Al
día siguiente todos estaban sentados en sus respetivos lugares, desayunando y,
esperando escuchar un nuevo capítulo del tercer libro del futuro. Pero había
tres chicos y una chica que estaban más distraídos, los sucesos de la noche los
tenía confundidos. Especialmente a Remus y Hermione.
—¿Qué
paso realmente anoche, Lunático? —preguntó Sirius a Remus, bebiendo un poco de
jugo de calabaza.
Crookshanks que ya había terminado de desayunar
estirándose camino hasta Sirius, y de un salto subió al regazo del animago, y
ahí se acomodó para dormir.
A
Sirius no le incomodo la acción del gato, solo bajo la mirada un momento, y
luego volvió a mirar a su amigo, para urgirle una respuesta.
Remus
suspiró esa era la décimo cuarta vez que Sirius le hacia la misma pregunta.
—Hermione
tuvo una pesadilla —respondió Lupin por décimo cuarta vez.
—Sí.
Eso ya lo dijiste —dijo James, bajando la voz—, pero ¿por qué Hermione y tú se
abrazaban como si se les fuera la vida?
Sirius
asintió, y Remus se sonrojó, bajo la mirada no quería encontrarse con los ojos
acusadores de sus amigos y mucho menos con los ojos de Hermione, ya que aún no
le había dado una explicación de porqué él se encontraba en su habitación.
—Porque…
ya lo dije, ella tuvo una pesadilla, y tuvo miedo, por eso me abrazo —contestó
Remus, y en parte no era todo mentira eso que Hermione lo había abrazo.
—Está
bien, Lunático, vamos hacer como que te creemos —dijo Sirius—, pero yo sé que
en cualquier momento terminaras contándonos la verdad, al final no podrás
soportar la presión y simplemente lo dirás todo.
Remus
se encogió en su asiento. Ya que eso que decía Remus era verdad. Al final no
podría soportar lo que le pasaba a él y a su lobo interior y se lo terminaría
contando a sus amigos.
Por
su parte Hermione estaba más callada de lo inusual, y dirigía miradas furtivas
hacia Remus.
—Bien,
¿qué sucede? —le preguntó Ginny en voz baja. Esta vez la pelirroja estaba
sentada a su lado.
—¿Qué
sucede, sobre qué? —dijo Hermione, sin mirar a su amiga.
Ginny
rodó los ojos.
—Ayer
no estabas así, y hoy día estás callada…
—Es
que no tengo nada que decir —la interrumpió Hermione.
Ginny
siguió hablando como si no hubiera escuchado a la castaña.
—… y
estás mirando a Remus cada dos minutos, claro, y eso sin mencionar que no has
probado tu desayuno. Y recuerda que por tu estado tienes que comer —dijo
rápidamente Ginny cuando se dio cuenta de que Hermione iba a alegar algo.
Hermione
pareció meditar las palabras de su amiga, porque se llevó una cucharada de avena
a la boca.
—Ya
estoy comiendo, ¿ves?
—Eso
no responde a mi primera pregunta —alegó la pelirroja.
Hermione
se volvió para mirar a su amiga pelirroja.
—Después
te explico todo —le susurró. Y eso basto para que Ginny dejara de hacer
preguntas, pero estaba segura por las miradas que Hermione le dirigía a Remus
que tenía que ver con él. Siempre tenía que ver con él. Desde hace unos meses
se había acostumbrado que su amiga se pusiera mal por la ausencia de Remus
Lupin.
***
Cuando
el desayuno termino, Dumbledore le dio el libro a Bill Weasley para que
continuara con la lectura. Este abrió el libro, y leyó el título:
—“La predicción de la profesora Trelawney”.
—¿Qué?
—exclamaron los gemelos Prewett.
—Y
ahora tendremos que aguantar un capítulo donde la falsa vidente haga sus
predicciones —agregó Gideon.
—Bueno,
se podría decir que esa fue una de las veces en que si acertó —comentó ron por
lo bajo.
Harry
que lo había escuchado asintió.
—¿Predicciones?
Yo diría desgracias —corrigió Sirius. James asintió estando de acuerdo—.
Apuesto a que…
—No,
Sirius —lo interrumpió Harry—. Esa vez la profesora Trelawney acertó. Esa vez
si fue una profecía real.
—Ya
lo ven. La profesora Trelawney no es ninguna charlatana, ella si hace
predicciones —la defendió Parvati.
Hermione
observó con impaciencia a Parvati, pero no comento nada.
—Un
momento, Harry. ¿Estas tratando de decir que esa mujer si puede hacer profecías
en verdad? —preguntó James.
—Bueno…
—empezó Harry.
—Solo
en ciertas ocasiones —completo Ron.
—Vaya
—murmuraron varios.
Y cuando los murmullos se silenciaron Bill
empezó a leer.
La euforia por haber ganado la copa de
quidditch le duró a Harry al menos una semana. Incluso el clima pareció
celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos
nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por
los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de
zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de
gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la
superficie del lago.
—Bueno, por lo menos no
ha ocurrido nada terrible hasta el momento —comentó Lily, queriendo que la
lectura de ese capítulo siguiera así de tranquilo.
Pero no podían hacerlo. Los exámenes se
echaban encima y, en lugar de holgazanear, los estudiantes tenían que
permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarse
mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival (Sí, y algo terrible tenía que pasar para arruinar el
buen tiempo. Debería estar prohibido estudiar en esos días, dijo Sirius. Lily
rodó los ojos ante el comentario del animago). Incluso se había visto
trabajar a Fred y a George Weasley; estaban a punto de obtener el TIMO (Título
Indispensable de Magia Ordinaria) [Y para lo que
les sirvió, a mamá no le agrado nada sus resultados, comentó Ron. A lo que los
gemelos le dedicaron una mirada nada amable a su hermano menos, mientras que
Molly mirada a sus gemelos con enojo, ya luego se encargaría se regañarlos].
Percy se preparaba para el ÉXTASIS (Exámenes Terribles de Alta Sabiduría e
Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy
quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones (No nos recuerden esa época. Percy se puso más
insoportable de lo que ya es, dijeron los gemelos Weasley al unísono. Percy los
miró, pero simplemente trato de ignorar su comentario, porque sabía
perfectamente lo que ocurriría después de que pasara esos exámenes: él se graduaría
y conseguiría trabajo en el Ministerio, y luego de eso, seguiría cometer el
peor error de su vida, darla la espalda a su familia). Se ponía cada vez
más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las
tardes el silencio de la sala común (Vaya, ni
siquiera Lunático y la pelirroja número uno se han puesto tan histéricos, dijo
Sirius. Lily le dirigió una mirada asesina por lo que el animago ya no siguió
hablando). De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que
Percy era Hermione.
—Sí, y ahora comprendemos
porque —dijo Ron.
—¿Por qué? —preguntó
Sirius.
—Oh, esa es una respuesta
interesante, que creo que dejare que lo averigüen en su momento —respondió Ron,
y por primera vez en ese día Hermione sonrió.
