—¿Quién quiere continuar
con la lectura? —preguntó el director.
—Yo lo haré —dijo Astoria
Greengrass.
—De acuerdo —respondió
Dumbledore; y Draco le paso el libro a su futura esposa.
La Slytherin cambio la
página y leyó.
—“El Caldero Chorreante”.
—No suena como que vaya a
pasar nada malo ahí —comentó Frank.
—No, no pasa nada malo
—aceptó Harry.
Hermione sonrió al
recordar que en ese capítulo ella compró a su gato. Le acarició detrás de las
orejas al minino, el cual ronroneo complacido.
Harry tardó varios días en
acostumbrarse a su nueva libertad. Nunca se había podido levantar a la hora que
quería, ni comer lo que le gustaba (Harry se sintió
incomodo por todas las miradas encima de él). Podía ir donde le
apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, y como esta calle
larga y empedrada rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del
mundo, Harry no sentía ningún deseo de incumplir la palabra que le había dado a
Fudge ni de extraviarse por el mundo muggle.
Lily suspiró aliviada,
porque por lo menos esa vez Harry no desobedecería en ese orden. Lo que
significaba que nada malo le sucedería.
Desayunaba por las mañanas en el
Caldero Chorreante, donde disfrutaba viendo a los demás huéspedes: brujas
pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras;
magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en
la revista La transformación moderna;
brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una
bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado
crudo.
—Que extraños gustos
—dijo Katie un poco asqueada.
Alicia y Angelina
asintieron igual de asqueadas que Katie.
Después del desayuno, Harry salía al
patio de atrás, sacaba la varita mágica, golpeaba el tercer ladrillo de la
izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaba esperando hasta que se
abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon.
Hermione sonrió levemente
al recordar la primera vez que estuvo en el callejón Diagon. Por otra parte
Remus se maravilló con la sonrisa de la castaña, haciéndolo sonreír a él también.
Harry pasaba aquellos largos y soleados
días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en
las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban
las compras que habían hecho («es un lunascopio,
amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?») (Ay, Harry, que chismoso eres, comentaron los gemelos
Weasley. A lo que Ron dijo: “Lo dice los creadores de las Orejas Extensibles”. ¿Qué es eso?, preguntaron los merodeadores y
los gemelos Prewett. Pero ni Fred ni George contestaron, puesto que no querían
ser regañados por Molly) o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo
no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva
a Azkaban») (Sirius se sintió pésimo ante tales
palabras. “Cálmate, Canuto, ellos no te conocen como te conocemos nosotros”,
dijeron James y Remus. “Sí, pero yo nunca lastimaría a un niño, quizás a un
Slytherin sí, pero no a un niño”, dijo el ojigris). Harry ya no tenía
que hacer los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela; ahora podía
sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue,
y terminar todos los trabajos (¿Qué?, dijeron James
y Sirius, este último un poco más animado. Pero no comentaron nada más al ver
la mirada severa de Lily. “No tiene nada de malo hacer las tareas”, dijo la
pelirroja. A lo que James y Sirius replicaron: “Pero un merodeador…”. Lily
nuevamente los volvió a callar con la mirada y dijo: “Remus también es un
merodeador y hace las tareas”. “Sí, pero ese es un caso especial”, contestaron
los dos merodeadores. Lily negó con la cabeza) con la ocasional ayuda
del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de
brujas en los tiempos medievales, daba gratis a Harry, cada media hora, un
helado de crema y caramelo.
—Eso si es tener suerte
—comentó Ron.
Sus hermanos y Hermione
negaron con la cabeza, mientras Harry y Luna sonreían.
—James —llamó Lily, y el
pelinegro la observo—, deberíamos agradecerle a Florean por ser tan amable con
Harry.
James asintió.
No creo que puedan,
Florean está muerto, se dijo Harry mentalmente.
Después de llenar el monedero con
galeones de oro, sickles de plata y knuts
de bronce de su cámara acorazada en Gringotts, necesitó
mucho dominio para no gastárselo todo enseguida (No
creo que hayas podido. El dinero de los Potter es mucho, pensaba James).
Tenía que recordarse que aún le quedaban cinco años en Hogwarts, e imaginarse
pidiéndoles dinero a los Dursley para libros de hechizos. Para no caer en la tentación
de comprarse un juego de gobstones de
oro macizo (un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas
lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto)
(Vaya, ese juego sí parece divertido. No preocupes
pequeño Cornamenta, yo te lo compare, dijo Sirius de mejor ánimo, pero en sus
ojos se notaba una sombra de rabia, y solo por eso Lily no lo regaño).
También le tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura
dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra
clase de astronomía. Pero lo que más a prueba puso su decisión apareció en su
tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch) a la semana
de llegar al Caldero Chorreante.
—Si es una escoba nueva,
eso si tienes que comprártela —dijo James infantilmente.
Lily lo empezó a regañar,
y James solo asentía con una sonrisita inocente, pero cuando su mirada se
encontró con la de su hijo, le guiñó un ojo, como diciéndole que no se
preocupara.
Harry no pudo hacer más
que sonreír al ver a sus padres. Guardando ese momento en su mente, por si
acaso no pudieran cambiar el futuro.
—Si era una escoba, pero
no hizo falta comprármela —dijo Harry.
—¿Por qué? —preguntó
Remus.
—Porque alguien me la
regalo antes —respondió.
—¿Quién? Preguntaron los
gemelos Prewett con curiosidad.
—Ya se enteraran —le
respondió Ron a sus tíos.
Deseoso de enterarse de qué era lo que
observaba la multitud en la tienda, Harry se abrió paso para entrar;
apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que vio, en un
expositor; la escoba más impresionante que había visto en su vida.
Para ese entonces James y
Sirius tenían una cara de bobos, solo al imaginarse la nueva escoba, y eso que
ni siquiera sabía todos sus beneficios.
—Acaba de salir… prototipo… —le decía
un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.
—Es la escoba más rápida del mundo, ¿a
que sí, papá? —gritó un muchacho más pequeño que Harry, que iba colgado del
brazo de su padre.
El propietario de la tienda decía a la
gente:
—¡La selección de Irlanda acaba de
hacer un pedido de siete de estas maravillas! ¡Es la escoba favorita de los
Mundiales!
