canela y patizambo de Hermione, salió del jardín a toda velocidad con su cola
de cepillo enhiesta y persiguiendo lo que parecía una patata con piernas llenas
de barro. Harry recordó que aquello era un gnomo. Con su palmo de altura,
golpeaba en el suelo con los pies como los palillos en un tambor mientras
corría a través del patio, y se zambulló de cabeza en una de las botas de goma
que había junto a la puerta. Harry oyó al gnomo riéndose a mandíbula batiente
mientras Crookshanks metía la pata en la bota intentando atraparlo. Al
mismo tiempo, desde el otro lado de la casa llegó un ruido como de choque.
Comprendieron qué era lo que había causado el ruido cuando entraron en el
jardín y vieron que Bill y Charlie blandían las varitas haciendo que dos mesas
viejas y destartaladas volaran a gran altura por encima del césped, chocando
una contra otra e intentando hacerse retroceder mutuamente. Fred y George
gritaban entusiasmados, Ginny se reía y Hermione rondaba por el seto,
aparentemente dividida entre la diversión y la preocupación.
—¿Por qué estabas preocupada? —preguntó Sirius a Hermione.
—Temía que incordiábamos a la señora Weasley —respondió la
castaña.
—Nunca incordiarían, querida —dijo Molly—. Al parecer, yo
solo estaba disgustada con Fred y George.
La mesa de Bill se estrelló contra la de Charlie con un enorme estruendo
y le rompió una de las patas. Se oyó entonces un traqueteo, y, al mirar todos
hacia arriba, vieron a Percy asomando la cabeza por la ventana del segundo
piso.
—¿Queréis hacer menos ruido? —gritó.
—Bueno, esta vez Percy si tiene razón —dijo Ginny.
Percy miró a su hermana menor, con cierta sorpresa.
—¿En serio? —preguntó Percy.
—Sí, ya esa vez el ruido fue muy fuerte, e incluso me perturbaría
a mí si tuviera que estudiar.
Percy asintió.
—Lo siento, Percy —se disculpó Bill con una risita—. ¿Cómo van los culos
de los calderos?
—Muy mal —respondió Percy malhumorado, y volvió a cerrar la ventana
dando un golpe. Riéndose por lo bajo, Bill y Charlie posaron las mesas en el
césped, una pegada a la otra, y luego, con un toquecito de la varita mágica,
Bill volvió a pegar la pata rota e hizo aparecer por arte de magia unos manteles.
Percy negó con la cabeza.
Al
parecer a nadie le interesaba mi trabajo, pensaba el
pelirrojo.
A las siete de la tarde, las dos mesas crujían bajo el peso de un sinfín
de platos que contenían la excelente comida de la señora Weasley, y los nueve
Weasley, Harry y Hermione tomaban asiento para cenar bajo el cielo claro, de un
azul intenso. Para alguien que había estado alimentándose todo el verano de
tartas cada vez más pasadas, aquello era un paraíso, y al principio Harry
escuchó más que habló mientras se servía empanada de pollo con jamón, patatas
cocidas y ensalada.
Al otro extremo de la mesa, Percy ponía a su padre al corriente de todo
lo relativo a su informe sobre el grosor de los calderos.
—Le he dicho al señor Crouch que lo tendrá listo el martes —explicaba
Percy dándose aires—. Eso es algo antes de lo que él mismo esperaba, pero me
gusta hacer las cosas aún mejor de lo que se espera de mí. Creo que me
agradecerá que haya terminado antes de tiempo (Claro,
podría habértelo agradecido aprendiéndose tu nombre, murmuró Ron. Ginny lo
escuchó y lo pateo por debajo de la mesa, Ron la miró y ella le dijo un:
Silencio, Ron). Quiero decir que, como ahora hay tanto que hacer en
nuestro departamento con todos los preparativos para los Mundiales, y la verdad
es que no contamos con el apoyo que necesitaríamos del Departamento de Deportes
y Juegos Mágicos… Ludo Bagman…
—¿Ludo Bagman? ¿El golpeador de las Avispas de Wimbourne? —preguntó
James.
—Él mismo —respondió Harry.
—Y por lo que veo termino trabajando en el Departamento de
Deportes —dijo Sirius.
—Llego a ser el Jefe del Departamento —contó Bill.
—Y también un tramposo a la hora de pagar sus deudas de
juego —dijeron los gemelos Weasley.
—¿Por qué dicen eso? —preguntó Frank.
—Oh, ya lo sabrán muy pronto —respondieron estos, con el
rostro serio.
—Ludo me cae muy bien —dijo el señor Weasley en un tono afable—. Es el
que nos ha conseguido las entradas para la Copa. Yo le hice un pequeño favor:
su hermano, Otto, se vio metido en un aprieto a causa de una segadora con
poderes sobrenaturales, y arreglé todo el asunto…
—Desde luego, Bagman es una persona muy agradable —repuso Percy
desdeñosamente—, pero no entiendo cómo pudo llegar a director de departamento.