Sirius hizo una mueca.
Harry y Ron habían dejado de
preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no
pudieron contenerse cuando vieron el calendario de exámenes que tenía. La
primera columna indicaba:
LUNES
9 en punto: Aritmancia
9 en punto: Transformaciones
Comida
1 en punto: Encantamientos
1 en punto: Runas Antiguas
—¿Qué? —exclamó James.
—Cuatro exámenes en un
mismo día, y la hora de dos de esos exámenes tienen el mismo horario que los
otros dos siguientes —dijo un sorprendido Sirius.
—¿Cómo es posible?
—preguntó Remus, mirando directamente a Hermione por primera vez en esa mañana.
—Eso mismo nos
preguntamos nosotros —dijeron los gemelos Prewett.
—No tendrías mal el
horario —dijo Alice.
Hermione no dijo nada.
—Es incomprensible tener
dos clases en el mismo horario, pero rendir dos exámenes a la misma hora, es
una locura —comentó Ted.
McGonagall que ya sabía
lo que sucedía, decidió salvar a Hermione de todo ese interrogatorio y apresuro
a Bill para que siguiera leyendo.
—¿Hermione? —dijo Ron con cautela,
porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh… ¿estás
segura de que has copiado bien el calendario de exámenes?
—¿Qué? —dijo Hermione bruscamente,
cogiendo el calendario y observándolo—. Claro que lo he copiado bien.
—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas
a hacer dos exámenes a la vez? —le dijo Harry.
—No —respondió Hermione lacónicamente—.
¿Habéis visto mi ejemplar de Numerología y gramática?
—Aun no puedo creer que
nos hayas ocultado la verdad por todo un año —se quejó Ron.
Si, era demasiado bueno para ser verdad, pensó Hermione.
—Era un secreto, Ron
—dijo Hermione.
—Pero nosotros somos tus
amigos —alegó Ron, señalando a Harry y luego señalándose él—, los tres
hubiéramos guardado bien el secreto.
Todos miraban a los tres
chicos.
—«Tres pueden guardar un
secreto si dos de ellos están muertos» —citó Hermione. Ya que conociendo a su
amigo pelirrojo, ella sabía que Ron era bueno, pero también era muy impulsivo y
si le contaba sobre su secreto en un momento de enojo podría haber hablado de
más.
—¿Qué? —preguntó Ron, y
en su rostro se veía la confusión—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Benjamín Franklin —dijo
Harry, reconociendo la frase.
—Sí —respondió Hermione—.
Me sorprende, Harry, estuviste leyendo algunos libros de Franklin.
Harry sonrió.
—Te recuerdo que yo
también fui a una escuela muggle en la primaria, igual que tú —dijo Harry.
—¿Quién es ese tal
Benjamín Fran? —preguntó Ron sintiéndose marginado en esa conversación.
—Es Benjamín Franklin, no
Fran —corrigió Hermione—. Y él era un político, científico e inventor
estadounidense. Además, de que también era un experto jugador de ajedrez, si
hasta llego a escribir ensayos sobre el juego. Te gustará leerlo, Ron.
—Sí. No lo creo, yo no
leo, a menos que escribiera sobre quidditch —dijo Ron.
Hermione rodó los ojos.
—Bueno, a todo esto sobre
los secretos, Hermione —dijo Harry—, déjame recordarte otra frase sobre
Franklin: «Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo siempre será un
hermano».
—Touché —dijo Hermione al
comprender lo que su amigo pelinegro le había querido decir.
Por su parte Sirius, que
era uno de los que estaban atentos en la plática de su ahijado con sus amigos,
no podía estar más de acuerdo con esa frase. Ya que su hermano en definitiva no
era su amigo, pero sus amigos si eran sus hermanos, incapaces de traicionarlo y
en los que confiaba ciegamente.
Luego de esa conversación
entre el trío de oro, Bill continuo leyendo.
—Sí, lo cogí para leer en la cama —dijo
Ron en voz muy baja.
—Parece que alguien tiene
miedo, Gred —dijo George a su gemelo.
Fred asintió, y luego
ambos miraron con una sonrisa burlona a su hermano.
—No tenía miedo… —empezó
Ron, pero fue interrumpido por Fred.
—Pero solo querías cuidar
tu pellejo.
—Cállate —refunfuñó Ron.
Hermione empezó a revolver entre
montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la
ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre
fuertemente atenazado en el pico.
—Es de Hagrid —dijo Harry, abriendo el
sobre—. La apelación de Buckbeak se
ha fijado para el día 6.
—Es el día que terminamos los exámenes
—observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.
—Ese sí que es un buen
augurio —dijo Gideon.
—El mejor de todos los
augurios, el que se terminan los exámenes —concordó Fabian.
—Yo no estaría tan seguro
—dijo Harry por lo bajo.
—Y tendrá lugar aquí. Vendrá alguien
del Ministerio de Magia y un verdugo.
—¿Qué? —se escuchó la
exclamación de varias voces.
—Eso es terrible —dijo
Alice.
Frank negó con la cabeza.
—Para ellos la
«apelación» es solo una formalidad. Solo para guardas las apariencias —dijo
Frank.
—Es que eso es lo único
que les importa, las apariencias —dijo Andrómeda.
—Es una injusticia —apoyó
Ted.
Hermione levantó la vista,
sobresaltada.
—¡Traen a un verdugo a la sesión de
apelación! Es como si ya estuviera decidido.
—Sí, eso parece —dijo Harry pensativo.
—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He
pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!
—Eso es lo que menos les
interesa a los del Ministerio —dijo Seamus—. Ellos no les interesan el juicio
de un hipogrifo.
Hagrid asintió. Si no lo
sabría él que tuvo que pasar de todo por salvar a su hipogrifo.
—Son unos miserables
—dijo Charlie.
—Y todo por culpa de
Malfoy —dijo Sirius mirando fijamente a Lucius y Draco. El rubio mayor sonrió
cínicamente cuando se dio cuenta de la mirada del animago, mientras que Draco
se sintió avergonzado por la acusación.
Pero Harry tenía la horrible sensación
de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión,
presionada por el señor Malfoy (Sirius y James le
dirigieron miradas asesinas al rubio mayor). Draco, que había estado
notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch,
había recuperado parte de su anterior petulancia. Por los comentarios
socarrones que entreoía Harry, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak,
y parecía encantado de ser el causante (Es un
maldito, igual que sy padre, dijo Fabian). Lo único que podía hacer
Harry era contenerse para no imitar a Hermione cuando golpeó a Malfoy (Si, buena esa, castaña, le dijo Sirius a Hermione a la
vez que le guiñaba un ojo. Por su parte Narcissa le dedico una mirada asesina a
su primo y a Hermione). Y lo peor de todo era que no tenían tiempo ni
ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de seguridad
no se habían levantado, y Harry no se atrevía a recoger la capa invisible del
interior de la estatua de la bruja.