—¿Una selección compro
siete modelos de esa nueva escoba? —dijo James con emoción.
—Eso confirma que son más
que geniales, Cornamenta —dijo Sirius—, ¿no lo crees tú también así, Lunático?
—le preguntó al otro merodeador.
Remus solo sonrió y
asintió al ver a su amigo un poco más animado, puesto que él no era mucho de
escobas.
Al apartar a una bruja de gran tamaño,
Harry pudo leer el letrero que había al lado de la escoba:
SAETA
DE FUEGO
—Hasta su nombre suena
genial —dijeron los gemelos Prewett. Todos los amantes del quidditch y de las
escobas asintieron.
Este ultimísimo modelo de escoba
de carreras dispone de un palo de fresno ultra fino y aerodinámico, tratado con
una cera durísima, y está numerado a mano con su propia matrícula. Cada una de
las ramitas de abedul de la cola ha sido especialmente seleccionada y afilada
hasta conseguir la perfección aerodinámica. Todo ello otorga a la Saeta de
Fuego un equilibrio insuperable y una precisión milimétrica. La Saeta de Fuego
tiene una aceleración de 0 a 240 km/hora en diez segundos, e incorpora un
sistema indestructible de frenado por encantamiento. Preguntar precio en el
interior.
Todos los amantes del
quidditch se quedaron embobados por la descripción de dichas escoba.
—Lily, querida —dijo de
pronto James y la pelirroja lo observó—, ya que vamos a cambiar el futuro
recuérdame que tengo que comprar esa escoba.
—Claro, James —aseguró
Lily—, pero relájate, ¿quieres? No te emociones mucho, recuerda que esa escoba
saldrá al mercado de dieciséis años.
Preguntar el precio… Harry no quería ni
imaginar cuánto costaría la Saeta de Fuego. Nunca le había apetecido nada tanto
como aquello… Pero nunca había perdido un partido de quidditch en su Nimbus
2.000 (Una buena escoba no significa ser el mejor
jugador, comentó Hermione, y acercándose más a Harry le susurró, recuerda lo
que paso en segundo año con Malfoy. Harry sonrió, y Lupin se sintió un poco
incómodo por la cercanía de ellos dos, pero luego se recordó que solo eran
amigos. Por otra parte Draco miraba la escena y dijo con tono arrogante:
“Porque sospecho que estás hablando de mí, Granger”. A lo que Hermione le
contestó: “No eres el ombligo del mundo, Malfoy”), ¿y de qué le servía
dejar vacía su cámara de seguridad de Gringotts para comprarse la Saeta de
Fuego teniendo ya una escoba muy buena? (Eso es
cierto, ya tenías una escoba muy buena, comentó Ted) Harry no preguntó
el precio, pero regresó a la tienda casi todos los días sólo para contemplar la
Saeta de Fuego (Lily suspiró ante ese
acontecimiento. Tenía que ser como su
padre en ese aspecto, pensaba la pelirroja). Sin embargo, había
cosas que Harry tenía que comprar. Fue a la botica para aprovisionarse de
ingredientes para pociones, y como la túnica del colegio le quedaba ya
demasiado corta tanto por las piernas como por los brazos, visitó la tienda de
Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malkin y compró otra nueva. Y lo
más importante de todo: tenía que comprar los libros de texto para sus dos
nuevas asignaturas: Cuidado de Criaturas Mágicas y Adivinación.
Hermione hizo un gesto de
molestia ante la asignatura de Adivinación, porque definitivamente no era su
asignatura favorita.
Harry se sorprendió al mirar el
escaparate de la librería. En lugar de la acostumbrada exhibición de libros de
hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar había una gran
jaula de hierro que contenía cien ejemplares de El
monstruoso libro de los monstruos (¿Y por qué están vendiendo esos
libros?, preguntó Alice. Harry miró Hagrid y sonrió con complicidad).
Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí,
mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre.
—¡Oh, Merlín! —exclamó
Andrómeda.
Mientras McGonagall
fruncía el ceño, Dumbledore sonreía, pues sospechaba que eso tenía que ver con
Hagrid.
Harry sacó del bolsillo la lista de
libros y la consultó por primera vez. El
monstruoso libro de los monstruos aparecía
mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de
Criaturas Mágicas (Bueno, por lo menos ahora ya
sabemos porque Hagrid le regalo ese libro a Harry, dijo Lily). En ese
momento Harry comprendió por qué Hagrid le había dicho que podía serle útil.
Sintió alivio. Se había preguntado si Hagrid tendría problemas con algún nuevo
y terrorífico animal de compañía.
—Oh —susurró Hagrid—.
Pero yo no tengo terroríficos animales, todos son muy dóciles, solo hay que
encontrarles la manera —explicó el semi-gigante.
—Sí, claro —susurró Ron.
Cuando Harry entró en Flourish y
Blotts, el dependiente se acercó a él.
—¿Hogwarts? —preguntó de golpe—.
¿Vienes por los nuevos libros?
—Sí —respondió Harry—. Necesito…
—Quítate de en medio —dijo el dependiente
con impaciencia, haciendo a Harry a un lado. Se puso un par de guantes muy
gruesos, cogió un bastón grande, con nudos, y se dirigió a la jaula de los
libros monstruosos.
—Pobre hombre —dijo
Molly—, seguro la ha de haber pasado muy mal vendiendo esos libros.
—Sí, tienes razón,
querida —le dijo Arthur.
—Pues nosotros creemos
todo lo contrario, mamá —dijeron los gemelos, sin ocultar su gran sonrisa.
Molly solo negó con la
cabeza.
—Espere —dijo Harry con prontitud—, ése
ya lo tengo.
—¿Sí? —El rostro del dependiente brilló
de alivio—. ¡Cuánto me alegro! Ya me han mordido cinco veces en lo que va de
día.
Fred y George rieron y
sus tíos se le unieron.
—No deberías reír de la
desgracia de otros, George Weasley —lo regañó Angelina.
George al instante dejo
de ir, y se sonrojo.
—Otro dominado por una
mujer —murmuró Fred al ver a su gemelo tan mansito.
Desgarró el aire un estruendoso
rasguido. Dos libros monstruosos acababan de atrapar a un tercero y lo estaban
desgarrando.
—¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó el dependiente,
metiendo el bastón entre los barrotes para separarlos—. ¡No pienso volver a
pedirlos, nunca más! ¡Ha sido una locura! Pensé que no podía haber nada peor
que cuando trajeron los doscientos ejemplares del Libro
invisible de la invisibilidad. Costaron una
fortuna y nunca los encontramos… (¿Quién pudo ser
tan estúpido para pedir esos libros?, preguntó Narcissa con desdén. A lo que
Lucius respondió en un tono de voz que solo escuchaba su esposa: “Un sangre
impura de seguro”) Bueno, ¿en qué puedo servirte?
—Necesito Disipar
las nieblas del futuro, de Cassandra Vablatsky —dijo Harry,
consultando la lista de libros.
—Ah, vas a comenzar Adivinación,
¿verdad? —dijo el dependiente quitándose los guantes y conduciendo a Harry a la
parte trasera de la tienda, donde había una sección dedicada a la predicción
del futuro (Hermione rodó los ojos, al igual que la
profesora McGonagall. Ninguna de las dos creía que esa asignatura fuera muy
importante. Y Ginny que había visto el gesto de su amiga de la profesora, no
pudo evitar sonreír). Había una pequeña mesa rebosante de volúmenes con
títulos como Predecir lo impredecible,
Protégete de los fallos y accidentes,
Cuando el
destino es adverso.
—Aquí tienes —le dijo el dependiente,
que había subido unos peldaños para bajar un grueso libro de pasta negra—: Disipar
las nieblas del futuro, una guía excelente de métodos
básicos de adivinación: quiromancia, bolas de cristal, entrañas de animales…
Hermione se puso pálida
al escuchar entrañas de animales le
dio nauseas, pero empezó a respirar profundo varias veces para controlarse. Lo
mismo pasaba con Molly que estaba embarazada de los gemelos.
—¿Te encuentras bien,
Hermione? —le preguntó Harry.
—Sí —respondió la
castaña, respirando profundo una vez más.
Pero Harry no escuchaba. Su mirada
había ido a posarse en otro libro que estaba entre los que había expuestos en
una pequeña mesa: Augurios de muerte: qué hacer
cuando sabes que se acerca lo peor.
—Yo en tu lugar no leería eso —dijo
suavemente el dependiente, al ver lo que Harry estaba mirando—. Comenzarás a
ver augurios de muerte por todos lados. Ese libro consigue asustar al lector
hasta matarlo de miedo.
—Ahora entiendo —dijo
Ron—, Trelawney debía haber leído ese libro.
Harry y muchos de sus
compañeros rieron.
—Pero Ron, tú le creías
todo lo que decía al comienzo —le recordó Hermione.
Ron se sonrojó.
Astoria continúo leyendo
al notar a todos callados.
Pero Harry siguió examinando la portada
del libro. Mostraba un perro negro, grande como un oso, con ojos brillantes. Le
resultaba extrañamente familiar…
James y Remus se quedaron
pensativos ante eso. ¿Por qué le parecería familiar un animal de mal augurio?
—¡Oh, es grim! —dijo Seamus tratando de imitar a
la profesora Trelawney.
Parvati lo miró mal,
mientras que los demás reían.
El dependiente puso en las manos de
Harry el ejemplar de Disipar las nieblas del
futuro.
—¿Algo más? —preguntó.
—Sí —dijo Harry, algo aturdido,
apartando los ojos de los del perro y consultando la lista de libros—:
Necesito… Transformación, nivel intermedio
y Libro reglamentario
de hechizos, curso 3º.
Hermione suspiró, con una
mezcla de nostalgia, cansancio y felicidad. Por una parte había llevado muchos
más cursos que sus amigos, lo que la hacía tener más tareas que hacer y
estudiar, y por otra parte había conocido al amor de su vida en ese curso.
Levantó la vista y
observó Remus.
Diez minutos después, Harry salió de
Flourish y Blotts con sus nuevos libros bajo el brazo, y volvió al Caldero
Chorreante sin apenas darse cuenta de por dónde iba, y chocando con varias personas.
—Ver ese libro te afecto
—comentó Ron—, si ya lo decía yo, los libros nunca son algo bueno.
Hermione lo taladro con
la mirada y Lily lo miró con severidad, a lo que Ron se trató de encoger en su
asiento.
Subió las escaleras que llevaban a su
habitación, entró en ella y arrojó los libros sobre la cama. Alguien la había
hecho. Las ventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales. Harry oía los
autobuses que pasaban por la calle muggle que quedaba detrás de él, fuera de la
vista; y el alboroto de la multitud invisible, abajo, en el callejón Diagon. Se
vio reflejado en el espejo que había en el lavabo.
—No puede haber sido un presagio de
muerte —le dijo a su reflejo con actitud desafiante—. Estaba muerto de terror
cuando vi aquello en la calle Magnolia. Probablemente no fue más que un perro
callejero.
—No deberías de
obsesionarte tanto por lo que viste en el libro, te hará daño —dijo Lily.
Alzó la mano de forma automática, e
intentó alisarse el pelo.
—Es una batalla perdida —le respondió
el espejo con voz silbante.
—Completamente —dijeron
los merodeadores.
***
Al pasar los días, Harry empezó a
buscar con más ahínco a Ron y a Hermione. Por aquellos días llegaban al
callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el
comienzo del curso. Harry se encontró a Seamus Finnigan y a Dean Thomas,
compañeros de Gryffindor; en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del
Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego (¿Quién no lo haría?, dijo Oliver Wood); se tropezó
también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville
Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda (Neville
sonrió, el mismo reconocía que era muy despistado). Harry no se detuvo
para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su
abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo (Debemos hablar con tu madre muy seriamente, le dijo Alice a Frank, el
cual asintió sin rechistar). Harry deseó que ella nunca se enterara de
que él se había hecho pasar por su nieto cuando intentaba escapar del
Ministerio de Magia.
—No te habría pasado nada
malo, Harry, es más seguramente se hubiera sentido orgullosa de que hubieras
enfrentado al ministerio—dijo Neville.
Harry se sintió un poco
incómodo ante la contestación de Neville.
Harry despertó el último día de
vacaciones pensando en que vería a Ron y a Hermione al día siguiente, en el
expreso de Hogwarts. Se levantó, se vistió, fue a contemplar por última vez la
Saeta de Fuego, y se estaba preguntando dónde comería cuando alguien gritó su
nombre. Se volvió.
