viernes, 18 de diciembre de 2015

Tercer Libro: Harry Potter y el Prisionero de Azkaban - Capítulo 9: La derrota






—Yo leeré el siguiente capítulo —dijo Padma Patil.
Luna le paso el libro, y la melliza de Parvati cambio de página y aclarándose la garganta, leyó.
“La derrota”.
—¿La derrota? ¿A qué se refiere? —preguntó Frank.
—Oh, ¿no será una derrota en el quidditch, verdad? —dijo James, a lo que Lily le dedico una mirada que decía que el “quidditch no era tan importante en este momento”.
James sonrió inocentemente, y Padma prosiguió a leer.
El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran Comedor; donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Todos parecían confusos.
—Es normal que lo estuvieran, al sacar a los demás estudiantes de sus habitaciones y a nosotros los Gryffindors no pudiendo entrar a nuestra sala común —dijo Percy.
—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad, tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales (No creo que eso sea necesario. Para ese entonces Sirius ya debe de haber estado muy lejos, dijo James rodando los ojos). Comunicadme cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente orgulloso (Eso fue lo que lo puso más insoportable, ¿te acuerdas, George?, preguntó Fred a su gemelos, el cual asintió enérgicamente. Mientras Percy los miraba con reproche)—. Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitareis…
Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de mullidos sacos de dormir rojos.
—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.
—Bueno, teniendo en cuenta que un supuesto asesino serial estaba por el colegio, ese «Felices sueños» estaba de más —dijo Theo Nott.
Sirius hizo un gesto de molestia al escuchar que lo llamaban «asesino serial». Pero luego se dio cuenta que antes Nott había dicho «supuesto», eso quería decir que él no lo creía un asesino.
El animago observó al chico Nott esperando algún insulto a indirecta hacia su persona —ya que así se comportaban los Slytherin— pero nada de eso pasó, Theo siguió mirando al frente luego de hacer su comentario.
El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al resto del colegio lo que acababa de suceder.
—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla! ¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!
—¡Aburrido! —exclamaron los gemelos Prewett y los gemelos Weasley.
Percy rodó los ojos con exasperación.
—No creo que eso pueda detenerlos —dijo Ted luego de unos segundos, mirando a dirección donde estaban Harry, Ron y Hermione.
—Vamos —dijo Ron a Hermione y a Harry. Cogieron tres sacos de dormir y se los llevaron a un rincón.
—¿Creéis que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.
—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.
—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione, mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para hablar—. La única noche que no estábamos en la torre…
—Al parecer,  estabas buscando algo —dijo Remus.
—O a alguien —dijo James, mirando a su futuro hijo.
Harry captó la mirada de su padre, y dijo:
—Bueno, no creo que me buscara a mí en ese momento, sino a otra persona.
—¿A otra persona? ¿A quién? —preguntó Lily.
—A un ex amigo —dijo Luna. Todos los del pasado la miraron al no entender su repuesta.
—¿A un ex amigo? No creo que Canuto tenga amigos o ex amigos en edad escolar —dijo James.
—Es que no era un amigo de edad escolar. A la persona a la que buscaba tenía su edad —alegó Luna.
—Luna, no creo que… —empezó Ginny.
—Bien, de acuerdo, no diré nada —contestó la rubia.
—Esa chica es un poco rara —comentó Sirius a sus amigos, pero en un tono que solo ellos podían escuchar, ya que no querían ofender a Luna.
—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.
Hermione se estremeció.
A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:
—¿Cómo ha podido entrar?
Algunas miradas cayeron sobre Remus, ya que él siendo amigo de Sirius podría haberlo dejado entrar.
—Tal vez un viejo amigo lo dejo entrar al castillo —dijo Snape, desdeñosamente.
—Canuto es un merodeador, así que él puede entrar con los ojos cerrados al castillo sin la necesidad de que alguien lo ayude —respondió un orgulloso James, mientras que los otros dos merodeadores asentían, y Snape gruñía con enojo.
—Sí, pero no pudo entrar a la sala común de Gryffindor, porque lo único que no sabía era la contraseña de esta —comentó Terry.
—Pero eso es porque regularmente cambian las contraseñas, sino yo creo que si hubiera logrado entrar a la sala común —dijo Ted.
—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.
—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.
—Podría haber entrado volando—sugirió Dean Thomas.
—Hay que ver; ¿es que soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts? —preguntó Hermione a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia.
—Sí —dijeron Ron y Harry, haciendo que Hermione rodara los ojos.
—Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?
—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores. Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando, también lo habrían visto. Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.
Los gemelos Weasley se sonrieron.
—Filch no conoce nada… —dijo Fred.
—… hay pasadizos secretos que él ni siquiera imagina —continuó George.
—¿Y ustedes como lo saben? —preguntó Molly a sus futuros hijos.
—Eh… bueno… —dijeron los dos a la vez—. Lo intuimos —inventaron.
Molly los miró con ojos entrecerrados, pero aunque no les creía del todo no replico nada, por el momento.
—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté metido en el saco y callado.
—No creo que después de lo que paso te hagan caso, Percy —dijo Charlie.
—Pues sí lo hicieron —respondió Percy—. Hasta Ron, Harry y Hermione se quedaron dormidos, ¿verdad, Ron?
Ron alzo la mirada hacia su hermano.
—Eh… Sí, claro —respondió Ron, claramente mintiendo.
—No lo creo —dijo Alice.
Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió como durmiendo a la intemperie, arrullado por la brisa.
Algunos chicos y chicas del futuro sonrieron ante la perspectiva de estar acampando, cosa que en ese momento no se les había ocurrido.
Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a Percy, que rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a corta distancia de Harry, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se acercaron los pasos de Dumbledore.
—¿No estaban dormidos? —preguntó Percy, con el ceño fruncido.
—Bueno, no mucho —dijo Ron, sonriendo inocentemente.
—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.
—No. ¿Por aquí todo bien?
—Eso era obvio —dijo James.
—Todo bajo control, señor.
—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.
Los Gryffindors hicieron un gesto de desconformidad al recordar el guarda provisional que había encontrado Dumbledore.