—Y todo por culpa de
Quejicus. Ya que como siempre estaría metiendo las narices donde no lo llaman —dijo
Sirius.
—Sí, yo ando “metiendo
las narices donde no me llaman”, pero tú, Black, tienes que estar escondido
porque si no los dementores te atraparían, ¿verdad? —contraatacó Snape, lo más
venenosamente posible.
A Sirius se le
ensombreció la mirada, lo menos que quería era que alguien como Snape le
recordara su futuro.
—¡Cállate, Quejicus!
—dijo James.
La profesora McGonagall
se para y los regaño a todos por interrumpir la lectura y por seguir con sus
insultos y peleas de colegiales.
Luego de que la profesora
de Transformaciones se volviera a sentar, Bill siguió leyendo.
Comenzó la semana de exámenes y el
castillo se sumió en un inusitado silencio. Los alumnos de tercero salieron del
examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos,
comparando lo que habían hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios,
consistentes en transformar una tetera en tortuga (Recuerdo
ese examen, fue difícil, pero a Lily le salió bien, contó James).
Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago,
cosa que a los demás les traía sin cuidado.
—No sé de qué te
quejabas, Hermione. Si tú fuiste la que mejor lo hizo —comentó Ron.
Hermione no le respondió
nada a Ron, ya que reconocía que estaba paranoica, en los exámenes siempre se
ponía así y no podía evitarlo.
—La mía tenía un pitorro en vez de
cola. ¡Qué pesadilla…!
—¿Las tortugas echan vapor por la boca?
—La mía seguía teniendo un sauce
dibujado en el caparazón. ¿Creéis que me quitarán puntos?
—Bueno, por lo menos a ellos
no les fue peor que a Peter, ¿se acuerdan? —preguntó James.
Sirius sonrió.
—El pobre no dio una esa
vez —dijo el animago.
—Sí supiera de lo que fue
capaz ese “pobre” no le tendría demasiada consideración —susurró Ron a Harry.
—Tenía el asa en el caparazón
y votaba humo por la nariz —contó James.
Después de una comida apresurada, la
clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido
razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes.
Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el
ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula
vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo
el encantamiento (¿Por qué tenían que poner esa
parte en el libro?, preguntó Ron ligeramente avergonzado. Por su parte sus
hermanos gemelos se rieron de lo sonrojado que estaba). Después de
cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes,
pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y
Astronomía.
—Me imagino que en Cuidado
de Criaturas Mágicas, el examen no fue tan tedioso —comentó Frank—, con todo
eso del hipogrifo, no creo que Hagrid haya tenido ánimos de preparar algo
realmente difícil.
Hagrid presidió el examen de Cuidado de
Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente
preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo
de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el
gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los
dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además
concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.
—Buckbeak está
algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que
comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado
tiempo. Pero… en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.
Ese párrafo dejo a Sirius
como petrificado.
Buckbeak toda su vida ha sido libre y ha estado entre los suyos, y de un momento
para otro su vida cambio. Todo por la culpa de un chiquillo que quiso demostrar
que era más hábil que Harry, pensaba Sirius. Lo comprendo, puede sonar extraño, pero lo comprendo. Mi yo del futuro
también era libre, pero de un momento a otro se vio encerrado en Azkaban,
siendo inocente (o eso dicen) igual que el hipogrifo.
—Sirius, ¿estás bien?
—preguntó James al ver a su amigo demasiado callado.
Sirius demoro en contestar,
pero al final lo hizo.
—Sí, estoy bien.
James y Remus no estaban
muy seguros de esa respuesta, pero sabían que cuando Sirius se ponía de ese
modo era mejor darle su espacio.
Aquella tarde tuvieron el examen de
Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que
espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándolo con aire de vengativo
placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía
un cero.
—Oh, Quejicus, estás
haciendo méritos para ser merecedor de una buena broma al estilo merodeador
—dijo James con voz fría.
Severus no le hizo caso,
pero de pronto descubrió que Lily lo miraba de manera severa, eso hizo que el
futuro profesor de Pociones se sintiera más miserable de lo que siempre se
sentía.
Si mi yo del futuro sigue así, solo lograra que Lily me odie más, pensaba Snape, con pesar. Pero
¡Oh, Merlín! Como no querer hacerle la vida imposible a ese chico si es el vivo
retrato del idiota de su padre.
—Nadie le hará una broma
al profesor Snape —dijo de pronto Hermione, llamando la atención de todos. Pero
la castaña se había atrevido a hablar al escuchar que los merodeadores (y Remus
también participaba) estaban planeando una broma para Snape; y aunque Snape no
era una de sus personas favoritas, ella siempre reconocería que lo que Snape
hizo por proteger a Harry fue muy valiente—, ¿verdad, Harry? —dijo, cuando vio
que Sirius iba a reclamarle.
Harry asintió.
—Hermione tiene razón,
nadie le hará una broma Snape —corroboró.
Snape frunció el ceño al
escuchar que Potter hijo prácticamente lo estaba defendiendo.
No me confiare de él, es un Potter y nada bueno se espera de un
Potter, pensaba Snape.
—¿Pero es Quejicus?
—reclamó James a su hijo.
—No presten mucha
atención a como él me trate —dijo Harry—, al final se darán cuenta de que todo
lo que hizo lo hizo para…
—¿Para qué? —preguntó
Sirius cuando Harry se quedó callado.
—Ya lo descubrirán —fue
la respuesta de Harry, y así dio por terminada esa conversación.
A media noche, arriba, en la torre más
alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de
la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean Fortescue le había
contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado
cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus
helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde tenían el examen de
Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la
sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día
siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.
—Uno de los mejores
momentos sin duda —comentó Fred.
—Por supuesto —aceptó
George—, aunque el mejor momento para mí, fue cuando escapamos de Hogw… —Fred
negó con la cabeza para que su gemelo se callara, ya que noto la mirada
insistente de su madre.
—¿Escaparon de dónde?
—les preguntó Molly a sus hijos.
—Pues del castigo de
Filch —improviso Fred.
—Claro, él nos quería
colgar con cadenas —agregó George.
Molly los miró no muy
convencida por lo que le decían sus hijos, pero al final asintió.
El penúltimo examen, la mañana del
jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había
preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha (Eso suena interesante, Lunático, dijo Sirius dándole una
palmada amistosa en la espalda. Por su parte Remus se sonrojó y sonrió
levemente). Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la
que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un grindylow;
atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre
ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un hinkypunk;
y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro boggart.
—Vaya, Lunático. ¡Te luciste!
—exclamó James.
—¿Y qué esperabas
Cornamenta? Es un merodeador —dijo un sonriente Sirius.
Snape por su parte rodó
los ojos con molestia.
—Un examen interesante
—comentó Lily sonriéndole amablemente a Remus.
—El mejor examen de DCAO
—comentó Seamus, y Remus se sonrojó ante el cumplido.