—Creo que fueron ellos lo
que te encontraron a ti —dijo Frank.
—¡Harry! ¡HARRY!
Allí estaban los dos, sentados en la
terraza de la heladería Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione,
muy morena; y los dos le llamaban la atención con la mano.
—¿Estaban en una cita?
—preguntó George fingiendo inocencia.
Hermione y Ron se
sonrojaron.
James y Sirius reían del
pelirrojo y la castaña, mientras que Remus los miraba fijamente tratando de
encontrar algo que le confirmara si era cierto o no.
—Claro que no —dijeron
Hermione y Ron, aun sonrojados.
—Y quisieras mantener la
boca cerrada, George —le dijo Ron.
—Oh, el pequeño Ronnie
está enojado, Feorge —dijo Fred.
—Sí ya lo veo, Gred —le
contestó su gemelo compartiendo una sonrisa de complicidad.
—¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Harry
de oreja a oreja cuando éste se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorreante,
pero nos dijeron que habías salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al
establecimiento de la señora Malkin, y…
—Compré la semana pasada todo el
material escolar. ¿Y cómo os enterasteis de que me alojo en el Caldero
Chorreante?
—Mi padre —contestó Ron escuetamente.
Arthur sonrió.
Seguro que el señor Weasley, que
trabajaba en el Ministerio de Magia, había oído toda la historia de lo que le
había ocurrido a tía Marge.
—Así fue, padre se enteró
de todo y de otras cosas más —confirmó Percy.
—¿Es verdad que inflaste a tu tía,
Harry? —preguntó Hermione muy seria.
—Fue sin querer —respondió Harry,
mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.
—No tiene ninguna gracia, Ron —dijo
Hermione con severidad (Si la tiene, dijeron los
gemelos Prewett)—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan
expulsado.
—Oh, la prefecta perfecta
hablo —dijeron los gemelos Weasley a la vez que hacían una reverencia ante
ella.
Hermione primero frunció
el ceño, pero luego termino riendo.
—Sí que las hormonas la
tienen medio loca —susurró Ron a Harry.
—Shhh —dijo Harry—, no te
vaya a escuchar, y entonces si se va a poner fea la cosa.
—A mí también —admitió Harry—. No sólo
expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre
por qué me ha perdonado Fudge el castigo?
—No creo que le dijeran
eso a Ron —dijo Lily, y el pelirrojo asintió.
—Probablemente, porque eres tú. ¿No
puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso
Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si
se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar;
porque mi madre me habría matado (Los hermanos
Weasley y los gemelos Prewett empezaron a reír, pero la risa paro cuando
notaron la mirada de severidad de Molly). De cualquier manera, tú mismo
le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en
el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King’s Cross. ¡Ah, y
Hermione también se aloja allí!
La muchacha asintió con la cabeza,
sonriendo.
—Mis padres me han traído esta mañana,
con todas mis cosas del colegio.
—Parece como si tus
padres se hubieran querido deshacer de ti —dijo Sirius.
—¡Sirius! —lo regañó
Remus.
—Solo era una broma,
Lunático —dijo el animago encogiéndose de hombros.
—¡Estupendo! —dijo Harry, muy
contento—. ¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?
—Mira esto —dijo Ron, sacando de una
mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva.
Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio.
Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su
silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a
llorar cuando le dijimos que queríamos dos.
—Definitavemente, pobge hombge —dijo Fleur.
—¿Y qué es todo eso, Hermione?
—preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su
lado, en una silla.
—¿Tres? —repitieron los
merodeadores, y los gemelos Prewett.
Hermione rodó los ojos.
—Bueno, me he matriculado en más
asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia,
Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas,
Estudios Muggles…
—¿Estudios Muggles? —dijo
Andrómeda.
—Pero si tus padres son
muggles, y vives en el mundo muggle, para que quieres aprender algo que ya
sabes —dijo Sirius, con un poco de sorpresa.
—Porque es interesante
saber cómo los magos ven a los muggles —respondió Lily.
—Sí, por fin alguien que
me entiende —dijo Hermione.
—¿Para qué quieres hacer Estudios
Muggles? —preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú
eres de sangre muggle! ¡Tus padres son muggles! ¡Ya lo sabes todo sobre los
muggles!
—Pero será fascinante estudiarlos desde
el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.
—¿Tienes pensado comer o dormir este
curso en algún momento, Hermione? —preguntó Harry mientras Ron se reía.
—Eso mismo me pregunto yo
—dijo James.
—La castaña es peor que
tú Lunático y la pelirroja juntos —dijo Sirius.
Hermione no les hizo caso:
—Todavía me quedan diez galeones —dijo
comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han
dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.
—¿Por qué no te compras un libro? —dijo
Ron poniendo voz cándida.
Los gemelos Prewett, los
gemelos Weasley, James y Sirius rieron.
—No, creo que no —respondió Hermione
sin enfadarse—. Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a Hedwig
y tú tienes a Errol…
—No, no es mío. Errol
es de la familia. Lo único que poseo es a Scabbers.
(Ron bufó, y a Harry y a Hermione tensaron la
mirada al escuchar la mención del traidor) —Se sacó la rata del
bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a Scabbers
en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha
sentado bien.
Scabbers estaba
más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.
—Pues ojala y hubiera
muerto —murmuró Ron.
—No lo creo Ron, él solamente estaba asustado y no creo
que muriera de susto —dijo Harry, pero todos notaron el rencor cuando dijo
“él”. Y se preguntaban porque le tenían tanta ojeriza a esa pobre rata enferma.
—Ahí hay una tienda de animales mágicos
—dijo Harry, que por entonces conocía ya bastante bien el callejón Diagon—.
Puedes mirar a ver si tienen algo para Scabbers.
Y Hermione se puede comprar una lechuza.
Hermione sonrió, ella no
compraría una lechuza sino a su pequeño minino. Crookshanks ronroneó cuando sintió la mano de la chica acariciarlo detrás de las
orejas.
Así que pagaron los helados, cruzaron
la calle para ir a la tienda de animales.
No había mucho espacio dentro. Hasta el
último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había
mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban
o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un
cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron y
Hermione esperaron, observando las jaulas.
—Detesto ese lugar —dijo
Dapne.