—No fue el mejor guarda —comentó Neville, algunos de sus compañeros asintieron, mientras que sus padres lo miraban para que se explicara—, cambiaba la contraseña muy seguido y con lo olvidadizo que soy… sí que tuve muchos problemas.
—Oh, lo siento tanto, querido —le dijo su madre, dulcemente.
—¿Y la señora gorda, señor?
—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó (Sirius estaba sorprendido por su actuar del futuro, él reconocía que era impulsivo, pero nunca creyó que llegaría a tanto, y más con la señora gorda). Sigue muy consternada, pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.
Harry oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.
—¿Señor director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil, aguzando el oído—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.
—Oh, vamos, Quejicus —dijo Sirius, con una sonrisa ladina en su apuesto rostro—, ¿no crees que es muy tonto que me escondiera dentro del castillo?
Snape murmuró algo por lo bajo mientras le dedicaba una mirada asesina a Sirius.
—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera de las lechuzas?
—Lo hemos registrado todo…
—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia aquí.
—Espere —dijo Andrómeda, interrumpiendo la lectura—, profesor Dumbledore, ¿usted sabía que Sirius ya no estaba en el castillo?
—Posiblemente sí —respondió Dumbledore.
—¿Entonces porque mando a que registraran todo el colegio? —preguntó Remus.
—Pues yo, al igual que mi yo del futuro, habremos creído que el señor Black hubiera sido demasiado inocente para esconderse en el castillo después de lo que hizo. Además, yo no creo que el señor Black haya ido al colegio especialmente por su ahijado, yo creo que fue por otra persona —siguió explicando el director.
—¿Por qué dice eso, profesor? —preguntó Lily.
Dumbledore sonrió ligeramente.
—Porque, señorita Evans, ¿no cree usted que si el señor Black hubiera querido acercarse a su ahijado lo habría hecho muchos años atrás? ¿Por qué no se escapó antes de Azkaban? ¿Por qué cree que espero doce años para escaparse de prisión? ¿No cree que hubo un motivo en especial para hacerlo en ese momento?
Harry, Ron y Hermione se miraron entre ellos. Mientras los demás estaban sorprendidos ante lo expuesto por el director, ya que ellos no habían considerado todos esos puntos. Bueno, quizás Moody había si lo había considerado, pero no tenía en orden sus ideas.
—Tal vez Sirius escapo buscando venganza —dijo Lily—. Sí, tal vez le habría tomado doce años planearlo todo —se aventuró.
—Oh, vamos, pelirroja, me ofendes. No creo que me tomara tantos años planear una venganza —dijo Sirius.
—Tan solo fue una suposición, Sirius —respondió Lily.
—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar; profesor? —preguntó Snape.
Harry alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.
—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.
Harry abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de Snape, que parecía enfadado.
—Por supuesto que estaba que Quejicus estaba enfado, Harry —dijo James a su futuro hijo—. Él quiso atrapar a Sirius, pero no pudo —terminó con una sonrisa burlesca.
—¿Se acuerda, señor director; de la conversación que tuvimos poco antes de… comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy no se enterara.
—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de reconvención.
—Parece… casi imposible… que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló…
—Otra vez estás tratando de acusar a Remus de ayudarlo a entrar al castillo, Quejicus —dijo James, con voz dura—. Que no te quedo claro que Sirius es capaz de entrar al castillo porque lo conoce muy bien, no por nada pertenece a los merodeadores.
—James —dijo Lily, con advertencia.
James ya no dijo nada más, haciéndole caso a su pelirroja novia.
—Ya deja de tirarle tierra a Lunático, Quejicus —gruñó Sirius.
Snape lo ignoró olímpicamente.
—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—. Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos terminado el registro.
—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.
Arthur miró a su hijo.
—¿Estabas de acuerdo con que esas cosas rondaran el colegio, Percy? —le preguntó a su hijo, con la sorpresa marcada en su rostro.
Percy se sonrojó.
—Bueno, he de reconocer que en ese tiempo yo creía en el Ministerio, y como los dementores trabajaban para los del Ministerio, pues…
Percy se interrumpió, para que seguir hablando si con todo eso que había dicho había explicado sus creencias del pasado.
 Nadie dijo nada, estaban sorprendidos por las palabras de Percy, así que Padma continuó leyendo.
—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que mientras yo sea director; ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.
Lily y Molly suspiraron aliviadas.
Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.
Harry miró a ambos lados, a Ron y a Hermione. Tanto uno como otro tenían los ojos abiertos, reflejando el techo estrellado.
—¿De qué hablaban? —preguntó Ron.
—¿Qué no era obvio? —dijo Fabian.
—En ese momento no teníamos ni la menor idea —se justificó Ron.

Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius Black (Vaya, sigo siendo popular, dijo Sirius, tratando de bromear). Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.
Hannah se sonrojó inmediatamente, pero su rostro fue competencia con el cabello de los Weasley cuando vio la sonrisa burlona de Sirius.
—¿Yo? ¿Un arbusto florido? No, no lo creo —dijo Sirius, sin ocultar su sonrisa burlona. James y Remus también sonrieron ante esa ocurrencia.
—Solo era una suposición —se defendió la rubia de Hufflepuff.
Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.
—Para mí fue todo un calvario —comentó Neville, pero luego se sonrojó al recordar su maravillosa idea de escribir todas las contraseñas en un pedazo de pergamino.
—Sir Cadogan estaba demente —dijo Dean—. Bueno, aun lo está —agregó después, y Seamus asintió.
—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay otro disponible?
—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban asustados por lo que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo bastante valiente para ofrecerse voluntario.
—¿Valiente? Yo diría loco —dijo Seamus.
—Sí que les complicaste la vida a todos los Gryffindors por un buen rato, Canuto —le dijo James.
—No creo que lo haya hecho intencionalmente —se defendió Sirius.