—Lástima que dimitiera
—susurró Dean.
—Estupendo, Harry —susurró Lupin,
cuando el joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.
James y Lily se sintieron
orgullosos de su hijo.
—Bueno, por lo menos era
bueno en un curso —dijo un sonrojado Harry.
—Arrogante —dijo Snape
entre dientes.
Sonrojado por el éxito, Harry se quedó
para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo muy bien hasta llegar al hinkypunk,
que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura (A Ron se le pusieron rojas las orejas al escuchar que su
error, y más porque habían muchos espectadores). Hermione lo hizo
perfectamente hasta llegar al árbol del boggart. Después de pasar un minuto
dentro del tronco, salió gritando.
—¿Qué paso? ¿Acaso yo tuve
la culpa? —preguntó un preocupado Remus.
Hermione negó con la
cabeza.
—No fue tu culpa, Remus.
Solo fue mi boggart —respondió la castaña con las mejillas de un color granate.
Ron y Harry trataron de
ocultar su risa con una tos, cuando se dieron cuenta de que Hermione los mira
con enojo.
—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—.
¿Qué ocurre?
—La pro… profesora McGonagall —dijo
Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me… ¡me ha
dicho que me han suspendido en todo!
Varias carcajadas se
escucharon por la sala, y las risas más fuertes eran de James, Sirius, los
gemelos Prewett y los gemelos Weasley, y estos últimos a pesar de ya saber
sobre el boggart de Hermione aún les causaba risa. Por su parte Harry, Ron y
Ginny reían más modestamente, ya que no querían tener a una Hermione
enfurecida.
—¿Sabes, Lunático? —dijo
James entre risas—. Creo que hubiera sido buena idea que dejaras a la castaña
practicar en clase.
Hermione miró enfurecida
al papá de su mejor amigo.
—O mejor aún, porque no le
dabas clases particulares como a Harry —dijo Sirius como quien no quiere la
cosa.
Pero Remus frunció el
ceño al escuchar el doble sentido en el comentario de Sirius. Pero lo dejo
pasar porque sabía que si le decía algo, el animago no lo dejaría en paz, y
empezaría con sus preguntas, y él todavía no tenía muy claro las respuestas.
Costó un rato tranquilizar a Hermione.
Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía
riéndose del boggart de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron
algo al final de las escaleras.
Cornelius Fudge, sudando bajo su capa
de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al
ver a Harry.
—Claro. Es el momento de
la «apelación» —dijo Ted.
—¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un
examen? ¿Te falta poco para acabar?
—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como
no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.
—Estupendo día —dijo Fudge,
contemplando el lago—. Es una pena…, es una pena… (Idiota,
dijo Ron) —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto
desagradable, Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un
testigo presenciase la ejecución de un hipogrifo furioso (¿Un hipogrifo furioso?, repitió Ginny con molestia, Buckbeak es un amable hipogrifo).
Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.
—¿Significa eso que la revisión del
caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.
—No, no. Está fijada para la tarde
—dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.
—Me imagino de que Fudge
estaría sorprendido de que unos chicos estuvieran tan enterados sobre el tema
—comentó Alice.
—¡Entonces quizá no tenga que
presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El hipogrifo podría
ser absuelto!
—Ojala, y eso hubiera
pasado, pero con los ineptos y vendidos que son el Ministerio pasara todo lo
contrario —dijo Charlie.
Los gemelos Weasley
asintieron.
Antes de que Fudge pudiera responder;
dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era
tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y
fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran
representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano
miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:
—Santo Dios, me estoy haciendo viejo
para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?
—¿Qué se estaba haciendo
viejo? Pero si el pobre apenas se podía mantener en pie —dijo Ron.
El hombre del bigote negro toqueteaba
algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el
filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con
el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.
—¡Merlín! —exclamó
Molly—, eso es tan despreciable.
—¿Por qué no me has dejado? —dijo
enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto?
¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!
—Sí, ¿por qué no lo
dejaste hablar? —preguntó Sirius a Hermione.
Hermione suspiró
cansadamente.
—¿Qué no es obvio? —dijo
Hermione, pero Sirius no dijo nada—. El padre de Ron trabaja en el Ministerio,
y él no podía reclamarle al jefe de su padre o podrían tomar represarías.
—Hermione tiene razón,
Sirius —aceptó Remus—, podría ser contraproducente.
—No lo había pensado de
esa manera —reconoció Sirius.
—Ron, tu padre trabaja en el
Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione,
aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza
y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a Buckbeak…
Pero a Harry le parecía que Hermione no
creía en realidad lo que decía (No eres el único,
dijo Justin). A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por
adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero
Harry; Ron y Hermione, preocupados por Hagrid y Buckbeak,
permanecieron al margen.
—Y con toda razón, quien
en su sano juicio podría estar feliz por la ejecución de un animal inocente
—dijo Ted.
Draco por su parte se
sentía mal por su actuar en el pasado. Lo único bueno era que el hipogrifo
había logrado escapar.
El último examen de Harry y Ron era de
Adivinación. El último de Hermione, Estudios Muggles. Subieron juntos la
escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron
continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la
escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando
en el último minuto.
—Me imagino que ese
examen habrá estado fácil, ¿no? —dijo Frank—. Por lo que escuchado de esa
profesora, entonces no habría nada de qué preocuparse.
Parvati miró con enojo al
padre de Neville por desacreditar a la profesora Trelawney.
—Nos va a examinar por separado —les
informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía Disipar
las nieblas del futuro abierto sobre los muslos, por las
páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la
bola de cristal? —preguntó desanimado.
—Nanay —dijo Ron.
Sirius soltó una risita burlona.
—Esa clase parece ser un
verdadero desperdicio —dijo el animago—. En verdad no creo que nadie haya visto
algo en esas bolas de cristal.
—Las clases de
Adivinación no son un desperdicio —defendió Parvati.
—¿Ah no? ¿Y tú has podido
ver algo en la bola de cristal? —contratacó Sirius.
—Bueno… —susurró
Parvati—, sí, he visto cosas —dudó un poco.
Sirius sonrió, pero ya no
dijo nada más porque lo que menos quería era tener una discusión innecesaria
sobre Adivinación y la loca profesora que impartía ese curso.
Miraba el reloj de vez en cuando. Harry
se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión
del caso de Buckbeak.
La cola de personas que había fuera del
aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada
escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:
—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha
ido?
Pero nadie aclaraba nada.
—¿Qué van a poder
aclarar? Si esa mujer es más charlatana que vidente —dijo Sirius por lo bajo.
—¡Me ha dicho que, según la bola de
cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando
la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento.
—Tal vez sea una
charlatana, Canuto —dijo James, el cual había oído el comentario anterior de su
amigo—, pero he de reconocer que es muy astuta.
—Tal vez —respondió el
aludido.
—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo
a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es
una impostora.