¡Cuando lo comparo con el señor Crouch…! Desde luego, si se perdiera un miembro
de nuestro departamento, el señor Crouch intentaría averiguar qué ha sucedido.
¿Sabes que Bertha Jorkins lleva desaparecida ya más de un mes? Se fue a Albania
de vacaciones y no ha vuelto…
—Ni volverá —dijo Alice.
—No después de encontrarse con Peter —dijo Frank.
—No menciones a ese traidor —dijo Sirius con tono osco.
—Bien, de acuerdo —dijo Frank levantando las manos en
señal de que no lo volvería a repetir.
—No, lo siento, Frank. Tú no tienes la culpa —dijo Sirius,
reconociendo que Frank no tenía la culpa de su mal humor que exploto al
escuchar el nombre de su ex amigo.
—Sí, le he preguntado a Ludo —dijo el señor Weasley, frunciendo el
entrecejo—. Dice que Bertha se ha perdido ya un montón de veces. Aunque, si
fuera alguien de mi departamento, me preocuparía…
—Por supuesto, Bertha es un caso perdido —siguió Percy—. Creo que se la
han estado pasando de un departamento a otro durante años: da más problemas de
los que resuelve. Pero, aun así, Ludo debería intentar encontrarla. El señor
Crouch se ha interesado personalmente… Ya sabes que ella trabajó en otro tiempo
en nuestro departamento, y creo que el señor Crouch le tiene estima. Pero
Bagman no hace más que reírse y decir que ella seguramente interpretó mal el
mapa y llegó hasta Australia en vez de Albania. En fin —Percy lanzó un
impresionante suspiro y bebió un largo trago de vino de saúco—, tenemos ya
bastantes problemas en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional para
que intentemos encontrar al personal de otros departamentos. Como sabes, hemos
de organizar otro gran evento después de los Mundiales. —Se aclaró la garganta
como para llamar la atención de todos, y miró al otro extremo de la mesa, donde
estaban sentados Harry, Ron y Hermione, antes de continuar—: Ya sabes de qué
hablo, papá —levantó ligeramente la voz—: el asunto ultra-secreto.
—Vaya, sobrino, parece que quieres que te pregunten por ese asunto —dijo Fabian.
—Sí, y no era la primera vez que lo intentaba —contó Ron.
—Pues si lo querías decir, porque simplemente no lo decías
y ya —dijo Gideon.
—De seguro que quería darse importancia —agregaron los
gemelos Weasley.
Percy resopló.
—¿Podrían dejar de hablar de mí como si yo no estuviera
presente? —pidió.
—Bien —dijo Ron a regañadientes.
Ron puso cara de resignación y les susurró a Harry y a Hermione:
—Ha estado intentando que le preguntemos de qué se trata desde que
empezó a trabajar. Seguramente es una exposición de calderos de culo delgado.
En el medio de la mesa, la señora Weasley discutía con Bill a propósito
de su pendiente, que parecía ser una adquisición reciente.
—… con ese colmillazo horroroso ahí colgando… Pero ¿qué dicen en el
banco?
—Pues… si no les importa mucho que un prófugo de la
justicia —Sirius se señaló a sí mismo—, saque dinero de su cámara, no creo que
a los duendes les importe mucho el pendiente de Bill.
—Exacto —dijo Bill.
—Mamá, en el banco a nadie le importa un comino lo que me ponga mientras
ganen dinero conmigo —explicó Bill con paciencia.
—Y tu pelo da risa, cielo —dijo la señora Weasley, acariciando su
varita—. Si me dejaras darle un corte…
—A mí me gusta —declaró Ginny, que estaba sentada al lado de Bill—. Tú
estás muy anticuada, mamá. Además, no tienes más que mirar el pelo del profesor
Dumbledore…
Los ojos del anciano director brillaron.
—Oh, me halaga que piense que estoy a la moda, señorita Weasley
—dijo Dumbledore.
Ese comentario jocoso causo la risa de los alumnos, menos
de los agrios sentidos del humor de Snape y los señores Malfoy.
Junto a la señora Weasley, Fred, George y Charlie hablaban animadamente
sobre los Mundiales.
—Va a ganar Irlanda —pronosticó Charlie con la boca llena de patata—. En
las semifinales le dieron una paliza a Perú.
—Ya, pero Bulgaria tiene a Viktor Krum —repuso Fred.
—Que al final no fue tan buen jugador como se pensaba
—comentó Ron mirando de reojo a Hermione.
—Eso dices ahora, pero recuerda que… —Ginny callo lo que
iba a decir en cuanto capto la mirada de su amiga castaña.