—Pero si por impulsivo —dijo Remus, conociendo el actuar de cada uno de sus amigos. James era bromista, un poco arrogante, enamorado de Lily desde que lo conoció, pero un muy buen amigo. Sirius era también bromista, un mujeriego empedernido, impulsivo, arrogante, a veces tenía mal carácter, y se podría decir que a veces un poco vengativo, pero buen amigo, al igual que James. Mientras que Peter, era completamente distinto a los dos primeros, callado, no muy bien estudiante, y en algunas ocasiones era hasta más vergonzoso que él, pero definitivamente era un buen amigo. Peter nunca sería capaz de hacer algo que los lastimara o los metiera en problemas, él era como un niño de diez años en un cuerpo de adolescente.
Lo que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores, y Percy Weasley (obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le seguía los pasos por todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo (¡Tú también me llamas así!, le reclamó Percy a Harry, visiblemente ofendido, ya que él solo había seguido las ordenes de su madre de cuidar de Ron, Hermione y especialmente de Harry. El pelirrojo frunció su ceño al escuchar las risas de sus hermanos, tíos, los merodeadores y algunos de sus compañeros. A lo que Harry solo pudo decir un “Lo siento”). Para colmo, la profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una expresión tan sombría que Harry pensó que se había muerto alguien.
No creo que le quedará alguien más para morir. A menos que sea uno de sus escorias de amiguitos, pensó Lucius con maldad.
—No hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy seriamente—. Sé que esto te va a afectar; pero Sirius Black…
—Ya sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron cuando se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.
Sirius hizo un gesto de desagrado, él nunca le haría daño al hijo de su mejor amigo. Además Harry era su futuro ahijado.
¿Cómo podían creer que yo le haría daño a mi propio ahijado?, pensaba Sirius.
—Ellos no sabían que tú eras inocente, Sirius. Todos pensaban que tú fuiste culpable de todas las atrocidades que hizo otra… persona —dijo Harry, respondiendo a la pregunta que Sirius se había hecho en la mente.
Sirius levanto la mirada y se encontró con los ojos verdes esmeraldas de Harry. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo observaba.
—¿Quién es esa persona, por la cual yo tuve que hacerme responsable de sus actos? —preguntó Sirius a Harry.
Todos miraron a Harry, esperando la tan ansiada respuesta, ya que no solo Sirius quería conocer el nombre de esa persona.
—No puedo decírtelo. Te afectaría mucho —dijo Harry, mirando a su padrino—, y no solo a ti, también le afectaría mucho a ellos —ahora miró a su padre y a Remus.
—¿A nosotros? —preguntó Remus.
—Sí, a ustedes también —corroboró Hermione.
Todos se quedaron en silencio, silencio que Padma a provecho para continuar leyendo.
La profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry durante un instante y dijo:
—Ya veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el campo, sin más compañía que los miembros del equipo…
—¡¿Qué?! —exclamó James, con cara horrorizada.
—Idiota —murmuró Snape.
Su hijo puede estar en peligro por el delincuente de Black, y a él le preocupa que a su hijo no le permitan ir a los entrenamientos de quidditch, pensó Snape, no cabe duda que Potter es un idiota y un imbécil.
—No pensaras hacer un drama de esto, ¿verdad, James? —le dijo Lily, con tono de advertencia.
—Por supuesto que no mi pelirroja hermosa —dijo James, disimulando sus ganas de protestar.
—¡El sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo que entrenar; profesora!
La profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había propuesto a Harry como buscador. Harry aguardó conteniendo el aliento.
James se encontraba conteniendo el aliento, al igual que su hijo del libro, ya que él también quería que Gryffindor ganara el partido y la copa.
—Mm… —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me gustaría que por fin ganáramos la copa… De todas formas, Potter; estaría más tranquila si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus sesiones de entrenamiento.
—Eso es mejor que no permitirle que entrenara —comentó James, soltando el aire que había estado conteniendo—. Por eso todos la amamos, Minnie —dijo, mirando a la estricta profesora. Los otros dos merodeadores asintieron. Mientras que la profesora solo negó con la cabeza.

***

El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, el equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch. Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:
—¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.
—¡¿Qué?! —exclamaron James y Sirius al unísono.
—¿Y desde cuando son los capitanes de equipo pueden manejar eso de jugar o no jugar? —se quejó Sirius.
—¿Por qué? —preguntaron todos.
—La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood, rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades…
—Serpientes tenían que ser —dijo James.
—Todos los Slytehrin son unos cobardes —dijo Sirius, a lo que su prima lo miró con el ceño fruncido.
—No estoy de acuerdo con lo que has dicho, Sirius —dijo amargamente Andrómeda.
Sí, demasiado impulsivo diría yo, pensó Remus, mirando de reojo a Sirius.
—Yo tampoco estoy de acuerdo —dijo Harry, sorprendiendo a todos. Pero simplemente él no podía estar de acuerdo con lo que había dicho su padrino. Miró a Snape, y recordó todo lo que ese hombre, duro de carácter, sarcástico y a veces un poco cruel, había hecho por él. Si, Snape lo había protegido a pesar de todo el rencor que había sentido por su padre, y siempre le estaría agradecido por eso.
—No puedo entender que tú hayas dicho eso —lo acusó su padre.
—Tal vez ahora no lo comprendas, pero luego lo harás —le dijo Harry, acomodándose los lentes.
Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras hablaba Wood se oía retumbar a los truenos.
—¡No le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo.
—Lo sé, pero no lo podemos demostrar —dijo Wood con acritud—. Y hemos practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y en su lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un nuevo capitán buscador; Cedric Diggory…
Harry se tensó y apeno al oír el nombre del Hufflepuff. Otra persona inocente que tuvo que morir por culpa de Voldemort.
De repente, Angelina, Alicia y Katie soltaron una carcajada.
—¿Qué? —preguntó Wood, frunciendo la frente anta aquella actitud.
—Es ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina.
George frunció el ceño, e iba a decir una broma sobre Cedric, pero luego recordó que estaba muerto, por eso se mordió la lengua para no decir nada.
—¡Y tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse.
—Es callado porque no es lo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo Fred—. No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La última vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco minutos, ¿no os acordáis?
—¡OYE! —se quejaron los Hufflepuff, al escuchar lo que Fred  había dicho de ellos.