Parvati bufo, y Hermione
sonrió levemente, ella hubiera pagado por haber escuchado a Ron decirle frente
a frente que tenía razón.
—Sí —dijo Harry, mirando su reloj. Eran
las dos—. Ojalá se dé prisa.
Parvati bajó la escalera rebosante de
orgullo.
—Me ha dicho que tengo todas las
características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto
muchísimas cosas… Bueno, que os vaya bien.
Bajó aprisa por la escalera de caracol,
hasta llegar junto a Lavender.
Parvati se entristeció al
escuchar la mención de su amiga.
Ella y yo éramos las únicas que en verdad poníamos interés en la
clase de Adivinación, pensaba Parvati.
—Ronald Weasley —anunció desde arriba
la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la escalera
de plata.
Harry era el único que quedaba por
examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando
una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al
otro lado de los terrenos del colegio.
Hagrid le sonrió Harry
con agradecimiento por preocuparse por él y su hipogrifo.
Por fin, después de unos veinte
minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera.
—¿Qué tal? —le preguntó Harry,
levantándose.
—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía
ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya
convencido…
—¿Y qué más? ¿No te
predijo la muerte a ti también? —preguntó Charlie a su hermano menor.
Ron sonrió.
—claro que lo hizo
—respondió Ron—, dijo que sufriría un grave accidente, por supuesto que no le
creí. —Y luego dijo por lo bajo—: aunque claro, después un enorme perro casi me
arranca una pierna.
Harry rió al escuchar lo
que había dicho su amigo pelirrojo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué
ríes? —le preguntó James a su hijo.
—No, por nada. Bueno, en
realidad solo me acorde de algo —respondió Harry.
—Nos veremos en la sala común —musitó
Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció:
—¡Harry Potter!
En la sala de la torre hacia más calor
que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor
mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las sillas y las mesas
hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola
grande de cristal.
—Buenos días, Harry —dijo suavemente—.
Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola… Tómate tu tiempo, y luego dime lo
que ves dentro de ella…
—¿Déjame adivinar?, no
viste absolutamente nada —dijo Lily.
—Acertaste —contestó un
sonriente Harry.
Harry se inclinó sobre la bola de
cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la
niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo.
—¿Y bien? —le preguntó la profesora
Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves?
El calor y el humo aromático que salía
del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le
había dicho y decidió fingir.
—¿Por qué no me
sorprende? —dijo Hermione—. No hubieras tenido —miró a Ron y se corrigió, no
hubieran tenido la necesidad de fingir, si en vez de llevar Adivinación
hubieran llevado Estudios Muggle.
Harry y Ron se miraron
entre ellos, y luego miraron a Hermione, y los dos pensaron lo mismo: Lo mejor sería no responder.
—Eeh… —dijo Harry—. Una forma oscura…
—¿A qué se parece? —susurró la
profesora Trelawney—. Piensa…
La mente de Harry echó a volar y
aterrizó en Buckbeak.
—Un hipogrifo —dijo con firmeza.
—¿De verdad? —susurró la profesora
Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en
las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contemplando la solución del
problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente… El
hipogrifo ¿tiene cabeza?
—Esa mujer es exasperante
—dijo por lo bajo la profesora McGonagall, masajeándose una sien.
—Sí —dijo Harry con seguridad.
—¿Estás seguro? —insistió la profesora
Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el
suelo y con la oscura imagen de un hombre con un hacha detrás?
—Esta demente —dijo Ted.
—No —dijo Harry, comenzando a sentir
náuseas.
—¿No hay sangre? ¿No está Hagrid
llorando?
—¡No! —contestó Harry, con crecientes
deseos de abandonar la sala y aquel calor—. Parece que está bien. Está volando…
—Eso es lo que todos
queremos —dijo Dean—, pero tu calificación bajara si no predices algo
desgraciado. Creo que mentir un poco más y darle por su lado te hubiera
servido.
—Aunque, al fin y al cabo
no mentiste del todo, porque Buckbeak
si estaba volando, se fue volando y con un acompañante encima de él —susurró
Hermione.
—Es verdad —dijo Ginny
con el mismo tono de voz que la castaña.
La profesora Trelawney suspiró.
—Bien, querido. Me parece que lo
dejaremos aquí… Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo
lo que has podido.
Lily negó con la cabeza.
—Esa mujer quería vieras
una desgracia —dijo Lily con molestia—, es tan exasperante.
Hermione asintió, estado
de acuerdo con Lily.
Aliviado, Harry se levantó, cogió la
mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz
potente y áspera:
—Ahora si viene su
verdadera predicción —susurró Ron.
—Sucederá esta noche.
—¿Cómo? ¿Qué es lo que
ocurrirá esa noche? —preguntó Andrómeda.
Severus por su parte
estaba aburrido de oír tantas ridiculeces, según sus palabras.
¿Por qué accedí a venir en esta sala? No hago más que perder mi
valioso tiempo, pensaba Snape.
Harry dio media vuelta. La profesora
Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta.
—¿Cómo dice? —preguntó Harry.
Pero la profesora Trelawney no parecía
oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La profesora
parecía a punto de sufrir un ataque (Dumbledore
estaba atento, esa información sería sumamente importante para poder cambiar el
futuro). El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y
entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy
diferente a la suya:
—El Señor de las Tinieblas está
solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores.
Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el
vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se
alzará de nuevo, con la ayuda de su
vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy… antes
de la medianoche… el vasallo… irá… a reunirse… con su amo…
Todos quedaron en
silencio luego de ese párrafo, cada uno metido en sus pensamientos. Pero
definitivamente el más impresionado fue Sirius.
«Su vasallo ha estado
encadenado doce años», esa frase no dejaba de repetirse en la mente de Sirius.
¿Qué quería decir eso? ¿Qué él en verdad se había atrevido a traicionar a sus
amigos? ¿Qué él al final se había pasado en el lado oscuro, siguiendo así las
creencias de su madre? No, él se negaba a creerlo, simplemente no podía. Todo
tenía que ser un error.
Pero, yo estuve encadenado doce años en Azkaban, pensaba Sirius.
—No estarás pensando que
tú eres el vasallo de Voldemort, ¿verdad, Canuto? —dijo James, tratando de
sacar a Sirius de sus pensamientos. El aludido no respondió nada, pero levanto
la cabeza y lo observó—. Tú eres inocente, Harry dice que cometieron un error
contigo, y no solo mi hijo sino también todos los demás, incluso el gato que
tienes en las piernas.
—Y sí… —empezó a decir
Sirius, pero Remus lo interrumpió.
—Por supuesto que eres
inocente, Sirius. Yo te lo aseguro.
—¿Cómo puedes asegurarme
algo que todavía no has vivido? —preguntó Sirius—. ¿Acaso tu sabes quién es el
vasallo que se encontrara con amo?
Remus se quedó callado,
no podía decirles que si lo sabía o al menos lo sospechaba, ya que eso los
lastimaría así como lo estaba lastimando a él.