—¿Qué cosa tiene que recordar? —preguntó James.
—Nada, cosas mías —fue la escueta respuesta de Ginny.
—Está un poco loca, ¿no lo crees, Cornamenta? —susurró
Sirius a su amigo.
—Shh, cuidado y te escucha —le dijo.
—Krum es un buen jugador, pero Irlanda tiene siete estupendos jugadores
—sentenció Charlie—. Ojalá Inglaterra hubiera pasado a la final. Fue
vergonzoso, eso es lo que fue.
—¿Qué ocurrió? —preguntó interesado Harry, lamentando más que nunca su
aislamiento del mundo mágico mientras estaba en Privet Drive. Harry era un
apasionado del quidditch. Jugaba de buscador en el equipo de Gryffindor desde
el primer curso, y tenía una Saeta de Fuego, una de las mejores escobas de carreras
del mundo.
—Fue derrotada por Transilvania, por trescientos noventa a diez —repuso
Charlie con tristeza—. Una actuación terrorífica. Y Gales perdió frente a
Uganda, y Escocia fue vapuleada por Luxemburgo.
—Oh, eso ha sido terrible —comentó James.
—Más que terrible —dijo Oliver—. Y eso que no…
—Lamento interrumpir su enriquecedora conversación sobre
quidditch —dijo la profesora McGonagall—, pero tenemos que terminar de leer
este capítulo.
—Sí, lo siento, profesora —dijo Oliver, que continúo
leyendo.
Antes de que tomaran el postre, helado casero de fresas, el señor
Weasley hizo aparecer mediante un conjuro unas velas para alumbrar el jardín,
que se estaba quedando a oscuras, y para cuando terminaron, las polillas
revoloteaban sobre la mesa y el aire templado olía a césped y a madreselva. Harry
había comido maravillosamente y se sentía en paz con el mundo mientras
contemplaba a los gnomos que saltaban entre los rosales, riendo como locos y
corriendo delante de Crookshanks.
Ron observó con atención al resto de su familia para asegurarse de que
estaban todos distraídos hablando y le preguntó a Harry en voz muy baja:
—¿Has tenido últimamente noticias de Sirius?
Hermione vigilaba a los demás mientras no se perdía palabra.
—En ese momento nos hubiera servido mucho el hechizo Muffliato —dijo Ron.
—¿Y para qué sirve ese hechizo? —preguntó James muy
interesado.
—Eso lo sabrán después —dijo Hermione—. Ahora no es el
momento.
—Vaya, ahora parece tan estricta como Minnie —dijo Sirius.
—Sí —dijo Harry también en voz baja—, dos veces. Parece que está muy
bien. Anteayer le escribí. Es probable que envíe la contestación mientras
estamos aquí.
Recordó de pronto el motivo por el que había escrito a Sirius y, por un
instante, estuvo a punto de contarles a Ron y a Hermione que la cicatriz le
había vuelto a doler y el sueño que había tenido… pero no quiso preocuparlos
precisamente en aquel momento en que él mismo se sentía tan tranquilo y feliz.
—Mirad qué hora es —dijo de pronto la señora Weasley, consultando su
reloj de pulsera—. Ya tendríais que estar todos en la cama, porque mañana os
tendréis que levantar con el alba para llegar a la Copa. Harry, si me dejas la
lista de la escuela, te puedo comprar las cosas mañana en el callejón Diagon.
Voy a comprar las de todos los demás porque a lo mejor no queda tiempo después
de la Copa. La última vez el partido duró cinco días.
—Esos son los mejores partidos —comentó James.
—James —dijo Lily.
—Sí, ya lo sé, como dijo Minnie tenemos que terminar de
leer este capítulo.
Lily asintió.
—¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! —dijo Harry entusiasmado.
—Bueno, pues yo no —replicó Percy en tono moralista—. Me horroriza
pensar cómo estaría mi bandeja de asuntos pendientes si faltara cinco días del
trabajo.
—Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh,
Percy? —dijo Fred.
Se escucharon unas risitas, mientras Percy se sonrojaba.
—¡Era una muestra de fertilizante proveniente de Noruega! —respondió
Percy, poniéndose muy colorado—. ¡No era nada personal!
—Sí que lo era —le susurró Fred a Harry, cuando se levantaban de la
mesa—. Se la enviamos nosotros.
—¡¿Ustedes?! —exclamó Percy—. ¡Son imposibles! ¿Por qué me
enviaron una cosa como esa?
—No, no somos imposibles. ¡Somos geniales! —dijeron los
gemelos—. Y porque te enviamos la caca de dragón, pues… —lo pensaron un
momento—, porque nos divierte.
Percy se quedó echando humos.
—Aquí termina el capítulo —anunció Oliver.