—No somos tan fáciles de derrotar —alegó Ernie.
—Además, recuerda que ese partido lo ganamos nosotros —dijo Justin.
—¿Ganaron? —preguntaron a coro James, Sirius y los gemelos Prewett.
Harry asintió.
—No puedo creerlo —susurró James.
—¡Jugábamos en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy abiertos—. Diggory ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente! ¡Ya sospechaba que os lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro el objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar!
—Noto obsesión en ese chico —comentó Alice.
—Tranquilízate, Oliver —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a Hufflepuff. Muy en serio.
—Poco faltaba para que se abalanzara encima de nosotros gritando que teníamos que ganar —dijo George, y su gemelo asintió, mientras que Oliver fruncía el ceño.

El día anterior al partido, el viento se convirtió en un huracán y la lluvia cayó con más fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las aulas que se encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se daba aires, especialmente Malfoy.
—¡Ah, si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las ventanas.
—Sí, muy conveniente, ¿no? —dijeron los gemelos Prewett.
Draco tuvo que reconocer que fingir que el hipogrifo lo había lastimado ayudo al equipo a no jugar con un clima nada favorable.
Harry no tenía sitio en la cabeza para preocuparse por otra cosa que el partido del día siguiente. Entre clase y clase, Oliver Wood se le acercaba a toda prisa para darle consejos. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Harry se dio cuenta de pronto de que llegaba diez minutos tarde a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras (No te preocupes, Harry, no creo que Lunático te regañara por llegar unos minutos tarde a su clase, dijo James sonriendo a su amigo e hijo. Pero Harry no quiso decir nada, ya que dentro de poco todos se darían cuenta que esa clase la dio Snape y no Remus), y echó a correr mientras Wood le gritaba:
—¡Diggory tiene un regate muy rápido, Harry! Tendrás que hacerle una vaselina…
Harry volvió a sentirse apenado ante la mención de Cedric Diggory.
Harry frenó al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la abrió y entró apresuradamente.
—Lamento llegar tarde, profesor Lupin. Yo…
Pero no era Lupin quien lo miraba desde la mesa del profesor; era Snape.
—¿Qué diablos hacia Quejicus allí? —preguntaron James y Sirius al unísono.
Esta vez a Snape no le molesto tanto el insulta, ya que ahora se sentía satisfecho al ver las caras contrariada de los merodeadores.
—Tal vez… —dijo Remus, dando por hecho que seguro él había falta a su trabajo por la luna llena.
Hermione le dedico una sonrisa de comprensión al ver que su semblante había cambiado, de lo tranquilo que estaba Remus paso al miedo de que descubrieran su secreto.
—Oh —dijo James, sabiendo lo que Remus había querido decir.
—Bien, eso lo comprendo, ¿pero porque fue el idiota de Quejicus el que te reemplazo? ¿Acaso no había otros profesores? —dijo con molestia Sirius.
—Si había más profesores, pero Snape era el único con más ganas de molestar a los Gryffindor —susurró Ron a Harry.
—La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que descontaremos a Gryffindor diez puntos. Siéntate.
James y Sirius le dirigieron una mirada asesina a Snape, y este solo sonrió con burla.
Pero Harry no se movió.
—¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó.
—No se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa contrahecha—. Creo que te he dicho que te sientes.
Pero Harry permaneció donde estaba.
—¿Qué le ocurre?
—Insolente —murmuró Snape, mirando hacia el hijo de Lily.
—No creo que esa sea manera de hablarle a un profesor, Harry —le dijo Lily.
A Harry se le pusieron las mejillas sonrosadas.
—Pero es Quejicus, pelirroja —le recordó James.
—Aun así —le rebatió su novia.
A Snape le brillaron sus ojos negros.
—Nada que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco puntos menos para Gryffindor y si te tengo que volver a decir que te sientes serán cincuenta.
Después de que lo que Snape le había contestado a su hijo, Lily lo miró con molestia.
—Maldito Quejicus —dijo Sirius.
Harry se fue despacio hacia su sitio y se sentó. Snape miró a la clase.
—Como decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha dejado ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora…
—Hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar…
—Cállate —dijo Snape fríamente (Remus frunció el ceño al escuchar que Snape había regañado a Hermione, sin que esta se lo mereciera)—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta de organización del profesor Lupin.
—¿Lunático un desorganizado? —dijo Sirius—, por favor, James y yo nos volvemos unos alumnos modelos y agrego que yo dejo de ser un mujeriego a que Remus sea un desorganizado.
—Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido —dijo Dean Thomas con atrevimiento (Remus se sonrojó ante el cumplido de Dean), y la clase expresó su conformidad con murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto.
—Sois fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo… Yo daría por hecho que los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los grindylows. Hoy veremos…
Harry lo vio hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo, que debía de imaginarse que no habían visto.
—… los hombres lobo —concluyó Snape.
—Este hijo de su… —murmuró Sirius. Mientras Lupin se ponía pálido de repente.
—Siempre metiendo su narizota en donde no lo llaman —dijo entre dientes James.
Hermione vio la palidez de Remus, y el miedo en sus ojos porque descubrieran lo que él era realmente. En ese momento ella quería levantarse e ir hacia Snape y golpearlo como había hecho con Malfoy en su tercer curso. Pero se contuvo porque hacerlo haría que todos se preguntaran el porqué de su comportamiento, y eso incomodaría a Remus.
Snape había hecho un buen trabajo protegiendo a Harry, pero cuando quería actuar como un bastardo lo lograba.
—Pero profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse. Y Harry noto diferente su mirada, pero lo dejo pasar en ese momento—, todavía no podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks
—Señorita Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no tú quien daba la clase. Ahora, abrid todos el libro por la página 394. —Miró a la clase—: Todos. Ya.
McGonagall miró desaprobatoriamente a Snape.
Con miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros.
—¿Quién de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre lobo y el lobo auténtico?
James y Sirius se quedaron mirando con amargura a Snape.
—Esta Quejicus nos la paga —susurró James a Sirius.