—Tengo una teoría —dijo
Remus—, y por supuesto no eres tú, Sirius. Y no, no diré de quien sospecho, no
aun.
—¿Por qué no? —preguntó
James.
—Por qué quiero creer que
me estoy equivocando —fue la respuesta final de Remus, dejando confundidos a
los otros dos merodeadores.
Por su parte los demás no
se habían enterado de la conversación de los merodeadores, porque todo lo
habían dicho solo para que ellos solos lo escucharan.
Mientras tanto, Moody
empezó a sospechar de Sirius cuando escucho que el vasallo de Voldemort había
estado encadenado doce años, pero luego lo descarto, porque si Sirius fuera
parte de los mortífagos, los chicos del futuro no lo tratarían bien y dirían
que él era inocente cada vez que podían.
Lucius miraba
disimuladamente a Sirius.
No, no lo creo, el Lord nunca aceptaría como mortífago a un
Gryffindor traidor a la sangre. Ese vasallo debe ser otro, pensaba Lucius. Pero,
claro, eso no le quita lo divertido a la situación.
Si, definitivamente,
Lucius Malfoy era un cretino al disfrutar de la angustia de Sirius.
Luego de unos minutos Bill retomo la lectura.
Su cabeza cayó hacia delante, sobre el
pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió
a levantar la cabeza.
—Lo siento mucho, chico —añadió con voz
soñolienta—. El calor del día, ¿sabes…? Me he quedado traspuesta.
—¿Qué? Pues no parecía
estar traspuesta cuando dijo todo esa «predicción» —dijo Susan.
—Ya ven, la profesora
Trelawney si es una verdadera vidente —defendió Parvati.
Nadie hizo caso del
comentario de Parvati.
Harry se quedó allí un momento,
mirándola.
—¿Pasa algo, Harry?
—Usted… acaba de decirme que… el Señor
de las Tinieblas volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él…
La profesora Trelawney se sobresaltó.
—¿El Señor de las Tinieblas? ¿El que no
debe nombrarse? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema… Alzarse de
nuevo, Dios mío…
—Cada vez entiendo menos
—dijo Ernie.
—Puede que solo haya
entrado en un trance —dijo Susan.
—No lo creo —dijo
Justin—, se escuchaba tan real.
Hermione suspiró.
—Si fue una predicción,
pero no la tuvo voluntariamente —aclaró Hermione—, es que no se dan cuenta de
que Trelawney no puede controlar lo que ve, y tampoco es consciente de cuando
tienen una visión.
Dumbledore asintió
estando de acuerdo con Hermione.
—Tiene toda la razón,
señora Granger —dijo Dumbledore—. Eso es exactamente lo que pasa con la profesora
Trelawney, me imagino que fue por eso que decidí contratarla en el futuro. Tal
vez, podría haber estado en peligro si la dejaba fuera de Hogwarts.
—¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha
dicho que el Señor de las Tinieblas…
—Creo que tú también te has quedado
dormido —repuso la profesora Trelawney—. Desde luego, nunca predeciría algo
así.
—La pobre mujer ni cuenta
se da de lo que predice —dijo Andrómeda, negando con la cabeza.
Harry bajó la escalera de mano y la de
caracol, haciéndose preguntas… ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney
haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido acabar el examen con un
final impresionante?
—No creo que sea tan
hábil como para hacer eso —dijo Dean.
Cinco minutos más tarde pasaba aprisa
por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de
Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resonaban aún en su cabeza.
Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose
hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando
llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un rincón,
sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.
—La profesora Trelawney me acaba de
decir…
Pero se detuvo al fijarse en sus caras.
—¡Oh, no! ¿Y ahora que
paso? —preguntó Molly—. ¿Acaso tiene que ver con el hipogrifo?
—Sí —respondió Ron a su
madre—. Y no eran buenas noticias.
—Buckbeak ha
perdido —dijo Ron con voz débil—. Hagrid acaba de enviar esto.
La nota de Hagrid estaba seca esta vez:
no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al
escribirla que apenas resultaba legible.
Apelación perdida. La ejecución
será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo
veáis.
Hagrid
—No creo que te hicieran
mucho caso, ¿verdad, Hagrid? —preguntó Frank.
Hagrid sonrió
nerviosamente.
—Creo que cuando se les
dice a Harry, a Ron o a Hermione «no» siempre suelen hacer todo lo contrario
—contestó el semi-gigante.
—Eso no nos ayuda, Hagrid
—dijo Ron al notar la mirada entre enojada y preocupada de su madre.
—Tenemos que ir —dijo Harry de
inmediato—. ¡No puede estar allí solo, esperando al verdugo!
—Pero es a la puesta del sol —dijo Ron,
mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a
ti, Harry…
—A menos que recuperaran
la capa —dijeron los gemelos Prewett—. Esa sería la única manera de salir sin
ser vistos.
Harry se tapó la cabeza con las manos,
pensando.
—Si al menos tuviéramos la capa
invisible…
—¿Dónde está? —dijo Hermione.
Harry le explicó que la había dejado en
el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja tuerta.
—… Si Snape me vuelve a ver por allí,
me veré en un serio aprieto —concluyó.
Maldito, Quejicus, pensaba James. Solo
espero que no moleste más que de costumbre al momento de recuperar la capa.
—Eso es verdad —dijo Hermione,
poniéndose en pie—. Si te ve… ¿Cómo se abre la joroba de la bruja?
Apenas Sirius escucho lo
que Hermione había dicho salió de sus pensamientos pesimistas, y hasta se
atrevió a sonreír levemente.
—No puedo creerlo —dijo
en voz baja—. No me digas que pensabas romper una regla más —Hermione no dijo
nada—, vaya, esto me recuerda a alguien.
—¿A quién? —preguntó
James con más ánimos al ver a su amigo de mejor humor.
—Pues a Lunático, él
también era igual que la castaña —respondió el ojigris—, siempre pareciendo muy
correcto, pero al final terminaba comportándose como un verdadero merodeador.
Hermione parecía
exasperada.
—Sí, rompí una regla más,
pero fue por una causa noble —respondió.
—Se le dan unos golpecitos y se dice «¡Dissendio!»
—explicó Harry—. Pero…
Hermione no aguardó a que terminara la
frase; atravesó la sala con decisión, abrió el retrato y se perdió de vista.
—¿Habrá ido a cogerla? —dijo Ron,
mirando el punto por donde había desaparecido la muchacha.
—Por supuesto que lo
hizo, pequeño Ronnie —dijo Fred.
—Pues si estaba más claro
que el agua —agregó George.
A eso había ido. Hermione regresó al
cuarto de hora, con la capa plateada cuidadosamente doblada y escondida bajo la
túnica.
—¡Hermione, no sé qué te pasa
últimamente! —dijo Ron, sorprendido—. Primero le pegas a Malfoy (Cosa que no me pareció mal, dijo Ron. Hermione sonrió),
luego te vas de la clase de la profesora Trelawney…
Hermione se sintió halagada.