Un par de sapos rojos y muy grandes
estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate
brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes
venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un
conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y
volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!». Había gatos de todos los
colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del
color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador; una
enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos
sirviéndose de la cola larga y pelada.
—Se me esta ocurriendo
una cosa —dijo Sirius.
—¿Qué cosa? —preguntó
James con interés.
—Deberías comprar una
rata hembra y decirle a Peter que es una animaga para que luego él… —Sirius ya
no pudo seguir hablando porque fue interrumpido por Remus.
—No deberíamos haber eso,
Sirius.
—Por supuesto que no, no
jugaran así con los sentimientos del pobre Peter —defendió Lily.
—Yo nada más decía —dijo
Sirius levantando las manos en señal de derrota.
No deberías tener tantas
consideraciones con ese, mamá,
pensaba Harry.
El cliente de los tritones de doble
cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.
—Se trata de mi rata —le explicó a la
bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.
—Ponla en el mostrador —le dijo la
bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.
Ron sacó a Scabbers
y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus
juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron
tenía, Scabbers
era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy) y estaba un
poco estropeada (Ron se sonrojó levemente).
Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy
desmejorado.
—Hum —dijo la bruja, cogiendo y
levantando a Scabbers—, ¿cuántos años
tiene?
—No lo sé —respondió Ron—. Es muy
vieja. Era de mi hermano.
—¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja
examinando a Scabbers de
cerca.
—Bueenoooo… —dijo Ron.
—De poderes no estoy muy
seguro, pero para traicionar es un experto —dijo Ron.
Todos los del pasado miraron
al pelirrojo.
—¿Por qué dices eso, Ron?
—preguntó James.
—Eh… porque… a… —Ron
empezó a balbucear. Recién se había dado cuenta de que había hablado más de la
cuenta.
—Ya se enteraran luego
—respondió Luna.
James asintió, pero todo
eso de Scabbers le daba mala espina.
Y no solo a él, también a los otros dos merodeadores y a Lily.
La verdad era que Scabbers
nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que
mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja
izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó
la lengua en señal de reprobación.
—Ya le faltaba un dedo
desde el tiempo en que yo lo tenía —aclaró Percy.
—¿Así la compraste?
—preguntó Alice.
—En realidad así la
encontré, apareció por los alrededores de la Madriguera —dijo Percy.
—Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.
—Ya estaba así cuando me la pasó Percy
—se defendió Ron.
—No se puede esperar que una rata
ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la
bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una
de éstas…
Señaló las ratas negras, que volvieron
a dar saltitos. Ron murmuró:
—Presumidas.
—Que infantil, hermanito
—dijeron los gemelos Weasley.
—Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes
probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña
botella roja de debajo del mostrador.
—Vale —dijo Ron—. ¿Cuánto…? ¡Ay!
—¿Qué sucedió? —preguntó
Molly.
—Nada malo —respondió
Ron, sonriendo en dirección donde estaba Crookshanks—, ojala y hubiera permitido que Crookshanks le diera caza
—susurró eso último.
Ron se agachó cuando algo grande de
color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó
contra Scabbers,
bufando sin parar.
—¡No, Crookshanks,
no! —gritó la bruja, pero Scabbers salió
disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el
suelo y huyó hacia la puerta.
—¿Crookshanks? ¿Tu gato? —preguntó
Andrómeda.
Hermione asintió, con una
pequeña sonrisa en sus labios.
—¡Scabbers!
—gritó Ron, saliendo de la tienda a toda velocidad, detrás
de la rata; Harry lo siguió.
Tardaron casi diez minutos en encontrar
a Scabbers, que se había
refugiado bajo una papelera, en la puerta de la tienda de Artículos de Calidad
para el Juego del Quidditch. Ron volvió a guardarse la rata, que estaba
temblando. Se estiró y se rascó la cabeza.
—¿Qué ha sido?
—O un gato muy grande o un tigre muy
pequeño —respondió Harry.
—Que exagerados, no era
más que un dulce y tierno gatito —dijo Hermione.
—¿Dónde está Hermione?
—Supongo que comprando la lechuza.
Volvieron por la calle abarrotada de
gente hasta la tienda de animales mágicos. Llegaron cuando salía Hermione, pero
no llevaba ninguna lechuza: llevaba firmemente sujeto el enorme gato de color
canela.
—¿Has comprado ese monstruo? —preguntó
Ron pasmado.
Hermione rodó los ojos, a
veces Ron era tan exagerado.
—Es precioso, ¿verdad? —preguntó
Hermione, rebosante de alegría.
«Sobre gustos no hay nada escrito»,
pensó Harry (Eso fue grosero, dijo Hermione. A lo que
Harry respondió con un: “Lo siento”). El pelaje canela del gato era
espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara
de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un
tabique. Sin embargo, en aquel momento en que Scabbers
no estaba a la vista, el gato ronroneaba suavemente, feliz
en los brazos de Hermione.
—¿Ya ven? Es tierno
—defendió Hermione.
—Sí, puede que si lo sea,
pero es feo —dijo Ron.
Hermione lo miró enojada,
y el pelirrojo se encogió nuevamente en su asiento.
—¡Hermione, ese ser casi me deja sin
pelo!
—No lo hizo a propósito, ¿verdad, Crookshanks?
—dijo Hermione.
—¿Y qué pasa con Scabbers?
—preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—.
¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca?
—Para mí fue una gran
idea que compraras a Crookshanks —comentó Luna, con aire soñador.
—¿Qué tiene que ver eso, con que la rata descanse? —preguntó en un
susurró James.
—No lo sé, creo que esa chica está un poco loca —dijo Sirius.
—Sirius, por favor, no
hables así, Luna parece muy buena chica —defendió Remus.
—Eso me recuerda que te olvidaste el
tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja
de preocuparte. Crookshanks dormirá
en mi dormitorio y Scabbers en
el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre Crookshanks…
La bruja me dijo que llevaba una eternidad en la tienda. Nadie lo quería.
—¿Por qué? Si solo es un
gatito —dijo Alice.
—Tal vez lo vieron muy
feíto —dijo Sirius.
—Eres un tonto, Sirius
—lo regañó Hermione—, y el pobre de Crookshanks que te aprecia tanto.
—Me traiciono con Lunático —se defendió el animago.
Remus rodó los ojos.
—Que inmaduro —dijo Hermione dando por finalizada la conversación.
—Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente,
mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante. Encontraron al señor
Weasley sentado en el bar leyendo El Profeta.
—¡Harry! —dijo levantando la vista y
sonriendo—, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —dijo Harry en el
momento en que él, Ron y Hermione llegaban con todas sus compras.
El señor Weasley dejó el periódico, y
Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.
—¡Rayos! —murmuró Sirius,
volviendo a tensar su mirada.
—¿Todavía no lo han cogido? —preguntó.
—Lo siento —se disculpó Harry,
pero en ese momento él no tenía ni idea de que Sirius era inocente.
—Descuida —dijo Sirius.
—No —dijo el señor Weasley con el
semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su
busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.
—¿Tendríamos una recompensa si lo
atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero…
—¡Ronald! La avaricia no es
bueno —lo regaño Molly.
—Lo siento —se disculpó
el pelirrojo, mirando avergonzado a Sirius.
—No seas absurdo, Ron —dijo el señor
Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no
va a atrapar a Black. Lo cogerán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.
—Muchas gracias, por tus
buenas intenciones —ironizó Sirius.
Arthur se sintió avergonzado
por su yo del futuro.
—Pero no te preocupes —dijo
Hermione—, los guardias de Azkaban nunca pudieron cumplir su propósito.
Eso relajo un poco a
Sirius.
En ese momento entró en el bar la
señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que
iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny,
la menor de los Weasley.
“La menor de Weasley”, sí,
definitivamente Ginny sentía feo que los primeros años en que conoció a Harry, él
la veía de ese modo, como la hermanita menor de su mejor amigo.
Ginny, que siempre se había sentido un
poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal. Tal
vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se
puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo.
Los gemelos Weasley se
empezaron a reír.
—¿Qué les causa tan risa?
—cuestionó Luna, no entendiendo la risa de los gemelos.
—Que nuestra hermanita en
esos tiempos era tan tierna y dulce… —dijo George.
—Pero luego se convirtió en
esto —dijo Fred señalándola.
—¿Qué quieres decir con
eso? —preguntó una enojada Ginny.
—Pues eso que no aguantas
ni una broma —respondieron los dos a la vez.
Ginny los miró con furia,
pero no les contesto nada. Harry decidió no meterse en esa pequeña discusión porque
sabía que la pelirroja cuando se enojaba era explosiva.
Percy, sin embargo, le tendió la mano
de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo:
—Es un placer verte, Harry.
—Hola, Percy —contestó Harry, tratando
de contener la risa.
—Espero que estés bien —dijo Percy
ceremoniosamente, estrechándole la mano.
Era como ser presentado al alcalde.
—Muy bien, gracias…
Percy se sonrojó al ver
que sus hermanos, tíos y los demás se reían de él.
—Que pomposo, Percy —dijeron
los gemelos Weasley.
—¡Ay, sobrino! ¿En verdad
nunca dejaras de comportarte de esa manera? —preguntaron los Prewett.
—Cállense ustedes cuatro —los
regañó Molly.
Y los cuatro obedecieron,
puesto que no querían hacer enojar a Molly Weasley.
—¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy
de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es
estupendo verte, chico…
—Maravilloso —dijo George, haciendo a
un lado a Fred y cogiéndole la mano a Harry—. Sencillamente increíble.
Las risas se hicieron
presente por las ocurrencias de los gemelos.
—Definitivamente ustedes
son increíbles —dijeron los merodeadores.
—Sí, y al parecer los únicos
que heredaron nuestro sentido de humor —dijeron con orgullo los gemelos Prewett.
—Menos mal —murmuró Molly.
Percy frunció el entrecejo.
—Ya vale —dijo la señora Weasley.
—¡Mamá! —dijo Fred, como si acabara de
verla, y también le estrechó la mano—. Esto es fabuloso…
Nuevas risas se
escucharon por toda la sala, mientras los gemelos Weasley se paraban y hacían exageradas
reverencias.
Mientras por otro lado Lucius
miraba toda la escena con asco.
—Malditos traidores a la
sangre —decía entre dientes el rubio.
—He dicho que ya vale —dijo la señora
Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, Harry, cariño.
Supongo que has oído ya todas nuestras emocionantes noticias. —Señaló la
insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El
segundo Premio Anual de la familia —dijo rebosante de orgullo.
Percy y Bill —él había sido
el primer premio anual de la familia— sonrieron orgullosos.
—Y último —dijo Fred en un susurro.
—De eso no me cabe ninguna duda —dijo
la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de
que no os han hecho prefectos.
—¿Para qué queremos ser prefectos?
—dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle (Lo
hace, afirmó George, pero no agregó nada más al sentir las miradas serias de
Ron, Hermione, Lily y la de Remus en un cierto modo)—. Le quitaría a la
vida su lado divertido.
—No estoy de acuerdo en
eso —alegó James—, Remus es prefecto y sigue siendo divertido.
Remus sonrió quedamente.
—Sí, él es la excepción
de la norma —agregó Sirius.
Ginny se rió.
—¿Quieres hacer el favor de darle a tu
hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley.
—Ginny tiene otros hermanos para que le
den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena…
Se fue y George dio un suspiro.
—Intentamos encerrarlo en una pirámide
—le dijo a Harry—, pero mi madre nos descubrió.
Percy fulminó con la
mirada a los gemelos, ya que él ni siquiera sospechaba de las intenciones de
sus hermanos.
Aquella noche la cena resulto muy
agradable. Tom, el tabernero, junto tres mesas del comedor; y los siete
Weasley, Harry y Hermione tomaron los cinco deliciosos platos de la cena.
—¿Cómo iremos a King’s Cross mañana,
papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de
chocolate.
—El Ministerio pone a nuestra
disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.
—¿Y desde cuando el
ministerio es tan amable? —preguntó
Andrómeda.
—Para mí que están ocultando
algo, por eso se comportan de esa manera —dijo Ted.
Todos lo miraron.
—¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.
—Por ti, Percy —dijo George muy serio—.
Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas…
—Por «Presumido del Año» —dijo Fred.
Todos reían nuevamente.
—¡Oh, por Merlín! Si no supiera
que yo siempre seré un alma libre, y si no fueran ustedes dos pelirrojos, creería
que son mis hijos del futuro.