—Le haremos la peor broma de todas —le respondió Sirius, en el mismo tono de voz—. Tan solo espera a que salgamos de esta sala y le contamos a Colagusano de nuestros planes.
James asintió.
Todos se quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano, como de costumbre, estaba levantada.
—¿Nadie? —preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa contrahecha había vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni siquiera la distinción básica entre…?
—Nunca pensé que el señor Snape fuera a convertirse en un hombre tan aprovechado de su poder como profesor —dijo McGonagall a Dumbledore.
—Oh, Minerva, no te agobies, si el señor Snape está ocupando un puesto como profesor en Hogwarts es porque mi yo del futuro creyó que era lo mejor —contestó Dumbledore—. Estoy seguro que debí tener muy buenas razones para haberle ofrecido un puesto en Hogwarts —susurró esto último para sí.
—Ya se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los hombres lobo. Estamos todavía por…
—¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno… Nunca creí que encontraría una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos…
—Como si el profesor Dumbledore fuera a creer todo lo que le digas, Snape —le dijo Frank, aun con rencor por como trataba a su hijo en el futuro.
—Por favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo…
—Es la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —dijo Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo insufrible.
—¿Cómo se le ocurrió insultar a una alumna, señor Snape? —lo reprendió McGonagall, con el ceño fruncido—. Ese comportamiento es inconcebible.
La palidez de Remus quedo en el olvido cuando empezó a sentir que su rostro quemaba a causa del sonrojo, pero el sonrojo no era por vergüenza, ahora su sonrojo era por la ira que sentía en ese momento por Snape.
¿Por qué tiene que insultar a Hermione?, pensaba Remus. Ella solo quería responder a la pregunta que había formulado, y él no solo la ignoraba sino que también la insultaba. Eso es tan injusto.
Lily y Molly miraban con desaprobación a Snape. El aludido ignora la mirada de la señora Weasley, pero capturo la mirada de Lily, y cuando nota que la mirada era desaprobatoria giró su rostro.
Hermione se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos de lágrimas (Remus podía soportar que Snape se metiera con él, y con su amigos, ya que estos se podían defender, pero no permitiría que se Hermione. Esta si me las pagas, Snape, pensó. Y luego de unos segundos se dio cuenta de sus pensamientos y se asustó de ellos). Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban fulminando con la mirada. Todos, en alguna ocasión, habían llamado sabelotodo a Hermione, y Ron, que lo hacía por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta:
—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no quiere que se le responda?
—Exacto —dijo Charlie, estando de acuerdo con su hermano.
Sus compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos.
—Te quedarás castigado, Weasley —dijo Snape con voz suave y acercando el rostro al de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás.
—No criticaba la manera en que dabas tu clase, Snape —dijo Arthur, defendiendo a su hijo, pero en su rostro se veía que estaba enojado.
—Por supuesto que no lo hacía, mi hijo solo estaba defendiendo a su amiga —dijo Molly, con el rostro tan rojo como su propio cabello—. Y espero que no se te ocurra volver a amenazar a mi hijo —le advirtió.
Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entré las filas de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el profesor Lupin.
—Muy pobremente explicado… Esto es incorrecto… El kappa se encuentra sobre todo en Mongolia… ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de un tres.
—Eso es porque Lunático no es un amargado como tú, Quejicus —dijo Sirius, defendiendo a su amigo.
—Además, si mal no recuerdo desde que empezamos a leer el tercer libro que Remus es el mejor profesor de DCAO, cosa que no han dicho de ti —dijo James.
Snape lo miró con frialdad.
Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:
—Escribiréis una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y matar a un hombre lobo (Eres un bastardo, Quejicus, gruñó Sirius). Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en cintura a esta clase (Estoy de acuerdo con eso, dijo Lucius, levantando el mentón con altanería. A lo que James y Sirius gritaron: “¡Tú no te metas, imbécil!”). Weasley, quédate, tenemos que hablar sobre tu castigo.
Harry y Hermione abandonaron el aula con los demás alumnos, que esperaron a encontrarse fuera del alcance de los oídos de Snape para estallar en críticas contra él.
—Snape nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Hermione—. ¿Por qué la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart?
—No sé —dijo Hermione pensativamente—. Pero espero que el profesor Lupin se recupere pronto.
—En realidad todos lo esperábamos —dijo Seamus, y los demás Gryffindors asintieron.
Ron los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado.
—¿Sabéis lo que ese… (llamó a Snape algo que escandalizó a Hermione) me ha mandado? (¿Cómo lo llamaste?, interrumpió James. A lo que Hermione le advirtió: “Ni se te ocurra repetirlo”) Tengo que lavar los orinales de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la respiración alterada. Tenía los puños fuertemente cerrados—. ¿Por qué no podía haberse ocultado Black en el despacho de Snape, eh? ¡Podía haber acabado con él!
—Si. Esa es una gran idea. Me preguntó porque mi yo del futuro no lo hizo —dijo Sirius. Ganándose una mirada fulminante de Snape.
—Ronald Weasley, como se te ocurre decir eso —Molly regañó a su hijo, el cual solo se encogió de hombros.

Al día siguiente, Harry se despertó muy temprano. Tan temprano que todavía estaba oscuro. Por un instante creyó que lo había despertado el ruido del viento. Luego sintió una brisa fría en la nuca y se incorporó en la cama. Peeves flotaba a su lado, soplándole en la oreja.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Harry enfadado.
—Es obvio que para fastidiar —dijo Susan.
Peeves hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a toda prisa, riéndose.
Harry tanteó en busca de su despertador y lo miró: eran las cuatro y media. Echando pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse. Pero una vez despierto fue difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima de su cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo y el lejano crujir de los árboles en el bosque prohibido. Unas horas después se hallaría allí fuera, en el campo de quidditch, batallando en medio del temporal (No es muy bonito jugar quidditch con ese tiempo, comentó Charlie). Finalmente, renunció a su propósito de volver a dormirse, se levantó, se vistió, cogió su Nimbus 2.000 y salió silenciosamente del dormitorio.
Cuando Harry abrió la puerta, algo le rozó la pierna. Se agachó con el tiempo justo de coger a Crookshanks por el extremo de la cola peluda y sacarlo a rastras.