***
Bajaron a cenar con los demás, pero no
regresaron luego a la torre de Gryffindor. Harry llevaba escondida la capa en
la parte delantera de la túnica. Tenía que llevar los brazos cruzados para que
no se viera el bulto. Esperaron en una habitación contigua al vestíbulo hasta
asegurarse de que éste estuviese completamente vacío. Oyeron a los dos últimos
que pasaban aprisa y cerraban dando un portazo. Hermione asomó la cabeza por la
puerta.
—Vale —susurró—. No hay nadie. Podemos
taparnos con la capa.
—Y ahí es el momento de
la acción del año —dijeron los gemelos Prewett.
Harry, ron y Hermione se
miraron, no podían negar esa afirmación, puesto que era cierto. Pero claro, no
lo dirían en voz alta.
Caminando muy juntos, de puntillas y
bajo la capa, para que nadie los viera, bajaron la escalera y salieron. El sol
se hundía ya en el bosque prohibido, dorando las ramas más altas de los
árboles.
Llegaron a la cabaña y llamaron a la
puerta. Hagrid tardó en contestar; cuando por fin lo hizo, miró a su alrededor;
pálido y tembloroso, en busca de la persona que había llamado.
—Somos nosotros —susurró Harry—.
Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la quitaremos.
—No deberíais haber venido —dijo
Hagrid, también susurrando.
—Sí, no deberían, pero es
evidente que no te dejarían solo en ese momento, Hagrid —dijo Alice.
—Aunque se metieran en
problemas en el proceso —dijo Frank.
Pero se hizo a un lado, y ellos
entraron. Hagrid cerró la puerta rápidamente y Harry se desprendió de la capa.
Hagrid no lloró ni se arrojó al cuello de sus amigos. No parecía saber dónde se
encontraba ni qué hacer. Resultaba más trágico verlo así que llorando.
—¿Queréis un té? —invitó.
Sus manos enormes temblaban al coger la
tetera.
Y no era para menos,
todos se podían hacer una idea de cómo se encontraba Hagrid en ese momento: muy
mal.
—¿Dónde está Buckbeak,
Hagrid? —preguntó Ron, vacilante.
—Lo… lo tengo en el exterior —dijo
Hagrid, derramando la leche por la mesa al llenar la jarra—. Está atado en el
huerto, junto a las calabazas. Pensé que debía ver los árboles y oler el aire
fresco antes de…
—Me imagino que eso sería
lo mejor que podías hacer por Buckbeak
en ese momento tan difícil —dijo Frank a Hagrid.
A Hagrid le temblaba tanto la mano que
la jarra se le cayó y se hizo añicos.
—Yo lo haré, Hagrid —dijo Hermione
inmediatamente, apresurándose a limpiar el suelo.
—Hay otra en el aparador —dijo Hagrid
sentándose y limpiándose la frente con la manga. Harry miró a Ron, que le
devolvió una mirada de desesperanza.
—¿No hay nada que hacer; Hagrid?
—preguntó Harry sentándose a su lado—. Dumbledore…
A todos los del pasado a
quienes les importaba el destino del hipogrifo tenían la esperanza de que el
profesor Dumbledore pudiera hacer algo para detener ese acto de crueldad e
injusticia.
—Lo ha intentado —respondió Hagrid—. No
puede hacer nada contra una sentencia de la Comisión. Les ha dicho que Buckbeak
es inofensivo, pero tienen miedo. Ya sabéis cómo es Lucius
Malfoy… Me imagino que los ha amenazado… Y el verdugo, Macnair, es un viejo
amigo suyo (Por supuesto, no me extraña nada que
sean amigos, dijo Moody mirando a Lucius fijamente. El rubio no se inmuto o por
lo menos fingió indiferencia). Pero será rápido y limpio, y yo estaré a
su lado.
Hagrid tragó saliva. Sus ojos recorrían
la cabaña buscando algún retazo de esperanza.
—Dumbledore estará presente. Me ha
escrito esta mañana. Dice que quiere estar conmigo. Un gran hombre, Dumbledore…
—Por supuesto que estaría
acompañándote en ese mal momento, Hagrid —corroboró Dumbledore—. Los amigos
siempre se apoyan en los momentos difíciles —agregó
Lucius miraba a
Dumbledore como si en lugar de ver a un gran mago estuviera viendo a una
cucaracha.
—Me van hacer llorar
—dijo entre diente.
Hermione, que había estado rebuscando
en el aparador de Hagrid, dejó escapar un leve sollozo, que reprimió
rápidamente. Se incorporó con la jarra en las manos y esforzándose por contener
las lágrimas.
—Nosotros también estaremos contigo,
Hagrid —comenzó, pero Hagrid negó con la despeinada cabeza.
—Tenéis que volver al castillo. Os he
dicho que no quería que lo vierais. Y tampoco deberíais estar aquí. Si Fudge y
Dumbledore te pillan fueran sin permiso, Harry, te verás en un aprieto.
—Tenías mucha razón en
decir eso, Hagrid, pero dudo mucho que uno de los tres te hiciera caso —dijo
Lily, mirando de reojo a su hijo, Ron y Hermione.
Ningunos de los tres lo
afirmó, pero ellos sabían que era cierto. Nunca dejarían a Hagrid solo en ese
momento tan difícil.
Por el rostro de Hermione corrían
lágrimas silenciosas, pero disimuló ante Hagrid preparando el té. Al coger la
botella de leche para verter parte de ella en la jarra, dio un grito.
—¡Ron! No… no puedo creerlo. ¡Es Scabbers!
—¡¿Qué?! —exclamaron
varios.
—¿No se suponía que
estaba muerto, porque el gato de Hermione se lo había comido? —preguntó Ted.
—Ojala y así hubiera sido
—dijo Ron por lo bajo.
—Tal vez Crookshanks y Scabbers solo tuvieron un enfrentamiento, y
la rata logro escapar, pero herido —dijo Andrómeda.
—Nada de eso, esa rata cobarde nunca se atrevería a enfrentarse a
nadie, ni siquiera a un gato —dijo Ron con amargura.
Remus se quedó mirando a Ron. El desprecio con el que hablaba el
pelirrojo sobre su «rata» solo hacía que Lupin se sintiera contrariado. Ya que
estaban hablando de su amigo, o por lo menos del que fue su amigo.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Molly.
—Oh, ya falta poco para que sepan la verdad de todo esto, mamá
—contestó Ron, dando así por terminada esa pequeña conversación.
Ron la miró boquiabierto.
—¿Qué dices?
Hermione acercó la jarra a la mesa y la
volcó. Con un gritito asustado y desesperado por volver a meterse en el
recipiente, Scabbers apareció correteando por la mesa.
—¡Scabbers! —exclamó
Ron desconcertado—. Scabbers,
¿qué haces aquí?
—Me imagino que escapando
de Crookshanks —dijo Alice.