—Tal vez si dejaras de
ser un mujeriego, Marlene te haga caso y puedas tener hijos con ella —le susurró
James a Sirius, haciendo que este al instante dejara de reír.
Todos, salvo Percy y la señora Weasley,
soltaron una carcajada.
—¿Por qué nos proporciona coches el
Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias.
—Bueno, como ya no tenemos coche, me
hacen ese favor; dado que soy funcionario.
Lo dijo sin darle importancia, pero
Harry notó que las orejas se le habían puesto coloradas, como las de Ron cuando
se azoraba.
—Ay, papá mientes fatal,
¿sabes? —dijeron los gemelos.
—Menos mal —dijo la señora Weasley con
voz firme—. ¿Os dais cuenta de la cantidad de equipaje que lleváis entre unos y
otros? Qué buena estampa haríais en el metro muggle… Lo tenéis ya todo listo,
¿verdad?
—Ron no ha metido aún las cosas nuevas
en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de
mi cama.
—Chismoso —dijo Ron por
lo bajo.
—Lo mejor es que vayas a preparar el
equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le
reprendió la señora Weasley.
Ron miró a Percy con cara de pocos
amigos.
Percy rodó los ojos ante
eso.
A veces son tan
infantiles, pensaba Percy.
Después de la cena todos se sentían
algo pesados y adormilados. Uno por uno fueron subiendo las escaleras hacia las
habitaciones, para ultimar el equipaje del día siguiente. La habitación de Ron
y Percy era contigua a la de Harry. Acababa de cerrar su baúl con llave cuando
oyó voces de enfado a través de la pared, y fue a ver qué ocurría.
La puerta de la habitación 12 estaba
entreabierta, y Percy gritaba.
—Estaba aquí, en la mesita. Me la quité
para sacarle brillo.
—No la he tocado, ¿te enteras? —gritaba
Ron a su vez.
—¿Qué ocurre? —preguntó Harry.
—Mi insignia de Premio Anual ha
desaparecido —dijo Percy volviéndose a Harry.
James y Sirius se miraron
parecían no creer lo que habían escuchado.
—Todo por una insignia —dijo
Dean.
Percy frunció el ceño.
—Para mí, que no fue Ron quien
tomo la insignia, más parece obra de los gemelos —dijo Luna.
—Gracias, Luna, por fin
alguien cree en mí —dijo Ron.
—Todo porque es su novia —comentó
George a su gemelo, quien asintió.
—Lo mismo ha ocurrido con el tónico
para ratas de Scabbers —añadió
Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya
olvidado en el bar…
—¡Tú no te mueves de aquí hasta que
aparezca mi insignia! —gritó Percy.
—Yo iré por lo de Scabbers,
ya he terminado de preparar el equipaje —dijo Harry a Ron.
—Gracias amigo, me
dejaste con el loco de la insignia, pero tú se feliz —ironizó Ron, mientras que
Percy lo miraba con enojo.
Harry se hallaba en mitad de las
escaleras, que estaban muy oscuras, cuando oyó dos voces airadas que procedían
del comedor. Tardó un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron.
Se quedó dudando, porque no quería que ellos se dieran cuenta de que los había
oído discutiendo (Molly y Arthur se sorprendieron,
porque ellos no solían discutir mucho), y el sonido de su propio nombre
le hizo detenerse y luego acercarse a la puerta del comedor.
—¿Estaban discutiendo por
ti? —preguntó Alice.
—Sí —admitió Harry—, pero
no era por algo malo que hubiera hecho —aclaró.
—No tiene ningún sentido ocultárselo
—decía acaloradamente el señor Weasley—. Harry tiene derecho a saberlo. He
intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene
trece años y…
—Si es un niño —dijo
Lily.
—¡Arthur, la verdad le aterrorizaría!
—dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al
colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber
nada!
—No quiero asustarlo, ¡quiero prevenirlo!
—contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por
ahí. Se han internado en el bosque prohibido dos veces (No
era por gusto, se defendieron Harry y Ron). ¡Pero Harry no debe hacer lo
mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra
noche, cuando se escapó de casa…! Si el autobús noctámbulo no lo hubiera
recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto.
—¿Qué? ¿Por qué lo encontrarían
así? —preguntaron unos alarmados Lily y James.
—No se preocupen, no me habría
pasado nada —trató de calmar Harry.
—Pero no está muerto, está bien, así
que ¿de qué sirve…?
—Molly: dicen que Sirius Black está
loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de
Azkaban, y se supone que eso es imposible. Han pasado tres semanas y no le han
visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a El
Profeta: no estamos más cerca de pillarlo que
de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos
con seguridad es que Black va detrás…
—Un momento —dijo Sirius—,
¿quieren decir que temían que yo ataque a Harry?
—Sí —se atrevió a contestar
Seamus.
—¿Por qué? ¿Por qué lo atacaría?
No lo comprendo —volvió a decir el animago.
—Todo fue una injusticia —dijo
Harry, dando por terminada esa conversación.
Astoria siguió leyendo.
—Pero Harry estará a salvo en Hogwarts.
—Pensábamos que Azkaban era una prisión
completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de
entrar en Hogwarts.
—Bueno, yo creo que si
puede entrar nadie como los merodeadores que conocíamos cada pasillo secreto de
Hogwarts —aseguró James.
—Pero nadie está realmente seguro de
que Black vaya en pos de Harry…
Se oyó un golpe y Harry supuso que el
señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa.
Los chicos Weasley se
sorprendieron ante esa actitud de su padre, puesto que no era muy común en él
salir de sus casillas.
—Molly, ¿cuántas veces te tengo que
decir que… que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en
secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le
dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las
mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» (Sirius
empalideció. “Pero no lo decía por mí”, alegó Harry, para tranquilizar a su
padrino y también a sus padres. “¿Entonces por quién?”, preguntó Remus. Pero nadie
respondió) Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry. Si me
preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien Tú Sabes
volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien Tú
Sabes. Y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso…
—¡ESO NO PUEDE SER
CIERTO! —gritó Sirius, ya sin poder evitar más todo lo que decían de él en ese
libro. Simplemente no podía creer su destino.
Snape lo miró, en
realidad no sentía pena por Sirius, solo se lamentaba no haber podido vengarse
de él antes de haber sido encerrado en Azkaban.
Por algo te han de haber
encerrado, Black, pensaba Snape.