—Sí que Crookshanks se la agarrado con esa rata —comentó Ted.
—Me preguntó que de especial puede tener esa rata. Que acaso no es como cualquier otra —dijo Frank.
Si tan solo supieran, pensó Ron.
—¿Sabes? Creo que Ron tiene razón sobre ti —le dijo Harry receloso—. Hay muchos ratones por aquí. Ve a cazarlos. Vamos —añadió, echando a Crookshanks con el pie, para que bajara por la escalera de caracol—. Deja en paz a Scabbers.
Harry bufó.
—Pobre Crookshanks lo juzgábamos tan mal —dijo Ron, confundiendo nuevamente a los del pasado por su comentario.
El ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común. Harry tenía demasiada experiencia para creer que se cancelaría el partido (Ojala lo cancelaran, comentó Lily, ignorando la mirada de su novio). Los partidos de quidditch no se cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, empezaba a preocuparse. Wood le había indicado quién era Cedric Diggory en el corredor; Diggory estaba en quinto y era mucho mayor que Harry. Los buscadores solían ser ligeros y veloces, pero el peso de Diggory sería una ventaja con aquel tiempo, porque tendría muchas menos posibilidades de que el viento le desviara el rumbo.
—Pero eso no es lo peor, lo peor será que la lluvia no te dejara ver bien, ya que tus gafas se mojaran —dijo James.
Harry sonrió.
—Al comienzo lo fue, pero después no —contestó Harry, sonriéndole ahora a Hermione, la cual le devolvió la sonrisa.
Harry pasó ante la chimenea las horas que quedaban hasta el amanecer. De vez en cuando se levantaba para evitar que Crookshanks volviera a escabullirse por la escalera que llevaba al dormitorio de los chicos. Al cabo de un tiempo le pareció a Harry que ya era la hora del desayuno y se dirigió él solo hacia el retrato.
—¡En guardia, malandrín! —lo retó sir Cadogan.
—«Cállate ya» —contestó Harry, bostezando.
—Que molesto debió haber sido haber esa temporada —dijo Alice.
Se reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo.
—Va a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado.
—Deja de preocuparte, Oliver —lo tranquilizó Alicia—. No nos asustamos por un poquito de lluvia.
—¿Poquito de lluvia? —dijo Lily—, pero por lo que han leído esa una verdadera tormenta.
—Bueno, seguramente Alicia solo lo dijo para dejar de escuchar a Oliver —comentó Fred.
Oliver frunció el ceño.
—Eso no es gracioso, Weasley —le dijo.
Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos (¡Por Merlín! eso será muy peligroso, dijo Molly, mirando a Harry). Poco antes de entrar en el vestuario, Harry vio a Malfoy, a Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, lo señalaban y se reían.
Draco se avergonzó por su estúpido comportamiento en esos tiempos. A él solo le importaba molestar a los Gryffindors, sobre todo a Potter y sus amigos, y también le importaba su apellido. Él era un Malfoy, lo que significaba ser respetado y temido, pero ahora su apellido no era más respetado, temido, tal vez, pero ya no respetado.
Y él aún se preguntaba cómo era que Astoria no les haya exigido a sus padres cancelar su compromiso con él después de todo lo que había sucedido con su familia.
Miró a su costado, allí estaba Astoria, con sus ojos verdes, pasivos, muy pasivos. Ella le devolvió la mirada y le sonrió. Y ahí estaba su respuesta, Astoria Greengrass era distinta a todas las Slytherin que había conocido, ella era buena, su mirada limpia lo demostraba.
Los miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles, tragó saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por señas que lo siguieran.
El viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia rociaba los cristales de las gafas de Harry ¿Cómo demonios iba a ver la snitch en aquellas condiciones?
James frunció el ceño.
—Sera difícil —dijo.
—No con un hechizo de impermeabilidad —dijo Harry, los merodeadores lo miraron—, lástima que yo no supiera hacerlo en ese momento —agregó.
—Sí, eso es una verdadera lástima, pero tal podrías hacerle pedido ayuda a Minnie —aconsejó Sirius, mientras que la profesora McGonagall negaba con la cabeza al escuchar su sobrenombre.
Los de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Harry vio que la boca de la señora Hooch articulaba:
—Montad en las escobas.
Los Hufflepuffs se sintieron feliz porque Cedric los había hecho ganar ese partido, pero también apenados por su muerte, siendo él tan joven.
Harry sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus 2.000. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante y estridente… Dio comienzo el partido.
Harry se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2.000 oscilaba a causa del viento. La sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con los ojos entornados.
A Lily le sudaban las manos, temía por su hijo, y aunque lo veía bien en ese momento, no dejaba de preocuparse por él. Nadie podía decirle nada, Harry era su hijo, y ella tenía todo el derecho de preocuparse por él.
Al cabo de cinco minutos, Harry estaba calado hasta los huesos y helado de frío. Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch. Atravesó el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin idea de lo que sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La multitud estaba oculta bajo un mar de capas y de paraguas maltrechos. En dos ocasiones estuvo a punto de ser derribado por una bludger. Su visión estaba tan limitada por el agua de las gafas que no las vio acercarse.
—¡Oh, por Merlín! —susurró Lily.
Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza. El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Dos veces estuvo a punto de chocar contra otro jugador; que no sabía si era de su equipo o del oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía distinguirlos…
Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Harry sólo pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Wood, que le indicaba por señas que descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.
—¡He pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.
Lily suspiró.
—Bien, por lo menos tendrán un descanso —comentó Molly, no solo preocupada por Harry, sino también por sus hijos.
Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó las gafas y se las limpió con la túnica.
—¿Cuál es la puntuación?
—Cincuenta puntos a nuestro favor. Pero si no atrapamos la snitch, seguiremos jugando hasta la noche.
—Eso no suena muy agradable —dijo Remus, mientras que Ted asentía.
—Con esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas.
En ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e, inexplicablemente, estaba sonriendo.
—¡Tengo una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido!