—No
solo de Crookshanks, también de la
venganza del hombre que fue su amigo
—dijo por lo bajo Harry.
Cogió a la rata, que forcejeaba por
escapar; y la levantó para verla a la luz. Tenía un aspecto horrible. Estaba
más delgada que nunca. Se le había caído mucho pelo, dejándole amplias lagunas,
y se retorcía en las manos de Ron, desesperada por escapar.
—No te preocupes, Scabbers
—dijo Ron—. No hay gatos. No hay nada que temer.
—Por supuesto que tenía
mucho que temer —susurró Ginny, sintiendo ira al recordar que esa rata había vivido
con su familia más de una década solo para escapar de las represalias de sus
amigos los mortífagos.
De pronto, Hagrid se puso en pie,
mirando la ventana fijamente. Su cara, habitualmente rubicunda, se había puesto
del color del pergamino.
—Ya vienen…
Harry, Ron y Hermione se dieron
rápidamente la vuelta. Un grupo de hombres bajaba por los lejanos escalones de
la puerta principal del castillo. Delante iba Albus Dumbledore. Su barba
plateada brillaba al sol del ocaso. A su lado iba Cornelius Fudge. Tras ellos
marchaban el viejo y débil miembro de la Comisión y el verdugo Macnair.
—Tenéis que iros —dijo Hagrid. Le
temblaba todo el cuerpo—. No deben veros aquí… Marchaos ya.
—No sé porque tengo el
presentimiento de que ninguno de los tres se fueron en verdad —dijo Andrómeda.
—Bueno… —empezó Harry,
pero Lily lo interrumpió.
—Mejor no digan nada para
justificarse, sé que se quedaron por los alrededores.
Ron se metió a Scabbers
en el bolsillo y Hermione cogió la capa.
—Salid por detrás.
Lo siguieron hacia la puerta trasera
que daba al huerto. Harry se sentía muy raro y aún más al ver a Buckbeak
a pocos metros, atado a un árbol, detrás de las calabazas. Buckbeak
parecía presentir algo. Volvió la cara afilada de un lado a
otro y golpeó el suelo con la zarpa, nervioso.
—Pobre animal —se lamentó
Molly.
—No temas, Buckbeak
—dijo Hagrid con voz suave—. No temas. —Se volvió hacia los
tres amigos—. Venga, marchaos.
Pero no se movieron.
—Hagrid, no podemos… Les diremos lo que
de verdad sucedió.
—No pueden matarlo…
—No creo que los de la Comisión
tomaran en cuenta el testimonio de tres chicos de trece años —dijo Moody con su
voz ronca—. Son demasiado idiotas.
—Sí, son idiotas —dijo
Ron.
—Nosotros diríamos que
son más que idiotas —dijeron los gemelos Weasley.
—¡Marchaos! —ordenó Hagrid con
firmeza—. Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un
lío.
No tenían opción. Mientras Hermione
echaba la capa sobre los otros dos, oyeron hablar al otro lado de la cabaña.
Hagrid miró hacia el punto por el que acababan de desaparecer.
—Marchaos, rápido —dijo con acritud—.
No escuchéis.
Y volvió a entrar en la cabaña al mismo
tiempo que alguien llamaba a la puerta de delante.
Lentamente, como en trance, Harry, Ron
y Hermione rodearon silenciosamente la casa. Al llegar al otro lado, la puerta
se cerró con un golpe seco.
—Y ya que estaban por
ahí, ¿por qué no desataron al hipogrifo? —preguntó Seamus con curiosidad.
—No se nos ocurrió —dijo Harry.
—Estábamos nerviosos
—alegó Ron.
—Por no decir que también
sería demasiado arriesgado —agregó Hermione.
—Vámonos aprisa, por favor —susurró
Hermione—. No puedo seguir aquí, no lo puedo soportar…
Empezaron a subir hacia el castillo. El
sol se apresuraba a ocultarse; el cielo se había vuelto de un gris claro teñido
de púrpura, pero en el oeste había destellos de rojo rubí.
Ron se detuvo en seco.
—No es el momento
correcto para detenerse, Ron —dijo Justin.
—No lo hice apropósito —alegó
Ron—, todo fue culpa de esa maldita rata, se movía tanto que no podía sujetarla.
Una vez más nadie paso de
desapercibido la manera en que Ron hablaba de su mascota.
—¿Sabes? Aun no entiendo
porque antes te agradaba tener como mascota a Scabbers y luego de un momento a otro pasaste
a odiarla —dijo Andrómeda.
—Luego se enteraran porque todos odiamos a esa rata —respondió Ron.
—Por favor; Ron —comenzó Hermione.
—Se trata de Scabbers…,
quiere salir.
Ron se inclinaba intentando impedir que
Scabbers se escapara, pero la rata estaba fuera
de sí; chillando como loca, se debatía y trataba de morder a Ron en la mano.
—Vaya, sí que Scabbers estaba muy nervioso, pero eso es raro, si ahí
no estaba Crookshanks —comentó Lily pensativa.
—Scabbers,
tonta, soy yo —susurró Ron.
Oyeron abrirse una puerta detrás de
ellos y luego voces masculinas.
—¡Por favor; Ron, vámonos, están a
punto de hacerlo! —insistió Hermione.
—Vale, ¡quédate quieta, Scabbers!
Siguieron caminando; al igual que
Hermione, Harry procuraba no oír el sordo rumor de las voces que sonaban detrás
de ellos (Si yo hubiera estado en el lugar de
ustedes tampoco hubiera querido escuchar nada, dijo Padma). Ron volvió a
detenerse.
—No la puedo sujetar… Calla, Scabbers,
o nos oirá todo el mundo.
La rata chillaba como loca, pero no lo
bastante fuerte para eclipsar los sonidos que llegaban del jardín de Hagrid.
Las voces de hombre se mezclaban y se confundían. Hubo un silencio y luego, sin
previo aviso, el inconfundible silbido del hacha rasgando el aire. Hermione se
tambaleó.
—¡Ya está! —susurró a Harry—. ¡No me lo
puedo creer; lo han hecho!
—¡¿Qué?! ¿En verdad lo
hicieron? —dijo Lily con el rostro entristecido.
—Pero ustedes dijeron que
el hipogrifo se salvaba —recordó Ted.
—Y si se salva, y por
supuesto logra escapar —dijo Hermione.
—Pero… si acaban de leer
que ya lo habían ejecutado —dijo Alice.
Luna que había permanecido
callada, por fin se decidió a hablar.
—Buckbeak se salva y todo gracias a Harry, Ron y Hermione.
—Pero, ¿cómo lograron salvarlo? —preguntó Remus.
—Es que acaso uno de ustedes tiene el poder de revivir a los muertos,
¿o qué? —preguntó Sirius—. Así que todos queremos sabes ¿cómo lo lograron?
—Y qué cosa no pueden hacer cuando ellos tres están juntos —volvió a
hablar Luna.