—Sirius, este libro será difícil
para ti, pero ten por seguro que te volverán a encerrar en Azkaban, todos
nosotros sabemos que eres inocente de todo de lo que se te acusaba —dijo Harry,
señalando a todos los del futuro. Los cuales asintieron.
Sirius aún estaba pálido,
pero ya no volvió a decir nada más, por lo menos lo había tranquilizado eso de
que no volvería a Azkaban.
Se hizo el silencio. Harry pegó aún más
el oído a la puerta.
—Bien, Arthur. Debes hacer lo que te
parezca mejor. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada le podría
hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director (Creo
que me engrandeces mucho, Molly, dijo Dumbledore con una mirada más brillante).
Supongo que estará al corriente de todo esto.
—Por supuesto que sí. Tuvimos que
pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al
colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió.
—¿Qué? ¿Dementores en
Hogwarts? —preguntó McGonagall, evidentemente incomoda.
—Sí que los hubo —dijo
Terry.
Harry asintió ligeramente
avergonzado por los que dementores causaban en él.
—¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si
están ahí para atrapar a Black?
—Porque esos seres atacarían
a cualquier persona sea o no su objetivo —explicó Dumbledore.
—Dumbledore no les tiene mucha simpatía
a los guardias de Azkaban —respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo
se la tengo, si nos ponemos así… Pero cuando se trata con alguien como Black,
hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.
—Si salvan a Harry…
Harry soltó una risita desganada.
Sí, claro, los dementores
evitarían que Sirius fuera hacia él, pensaba sarcásticamente Harry.
—¿Qué te causa risa? —le preguntó
Lily.
—Ya te enteradas —respondió
simplemente el ojiverde.
—En ese caso, no volveré a decir nada
contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor
que subamos…
—Creo que te atraparan
con las manos en la masa, Harry —dijo Ted.
—No lo creo —contestó Harry.
Harry oyó mover las sillas. Tan
sigilosamente como pudo, se alejó para no ser visto por el pasadizo que
conducía al bar.
La puerta del comedor se abrió y
segundos después el rumor de pasos le indicó que los padres de Ron subían las
escaleras.
La botella de tónico para las ratas
estaba bajo la mesa a la que se habían sentado. Harry esperó hasta oír cerrarse
la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvió a subir por las
escaleras, con la botella.
Fred y George estaban agazapados en la
sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo
patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia.
—Porque no me sorprende —dijo
Bill, negando con la cabeza.
—Ya ven fueron ellos —acusó
Ron—, y Luna fue la única que creyó en mí.
—La tenemos nosotros —le susurró Fred
al oído—. La hemos mejorado.
En la insignia se leía ahora: Premio
Asnal.
—¡Brillante! —felicitaron
los gemelos Prewett aplaudiendo.
—Silencio —dijo Molly en
modo de regaño.
Los Prewett dejaron de
aplaudir, pero las sonrisas no se borraron de sus rostros.
Harry lanzó una risa forzada. Le llevó
a Ron el tónico para ratas, se encerró en la habitación y se echó en la cama.
Así que Sirius Black iba tras él. Eso
lo explicaba todo (Más bien solo una parte de la
historia, aclaró Harry). Fudge había sido indulgente con él porque
estaba muy contento de haberlo encontrado con vida. Le había hecho prometer a
Harry que no saldría del callejón Diagon, donde había un montón de magos para
vigilarle. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fueran todos a la
estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran proteger a Harry hasta
que hubiera subido al tren.
—Así que era por eso que
Fudge se comportara tan amable —dijo Alice.
Harry estaba tumbado, escuchando los
gritos amortiguados que provenían de la habitación de al lado, y se preguntó
por qué no estaría más asustado. Sirius Black había matado a trece personas con
un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que Harry se aterrorizaría
al enterarse de la verdad. Pero Harry estaba completamente de acuerdo con la
señora Weasley en que el lugar más seguro de la Tierra era aquel en que
estuviera Albus Dumbledore (El director no podía
dejar de asombrarse de la lealtad y respeto que tenía Harry sobre su persona,
aun cuando siempre llevaría el peso de sus errores del pasado sobre sus hombros).
¿No decía siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había
inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha
de Voldemort, tanto miedo como a éste?
—Sirius no le tiene miedo
a Dumbledore —dijo James—, a la que si le tiene un poco de miedo es a Minnie.
—Cornamenta te dije que
me guardaras el secreto —dijo Sirius con mejor humor al ver la cara de la
profesora McGonagall al escuchar que la llamaban “Minnie”.
Y además estaban los guardias de
Azkaban, de los que hablaba todo el mundo. La mayoría de las personas les
tenían un miedo irracional, y si estaban apostados alrededor del colegio, las
posibilidades de que Black pudiera entrar parecían muy escasas. No, en
realidad, lo que más preocupaba a Harry era que ya no tenía ninguna posibilidad
de que le permitieran visitar Hogsmeade (Te
persigue un supuesto asesino, a ti te preocupa no poder ir a Hogsmeade, dijo
Lily. Harry lo único que pudo hacer es encogerse de hombros). Nadie
querría dejarle abandonar la seguridad del castillo hasta que hubieran atrapado
a Black; de hecho, Harry sospechaba que vigilarían cada uno de sus movimientos
hasta que hubiera pasado el peligro.
—En cierto modo si me tenían
vigilado, y fue un poco molesto —confesó el ojiverde.
Arrugó el ceño mirando al oscuro techo.
¿Creían que no era capaz de cuidar de sí mismo? Había escapado tres veces de
lord Voldemort. No era un completo inútil…
—Nadie cree eso, solo se
preocupan por que estés seguro —dijo Molly.
—Además no debes
confiarte, siempre debes estar en alerta permanente —aconsejó Moody.
Sin querer; le vino a la mente la
silueta animal que había visto entre las sombras en la calle Magnolia. Qué
hacer cuando sabes que se acerca lo peor…
—No me van a matar —dijo Harry en voz
alta.
—Así me gusta, amigo —contestó el
espejo con voz soñolienta.
—Aquí acaba el capítulo —anunció
Astoria.
—Muy bien, gracias,
señorita Greengrass —dijo el director—. Creo que ya es hora de almorzar.
Y al instante las bandejas de comidas
aparecieron sobre las mesas.