Se las entregó, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su varita y dijo:
Impervius. —Y se las devolvió a Harry diciendo—: Ahí las tienes: ¡repelerán el agua!
—¡Genial, castaña, eres la mejor! —le dijo Sirius, haciendo que Hermione se sonrojara.
—Por supuesto que los es —dijo Remus.
Esta vez Hermione no se sonrojo más por el cumplido, por el contrario le dieron ganas de llorar por la emoción. Sus hormonas de embarazada por ratos la estaban volviendo loca.
Wood la hubiera besado:
«Wood la hubiera besado», eso molesto a Remus, tan solo imaginarse a Oliver besando a Hermione, hacía que la bilis se le subiera a la garganta.
Katie lo miró fijamente a Oliver.
—En la mejilla. La hubiera besado en la mejilla —corrigió Oliver al instante.
Los gemelos Weasley se rieron de la cara que había puesto Oliver cuando se dio cuenta de la mirada desaprobatoria de Katie.
—¡Magnífico! —exclamó emocionado, mientras ella se alejaba—. ¡De acuerdo, vamos a ello!
El hechizo de Hermione funcionó. Harry seguía entumecido por el frío y más empapado que nunca en su vida, pero podía ver. Lleno de una renovada energía, aceleró la escoba a través del aire turbulento buscando en todas direcciones la snitch, esquivando una bludger; pasando por debajo de Diggory, que volaba en dirección contraria…
Brilló otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez más peligrosa. Harry tenía que atrapar la snitch cuanto antes…
A medida que Lily escucha la lectura se iba preocupando más por su hijo, tenía el presentimiento que algo no saldría bien, y aunque Harry ya podía ver bien bajo la lluvia, ese presentimiento no se alejaba de ella.
Se volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro relámpago iluminó las gradas y Harry vio algo que lo distrajo completamente: la silueta de un enorme y lanudo perro negro, claramente perfilada contra el cielo, inmóvil en la parte superior y más vacía de las gradas.
—Fuiste a verlo —dijo James mirando a Sirius.
—Al parecer si —respondió Sirius.
Las manos entumecidas le resbalaron por el palo de la escoba y la Nimbus descendió varios metros. Retirándose de los ojos el flequillo empapado, volvió a mirar hacia las gradas: el perro había desaparecido.
—¡Harry! —gritó Wood angustiado, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry, detrás de ti!
A Lily le sudaron las manos al escuchar que alguien iba detrás de Harry.
Harry miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par. Cedric Diggory atravesaba el campo a toda velocidad, y entre ellos, en el aire cuajado de lluvia, brillaba una diminuta bola dorada…
—La snitch —dijo James.
Severus rodó los ojos con impaciencia.
Como si nadie hubiera podido deducirlo, pensó Snape con sarcasmo.
Con un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la snitch como una bala.
—¡Vamos! —gritó a la Nimbus, al mismo tiempo que la lluvia le azotaba la cara—. ¡Más rápido!
Pero algo extraño pasaba. Un inquietante silencio caía sobre el estadio. Ya no se oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien hubiera quitado el sonido, o como si Harry se hubiera vuelto sordo de repente. ¿Qué sucedía?
—Dementores —dijo Moody, con voz ronca.
—Merlín —susurró Alice.
Por eso sentía este presentimiento, se dijo Lily. Mi hijo se enfrentaría otra vez a esos horribles seres.
—¿Qué hacían los dementores en el campo de quidditch? —preguntó Ted.
Y entonces le penetró en el cuerpo una ola de frío horrible y ya conocida, exactamente en el momento en que veía algo que se movía por el campo, debajo de él. Antes de que pudiera pensar, Harry había apartado la vista de la snitch y había mirado hacia abajo. Abajo había al menos cien dementores, con el rostro tapado, y todos señalándole. Fue como si le subiera agua helada por el pecho y le cortara por dentro. Y entonces volvió a oírlo… Alguien gritaba dentro de su cabeza…, una mujer…
A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor.
Apártate, estúpida… apártate…
A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí. Mátame a mí en su lugar…
Lily se llevó una mano a la boca y empalideció unos cuantos tonos al oír ese fragmento.
—Lily —dijo James, y la abrazo al notar el semblante de su novia—, eso no ocurrirá, ya lo verás —la consoló.
Y era verdad, él no permitiría que le hicieran daño a su familia.
Mientras tanto todos en la sala estaban asombrados ante lo último que había leído Padma.
—Lily —murmuró Snape.
Ese maldito de Voldemort no te hará daño, Lily, sobre mi cadáver, pensaba Snape.
—Lo siento, Harry —le dijo Lily a su hijo.
—No tienes por qué sentirlo —le dijo Harry—, tú no tienes la culpa de nada —y le sonrió a su madre, tratando de animarla.
Varios minutos después Padma volvió a leer.
A Harry se le había enturbiado el cerebro con una especie de niebla blanca. ¿Qué hacía? ¿Por qué montaba una escoba voladora? Tenía que ayudarla. La mujer iba a morir; la iban a matar…
Harry caía, caía entre la niebla helada.
—A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad…
Lily sollozó al escuchar que su yo del futuro había hecho todo por salvar a su hijo.
Alguien de voz estridente estalló en carcajadas (Maldito hijo de perra, pensaba James). La mujer gritaba y Harry no se enteró de nada más.
—Merlín, ¿qué sucedió? —preguntó Molly, muy nerviosa.
—Me caí —susurró Harry.
Lily volvió a sollozar, y James la pego más a él consolándola.

—Ha tenido suerte de que el terreno estuviera blando.
—Creí que se había matado.
—¡Pero si ni siquiera se ha roto las gafas!
—Gracias a Merlín —susurró Lily, mirando a Harry.
Harry oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar; ni de qué hacía antes de aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo como si le hubieran dado una paliza.
—Fue un adura caída —comentó Justin.
—Es lo más pavoroso que he visto en mi vida.
Horrible… Lo más pavoroso… Figuras negras con capucha… Frío… Gritos…
Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de Gryffindor, lleno de barro, rodeaba la cama. Ron y Hermione estaban allí también y parecían haber salido de la ducha.
—Llovía a cántaros —dijo Dean—, era obvio que tenían que estar así.
—¡Harry! —exclamó Fred, que parecía exageradamente pálido bajo el barro—. ¿Cómo te encuentras?
La memoria de Harry fue recuperando los acontecimientos por orden: el relámpago…, el Grim(No soy un Grim, se quejó Sirius), la snitch…, y los dementores.
—¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás ahogaron un grito.
—Es que nos sorprendió que te levantaras tan de repente —dijo Alicia—. Creímos que estarías más tiempo inconsciente.
—Te caíste —explicó Fred—. Debieron de ser… ¿cuántos? ¿Veinte metros?
Molly ahogó un gritó.
—Creímos que te habías matado —dijo Alicia, temblando.
Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos.
—Pero el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?
Lily miró con asombro a su hijo.
—Increíble —le dijo—, casi te matas y a ti solo te importa el partido, y se repetirá —la voz de Lily ahora era de enojo.
Harry se encogió de hombros y sonrió, pero en el fondo estaba feliz, su madre lo estaba regañando, él nunca habría pensado que eso sucedería algún día.
Idiota como su padre, pensó Snape.
Nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como una losa.
—¿No habremos… perdido?
—Diggory atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras. No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso Wood lo ha admitido.
—Muy maduro de su parte, señor Wood —le dijo McGonagall, y este se sonrojó.
—¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.
—Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.
—Eso no es cierto —dijo Oliver.
—¿Entonces porque demorabas tanto? —preguntó Fred.
—Porque estaba lleno de lodo —respondió Oliver, pero claramente se podía notar que mentía.
—Oh, por supuesto, capitán —dijeron los gemelos Weasley sarcásticamente.
Harry acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Fred le puso la mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente.
—Vamos, Harry, es la primera vez que no atrapas la snitch.
—Tenía que ocurrir alguna vez —dijo George.
—Eso no fue muy alentador en ese momento —dijo Harry.
—Todavía no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si Hufflepuff pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin…
—Hufflepuff tendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George.
—Pero si ganan a Ravenclaw…
—Eso no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos.
Los chicos de Ravenclaw que se encontraban en la sala sonrieron.
—Pero si Slytherin pierde frente a Hufflepuff…
—Todo depende de los puntos… Un margen de cien, en cualquier caso…
Harry guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido un partido de quidditch.
—No lo perdiste por ser un mal buscador, todo fue por esos malditos dementores, no creo que nadie pueda concentrarse teniéndolos cerca —le dijo James a su hijo.
—Bueno, en eso si tienes razón, James —dijo Lily.
Después de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que lo dejaran descansar.
—Luego vendremos a verte —le dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo el mejor buscador que hemos tenido.
—Eso fue muy amable de tu parte, Fred —le dijo Molly a su hijo.
—Es que la amabilidad es algo natural en mí, mamá —dijo Fred.
—Sí, claro, Fred —dijo Charlie.
El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron y Hermione se acercaron un poco más a la cama de Harry.
—Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—. Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y entonces se redujo la velocidad de tu caída (Muchas gracias por eso, profesor Dumbledore, dijeron James y Lily al unísono. El viejo director asintió). Luego apuntó a los dementores con la varita y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio… Le puso furioso que hubieran entrado en el campo… lo oímos…
—Por supuesto que debió de haber estado furioso. Esas criaturas son horribles —comentó Andrómeda.
—No entiendo como el Ministerio puede trabajar con esa cosas —dijo Frank.
—Es que son tal para cual —dijo Sirius.
—Entonces te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó al colegio flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas…
Lily se estremeció ante la suposición.
Su voz se apagó, pero Harry apenas se dio cuenta. Pensaba en lo que le habían hecho los dementores, en la voz que suplicaba. Alzó los ojos y vio a Hermione y a Ron tan preocupados que rápidamente buscó algo que decir.
—¿Recogió alguien la Nimbus?
Ron y Hermione se miraron.
—Eh…
—¿Qué sucede ahora? —preguntaron los gemelos Prewett.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Bueno, cuando te caíste… se la llevó el viento —dijo Hermione con voz vacilante.
—¿Y?
—Y chocó… chocó… contra el sauce boxeador.
—¡Rayos! —exclamó Sirius, con pesar.
—Señor Black modere su lenguaje —lo regañó McGonagall.
—Lo siento —dijo el animago.
—Pero ahora Harry se quedó sin escoba —dijo James—, y un jugador de quidditch sin escoba es como un ave sin alas.
Los otros dos merodeadores asintieron.
—Tienes razón, Cornamenta —dijo Sirius.
—No se preocupen por eso, conseguí una nueva escoba más rápido de lo que creí —dijo Harry sonriendo misteriosamente.
—¿En serio? —preguntó Remus.
Harry asintió.
—¿Cómo? —preguntó James.
—Alguien se la regalo —respondió Ron por Harry.
—Genial, seguramente Minnie le compro una nueva escoba —dijo Sirius.
 Ni Harry, ni Ron y mucho menos Hermione lo saco de su error, ya que sería mejor que se enterada por el mismo quien fue el que le regaló una nueva escoba a Harry.
Harry sintió un pinchazo en el estómago. El sauce boxeador era un sauce muy violento que estaba solo en mitad del terreno del colegio.
—¿Y? —preguntó, temiendo la respuesta.
—Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen.
—El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento —explicó Hermione en voz muy baja.
Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba de la fiel y finalmente abatida escoba de Harry.
—Aquí termina el capítulo —dijo Padma.
—Muchas gracias, señorita Patil —dijo Dumbledore.

Hola a todas, mis queridas lectoras
Disculpen por no haber subido este capítulo a tiempo, pero es que estaba preparando los exámenes para mis alumnos. Lo bueno es que ya salí de vacaciones y voy actualizar mucho más seguido.
Espero que disfruten este capítulo, tal vez no noten mucho Remus y Hermione en este capítulo, pero en el próximo prometo escribir más sobre ellos y un Flashback.
Ahora me despido, no sin antes desearles una bonita Navidad, que todos sus hogares sean bendecidos y llenos de luz.
Merodeadora Black